25- María

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 Me quedé quieta. Una parte de mí, una parte valiente que no conocía y que estaba drogada de adrenalina, todavía no creía que estuviera pasando algo como eso y actuaba como si fuera un sueño.

 De repente tanta calma me pareció irreal. Había sido golpeada y maltratada de varías formas a lo largo de mi vida, pero nunca así, eso era... era muy... sádico.

 Lo que tenía encima de mi cuerpo me estaba asfixiando. Las lágrimas vinieron a mis ojos, pero no las dejé salir, no quería llorar porque entonces no iba a parar. Traté de quitarme el peso y noté que estaba blando, pero no del todo, tenía piel y huesos debajo de ella.

 La sorpresa me ayudó a encontrar fuerzas, me incorporé largando un chillido que sonó como el que gritaban las chicas que odiaba cuando veían algo de su interés.

 El cuerpo de Cris estaba inconsciente a mi lado. Su cara estaba empapada de sangre y tierra, toda su camisa de chico bien, estaba sucia con una mezcla de ambas cosas. Un corte profundo serpenteaba de su cráneo hasta su ceja izquierda. Toqué incrédula su cuero cabelludo, era una mezcla de cerámica, tierra y carne inflada. Lo toqué mejor, la carne inflamada era una contusión, el nacimiento del corte que había visto.

 Miré su pierna y tenía una cadena al igual que la mía. Mi pierna me dolía mucho, la tenía extendida hacia un lado. Tal vez estaba rota. Miré mis manos. Los dedos estaban hinchados y sucios, pero sin duda habían terminado mejor que los de esa zorra. Los sentía como fuego, un dolor lacerante bombeaba en ese lugar como si estuviera vivo y su única función fuera recordarme su existencia.

 Había un único foco pendiendo de un cable arrugado. No había nada más. Paredes de cemento y suelo de hormigón. Había otras cadenas incrustadas a la pared como para una decena más de personas, algunas tenían sangre seca.

 Mientras reposaba su cabeza en mi regazo busqué a Ángel. Continuaba inconsciente del otro lado de la habitación, a él lo habían esposado a un calefactor antiguo. Estaba bien. Relativamente bien, pero Cris no. Él estaba pálido.

 Acaricié su mejilla con mi pulgar.

 ¿Por qué lo había tratado tan mal todo el día? Él también había sido cruel conmigo, pero en parte por mi culpa, yo le daba miedo, lo intimidaba.

 Pensé en las escasas conversaciones que tuvimos, si no hubiese sido tan intimidante o él tan pelotudo, le hubiera dicho por qué me dibujaba pangeas, él habría hablado de su poema, o de aquella noche lluviosa en donde aprendió a abrir puertas con un alambre, me hubiera contando más de Marcela y de libros.

 Le acaricié el cabello pegajoso por la sangre.

 Él no debería estar encerrado por unos sectarios satánicos. En alguna parte de mi interior sabía que yo habría terminado tarde o temprano en algún lugar como ese, pero él no. Él debería estar en su casa, o en la de Marcela la vieja que pone internet para recibir cariño o incluso debería estar en la estúpida Iglesia.

 Quería que despertara y leyera su historieta aburrida, que cargara esa mochila sosa o escribiera poemas que luego fingiera no conocer por vergüenza, que pretendiera ser fuerte por mí. Quería muchas cosas de él, pero no que estuviera cubierto de sangre, con la piel pálida como un muerto sobre mi regazo.

 Sabía tantas pocas cosas de él, pero todo lo que sabía lo sentía preciado y yéndoseme de las manos, como oro líquido.

 Las lágrimas vinieron a mis ojos y no las pude contener. Lo que más me embroncaba era que nos pasaba a nosotros, otras personas se merecían esto como mi mamá, la directora o los pelotudos polícias, pero nosotros no.

 Mis puños se cerraron en su camisa, doblé mi columna, recosté mi rostro en su clavícula y sollocé cómo jamás lo había hecho. Me sentía tonta. Tonta y sola. Había perdido a Gemma, estaba perdiendo a Cris, perdería a Ángel si lo mataban primero y luego moriría junto con todos los chicos del colegio.

 Pensé lo que había dicho Ángel en el piso de arriba. Que él no creía en milagros. Yo tampoco. Yo creía en el destino. Y estaba destinada a morir desde esa mañana, escapar del colegio solo fue evitar mi muerte unas horas más.

