Capítulo 2.

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Capítulo dedicado a AguePinkFloyd, una de las personas que más quieeeeeero y que ahora mismo está en Irlanda cogiéndose una buena cogorza (oh, Dios, recordad esta palabra).

Os dejo una foto de Julen en multimedia, pero, de verdad, imaginaos a quien queráis :)


Capítulo 2


Calzados Ortiz, conocido como C.O. en el mundillo de los negocios y los ricos ejecutivos.

El nombre no decía mucho, por supuesto.

El padre de Mel, Francisco Ortiz, no era ningún magnate del petróleo ni un importante creador de perfumes. Todo había empezado en Medinabella, un pueblo común, al norte de España, hacía muchos años.

Su padre había creado un pequeño negocio en su juventud, y finalmente se había convertido en un imperio... se había expandido por toda Europa. Francisco había adquirido grandes acciones de otras empresas, hoteles, restaurantes... y, simplemente, su familia había prosperado más de lo que nadie jamás hubiera podido imaginar. A los treinta años, Francisco se casó con una joven súper modelo inglesa y terminó mudándose a Londres, ciudad en la que nació Mel y donde la joven había vivido toda su vida.

Mel hablaba español perfectamente gracias a los veranos que había pasado en España durante toda su vida hasta cumplir los trece años. Desde entonces, solamente había vuelto a su país natal para visitar Ibiza durante los veranos. Y, a decir verdad, no recordaba demasiado de esas escapadas llenas de ruido, alcohol y celebrities.

Mel era una adolescente atrapada en el cuerpo de una adulta, y para colmo, una adulta con demasiado dinero; desde los dieciséis años pasaba de fiesta tres días de cada semana, religiosamente. Gastaba dinero en cantidades industriales, se codeaba con la crème de la crème y viajaba de discoteca en discoteca: una noche en Atenas, la mañana siguiente en París, ir a cenar a Italia... ¿Se podía pedir más?

Pero, al parecer, a su padre todo esto le había dejado de hacer gracia, aunque ya fuera toda una costumbre.

Mel había metido la pata en varias ocasiones, pero la última vez, le había costado un billete de avión a España y un puesto en la administración de C.O., con un triste sueldo que no le llegaba ni para comprarse un bolso de Channel o una botella de buen champán.

Aún recordaba muy bien la cara de su padre al tomar la decisión de desterrarla de Londres tres días antes:

«¡Has gastado más de veinte mil libras en un sólo fin de semana!»

Sí, lo había hecho, pero, ¿desde cuándo las buenas fiestas eran baratas?

La decisión había sido firme: «Te vas a España, y sin un mísero euro. Sólo pagaré tu comida y alojamiento».

Y ni las lágrimas de Mel ni sus ojitos azules y tristes habían sido suficientes para ablandar el corazón de Francisco, que no había admitido una sola palabra más al dictar la sentencia.

Y, tres días después, allí estaba ella: en el coche de Bernardo.

Al menos, seguro que ya estaban llegando a Medinabella, la ciudad en la que había comenzado la empresa de su padre.

Necesitaba ver un centro comercial, aunque fuera desde lejos.

—¿Falta mucho? —le preguntó a Bernardo tras dos horas de viaje.

Le estaba doliendo la espalda a horrores, y no hacía falta que nadie le dijera lo complicado que iba a ser contratar a un masajista allí, sin tener dinero. Bernardo volvió a mostrarle sus dientes irregulares y Mel se horrorizó de nuevo. ¿Por qué ese hombre abría la boca estando en su presencia?

—No, no. Es eso de allí.

Soltando una mano del volante, el anciano señaló una pequeña torre de Iglesia que se veía, un par de kilómetros a lo lejos.

—¿Detrás de ese pueblucho?

Bernardo se carcajeó intensamente.

—Exactamente en ese pueblucho.

¿Cómo? ¿Tenía que pasar la noche allí antes de poder ir a la ciudad?

—¿No puede llevarme directamente a Medinabella? —preguntó.

Y su pregunta se vio respondida cuando, segundos después, un cartel pintado con alegres colores, apareció en su camino: «Bienvenido a Medinabella. Censo: 22.350 habitantes».

Y a Mel se le cayó el alma a los pies de ese coche sucio y viejo. ¿Eso era una broma? ¿Veinte mil puñeteros habitantes?

—Dime que no voy a vivir aquí —suplicó.

—Ya verás que es muy animado, Melissa. ¡Hay muchos jóvenes de tu edad!

—Mel —le corrigió ella, automáticamente—. Y no veo cómo puede serlo.

—Es una ciudad pequeña, así que todo el mundo se conoce.

Ella no vio útil explicarle a ese señor que a ella ya la conocía todo el mundo. ¡Tenía tres millones de seguidores en Instagram!

—¿A qué distancia está la ciudad más cercana?

Bernardo se quedó pensando un segundo.

—No muy lejos... cien kilómetros.

Dios. ¿Por qué?

Estuvo segura de que eso también era consecuencia de alguna otra mala acción de su pasado, pero no fue capaz de identificar cuál de todas podría ser. La verdad era que existía un amplio catálogo de posibilidades.

—¿Y no puedes llevarme allí? —preguntó, tristemente esperanzada.

Bernardo negó con la cabeza, muy decidido.

—No, no. Tu padre me ha dejado muy claro que mañana por la mañana vas a empezar a trabajar, y todavía necesitas que Julen te enseñe algunas cosas.

—¿Julen? —Mel se quedó pensando unos segundos hasta que lo recordó—. Oh... ¿Julen?

Su expresión fue de profundo horror. No, ese chico no podía seguir allí... era imposible, ¡no!

Julen era una de las pocas cosas que Mel había recordado de España en los últimos once años y, con mucha diferencia, lo que más había querido olvidar de ese país. Prácticamente no podía recordar su cara, pero la última vez que lo había visto era un adolescente de dieciséis años con el cabello largo y acompañado siempre de una estruendosa música metal.

Julen había sido la pesadilla de Mel desde los cinco o seis años, cada vez que ella visitaba Medinabella en su infancia, él había crecido un poco más y se había vuelto más salvaje, o maleducado, o simplemente más estúpido. Cuando eran niños, él le quitaba sus juguetes, les cortaba el pelo a sus muñecas o les arrancaba un brazo... o una pierna. Con el paso de los años, Julen pensaba menos en hacerla llorar y más en asustarla, así que solía hacer que se metiera en líos, o encerrarla en sitios oscuros.

Mel recordaba perfectamente una de las comidas de fin de semana en el jardín, en la que Julen, aprovechando que nadie estaba mirando, la cogió en brazos sin que ella se diera cuenta y la tiró a la piscina completamente vestida mientras aún tenía el pedazo de pollo en la boca. Sí, Julen era el demonio personificado, pero sobretodo, Mel atesoraba en su mente, desde hacía once años, el momento más horrible de su vida: no sabía cómo, pero el muchacho la había encerrado dentro de un baño sin ventanas a medianoche.

El interruptor de la luz estaba fuera de la habitación, por lo que Mel había pasado horas en una completa oscuridad que aun hoy recordaba cada vez que cerraba los ojos y, abrumada por la sensación, se había desmayado ahí mismo, de profundo terror. Mel nunca había vuelto a quedarse a oscuras en ningún sitio; el solo pensamiento le provocaba arcadas y un horrible nudo en el estómago.

Ese había sido el día en el que había decidido que no volvería a España, el mismo día en el que todo había cambiado para ella.

Y aun así, allí estaba.


Sois amor <3

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