vii. frustation & lost memories

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vii.
frustración y recuerdos perdidos








Incluso aunque Harry había aceptado no decir nada a Remus sobre lo que habían escuchado en Las Tres Escobas, Vega sabía que él no estaba totalmente de acuerdo con la idea.

No le había dicho nada al respecto, pero una extraña tensión se había formado entre ellos después del día de Navidad. Cuando Harry había tratado de insistir a Vega, ella le había respondido de manera un tanto cortante.

Ellos no solían discutir. Vega pasaba demasiado tiempo preocupada por él como para eso. Pero las cosas se habían vuelto algo incómodas.

Lo hacía todo más incómodo que compartieran las clases antidementores de Lupin. Nova, ajena a todo, apenas se daba cuenta de lo que pasaba y se dedicaba a hablar sin parar y tratar de adivinar la forma que adoptaría su patronus, ya que solo había conseguido hacer aparecer niebla hasta el momento. Y era más de lo que Vega había logrado.

Harry había creado un débil escudo que se interponía entre él y el boggart que usaba de práctica. A Nova y Vega no les servía porque su mayor miedo no eran los dementores, así que deberían haberlo tenido más fácil. Pero Vega era incapaz de lograrlo.

Eso solo conseguía aumentar la frustración que llevaba cargando todo el curso. Los TIMOs le preocupaban, la fuga de su padre le daba dolores de cabeza sin parar y no era capaz de hacer una simple neblina que dos niños de trece años sí podían hacer.

¿Podía salirle algo bien últimamente?

—¿Por qué no puedo hacerlo yo? —le preguntó a Remus una tarde, tras la marcha de Harry y Nova—. No puedo ni siquiera crear niebla. Es...

—¿Frustrante? —adivinó Remus. Vega asintió—. No es porque seas débil o peor bruja, Vega. Suponía que no podrías hacerlo.

—¿Por qué? —exclamó ella—. ¿Por qué no iba a poder?

Remus le ofreció una taza de té y se sentó en el escritorio. Vega, sin dudar mucho, tomó asiento frente al hombre. Rodeó la taza con las manos, para que su calor la recorriera. El dementor le daba escalofríos siempre que aparecía frente a Harry.

—Es algo complicado, Vega.

—¿Tiene que ver con mis recuerdos? ¿No tengo recuerdos lo suficientemente felices?

Remus se quedó en silencio, pensando una respuesta. Su mirada bajó hasta la taza que sostenía, esquivando los ojos azules de Vega. Cuando miraba con tal fijeza, daba la sensación de que podía leerte cual libro abierto.

Vega desearía poder realmente hacer eso. Las preguntas sin respuesta le carcomían.

—¿O es porque no tengo suficientes recuerdos? —se atrevió a preguntar.

Remus se puso rígido.

—¿Qué quieres decir?

—No recuerdo nada antes del orfanato. Ya lo sabes —susurró Vega, bajando la mirada—. Se supone que debería saber. Que debería recordar. Los magos y brujas tienen recuerdos desde una edad más temprana, ¿no? Pero es como si mi vida hubiera empezado el día que llegué al orfanato. Por eso, me preguntaba si... —Hizo una pequeña pausa, pensando bien en qué iba a decir—. Si cuando los del Ministerio me llevaron al orfanato me hicieron algo.

Vega volvió a mirar al hombre a los ojos. Remus se había quedado muy quieto, sin saber qué decir. Vega le veía preguntándose qué debía responder a aquello.

Sabía que no le mentiría.

—Hay cosas que una niña de tres años no debe recordar —terminó diciendo Remus, en voz baja—. Eso determinó el Ministerio.

—¿Por qué no me lo dijisteis antes?

—Porque... puede que nosotros creamos lo mismo —susurró Remus, bajando aún más la voz—. Puede que sigamos viéndote como esa niña de tres años, a veces. Puede que no queramos darte más cargas.

Vega dejó la taza sobre la mesa, para ocultar sus manos temblorosas. La voz de Remus temblaba levemente. Ella no sabía qué hacer.

Se arrepentía de haber hablado, pero quería respuestas.

Remus carraspeó, antes de hablar.

—Para conjurar un patronus, son necesarios recuerdos felices. Tú los tienes, pero también tienes algo así como un agujero en la memoria por aquellos que te robaron. Me temo que, mientras ese hueco siga ahí, no podrás realizar correctamente el encantamiento.

Vega se quedó en silencio unos segundos.

—¿Serviría de algo exigir al Ministerio que me devolviera los recuerdos? —preguntó, sin mucha convicción.

Estaba segura de que no serviría de nada, pero no se le ocurría otra cosa que pudiera decir.

—No puedes hacerlo hasta que cumplas la mayoría de edad —respondió Remus, en tono contrariado—. Y no conozco ningún hechizo para recuperarlos. Si Aura... —Se interrumpió a mitad de la frase, cohibido—. Puede que haya una poción para ello, pero dudo que el profesor Snape quiera ayudarte. Y tampoco creo que sea prudente informarle del tema.

—No pensaba hacerlo —masculló Vega—. Es capaz de envenenarme.

—No creo que sea para tanto —rio Remus, aunque sonó algo forzado.

—Me odia —dijo Vega, franca—. Desde el primer momento. Lo mismo le sucede a Nova. Modestia aparte, no soy mala del todo en Pociones. De hecho, se me dan bastante bien. Pero tengo que esforzarme el triple que los demás para aprobar.

—Y no olvidemos a Harry —añadió Remus. No era la primera vez que tenían aquella conversación—. Sí, lo sé.

Vega suspiró y se echó hacia atrás en el asiento. Frustración. Solo sentía frustración.

—¿De dónde has sacado ese medallón? —exclamó Remus, abriendo los ojos como platos. Vega, algo sobresaltada, se llevó la mano al colgante. Solía llevarlo bajo el jersey, pero la chimenea encendida calentaba y se lo había quitado antes. Remus acababa de reparar en él—. ¿Quién te lo ha dado?

Vega dudó. Aquel medallón había aparecido sin nota alguna entre sus regalos, del mismo modo que la escoba de Harry y la serpiente de Nova.

Vega había desconfiado al principio. Había querido llevárselo a Sprout. O a Remus. Incluso McGonagall. Había estado pensando en qué hacer durante un buen rato, mientras Jessica parloteaba alegremente junto a ella.

Si no hubiera tenido la sensación de que había visto antes aquel medallón de plata, de forma ovalada, con un espacio para foto dentro y sus iniciales grabadas en él, no se lo hubiera quedado.

Pero ella conocía ese medallón. Igual que sabía que conocía el anillo de su madre que siempre llevaba, sabía que conocía ese medallón.

Así que lo había conservado, en secreto.

—Fue un regalo de Navidad —respondió, en voz baja—. Creo que tío Jason lo tenía porque la madre de Sue...

Su intento de historia no salió bien.

—Jason y Selena no podían tener eso —interrumpió Remus, frunciendo el ceño—. Fue un regalo de James y Ariadne. Sirius lo guardó en su cámara de Gringotts.

Ella se quedó en silencio. Estaba claro que pensaba lo mismo que ella, pero se encargó de fingir confusión.

—¿Crees que me lo ha regalado... mi padre? —Aún le resultaba difícil referirse así a ese hombre—. ¿Lo dices en serio?

Por mucho que Vega pensara en Sirius Black como su padre, hablar en voz alta de alguien a quien no conocía y referirse a él como su padre era raro.

—¿Hay algo dentro? —preguntó Remus.

Vega negó con la cabeza y abrió el medallón. Seguía tan vacío como la última vez.

—Él no puede haberlo enviado —dijo Vega, quitándole importancia—. ¿No has dicho que estaba en la cámara de Gringotts? Entrar ahí con todo el país buscándolo sería un suicidio.

—Sirius solía olvidar los riesgos que sus actos podían tener cuando se empeñaba en conseguir algo —comentó Remus, casi esbozando una sonrisa—. Dudo que incluso Azkaban pueda cambiar eso.

Vega se quedó en silencio, pensativa. Ella creía que lo había enviado su padre. No sabía con qué intenciones, pero en alguno de sus recuerdos perdidos ese medallón aparecía. Si se paraba a pensarlo mucho, le daba dolor de cabeza.

Aquello pertenecía a los recuerdos perdidos de su madre. Y ella iba a aferrarse a ello.

La puerta se abrió bruscamente, interrumpiendo el incómodo silencio que se había formado entre ambos. Jess apareció en el umbral.

—Hola, tío Remus —saludó alegremente la rubia—. Hola, Vee, imaginaba que estabas aquí. Traigo una nota de Flitwick para ti —añadió, mirando al hombre.

—Gracias, Jessica —dijo Remus, levantándose para recoger el pergamino que ella le tendía—. Vega, creo que ya deberías volver a tu sala común. Es tarde.

Ella asintió y se puso de pie de inmediato. Recogió sus cosas y tras despedirse de Remus rápidamente, salió del aula. Jessica intercambió un par de palabras con Remus, antes de seguirla.

Su amiga la observó con las cejas arqueadas.

—¿Habéis hablado de algo serio? Parecía que había interrumpido algo importante.

Vega negó con la cabeza.

—Lo de siempre. Mi padre. Mi madre. El Ministerio.

—Entiendo. —La rubia dudó, antes de atreverse a decir—: No es la primera vez que te lo digo, pero estás muy rara...

—No sé, Jess —masculló, sin ganas—. Lo de los dementores me preocupa...

Dementores era sinónimo de Sirius Black, o al menos eso quiso decir Vega y eso entendió Jessica.

A pesar de todo, su amiga parecía decidida a hablar del tema. Y Vega tampoco podía culparla por ello.

—Llevas así desde el principio de las vacaciones de Navidad —la cortó la rubia—. Y estamos en febrero, Vee. O me estás organizando la mayor fiesta de cumpleaños del mundo o estás ocultando un asesinato. Y sabes que te ayudaré en ambos casos.

—No es nada de eso, Sica —aseguró Vega—. Quiero decir, obviamente estamos preparándote una fiesta, pero...

—Entonces, ¿qué es? —insistió Jessica—. Vee, me preocupas. Estás comportándote otra vez como... Como cuando empezaste a salir con Carrow en secreto. —Frunció el ceño—. Dime que no estás viéndote de nuevo con ese... ese...

Engendro del mal sería algo que Jessica diría con intención de hacerla reír, pero no estaba de humor para fingir una risa en ese momento.

—No, no es eso —se apresuró a decir Vega—. Yo... —Se mordió el labio. Sabía que se arrepentiría de lo que estaba a punto de decir—. Estoy viéndome con Cedric, ¿vale? No es nada serio aún, pero...

El chillido de Jessica la interrumpió. Su amiga se abalanzó sobre ella y la abrazó, emocionada. Vega estuvo a punto de dejar caer todos sus libros.

—Lo sabía, lo sabía —decía ella, sonriendo de oreja a oreja—. Oh, por Merlín, Vee, ¿por qué no me has dicho nada?

La culpabilidad ya inundaba a Vega, pero era tarde para dar marcha atrás. Mierda. Ella solía pensar mejor las cosas antes de hacerlas.

—Aún no estoy segura de si esto va a convertirse en algo más —respondió Vega, sonrojada, aunque por un motivo bastante distinto del que Jessica creía—. No quería emocionarte por si luego...

—Bueno, ya es tarde —dijo Jessica, radiante—. Vee, me alegro tanto por ti...

—No te emociones tanto —pidió ella, sintiéndose culpable por la mentira, pero debía seguir con ella—. No sé cómo va a salir esto, ¿vale? Y, por favor, no le digas nada a nadie. No aún. Ni empieces a decir cosas absurdas delante de Cedric, como hacías con Callum...

—Molestaba más a Linette y lo sabes —apuntó Jessica.

Vega suspiró.

—Solo dime que no le dirás nada.

—Lo prometo, lo prometo. —Jessica asintió con la cabeza varias veces—. No sabes cómo me alegro por esto, Vee. Después de lo de Carrow, bueno... Me daba miedo que no te atrevieras a intentar nada en un tiempo.

Sonaba tan parecido a lo que Nova le había dicho semanas atrás que Vega se preguntó cómo habían vivido sus amigos los meses que ella había estado pasándolo mal por aquel asunto. ¿Tan mal lo había ocultado? Vega pensaba que había engañado a todos.

Aunque ese tema había sido olvidado más bien pronto, teniendo en cuenta que se anunció la fuga de su padre pocos meses después.

—Mierda, ¡una rata! ¡Sálvame, Vee!

Jessica se colocó tras Vega, aterrorizada. La morena esbozó una mueca al ver a Scabbers, la mascota de Ron Weasley. Fred y George la habían utilizado para gastarles a Vega y Jessica una broma en tercer curso, sabiendo que a ninguna les agradaban los roedores.

Habían terminado sin hablarles por dos semanas y los gemelos habían tenido que terminar pidiéndoles perdón casi de rodillas.

—Vayamos por otro lado —masculló. La mirada del animal la incomodaba—. ¿Qué estará haciendo aquí?

Las dos chicas huyeron a su sala común, que estaba prácticamente vacía. Vega sonrió a Cedric y Jessica le dio un fuerte codazo en las costillas, con expresión pícara. El chico saludó amablemente a ambas, pero no se quedaron a charlar. Subieron al dormitorio, donde ya estaban sus compañeras. Era bastante tarde, Vega se dio cuenta al mirar el reloj.

—Mañana hay clase de Historia de la Magia a primera —recordó Jessica—. Al menos, una horita más dormiremos.

Vega rio y dejó sus cosas en la mesilla de noche. Un par de minutos después, ya estaba lista para dormir, pero el sueño parecía no querer llegar. Era algo que le sucedía con frecuencia últimamente.

Vega dio vueltas y vueltas en su cama durante, mientras escuchaba las respiraciones de las otras chicas volverse más lentas y profundas.

Era desesperante. Llevaba semanas sucediéndole lo mismo. Vega lo odiaba. Ella quería dormir. Necesitaba dormir. Necesitaba refugiarse en el sueño para poder olvidar durante unas horas todo el caos de su vida. Descansar la mente lo suficiente para no pasarse el día con dolor de cabeza.

Pero no podía y era desesperante.

Cuando, por fin, consiguió cerrar los ojos y dormirse, tuvo un sueño muy extraño.

Caminaba por los pasillos desiertos de Hogwarts en silencio, como un fantasma a quien nadie parecía ver. Las armaduras parecían escoltarla, los retratos la seguían con la mirada y las escasas velas que continuaban encendidas formaban extrañas figuras a su paso.

Vega no sentía frío, con su manta y sus zapatillas, pero debería haberlo sentido. Caminó hasta em vestíbulo y salió a los terrenos del castillo.

Fue cuando llegó a la linde del Bosque Prohibido cuando se dio cuenta de que aquello no era un sueño.

Se detuvo bruscamente, casi cayendo al suelo al tropezar. La cabeza le daba vueltas. ¿Había caminado en sueños?

Vega no sufría de sonambulismo desde que abandonó el orfanato.

—Lo que me faltaba —susurró, mientras se cerraba bien la bata y se disponía a regresar al colegio. El frío que sentía era mucho más intenso que el que había experimentado mientras dormía. Solo esperaba que Filch no la descubriera—. Fantástico.

Dio media vuelta, pero una voz la detuvo. Se quedó casi tan petrificada como si hubiera visto un basilisco.

Aquella voz desconocida, un simple susurro, había pronunciado su nombre. Vega se dio la vuelta de inmediato, buscando su varita en el bolsillo.

Afortunadamente, la llevaba con ella.

—¿Quién hay ahí? —preguntó, somnolienta.

—Vega —repitió la voz.

Sonaba cerca. Muy cerca. Vega dio un paso atrás.

—¿Quién hay ahí? —repitió, esta vez con voz más firme.

Un hombre emergió de entre las sombras. Su pelo, negro como la tinta, estaba sucio y hecho un desastre, le llegaba casi a la altura de los hombros y daba la sensación de que servía como hogar para una familia de pájaros. Vestía una túnica sucia, vieja y rasgada, que le quedaba demasiado grande, probablemente debido a que estaba excesivamente delgado. Su rostro, blanco como la cera, parecía una calavera.

Parecía un muerto en vida. Sin embargo, sus ojos grises aún destellaban algo de vitalidad cuando la observaron y la sonrisa que apareció en su rostro le devolvieron algo de vida a sus facciones.

—Vega...

Sonaba sorprendido. La miraba como si no diera crédito a lo que tenía enfrente. Sonrió, casi nostálgico.

En el rostro de Vega, había de todo menos una sonrisa. Se tapó la boca con la mano para ahogar un grito. Sirius Black la miró, expectante.

—Oh, por... —murmuró, y luego apuntó con su varita al pecho del hombre. Se había puesto tan pálida como él—. ¡Quédate quieto!

La sonrisa de Sirius Black se transformó en una mueca de dolor.

—Espera, Vega, yo...

—¡He dicho que te quedes quieto! —gritó Vega, dando un paso atrás—. ¡No te acerques a mí! ¡No te acerques a Nova, no te acerques a Harry! ¡Déjanos en paz!

El frío en sus mejillas le indicó que las lágrimas se habían escapado de sus ojos. Sin embargo, mantuvo la varita firme.

Entre las sombras, casi distinguía una expresión herida en la cara de su padre. Pero sabía que, en el caso de que fuera eso lo que mostrara, era falso.

Ese hombre había matado a su madre y sus tíos. Quería matarla a ella, a su hermana y a su primo. Vega no iba a permitirlo.

—Vega, si solo me dejaras...

—Lárgate y no te acerques más a Hogwarts —susurró, pero su voz sonó extrañamente clara en medio del silencio del bosque—. Te juro que si vuelves a tratar de matar a Harry o a Nova, te mataré. Me da igual que seas mi padre. Ni siquiera mereces que te llame así.

El temblor en su voz delató su falta de seguridad. Vega dio media vuelta y echó a correr, de regreso al castillo, preguntándose si estaba loca.

¿Realmente acababa de amenazar de muerte a un asesino? Sí, debía de estar loca.

Se secó furiosamente las lágrimas al llegar a la puerta y se giró para ver si su padre continuaba en el borde del bosque.

No había rastro de él.

—Oh, por Merlín —masculló, con el corazón latiendo a toda velocidad. Su padre, el prófugo, el asesino buscado, acababa de contactar con ella—. ¿Qué se supone que hago yo ahora?

Una gran cantidad de posibilidades cruzaron por su mente: ir corriendo a buscar a Remus, pedir ayuda a McGonagall, hablar con Dumbledore, escribir una carta a los Bones...

En lugar de hacer eso, Vega corrió a su sala común, entró en su dormitorio y se ocultó entre las mantas, deseando no tener que salir de ellas en pocas horas.

Había visto a su padre. Le había tenido enfrente. Había sonreído, como en las fotos que tenía de él. Le había escuchado hablar.

Y Vega había decidido pisotear sus sueños infantiles de tener un feliz reencuentro con sus padres para amenazarlo de muerte.

Aún no entendía de dónde había sacado la valentía. O estupidez, no tenía claro cuál de las dos había sido. Fuera lo que fuera, no era algo que le caracterizara a ella.

Vega ocultó la cara en la almohada. Odiaba todo. Se negó a dejar las lágrimas caer y permaneció allí, tumbada, furiosa y asustada, lo que parecieron ser horas.

Terminó por quedarse dormida, aunque los inquietantes sueños que tuvo, donde escuchaba una y otra vez la voz de Sirius Black llamándola por su nombre, apenas la dejaron descansar.




















vaya primera impresión se ha llevado vega xd

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