Capítulo 3: Llévame contigo.

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng


No tenía remedio, ni para pensar en textos o ensayos de vida que describieran una idealización de lo que es ser uno mismo.

Mucho menos para visualizar y consumir términos complicados, ni lo más simple.
La distracción no solucionaba mi estado.

Cuando intentaba pensar en música, lo nombraba, como si fuese el nexo de cada melodía.

Estocolmo.

Agotamiento.

Llegué a un punto de mi vida en que todo me era común, regular, monótono; solo un cuerpo controlado por la racionalidad y el desinterés.

No me emocionaba como antes. Pensaba que mi vida estaba algo jodida con anterioridad, pero sentí el vacío cuando las cosas sólo avanzaron.

Me era extraño hacer mi rutina diaria, pero no me detuve. Me sentí diferente cada mañana hasta el momento en que volvía a la cama; sin ser capaz de procesar simples textos o conversaciones naturales.

Con más sueño de lo normal, apenas un mínimo rastro de energía para hacer mis deberes y volver a desconectarme de mi propio cerebro, ajeno a mis manos o cabellos. Observando el teléfono, con la esperanza de encontrar algo más, en el buzón, el cielo o las calles al transitarlas.

Diré que lo más cercano a la emoción, fue carcajearme con Tourette y Marfan cuando nos registramos al instituto de reinserción. No por las actividades extracurriculares que optamos por hacer, sino por la primera clase, donde te aclaran que eres una condición a menos de dos años de convertirse en "un ser humano".

En alguien con el derecho a llamarse a sí mismo un ser natural.

¿Verdaderamente iniciaría mi vida? Me pareció una realidad bastante culera. Y yo ya tenía 19 años haciéndolo, con el poco humor que quedaba en mí, ya por extinguirse.

Nunca he sido gracioso, pero creo que ahora ni golpearme con cada tubo me hace gracia.

—Te juro, Tou. Ya me siento bien acabado para estas fiest... —Me callé al golpearme con el estante del pasillo.

—Hablas como señor, mijo. —Mi amigo siguió de largo sin percatarse del ranazo que me metí.

—Eso soy. Eso soy —me repetí.

Permanecí aturdido con la mano en la frente, preguntándome si aquella herida dejaría marca. Me dio vergüenza levantar el rostro porque seguro varios vieron mi accidente, así que solo esperé a que miraran a otra parte.

—Solo quería beber —rechisté.

Habría sido mejor echarme una cerveza en mi cuarto mientras terminaba el ensayo pendiente.

NADA me daba ganas desde que empezó el año, así que comencé a forzarme por salir de aquellos sentimientos. Ir a algunas pedas, pasar más tiempo en familia, tratar de relacionarme y hacer amistad con profesores. Pero solo conseguía cierta culpabilidad por no ser sincero en mis actos, sino un urgido por sentirse bien.

—Debo dejar de forzarlo —mascullé, levantando la cabeza para adentrarme en el pasillo.

Me aferré a las mangas de mi chaqueta negra. Respiré profundo mientras removía mis hombros al caminar entre los presentes.

El ambiente estaba repleto de ruido por la bocina gigante en la sala, las luces que venían de algunas lámparas tenues en lugares discretos, teléfonos siendo usados para textear. Me tranquilizó ver que esos últimos tenían estampas en las cámaras para evitar grabar a los menores de veinte años que bebían.

—Seh, seh, la próxima vez me quedo. Se ve que hay puro mañoso acá —pronuncié, observando a un universitario ligar con una menor.

—¿Disculpa? —El barbudo me miró, sacando de su boca el vape.

—¿Mm...? —Me hice el desentendido.

Verga, no sé cerrar la boca.

—¿Mm qué? —Se intenseó conmigo al ver a la chica retirarse.

—Ajá. —Sonreí.

Correr o pelear. Soy bueno haciendo ambas cosas.

Supongo que los Dioses se apiadaron de mí ya que le entró una llamada en ese momento. Arrugó los ojos y respondió, antes de buscar la salida para comunicarse con mas claridad. El aire retenido en mi cuerpo fue expulsado con un suspiro.

Bebo algo y me largo.

Me acerqué a la mesa que exponía vasos de colores junto al alcohol. Cada color estaba organizado en base a tu situación sentimental: El rojo indicaba que ya estabas comprometido con una relación; negro, para quienes vivían una situación complicada; verde para los solteros.

Agarré el negro con desánimo. Serví un poco de tequila porque era el más sano para mi cuerpo. Otros servían refresco con alcohol, o solo refresco. Me entretuve un rato solo viendo a los extraños beber y conversar.

—Hey, no me veas así... —Voces agudas.

—Cuidado con el florero. —Más bajas.

—Todo el año pasado estuviste jode y jode con que había un tercero involucrado. —Chismes.

—Hey, mi pareja está detrás. Baja la voz.

—Es relación abierta, no es como que le importe. —Cosas que me hacían arrugar la nariz.

—Sé que lo dejaste de investigar después de lo que pasó en la clausura, ¿pero no te causa nada de intriga que AL TIRO SE METIÓ UN RARITO A LA ESCUELA POR LA MADRUGADA? —Oí a mis espaldas la charla, por chismoso nada más. Tomé un sorbo antes de escuchar el resto—: Cubierto hasta la cara. Bien macizo. A media noche. ¿No se te hace raro, Hipo?

Sentí que me habían golpeado algún nervio. Mi piel se erizó desde el codo hasta las hebras de mi cabello, haciéndome incapaz de sostener el vaso con una mano. Tomé fuerza para no soltarlo

No es él.

—Tú hiciste lo mismo, literal.

Ja... literalmente es él.

Giré de golpe, sintiendo a mi cuerpo afirmar lo que mi corazón negaba. Como si solo su voz fuese suficientemente para revivir mis reflejos que habían permanecido dormidos.

Cuando pensaba en volver a ver a Hipocondríaco, no pensé que siquiera fuese a notarlo. Pasaría a un costado, en un frágil silencio que se quebraba por instantes al respirar, como una presencia melancólica que se dispersaba en el frío. Que yo estaría estancado, incapaz de voltear o reaccionar a él.

Como la sombra que arrastraban mis dedos, y se ocultaba cuando lo buscaba en ellos.

—Olvídalo —se oyó relajado, moviendo el vaso rojo en sus manos.

Pero no fue una sombra en ese instante, sino esa chispa que me recordó lo destructivo que era el añorar; definitivamente lo sentiría una y otra vez si el amor del reencuentro era así.

Estuve dispuesto a dar ese paso, a perseguir a esa chispa que no me vio pasar. Mi deseo prevaleció aún viendo el color de su vaso, la compañía de alguien más, su cabello un poco más largo; yo ya no formaba parte de su mundo, pero aún sabiendo que podía quebrarlo, deseé entrar por la fuerza.

Quise tantas cosas.

Pero no lo hice. Permanecí estancado al piso, sin siquiera notar la canción de fondo o las personas chocando contra mí.

No quiero destruir su vida otra vez.

Cerré mis puños, peleando contra mí mismo para contener mis deseos de correr hacia él. Pues todas las veces que pensé con el corazón, su vida había colapsado en una vertiente que nos arrastraba a ambos con rapidez.

Bajé la cabeza.

—Me voy —y bufé, dejando mi bebida atrás.

Fui en dirección a los baños solo para lavar mi rostro. El primero al que entré no tenía lavabo así que volví al pasillo de la entrada para buscar el otro. Mojé mis mejillas, observé la rojez del putazo que me di, y salí después de diez minutos frustrado frente al espejo.

Venga, no te pongas a llorar.

Retrocedí al ver a Hipocondríaco en el pasillo. Traté de sostenerme del umbral, pero no había a dónde huir cuando ya nos habíamos visto de frente así nada más, tan a lo descarado. Fue como si ahuevo quisieran restregar en mi rostro su identidad.

—¿Est...? —Mi nombre en sus labios me afirmó su presencia.

No sé cuál fue mi expresión, pero se sonrió al bajar la vista hacia mí. Con su boca entreabierta y esos ojos negros que combinaba con los míos.

—Perdona si interrumpo, ¿cómo te encuentras? —preguntó, inclinándose. El tono de su voz fue suave, al igual que su mirada.

¿Cómo has estado tú?

¿Qué has hecho sin mí?

No es algo que me haya detenido a pensar últimamente. —Mi respuesta dijo más de lo que pensé. Arrugué el entrecejo debido al pesar que sentí, pero no dejé de verlo.

—Fue una mala pregunta.

—No, no, está bien. ¿Tú cómo has... —me detuve al verlo esbozar—. Mala pregunta.

Bajé la vista en una risita incómoda que compartimos. Mis dedos jugaron con las orillas del vaso, pero mi visión se distraía con los zapatos de Hipo que se movían como si intentasen remover algo del piso.

No puedo permitir que hablemos más.

—Bueno, bueno, yo te dejo. Ya me iba a retirar y tampoco quiero robarte más tiempo con tu novia, o novio, pareja, si es que vino —hablé acelerado, quitando algunos cabellos de mi frente para mostrarme relajado.

—No salgo con nadie, literal. —Me miró más confundido, apretando el vaso en su mano.

—El color es rojo —destaqué el objeto.

—Oh.

Traté de no escupir una carcajada al oír ese breve sonido. Él retomó lo que decía:

—No quería llamar la atención, pensé que era mejor pretender que estaba en una relación. Si te incomoda puedo cambiarlo, ¿el negro está bien? —Dio algunos pasos torpes, tratando de acortar la distancia—. Espera, ¿te lastimaste...?

Oh, puto golpe.

Toqué mi frente para sentir si estaba al descubierto, pero el movimiento brusco de mi mano me produjo dolor. Solté un quejido, antes de verlo dejar su vaso en un estante alto y agacharse para ver mejor mi herida.

—¿Puedo? —Preguntó, removiendo mi cabello cuando me vio asentir—. Es reciente. ¿Te diste con los estantes? Ay, Est. Vamos a la farmacia, si te parece.

—NO, no, no. No te preocupes, siempre traigo pomada en la guantera, también algunas curitas. Ya sabes, la costumbre —me carcajeé, alejando sus hombros con mis manos—. Nunca aprendo. Lo normal. Soy medio idiota. ¿De qué hablábamos? De que ya me iba. Ah, sí...

Mi teléfono paró las mamadas que decía, aquello me pareció piedad por parte de los Dioses, ya dos veces en la misma noche. Estaba por responder, pero ver el nombre de mi madre en la pantalla me hizo volver a la realidad.

Aquello me arrancó toda emoción.

Se ha vuelto asfixiante.

—¿No vas a responder?

Miré la imagen. Sentí que mi madre estaba junto a mí, aferrada a mis hombros con la excusa de protegerme. No era algo que me gustaba sentir cuando quería tanto a alguien.

—No, ella sabe dónde estoy —musité, dejando ir la llamada.

Guardé el teléfono en mi pantalón. Estaba por despedirme, pero Hipocondríaco habló una vez más:

—¿Cambiaste de celular?

—Desde el año pasado, seh... —dudé de mis memorias, alargando las palabras al recordar—. Quedó echo una mierda durante el PLJ.

Hipo llevaba una playera blanca con un abrigo azul encima, sin cerrar los botones. Su mano derecha a veces sostenía la mochila que colgaba de uno de sus hombros, pero abrió las palmas como si algo se le hubiese caído en el camino. Incliné mi cabeza sin comprender su reacción.

—¿Desde entonces?

Asentí.

—¿Pasa algo?

—Me alivia —respondió de inmediato—, intenté contactarte. Llamé muchas veces a tu número, pero era inexistente, hasta que respondió alguien más.

Marcó.

Me vi forzado a parar. No quería hacerlo —agregó.

—Yo te escribí —solté aquella agrura en mi garganta tan pronto terminó—, por cada red que encontré. Paré hace unos meses, supuse que, no sé... Tal vez no querías hablar con nadie.

—¿Escribiste? ¿A mí? —Se señaló, ansioso—. Eliminé todas mis aplicaciones por el acoso.

Sé que mi rostro se entristeció. Traté de rascar mis cejas para despistar, pero mis dedos temblaron, asustados. No sé qué me aterró tanto, o solo no quise decirlo.

—¿En serio? Lo lamento, saqué conclusiones rápido.

Me tomó de la mano, tallando las yemas para tranquilizarme. Nada evitaba que nos viéramos, expuestos a la mirada del otro. Qué hermoso era.

—No, perdona, yo debí enviar una paloma o algo —soltó.

Elevé una ceja que destacó mi sonrisa.

—¿Acabas de bromear?

—¿Fue malo? Estuve practicando, no debería ser malo —respondió, luciendo amargado—. No te rías de eso, por favor.

—Fue tierno. —Pensé, en voz alta. Me mordí la lengua antes de volver al juego y apartar su mano—: Bueno, ¿de qué hablábamos? ¿De que ya me iba?

—También de teléfonos, de eso hablábamos, sí. ¿Podría tener tu número, Est? Si no es demasiado.

MADRES, HABLAMOS TAN RÁPIDO QUE MI CEREBRO NO ANALIZA NADA.

Le pedí a Hipocondríaco que me diera un segundo. Usé de excusa el alcohol, culpé el golpe de mi cabeza, también aproveché a quitarme la chaqueta pues el calor que almacenaba el pasillo me producía sudor.

Supuse que si no tomaba esa pausa, habríamos prolongado la charla sin meditar; no unos 5 minutos, ni diez, ni siquiera una hora. Habríamos hablado, sacando temas por debajo de la manga, agregando cosas a la despedida que solo la extenderían, por días, meses, años. Si por mí fuera, habría hablado con él lo que me quedaba de vida.

Pero no estábamos solos en una habitación apartada del mundo. Estábamos en exhibición, en algún vitral que decía ser apto para animales nacidos en cautiverio; pero a fin de cuentas, cautiverio.

—Dame el tuyo también —pedí, después de darle mi número.

Al intercambiarlos, mirando las manos del otro y los dedos escribir, me arrepentí de cosas que había dicho segundos antes y que sabía me arrepentiría en el futuro. Una de ellas fue rechazar otra vez su propuesta de ir juntos a la farmacia:

—Déjame acompañarte —insistió, mirando de reojo a través de mis cabellos.

Llévame contigo.

—No te preocupes, de verdad.

Sácame de aquí.

La despedida después de eso solo se logró cuando me vio sacar mis llaves. Dijo que me volviera a poner la chaqueta ya que hacía frío afuera. Agradecí su preocupación.

Dejé a Hipocondríaco detrás una vez pisé el exterior.

~•~•~•~

—Sábado tomó su primera clase de inglés, ¿verdad? —Pregunté, mirando el techo de la habitación.

Vi una pelotita de juguete cruzar mi vista. Extendí ambas manos por el tapete, pegando más mi espalda al piso.

—¿Por qué lo preguntas? —Mi hermana se inclinó hasta aparecer en mi campo de visión.

—No sé, tú dime —me encogí, desviando la vista hacia los pies de mi sobrino que jugaba descalzo—. Llegó diciendo hellou y que somos Tacolandia.

—¿Taco qué? —Una pelotita golpeó su cabeza, pero lucía más sacada de pedo con lo que dije.

—Creo que va a ser el primer whitexican de la familia —me lamenté, hablando de mis cabellos.

—No mames, no. Lo estoy criando mejor que eso, míralo —me lo señaló, pero me negué a dirigirle la vista. Estaba herido por escuchar la falta de respeto a mi vida diaria—. QUE LO MIRES, DAÑADO.

Quité las manos de mi cara, deslizándolas hasta bajar por mi cuello y devolverlas a los costados. Ella me preguntó cómo estaba.

La miré con incredulidad ya que claramente me hallaba pudrido en miseria y consumismo. Para demostrárselo, levanté la bolsa de papas a mi costado, que ocultaba los trabajos que debía entregar en la semana.

—Te ves feliz, por eso pregunto. —Me sonrió, forzándome a ver sus labios rojos recién pintados.

—Me veo patético.

—Pero feliz. Ya tenías rato sin entrar a relajarte en la habitación de mi niño; solo lo atendías y te ibas a encerrar en tu cuarto —explicó, dándome palmaditas en la pierna—. Me alegra verte así hoy. Has actuado como robot últimamente.

—No negaste que me veo patético...

—Y feliz. —Me pellizcó.

La escuché hablarme un poco sobre la vida, cosas que había escuchado antes de otras personas, de mi familia en general, incluso leído. Me limité a asentir para que no sintiera que sus palabras eran en vano; yo la quería mucho, pero en esos momentos las palabras no me hacían aclarar mi mente o hallar una solución a todo lo que vivíamos.

—¿Has hablado con el hermano de Denis? —Murmuró, como secreto a voces, mirando a su hijo jugar—. Sabes que puedes contármelo.

—Lo vi anoche, sí, sí. —Suspiré.

—Lo imaginé, vienes acá cuando no sabes qué hacer.

Se estiró para recolectar las pelotitas de plástico. Ella tenía curiosidad por saber más, pero fui breve, hablando de que nos habíamos saludado pero dudaba siguiéramos en contacto. Estábamos viviendo en momentos distintos, o realidades diferentes. Si pisaba su universo, este colapsaría.

—Sabes, a mi madre le agrada ese tipo que luego pasa por ti.

—¿Impostor?

—Sip, dice que viene de buena familia —comentó. Le hizo señas a su hijo para que este se acercara. Le habló para que le obedeciera—: Ven, trae el juego de mesa.

—Supongo —vacilé.

—Tus amigos en general le agradan. Todo tu círculo parece ser selecto y de otro nivel, dice, muy maduros para su edad —aclaró mientras tomaba las piezas del juego—. Pero pareces fuera de lugar, incluso en casa.

No encajo, así de simple.

—No porque crea que no estás a la altura o que no te estás integrando bien con el nuevo programa. Sino que no tienes las herramientas adecuadas. Te siento desconectado por ello.

Las opiniones de mi hermana mayor nunca me parecían críticas.

Ella era alguien muy introspectiva, incluso consiguió que mi hermano discursara cuando este iba en la preparatoria; ese era su don, conocer tan bien a las personas que podía intuir lo que pasaba por sus cabezas. No por observadora, quizás era su delicadeza al sentir a los demás.

Podría escucharla hablarme por horas, seguro de que no me haría daño.

—Mira... —tomó las cartas del juego de mi sobrino—. Nunca somos totalmente libres. Siempre tendremos los límites de las mismas herramientas con las que jugamos. Es sencillo desear otras alternativas, también tener miedo a soltar lo que creemos nos ayudará a vencer el camino.

Me mostró una carta negra que llevaba la silueta azul de un rey poniéndose su corona.

—Creemos que eso es suficiente para ganar —explicó, deslizándola para mostrar la silueta de un soldado—. Pero no hay un camino correcto. Creo que a veces es cosa de superar el miedo y aceptar la libertad, no aferrarse con los dientes a lo que creemos será lo mejor.

No supe si hablaba de la carrera que tenía en mente como enfermero en lugar de estudiar fisioterapia deportiva; o, si se refería a mi intento de amar a alguien que fuese apropiado. Puede que hablara de algo más simple como tratar de cumplir con tareas no obligatorias, solo porque temía tener tiempo libre.

Me estaba aferrando a todo ello. Con uñas y dientes.

Me aterraba no vivir rectamente y que otros cuestionaran mis sentimientos. Porque un Síndrome de Estocolmo, jamás está seguro de sí.

—Uno debe darse cuenta de la variedad de cartas a su disposición, a veces equivocarse, a veces soltarlas todas. Cuando uno deja eso que lo ata, abraza la libertad de elección en cada segundo de su vida —concluyó, mostrándome la carta del hombre, sin posesiones, despojado.

Solo un hombre.

Aquella carta que era rechazada por los jugadores a lo largo de la partida, pero cercano al final, era codiciada para limpiar las maldiciones de sus herramientas; ya fuese el envenenamiento de la corona o la sangre de la espada. En eso consistía el hombre natural del juego.

—Supongo que debo reevaluar mis opciones —reí, cubriendo mis ojos con mi brazo.

—Estás a tiempo. Un año exactamente, para entrar a la universidad, y bueno... ya sabes, dejar de ser Estocolmo.

—Estoy a tiempo —me afirmé.

En mi teléfono, algunas vibraciones me indicaron la llegada de mensajes. Aún sin abrirlos, sabía que pertenecían a Hipo.

Lamento bastante no haber podido hacer nada el año pasado.

Si lamento otro, me va a destrozar.

• • •

WE NEVER GO OUT OF STYLE

Voy a llorar, a ambos les habría encantado salir juntos de la fiesta.

Bueno bueno bueno, era necesario saber qué era de la vida de Est. Probablemente les vaya contentando poco a poco, pero en este capítulo se lo guarda ya que no ha estado de humor ni para pensar. Hipocondríaco volvió a sacudir su actuar.

TeamoTaylor,tienesunacanciónparatodo.

Hipo dio el primer paso a buscarlo. No tiene nada que perder. Pero es cauteloso, porque lo único que no se quiere permitir es afectar a Est.

Albin le contó a Hipo que alguien entró a L.A. pero este no muestra interés en ello. A fin de cuentas, ya no es su problema ni le interesa lo que pase con la escuela.

¿Cómo han estado?

¿Comentarios sobre Est e Hipo?

Hice estas ilustraciones:

¡NOS LEEMOS PRONTO! <3

~MMIvens.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro