Capítulo 6.

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Hola, amores. Os escribo desde el tren. He dormido por primera vez en la casa nueva, pero tengo que volver a Edimburgo porque me toca ir a trabajar.

¡Os dejo una foto de Alexia en mm!

Capítulo 6


Mel nunca se había llevado bien con Alexia, la madre de Julen.

Recordaba cómo sus padres habían sido muy buenos amigos desde que eran niños, pero las madres de ambos muchachos nunca habían congeniado de verdad. Kate, la madre de Mel, era una súper modelo inglesa que habitualmente aparecía en carteles y anuncios televisivos posando en ropa interior, con su larga melena rubia y esos ojos azules tan parecidos a los de Mel. Muy al contrario, Alexia era la jefa de marketing de C.O., una ejecutiva muy estricta que parecía vivir solo para su trabajo y que no parecía haberse divertido ni una sola vez en los últimos treinta años. Era incluso difícil imaginarse que hubiera dejado la oficina un momento para ir al hospital a dar a luz a Julen e Iker, sus dos hijos.

Y, en ese preciso instante, Mel comenzaba a sentir náuseas ante el profundo escrutinio de la mujer rubia de ojos oscuros y rasgos duros. Su mandíbula estaba apretada con firmeza, como en una mueca de desprecio hacia ella.

—Eres idéntica a tu madre —dijo Alexia, mientras caminaba por su enorme despacho con vistas a un espeso bosque.

«Espero no serlo», pensó Mel.

Llevaba un par de años sin ver a su madre, simplemente había recibido tres llamadas de ella en ese tiempo: una, el día de Navidad, otra, tres días después de su cumpleaños (Kate se había olvidado de la fecha exacta del cumpleaños de su hija) y, la última, el día que Mel salió en el periódico por... otra mala acción que seguramente se vería recompensada un día de esos gracias al Karma. La realidad era que tampoco la joven se había interesado en tratar de restablecer la relación con su madre. Después de tantos años de ausencia, para Mel, era como si su madre solamente fuera un recuerdo fabuloso y lejano que le besaba las mejillas, le decía cuánto la quería, y desaparecía durante meses, sin dar señales de vida.

Mel decidió que tendría que hacer una puñetera lista en cuanto llegara a su casa con todas sus malas acciones para así saber a qué atenerse. No quería que nada la pillar por sorpresa.

—Bueno, ¿qué quieres? —dijo la mujer, bruscamente.

Mel la miró, desafiante. No se acostumbraba a tener que estar bajo las órdenes de nadie.

—Julen me ha dicho que mi función aquí es ser su secretaria.

Alexia la observó, expectante.

—¿Y?

—¡Yo no soy la secretaria de nadie!

Alexia comenzó a reírse de forma muy molesta para Mel. ¿Qué demonios le hacía tanta gracia a esa vieja bruja? Se alegraba de su desgracia, estaba claro.

—¡Tienes bastante suerte de que tu padre te haya colocado como secretaria y no como chica de la limpieza!

El sólo pensamiento ofendió a Mel. De pronto se imaginó a sí misma con una bata azul, guantes amarillos y una fregona en la mano y eso le pareció inadmisible.

—¡No pienso ser la criada de Julen!

Alexia se acercó a ella lentamente, haciendo resonar en el suelo (de mármol blanco, por supuesto) sus altísimos tacones. Para sus más de cincuenta años, la verdad era que Alexia se conservaba muy bien.

—No eres su criada, niña —chasqueó los labios—. Eres su secretaria. Es un buen trabajo, deberías estar agradecida.

—¡Me da igual! —exclamó Mel, que sentía cómo la furia subía por sus manos a cada instante—. Tengo una carrera universitaria, mi padre me obligó a estudiar gestión de empresas y lo hice sin quejarme.

Eso de que no se había quejado era cuestionable, la verdad. Se había rebelado contra esa decisión, había llorado, pataleado y salido de fiesta hasta el amanecer durante semanas para que su padre se percatara de que estaba molesta. Pero, al fin y al cabo, había hecho lo que él le pedía: se había graduado con honores de una carrera que a ella le resultaba absolutamente tediosa..

Alexia la miró de forma irónica.

—¿Y qué?

Mel resopló. Odiaba a esa mujer, y lo hacía desde que tenía memoria. Pero ahora lo hacía incluso más. ¡Era una auténtica bruja!

—Tu hijo tiene tres años más que yo y ya es el director ejecutivo. ¿Qué hay de eso?

Esa respuesta pareció enfurecer a Alexia más que cualquier otra cosa, que siseó al volver a hablarle.

—Julen es más constante y trabajador de lo que tú vas a ser nunca, querida —la miró con auténtico desdén—. Eres exactamente como tu madre. Creéis que con dinero y una sonrisita coqueta ya os vais a salir con la vuestra.

Mel estaba completamente atónita. ¿De veras esa mujer le estaba diciendo eso? Sintió asco según miraba sus ojos marrones pasearse por ella con un extraño desagrado dibujado en el rostro.

Finalmente, Alexia se dio la vuelta y se dirigió de nuevo a su silla de oficina.

—¿Cómo te atreves a...?

—Bienvenida al mundo real, Melissa —dijo Alexia fríamente, mientras tomaba asiento—. Cierra la puerta al salir.

***

Cuando en la pantalla del ordenador apareció el rostro de Jessica, Mel casi se puso a llorar. Sólo hacía dos días que no veía a su mejor amiga, pero ese había sido, sin duda, uno de los peores días de su vida. Por fin, de noche, ya estaba en su habitación en el hotel. A salvo.

—¿Cómo estás, cielo? —dijo Jessica, desde su habitación.

Mel se recostó en su enorme cama y miró a la cámara de su ordenador portátil, frunciendo los labios.

—Esto es un infierno. Ni siquiera es una ciudad de verdad.

—¿Y el trabajo?

La joven bufó.

—Soy la secretaria de un troglodita.

Jessica frunció el ceño en una expresión que denotaba que, claramente, no entendía la situación. Con un suspiro, Mel decidió explicársela. Nunca le había hablado de ese tema a su amiga, era algo que prefería guardar para sí misma.

Le contó que Julen siempre la había molestado cuando era pequeña y le narró algunas de sus peores jugarretas, omitiendo el horrible episodio del baño a medianoche. No estaba preparada para que nadie más en el mundo conociera eso. Le daba vergüenza, ella era una persona adulta y seguía traumatizada por algo que le había sucedido once años antes.

Jessica estuvo pensativa, sin interrumpirla durante todo el tiempo que duró la explicación y, finalmente, se llevó un dedo a la barbilla, como llegando a una conclusión.

—Quizás le gustabas.

Mel frunció el ceño.

—Sí. Le gustaba joderme la vida.

—No, no. ¡Quizás le gustabas tú! —dijo Jessica, retirándose su flequillo negro de la cara—. Seguro que por eso siempre se metía contigo. Los niños hacen eso cuando son pequeños y no saben cómo actuar con una chica.

—No, Jess. No has entendido nada. ¡Julen me odiaba! Créeme, lo sé de verdad. A él le gustaban las chicas mayores, con «buenas peras» —Mel curvó sus dedos,  como si estuviera sosteniendo dos pelotas en las manos y entrecerró los ojos.

A Julen le habían gustado las chicas de su misma edad, Mel se acordaba bien de eso. Ella siempre se había sentido una niña a su lado, un poco fuera de lugar. Y había más jóvenes en el pueblo, acudían al mismo instituto que Julen. Se vestían con camisetas cortas y usaban maquillaje.

Jessica se encogió de hombros.

—Bueno, como tú digas. Hablemos de lo importante: ¿Ahora está bueno?

A la mente de Mel vino la imagen de Julen, abriendo la puerta de su habitación el día anterior, con el cabello perfectamente colocado y sus profundos ojos azules mirándola con intensidad. Estar bueno se quedaba corto.

—Tiene un buen culo... no sé. Tampoco es para tanto —omitió que su sonrisa era perfecta, al igual que sus rasgos, su cuerpo y su sensual voz. De hecho, Mel ni siquiera llegaba a advertir del todo esos aspectos, estaba cegada por el rencor.

—Bueno —asintió Jessica—. Mándame una foto en cuanto puedas y yo juzgaré desde aquí.

Mel hizo una mueca.

—¿De su culo?

La risa fresca de Jessica le llegó a los oídos, haciendo que extrañara Londres una vez más. Medinabella no era su lugar, no había nada allí para ella.

—De lo que sea —dijo Jess, sacándole la lengua a través de la pantalla.

Al instante sonó el móvil de Mel. Tenía un nuevo mensaje de WhatsApp. Lo abrió; no conocía el número, pero en la foto de perfil del contacto aparecía Julen, oscuramente atractivo, en un bar junto a un par de chicos más. Los otros jóvenes eran guapos, y a Mel le parecía algo casi increíble. ¿Julen tenía amigos? ¿Y, además, eran amigos normales?

Eso era algo que no se esperaba; siempre habría dicho que, cuando creciera, los dos mejores amigos de Julen serían Marilyn Manson y la cocaína.

—¿Qué pasa? ¿Quién es? —le preguntó su amiga.

Mel leyó el mensaje, del que casi se había olvidado.

«No te preocupes, Melissa. Serás una secretaria perfecta».

Frunció el ceño y contestó rápidamente. Ese imbécil tenía que estar de broma.

«Una perfecta secretaria para un perfecto idiota».

Después lanzó el móvil al otro lado de la cama, bufando.

—Oh Dios. ¡Era el troglodita! —exclamó su amiga—. ¿Qué pasa? ¿Qué te ha dicho?

Mel rodó los ojos y decidió ignorarla, cambiando de tema bruscamente.

A unos metros de ella, en su propia habitación del hotel, Julen sonreía mientras miraba la pantalla de su móvil.


Gracias por pasar por aquí, ME ENCANTA volver a ver a Julen y a Mel :)

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