Capítulo 2: ¿Qué esperas?

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El entendimiento, siempre un deseo fugaz cuando anhelaba la cercanía con alguien, el deseo de ser visto.

Cuando estaba en mis manos, cargaba la presión de pretender ser quien no era. Me agotaba, como si todo el rostro me pesara o la sonrisa se me paralizara.

Jamás supe dejarme querer, ni abrirme a los demás.

Albinismo.

Dicen que el peor de los pecados que un hombre puede cometer, es no haber sido feliz. Supe en el instante en que vi a Hipocondríaco, que ambos pecábamos de ello.

Como si nos hubiesen maldecido antes de nacer. Que incluso echando un ojo a otro universo, no viviríamos en mejores condiciones, sino que nos encontraríamos atados a repetir escenarios similares. Quizá por ello me fue fácil confundir su amabilidad, tomarlo como alguien que podría llegar a sentir algo por mí.

Pero me alejó una y otra vez, con la dulzura de un fuerte y digno rechazo.

Hip Hip: Por favor, si me inscribo a tu club solo hablemos allí. No quiero que te relacionen conmigo.

Vi su mensaje al despertar. Me aturdió el brillo de la pantalla. Bostecé antes de arrojar el teléfono a las cobijas.

Hipo planeaba ignorarme el resto del año, eso lo sabía. Ya era malo haber sido rechazado por él, pero que ahora no pudiera tener su amistad por culpa de un rubio pendejo al que anexaron, me ponía peor. La única persona que verdaderamente me importaba, había caído por debajo de mi existencia.

Se convirtió en el último eslabón.

Primero me bañaré, después pensaré —me dije a mí mismo.

Me gustaba ducharme cuando el sol estaba por salir. Mis baños eran largos, por eso trataba de cerrar la regadera por periodos. La loción y la crema las ponía en lugares estratégicos; por si alguien pasaba detrás de mí, por si me abrazaban, por si me daban un beso o solo estrechaban mi mano.

Las lentillas por si me sacaban una fotografía con flash. El color de la peluca no dependía tanto de los demás, sino del clima; si hacía frío usaría colores fríos, cálidos para el calor. Mis lentes de sol en la mochila para volver de clases. Algunos maquillajes para retocarme al mediodía.

Y una navaja, porque soy albino. Nunca sé cuándo alguien querrá agredirme.

Subí mis cosas al vehículo. Al querer cerrar mi ventana, la nueva pareja de mi padre metió su mano para impedirlo. Volví a bajar el cristal y me quité los lentes de sol.

—Al, pequeño, ¿será que puedas dejarme en el trabajo? —Sonrió, queriendo acariciar mi cabeza. Tomé distancia al responder.

—Claro, sube. —Le devolví la sonrisa.

Extraño a su anterior esposa.

No puse música en el camino. Hablamos de algunos temas de interés al ser cercanos en edad, pero nada profundo. Involucrarme con la vida romántica de mi padre era como verme a mí mismo, saltando de una relación a otra y cayendo por personas que veían mi cabeza antes que mis ojos.

Me preguntó si podía pasar por ella al salir, pero nuestros horarios no concordaban así que solo insistió en vano.

—Me vas a traer entonces por la mañana, ¿vale? —Asintió, haciéndome imitarla de igual forma pese a no estar de acuerdo—. Gracias, lindo. ¡Me avisas cuando llegues a casa para irnos a comer algo rico!

—Sí, clarooo. —Arranqué, centrándome en las salidas del edificio. Supe que tendría que aprenderme la ruta de memoria, después olvidarla al año o dos.

Llegué a la escuela, agotado.

Tardé unos segundos en tomar fuerza para bajar del vehículo. En la entrada me detuvieron para revisar mi maquillaje, que no fuera demasiado o me mandarían a lavar la cara. Era la primera semana pero la chica del comité disciplinario no dijo nada acerca de mi peluca, sin siquiera sospechar de mí.

—A Hipo no lo engañé dos veces —hablé entre dientes, adentrándome al instituto.

Las cosas en L.A eran diferentes ese año. En comparación con los anteriores, se podría decir que Hipocondríaco había absorbido todo el mal de la escuela. Era extraño ver a personas en dirección los primeros días, y en los foros no se hablaba de nuevas condiciones sobre las cuales burlarse, sino que todos tenían la mira sobre Hipo.

Los profesores le trataban como si no estuviese allí. Y al comer, ni siquiera yo lo encontraba. Me pregunté si se encerraba en los baños o si comía en algún salón. Incluso yo lo perdía de vista al terminar las clases.

—Oye, si puedes firmar... —Me levanté con prisa, tratando de poner los papeles en su pecho.

Al golpearme contra este, retrocedí. Era Insomnio a quien había detenido, Hipo solo me dio la espalda al abandonar el salón.

Lo perdí otra vez.

—¿Necesitas miembros? —Insomnio me habló, mirando de reojo a Hipo—. Yo me inscribo si él entra.

—No necesito más. —Sonreí.

—¿No debe un club tener mínimo 4 personas? —Arrugó su entrecejo.

Me faltaban precisamente dos miembros si no quería que se terminara de desmantelar el club de consejeros. Pero su insistencia por estar cerca de Hipo me ponía de malas; no solo porque yo era celoso con las personas que me daban seguridad, sino que dudaba que sus intenciones fuesen buenas.

Es suficiente con la chica que se anotó ayer.

—¿Me dejas pasar, sí? —Traté de rodearle, pero me arrebató los papeles—. Bueno, hazlo, regístrate si quieres. No creo que logre convencerlo de todas formas.

Insomnio se encogió de hombros. Sacó un lapicero de su mochila, se inclinó en su pupitre para anotar. Yo no me alteraba demasiado con desconocidos, así que terminé por resignarme.

Él era bastante alto, casi de la misma estatura de Hipocondríaco. Su cabello corto, como quien se lo había rapado a inicios de año. Su rostro aunque no me parecía saludable, llevaba maquillaje que le hacía ver bien la piel, también cubría sus ojeras así que no parecía un Insomnio a simple vista.

El resto de él, bastante común.

Probablemente el tipo de persona tan común que no se interesaría en su apariencia ni la de los demás. Pese a ello, su mirada sobre Hipo amenazaba con hacerle un hoyo en la nuca.

¿Qué le atrae tanto de él?

—Sigue intentando convencerlo. —Me devolvió los papeles, junto a una orden.

—Ni siquiera sé a dónde se va después de clas...

—Al estacionamiento. Hace sus cosas entre los dos autobuses del fondo.

Elevé la ceja hasta toparme con sus ojos. El color de sus pupilas eran de un café extraño, me pareció antinatural verlos en su rostro.

—¿Lo sigues a escondidas? —Bufé, cuestionando lo que haría en base a su respuesta.

—No.

—¿Entonces?

—¿Qué esperas? Ve a convencerlo. —Exageró su tono como si tratara de alentarme, pero sus manos al empujar mi espalda fueron más para correrme del salón.

Traté de sostenerme del marco de la puerta, aún así no pude evitar quedar fuera. Palpé mi cabeza para asegurarme de que mi peluca estuviera en su lugar, ya que quedé aturdido por la corriente helada del pasillo. Insomnio era bastante agresivo.

—Demente... —Me sacudí para quitarme las malas vibras.

Le diré a Hipo que alguien lo anda observando, aunque seguro ya lo sabe.

Al caminar por el estacionamiento, encontré a Hipo comiéndose un sándwich, recargado en uno de los autobuses. Sus mechones cubriendo su visión se sacudieron al reconocerme, como si le hubiese dado un susto.

—Debes tener más cuidado. Un pajarito me dijo que comías aquí —rompí el silencio, acercándome con las manos tras mi espalda.

—Insomnio viene acá a fumar —respondió sin interés y sin dudar de quién abrió la boca.

—Me preocupas.

Se quedó a media mordida cuando le dije eso. Parecía haber perdido al apetito por completo. Yo suspiré.

—Perdón, es solo que no sé nada de ti. Y no hay nadie a tu alrededor a quien preguntarle —solté, tratando de controlar mi tono para no mostrarme angustiado—. Te he estado persiguiendo estos días para que te unas a mi club, sí, pero también porque quiero verte. Eres mi amigo, ¿no? ¿O planeabas alejarte por completo de mí?

Todo este año se estaba sintiendo extraño, como si camináramos sobre hielo. No sabíamos cuándo se iba a quebrar, o si alguna de mis palabras le lastimaría. Pero él actuaba con calma, como si no fuese lamentable verlo comer en soledad.

—Mira, ya me vale madres si quieres estar lejos de mí porque te besé, porque te funaron, o si simplemente quieres estar solo —grité, sacudiendo los papeles frente a ambos—. Al menos quiero salvar este club. Desde que me conociste te demostré lo mucho que me importa, así que ayúdame. No me abandones así.

Dio un último mordisco. Sacó una servilleta de su bolsillo para limpiarse. Después tomó los papeles y en silencio firmó con su nombre.

—Lo siento. He estado bastante disperso este año —confesó, con la mirada perdida en el piso al devolverme la inscripción—. Me siento desconectado de todo. Literal, creo que debería tener más iniciativa.

—Eso lo entiendo. Puedes empezar a asistir la próxima semana, cuando tengas las cosas más en orden. O no venir nunca, pero déjame estar contigo.

Di unos pasos al frente para consolarlo, pero detuve mi mano antes de poder acariciar su cabello. Solo nos miramos, apenas sonriendo por mi desliz, o quizás por haber hablado en ese momento.

—Cambiando de tema, si lo que buscas es tener más iniciativa. Irás el fin de semana a la peda que te dije, ¿no? —Le hice ojitos—. Va mi noviesito, aunque es relación abierta así que igual si te coquetea me dices para que lo deje.

—Sí, Albin, ahí estaré. —Bufó, elevando su pulgar. No dejaba de parecerme tierno aún viéndose tan demacrado.

—Si me plantas te corto los huevos.

—¿Qué parte de lo que dije fue "no iré"? —Se emputó de repente.

—Eso, enójate. Te ves chulo.

Empujó mi cabeza hacia atrás cuando me vio riéndome. Aunque fue suave al hacerlo, el impulso me hizo dar media vuelta para comenzar a perseguirlo por el estacionamiento. Le alcancé hasta aferrarme a su mano, negándome a soltarlo.

—Así no te voy a perder como niño en supermercado —comenté.

—Ni soy un niño ni estoy en un supermercado. —Rodó los ojos. De todas formas, no me soltó.

Al ingresar al edificio principal, ambos caminamos por los pasillos agarrados de la mano, juntos. Yo era una figura central en la institución al ser el presidente del club de consejeros, así que aunque no recibí miradas extrañas, sí oía comentarios sobre él a nuestras espaldas.

Nada de eso logró quitarme la emoción de saber que obtuve un sí de su parte, al igual que su aceptación al no soltarse de mí. Ambos juntos.

El único pensamiento que tuve en la cabeza, fue el mismo que tuve aquella vez cuando me protegió de los demás:

Quiero que Hipocondríaco viva, pero que lo haga bien.

~•~•~•~

Me gustaba comprometerme con las pequeñas metas de mi diario vivir, quizás como una forma de mantener mi rol en la sociedad, pretender que tenía un propósito o que al menos era un poco interesante. Por cumplir con lo que otros esperan de un ser común, cosa que yo jamás sería.

Quería ponerme como plan ese año apoyar a Hipocondríaco, después de todo él no tenía el privilegio de nacer acomodado como yo, ni la facilidad para interactuar en base a como otros deseaban.

—Mucho menos iniciativa para hacer algo al respecto —reí mientras me inclinaba para subir los calcetines negros.

Me puse el cubrebocas y peiné en una coleta la peluca morada. Escogí una que atada me llegaba a los hombros, lacia, que nunca había usado antes con la intención de que no me reconocieran al ingresar a L.A.

Las únicas cámaras son de exterior y dentro de la oficina del director.

—Yo puedo, yo puedo. —Me repetí, ingresando por la ventana de mi club.

Entré con facilidad debido a la falta de seguro. Me había asegurado por la tarde de prepararla para mi entrada. Pisé el trozo de tela en el suelo para que mis zapatos no sonaran demasiado al caer, después la volví a cerrar en caso de que el guardia que cuidaba la entrada rodeara la escuela.

El plan no era muy complejo.

Entraría a L.A, más específicamente al comité disciplinario; desorganizaría algunos de sus papeles, borraría viejos registros de miembros para forzarles a restaurarlos; si me daba tiempo me daría una vuelta por el consejo estudiantil para destrozarles el lugar.

Pensé que cubrir la situación de Hipocondríaco con otro escándalo, era la única solución.

—Y no quiero dañar a alguien en específico, eso solo sería cambiar al chivo expiatorio —mascullé, dándome cuenta de que mordía mis uñas.

Controlé mis manos al salir del club. Estaba un poco alterado, ¿pero qué esperaba? Nadie más iba a hacer algo, ni siquiera Hipo.

Me paseé por los pasillos del primer piso, recordando el trayecto que seguía cada mañana, pero ahora rodeado por la noche.

Supongo que por mi condición estaba más acostumbrado a andar en mi casa a oscuras. Incluso cuando nadie asistía al club, solo apagaba las luces y hacía mis cosas con la poca iluminación de las frías mañanas. Eran esos momentos en que descansaba.

Apagaba las luces del escenario y dejaba de actuar poseído por el desbordamiento de mis preocupaciones.

Era solo yo, o lo que quedaba de mí al terminar el día.

Suspiré al encontrar la puerta abierta del comité. Perdí más tiempo buscando entre cajones que pasando algunos papeles a mi mochila. La contraseña del computador no fue difícil, seguía siendo la misma de cuando Hipo estaba dentro; el porqué la sabía era algo que me daba vergüenza confesar, pero yo realmente perdía muchas horas observándolo teclear.

Me aprendí la combinación de solo ver sus dedos, pero porque deseaba la misma atención.

—No me voy a arrepentir de esto, lo sé —me repetí, seguro de que las cosas valían la pena por mi querido amigo.

Pasada la medianoche, me moví al consejo estudiantil.

Allí la larga mesa que formaba la mitad de un círculo, me pareció un buen sitio para rayar, pero no tenía ninguna herramienta a la mano. Abrí las repisas en búsqueda de algún destornillador o cualquier cosa que pudiese servir para tallar la madera. Planeaba escribir letras al azar, dejar puntos, como si fuese un mensaje oculto.

Si lo publicaban en el foro escolar, pasarían semanas tratando de describir lo que significa. Los alumnos eran chismosos y conspiranoicos. Un plan excelente para distraerlos.

—Perfecto —murmuré, vislumbrando una llave inglesa.

Me apresuré a comenzar.

—¿Escribo Imbéciles Hipócritas? Nah, lo van a descubrir. ImTac Critasles 2pu? Seh, me parece.

Un corazón para que se vea tierno.

Me detuve en los detalles cuando escuché la puerta abrirse.

Quedé helado, aferrado a la herramienta. Había bajado mi cubrebocas temporalmente para rayar la mesa con mayor comodidad, así que nada cubría mi rostro ante la persona que entró.

Por otro lado, el sujeto llevaba cubierto cada parte de su piel, mientras su rostro estaba oculto tras una careta negra. El sonido de su respiración se detuvo al verme, ambos paralizados del terror.

Sé que me veo loquito rayando una mesa, pero tampoco es para asustarse.

Aunque me pareció indignante que se asustara siendo que quien venía como ratero era otro, mi primer pensamiento fue que se estaba ocultando. Me di media vuelta para devolver la llave al estante, también aproveché a subir mi cubrebocas.

—Ninguno estuvo aquí —susurré.

Es fácil de leer, puedo arreglármelas.

Estuve por pegar un grito del susto al verle detrás de mí. Cubrió mi boca para silenciarme, con uno de sus dedos pidiéndome silencio.

Estuve por asentir, pero me contuve. No iba a estar de acuerdo con un terrorista o lo que sea que fuese.

—Suéltame o grito —balbucí.

Ambos reparamos en la puerta al escuchar pasos del otro lado.

—Suéltame —repetí, apretando su muñeca.

Llevaba guantes, pero pude vislumbrar su piel entre el final de ellos y el comienzo de su chaqueta. Sus brazos eran fuertes, del tipo que me gustarían en otra clase de situación. Aquello me apendejó un segundo.

Lo que importa es lo que hay bajo el traje, no la máscara.

—Mira, solo voy...

Los pasos se intensificaron, y antes de que pudiera formular mi oración empujó su mano contra mi rostro, haciéndome caer de espaldas.

—ESPE...

No toqué el suelo, sino que fui cargado sobre su espalda, con la cabeza colgando a la altura de su cintura. Tapé mi propia boca para no gritar mientras iba siendo arrastrado entre el consejo estudiantil hasta el comité disciplinario, conectados por un pasillo que se hizo estrecho ante ambos.

Espera, creo que sé a dónde corre.

Carajo.

Este psicópata saltará.

Estiré mis manos para pescarme de sus pantalones, pero no pude pararlo. Cerré los ojos y junté las rodillas de las que me sostenía, preparado para el salto.

Temía que su cabeza o piernas quedaran atrapadas por el marco de la ventana del comité, pero se dobló mientras me cargaba como si yo fuese solo un costal, echándose de cabeza al exterior como un animal salvaje.

Pegué un grito ahogado al sentir sus brazos aplastarme contra el césped, ambos aturdidos por el impacto.

No supe si me miraba a mí, al piso, o a mi peluca que se había desprendido hasta aferrarse a la hierba. Solo la oscuridad de su sombra yacía sobre mí, ocultándome del farol.

—No me lastimé —respondí a duras penas, creyendo que eso esperaba oír.

Asintió, apartándose de encima.

Su físico me recordaba al de Exin. No sabría decir más sobre él, ya que nadie me había levantando de esa forma alguna vez, no existía referencia alguna en mi cabeza. No pregunté nada ya que ni siquiera había escuchado su voz, por ende no respondería.

—Ni tú me viste ni yo te vi. —Extendí mi mano, en espera de llegar a un acuerdo.

Agachó la cabeza antes de volver a mi rostro, como inspeccionándome. Levantó su bota al ver que pisaba mi peluca, e hizo un gesto de disculpa con ambas manos.

—Ah, no te disculpes, todo bien. —Me agaché a recogerla con rapidez, arrebatándome también la malla de la cabeza—, no soy pelón, por si te lo preguntabas...

Me pongo nervioso con quienes no hablan, Dios.

Levantó la palma, indicándome que era suficiente. Desvió la cabeza para mirar detrás de mí. Supe que tenía prisa, aunque ambos estaríamos en problemas si no nos retirábamos.

—Entiendo, tampoco soy un rarito, solo estaba...

Me mostró la señal de "ok" con los dedos.

—¿Y tú qué ha...? —Me detuve al verlo darme la espalda para retirarse.

Giró en la primera desviación del jardín, desapareciendo entre uno de los pilares del instituto. No le seguí porque ya sería demasiado. Permanecí quiero, reflexionando sobre lo que vi.

Mis cables no tardaron en reconectarse.

—¿No es a quien perseguía Hipo el año pasado?

Reí, sin entender nada de aquella noche.

• • •

HOLA HOLA, QUÉ ESPERAN.

Sip, mi nuevo narrador es Albin.

¿Cómo andan?

¿Comentarios?

Hipocondríaco está viviendo un año bastante solitario, más de lo que ya se había acostumbrado. Pero Albin no se da por vencido de estar a su lado.

Insomnio (No) se registró al club junto a otra persona. Ya tienen los 4 miembros.

Y sobre el último escenario, tenemos a alguien de pocas palabras (nunca habló ni hizo ruido). De apariencia peculiar (no se vio nada). Amable (tiró de boca a Albin). ¿Qué les pareció? (Nada de nada)

Albin como narrador me emociona mucho ya que la historia seguía la rutina de otros personajes, pero Al es probablemente el más distinto de todos.

Tengo unas ilustraciones de Albin rosita en plan I'M SUPER SHY SUPER SHY. Cómo le amo.

NOS LEEMOS PRONTO. ¡Feliz mes patrio!

~MMIvens.

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