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14. Ultima parada 

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Fue idea de Annabeth. En Las Vegas les hizo subir a un taxi como si realmente tuvieran dinero y le dijo al conductor:

—A Los Ángeles, por favor.

El taxista mordisqueó su cigarrillo y les dedico una mirada por el espejo retrovisor

—Eso son quinientos kilómetros. Tienen que pagarme por adelantado.

—¿Acepta tarjetas de débito de los casinos? —preguntó Annabeth.

Se encogió de hombros. —Algunas. Lo mismo que con las tarjetas de crédito. Primero tengo que comprobarlas.

Annabeth le tendió su tarjeta verde LotusCash. El taxista la miró con escepticismo.

—Pásela —le animó Annabeth. Lo hizo.

El taxímetro se encendió y las luces parpadearon. Marcó el precio del viaje y, al final, junto al signo del dólar apareció el símbolo de infinito. Volvió a mirarnos, esta vez con los ojos abiertos

—¿A qué parte de Los Ángeles... esto, alteza?

—Al embarcadero de Santa Mónica. —Annabeth se irguió en el asiento — Si nos lleva rápido, puede quedarse el cambio.

El vehículo agarró velocidad. En la carretera tuvieron tiempo de sobra para hablar. Percy les contó su último sueño, Leylah les dijo que también había estado allí, pero los detalles se volvieron borrosos al intentar recordarlos. El Casino Loto parecía haber provocado una niebla en sus mentes

—El sirviente había llamado al monstruo del foso algo más aparte de «mi señor». Había usado un nombre o título especial...

—¿El Silencioso? —sugirió Annabeth— ¿Plutón? Ambos son apodos para Hades.

—A lo mejor —dijo el chico, pero no parecía convencido

—Ese salón del trono se asemeja al de Hades —intervino Grover— Así suelen describirlo.

—Aquí falla algo. El salón del trono no era la parte principal del sueño. Y la voz del foso... No sé. Es que no sonaba como la voz de un dios. — Aclaró Leylah

Los ojos de Annabeth se abrieron como platos.

—¿Qué piensas? —le preguntó Percy

—Eh... nada. Sólo que... No, tiene que ser Hades. Quizá envió al ladrón, esa persona invisible, por el rayo maestro y algo salió mal...

—¿Como qué?

—No... no lo sé —dijo—. Pero si robó el símbolo de poder de Zeus del Olimpo y los dioses estaban buscándolo... Me refiero a que pudieron salir mal muchas cosas. Así que el ladrón tuvo que esconder el rayo, o lo perdió. En cualquier caso, no consiguió llevárselo a Hades. Eso es lo que la voz dijo en tu sueño, ¿no? El tipo fracasó. Eso explicaría por qué las Furias lo estaban buscando en el autobús. Tal vez pensaron que nosotros lo habíamos recuperado.

—Pero si ya hubieran recuperado el rayo —contestó la niña— ¿Por qué habrían de enviarnos al inframundo?

—Para amenazar a Hades —sugirió Grover—. Para hacerle chantaje o sobornarlo para que te devuelva a tu madre.

Percy dejo escapar un suspiro — Pero la cosa del foso dijo que esperaba dos objetos —repuso— Si el rayo maestro es uno, ¿cuál es el otro?

Grover meneó la cabeza. Annabeth los miraba preocupada

—Tú sabes lo que hay en el foso, ¿verdad? —le preguntó Leylah — Si no es Hades... ¿Qué es más poderoso que un dios?

—No hablemos de ello. Porque si no es Hades... No; tiene que ser Hades.

Cruzaron una señal que ponía: FRONTERA ESTATAL DE CALIFORNIA, 20 KILÓMETROS.

Para Leylah, y el resto, Hades ya no parecía ser la respuesta. Tal vez otra cosa, algo más peligroso

El problema era que estaban dirigiéndose al inframundo a ciento cincuenta kilómetros por hora, convencidos de que Hades tenía el rayo maestro. Si llegaban allí y descubrían que no era así, no tendrían tiempo de corregirse. La fecha límite del solsticio habría concluido y la guerra empezaría.

—La respuesta está en el inframundo —aseguró Annabeth—. Has visto espíritus de muertos, Percy. Sólo hay un lugar posible para eso. Estamos en el buen camino.

Al anochecer, el taxi los dejó en la playa de Santa Mónica. Había atracciones en el embarcadero, palmeras junto a las aceras, vagabundos durmiendo en las dunas y surferos esperando la ola perfecta. Grover, Annabeth, Leylah y Percy caminaron hasta la orilla.

—¿Y ahora qué? —preguntó Annabeth.

El Pacífico se tornaba oro al ponerse el sol, Percy miraba casi hipnotizado el agua. Parecía listo para correr hacia las olas. Leylah soltó su mano lentamente y se corrió un poco para atrás. Perseo avanzó un paso y luego otro, hasta que el agua cubrió sus pies.

—¡Percy! —llamó Annabeth—. ¿Qué estás haciendo? ¿No sabes lo contaminada que está el agua? ¡Hay todo tipo de sustancias tóxicas!

—Solo dale un minuto. Lo necesita —Leylah susurró, sentándose en la arena. Lo vio desaparecer debajo del agua

Annabeth y Grover se sentaron uno a cada lado suyo. Pasaron los primeros minutos en silencio. Hasta que Leylah habló

—No respondiste antes, ¿Qué es más poderoso que un dios?

—Leylah... —La rubia suspiró y la miró — Realmente espero que sea Hades

La niña asintió — Lo entiendo. Por que lo siguiente más poderoso es un titan, ¿Verdad? Y hay uno en particular que buscaría venganza

—Si — Annabeth la miró y sonrió apenas — Es una lástima que no seas hija de Atenea, cuando te conocí creí que lo serias o de Apolo

—Soy hija de Nix, que al parecer es peor que cualquier otra opción

—La gente teme a tu madre, es una diosa primordial. Incluso se dice que.... que incluso Zeus le teme un poco

—¿Enserio? — Preguntó sorprendida — ¿Por qué?

—Controla la noche, las criaturas nocturnas, las sombras, es bastante poderosa. Tú también lo eres

Leylah sonrió. — Lamento haber dicho que estabas enamorada de Luke, realmente no me importa si lo haces. Solo, estaba un poco frustrada con él

—Yo no... estoy enamorada de él — Su cara se puso roja — Pero te entiendo, a veces digo cosas cuando me enojo

—Empezare a confiar en Luke, al fin de cuentas, él no ha sido completamente malo conmigo. Además, Percy confía en él.

Ahora Annabeth sonrió de verdad — No te arrepentirás.

El sol se ponía lentamente, el atardecer oscurecía la superficie, Percy nadó hasta la superficie y caminó hacia ellos. Sus ropas se secaron al instante. Leylah se levantó y sacudió su pantalón.

Percy habló emocionado, de como una náyade le había dado unas perlas que lo ayudarían en su viaje al inframundo. La hija de Atenea hizo una mueca.

—No hay regalo sin precio.

—Éstas son gratis.

—No. —Sacudió la cabeza—. «No existen los almuerzos gratis.» Es un antiguo dicho griego que se aplica bastante bien hoy en día. Habrá un precio. Ya lo verás.

—Tal vez no viviremos lo suficiente como para pagarlo —Opinó Leylah. Se rio de la cara que pusieron los demás — Vamos, nos quedan un par de horas antes de que anochezca

Con algunas monedas que quedaban en la mochila de Ares tomaron un autobús hasta West Hollywood. Le enseñaron al conductor la dirección del inframundo que había sacado del Emporio de Gnomos de Jardín de la tía Eme, pero jamás había oído hablar de los estudios de grabación El Otro Barrio.

Le dieron las gracias y bajaron rápidamente en la siguiente parada. Caminaron a lo largo de kilómetros, buscando El Otro Barrio. Nadie parecía saber dónde estaba. Tampoco aparecía en el mapa

En un par de ocasiones tuvieron que esconderse en callejones para evitar los autos de policía.

Quedaron atónitos, sobre todo Percy, cuando delante de una tienda de electrodomésticos, en la televisión estaban emitiendo una entrevista de Gabe, su padrastro.

Estaba hablando con Barbara Walters, una presentadora famosa. Ella estaba entrevistándolo en su apartamento, en medio de una partida de póquer. Estaba acompañado de una hermosa mujer rubia.

«De verdad, señora Walters, de no ser por Sugar, aquí presente, mi consejera en la desgracia, estaría hundido. Mi hijastro se llevó todo lo que me importaba. Mi esposa... mi Cámaro... Lo siento. Todavía me cuesta hablar de ello.»

«Lo han visto y oído, queridos espectadores. —Barbara se volvió hacia la cámara— Un hombre destrozado. Un adolescente con serios problemas. Permítanme enseñarles, una vez más, la última foto que se tiene del joven y perturbado fugitivo, tomada hace una semana en Denver.»

En la pantalla apareció una imagen granulada de Grover, Annabeth, Leylah y Percy hablando con Ares. «¿Quiénes son los otros niños de esta foto? —preguntó Barbara dramáticamente—. ¿Quién es el hombre que está con ellos? ¿Es Percy Jackson un delincuente, un terrorista o la víctima de un lavado de cerebro a manos de una nueva y espantosa secta? Tras la publicidad, charlaremos con un destacado psicólogo infantil. Sigan sintonizándonos.»

—A veces me sorprende la estupidez humana — Murmuró la Riddle.

Cayó la noche y los delincuentes empezaban a merodear por las calles. Se cruzaron con miembros de bandas, vagabundos y ladrones que los miraban intentando calibrar si valía la pena atracarlos. Al pasar por delante de un callejón, una voz desde la oscuridad llamó

—Eh, tú. —Como un idiota, Perseo se paró

Antes de darse cuenta, estaban rodeados por una banda. Seis chicos con ropa cara y rostros malvados. A Leylah le recordaban a los de la academia Yancy: mocosos ricos jugando a ser chicos malos.

Instintivamente Percy destapo el bolígrafo, y cuando la espada apareció de la nada los niños retrocedieron, pero el líder era o muy idiota o muy valiente, porque siguió acercándoseme empuñando una navaja automática. Percy atacó primero. El chico gritó. Debía de ser cien por cien mortal, porque la hoja lo atravesó sin hacerle daño alguno. Se miró el pecho.

—¿Qué demo...?

—¡Corran!

No hacia falta que se lo digieran dos veces para que Leylah corriera por la calle, seguida de sus amigos. Giraron en una esquina.

—¡Allí! —exclamó Annabeth. Sólo una tienda del edificio parecía abierta, los escaparates deslumbraban de neón. Las letras eran medio ilegibles para los semidioses.

—¿Al Palacio de las Camas de Agua Crusty? —tradujo Grover.

Entraron en estampida por la puerta y corrieron a esconderse tras una cama de agua. Un segundo más tarde, la banda de chicos pasó corriendo por la acera.

—Los hemos despistado —susurró Grover. Una voz retumbó a sus espaldas.

—¿A quién han despistado?

Los cuatro dieron un respingo. Detrás de ellos había un tipo con aspecto de hippie y ataviado con un traje años setenta. Medía por lo menos dos metros y era totalmente calvo. De piel grisácea, tenía párpados pesados y una sonrisa fría. Se acercaba lentamente, pero daba a entender que podía moverse con rapidez si era preciso.

—Soy Crusty —gruñó con una sonrisa manchada de sarro.

—Perdón por a ver entrado así—Se disculpo Percy, Leylah se corrió un poco detrás del chico— Sólo estábamos... mirando.

—Quieres decir escondiéndose de esos chicos—rezongó—. Merodean por aquí todas las noches. Gracias a ellos entra mucha gente en mi negocio. Díganme, ¿Les interesa una cama de agua?

Iban a decir que no, pero él puso una mano en el hombro del chico y los guio a la zona de exposición. Había toda una colección de camas de agua de las más diversas formas, cabezales, ornamentos y colores

—Éste es mi modelo más popular. —Orgulloso, Crusty enseñó una cama cubierta con sábanas de satén negro y antorchas de lava incrustadas en el cabezal. El colchón vibraba, así que parecía de gelatina— Masaje a cien manos —informó— Venga, pruébenlo. Duerman una siesta. No me importa, total hoy no hay clientes.

—Pero... no creo que...

—¡Masaje a cien manos! —exclamó Grover, y se lanzó en picado—. ¡Eh, chicos! Esta bueno

—Hum —murmuró Crusty, acariciándose la barbilla— Casi, casi.

—Casi ¿qué? —preguntó confundido Percy.

Miró a Annabeth. —Hazme un favor y prueba ésta, cariño. Podría irte bien.

—Pero ¿qué...? —respondió Annabeth. La guio hasta una cama similar a la de Grover. Al principio no quería tumbarse, pero acabó cediendo.

Leylah comenzó a caminar hacia atrás, viendo que se acercaba a ella

—Ahora, tu, cariño... — la agarró por el hombro y, mientras ella le decía que la soltara, el acostó en una cama, empujándola

—¡Imbécil! —protestó ella.

Crusty chasqueó los dedos. —¡Ergo!

Súbitamente, de los lados de la cama surgieron cuerdas que amarraron a Leylah al colchón por las manos. Grover y Annabeth intentaron levantarse, pero las cuerdas salieron también de sus camas y se inmovilizaron.

El gigante miró a Leylah y luego volteó a Percy, el único libre. Lo agarró por la nuca y lo guio a otra cama

— ¡Venga, chico! No te preocupes. Te encontraremos una en un segundo.

—Suelte a mis amigos.

—Desde luego. Pero primero tienen que caber.

—¿Qué quiere decir?

—Verás, todas las camas miden exactamente ciento ochenta centímetros. Tus amigos son demasiado cortos. Tienen que encajar. No soporto las medidas imperfectas —musitó Crusty— ¡Ergo!

Dos nuevos juegos de cuerdas surgieron de los cabezales y los pies de las camas y sujetaron los tobillos y hombros de Grover, Annabeth y Leylah. Las cuerdas empezaron a tensarse, estirándolos.

Leylah comenzó a forcejear con violencia. Se estaba desesperando rápidamente. Las cuerdas comenzaban a doler, sus ojos se llenaron de lagrimas

—No te preocupes —dijo Crusty—. Son ejercicios de estiramiento. A lo mejor con ocho centímetros más a sus columnas... Puede que incluso sobrevivan, ¿sabes? Bien, busquemos una cama que te guste.

—¡Percy! —gritó Grover.

Perseo intentó calmarse y pensar en como sacar a sus amigos de allí, no podría usar la fuerza ya que aquel gigante lo mataría en un segundo. Intentó por otro lado

—En realidad usted no se llama Crusty, ¿verdad?

—Legalmente es Procrustes —admitió.

—El Estirador —dijo. Recordaba la historia: el gigante que había intentado matar a Teseo con exceso de hospitalidad de camino a Atenas.

—Exacto —respondió el vendedor—. Pero ¿quién es capaz de pronunciar Procrustes? Es malo para el negocio. En cambio, todo el mundo puede decir «Crusty».

—Tiene razón. Suena bien.

Se le iluminaron los ojos.

—¿Eso crees?

—Oh, desde luego —contestó— Y estas camas parecen fabulosas, las mejores que he visto nunca...

Esbozó una amplia sonrisa, pero no aflojó su agarre en el cuello. —Yo se lo digo a mis clientes. Siempre se lo digo, pero nadie se preocupa por el diseño de las camas. ¿Cuántos cabezales con antorchas de lava incrustadas has visto tú?

—No demasiados.

—¡Pues ahí lo tienes!

Leylah, que ya se estaba poniendo roja por el esfuerzo, realmente esperaba que Percy tuviera un plan además de hablar con el monstro.

—¡Percy! —vociferó Annabeth— ¿Qué estás haciendo?

—No le hagas caso —le dijo a Procrustes— Es insufrible.

El gigante se echó a reír. —Todos mis clientes lo son. Jamás miden ciento ochenta exactamente. Son unos desconsiderados. Y después, encima, se quejan del reajuste.

—¿Qué hace si miden más de ciento ochenta?

—Uy, eso pasa a todas horas. Se arregla fácil. —Lo soltó y del mostrador de ventas sacó una enorme hacha doble de acero— Centro al tipo lo mejor que puedo y después rebano lo que sobra por cada lado.

—Claro —dijo tragando saliva—. Muy práctico.

—¡Cuánto me alegro de haberme topado con un cliente sensato!

Las cuerdas ya estaban estirando más fuerte. Annabeth había enrojecido. Grover hacía ruiditos de asfixia, Leylah se quejaba en alto.

—Bueno, Crusty... —comentó, señalando una de las camas— ¿Y ésta tiene estabilizadores dinámicos para compensar el movimiento ondulante?

—Desde luego. Pruébala.

—Sí, puede que lo haga. Pero ¿funcionan incluso con un tipo grande como tú? ¿No se advierte ni una sola onda?

—Garantizado.

—¿De verdad?

—Que sí.

—Enséñamelo.

Se sentó gustoso en la cama y le dio unas palmaditas al colchón. — Ni una onda, ¿ves?

Percy chasqueó los dedos —¡Ergo!

Las cuerdas rodearon a Crusty y lo sujetaron contra el colchón.

—¡Eh! —chilló.

—Bien centrado —ordenó. Las cuerdas se reajustaron rápidamente. La cabeza de Crusty entera sobresalió por la parte de arriba y sus pies por la de abajo.

—¡No! —dijo— ¡Espera! ¡Esto es sólo una demostración!

Destapó el bolígrafo y Anaklusmos se desplegó.

—Bien, prepárate...

—Eres un regateador duro, ¿eh? —dijo—. ¡Te hago un treinta por ciento de descuento en modelos especiales! — Levantó la espada —¡Sin entrega inicial! ¡Ni intereses durante los seis primeros meses!

Asestó un golpe. Crusty dejó de hacer ofertas. Rápidamente cortó las cuerdas de las otras camas. Annabeth y Grover se pusieron en pie, entre temblores, gruñidos y maldiciones. Leylah se quedó un segundo acostada intentando nivelar su respiración, Percy se sentó a su lado y le seco las lagrimas

—Parecen más altos —comentó en tono divertido a los demás

—Uy, qué risa —resopló Annabeth—. La próxima vez date un poquitín más de prisa, ¿De acuerdo?

Percy se levantó y caminó hasta en el tablón de anuncios detrás del mostrador de Crusty. Había un anuncio del servicio de entregas Hermes, y otro del Nuevo y completo compendio de la Zona Monstruo de Los Ángeles.

Debajo, un panfleto naranja de los estudios de grabación. El Otro Barrio ofrecía incentivos por las almas de los héroes. La dirección estaba indicada justo debajo con un mapa.

—Vamos —dijo

—Danos un minuto —se quejó Grover— ¡Por poco nos estiran hasta convertirnos en salchichas!

—No sean quejumbrosos. El inframundo está sólo a una manzana de aquí.

Leylah se levantó con calma de la cama, sus piernas temblaron lentamente e intento que su voz no hiciera lo mismo

—Finalmente. Ya me cansé de esta estúpida misión.

Caminaron a la salida y Percy los guio hacia la entrada del inframundo. 

Voten y comenten que les pareció!!

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