Capítulo 17: Esta es la última vez.

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng


El poseer no es algo de lo que uno es consciente de inmediato.

Poseer cuando alguien quiere tomar parte de tus alimentos. Tus cosas. Tu ropa.

Poseer cuando alguien toma la mano de quien deseas. Sabes que es posesión porque el estómago se te revuelve, pero reconoces que solo es eso, un sentir; no te pertenece.

Estocolmo.

Pasé más de lo que me gustaría admitir, con la mente atiborrada de Hipo.

Sobre si tenía algún amigo cercano aparte de Exin. Si en ese tiempo en que no tuvimos contacto, conoció a alguien más que le hizo compañía. Si acaso se había vuelto más cercano de la persona que le besó. Y levantarme de la cama fue difícil con eso mente.

Lo conocía desde hace años. Lo había besado hace tiempo. Habíamos intercambiado momentos íntimos, que de solo recordarlos me retiraban el aire tantas veces como me hacían recuperarlo. Era difícil asimilar que había conocido a alguien como él, no solo su persona, sino todo lo que significaba conocerle.

Confieso que le debía parte de mi existencia, todas mis páginas favoritas del libro de mi vida. Si lo censurara de aquellas escenas, mi obra carecería de significado.

Ahora que Hipo había vuelto por sus últimas apariciones, pensé que me desgarraría. Su mirada se había vuelto más intensa. La forma en que sonreía había cambiado, como una perla dentro de una almeja, o una flor rompiendo el pantano. No me creía capaz ni de describir su respiración, alterada, inestable, arrolladora.

Me tropezaba de solo pensar en él, y todas las noches que lloré porque no era mío.

—¿Te gustó la cena?

—¿Mm? —Miré a Impostor antes de golpearme con un bote de basura en la salida.

—¿Estás bien?

—Para nada. —Sonreí, reincorporándome—. Perdón, digo, todo bien. No dolió. Mi umbral de dolor es alto.

Impostor esbozó una sonrisa. Siempre andaba vestido como con uniforme, prendas que desde lejos lucían caras, casi de futuro funcionario público. No me disgustaba su apariencia; tenía el cabello corto, ojos verdes, su complexión no era ni mucho ni poco. Si algo me gustara de él, eso sería su porte: formal.

Verga, es porque pienso en Hipo.

Estaba consciente de que mi cabeza se hallaba en las nubes así que estiré mis manos para evitar golpearme con la puerta. Impostor fue quien la empujó para ayudarme a salir; yo agradecí el gesto, pero no le di respuesta cuando me preguntó si pasaba algo.

—En mi curso estamos aprendiendo acupuntura. Hay muchas personas que buscan fisioterapia con acupuntura, así que nos enseñan las bases en caso de que queramos incursionar hacia ello. He estado pensando en mis tareas de ello —comenté, tratando de aclarar mi cabeza. Afuera el frío me golpeó como si fuese de papel—. Así que en sí, muy muy concentrado en el ahora no ando. Pero disfruté la cena.

Él no me miró, sus pasos por la avenida eran rápidos. Aceleré mi caminar para acercarme a su cuerpo.

—¿Impostor?

—¿Mm? Sí, la cena fue fantástica. Gracias por acceder a salir. —Y me miró, antes de dar algunas palmadas a mi espalda.

Creo que el distraído es otro.

Planeaba cenar con Impostor, que sacáramos el tema de nuestras citas o lo que sea que llevábamos haciendo hace meses. Le di prioridad a ese asunto, incluso cancelando una reunión con Hipo, porque me pareció necesario definir lo que teníamos. No me gustaba a nivel romántico, su compañía no era la más entretenida, pero su persona no me parecía mala.

Si los matrimonios funcionan así, Impostor entra en la categoría de "buen compañero."

Nos detuvimos frente a unas fuentes con luces nocturnas, que hacían arcos de agua cada tres minutos. Acababa de desaparecer cuando saqué mi teléfono para grabar, así que aguardé de espaldas a Impostor.

Quisiera retirarme ya.

Le diré lo que no estoy interesado en conocer más personas. Y me disculparé, por hacerle perder el tiempo.

—Imp, ¿puedo decirte así? —Murmuré, casi al viento. Peiné uno de mis cabellos que eran golpeados salvajemente, y giré en mis talones—. La verdad es que...

El sonido de unos mariachis me aturdió, haciéndome abrir los ojos y curvar las cejas en los cuatro señores que comenzaron a tocar a todo volumen. Les sonreí aunque me costara apreciar por el ruido de la multitud que se juntó, o las flores que robaban mi atención sobre los brazos de Impostor.

Elevé mis comisuras aún más, paralizado de terror.

—¿Qué haces? —Hablé entredientes. Maldije que ni siquiera yo me escuchaba con ese escándalo.

Impostor iba más formal como de costumbre, no le presté atención hasta ese instante. Cargaba rosas rojas, bastante clásicas, envueltas en papel negro. Lucía nervioso, aunque sonriente, como si el traje le quedara pequeño. Removí un poco la bufanda alrededor de mi cuello y di un paso al frente para hablarle.

Las personas habían comenzado a aplaudir ante mi reacción, cosa que me hizo frenar.

—Est, hace tiempo estaba pensando en dar este paso —habló, al momento en que los mariachis tocaron más bajo—. Sé que no estás acostumbrado a estos detalles, y la verdad es que es la primera vez que me nace hacerlo. Quisiera, con más formalidad, pedirte que probemos a ir en serio.

Miré a un costado suyo la cámara imaginaria; esperé que hicieran zoom en mi expresión sonriente, porque no estaba entendiendo un carajo lo que ocurría. Hasta me sentí mal, por pasar la noche pensando en cómo rechazarle sin pensar en los nervios que él andaba sintiendo por declararse.

¿No es ese...?

Distinguí a Hipp detrás de uno de los mariachis, su cabello y altura eran reconocibles incluso si ocupara lentes. Mi expresión se tornó de angustia, como si me hubiesen privado de oxígeno; pensé que éramos dos extraterrestres intercambiando miradas en tierras desconocidas.

—¿Saldrías con...?

—¿Te casarías conmigo? —La fuente encendió cuando soltó esa pregunta.

Realmente pasé años preguntándome por qué no podía tener lo único que había querido desde mi adolescencia, mi salida de esta, y mi adultez.

—¿Eh? —Torcí una mueca.

Ni porqué los dioses lunáticos se habían encargado de jugarme bromas tan pesadas, si solo me crearon para ser un par de manos en la tierra, no una persona a quien consideraran con opinión o deseos personales.

—¿Mm? —Impostor retrocedió, confundido. Las personas alrededor pararon de aplaudir.

Y había crecido lo suficiente para saber que nada nos pertenecía como humanos, ni otros, ni nuestros nombres, ni nuestros hogares. El mundo era libre, por eso en cuestión de espíritu había más deseo. Más sentido de posesión.

—¿Que me case contigo? —Hablé. Hipo, quien parecía haber corrido como nunca, con el flequillo pegado a la frente por el sudor, asintió con rapidez—. ¿Ajá?

Yo ansiaba no poseerle, ansiaba que me poseyera. Pero sabía que él nunca lo aceptaría. Eso fue mi desgracia.

—No tengo anillo, pero te compré una pulsera de camino acá... —Trató de sacar algo de su pantalón. Los desconocidos volvieron a aplaudir poco a poco, extrañados. Impostor bajó las flores hasta la altura de sus rodillas.

—Hipo, ¿qué haces?

—¿Apuesto más por ti...? —Dudoso se detuvo—. Perdón, creo que debo confesarlo: no terminé de entender lo que pedías. Su propuesta era de noviazgo, así que pensé en algo que fuese más importante que eso.

—Hipo, no, definitivamente no era lo que pedí. —Solté una carcajada.

Impostor se aproximó a ambos, con las flores en mano, pero me limité a mirarlo sin recibirlas. Para ese momento, todos los mirones se habían dispersado.

—¿Me disculpas un momento? —Y con eso, me retiré a unas calles cercanas.

Caminamos a varios metros del lugar donde ocurrió semejante escena. Había escuchado que entraría un frente frío todo ese fin de semana, así que Hipo venía igual de abrigado que yo. Sus mejillas rojas, la nariz que me pareció irritada, y los ojos que achicó por el viento. No intercambiamos palabras hasta que fue difícil seguir en silencio.

—Quería preguntarte sobre el asunto del infiltrado —pronunció, sin detenerse—. River, si no me equivoco.

No respondí, pero mis pasos fueron más cortos. No tardó en darse cuenta de que me quedaba atrás, así que también cambió su ritmo.

—Ah, sí, sobre eso... —soné vago, con una mano en mi nuca—, no hay mucho que decir. Bueno, no cosas buenas. Creo que no solo se trata de él, hay más involucrados. Los seguí, sí, sí, los seguí hasta su punto de reunión. Vi a otros dos sujetos vestidos iguales, parecían esperarlo. Y una señora. Hablaron de algo que pasaría el 31, el siguiente mes... este mes no tiene 31 días.

—¿Más involucrados? ¿31? ¿De qué hablas? —Me miró de reojo—. ¿Podrías darme más detalles? Es preocupante, literalmente no creo que alguien más lo sepa. Tampoco puedo dejar que vuelvas a seguirlo, pueden hacerte daño.

Me detuve, así que él también lo hizo a un metro de distancia.

Lucía confundido, pero yo me sentía atontado. No sabía en realidad de qué me hablaba Hipo. ¿Cómo podía hablarme de eso? Como si fuésemos compañeros de trabajo que solo intercambiaban información del día, ignorando por completo esas últimas semanas, esa última propuesta que por un maldito segundo me hizo anhelar más de lo que podía permitirme.

—¿Estás bien...? —Dio algunos pasos hacia mí, pero retrocedí. Bajó la mano cuando le miré, como si hubiese sido advertido.

A veces me lastimas, más de lo que me gustaría admitir.

Porque eso, me asusta que eso, sea jugar con mi síndrome.

—Hipo, te pido por lo que sea en que tú creas, que seas directo conmigo —espeté, apretando mis dedos contra mis palmas—. ¿Qué quieres de mí? ¿Que me aleje, que no pare de avanzar hacia ti? ¿Que solo te ayude y no busque más? Pídeme lo que sea, sabes que soy alguien de palabra. Y te juré, los dioses saben que te juré, que estaría para ti cuando lo necesites, sin importar lo que fueses a hacer. Así que sé claro de una vez por todas.

—Perdón por ponerte en riesgo, no es algo que haría jamás. Lamento no haberlo previsto antes, así que...

—NO HABLO DE ESO, HIPO. —Mi corazón se aceleró, casi me dejó sin palabra pues el viento frío me entró—. No hablo de eso... ¿Qué fue lo de hace un momento? ¿Por qué pides algo así? ¿Qué te pasa?

—Est, no sé qué...

—Te pido solamente que me digas qué quieres, no huyas más de mí —exigí. Mi orgullo me forzó a no bajar la cabeza, pero me sentí como una pluma usada, dándome golpes a mí mismo para que no se me acabara la tinta, las palabras. No podía quedarme en blanco después de años de silencio, sin haber hecho uso de todo lo que había dentro de mí.

Con Hipo las palabras siempre me sobraban, y al mismo tiempo, me faltaban. Nada era suficiente.

—Si pudiera, te lo pediría todo —pronunció, a contraluz por la farola blanca. El viento le cubría el rostro de cabellos—. Pero mis sentimientos me limitan a respetar lo que tú desees darme.

—Quiero dártelo todo.

Conocí a Hipo cuando tenía trece, casi catorce años. Pasé un tiempo queriéndolo, otro tiempo odiándole, otra temporada amándole, e incluso, atesorando la idea de una amistad entre ambos. Aún me sorprendía lo capaces que éramos de alargar las cosas, también la facilidad con que dábamos cualquier paso; un primer beso, nuestra noche juntos, y ese día, que simplemente corrió para interrumpir una propuesta.

—Entonces lo recibiré.

Allí parado, con el viento golpeándole, no me pareció que fuese a moverse hasta que la noche se volviera día. Tan recto, erguido, decidido. Toda su postura me transmitió confianza.

—Recibiré todo de ti, y no te agradeceré por ello; lo atesoraré de la mejor manera. Y te devolveré el valor equivalente, como si ninguno hubiese perdido nada.

—Nada es una pérdida contigo, Hipo.

¿Recuerdas que me gusta cuando hablas como negociante? A eso me refería.

Cosas como la pertenencia, anhelos pasados, ideas enterradas, me atormentaban de formas que me replanteaba si acaso estaba dañado, porque no me parecía que fuese normal sentirse tan atormentado por cosas así. Quizás no era algo que las personas expresaran con regularidad.

Sabía que mi vida con Hipocondríaco había significado más que mi propio nombre. Y me dejé a mí mismo en él. Con el tiempo, pude recuperarme; tuvo el gesto de devolverme intacto.

—Perdón por lastimarte durante el proceso. —Se disculpó por última vez, porque sabía que sería la última. Ese era él.

—Soy un hombre duro. —Elevé mi puño a la altura de su rostro, sonriente.

Deseaba retirarme con Hipo para retomar lo nuestro, pero no lo hice tras haber intercambiado palabras sobre Impostor. Mi cabecita era consciente de que no fue la mejor idea volver tan enojado.

—Pensé que no regresarías...

Arrojé mis nudillos contra su pómulo izquierdo, haciéndole doblar las rodillas sin permitirse resbalar al piso. Impostor ya no llevaba nada sobre él mas que su duro semblante.

—¿Qué quieres de mí? —Y le agarré del saco tan elegante que vestía, evitando que se ocultara tras sus manos—. Eres un sinvergüenza, no te cubras sin decirme quién eres. NI SIQUIERA TE CONOZCO, WEY.

• • •

HIPO SE ARMÓ DE VALOR PARA CONTARLE SOBRE IMPOSTOR.

Y no solo eso, se le declaró. Ha sido un largo camino hasta este día, casi 60 capítulos para ser exactos.

Ahora que se han cumplido todas mis metas, solo diré, ¡GRACIAS!

¿Cómo están?

¿Quieren comentar algo sobre estos dos?

Muchísimas gracias bandita, por querer tanto Línea Azul. Sé que es una obra larga y densa, pero no he parado de escribirla porque tengo mucho que decir, y varias reflexiones que escribir. La introspección de cosas simples y un poco más complejas siempre me ha motivado.

Les quiero muchísimo. De todo corazón, gracias a quienes hacen dibujos, comentan, me regalan una estrella. Espero en un futuro poder seguir contando historias.

¡Les amo!

~MMIvens.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro