xv. quidditch world cup

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng








xv.
mundiales de quidditch








Tío Jason despertó a Vega, Nova, Susan, Jessica, Harry, Primrose y Hermione muy temprano. Era el día que se celebraría la final de los Mundiales de Quidditch y tenían que tomar un traslador para ir hasta el estadio. Para ello, tenían que levantarse exageradamente pronto.

Los siete chicos, más dormidos que despiertos, bajaron a desayunar bostezando sin parar.

—Pareces un zombie, Vega —comentó Nova, somnolienta.

—No soy la ú... única —respondió su hermana, en mitad de un bostezo—. Creo que me quedaré dormida mientras ando.

En la cocina, ya estaban Jason Bones, Remus Lupin, Mary Macdonald y Reginald Cattermole desayunando. Vega se dejó caer en una silla junto a su primo. No entendía por qué los adultos se despertaban tan pronto, cuando tres de ellos ni siquiera iban a ir a los Mundiales.

—¿Por qué nos hemos levantado tan temprano? —preguntó Susan, frotándose los ojos y sentándose a la mesa.

—Tenéis por delante un pequeño paseo —explicó Remus—. Y vais a pasaros por casa de los Weasley para recogerles, ¿no?

—¿Paseo? —se extrañó Harry—. ¿Vamos a ir andando hasta la sede de los Mundiales?

—Casi prefiero perdérmelos entonces —gruñó Nova, apoyando la frente en la mesa.

—No, no, eso está muy lejos —repuso Reginald, sonriendo—. Solo hay que caminar un poco. Lo que pasa es que resulta difícil que un gran número de magos se reúnan sin llamar la atención de los muggles. Siempre tenemos que ser muy cuidadosos a la hora de viajar, y en una ocasión como la de los Mundiales de quidditch...

Vega no escuchó mucha explicación más. Desayunó en silencio, más dormida que despierta, recogió su mochila y estuvo lista para salir media hora después, junto a todos los demás.

Los Black-Potter-Bones se habían trasladado a una de las casas de la familia Bones, localizada en Ottery St. Catchpole, para poder ir a los Mundiales junto a la familia Weasley. Había costado un poco convencer a Jason —no tenía buena relación con Arthur, al parecer, y Harry era el principal motivo—, pero lo habían conseguido.

Para cuando llegaron, fueron recibidos en la cocina. Nova abrazó a Ginny y ambas empezaron a comentar el partido a toda velocidad, emocionadas y muy despiertas. Una Susan más dormida se quedó junto a ellas.

Ron se reunió con Harry, Prim y Hermione, y Jessica y Vega fueron junto a los gemelos, mientras Jason saludaba secamente a Arthur Weasley.

—¿Cómo creéis que irá? —preguntó Vega.

—Será increíble —declaró Fred, decidido—. Irlanda va a ganar, estoy seguro de que...

—¡George! —exclamó bruscamente la señora Weasley, sobresaltando a todos.

—¿Qué? —preguntó George, en un tono de inocencia que no engañó a nadie.

—¿Qué tienes en el bolsillo?

—¡Nada!

—¡No me mientas!

La señora Weasley apuntó con la varita al bolsillo de George y dijo:

—¡Accio!

Varios objetos pequeños de colores brillantes salieron zumbando del bolsillo de George, que en vano intentó agarrar algunos: se fueron todos volando hasta la mano extendida de la señora Weasley.

—¡Os dijimos que los destruyerais! —exclamó, furiosa, la señora Weasley, sosteniendo en la mano lo que, sin lugar a dudas, eran caramelos longuilinguos—. ¡Os dijimos que os deshicierais de todos! ¡Vaciad los bolsillos, vamos, los dos!

Fue una escena desagradable. Evidentemente, los gemelos habían tratado de sacar de la casa, ocultos, tantos caramelos como podían, y la señora Weasley tuvo que usar el encantamiento convocador para encontrarlos todos. Vega hubiera querido poder hacer algo. Sabía cuánto esfuerzo y trabajo les había costado a Fred y George crear aquellos dulces.

—¡Accio! ¡Accio! ¡Accio! —fue diciendo la señora Weasley, y los caramelos salieron de los lugares más imprevisibles, incluido el forro de la chaqueta de George y el dobladillo de los vaqueros de Fred.

—¡Hemos pasado seis meses desarrollándolos! —le gritó Fred a su madre, cuando ella los tiró.

—¡Ah, una bonita manera de pasar seis meses! —exclamó ella—. ¡No me extraña que no tuvierais mejores notas!

El ambiente estaba tenso cuando se despidieron. La señora Weasley aún tenía el entrecejo fruncido cuando besó en la mejilla a su marido, aunque no tanto como los gemelos, que se pusieron las mochilas a la espalda y salieron sin dirigir ni una palabra a su madre.

—Bueno, pasadlo bien —dijo la señora Weasley—, y portaos como Dios manda —añadió dirigiéndose a los gemelos, pero ellos no se volvieron ni respondieron—. Os enviaré a Bill, Charlie y Percy hacia mediodía.

Fred y George fueron los primeros en echar a andar. Vega y Jessica no duraron en apretar el paso y colocarse a su lado.

—Lo siento, chicos —dijo Jess, mirando con cierta lástima a los gemelos.

—¿Por qué tenía que hacer eso? —protestó Fred, indignado—. ¿Qué más le da lo que creemos? ¡Podría valorar un poco más el tiempo que le hemos dedicado a eso! ¡Pero los ha tirado todos!

—No todos —recordó Vega—. ¿Olvidáis que me enviasteis una bolsa de caramelos longuilinguos? Os los llevaré el primer día...

Los gemelos intercambiaron una mirada. Era evidente que habían olvidado momentáneamente todo lo que enviaron a Vega. La chica se encontró siendo abrazada por ambos, tan fuerte que casi perdió la respiración.

—Siempre supimos que eras nuestra mejor amiga, Wright —rio George—. Quiero decir, Black. ¡Oh, eres increíble!

—¿Sabes que te amo, verdad, Gigi? —añadió Fred, sonriendo de oreja a oreja—. ¡En la inauguración de Sortilegios Weasley, te dejaremos cortar la cinta, como en las películas muggles!

—Exagerados —jadeó Vega—. Y, por favor, soltadme. Si me asfixiáis, os quedaréis sin los caramelos.

Fred y George obedecieron a regañadientes. El camino fue mucho más largo de lo que Vega esperaba. Sentía que llevaban horas caminando cuando, por fin, llegaron a la cima de la colina de Stoatshead.

—¡Uf! —jadeó el señor Weasley, quitándose las gafas y limpiándoselas en el jersey—. Bien, hemos llegado con tiempo. Tenemos diez minutos...

Vega se sujetaba los costados, tratando de regular su respiración. Definitivamente, las caminatas eran horribles.

—Ahora solo falta el traslador —dijo el señor Weasley volviendo a ponerse las gafas y buscando a su alrededor—. No será grande... Vamos...

—No tiene que estar demasiado lejos —añadió Jason—. No os alejéis demasiado. Nova, hablo por ti.

La chica sonrió inocentemente.

Se desperdigaron para buscar. Solo llevaban un par de minutos cuando un grito rasgó el aire.

—¡Aquí, Arthur! Aquí, hijo, ya lo tenemos.

Al otro lado de la cima de la colina, se recortaban contra el cielo estrellado dos siluetas altas.

Vega sonrió. Sabía quién estaría allí.

—¡Amos! —dijo sonriendo el señor Weasley mientras se dirigía a zancadas hacia el hombre que había gritado.

Los demás lo siguieron. El señor Weasley le dio la mano a un mago de rostro rubicundo y barba escasa de color castaño, que sostenía una bota vieja y enmohecida.

—Este es Amos Diggory —anunció el señor Weasley—. Trabaja para el Departamento de Regulación y Control de las Criaturas Mágicas. Y creo que ya conocéis a su hijo Cedric y... ¡Ah, ahí está Brigid!

Jason y Amos intercambiaron un saludo no tan efusivo.

La menor de los Diggory parecía haber dado con Nova y Harry mientras buscaban el traslador. Les dirigió una sonrisa a los Weasley y sus acompañantes, pero no miró a ninguno a los ojos.

—Hola —saludó Cedric, mirándolos a todos.

Todos le devolvieron el saludo, salvo Fred y George, que se limitaron a hacer un gesto de cabeza. Aún no habían perdonado a Cedric que venciera al equipo de Gryffindor en el partido de quidditch del año anterior.

Vega comenzaba a entender por qué en las películas románticas los reencuentros eran tan efusivos. Aún no tenía claro hasta qué punto había llegado con Cedric, pero solo verle hizo que su corazón latiera más rápido y que todo en ella se agitara por la alegría de verle.

Vega miró a su novio, sonriendo tímidamente. Cedric abrió un poco los brazos y Vega corrió a abrazarlo. A pesar de todas las cartas que se habían escrito, Vega lo había echado verdaderamente de menos. Amos forzó una sonrisa cuando ambos se besaron.

No es que Vega hubiera planeado eso último, pero simplemente sucedió. Y no se arrepintió de nada, al menos hasta que vio la expresión de Amos.

—Supongo que tú eres Vega Black —adivinó, tendiéndole la mano.

—Sí, señor Diggory —dijo ella, sonrojándose al notar que todos los observaban. En medio de su alegría al ver a Cedric, había olvidado que había más personas allí—. Soy yo.

—Me alegro de conocerte, entonces. Cedric ha hablado bastante de ti.

Vega sonrió tímidamente y asintió con la cabeza, intercambiando una mirada con su novio. Tenía la sensación de que no le agradaba demasiado al señor Diggory.

—¿Ha sido muy larga la caminata, Arthur, Jason? —preguntó el padre de Cedric, cambiando de tema.

—No demasiado —respondió el señor Weasley—. Vivimos justo al otro lado de ese pueblo. Bones vino al amanecer y hemos salido juntos desde allí. ¿Y vosotros?

—Hemos tenido que levantarnos a las dos, ¿verdad, Ced? —Vega advirtió que ni siquiera miró a su hija, que se había colocado silenciosamente junto a Ginny y Nova— ¡Qué felicidad cuando tenga por fin el carné de aparición! Pero, bueno, no nos podemos quejar. No nos perderíamos los Mundiales de quidditch ni por un saco de galeones... que es lo que nos han costado las entradas, más o menos. Aunque, en fin, no me ha salido tan caro como a otros...

Amos Diggory echó una mirada bonachona a los hijos del señor Weasley, a Harry, a Hermione, a Prim, a Susan, a Jessica y a Nova.

—¿Cuáles son tuyos, Arthur y cuáles tuyos, Jason?

—Solo los pelirrojos —aclaró el señor Weasley, señalando a sus hijos—. Menos Susan, claro. Ella es de Jason...

—Así es —asintió Jason—, ellas son mi hija, Susan y mi sobrina, Jessica. Luego está Vega, mi ahijada, su hermana, Nova, y su primo, Harry, algo así como hijos adoptivos o como quieras llamarles, y...

—¡Por las barbas de Merlín! —exclamó Amos Diggory abriendo los ojos—. ¿Harry? ¿Harry Potter?

—Ehhh... sí —contestó Harry.

—Ced me ha hablado de ti, por supuesto —dijo Amos Diggory—. Nos ha contado lo del partido contra tu equipo, el año pasado... Se lo dije, le dije: esto se lo contarás a tus nietos... Les contarás... ¡que venciste a Harry Potter!

A Harry no se le ocurrió qué contestar, de forma que se calló. Fred y George volvieron a fruncir el entrecejo. Cedric parecía incómodo. Vega miró a su primo, levemente molesta con Amos.

—Harry se cayó de la escoba, papá —masculló Cedric—. Brigid y yo ya te dijimos que fue un accidente...

—Sí, pero tú no te caíste, ¿a que no? —dijo Amos de manera cordial, dando a su hijo una palmada en la espalda—. Siempre modesto, mi Ced, tan caballero como de costumbre... Pero ganó el mejor, y estoy seguro de que Harry diría lo mismo, ¿a que sí? Uno se cae de la escoba, el otro aguanta en ella... ¡No hay que ser un genio para saber quién es el mejor!

Nova parecía estar aguantando las ganas de soltar algo. Ginny le susurró algo al oído.

—No creo que ninguno de los dos aguantase en su escoba si un centenar de dementores estuvieran a su alrededor, Diggory —comentó Jason, en tono tan cordial como Amos—. Aunque me temo que solo pudimos ver qué le pasaba a Harry en esa situación... Aunque, claro, me alegro de que no fuera tu hijo el que casi se mató. Créeme, no es algo agradable por lo que pasar.

La mirada fría de Jason contrastaba con su tono amable. Amos se quedó casi sin palabras. Su rostro de sorpresa pasó a ser de furia en cuestión de segundos.

Harry y Nova intercambiaron una mirada que dejaba claro si no sabían si reír o quedarse callados.

—Bueno, como iba diciendo, estas son Hermione Granger y Prim Jones, amigas de Harry, que también vienen con nosotros —concluyó Jason.

Vega miró a Cedric, preocupada. Esperaba que no comenzaran una discusión en aquel preciso momento.

—Ya debe de ser casi la hora —se apresuró a decir el señor Weasley, volviendo a sacar el reloj—. ¿Sabes si esperamos a alguien más, Amos?

—No. Los Lovegood ya llevan allí una semana, y los Fawcett no consiguieron entradas —repuso el señor Diggory—. No hay ninguno más de los nuestros en esta zona, ¿o sí?

—No que yo sepa —dijo el señor Weasley—. Queda un minuto. Será mejor que nos preparemos.

—¿Cómo se hace? —preguntó Prim, curiosa.

—No tenéis más que tocar el traslador. Nada más: con poner un dedo será suficiente.

Con cierta dificultad, debido a las voluminosas mochilas que llevaban, los dieciséis —demasiada gente para ser considerado un buen número— se reunieron en torno a la bota vieja que agarraba Amos Diggory. Todos permanecieron en pie, en un apretado círculo, mientras una brisa fría barría la cima de la colina. Nadie habló.

—Tres... —masculló el señor Weasley, mirando al reloj—, dos... uno...

Ocurrió inmediatamente: Vega sintió como si un gancho, justo debajo del ombligo, tirara de ella hacia delante con una fuerza irresistible. Sus pies se habían despegado de la tierra; pudo notar a Cedric y a Jessica, cada uno a un lado, porque sus hombros golpeaban contra los suyos. Iban todos a enorme velocidad en medio de un remolino de colores y de una ráfaga de viento que aullaba en sus oídos. Tenía el índice pegado a la bota, como por atracción magnética. Y entonces...

Tocó tierra con los pies. Jess se tambaleó contra ella y la hizo caer. El traslador golpeó con un ruido sordo en el suelo. Vega levantó la vista. Brigid, Cedric y los señores Bones, Weasley y Diggory permanecían de pie aunque el viento los zarandeaba. Todos los demás se habían caído al suelo.

—Desde la colina de Stoatshead a las cinco y siete —anunció una voz.

Cedric le tendió la mano a Vega para ayudarle a levantarse.

—Gracias —dijo ella, colocándose bien la pesada mochila—. ¿Has hecho esto muchas veces?

Vega no solía usar el traslador porque le parecía demasiado incómodo, algo en lo que la mayoría de magos estaban de acuerdo.

—Sí, tengo algo de práctica. No te preocupes, es bastante normal caerse las primeras veces —respondió él, modesto—. ¿Qué tal las vacaciones?

—Ha estado bien, aunque no hemos dormido mucho. —Vega soltó una risa—. Tampoco debería quejarme. ¿Os habéis despertado a las dos?

—Por desgracia. He tenido que tirar de Bree la mitad del camino. Apenas podía caminar.

—Fred ha tenido que tirar de mí mientras subíamos la colina —admitió Vega—. En mi defensa, la mochila pesa mucho.

Cedric rio.

—Te he echado de menos —admitió.

—Y yo a ti —dijo ella, dándole un beso en la mejilla—. Pero me alegro de volver a verte.

Vega advirtió la presencia de dos hombres frente a ellos. Parecían haber tratado de camuflarse como muggles, aunque sin demasiado acierto. Vega solo esperaba que Nova no hiciera ningún comentario al respecto.

—Buenos días, Basil —saludó el señor Weasley, cogiendo la bota y entregándosela en mano al mago de la falda, que la echó a una caja grande de trasladores usados que tenía a su lado.

—Hola, Arthur —respondió Basil con voz cansina—. Has librado hoy, ¿eh? Qué bien viven algunos... Nosotros llevamos aquí toda la noche... Será mejor que salgáis de ahí: hay un grupo muy numeroso que llega a las cinco y quince del Bosque Negro. Esperad... voy a buscar dónde estáis... Weasley... Weasley...

Consultó la lista del pergamino.

—Está a unos cuatrocientos metros en aquella dirección. Es el primer prado al que llegáis. El que está a cargo del campamento se llama Roberts. Bones... Sí, aquí estáis... También al de Roberts. Diggory... segundo prado... Pregunta por el señor Payne.

—Gracias, Basil —dijo el señor Weasley, y les hizo a los demás una seña para que lo siguieran.

—¿Nos vemos luego? —preguntó Cedric, mirando a su padre y su hermana. Amos le metía prisa—. ¿En un par de horas? Puedo ir a buscar tu tienda...

—Claro. Te veo luego.

Vega dejó un beso en los labios de Cedric antes de echar a correr tras los demás. Su hermana le dirigió una sonrisa pícara.

—Bonito reencuentro —dijo, divertida—. Casi se me escapa una lagrimita. ¡Y has conocido a su padre! ¡Ya eres casi parte de la familia!

—Creo que no le caigo demasiado bien —respondió Vega, encogiéndose de hombros—. ¿Qué tal con Brigid?

Se lo preguntaba a Harry. Él sonreía. Se encogió de hombros ante la pregunta.

—Todo bien. Le he dicho que nos veremos luego.

—¿Solo eso? No has heredado el encanto Potter, desde luego —suspiró Nova—. ¿Irás a los puestos luego, Vee?

—Seguramente vaya luego con Cedric —dijo su hermana, negando con la cabeza—. Me compraré algo de Irlanda, supongo.

—Y compartiréis babas, supongo —se burló Nova, ganándose un codazo de Vega—. ¡Eh, no me digas que es mentira!

—Tal vez, pero eso no te importa en absoluto —replicó Vega, entre divertida y molesta—. No vas a escucharme nunca decirte cosas así cuando salgas con alguien.

—Oh, estoy segura de que sí.

Caminaron al campamento donde tenían reservada una parcela. En una casita que había junto a la entrada, había un muggle. Vega supuso que el único que había por los alrededores. Debía ser el dueño del lugar.

Fue un momento incómodo: el señor Weasley no controlaba en absoluto el dinero muggle y, aunque Jason afirmaba que recordaba algo de cuando estudiaba Estudios Muggles en la escuela, lo cierto era que no tenía tampoco demasiada idea.

Vega terminó pagando, lo que levantó las sospechas del dueño de las parcelas. Presenciaron cómo un trabajador del Ministerio desmemorizaba al señor Roberts después de que empezara a hacer preguntas comprometidas.

—Deben de pasarse el día así —comentó Vega, mirando hacia atrás mientras se alejaban hacia su parcela—. Roberts acabará con la memoria hecha un asco.

—Tal vez, pero será rico —replicó Fred—. ¡Imagínate la cantidad de personas que han venido estos días! Todo esto está lleno.

En un pequeño espacio, al borde del bosque, había un cartel donde ponía «Weezly». Se despidieron de los Weasley al llegar a aquel punto y caminaron unos quinientos metros más antes de encontrar el cartel que indicaba «Bones». Ya había una tienda instalada allí: Amelia Bones llevaba varios días trabajando en aquel lugar, de modo que se había instalado antes.

La mujer les recibió efusivamente, alegrándose de tenerlos allí después de casi una semana sola. Amelia vivía sola, pero las visitas a la casa de su hermano eran casi diarias. Tanto tiempo sin escuchar a Nova y Harry discutir o a Jessica contar un chiste malo había sido raro para ella.

Ayudaron a tío Jason a montar la tienda que él y Harry compartirían, más pequeña que la de las chicas, y recogieron madera para encender una fogata. Poco después de que terminaran, Cedric llegó y Vega se despidió para ir a dar un paseo con él.

—Ten cuidado —pidió Jason, antes de dejarla marchar—. Y ten cuidado, ¿vale?

Vega sabía por qué: desde aquel artículo de Rita Skeeter, no estaba del todo bien vista entre algunos magos. Podía llegar a ser incómodo.

Le habían llegado cartas anónimas realmente hirientes. En base a eso, Jason había decidido que, desde ese momento, cualquier carta que llegara sin remitente sería de inmediato quemada.

—¿Ya tenéis todo montado? —preguntó ella—. Hemos tenido que montar las tiendas sin magia. No me extrañaría si esta noche se nos cayeran encima.

—Sí, aunque ha sido algo complicado. ¿No estás deseando poder hacer magia fuera de Hogwarts?

—Sí, pero aún me quedan un par de años —respondió, haciendo una mueca—. Ni siquiera tengo dieciséis.

Era frustrante ser la menor del curso por tanta diferencia. Cedric era prácticamente un año mayor que ella, Jessica le sacaba siete meses y los gemelos, cinco.

—Solo queda un poco más de una semana —dijo Cedric, cogiéndole de la mano—. ¿Has leído la lista de materiales del curso?

—Me ha extrañado lo de la túnica de gala —admitió Vega—. Nunca habían pedido nada así.

—Creo que va a haber un baile o algo así —dijo él—. Mi padre no ha querido contarme demasiado.

Jason les había dicho algo parecido cuando preguntaron. Vega imaginaba que era una sorpresa y esperaba que fuera agradable, como todas las que había recibido últimamente.

Necesitaba un respiro de los problemas, después del curso anterior, se lo había ganado.

—Hablando de tu padre... ¿Solo yo pienso que no le caigo bien? —preguntó Vega, algo preocupada—. No ha parecido demasiado contento al verme.

—No es eso, solo... —Cedric hizo una mueca—. Ya sabes, lee El Profeta y a Rita Skeeter. Cree que no eres una buena influencia para mí.

—Oh. Genial. —Vega chasqueó la lengua, bastante molesta—. ¿Qué cree? ¿Que te convertiré también en asesino?

—Tal vez —bromeó Cedric—. No te preocupes por eso, Vega. Acabarás agradándole. Lo sé.

Vega masculló algo como "no estoy tan segura de ello". Cedric la rodeó con el brazo.

—No te preocupes ahora por eso —dijo, en tono tranquilizador—. ¿Quieres que vayamos a ver qué venden?

No había mucha actividad en aquel momento, pero los pocos vendedores que encontraron les aseguraron que al anochecer habría mucha más variedad de productos, por lo que ambos decidieron esperar.

—Espero que Irlanda gane —dijo Cedric, observando la multitud de tiendas decoradas con tréboles—. El equipo en conjunto es muy bueno. Aunque Krum es increíble.

—Sí, eso he oído. Es imposible vivir con Nova y no saber nada sobre el quidditch actual —rio Vega—. ¿Cuántos años tiene Krum? No debe ser mucho mayor que nosotros.

—Unos diecisiete o dieciocho. Es de los jugadores actuales más jóvenes.

—¿Te imaginas ser famoso siendo tan joven? —se preguntó Vega—. Debe ser interesante, pero bastante estresante también. No debe de haber terminado siquiera el colegio.

—Bueno, tu primo es bastante famoso y desde una edad más joven —recordó Cedric—. Además, creo que hizo algo más importante que unas cuantas jugadas de quidditch.

—Muchos piensan que el quidditch es infinitamente más importante que lo que hizo Harry —bromeó Vega—. Por ejemplo, Oliver Wood.

Cedric rio.

—Wood es una excepción —admitió—. Pero el resto del mundo mágico, no. —Cedric decidió cambiar de tema, imaginando que ella no querría entrar en aquello. Vega lo agradeció—. ¿Sabes? Creo que leí en algún sitio que Krum aún sigue estudiando.

—¿En serio? —se sorprendió Vega—. En ese caso, tiene que ser bueno de verdad. No suelen escoger a jugadores que aún no estén graduados, ¿no?

—No, lo cierto es que es raro —asintió Cedric—. Eh, ¿eso es una tienda cubierta de tréboles?

Efectivamente, lo era.

—Alguien se ha tomado en serio lo de animar a Irlanda —comentó Vega, divertida—. ¿Qué hora es, por cierto?

Soltó una maldición al ver que había pasado bastante tiempo desde la hora del almuerzo. Ambos se despidieron apresuradamente y se marcharon al sitio donde estaban acampados. Vega llegó cuando ya habían terminado de comer.

Al parecer, los Weasley se habían unido a ellos y había un numeroso grupo reunido frente a las tiendas de los Bones.

—¿Dónde has estado, Vee? —rio Jess, cuando ella se dejó caer a su lado—. Creíamos que te habían secuestrado o algo.

—Se me hizo tarde —se excusó ella, apartándose el pelo de la cara—. ¿No queda nada?

—Resulta que te hemos guardado unas salchichas como agradecimiento por haber salvado nuestros caramelos longuilinguos —respondió Fred, pasándole un plato—. Estarán frías, pero es mejor que nada. ¿Sabes que hemos apostado con Ludo Bagman?

—Treinta y siete galeones, quince sickles, tres knuts y una varita de pega a que gana Irlanda, pero Krum atrapa la snitch —dijo George, orgulloso—. A papá no le ha hecho gracia, pero Bagman ha estado encantado.

—¿No son todos vuestros ahorros para Sortilegios Weasley? —preguntó Vega, frunciendo el ceño—. ¿Y si perdéis?

—Descuida, Gigi, nosotros no perdemos nunca —declaró Fred, convencido—. Confía un poco más en nosotros.

Vega se encogió de hombros, poco convencida, y comenzó a comer.

Conforme avanzaba la tarde la emoción aumentaba en el cámping, como una neblina que se hubiera instalado allí. Al oscurecer, el aire aún estival vibraba de expectación, y, cuando la noche llegó como una sábana a cubrir a los miles de magos, desaparecieron los últimos vestigios de disimulo: el Ministerio parecía haberse resignado ya a lo inevitable y dejó de reprimir los ostensibles indicios de magia que surgían por todas partes. Los vendedores se aparecían a cada paso, con bandejas o empujando carros en los que llevaban cosas extraordinarias: escarapelas luminosas (verdes de Irlanda, rojas de Bulgaria) que gritaban los nombres de los jugadores, sombreros puntiagudos de color verde adornados con tréboles que se movían, bufandas del equipo de Bulgaria con leones estampados que rugían realmente, banderas de ambos países que entonaban el himno nacional cada vez que se las agitaba; miniaturas de Saetas de Fuego que volaban de verdad y figuras coleccionables de jugadores famosos que se paseaban por la palma de la mano en actitud jactanciosa.

—¡Por Merlín, qué de cosas! —exclamó Vega, impresionada. No se consideraba fanática del quidditch, pero no quería pasar la oportunidad de comprar algo que le recordara a aquel partido—. Chicos, ¿venís a comprar unas escarapelas de Irlanda?

—¡Claro! —dijo Jessica, tan entusiasmada como ella.

Los gemelos, sin embargo, negaron con la cabeza.

—No tenemos dinero —dijo George, encogiéndose de hombros—. Os esperamos aquí.

Vega abrió el monedero y dejó unos cuantos galeones sobre la mano de Fred.

—Creo que sí tenéis —comentó, guiñándoles el ojo. Ellos abrieron la boca para protestar, pero Vega fue más rápida—. Escuchad, cuando seáis millonarios gracias a Sortilegios Weasley, me daréis algo de dinero por ser vuestra amiga, ¿no? En ese caso, no os cuesta nada aceptar esto. Sé que estáis deseando compraros algo y sé que me lo devolveréis. Así que, adelante.

Ambos intercambiaron una mirada.

—Definitivamente, eres la mejor persona del mundo —declaró Fred.

Vega rio.

—¿Has escuchado, Jess? Aprende de mí.

Regresaron a las tiendas tras hacer las compras y encontraron a todos los allí presentes con escarapelas, sombreros o bufandas de Irlanda. Los gemelos fueron en busca de su familia. No quedaba demasiado para que el partido comenzara.

Y entonces se oyó el sonido profundo y retumbante de un gong al otro lado del bosque, y de inmediato se iluminaron entre los árboles unos faroles rojos y verdes, marcando el camino al estadio.

—¡Vamos! —dijo Jason, a quien se me había contagiado algo de la emoción de los chicos—. Es la hora.

Cogieron todo lo que habían comprado y, siguiendo a los hermanos Bones, se internaron a toda prisa en el bosque por el camino que marcaban los faroles. Oían los gritos, las risas, los retazos de canciones de los miles de personas que iban con ellos. La atmósfera de febril emoción se contagiaba fácilmente, y Vega no podía dejar de sonreír. Caminaron por el bosque hablando y bromeando en voz alta unos veinte minutos, hasta que al salir por el otro lado se hallaron a la sombra de un estadio colosal.

—¡Asientos de primera! —dijo la bruja del Ministerio apostada ante la puerta, al comprobar sus entradas—. ¡Tribuna principal! Todo recto escaleras arriba, Amelia, Jason, arriba de todo.

Siguiendo las indicaciones de la mujer, el grupo subió junto a la multitud hacia la tribuna principal. A Vega no le sorprendía que hubieran conseguido aquellas entradas, siendo quienes eran, pero sí le intimidaba un poco. Le resultaba violento recibir favores únicamente porque su apellido —mejor dicho, el de su madre—, era famoso dentro de ma sociedad mágico.

Durante la siguiente media hora se fue llenando lentamente la tribuna. Los Weasley no tardaron en llegar. Jason y Amelia tuvieron que charlar con varios magos y brujas de aspecto importante. Percy se levantaba de un salto tan a menudo que parecía que tuviera un erizo en el asiento. Cuando llegó Cornelius Fudge, el mismísimo ministro de Magia, la reverencia de Percy fue tan exagerada que se le cayeron las gafas y se le rompieron.

Muy embarazado, las reparó con un golpe de la varita y a partir de ese momento se quedó en el asiento, echando miradas de envidia a Harry, a quien Cornelius Fudge saludó como si se tratara de un viejo amigo. Ya se conocían, y Fudge le estrechó la mano con ademán paternal, le preguntó cómo estaba y le presentó a los magos que lo acompañaban. Vega y Nova terminaron junto a su primo, la primera bastante avergonzada, la segunda encantada.

—Ya sabe, Harry Potter —le dijo muy alto al ministro de Bulgaria, que llevaba una espléndida túnica de terciopelo negro con adornos de oro y parecía que no entendía una palabra de inglés—. ¡Harry Potter...! Seguro que lo conoce: el niño que sobrevivió a Quien-usted-sabe... Tiene que saber quién es...

El búlgaro vio de pronto la cicatriz de Harry y, señalándola, se puso a decir en voz alta y visiblemente emocionado cosas que nadie entendía. Nova, divertida, comenzó a decir también cosas sin destino. Vega le dio un fuerte pisotón para que cerrara la boca.

—Sabía que al final lo conseguiríamos —le dijo Fudge a Harry cansinamente—. No soy muy bueno en idiomas, para estas cosas tengo que echar mano de Barty Crouch. Ah, ya veo que su elfina doméstica le está guardando el asiento. Ha hecho bien, porque estos búlgaros quieren quedarse los mejores sitios para ellos solos... ¡Ah, ahí está Lucius!

Nova esbozó al instante una sonrisa pícara, que solo podía significar problemas. Vega le lanzó una mirada de advertencia.

—¡Ah, Fudge! —dijo el señor Malfoy, tendiendo la mano al llegar ante el ministro de Magia—. ¿Cómo estás? Me parece que no conoces a mi mujer, Narcissa, ni a nuestro hijo, Draco.

—¿Cómo está usted?, ¿cómo estás? —saludó Fudge, sonriendo e inclinándose ante la señora Malfoy—. Permítanme presentarles al señor Oblansk... Obalonsk... al señor... Bueno, es el ministro búlgaro de Magia, y, como no entiende ni jota de lo que digo, da lo mismo. Veamos quién más... Supongo que conoces a Jason Bones.

Fue un momento muy tenso. Tío Jason estrechó la mano de Lucius Malfoy con rostro inexpresivo. El padre de Draco sonrió.

—Veo que has traído a todo el orfanato, Bones. Qué... conmovedor.

—Incluso si hubiera traído a los monos del zoo, serían mejores de ver que al hurón que tienes por hijo, Malfoy —replicó Jason, sonriendo ampliamente.

Vega, Nova y Harry se quedaron tan impresionados que casi olvidaron reírse. Las mejillas pálidas de Draco se tiñeron de rosa y su padre puso cara como si hubiera mordido un limón.

Fudge, que no escuchaba, dijo:

—Lucius acaba de aportar una generosa contribución para el Hospital San Mungo de Enfermedades y Heridas Mágicas, Jason. Ha venido aquí como invitado mío.

—¡Fantástico! —dijo Jason—. Tengo que irme.

Y así lo hizo.

Vega notó la penetrante mirada de Narcissa sobre ella y se la devolvió en silencio. Sabía bien que la señora Malfoy era su tía, la hermana de Andromeda.

No encontraba demasiados parecidos entre ella misma y Narcissa Malfoy, a excepción de la piel pálida. Nova dio un paso al frente.

—¡Me alegro de conocerla, señora Malfoy! ¿O puedo llamarla tía Narcissa? ¡Teñido, qué alegría verte aquí!

—Cierra la boca, Nova —gruñó Vega, cogiendo a su hermana del brazo y haciéndola retroceder.

—Tú eres Altair, supongo —habló Narcissa, con expresión desdeñosa—. Te pareces a tu padre.

—Gracias —respondió Nova, sonriendo ampliamente, aunque era evidente que la señora Malfoy no lo había dicho como un cumplido.

Con la cabeza hizo un gesto desdeñoso a las hermanas Black, y continuó caminando hasta llegar a sus asientos.

—Qué agradable reunión familiar —dijo Nova, burlona.

Tomaron asiento y tuvieron que esperar hasta la llegada de Ludo Bagman, antiguo bateador de las Avispas de Wimbourne y director del Departamento de Deportes y Juegos Mágicos —Jason se lo explicó a Vega, sentada junto a él, al verle llegar—, el comentarista del partido.

¡Sonorus! —Su voz se alzó por encima del estruendo de la multitud que abarrotaba ya el estadio y retumbó en cada rincón de las tribunas—. Damas y caballeros... ¡bienvenidos! ¡Bienvenidos a la cuadringentésima vigésima segunda edición de la Copa del Mundo de quidditch!

—¿Cómo ha dicho eso sin trabarse? —se preguntó Nova.

Los espectadores gritaron y aplaudieron. Ondearon miles de banderas, y los discordantes himnos de sus naciones se sumaron al jaleo de la multitud. El enorme panel que tenían enfrente borró su último anuncio y mostró a continuación: BULGARIA: 0; IRLANDA: 0.

—Y ahora, sin más dilación, permítanme que les presente a... ¡las mascotas del equipo de Bulgaria!

Las tribunas del lado derecho, que eran un sólido bloque de color escarlata, bramaron su aprobación.

—Me pregunto qué habrán traído —dijo el señor Weasley, inclinándose en el asiento hacia delante—. ¡Aaah! —De pronto se quitó las gafas y se las limpió a toda prisa en la tela de la túnica—. ¡Son veelas!

Un centenar de hermosas mujeres acababan de salir al campo de Su piel brillaba de manera extraña, con un resplandor plateado y el pelo dorado se les abría en abanico detrás de la cabeza. Las veelas se pusieron a bailar y la mitad del estadio pareció quedarse en trance.

El efecto fue instantáneo en la tribuna principal.

Vega cogió a Nova de la muñeca cuando la vio hacer el ademán de levantarse de un salto. Ginny se quedó boquiabierta. Fred y George observaban los movimientos de las veelas como hipnotizados. Hermione tuvo que coger a Harry del brazo cuando se levantó, con intención de saltar de la tribuna.

Prim también sujetó a Hermione, ambas totalmente absortas en la danza de las veelas, aunque con algo más de control que los demás. Vega no comprendía nada.

—¿Qué demonios pasa? —le preguntó Vega a Jason. Jessica, al otro lado de su tío, había tenido que sujetar a los gemelos, por precaución.

Tío Jason rio.

—Si te van las chicas, las veelas te vuelven loco. Es algo simple.

Vega frunció el ceño.

—Pero a mí... —Se quedó confundida por unos instantes—. ¿Por qué no...?

Cesó la música. El estadio se sumió en gritos de protesta. La multitud no quería que las veelas se fueran.

—Son preciosas —suspiró Nova, siguiéndolas con la mirada mientras se colocaban a un lado del campo.

Vega ocultó una sonrisa.

—Y ahora —bramó la voz de Ludo Bagman— tengan la bondad de alzar sus varitas para recibir a... ¡las mascotas del equipo nacional de Irlanda!

Éstas resultaron ser leprechauns. Vega no creía que pudieran llegar a tener un efecto superior al de las veelas, pero se llevó una sorpresa al ver que lo consiguieron a base de fuegos artificiales mágicos y una lluvia de galeones.

La tribuna principal al completo estuvo pronto inclinada en el suelo, recogiendo tantas monedas como podían. A Vega le apenó ver marchar a los leprechauns, pero eso solo significaba una cosa: el partido estaba por comenzar.

—Y ahora, damas y caballeros, ¡demos una calurosa bienvenida a la selección nacional de quidditch de Bulgaria! Con ustedes... ¡Dimitrov!

Una figura vestida de escarlata entró tan rápido montada sobre el palo de su escoba que solo se pudo distinguir un borrón en el aire. La afición del equipo de Bulgaria aplaudió como loca.

—¡Ivanova!

Una nueva figura hizo su aparición zumbando en el aire, igualmente vestida con una túnica de color escarlata.

—¡Zograf!, ¡Levski!, ¡Vulchanov!, ¡Volkov! yyyyyyyyy... ¡Krum!

El último fue, sin lugar a dudas, quien más aplausos recibió.

—Y recibamos ahora con un cordial saludo ¡a la selección nacional de quidditch de Irlanda! —bramó Bagman—. Les presento a... ¡Connolly!, ¡Ryan!, ¡Troy!, ¡Mullet!, ¡Moran!, ¡Quigley! yyyyyyyyy... ¡Lynch!

Siete borrones de color verde rasgaron el aire al entrar en el campo de juego.

—Y ya por fin, llegado desde Egipto, nuestro árbitro, el aclamado Presimago de la Asociación Internacional de Quidditch: ¡Hasán Mustafá!

Entonces, caminando a zancadas, entró en el campo de juego un mago vestido con una túnica dorada que hacía juego con el estadio. Era delgado, pequeño y totalmente calvo salvo por el bigote. Debajo de aquel bigote sobresalía un silbato de plata, bajo un brazo llevaba una caja de madera, y bajo el otro, su escoba voladora.

Mustafá montó en la escoba y abrió la caja con un golpe de la pierna: cuatro bolas quedaron libres en ese momento. Soplando el silbato, Mustafá emprendió el vuelo detrás de las bolas.

—¡Comieeeeeeeeenza el partido! —gritó Bagman.

Los gritos de las aficiones recorrieron todo el estadio. Aquello iba a empezar.

Nova saltó sobre Vega y gritó en su oído, emocionada. Aquel iba a ser un juego inolvidable.

Entre gritos y ánimos a las selecciones, el partido dio comienzo.




















feliz año nuevo! alexa, play 22 (taylor's version) by the music industry

maratón 5/7

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro