Capítulo 26: Ojos negros.

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Me requetecontracagaba escuchar:

"Tus sentimientos solo son reacciones químicas", como si saber de qué están hechos le quitara peso.

Incluso la música, siendo solo vibraciones, no perdía la magia al ser escuchada.

Estocolmo.

Esta idea de no perder la magia al saber lo que conforma algo, no se aplica a otras cuestiones. Nuestra sociedad era un ejemplo claro, y un poco sanguinario, de que la mierda debajo no dejaba de ser mierda aunque la disfrazáramos, solo no estaba a la vista; si la descubrías, te consumiría el horror.

Los gritos de los más jóvenes, adultos que arrastraban niños, animales aturdidos. Mi respiración se aceleró, junto a mis dedos que se aferraban a la tela que cubría mis brazos. No pude siquiera parpadear.

El sonido estaba pegado a las personas, y las personas pegadas a ese sonido. Sonidos que golpeaban no contra uno, sino varios cuerpos que caían atestados por las armas de fuego. La planicie lucía montañas de protestantes, que formaban refugios para los vivos, entre ellos el profesor.

No encontraba sus lentes, palpó desesperado los alrededores aunque sus manos se llenaran de sangre. Me incliné para observarle, pero el alumno de uniforme verde robó mi atención.

—Profesor, no se quede aquí, no podemos perderle aquí —habló eufórico, con el sudor cayendo a chorros por su rostro rosáceo. Parpadeó varias veces pues su cabello le estorbaba.

El profesor intentó tomar su mano pero no le veía con claridad. El chico estiró la suya para alcanzarle.

—¡Levántese y corra sin voltear!

El alumno apenas pronunció esas palabras, fue atravesado por una bala a su cráneo. El profesor solo tuvo otro cuerpo con el cual refugiarse.

—La sangre caía y caía. Era un buen alumno mío, joven, alegre, asistió a la marcha con la esperanza de generar un cambio —hizo una pausa, antes de soltarse a chillar—. No esperaba perderlo de esa forma, tan joven. Era el más imprudente, pero mi mejor estudiante.

El profesor del video continuó llorando. Yo bajé la cabeza, sin poder seguir viendo aquello. Los documentales de las tragedias en los años 50s eran más que amargos para mí, eran el recordatorio de que no puedes pelear contra tu condición ni cambiar el sistema actual; todo terminaría en protestas sangrientas.

Porque aunque empiece siendo pacifico, algún gobernante pagará por alterar la calma.

—Cayó muerto aquí, en esta área. Pasé horas asustado ocultándome debajo de los cuerpos hasta que el tiroteo se detuvo.

Tourette, quien se sentaba a mi lado, se levantó de golpe y abandonó el foro donde reproducían el video. Vi uno de sus largos cabellos caer junto a mi zapato.

—A veces tengo la sensación de que yo debí haber muerto también ese día. ¿Cómo pude dejar morir a todos mis alumnos?

Después de un rato, todos salimos del foro con pasos lentos. Algunos alumnos que se sentaron hasta el fondo del gran sitio, bromeaban al tirarse comida introducida en secreto, otros sentían náuseas, los del frente tomaban notas. El dolor en mi cabeza disminuyó al salir por la puerta auxiliar, donde el aire que corría por el pasillo me calmó.

Tourette estaba apoyado al costado de la puerta, pero a mi izquierda, mientras los estudiantes evacuaban por la derecha. Me detuve a preguntarle qué sucedía.

—Tengo nauseas, ca, iiih, ¿no tienes alguna pastilla? —Trató de mostrarme la figura con sus manos pero se arrojó un golpe a su cabeza. Trató de volver a pegarse a la pared pero continuó golpeándose hasta que interpuse mis manos.

—Solo agua, ¿te sirve? —Asintió, volviendo a golpear su frente contra la superficie—. Te voy a dar en la boca, ¿sale vale?

Lo sostuve del cuello y metí a la fuerza el agua de la botella, evitando así que se sacudiera por el estrés. Ningún alumno se detuvo a vernos ni los profesores a preguntarnos qué sucedía.

—Sé que aquí nadie ha vivido lo que pasó antes, ni siquiera vivían, waaa, pero fue lo que ocurrió hace cinco años con mi país. —Apretó los ojos, maldiciéndose por no poder hablar sin hacer ruidos extraños.

Yo me sostuve de mis propias manos, escuchando. Tourette me habló de las protestas, la guerra interna que estalló, los videos que le enviaban sus primos pues él ya no residía en ese país. Se sintió tan culpable, como si por haber nacido allí debió morir o pelear con todos.

—No puedo siquiera hablar con personas de allá sin hacerles sentir que he traicionado mi patria —le dio la espalda a la pared, casi pegando su cabellera oscura contra esta, y uniéndola más a su piel oscura—. Me preguntan: ¿Por qué te has ido?

—Es horrible que sientan que les has traicionado. —Me crucé de brazos por la corriente de aire.

—Me hace sentir peor saber que me fui con ese pensamiento. Yo también quería hacer algo por mi tierra, yo lo deseaba, pero en ese sistema, ¿siquiera importaba —me miró por la cola del rabillo, dejándome ver en sus ojos cafés el reflejo del sol a mis espaldas—, importaba mi opinión? ¿Qué ha hecho ese país por mí?

Tourette; no diría que era alguien ajeno a mí; lo suficientemente cercano para apreciarle, lo suficientemente distante para no considerarlo mi amigo. Lo conocía por Marfan, pero compartíamos ciertos ideales, y cuidábamos la espalda del otro cuando peleábamos en Savant contra alumnos racistas.

Siempre terminábamos aplicándonos pomada o parches mutuamente. Él sabía sobre mi situación con Hipo, yo sobre su país. Pero jamás le hablé de mis sentimientos, así como él jamás lo hizo sobre su viejo hogar.

—Un país para el que no existo, un país que me grita que no me necesita. Si puedes tener todo lo que te negaron en otro lugar, ¿no huirías también?

—Nunca he sido patriota. —Me encogí de hombros. En mi casa lo eran mucho; yo, desde la secundaria, le perdí el amor a mi lugar de origen.

—Yo lo era, quizás por eso siento que debí haber muerto.

—Pero no habría conocido las salchichas que preparas. Te quedan buenísimas, y es tu receta nacional.

Tou me miró con hastío antes de soltar una risotada, junto a un golpe a mi hombro que me hizo pegar un gritillo del dolor. El hombre tenía una fuerza descomunal.

—Ay, Estocolmo, me alegra que seamos amigos, siempre encuentras lo bueno en las cosas. —Dio varias palmadas, antes de aproximarse a la salida junto a los demás.

¿Amigos?

¿Lo bueno en las cosas?

Miré mis manos, que acababan de ayudar a alguien inconscientemente. Me cuestioné si lo hice por mi personalidad, o si actué bajo un efecto químico de mi síndrome. Mis cejas se juntaron al ver que no podía confiar en ello.

Sentí una mirada ajena, puesta sobre mi nuca, como si soplaran en mi dirección. Giré de golpe solo para ver a un conserje, con la gorra cubriendo su cabeza y el traje sucio envolviendo su cuerpo. Hizo un ruido horrible al arrastrar el carro con cubetas de agua.

No debo bajar la guardia, aún no sabemos quién es el tercero que trató de causar problemas entre nuestras escuelas.

—Hey, Estoc...

Reparé al frente, arrojando un golpe que detuve con mi otra mano al ver el rostro de Impostor. El castaño me miró sonriente, una sonrisa aturdida por el susto de mis acciones.

—Perdón, perdón. Me asustaste. —Rechisté la lengua con frustración.

No es él.

—Solo me preguntaba... —tragó saliva—, me preguntaba si estás bien. Llevas parado aquí un rato y ya casi todos terminan de salir. ¿Estás perdido?

—No, solo estaba pensando. —Le miré de frente.

Impostor se apartó para dejarme pasar. Caminó a mi lado al salir, mientras me hablaba sobre el cambio climático y algunos temas que sinceramente no escuché; quizás era algo en su tono de voz que se mezclaba con el entorno ocasionando que mi cerebro dejara de prestarle atención.

—No sé si bebes pero si quieres puedes ir a beber esta noche en el dormitorio de tercer año. Con los juegos de mesa.

Parece que todos andan planeando beber hoy.

—¿Sabes bailar? —Me preguntó, yo apenas ladeé la cabeza para afirmar—. Perfecto.

—Yo ya voy a mi grupo. —Me despedí para no ser grosero, tenía prisa.

—Oh, está bien, te veo luego.

Nuestro equipo tuvo dos horas de charla íntima, sobre cómo algunos abordaban sus condiciones. También sobre política o el sistema en el que vivimos. Las opiniones variaban demasiado a pesar de ser solo 10 personas.

—Nunca entiendo los memes que se burlan de las personas que critican el capitalismo. Siempre dicen: "Ah, criticas el capitalismo, pero tienes un celular" —habló una chica, con cierto tono hastiado—. O sea... ¿Sí ubicamos que todo lo que compramos es gracias al capitalismo? Es como decir: "Ah, criticas al capitalismo, pero comes."

—Obviamente hay personas más privilegiadas que otras, pero así como todos participamos en el capitalismo, todos tenemos el derecho a criticar o cuestionar cualquier sistema económico. —Compartí mi punto. Al ser el mayor me veía forzado a interactuar más.

—Acertado criterio. —Exin balbuceó, levantando con calma la gorra que ocultaba su rostro. No me sonreía, pero al parecer estaba de acuerdo conmigo. Yo asentí para agradecer su atención.

Exin, mejor amigo de Hipocondríaco, tuvo la palabra para compartir información sobre su trastorno. Al inicio sonaba desganado, con la mirada siempre evasiva, atento a otros, pero poca seriedad en el tema.

Eventualmente, pudo hablar un poco de sí mismo.

—No puedo tolerar el silencio. Es como si mi cerebro necesitara constante ruido, porque si hay calma, cualquier cosa mínima me hará reaccionar. He pensado que es un instinto de supervivencia; si no escuchas, no sabes de dónde ni cuándo llegará el peligro.

—¿Te has desquitado con gente sin que tengan la culpa? —Alguien curioseó.

—Seh, aunque no suelo arrepentirme.

Casi me atraganté con mi saliva al escuchar aquello. Me asustaba la idea de haber muerto en Savant.

—¿No suele desgastarte saber que otros te tienen miedo después de ver algún episodio explosivo o una cosa así? Yo a veces tengo problemas de ira y la neta sí me agarran respeto o temor.

—Creo que me da más miedo reconocer mi problema. El cerebro se desconecta, luego mis manos ya están sucias o alguien está llorando frente a mí. Me aterra esa sensación, la de haber perdido el control, pero a la mierda. Ya, córtenla, cambien de rollo.

Cerró de golpe su conversación. Solo taché su nombre en la lista y asigné a alguien más para continuar hablando lo que quedaba de hora.

El tiempo se extendió, permitiendo que al manto de la noche cubriera la avenida. Las luces anaranjadas de la escuela se encendieron, junto a las extravagantes luces del exterior con forma de antorcha. Varios alumnos abandonaron, solo los que cargaban juegos de mesa en sus manos permanecieron.

—Qué cena tan lujosa, fiu, fiu. —Bromeé solo solito, viendo la torta de pierna que estaba dentro de la bolsa de plástico que me dieron de cena.

Abrí el jugo de manzana y me detuve a observar el muro de anuncios que estaba al salir de los dormitorios. Mi cabello se secaba con la brisa tras haber tomado una corta ducha. Yo seguí bebiendo, como si viese con cada fotografía expuesta una serie criminal.

—"La sangre de Cristo tiene poder" —leí. Apreté los párpados al visualizar mi imagen siendo cazada por un chancho.

"Estaré allí cuando más me necesites", decía la imagen donde Hipocondríaco acomodaba mi cabello bajo el árbol.

"La humildad siempre será tu fortaleza", el texto acompañaba mi sonrisa al recibir la bolsa de plástico con la cena. Eso fue hace media hora, antes de correr a ducharme.

—Ugh, encontraré algún día a la persona que hace estas mamadas tan rápido. —Aparté de mi boca el jugo.

Traté de recordar el espacio común donde Hipocondríaco dijo que estarían. Yo estaba llegando 20 minutos tarde porque ser puntual en fiestas me incomodaba. Los que llegaban temprano nunca tenían mucho de qué hablar y las cosas se ponían más amenas cuando ya eran varios.

Aunque fue mala idea esta vez. Llegué cuando ya habían asignado palitos con números para jugar al rey. Hipocondríaco ni siquiera estaba entre los presentes. Exin, junto al chico rubio, me miraron confundidos.

—Ya asignamos números, espera a que terminemos, wey. —Me habló en un tono alto y con señas un tipo. Yo asentí.

Siempre me arrepiento de salir cuando ya estoy en el lugar, a la chingada.

Rodeé al grupo de adolescentes. Solo vi a dos mayores que el resto pero todos se seguían viendo jóvenes para mí. El espacio era un tipo de pequeña sala sin usar, solo un sillón donde nadie estaba sentado, un escritorio y varios estantes de libros junto a un armario de doble puerta.

Habían vasos ya servidos, por el color extraño imaginé que hicieron alguna mierda de brebaje con el alcohol. Pregunté si podía agarrar un poco, algunos dijeron que sí.

—Soy el Rey. —Un tipo que portaba una camiseta del equipo de basketball de L.A. fue el elegido. Varios maldijeron por la elección.

—Cagamos.

—El número 6 y 9, transfiéranme. —Ordenó.

—NO MAMES, NO SE JUEGA ASÍ. —Hizo señas el tipo que hablaba a gritos, supe que era un síndrome porque lo había visto de reojo en alguna clase.

—Ya, va, que el 3 y el 4 se besen.

—Soy el 4. —Exin levantó su tablilla.

El tres no dijo nada. Cómo estaban en círculo, trataron de ver hacia los lados. Alguien de repente levantó la mano del chico rubio. Yo me aferré al vaso rojo antes de tomar un fuerte trago, ansioso, sentado en el piso sin sentirme con los pies sobre la tierra.

—Pero nosotros ya nos hemos besado en otras fiestas, ¿no, Exin? —Rió nervioso, arrojándole algunos golpes en la espalda a su amigo.

—Sí, ahora no es buen momento. —Explicó el trastorno, pidiendo que cambiaran el reto o de números.

—Ok... que el 1 y el 2 tengan sexo.

—No quieres ver eso, mamón. —El número uno, al parecer el síndrome, se arrojó a intentar ahorcar al rey.

—DEBERÍAS PONERNOS A BEBER, NO A COGER, ANIMAL. —El número dos también se levantó a pelear.

La puerta se abrió de nuevo tras dos toques que silenciaron a todos. Hipocondríaco entró con calma, quitándose el cubrebocas que revestía su piel. Le miré fijamente desde el suelo, no supe si era la perspectiva o algún efecto en mi cerebro, pero su cabello lucía mejor que otras veces. Él lucía bastante bien, en realidad.

Pretty privilege.

Ay, papá, te hicieron más volumen en el cabello. —Exin le echó piropos, consiguiendo que Hipo solo rodara los ojos—, ¿qué te hicieron? ¿Solo lo moldearon?

—No lo sé, Al... Anemia me usó de modelo para su actividad antes de irse a casa.

—Te dejaron chulo, perro. —El tal Des también habló—, pero bueno, amigos, ¿por qué no jugamos otra cosa? Ya llegaron más personas.

Comenzaron a ver qué podían jugar. Pensaron en UNO que era el mejor para un grupo grande, así que trataron de acomodarse. Abrieron un espacio en su círculo para Hipo, y aunque me hicieron señas para unirme, dije que prefería observar.

Insistieron, pero me volví a negar.

—Si no quieres, está bien. —Hip hizo mímica, completamente serio. Hasta creería que estaba enojado conmigo pero sé que esa es su cara comúnmente.

Aparté la mirada, me costaba verlo a los ojos desde los últimos días.

—Cada vez que alguien trague un combo de cartas, también debe beber, ¿vientos? —Comenzaron a establecer normas—. Y alguien ponga música, pero bajito, para que no vengan los profes de curiosos.

Comenzaron a jugar. La pequeña bocina en la esquina apenas murmuraba las canciones, con los gritos y maldiciones de fondo empañándola. Yo le miré en silencio, con otro vaso de alcohol en mis manos, pensando que le bebida se derramaría en mis dedos antes de llegar a mi boca.

Estoy tan acostumbrado a mantener mi distancia del mundo por mi condición, tanto así que envidio a quienes pueden relacionarse de forma tan sencilla.

¿Realmente veo el lado bueno de las cosas?

¿O solo soy ingenuo?

—Oye, no terminamos de hablar ayer. —Escuché los murmullos de Exin, quien me daba la espalda, pero apoyaba su cabeza en el hombro del chico rubio.

—Jes Jes.

—En broma sin ser broma, ¿no te parezco algo guapo? —Lució como un perro mojado, casi rogándole al otro por una respuesta. Me dio pena ajena escucharles.

—No hablemos de eso aquí, hombre...

—También dejaste de jotear conmigo. —Exin levantó su cabeza, inclinándose para poner un número. Sus movimientos me olieron a alcohol, quizás su ropa estaba sucia.

—Cuando estés sobrio, perro, hablemos cuando estés sobrio, no te agüites —habló bajo, inclinándose para poner otro número. Al volver siguió hablando—. Cómo que sigo sin creértela así que seguiré pensando.

—Piénsalo, piénsalo, piénsalo. —El trastorno se inclinó para morder su mejilla.

—PENDEJO.

Solté una risilla.

—Saben, solo juego por diversión, pero ya me tiene harta esta mamada, me regañan por todo y me llaman imbécil por no saberme algunas reglas. Yo ya me voy. —Alguien al fondo se levantó para retirarse. Asumí que era una chica por la voz.

—Ven, ya, ven. —El anterior Rey del juego se levantó para jalar la mano de la enfermedad.

Ambos tomaron asiento en el sofá arrinconado. Ahora se oían solo los gritos al jugar, la música, y el besuqueo de fondo.

—Uno. —Hipocondríaco expuso su carta.

—Achinga, los más callados son los que van ganando. —Expresaron.

—Hay que ponernos de acuerdo para hacerlo tragar. A ver, ¿qué color es el que más hay o cuál tienen ustedes para suponer el que le queda? —Exin se ensañó en ver cómo hacerlo perder.

Trataron de bloquearle turnos, pero cuando alguien trató de hacerle comer, reveló que su última carta era un comodín.

—Jugamos como nunca y perdimos como siempre, ALA-VERGA.

Hubo una pausa para platicar. La chica de cabello teñido intentó incluirme en sus pláticas. Me preguntó que porqué tan serio, solo dije que no conocía bien a los presentes. Siguieron hablando del trabajo a medio tiempo, de sus familias o lo que hicieron en vacaciones.

—¿Tienes hermanos mayores? —La chica continuó tratando de integrarme, quizás porque me había sentado bastante lejos, eso me hizo ver solitario.

Los estudiantes giraron sus cabezas para no darme la espalda.

—Ah, sí, mi hermana mayor y mi hermano. Aunque mi hermano falleció por Cáncer, pero a él le gustaba mucho ir de vacaciones a...

—Ay, Doctores, lo siento mucho.

—Qué pena. —Otro se lamentó.

—Qué terrible —murmuró, antes de eructar—. Espero ya estén mejor.

—¿A qué edad falleció?

No todo lo que importa de mi vida es la muerte, pensé.

—Ah... —Hipo se levantó de golpe, pateando accidentalmente los vasos del centro que se dispersaron hasta manchar algunos pantalones—, literalmente se cayeron.

Pff, gracias, gracias.

—NO JODAS, MIS CALCETAS.

—Se cayeron y ya.

Hipocondríaco no ayudó a limpiar. Le vi dar algunas vueltas al lugar antes de llegar detrás mío y sentarse a mi costado. Dejó su vaso lleno de alcohol a un lado, del cual no había bebido nada, y juntó sus rodillas mientras las usaba para apoyar sus brazos.

—¿Te gusta el mango?

Escupí el alcohol al escuchar esa pregunta de Hipocondríaco. Volteé a verlo, me sacó de pedo su ORIGINAL intento de hablar conmigo.

—Me gusta con chilito y... —Traté de apoyar mi mano en el suelo para acercarme, pero el alcohol que había llegado a esa parte hizo que se me resbalara hasta golpearme la mandíbula en la madera.

Pensé que ya había pasado a mejor vida, el alcohol se me subió de golpe. Hipocondríaco me tomó de los hombros para ayudarme a recuperar la compostura.

—Oye, eres bueno jugando UNO. —Cambié de tema, como idiota, por no querer hablar del golpe que me dolía hasta el culo.

—Solo pasó. —Fue humilde.

—No te ganaría en un juego de mesa. Me desesperan.

Hipocondríaco era muy bueno planeando estrategias, quizás sólo podría ganarle en algo que dependiera meramente de suerte.

Aún tenía el orgullo dañado al ser atrapado por él, pero al final del día fui quien se llevó la victoria. Todo porque Impostor decidió soltar algunos clavos de la estatua.

—Si estuvieras de mi lado, sería más fácil ganar —susurró, observando a lo lejos el grupo de estudiantes que volvían a empezar otra partida.

—¿Te están obligando a algo? —Bajé mi tono de voz.

Se encogió de hombros con poco interés.

—Al menos tienes a buena gente de tu lado —sonreí, bajando la cabeza al darme cuenta de que volví a hablar como tonto—. Lo siento, supongo que solo "veo el lado bueno de las cosas".

Incluso buscando excusas cuando a alguien no le agrado.

Mi secreto al jugar es que siempre veo lo malo. Supongo que no te puedo ganar en suerte, porque jamás me visualizo ganando por ello.

—¿Es tan bueno depender de la suerte?

—Quizás la tuya es contagiosa. —Ocultó su cabeza entre los brazos, demostrando en su voz que se hallaba cansado.

Observé su espalda, la espalda tensa a la que siempre se aferraba. No sé qué habría pasado ese día si no levantaba yo la estatua, quizás él ya tendría algo roto; era capaz de lastimarse por no cargar con un daño a la propiedad.

Traté de desviar la mirada varias veces pero de forma inconsciente comencé a levantar una mano, solo visualizando el momento en que la pondría sobre él. En que tallaría su espalda. En el que le susurraría al oído: "Deberías descansar".

Pero me forcé a mí mismo a bajarla. A ignorarle. A no pensar en ello.

Hipocondríaco era mi pasado, allí estaba bien. Como alguien a quien quise, ahora solo apreciaba; pero también como algo dañado que no tenía arreglo. Una de mis prendas favoritas que no podía usar más por haber crecido.

Me lamentaba haberle causado tantos problemas. Mi único deseo era ser como los demás, alguien que al relacionarse no causara malentendidos, rumores, problemas. Alguien capaz de tallar la espalda de un chico sin que otros pensaran que fui forzado a ello.

Me incliné para ver lo que veía en el suelo. Una de sus uñas rascaba algo en la madera. Bajé mi mano a la misma altura para tocar el relieve.

—Ruego al tiempo aquel momento, en que mi mundo separaba... —Tarareé la canción de la bocina, con los ojos fijos en la madera.

—¿Te gusta esa canción?

—Me gustan muchas cosas. —Respondí, mirándole de reojo. Me miraba fijamente, de nuevo, con esa mirada que no sabría decir si era de enojo o interés.

¿Qué te da tanta curiosidad?

¿Qué quieres saber?

—¿Por qué preguntas?

—No lo sé, he estado pensando en ti.

—En el brillo del sol. Una mirada tuya. Soñé. —La música era tan baja como nuestra respiración. Los sonidos de los chicos jugando cartas nos ahogaban.

Junté mi dedo con el suyo.

—Carajo. —Maldijo de repente. Levantó su mano para arremangar su camisa blanca.

Se puso de pie con rapidez. Sacudió su ropa mientras su presencia le recordaba a los demás que les había manchado la ropa. Ellos le pidieron dinero pero él dijo que no le interesaban esos detalles, también que no había bebido nada así que quien fuera tomara su vaso.

—Me retiro, tengo una actividad restante en casa. —Fue propio al explicar.

—Me llamas cuando llegues, papá.

—No, se me va a olvidar. —Se fue, sin despedirse.

Me terminé el vaso que dejó. El enojó se sembró en mí de forma consiente. Solo había venido por él.

Solo estoy aquí por ti, imbécil. Al menos me hubieras sacado.

La chica trató, otra vez, de integrarme. Algunos me arrastraron al círculo, donde seguían bromeando y bebiendo más. Exin estaba intentando dormirse en el regazo del rubio, mientras este solo le quitaba el cabello de la frente. El rey volvió para decir que intentaran jugar ese juego de nuevo.

—¿O giramos la botella de beso o cachetada?

Ya debería irme.

—Mejor solo beso, ¿no?

La pusieron en el centro. Apreté los ojos, rogándole a los dioses lunáticos que no se me forzara a besar a nadie. En ese momento me pareció que Hipocondríaco era el de la suerte por haberse ido temprano.

—Puta madre, el entrenador James anda revisando habitaciones. —Escupió un tercero. Mostró el mensaje en la pantalla de su celular.

Incluso a los alcoholizados se les bajó el alcohol como agua bajo el sol.

Comenzaron a recoger las cartas, las botellas y los vasos en las mochilas. Yo apenas me estaba levantando cuando vi a Des arrastrar a Exin por la ventana. Otros huyeron por el mismo lugar, y quienes fueron por el pasillo no me pareció que fueran inteligentes.

Se mueve el piso, alamadre.

Apagaron las luces, tropecé con el escritorio. Me aferré a él cuando me di cuenta de que estaba algo ebrio para poder caminar correctamente. El alcohol no solía atontarme, solo entorpecer mis pasos que ya eran una mierda todo el día.

Levanté la mirada hacia la ventana por la que me hacían señas para irme pero negué con la cabeza, pues apenas podría salir de ahí sin golpearme mortalmente. Me tambaleé en la oscuridad hasta encontrar la puerta de un armario.

¿Cómo la abro? ¿El seguro está arriba o abajo?

Rechisté la lengua, nunca me había sentido tan imbécil. Ni siquiera cuando Tourette compraba latas de cerveza en la noche y me invitaba a mí y a Marfan a tirar pan al lago. Los gansos mordiéndome ebrio me parecieron menos tontos.

La puerta se abrió de golpe, con una pequeña luz naranja de algún pasillo lejano, apenas creando sombra en los pies. Me encogí para no ser visto, pero la persona detrás de mí no habló, solo abrió el estante antes de arrastrarme al interior.

Dentro solo habían dos uniformes colgados al fondo, pero nada más. Me abracé a mí mismo para evitar chocar contra algo o estorbarle. También me forcé a callar, respirar lento, no moverme ni un poco.

Los pasos del profesor en el pasillo se escucharon.

Ya me imagino desnudo en el jardín cargando botes de agua como castigo.

No veía nada, me dolía la cabeza, ni siquiera le agradecí al desconocido. Pude suponer que le estorbaba el paso para ocultarse del profesor, así que terminó echándome una mano. Apestaba a alcohol, como yo, pero distinguí el blanco de su ropa que era lo más cercano a mi campo de visión.

Pulcro.

—Sé que andaban bebiendo pero quería grabarlos, pinches marranos. —Oí la voz de un profe. Se oyó emputadísimo.

Los pasos se alejaron, pero permanecimos callados por si las moscas.

—¿Estabas huyendo? —Susurré, dejando ir un corto suspiro que contenía mi ansiedad. Ya había pasado al menos un minuto.

No me respondió. Traté de enfocar su rostro pero la visión en ocasiones era borrosa y con la oscuridad solo veía las clásicas manchas de colores. En otras habitaciones había gente bebiendo alcohol de igual manera, me pregunté si vino de allá y al tener poca confianza en mí preferí callar.

Sus dedos rozaron los míos. Recogí mis manos por inercia para no molestar. Ambos estábamos tomados.

Sentí su cuerpo retroceder pero el tubo chocó con su cabeza, tuvo que volver a doblar el cuello para no golpearse.

—Está bien, acércate... —Murmuré, jalando alguna parte de su prenda superior.

Yo estaba un tanto borracho, así que me relajé más de lo normal. Tourette seguro también había bebido, pero no era él, ya me habría amenazado por hablar si no me reconociese. Tampoco se viste formal para algo como beber.

Espera.

—¿Imp? —Murmuré, consiguiendo que su ropa se frotase contra el estante al reaccionar—. Tú eres Impostor. ¿Estabas bebiendo?

Asintió. Me causó gracia que ni siquiera los que lucían más responsables o discretos se salvaban de estas situaciones.

Al menos cometía errores. Me daba la sensación de ser más parecido a mí.

—Pero el dormitorio que decías está en el otro edificio. ¿Por qué te perseguirían hasta...?

Me callé a mí mismo. Su cabello estaba rozando con mis rulos, a pesar de que su rostro mantenía distancia.

Impostor no tiene el cabello tan largo.

¿Por qué mentiría?

—El que apesta a alcohol soy yo, no me mientas, Hipo.

Elevé la mirada, encontrándome más de cerca con su respiración. Con su cabello que se enredaba en el mío. Mis emociones, que decían solo se trataban de reacciones químicas, pensaron como si tuvieran vida propia. Pensaron en la poca probabilidad, en un tonto sueño mío, la idea de preocuparle.

Porque él no vendría por mí ni siquiera en un sueño. Ni siquiera mi celebro lo creería. Solo una suposición tonta.

—Nunca me ayudarías si fueras él. Ni siquiera se despide —bufé, más enojado de lo que pensé que estaba.

Ya debería salir de aquí.

Su mano volvió a rozar con la mía, pero esta vez no fue un accidente. Sentí sus dedos tratar de tomar los míos, como si nunca hubiese tratado de tomar algo, con una torpeza incomprensible. Mis ojos no podían quitarse de él, ni mis oídos despegarse de su respiración que me encogía al escucharla.

—No eres él, estoy alucinando. ¡Ya sé! Eres Marfan, ¿no? Eres más alta que... —El hipo del alcohol llegó a mí, tan sólo pensar en su nombre me hizo reír.

¿Reír por qué?

Ay, Dios mío de mi Virgen, sí estoy ebrio.

Se apoyó con un brazo en la pared. Me miró, como una mancha borrosa ante mis ojos. La oscuridad ocultaba sus facciones, pero de repente brillaba su piel en mis pequeños momentos de lucidez. Sentí que me acariciaban el cabello.

—No, no, no, no me veas así. —Entrecerré los ojos cuando sentí que si lo veía acercaría aún más su rostro al mío.

—¿Querías que me despidiera?

La voz, junto al frufrú de su ropa al ladear el cuello, en búsqueda de mi cabeza que se encogía para evadir la suya.

—Eres Hipo, ¿verdad?

Sus ojos llegaron a mi altura. Ojos negros, que me volvieron sobrio en ese instante.

—Solo alguien que se parece a él.

Tiró de mi mano, apenas rozando mis labios con los suyos. Fríos, sin humedad, quietos al contacto conmigo, como si hubiesen tomado una fotografía azul que congelaría el momento.

Mis pupilas le observaban, sus ojos que apenas se cerraron hasta hundirse en la sombra de sus pestañas. Los dedos que conformaban su mano, apretaron con más fuerza la mía, pero ambos tambaleábamos por falta de estabilidad.

Sentí que mis latidos no hicieron ni un ruido, evitando así, opacar los suyos.

Qué beso tan inocente.

Cerré mis ojos, aferrándome también a su mano, no como una barrera entre nosotros, sino una forma de comprender aquel tacto.

¿Querías besarme?

Pasé años de mi vida preguntándome porqué no le gustaba, porqué no podía ser amable conmigo; al menos mostrarme ese cuidado y sonrisa que me compartió la primera vez que nos conocimos. Mi primera impresión de él fue cálida.

Pero Hipocondríaco era una chispa de fuego al que le privaron de oxígeno, solo cenizas siendo arrastradas por la corriente fría. Si era dulce, comprensivo, amable, solo las marcas espesas del fuego que ardió quedaban allí.

Le quería, también le apreciaba.

Algo en él, como ser humano, me hacía querer que todo el mundo compartiera ese amor.

—Tonto. —Balbucí para mí mismo, entreabriendo los labios al corresponder su beso.

Soltó mi mano para sostener mi mejilla. Como si no pudiese tocarla, la rozaba hasta mi barbilla, la yema de sus dedos en contacto con mi rostro caliente. Mi piel se erizó cada vez que movió la mano de esa forma, yo me aferré a su camisa para evitar perder la fuerza en mis piernas.

Los besos, hacían a nuestras narices unirse, el cabello moverse hacia los lados. Sus labios comenzaron a sentirse húmedos, quizás por mí, quizás por el tiempo, quizás por algo más.

Uno de sus dedos seguía volviendo a mi cabello. No le presté atención, yo buscaba la sensación de su nuca que me llevaba hasta sus orejas tibias, después su mejilla que ardía. Sostuve su cabeza con ambas manos para permitirle acercarse, consiguiendo que su ropa se frotase con la mía.

Nuestras mejillas estaban juntas antes de que se detuviera. Fue como si arrancaran mi sombra cuando tomó distancia, mirándome en la oscuridad. El alcohol que me había confundido minutos atrás, tuvo pena y gracia por mí, permitiéndome ver su expresión ansiosa, con las cejas juntas y el cabello desordenado.

Nadie lo ha visto así.

Se inclinó para acercarse a mi rostro una vez más, pero negué con la cabeza.

Ya debería irse. Tenía prisa. No quiero estorbarle.

—Lo siento —comprendió, tomando distancia—, fue una falta de respeto de mi parte. Perdón. No debí...

—Vale madres —escupí, arrastrándome hacia él.

Le hice tropezar, pero no terminó por caerse, por el contrario volvió a tomar mi rostro con una mano mientras con la otra se deslizaba por la superficie para sentarse. Traté de ser lento, como él, pero estaba ansioso; quizás le compartí esa ansiedad porque su respiración comenzó a acelerarse.

Nos deteníamos por breves instantes, chocando frentes y levantando el rostro en conjunto solo para buscar nuestros labios. Una y otra vez. Jamás dejó de sostener mi barbilla, tal vez de esa forma no perdería mi rostro en la oscuridad.

Si me alejaba un poco, Hip se inclinaba más. Si él iba más lento, yo apretaba su camisa. Sentí que las piernas se nos dormirían en la incómoda posición, pero no nos preocupamos por ello.

Fue tan tranquilo, como si esa noche fuese la primera de un invierno polar. Larga, cautelosa, acogedora. No podría decir con exactitud cuánto tiempo permanecimos allí.

• • •

No mamen.

Alaberga, ni siquiera yo puedo calcular cuánto tiempo se besaron GAHAHAHAHA. Magnífico.

¿Comentarios?

PASARON UN CHINGO DE COSAS. Vimos un poco de historia de este universo al inicio, entre ellos un suceso que marcó al país por la cantidad de estudiantes fallecidos. Tourette ha pasado una terrible noche con ese video.

Impostor preguntando cosas, Estocolmo dándole el avión. También, Dios, alguien hace rapidísimo esos memes.

Exin y Des parece que están buscando hacer un acuerdo GAHAHAA.

Hipocondríaco, ansioso, torpe, tratando de darle un pequeño beso a Estocolmo. Incluso se disculpó aunque el beso le fue correspondido. ¿Qué habrá pensado este wey y POR QUÉ?

James no agarró a Los marranitos, pero seguro se dio cuenta de que Hipo volvió. Igual no le gustaría meterse en el peso así que seguro siguió su camino.

El primer beso de Denis y su pareja fue con Zoé. Este debía serlo también.

Viñeta de MUY bajo presupuesto:

EL PRIMER DÍA DE ESTOCOLMO EN SAVANT. El que lo saludó primero fue Tourette:

MEME DEL GRUPO:

ADIOS, NO ACEPTO DISCULPAS.

~MMIvens.

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