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02. Tres ancianas tejen los calcetines de la muerte

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El resto del curso se la pasó fingiendo que nunca había conocido a la señorita Dodds. Fingió que la nueva profesora, una rubia que era muchísimos más alegre y amigable que la anterior, estuvo ahí desde navidad. Percy, por otro lado, parecía empecinado en buscar una respuesta. De vez en cuando sacaba a relucir el tema esperando que alguien comentara algo.

Cuando le preguntó a ella, simplemente le contestó:

- Déjalo, Perseo, quizás no nos guste la respuesta.

Y es que tenía miedo. Pensaba que ya había superado esa fase donde imaginaba cosas que en realidad no estaban o veía extraños monstros. No, no estaba dispuesta a perder la cabeza simplemente por otra alucinación. Todavía por las noches tenía las terribles visiones de la señora Dodds con garras y alas coriáceas que la despertaban entre sudores fríos.

Pero todo eso estaba acabando, estaba pasando la última semana de exámenes y luego de eso volvería al Orfanato. Odiaba ese lugar con toda su alma.

La noche anterior a su última evaluación del señor Bruner, empacó sus cosas en su pequeña maleta, dejando fuera los libros que todavía debía de utilizar. Uno de estos libros era uno que el profesor Brunner le había prestado, pensó en devolvérselo ahora antes de que se le olvidara hacerlo.

Decidida, tomó el libro en sus manos y salió de su cuarto.

Bajó hasta los despachos de los profesores sabiendo que estaría ahí. El pasillo estaba oscuro, pero pudo ver la figura de un chico a pasos de la puerta de su profesor. Al acercarse se dio cuenta de que era su compañero de curso, Perseo.

Cuando iba a preguntarle qué era lo que estaba haciendo ahí parado, las voces de inconfundibles de su profesor y Grover llenaron el ambiente.

No acostumbraba a escuchar conversaciones anónimas, ya que siempre le parecían aburridas y sin sentido, pero algo le llamaba la atención en esta.

- Quiero decir, ¡hay una Benévola en la escuela! Ahora que lo sabemos seguro, y ellos lo saben también... - Grover hablaba angustiado

- Si lo presionamos tan sólo empeoraremos las cosas -respondió Brunner- Necesitamos que el chico madure más.

- Pero puede que no tenga tiempo. La fecha límite del solsticio de verano... -Tendremos que resolverlo sin Percy. Déjalo que disfrute de su ignorancia mientras pueda.

- Señor, él y Leylah la vieron...

- Fue producto de su imaginación -insistió Brunner-. La niebla sobre los estudiantes y el personal será suficiente para convencerlo. Parece estar funcionando con la señorita Riddle

- Señor, yo... no puedo volver a fracasar en mis obligaciones. -Grover parecía emocionado-. Usted sabe lo que significaría.

- No has fallado, Grover -repuso Brunner con amabilidad- Yo tendría que haberme dado cuenta de qué era. Ahora preocupémonos sólo por mantener a Percy con vida hasta el próximo otoño...

El libro que sostenía Percy se cayó y resonó contra el suelo. El profesor se interrumpió de golpe y se quedó callado. Rápidamente Leylah reacciono agarrando el libro del suelo y con la otra mano libre, tomó el brazo del chico y lo arrastro por el pasillo.

Con el corazón latiendo fuertemente contra su pecho, Percy abrió la primera puerta y se metió adentro con la niña. Ella se separó rápidamente de él y se pegó contra la pared, rezando que no los atraparan.

Al cabo de unos segundos oyeron un suave clop, clop, clop, como de cascos amortiguados, seguidos de un sonido de animal olisqueando, justo delante de la puerta. Una silueta grande y oscura se detuvo un momento delante del cristal, y prosiguió.

Sostuvo el aliento.

-Nada -murmuró- Mis nervios no son los que eran desde el solsticio de invierno.

-Los míos tampoco... -repuso Grover-. Pero habría jurado...

-Vuelve al dormitorio -le dijo Brunner-. Mañana tienes un largo día de exámenes.

-No me lo recuerde.

Las luces se apagaron en el despacho. Y ellos esperaron unos cuantos minutos en la oscuridad. La cabeza de Leylah daba mil vueltas como cada vez que trataba de entender algo. ¿Había dicho Benévolas? ¿Qué pasaría en el Solsticio de verano? ¿La vida de su compañero estaba en peligro? Tenía esas y muchísimas más preguntas que no lograba encontrarle respuesta.

Al fina salieron al pasillo y caminaron en silencio. cuando llegaron a las escaleras ella lo detuvo para devolverle su libro que aun sostenía.

- ¿Fuiste al despacho del profesor para espiarlos? - no pudo evitar preguntarle.

- ¿Que? Claro que no. Necesitaba su ayuda para el examen.

- ¿Necesitas ayuda?

