Capítulo 21: No soy detective.

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng


Terminar algo que nunca tuvo inicio.

Marcar el final de algo que no pudo ser, sonaba gracioso, melancólico, amargo. Me llevaba aquellos sentimientos a medias, junto al juramento de nunca volver a ver a la persona con aquellos ojos.

Porque el daño de intentar comenzarlo, hizo que ardiera con velocidad.

Estocolmo.

Mis sentimientos por Hipocondríaco dificultaron su vida. Desde la cuestión académica hasta su confianza, a pesar de sólo saber una parte de la historia en la que le hicieron bullying, sin muchos detalles pues Exin no habló demasiado.

Tenía el deseo de quitar un peso de encima de él, hacerle saber que no tiene que sentir culpa por las cosas del pasado. Ni responsabilidad por mi tonto amor.

Pero también me costaba lidiar con la culpa de ser ignorante, el rencor que acumulé por años, la esperanza de superarlo como persona.

Desearía tener la fuerza mental de Hipocondríaco. No pude ni proponerle cargar la culpa entre ambos, solo propuse dejarlo atrás. ¿Pero cómo huyes de algo que ya definió tu camino en la vida?

—Ya puedes soltarme... —Hipocondríaco interpuso su otra mano, haciendo que nos soltásemos con delicadeza, de tal forma que sus palmas se volvieron cuencas que parecían solo envolverse más con mis dedos.

Sonrió, como el chico que conocí en secundaria, del cual su rostro era difuso debido al poco valor que tenía para verle. La misma sonrisa, la misma sensación cálida que me brindaba e inspiraba confianza de sonreír también.

Los recuerdos desbloqueados me hicieron jurar no volver a causarle problemas, no volver a sentir nada por él, ni cariño o rencor. Volver al momento en que dos desconocidos intercambiaron palabras en un salón, sin intención de afectar al otro.

¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué no me di cuenta antes de esto?

—Estocolmo, ¿cómo está tu espalda? —Una voz desenfocó mis ojos de Hipocondríaco. De forma inconsciente mis manos terminaron en mi pecho, como si fuese a protegerme, sin querer hacer más contacto.

Impostor metió una mano a su saco, mientras palpaba mis hombros con su palma derecha. Su aspecto impecable, como de costumbre, no dejaba de sorprenderme.

Parecía recién bañado 24/7.

—No usas el broche que te di, ¿cierto? —Preguntó con cierta sonrisa que me puso nervioso, no sabía si la respuesta le gustaría.

—Se me cayó anoche después de...

Saltar. Digo, debió caer en algún lugar, no creo que se perdiera.

—Oh, déjalo, quizás Tourette lo recogió entre las cosas que limpiamos ayer.

En tu perra, no hables de eso aquí.

Le hice señas para que no lo comentase, Hipocondríaco sabría que no fui solo desde el inicio, sería demasiado que asimilar para su orgullo. Aparté con ambos brazos a Impostor para ver a Hip, pero no comprendí la palidez en su rostro.

Hipo miraba algún punto en el suelo, de espaldas a los rayos del sol. Los segundos pasaban pero no dio ni un paso, mientras Impostor solo continuó hablando conmigo e insistiendo en entrar a hablar con Marfán.

—Me alegra que estés bien. Estaba preocupado por...

—Aguarda... —me aproximé al más alto, con la duda de si posar mi mano alrededor suyo—. Hip, ¿te encuentras bien? ¿Estás desorientado? Perdón si te duele algo, quizás no hice un buen trabajo con tu espalda, pero se puede solucionar, ¿va, va?

Debo ser cuidadoso, algunos trastornos necesitan más atención.

—¿Dónde se encuentran los baños? —Musitó, con los párpados fuertemente apretados.

—Ah, te llevo, si quieres apóyate en...

Dio un paso atrás, repitiendo la misma pregunta. Las palabras apenas le salían, creí que había tragado algo mal. Le miré de arriba abajo con el ceño fruncido.

—Yo te llevo.

—¿Dónde están? —Volvió a preguntar, no quería que le llevara.

—¿Por qué no dejas que vaya al baño de la enfermería? Puede ser incomodo ir a donde van los otros alumnos de la escuela. —Propuso Inpostor, tenía un punto a destacar. Le dije a Hip que solo volviera a la enfermería, sabía el camino así que no necesitaba guía.

Hipocondríaco volvió al interior de Savant. Yo no pude sacarlo de mi cabeza.

Desvié la mirada varias veces mientras hablaba con Impostor. Le pedí que me disculpara pues no lograba concentrarme, ya que Hipo no lucía bien; me preocupaba que su dolor de espalda volviese y eso afectara su trastorno, o la simple idea de que algo no estaba bien.

Hoy fue diferente, buscaba el contacto. Quizás reaccionó mal a ello.

Volví a la enfermería, dando vueltas en círculos. Preguntarle, ayudarle, entenderle; siempre con la mente en la simple idea de que necesitaba ayuda. No podía seguir empatizando con él, no después de nuestra tregua, éramos solo conocidos ahora.

—¿Por qué siempre vuelvo al mismo punto? —Me maldije, por volver a dudar, una y otra vez sobre mi propio juicio.

Me aferré a mi sudadera deportiva. Estaba por sentarme cuando reconocí los sonidos al otro lado de la puerta del baño. El vómito, junto a las arcadas de dolor, me recordaron aquellas noches cuando mi hermano vomitaba por su enfermedad. Aún con un oído atrofiado no olvidaría ese sonido.

¿Qué está vomitando?

Me levanté alterado, pero no fui capaz de tocar la puerta. El sonido se había detenido y solo el silencio permaneció, junto a mi respiración pausada que no procesaba el momento.

¿Por qué vomitó? ¿O confundí los sonidos?

Reuní la fuerza para volver a levantar el brazo, quedó suspendido pues la puerta se abrió al momento. Hipocondríaco miraba al frente sin bajar los ojos para no hacer contacto visual conmigo; solo pidió permiso para que le dejase pasar.

—Ah, sí, sí. —Me aparté, incómodo.

—Ya me retiro, comí algo en mal estado. —Su dura expresión, el ceño fruncido de siempre. Le miré con sorpresa por percatarse de que le escuché vomitar.

—¿Y no quieres algún medicamento?

No soy idiota, eres Hipocondríaco. No estarías tan tranquilo si hubieses comido algo descompuesto.

Negó con la cabeza. Su altura no siempre era tan evidente debido a que doblaba un poco las rodillas cuando me hablaba o caminaba a lado mío, pero no las dobló y siguió por el pasillo con prisa. Yo intenté tomar su mano, otra vez, para guiarle.

La recogió en su pecho con disgusto.

—No me toques, por favor. —Pidió, sin detener sus pasos.

Yo quedé varios metros detrás.

¿Qué rayos pasa con él? No soy detective para entender su actitud.

Caminé de todas formas hasta verlo salir. Al menos asegurarme de que cruzara bien la calle porque con esa prisa seguro lo atropellaban, no tenía muchas ganas de atender a un herido por choque. Extrañamente se detuvo en la entrada, frente a un vehículo blanco.

—Oye, hablemos, no entiendo tus señales... —Una mano se interpuso en mi camino.

—¿A dónde vas, wey? —Me cuestionó el castaño. Retrocedí un poco para ver su rostro, me pareció familiar pero no podía imaginar de dónde lo conocía.

—Apártate, solo sigo a alguien. —Exigí. Giré el cuello para ver a Hipo, quien no se metió al carro por verme.

—De aquí no pasas, gallo. —Usó un término que solo oía en taqueros cuando le hablaban a gente de tez muy oscura.

Qué verga.

—¿Y quién te da el derecho de prohibírmelo, puta cara de garnacha mal pintada? —Solté, emputadísimo.

Vengo aguantando desde anoche un pinche día pesado, los cambios de humor de Hipo, y ahora un pendejo que se pone mamón. No era mi mejor momento para ser amable.

—¿Garnacha mal...? —Me miró horrorizado.

Volteó a ver a Hipocondríaco, señalándome como quien señala a su agresor, luego su propia cara. Yo miré al otro, sin saber que se conocían.

—¿Hip, tengo esa cara? —El castaño le preguntó entre sollozos.

—No, te ves lindo... —Hipocondriaco respondió aturdido, pero le tranquilizó como pudo para que no chillara.

Volví a mirar al castaño que hacía un alboroto. Recordé sus pecas, eran las mismas que las del chico que se reunió con él en la cafetería, pero el cabello era distinto al igual que el maquillaje en las cejas. Supuse que solo era una peluca o se cambió el tinte.

—Él es a quien venía a ver... —Hipo murmuró, acerca de mí.

¿LO DICES AHORA?

—Hola. —Saludé con gran distancia. Primera impresión terrible, resoplé para mí mismo.

—Ah, hola. —El otro también se alejó más, como si intentase huir. Se dirigió al otro de nuevo—: Amor, ya vámonos, ¿no? Me cuesta hablar con gente extraña, ¿por qué no me dijiste antes de que le ofendiera? Qué oso.

Amor.

Hipocondríaco no se despidió, solo subió al carro y dejaron las instalaciones sin mirar a atrás. Yo me encogí de hombros mientras rascaba mi nuca, sin entender qué demonios había pasado, ni siquiera quise hacer el intento de entenderlo. Ya no era mi asunto.

~•~•~•~

Marfán me solicitó, no solo a mí sino a varios involucrados en los incidentes recientes, que no mostráramos debilidad o siquiera muestras de afinidad con los del consejo y comité disciplinario de L.A. Al menos no hacerlo en la semana de organización antes del evento.

Su petición me pareció extraña, he de admitir. Nuestra intención era tener un PLJ pacífico, ¿por qué seríamos hostiles durante la preparación?

—Es psicología inversa, el consejo de Savant busca superar el de L.A. y viceversa, si hay rivalidad esto se hará con más rapidez y evitaremos retrasos por intento de sabotaje.

«Intento de sabotaje», se refería al equipo que lideraba Hipocondríaco. Pero dudaba que intentaran algo más.

Los primeros días de trasladar cosas para vaciar salones y acoplar otros, fue tranquilo. Se llegó la conclusión de que el PLJ debía ser parcialmente un "quédate en casa", digo parcial porque arreglaríamos dormitorios para quienes vivían lejos y los autobuses no salían a esas horas; quienes se quedaran a dormir en casa debían firmar la hora de su salida.

Quienes se quedaban en la escuela, debían ir preparados.

Entre papeleos, vi varias veces a Hipocondríaco. Nuestros ojos se encontraban con regularidad pero cada quien seguía su camino, desprendiendo ese aire de rivalidad tan solo por portar un uniforme distinto.

Rozábamos hombros, volteábamos al sentir la mirada del otro, en ocasiones parece que solo buscábamos nuestras posiciones. No supe si le habían dado la misma instrucción que a nosotros, pero no éramos amigables, evitábamos el hablar.

A veces forzaba las miradas con él. Sin vergüenza nos observábamos, asentíamos como saludo al otro.

—Ah, yo... —Balbucía algunas cosas al ayudarme con cajas de los clubes. Sin ofrecerse, sin pedir agradecimiento, sin verme, solo su ayuda desinteresada.

—Gracias. —Le ofrecí algunas palmadas.

—Mh. —Se retiraba.

En especial a la hora de la comida en Savant, muchos de los organizadores de L.A. comían con nosotros en los descansos. Una mesa les fue asignada, cerca de la de mi club, así que en cada alimento y bebida ingerida me veía con Hipocondríaco. Años de no poder verlo directamente a los ojos estaban acumulados, ahora no podía pasar el tiempo sin verlo.

Y él jamás apartó su mirada.

—Disculpa, enviaron a Exin a pedirle a los atletas que organicen actividades deportivas sin competencia, debido a que debemos evitar la comparación con el festival deportivo anual. —Me explicó un rubio que estuvo involucrado en el allanamiento. Su mano me detuvo antes de abandonar la cafetería, mostrando el gran contraste en los tonos de nuestra piel.

Le miré de arriba abajo, para después desviarme en Exin, quien estaba a un costado. Me daba escalofríos tan solo tenerlo cerca.

—Dile a tu novio que no te use de paloma mensajera, ¿va que va? —Aparté mi mano, incómodo.

—¿Qué? —Arrugó el entrecejo—. No es mi novio, nada más joteamos con amigos pero no tengo que hacerlo con los de tu tipo, wey. Dats wir.

That's weird...

Le dio un codazo al otro para que lo confirmara. Exin seguía de brazos cruzados, mirando hacia algún otro lado sin querer dirigirme la palabra o siquiera responderle a lo que sea que fuera Desrealización de él.

—En fin, jamás saldríamos. —Afirmó el rubio.

—Solo déjalo... —Exin le tomó del brazo. No supe si sonaba tan tranquilo porque yo estaba allí o se sentía mal por otras razones.

—Lo rechazaron sin siquiera hablar. —Se me escapó una risilla.

Ambos me miraron, con cierta angustia ante mi comentario. Me di cuenta de que lo dije en voz alta. Hipocondríaco tenía razón, era un hábito espantoso.

—Perdón —musité.

—No quiero discutir aquí. —Exin me señaló con el dedo índice. Era impresionante lo mucho que apreciaba a su amigo Hipo, incluso le obedecía con respecto a no meterse conmigo.

Se llevó a rastras al rubio.

Impostor, estudiante que se sentaba junto a otros chicos de altas calificaciones, también interactuó conmigo, casi tanto como Tourette. Nos hablaba al acomodar cosas, preguntaba si necesitábamos ayuda en algo y regularmente captaba mi atención.

—¿Tu trastorno es hereditario? —Quiso saber, de cuclillas a un lado mío para verme recoger las redes en el gimnasio.

—Sip, mi papá fue Estocolmo. —Respondí sin mirarle.

Mi padre había sufrido un secuestro de pequeño, no duró más de cuatro horas pero eso detonó su trastorno en la etapa de genio. Cuando conoció a mi madre ya había superado aquello así que no tuvo confusión en sus sentimientos. Su último hijo, yo, sería quien heredaría su condición.

Ser incapaz de reconocer el amor. Qué ironía.

—¿Alguna vez te has enamorado? —Curioseó el otro. Volteé a ver sus manos para asegurarme de que  también estuviese jalando las redes y no solo estuviese de chismoso.

—Probablemente, sí, sí. —Me encogí de hombros.

—¿Por qué esa respuesta? —Se rió.

No le respondí, no quería conversar de mis amores con solo alguien que ayudaba a Marfán.

—Pensé que serías parecido a mí. No puedo tolerar la idea de que alguien me quiera por mi persona, suelo sentirme inferior y poco merecedor de alguien debido al síndrome del impostor —hizo una pausa, consiguiendo que mis movimientos se helaran al escuchar la similitud en nuestros sentimientos—. Si tú amaras a alguien, te creería, incluso si se vuelve tu obsesión. Pero es difícil creer que a uno lo aman, ¿sabes?

Asentí, mis ojos se perdían entre las líneas de mis manos, irregulares, apuntando en distintas direcciones. No me hacía feliz tampoco obsesionarme, querer a alguien al punto de olvidarme de mí mismo, capaz de culparme por todo, incapaz de decir no.

Hipocondríaco caminó junto a la presidenta de L.A, Bipolar, entregando papeles mientras jalaba a un estudiante de la corbata por no traer cubrebocas. Supe que volvimos a cruzar miradas, cuando su expresión se tornó vacía. Miró a Impostor como si fuese parte de mi suciedad.

Era doloroso desconocer a alguien.

—No sé lo que es gustarle a alguien —susurré, antes de volver a mis actividades.

El último paso para dar inicio a un buen PLJ, fue hablar con mis padres sobre aquel evento del que nunca me habían escuchado hablar. Durante la cena mi madre no concebía la idea de tenerme tantas horas fuera de casa o en ocasiones no volver.

—Pero alguien tiene que recoger a Sábado —objetó, tomando asiento con rapidez. No había terminado ni de servir el plato de mi padre, quien se lo tuvo que arrebatar de las manos para terminar de servirse la pasta.

Sábado, qué buen apodo el de mi sobrino.

—No, no digas eso —mi hermana mayor también tomó asiento para hablar, con el niño prensada a ella cuál chango—. Le pediré a una amiga que pase por él si no salgo a tiempo del trabajo. Igual trataré de llegar a tiempo.

—Tienes que ayudar a tu padre con el mantenimiento de sus peceras, sabes que sin ti se le mueren los peces, mi canelón. —Ella insistió, levantando el tenedor para comer, aún con el plato vacío porque tampoco se había servido. Yo era el único de los tres ya comiendo.

Oh, me da tanta vergüenza escuchar "canelón".

—Yo puedo cuidarlos, tú disfruta tus actividades, muchacho. —Mi papá sonaba siempre como un señor cualquiera de mi casa.

Mamá le miró con ganas de estrangularlo, desesperada porque alguien estuviese de su lado. Esa expresión de desconcierto demostraba la rapidez con la que su rostro envejeció esos últimos años, quizás por el estrés y la ansiedad; dejó de ir al salón a arreglar su cabello y perdió la dieta con la que nos crió.

Siempre quiso mantenerse joven para que le pudiésemos presumir. O al menos solo uno de sus hijos, que en paz descanse, le presumiera.

—Sé que no te gusta que estemos fuera de casa, ma, pero le traigo unas ganotas al PLJ desde hace un buen. —Le hablé relajado para alivianar su estrés. Dijo que lo pensaría, no soportaba la idea de que un hijo en su casa le faltara.

Yo estaba que me cargaba la mierda. Hice tanto para que mi madre meditara si dejarme ir o no.

Sábado comió sus verduras sin mostrar interés en nuestra conversación. Sus manos de un bronceado claro pasaban por el plato hasta llevarlas a su boca. Era un niño silencioso, parecía un muñeco de ojos brillantes y enormes que heredó de su padre.

Al menos uno de nosotros no sabía lo que ser parte de una familia con cáncer hereditario significaba. La infancia me resultaba envidiable, más que el ser un humano común.

• • •

MI CHICA DE HUMOOOOOO

BUENAS BUENAS. Parece que el PLJ está por comenzar. Estocolmo parece dudar de conseguir el permiso de sus padres. Ya se imaginarán cómo le hará Exin, que lo ve aún más imposible.

SÁBADO ES EL SOBRINO DE ESTOCOLMO. Está muy chiquito así que solo duerme y come.

Ryna, la madre de Est se volvió sobreprotectora, no le habíamos visto en toda la obra. Estocolmo nunca le pide permisos de frente, siempre envía un mensaje como "oye, voy a llegar tarde o solo no llegaré", así que ella ya no objeta en esos casos.

Impostor insiste en hablar con Estocolmo o estar cerca de él. Hipo prefiere centrarse en sus cosas, alejarse.

¿Comentarios? ¿Detalles que notaron? Hipo no pudo contener sus náuseas...

Por desesperado el Andy, actualicé hoy. No pude preparar todas las ilustraciones que quería pero al menos tengo bocetos de cierta escena:

ESPERO LEERNOS PRONTO. Le echaré ganas para actualizar más rápido. ¿Cómo estuvo su semana? :D

~MMIvens.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro