Capítulo 27: No me vayas a hacer llorar.

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Alguna vez pensé estudiar derecho, chueco, porque creo ser bueno conquistando a la gente.

Conocer a Des me dejó algo en claro: No, no vas a estudiar derecho. Y eso puede ser un puto spoiler.

Exin.

Mi cama, el celular cargado, e internet; aquellas cosas eran una combinación magistral para considerar una noche, LA NOCHE. Aquella en que me pondría mis audífonos mientras leía, con el brillo de la pantalla al mínimo, a dos chicas demostrarme la belleza del amor.

Entré a mi habitación asignada por la ventana, ya con el celular en mano. Aún era temprano así que era el único en el dormitorio. Nadie me oyó gritar cuando antes de leer el capítulo, leí los comentarios:

—Gracias por el pinche spoiler —me carcajeé con violencia—, hijos de su puta madre.

Quise encender la luz para después lavarme la cara, pero James entró sin siquiera tocar. Le di la espalda en automático, siendo solo golpeado por la luz amarilla de su linterna.

—Muy tempranito para ya no estar jugando juegos de mesa, ¿eh?

—Ya se la sabe —giré con las manos al aire—, aquí puro niño bueno.

Sus ojos lucían cansados, como alguien que estuvo fumando hasta que el sol se ocultó. Aún llevaba puesto ese traje viejo, el cabello cubierto de gel y ese porte desganado que tenía con los alumnos. James era el perfecto ejemplo de un adulto en el que nadie quería convertirse; solo una versión un poco más atractiva.

—Antes de que pienses en acostarte, hazle saber a Hipocondríaco que la evidencia se tira, no se bebe —masculló—. Ya lo quiero ver sudando bajo el sol durante educación física, marrano ese.

James siguió su camino, dejando la puerta abierta. Yo dejé caer el teléfono en mi mano, donde se veía la página de virus a la que me había enviado mi manhwa GL.

—¿Evidencia... que se bebe? —Murmuré para mí mismo.

Anomames.

Volví en mis pasos para jalar mi sudadera. Corrí entre pasillos, donde algunos alumnos ya dejaban el lugar para volver a sus casas. La habitación donde bebimos estaba más apartada de lo usual, ya que queríamos privacidad, así que me costó un tiempo llegar.

No quise entrar repentinamente en caso de que fuese alguna trampa de los profesores. Des ya se había ido a casa así que me alivió imaginar que él ya estaba fuera del peligro. Me senté en un pasillo frente a la puerta para recobrar el aire.

—No creo que Hipo haya vuelto, o tal vez dijo algo y ahora está en el salón de profesores. —Mi cabeza me hizo balbucir teorías.

Pensé en escribirle pero recordé mi teléfono tirado en el dormitorio. Oh, y sin haberlo bloqueado. Sonreí en automático ante esa idea. Si alguien lo veía quedaría como un pendejo. Pero ya fue, ya quedó.

—Agh, solo actúo sin pensar. Parezco perro. —Llevé mis manos a la cabeza.

Lo mejor era volver por mi teléfono, eso haría Hipocondríaco.

Apenas me puse de pie, escuché un golpe dentro de la habitación. Me tensé al ver que alguien se había golpeado con la puerta, así que me adentré más profundo en el pasillo donde no habían luces. Apenas con el reflejo azul distinguí a alguien salir con esfuerzo.

Era Hipo, caminando como borracho y tocando el aire para intentar sostenerse de lo que fuera. Habría corrido a auxiliarlo, de no ser por su camisa blanca que se abría hasta su pecho por jalones.

Me aproximé con lentos pasos, escuchando su murmullo que preguntaba por la persona a su lado. Miré de reojo el interior del salón, donde comenzaba la oscuridad y terminaba el reflejo de luz, distinguí la figura de Estocolmo sentado en algún desnivel.

Apestaba a alcohol.

—¿Eres Exin? —Preguntó Hip al apoyar su mano en mi cara.

Acercó su rostro al mío, ambos teníamos una altura similar. Arrugué mi entrecejo al observar sus labios hinchados.

—Esto es una mierda. —Maldije, sosteniéndolo.

Cuidé a Hipo de los alumnos que pasaron junto a nosotros para que no se viera desorientado. No sabía en qué momento bebió, porqué, ni qué pasaba. Quería preguntarle pero él solo me exigió que lo llevara al exterior.

Tan pronto sus zapatos pisaron el césped, su garganta se inclinó hasta deshacerse de las náuseas. Vomitó como si estuviese aguantando todo este tiempo.

—A la verga, ¿te tragaste a Santa? —Cubrí mi rostro para no ver—. ¿Desde hace cuanto querías vomitar?

—Como media hora, pero es una falta de respeto vomitarle a quien besas. —Expresó, aún agachado mientras esperaba ya no le dieran náuseas otra vez—, debo ir al hospital, mañana. Sí, mañana. Literalmente tengo el síndrome de Stendhal.

—¿Ni siquiera vas a pretender que no te besaste con ese imbécil?

—No, es obvio. Literalmente obvio, lo es.

Miré su postura, en cuclillas. Estiré mi mano para sostener su cabeza que  iba directo a tomar una siesta. Hipocondríaco se aferró a mi mano como si la abrazara, como un niño que solo estaba cansado.

—Llévame. Un doctor. Tengo frío y me tiemblan los huesos. —Expresó entre escalofríos.

Esa noche firmé mi salida para acompañarlo a casa y dormir en su habitación. Sus padres solo dejaban la puerta abierta a esa hora porque sabían llegaría, así que no hice mucho ruido para entrar. Las horas nocturnas se nos fueron entre peinar su cabello, recostarlo, y escuchar su breve explicación que fue coherente a la mañana siguiente.

—Otro correo le llegó a la presidente, haciendo mención de una marca de alcohol. Al inicio no entendí cuál era el punto del correo, hasta que me rodeé de ustedes que estaban tomando.

Metió su libreta negra en la mochila sobre su cama. Lucía desaliñado y aún desorientado pero intentó explicarme, a mí, quien bostezaba con solo oír teorías que no entendía. Mi noche fue de infierno y él estaba en su estado automático como de costumbre.

—Los dejé antes para ir a la sala de profesores. James era el único a esa hora, pensé que literalmente ya había visto el vaso en su escritorio, pero fue más sospechoso cuando me lo bebí de golpe. Suck it.

Oh, volvió el inglés cuando se enoja.

—No comprendo lo que busca este tercero. —Rechistó la lengua, saliendo al pasillo de su casa sin decirme que lo siguiera ni nada. Yo fui tras de él porque parecía ya marcharse.

Ya entiendo porqué siempre es puntual en el PLJ. Tiene como sistema automático para asistir.

—¡Buen día, señora! —Me despedí de su madre, quien desde la cocina me gritó una despedida. Tantito volví a ver a Hipo, este ya había dejado la casa.

Corrí hacia él, con la pregunta en la punta de mi lengua:

—Wey, ¿no vas a hablarme del puto beso?

—No. Pasaremos a la farmacia antes de llegar a la línea azul, ¿de acuerdo?

—No, explícame qué carajos fue eso.

—No es relevante.

Lo sostuve del brazo. Nos miramos fijamente, como siempre lo hacíamos cuando discutíamos por cosas tontas, pero esta vez fue distinto. Apenas me sostuvo la mirada unos segundos antes de contraer las cejas con preocupación, inocencia en su balbuceo, y palabras vagas.

—No lo sé —se soltó de mi agarre—. Literalmente siento taquicardia y el estómago revuelto. Necesito preguntarle a un farmacéutico.

La molestia se me esfumó, como de costumbre. No podía odiar nada que le agradara a Hipo, ni amar algo que él repudiara. Simplemente mi corazón se volvía cálido con el tiempo, como un hermano con el que después de pelear me sentaba a ver una película.

—Vamos, papá. —Lo tomé de la mano, caminando sobre la línea azul trazada en el suelo que nos guiaba a la estación, y junto a ella la farmacia.

Las manos frías de Hipocondríaco siempre entraban en calor con las mías, ya que yo siempre tenía una alta temperatura. Caminar así con él me recordó cuando ambos íbamos en secundaria. Solo nos soltamos cuando él se acercó a la farmacéutica para hablar de sus síntomas y que le vendieran algo que ayudase.

—Quizás solo paracetamol o incluso ketorolaco, porque siento que tengo inflamación en el pecho. —Explicó. La mujer solo elevó una ceja.

No te rías, Exin, me dije. Silbé mientras fingía ver los electrolitos en el refrigerador. Hipo suspiró detrás de mí.

—¿Por qué no se mueve? No me mire así por ser Hipocondríaco. —Se emputó.

No debería reírme, aún no se da cuenta.

—Dices que besaste ebrio a alguien y desde entonces sientes taquicardia —la mujer mascó un chicle, explotándolo frente al rostro de Hipo—. ¿No estás solo nervioso porque le vas a dar la cara hoy a la persona que te gusta?

—Véndame lo que pedí, sé lo que tengo. —Hip parecía suplicar, mientras afirmaba que su dolor era constante desde el mes pasado, pero ahora con mayor intensidad.

—Mal de amores, tendrás. Te va a poner peor meterte medicina. —La dependiente se negó.

—POR FAVOR. —Golpeó su palma contra el mostrador.

—Hey, hey, tranquilo —giré para sostener sus brazos y hablarle por detrás, estaba tenso—. Señorita, ¿no puede vendernos solo paracetamol? Él sufre de algunas migrañas en el día.

Compramos las patillas. Las bebió dentro del metrobús. No parecía querer hablar, tenía la cabeza pegada a la ventana y los ojos persiguiendo los árboles alrededor. Yo rasqué mi cuello debajo de la ropa prestada; Hipo solo tenía camisetas básicas o camisas de vestir a su medida. El pecho me apretaba.

—Exin.

—¿Sí? —Me apoyé en su hombro para escucharle hablar.

—¿Crees que estoy enfermo?

—Creo que estás confundido. ¿Te gusta Estocolmo? —No hubo respuesta. Yo desvié la mirada por la ventana antes de continuar—. Supongo que no.

—¿Cómo sabes si alguien te gusta?

—Me dan ganas de co... No sé, solo lo siento, me nacen emociones donde no sabía que podía albergar. Levanta todas las banderas. —Disimulé mi respuesta para no confundirle más.

—Creo que me disgusta. Me dieron náuseas y vomité.

¿No fue solo el alcohol?

—Oh, anoche me habías dicho que era el síndrome de Stendhal. Que por eso vomitabas.

—¿Lo dije? —Le asentí.

Cubrió su rostro. No lo destapé porque habló. Hipocondríaco casi no hablaba de lo que rondaba en su cabeza, solo me decía sus conclusiones. Pero esa mañana soltó ideas aleatorias como si buscara mi opinión, porque por sí solo se provocaría un caos.

—Me da vergüenza cada vez que me ve. Desde la primera vez que nos conocimos, es como si quisiera huir de él. No lo soporto.

Auch, no querría escuchar eso si me gustaras.

—No soporto su mirada. —Confesó frustrado.

—¿Por qué?

—Me aturde. Y tampoco quiero dejar de verlo. Siento que lo busco y cuando lo hago le molesto. ¿Sabes? Literalmente no debería ir hoy a la escuela. Solo voy a mantenerlo serio si me ve. No me gusta que esté literalmente tan serio. Me incomoda. Me bajaré en la siguiente estación. Literalmente me voy.

—Hipo, vuelve a este pinche asiento —exigí, solo me miró por la cola del rabillo mientras estaba ansioso en el vagón—. Nunca faltaste a clases, ni siquiera cuando le dijiste a la profesora que calificaba de la verga. Fuiste con tu desvergonzada cara a presentar el examen. Estocolmo no te va a vencer esta vez.

Se armó de valor para volver a su sitio. Yo no sabía qué decir sobre lo que él sentía. No entendía si solo confundía los sentimientos románticos con los de enfermedad o verdaderamente le daba terror Estocolmo. Así que hablé de lo que sabía.

Hablé de Des.

—Amo su cabello, te lo juro, lo bien que combina con sus ojos y el color de su piel. Sobre todo cuando jugamos algún partido, sus mejillas siempre están rojas y el sudor de su nuca termina en mi espalda cuando choca conmigo —me expresé con las manos al aire, casi sintiendo que lo tenia a mi lado—. Me vuelve loco, hombre. Pero cuando hablo con él no solo me siento cómodo, también me da vergüenza cuando me mira fijamente o si me pregunta algo temo verme aún más pendejo de lo que soy. Si por mí fuera me ocultaría debajo de una piedra para que no me vea, pero como quiero verlo soy yo el que anda persiguiéndolo como perro en celo.

—Es porque eso eres, literalmente.

—Cierra la boca o en mi vida vuelvo ayudarte. —Le amenacé.

Le dije que mis ganas de andar molestándolo y coqueteándole eran mas grandes que mi vergüenza. Siempre fui descarado, ni siquiera por Des podría cambiar mi naturaleza.

Hipocondríaco siempre era directo. Pero supongo que el miedo lo hizo un inexperto en estas cosas. Y yo en realidad esperaba que él no sintiese lo que yo sentía por Des.

Porque si sus sentimientos eran más fuertes que su miedo, estaría condenado a repetir el mismo error, una y otra vez. Si aquello sucedía, al menos yo estaba seguro de querer protegerlo de nuevo, sin importar quién le hiciera daño.

~•~•~•~

—¿Me pasan la sal?

Vi las manos de Des estirarse, tratando de llamar la atención de su grupo. Su espalda se contrajo como la de un gato. Sus ojos no estaban sobre mí, pero me deslicé sobre la mesa como si solo verlo me derritiese.

—Toma. —Hipocondríaco se la pasó.

El rubio corrió al otro extremo para echárselo al huevo que preparaban. Últimamente nos encargaban hacer nuestras propias comidas con la excusa de ser autosuficientes.

—Oye, wero —le grité, consiguiendo que me mirara con los ojos entrecerrados por el sol—, acomoda tu playera. Te veo la cintura.

Bajó la mirada antes de mostrarme el dedo medio. Des estaba agresivo desde hace unos días cuando le dije que le coqueteaba en serio. Pero no dejé de sonreírle, incluso ese lado suyo me gustaba.

Volví en mis pasos para regresar a la carpa donde estaba mi equipo, apenas a unos metros de distancia. Estocolmo lavaba lechuga, con sus mangas recogidas y la guardia en alto cada vez que alguien le hablaba. No era muy sociable, ser nuestro líder tampoco parecía gustarle.

—¿Te manoseaste anoche? —Mi pregunta le hizo soltar la lechuga en el contenedor de plástico.

El moreno se apoyó en el grifo para cerrarlo mientras me veía con recelo. Mi sonrisa fue hipócrita, me crucé de brazos y me recargué en el fregadero mientras le veía de arriba abajo.

Estoy seguro de que él besó a Hipo. Es el único así de retorcido.

—No todos nos manoseamos ante la más mínima muestra de afecto —murmuró, con las manos siendo sacudidas—. Así que no, no, para nada, Exin.

—Buena respuesta. —Sentí el ataque personal así que traté de mantener el orgullo.

Levantó el contenedor en el que llevaba otras cosas como cilantro y tomate recién lavado. Me pidió que me apartara para pasar pero yo quería dejarle algunas cosas en claro.

—Es enfermo que lo beses después de lo que pasó entre ustedes. ¿No puedes dejarlo en paz, gallo? Me lo traes todo confundido.

Levantó los ojos con pesadez.

—Él me besó —me aclaró—. No eres el único confundido.

Me quedé estático al escuchar aquello. Quise refutarlo pero aquello tenía sentido. A Hipocondríaco no le daba miedo ni le incomodaba Estocolmo, sencillamente le gustaba, se preocupaba de cosas como incomodarlo así que prefería evitarlo, y pensaba estar enfermo por el retorcijón en el estómago.

Qué verga.

¿Por eso lo andaba buscando desesperado en la albercada?

—Él te va a lastimar. —Escupí al dar media vuelta para hablarle. Se limitó a observar sobre su hombro, casi pidiendo que no continuara porque estaban los de nuestro grupo.

Me vio la poca intención de detenerme, así que caminó devuelta a mí para pedir que me callara.

—No quiero nada con Hipocondríaco —declaró, desviando la mirada por el sol que entraba por su derecha—. Ya, ya, ¿contento? Ahora ve a lavar el pollo porque esa cosa aún hace kikirikí...

—Espera, ¿cómo que nada? —Me sentí ofendido—. Está guapo, ¿no te gustaba?

—¿Qué?

—Sé que no lo parece pero es un tipazo. Siempre está atento a mis comidas, me presta ropa, me ayuda con mi crush. No le gusta que hable mal de ti, te respeta mucho —le señalé con ambas manos, Estocolmo solo lucía amenazante—. Es el novio ideal que querrían todos los padres. Bien educado mi muchacho.

A mi Hipo nadie lo rechaza.

—No tiene sentido del humor y a veces dice cosas clasistas, pero tampoco es para tanto.

—No mames, decídete... —Cubrió su frente con la mano.

—No, tú retráctate. Te gusta, yo lo sé.

—Qué hueva hablar contigo.

Estocolmo volvió a donde estaban cortando las verduras. Yo salí corriendo a la carpa donde Hipocondríaco estaba lavando un camote. Tomé a mi muchacho de los hombros, él suspiró antes de decirme que le dejara trabajar, pero lo arrastré.

—Literalmente solo te he visto vagar en lugar de trabajar. —Me criticó, pero permitió que lo jalara por el césped.

Se detuvo en seco y sacudió la cabeza cuando vio que le llevaba a la carpa vecina.

—Vamos a cambiar de grupo por hoy. —Insistí.

Estaba aferrado a mí para que no lo soltara debajo de la carpa. Tan pronto se dio cuenta de que Estocolmo lo veía me soltó, y me preguntó qué quería o si ya se podía retirar.

—Oh, bien, quiero estar un rato con Des así que, ¿puedes lavar el pollo tú?

—Llévate el puto camote. —Me lo entregó en las manos con toda la intención de golpear mi estómago.

Y yo que dije que eras educado, mamón.

Comencé a alejarme cuando esos dos se acercaron. Hipocondríaco le habló como si nada, diría que incluso sonriendo, preguntando por un contenedor para poner el pollo. Estocolmo aunque le miró extraño se acercó para orientarle.

No pasaron ni dos minutos cuando ya estaban alrededor del otro guiándose con cara de estúpidos.

—¿No te estorba tu cabello? —Estocolmo le apartó algunos mechones.

—Un poco. —Hipocondríaco solo se inclinó sobre la mano del otro para que continuase acomodando su cabello.

—Entonces ve a peinarte. —Estocolmo lo soltó, dándole la espalda entre risillas.

—Ah, tengo las manos mojadas... ¿No puedes ayudarme? —Hip fue tras él.

Yo miré a la otra carpa, donde Des estaba apurado friendo unas cosas. Me dio coraje ver que esos dos andaban como si nada y a mí Des no me quería dar ni los buenos días.

Desrealización era todo lo que admiraba. Sus habilidades sociales y la forma en que leía el ambiente, aunque su cabeza no estuviese presente. Hacía sentir a todos en un ambiente cómodo, incluso si los presentes no le agradaban. Seguro era un mejor partido para todos.

Me aproximé a él para preguntar en qué podía ayudarle. Me miró extraño, yo le confesé que me vine a su grupo porque Hipocondríaco quería estar con Estocolmo.

Nah, yo solo quiero estar contigo.

Así que no me hagas llorar cuando te niegues.

—Va, dats hotkei, lávate las manos y ahorita me ayudas. —Me ordenó sonriente.

El chico que nos había invitado a beber, Waarden, se nos acercó para preguntarnos si lo acompañábamos el domingo a dejar las botellas a su colonia. En realidad conmigo se llevaba bien y parece que Des también le agradó así que fue una invitación para ir a pistear.

—Oye, wero.

Des me volteó a ver cuando volvió a su estación. Pasó el brazo por su frente para detener una pequeña gota de sudor y me preguntó qué pasaba.

—¿Te puedo agarrar una nalga al saludar?

—Siempre lo haces. —Elevó una ceja.

—Pero papá, me refiero, en coqueteo serio —se rió al escucharme—. Bueh, no sé cómo pero si no te gusto ni de pedo, al menos échame un grito si te gusta lo que ves.

—¿De qué hablas?

—Le echo ganas a mi apariencia, de eso hablo.

Me acerqué con cautela. No me ejercitaba en vano.

—Ah —miró a los costados. Albin también le observó a lo lejos pero mantuvo el silencio—, pues a mí me gusta.

—Haré que te guste más.

Des puso sus mano sobre mi pecho para evitar que me acercara. Yo tenía confianza en mi físico más que en mi persona; si eso le gustaba, me sentiría más que satisfecho. Yo no sabía diferenciar la luna de mercurio, pero por él le bajaba cualquiera.

• • •
Prometí un capítulo tranquilo porque es el mes del amor y mañana es 14 de febrero.

FUA, Hipocondríaco cree que se va a morir por taquicardia. Qué bueno que no se comunica casi con Estocolmo. Le diría "Me dan ganas de vomitar cuando te veo".

Estocolmo está así¿¿¿ Igual que Des quien tampoco entiende lo qué pasa. Albin solo observa de lejos.

¿Cómo han estado? ¿Cómo ven a Hipocondriaco? Parece que se va a morir en cualquier momento por la ansiedad. Estocolmo trata de mantenerse seco pero de repente se deja llevar.

El próximo capítulo hablará un poco sobre la funa de Des. Esperemos lo mejor.

Adriana trajo a la vida el meme GAHSHAHSHA:

TENGAN UN LINDO INICIO DE SEMANA, LES AMO. Por cierto, saldrá en físico EPTYE. <33333

~MMIvens.

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