Las mejillas del semidiós se calentaron - Bueno, no todos somos unos genios - dijo con rabia

Ahora fue su turno de sonrojarse - No me estaba burlando, te estaba ofreciendo ayuda... Ya sabes porque soy un genio - subió algunos escalones - Mi cuarto está en el primer pasillo a la izquierda, por si cambas de opinión.

Entró a su cuarto y espero sentada en su cama. Cinco minutos después alguien toco la puerta, le sonrió a Percy una vez que abrió.

- ¿Puedes ayudarme? - se rasco el cabeza nervioso

- Adelante - Se movió para dejarlo pasar.

━━━🌙 ━━━

Llegó el ultimo día en la academia Yancy. Miro el dichoso libro que debía de devolver. Bajo las escaleras con su equipaje hasta la oficina del Sr. Brunner.

Toco la puerta y espero a que le dieran permiso. Una vez pudo entrar se encontró con el profesor sentado en sus sillas de ruedas y vestido como era usual. Delante de él se encontraban algunos papeles.

- Venia a devolverle el libro que me prestó, señor - Se lo tendió

- Muchas gracias - Asintió e iba a girarse para irse - Un momento, Leylah - El corazón de la chica se aceleró temiendo que mencionara la noche anterior - Escuche que ya no volverás el semestre que viene

- No, solo me dieron una beca para este curso - respiro con normalidad

El mayor se estiró para sacar una tarjeta del cajón de su escritorio y se la dio a ella - Es un lugar al que puedes ir si todo se complica. Es para personas como tu; Especiales. - Le explico.

Leylah leyó la tarjeta con atención

Colina Mestiza

Long Island, Nueva York

(800) 009-0009

- Lo tendré en cuenta, señor. Muchas gracias

━━━🌙 ━━━

En el autobús de regreso a Manhattan se encontró con dos de sus compañeros, Grover y Percy, ambos hablaban en susurros sin darse cuenta de que la niña estaba en el mismo lugar.

Lo prefería de esa manera porque cada vez que estaba cerca ellos dos algo loco e inexplicable sucedía. Se sentó varios asientos atrás y saco su libro para matar el tiempo.

En cierto punto del viaje se produjo un súbito y chirriante frenazo y empezó a salir un humo negro y acre del salpicadero. El conductor maldijo a gritos y a duras penas logró detener en el arden. Bajó presuroso y se puso a aporrear y toquetear el motor, pero al cabo de unos minutos anunció que tenían que bajar

De esa manera, Leylah se encontraba en medio de la nada con personas desconocidas.

- ¡Hey, Leylah! - Exclamó Grover cuando la vio bajar del autobús - ¿Vas a Manhattan?

- Si, obviamente - dijo con naturalidad, pero se arrepintió cuando vio como el chico asentía incomodo por el tono de voz que había usado - Quiero decir, el orfanato se encuentra allí así que...

- Bueno, eso es muy bueno - contestó Percy sin saber que decir.

La niña corrió la mirada a la calle, sin saber cómo seguir con aquella forzada conversación.

En el otro lado, cruzando los cuatro carriles de asfalto resplandeciente por el calor de la tarde, un puesto de frutas de los de antes. No había clientes, sólo tres ancianas sentadas en mecedoras a la sombra de un arce, tejiendo el par de calcetines gigantes... Lo más raro fue que parecían estar mirándolos fijamente.

- Oigan...-les dijo - ¿Las ancianas...?

- Díganme que no los están mirando. No los están mirando, ¿verdad?

- Pues sí. Raro, ¿eh? ¿Crees que me irán bien los calcetines? - La chica se rio levemente del comentario

- No tiene gracia, Percy. Ninguna gracia.

La anciana del medio sacó unas tijeras enormes, de plata y oro y los filos largos. Grover contuvo el aliento.

-Subamos al autobús -dijo el de muletas- Vamos.

-¿Qué? -replico Percy - Ahí dentro hace mil grados.

- Yo no subiré hasta que sea seguro

- ¡Vamos! - abrió la puerta y subió, pero ambos se quedaron atrás

Al otro lado de la carretera, las ancianas seguían mirándolos.
La del medio cortó el hilo, y ella jura que oyó el chasquido de las tijeras pese a los cuatro carriles de tráfico.

En la trasera del autobús, el conductor arrancó un trozo de metal humeante del compartimiento del motor. Luego le dio al arranque. El vehículo se estremeció y, por fin, el motor resucitó con un rugido.

Los pasajeros vitorearon.

-¡Maldita sea! - exclamó el conductor, y golpeó el autobús con su gorra - ¡Todo el mundo arriba!

La semidiosa se apresuró a volver a su asiento, retomó el su libro y volvió a su posición original. Ni siquiera se molestó en preguntarse qué era lo que había sucedido ahí afuera, estaba mucho más preocupada en lo que pasaría el resto del verano en su hogar.

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