CAPÍTULO 24. BIG J.

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Lexa la esperaba en el rellano junto a la puerta de su despacho, con la espalda apoyada en la pared y las manos metidas en los bolsillos. Una sonrisa de oreja a oreja se dibujó en su rostro cuando la vio salir del ascensor. No llevaba la lencería de cuero negra que le dijo por wasap, pero unos simples vaqueros y una camiseta ajustada le sentaban de miedo.

—Tu vecina me ha mirado mal.

—No me extraña, pareces una delincuente.

Lexa llevaba, efectivamente, un pantalón de chándal y una camiseta de ACDC.

—Crees que estará mirando por la mirilla.

—¿Por qué?

Lexa se abalanzó sobre ella y le lamió los labios. Se separó y le sonrió de medio lado. A Clarke empezaba a gustarle mucho esa versión sutilmente chulesca que a veces dejaba translucir la detective. También estaba descubriendo que podía ser divertida, que no era tan estirada ni seria como le pareció al principio.

La investigadora abrió la puerta de cristal esmerilado y, en cuanto entraron, Lexa la aprisionó entre sus brazos y comenzó a besarla profundamente. Clarke se separó y sonrió en sus labios.

—Uf, espera, que tengo que beber agua —dijo la investigadora—, estoy seca.

—Eso es que te has pasado con los mojitos.

Lexa la liberó y la siguió hasta la barra americana, donde había una jarra con agua y un par de vasos. Clarke llenó el vaso y, en cuanto lo dejó vacío sobre la encimera, sintió los brazos de la detective rodeándola desde atrás y aprisionándola entre su cuerpo y la barra. Entonces fue a darse la vuelta para darle un beso, pero ella se lo impidió, inmovilizándola con sus fuertes brazos. Inmediatamente, sintió cómo la mano derecha de Lexa se deslizaba dentro de su pantalón hasta llegar a su mojado sexo, y cómo, al mismo tiempo, le metía uno de sus dedos en la boca y le lamía el cuello con lujuria. Clarke se tuvo que sujetar a la barra con ambas manos para mantener el equilibrio, porque todo su cuerpo se estremecía al sentir todos esos contactos a la vez en partes tan sensibles de su anatomía. Después, Lexa sacó la mano de su pantalón y la metió por la parte trasera y la penetró desde atrás, mientras que con la otra mano le estimulaba el clítoris por delante. La intensidad de sus movimientos era tal que las oleadas de placer iban y venían con tal fuerza que Clarke no podía pensar, sólo sentir. El orgasmo no tardó en llegar, acompañado por un sonoro jadeo, que sorprendió a ambas.

Por fin, la investigadora pudo darse la vuelta y ponerse de cara a Lexa, cosa que aprovechó esta para cogerla en peso y sentarla sobre la barra. Se acariciaron metiendo las manos bajo las camisetas y se besaron en esa posición durante un buen rato. Hasta que la excitación fue de nuevo en aumento, demandando que pasaran a la habitación y se quitaran la ropa. Pasadas las urgencias, hicieron el amor sin prisas, demorándose en cada caricia, saboreando los besos, sintiéndose, amándose.

Habían estado todo el tiempo en silencio, como si las palabras pudieran romper la magia del momento. Sólo al final, antes de que las venciera el sueño, acostadas de lado, mirándose frente a frente, Clarke preguntó algo.

—¿Qué somos?

—¿Qué quieres decir?

—La una para la otra, ¿qué somos?

—¿Qué quieres que seamos?

—No sé, ¿qué quieres tú?

—¿Quieres ser mi novia?

Clarke sonrió por la inocencia con que Lexa le hizo la pregunta

—Sí.

—Pues seamos novias.

—¿Sabes qué? No he tenido nunca una pareja como tal... Todos mis ligues han durado poco... Creo que ya me apetece.

—Vaya, entonces he llegado en el momento oportuno.

—Eso parece... ¿Y tú, has tenido muchas parejas?

—Que duraran tiempo sólo Luna y Costia. Rollos... unos cuantos más, tampoco muchos.

—No me puedo creer que no tengas una legión de tíos y de tías detrás de ti.

—Pues si los he tenido no me he enterado... De todas maneras, sólo me interesan las mujeres. Los tíos tienen poco que hacer conmigo. O yo con ellos.

—Tampoco te pierdes nada. Bueno... es broma, también tienen su punto...

Las dos sonrieron. Clarke le dio un rápido beso, se dio la vuelta y tiró de la mano de Lexa para que la abrazara desde atrás.

—Hasta mañana.

—Hasta mañana.

A la mañana siguiente, amanecieron de nuevo con sus cuerpos entrelazados, como si les fuera imposible perder el contacto si estaban tan cerca. Lexa había puesto la alarma del móvil, porque no quería llegar tarde al trabajo. Cuando sonó, abrieron los ojos somnolientas, invadidas por ese suave letargo del despertar.

—Mmm... Me tengo que ir a la comisaría... tienes suerte de tener el trabajo en casa.

—A veces no es una suerte..., pero otras la verdad es que sí.

Clarke le dio un beso de buenos días.

—Me voy ya, tengo que pasar por casa para ducharme y cambiarme de ropa.

—¿ACDC no es apropiado para la comisaría?

—Me temo que no.

—Qué sosos.

Lexa salió desnuda de entre las sábanas dispuesta a vestirse, pero no encontraba su ropa interior.

—Detective Woods, pierde usted las bragas con mucha facilidad.

—Ja, ja —dijo sarcástica.

Las encontró a los pies de la cama, se las puso y se paseó por toda la habitación buscando algo más.

—¿Qué buscas?

—El sujetador.

—No llevabas sujetador.

—¿Ah, no?

Clarke no le quitaba ojo. Se podría pasar horas contemplándola sin cansarse. La belleza no cansa.

—No lo llevabas. Querías provocarme, está claro.

—Es que esta es la ropa de estar por casa y no llevo sujetador y como me dijiste que no me cambiara...

—Ya, ya, excusas.

—Vale, me has pillado —dijo poniéndose la camiseta—, quería provocarte.

Se puso el pantalón y se sentó en la cama para ponerse las zapatillas deportivas. Clarke le acarició la espalda mientras lo hacía.

—¿Qué te parece que llame a Jasper y Monty para proponerles eso que te comenté? Sé sincera.

La detective la miró seria.

—No son profesionales, Clarke.

—Jasper no es como lo conociste, bueno, esa es su cara cuando se pone ciego, pero es un chico responsable... aunque no lo parezca. Y Monty lo mantiene a raya. Son uña y carne, son los espías perfectos, de familia adinerara, amigos de Jaha; serían creíbles de voluntarios en la campaña del alcalde.

Lexa inspiró profundamente, preparándose para darle su respuesta.

—No me gusta... Lo he estado pensando y, créeme que no es porque no participes, porque es tu decisión y la voy a respetar. Pero Jasper y Monty no son los adecuados... No podemos darles información y sin la información oportuna no nos sirven de nada.

Clarke la miró contrariada y, después, bajó la vista vencida. La verdad es que tenía razón. Su apuesta por sus amigos no era consistente.

—Está bien... Pensaré en alguno de mis colegas.

—Yo apuesto por Raven.

Clarke elevó de nuevo los ojos para mirarla.

—Pero la pueden conectar conmigo.

—¿Estás segura? ¿La conocen físicamente?

Clarke soltó una carcajada.

—Dios, ¿pretendes disfrazarla?... El ambiente en ese partido es súper pijo... todos los voluntarios son niños bien. En cuanto Raven habrá el pico se le va a notar.

—Yo confío en ella.

—Tú no la conoces como yo la conozco. Es una bruta.

—Inténtalo.

Clarke suspiró y asintió.

—Pues tendrás que dejarle tú la ropa... porque de ese estilo no tiene, te lo aseguro. Ni yo tampoco.

—No hay problema. Pero yo no soy pija.

Clarke abrió mucho los ojos, como si no estuviera en absoluto de acuerdo con ella, pero temiera no darle la razón.

—Okey... Pero un poquito sí lo eres, cariño.

Lexa se estaba acostumbrando a que la llamara cariño, y le gustaba. Se inclinó sobre la cama y le dio un beso, ya vestida por completo.

—Te voy a echar de menos hoy.

—Yo también te voy a echar de menos —Clarke hizo un puchero —. ¿A qué hora sales?

—A media tarde estaré libre... Si no matan a nadie... Vente a mi casa.

—Hecho... Luego te llamo.

En cuanto Lexa se marchó, Clarke llamó a Raven para contarle su nueva misión.

***

Tras informarla Clarke y dar cuatro saltos de alegría —hasta que se enteró de que tenía que disfrazarse de niña rica—, Raven se pasó por la comisaría para que Lincoln le contara lo imprescindible que necesitaba saber sobre la investigación del caso Mount Weather. Y esa misma tarde se presentó en la oficina de la campaña electoral del alcalde Jaha.

—Holi, soy Carla —dijo Raven con voz de pito.

Iba peinada con una coleta alta, con mucho maquillaje y vestida con un traje de pantalón y chaqueta que había encontrado en el armario de Octavia. Lo había tuneado añadiéndole un gran pañuelo de color salmón y un bolso de marca, pero de imitación, con muchos brillos. Cuando fue a darle la mano al recepcionista de la oficina, casi se da con la cabeza en el mostrador, porque los tacones le jugaron una mala pasada.

—¡Joder, que me hostio! —dijo con voz gruesa.

El chico la miró con los ojos muy abiertos e, inmediatamente, la chica cambió el gesto y se llevó la mano a la boca tapando una risilla tonta.

Oops... es que son nuevos y resbalan.

En realidad, el problema era ella, no los tacones, porque no los usaba nunca.

—Hola, Carla... ¿Carla qué más?

—Martin... como Ricky.

Y volvió a soltar esa risita tonta.

—Encantado, Carla Martin.

El chico le sonrió de oreja a oreja, literalmente encantado con lo que veía.

—¿Y tú?

—Wells.

—Encantada, Wells... ¿qué más?

El chico se lo pensó un poco antes de decir su apellido, pero, finalmente, lo hizo.

—Wells Jaha.

—Anda, qué mono... eres el hijo del alcalde.

—Pues sí —dijo como restándole importancia—. ¿Qué te trae por aquí?

—Pues que me encanta total tu padre y quiero que me represente y, como me aburro un montón, he pensado en entrar de voluntaria en la campaña para las elecciones. Puedo hacer de todo.

—Genial. Pues entra y te presento a la gente.

—Chachi.

La chica lo siguió dando ridículos pasitos cortos y contoneándose mucho, hasta que el tobillo se le torció de nuevo, soltó un gritito y casi se cae, pero pudo recomponerse antes de que Wells volviera la cabeza al oírla.

—¿Todo bien?

—Sí, es que me emociona saber que puedo colaborar. ¡Ay, me encanta!

Wells sonrió ante la peculiar nueva voluntaria, y Raven puso los ojos en blanco en cuanto el chico miró al frente.

Entraron en una habitación amplia, diáfana, llena de mesas y de gente afanada en sus tareas. El chico la fue presentando una a una a todas las personas presentes. Raven les preguntaba machaconamente los apellidos conforme se los presentaba, porque quería conocer a todos y cada uno de los colaboradores para saber a quién podría sacarle información. Así llegaron donde estaban sentados dos chicos que se sonreían mutuamente, incluso uno de ellos le cogió la mano al otro brevemente en un gesto cariñoso. Su gaydar pitó descontroladamente y supo que eran pareja.

—Holi, me llamo Carla Martin.

—Bryan.

—Bryan ¿qué más?

—Whitesell... —se extrañó el chico—, ¿por qué?

Wells, que estaba a su lado, la disculpó con una sonrisa.

—Se lo pregunta a todos.

—Sí, me encanta la onomástica antropológica.

—¿La onoma- qué? —Bryan no sabía ni reproducirlo.

—La... —se dio cuenta de que estaba dejando traslucir su lado friki y tenía que rectificar—, todo eso de los nombres y los apellidos. Es una ciencia y todo. Sí, sí.

—Yo me llamo Nathan Miller.

—Anda... como David Miller... el asesor del alcalde. ¿Sois parientes?

El chico se sorprendió de que lo conociera.

—Jo, qué fuerte, ¿le conoces? Es mi padre.

—Es que me interesa la política. Y los bolsos. Ja, ja. Pero la política un montón.

Los dos chicos se miraron y se sonrieron.

—Sois pareja, ¿verdad?

Ahora la miraban a ella, ya sin sonreír.

—¿Por qué? —preguntó Miller.

—Por nada. Lo sois, ¿no?... Me encantan los gais...

Los dos chicos se volvieron a mirar y, de nuevo, sonrieron.

—Sí.

—Chachi.

—Bueno —intervino Wells—, ven conmigo, que te explico lo que puedes ir haciendo.

—Vale.

Y se despidió de la pareja agitando la mano afectadamente.

***

Lexa llamó por teléfono a Clarke a media tarde y le dijo que la invitaba a cenar. Cuando la investigadora entró en su casa comprobó que la detective había preparado una apetitosa cena, acompañada por velas y un pequeño jarrón con flores.

—Se está enfriando —sonrió Lexa.

—Guau, qué pinta tiene todo. Me has engañado, ¿no decías que no cocinabas?

—Lo he encargado.

—Eso es trampa.

—Tú pruébalo todo y luego me pedirás que haga trampas más veces.

Como era de esperar, todo estaba riquísimo. Clarke era de buen comer y eso entusiasmó a Lexa, que también lo era. Después de los placeres culinarios, pasaron a otros placeres... La detective le ofreció quedarse para ver una película o alguna serie. Y Clarke aceptó. Se sentaron en el sofá, primero cada una en su espacio personal, pero la investigadora no tardó ni dos minutos en acomodarse junto a Lexa, que recibió su abrazo y su cabeza apoyada en el hombro con el mismo entusiasmo de antes. Pero enseguida se dieron cuenta de que era una temeridad estar tan cerca y pretender quedarse quietas... por muy interesante que fuera la película. Estaban en esa fase explosiva del enamoramiento en la que se necesitaban con urgencia a todas horas. Primero se acariciaron inocentemente, pretendiendo que su atención estaba en la tele, pero Clarke la miró a los ojos verdes, Lexa la miró a los ojos azules, Clarke la besó con delicadeza, Lexa le respondió incorporando la lengua... Y ya no hubo vuelta atrás. Pasaron al dormitorio y, aunque en un principio no era su intención, porque no quería ser la causante del déficit de sueño de la detective, Clarke se quedó a dormir. Y, como era de esperar, durmieron poco.

Y así pasó una semana, en la que no dejaron de verse ni un día, en la que no pasaron ni una noche separadas.

***

Al final de esa misma semana, Raven estaba a punto de sucumbir ante el tedioso trabajo en la oficina de la campaña electoral. No había escuchado nada digno de ser relacionado con el caso. Estaba desalentada, y cada vez más se le escapaban retazos de su deslenguada personalidad. Sobre todo seguía y preguntaba a Nathan Miller, el hijo de uno de los dos asesores que aparecía en los papeles de Emerson. Hasta tal punto llegaba su celo, que el chico la evitaba todo lo que podía sin resultar grosero, porque Raven, cuando jugaba a ser pesada, lo era mucho.

Pero una mañana que parecía igual de improductiva que las demás, David Miller vino a la oficina y, después de presentarlo a los nuevos voluntarios, incluida ella, lo oyó cuchichear con su hijo... Estaban junto a la puerta de los aseos, circunstancia que aprovechó para meterse dentro, pero lo que hizo fue quedarse tras la puerta y escuchar la conversación. No la oía bien, pero hablaban de dinero. El hijo le decía a su padre que necesitaban más para hacer una campaña en condiciones, que le pidiera más a Big J. Desde el otro lado de la puerta pudo distinguir el tono enfadado del padre, que le reprochó que usara ese apodo en público. Y ya no oyó más. Cuando salió de los aseos, vio que se habían metido en uno de los despachos.

Raven consideró que esa información podía ser importante, así que llamó a Clarke y, además de decirle que ya no soportaba más a esa gente ni ser tan repipi, la informó de lo que había oído.

—¿Big J. (Gran J.)?

—Sí.

—¿No habrás oído Little J.?

—No, seguro, tengo un oído finísimo. Y se refirieron a él como si fuera un pez gordo.

Clarke quedó en silencio unos instantes al otro lado del teléfono.

—En cuanto termines ven a la oficina. Te voy a encargar otra cosa.

—¿El qué?

—Quiero que te metas en los correos, en el wasap, en las redes sociales de los dos asesores y que mires con lupa a ver si sale por algún lado ese Big J. o algo que se le parezca —ahora el silencio era de Raven—. ¿Podrían descubrir que estás curioseando, como pasó con las escuchas?

—No, seré invisible. Los programas de la policía son antiguallas, pero los míos no, son el último grito criminal.

—Vale, pero no te emociones, que los criminales son ellos. Y por dios, que no te pillen, que esta gente mata.

—Tranquila, que no... Pero si se entera Lexa la que te va a matar va a ser ella.

—¿No dices que vas a ser invisible? Pues no tiene por qué enterarse.

—Pero si descubro algo, se lo tendrás que decir y se tendrá que enterar... digo yo.

—Bueno, pues... ya lo pensaré si eso sucede, pero ir por lo legal va muy lento y tenemos que saber quién es ese Big J... Casi morimos por su culpa.

—Okey, enseguida les digo a estos que me quiero comprar un bolso y me piro.

—Me encantaría verte actuar de pija tonta.

—Lo bordo. Hasta me he hecho ya a los tacones, tengo estilazo, tía.

—Seguro, bueno, lo dicho, ponte con eso en cuanto llegues. Hasta luego.

—Besis.

Clarke colgó y miró el teléfono con una sonrisa. Nunca habría creído que oiría de labios de Raven despedirse con un "besis".

***

Clarke podría haber llamado a Lexa, pero quería verla, y transmitirle esa información le pareció la excusa perfecta para presentarse en la comisaría.

—Hola, qué sorpresa.

Lexa se levantó del sillón y sonrió de oreja a oreja al verla entrar en su despacho.

—Tengo algo que contarte.

La detective se puso inmediatamente seria y la alarma se instaló en sus ojos.

—No, Clarke... No podemos...

La investigadora, que se había acercado para darle un beso, se detuvo porque, en un principio, no había comprendido su repentino temor, pero inmediatamente recordó que días atrás la había camelado utilizando la misma estratagema.

—Tranquila, que no te voy a llevar al almacén, esta vez tengo que contarte algo de verdad, aunque si quieres podemos ir...

Y Clarke le dio un rápido beso. Un escalofrío les había recorrido el cuerpo con la sola mención de ese lugar, pero decidieron ignorarlo.

—No. En el trabajo no.

—Que es broma, tonta. Es que me ha llamado Raven y parece ser que existe otra "jota" en el negocio.

—¿Otra jota?

—Oyó hablar al asesor Miller y a su hijo de que debían pedir el dinero para la campaña a un tal "Big J.".

—¿Es que esta gente no tiene nombres normales?

—¿Qué vas a hacer?

Lexa se encogió de hombros y se sentó de nuevo en su sillón; Clarke lo hizo sobre la mesa.

—Necesitamos algo más para hacer registros en la alcaldía... Hemos encontrado más menciones de Little J. investigando el grupo de falsificadores, pero nada que lo relacione con Jaha... Y tiene que ser él, o a lo mejor Jaha es este Big J... No sé. Dile a Raven que continúe de voluntaria, a ver qué más oye.

—De acuerdo.

—¿Algo más?

—No... que luego nos vemos, ¿no?

Lexa suavizó el gesto y le regaló una de esas sonrisas de medio lado.

—Claro.

Los ojos se le fueron al pecho de Clarke... tenía que hacerlo cada vez que la veía, era superior a sus fuerzas. La investigadora sonrió.

—¿Te vuelven a llamar? —dijo refiriéndose a sus pechos.

Lexa asintió con cara de cachorrillo apenado.

—Luego nos vemos y habláis un rato.

—¿Quieres que haga trampa de nuevo? Conozco más restaurantes que sirven a domicilio.

—Vale... o también podernos salir.

Pero Clarke se lo pensó mejor y se inclinó para darle un rápido beso con el que le lamió los labios. Lexa inspiró ante ese húmedo contacto y deseó con todas sus fuerzas que ya fuera por la tarde.

—Mmm..., no —dijo Clarke—, mejor en tu casa.

Y le guiñó un ojo antes de salir del despacho.


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