 Las lágrimas se vertían por mis mejillas con rapidez. Miré su rostro cubierto de sangre y comencé a limpiarlo con el puño de mi campera. Las manchas cedieron y dejaron su piel bronceada que tanto conocía. Peiné un poco su cabello.

 —Déjame, corré —susurró Cris.

 Me incorporé con los ojos anegados de lágrimas, parpadeé confusa y observé cómo sus parpados se abrían poco a poco. Examinó el lugar donde se encontraba, movió su pierna y escuchó el ruido metálico. Era inteligente porque supo lo que pasó rápidamente. No hizo preguntas y se lo agradecí porque estaba llorando tanto que no hubiera podido responder.

 Pero en silencio. Mis lagrimas caían en silencio. Algo de dignidad todavía conservaba.

 Él estaba despierto. Jamás agradecí tanto que alguien despertara a mi lado. No me contuve y como acto reflejo le di un beso corto en la mejilla.

 Había muchos actos reflejos en los humanos como cerrar los ojos a la hora de recibir una piña o cubrir tu cara cuando te iban a dar un golpe. Pero una vez cuando mamá estaba sobria y yo tenía siete años y me había cambiado con un vestido de flores ella me miró, se formó una sonrisa en su rostro y me dio un besito en la mejilla. Lo había hecho sin pensar, ni siquiera lo premeditó, fue involuntario y lo que me hizo sentir también lo sentí sin pensar. En ese momento mamá me hizo sentir que todo estaba bien en el mundo, que cada cosa se podía arreglar con un beso como si pegara mis piezas rotas con sus labios, me sentí cálida y segura.

 Quería que Cris se sintiera así.

 Él parpadeó desconcertado. Su mejilla me dejó un sabor a sal, tierra y sangre. Todavía tenía su cabeza en mi regazo.

 —Va a venir —explicó, trató de incorporarse y su espalda quedó a la altura de mi pecho, apoyó su cabeza en mi tráquea—. Le dije al conductor...

 —No va a venir.

 —Tenemos que aguantar una hora —Quiso borrarme las lágrimas, pero le detuve la mano y él cerró sus dedos alrededor de los míos.

 Lo abracé con el otro brazo y lo sostuvo como si no quisiera que lo moviera nunca más.

 —Cris...

 —Le pagué bien —continuó con obstinación.

 Como siempre él vería el lado bueno, tendría una esperanza por más insulsa que fuera. Antes me hubiera molestado pero los moribundos son sabios y pacientes. Guardé silencio.

 —Aguantemos una hora, María.

 —Mia —corregí—. A veces me dicen Mia.

 Si iba a morir entonces quería que me llamaran por el sobrenombre que me gustaba más, aunque fuera un apodo que viniera del nombre que odiaba.

 —¿Por qué Mia?

 —Porque me gusta. No hay ninguna Mia famosa por su santidad por la que me vea presionada. Además, le dicen María a la droga y mis viejos se dan con María ¿Entendés? Cuando ellos llamaban para comprar más, le decían a su proveedor «Quiero un poco más de María», como una broma. Era horrible escuchar mi nombre de esa manera, como si mi familia se fuera a la mierda y quedara destruida por mi culpa.

 Me sorprendí de haber contado eso, pero si me iba a ir quería que alguien lo supiera si no la historia moriría conmigo y por alguna extraña razón eso no lo podía soportar.

 —Mia —repetí—. Pero más que nada, me gusta Mia porque la gente que quiero me llama así.

 —Tu hermano no te dice así.

 Pensar en Ángel me hizo flaquear, tardé en responder para enderezar mi voz.

 —Es para molestarme, yo no le digo Á.

 —Mia —musito para sí—. Me decís tu nombre porque estás despidiéndote —dedujo—. No te despidas de mí. No todavía. Tenemos tiempo. Le pagué bien.

 —Van a volver, Cris. Ellos, no el chófer. Van a volver. No tenemos tiempo.

 Habíamos caído en una red de la que nunca habíamos escapado.

 No dejábamos de abrazarnos, lo habíamos tomado como una obviedad, él acaricia con el pulgar mi brazo con el que por rodeaba. Lo hacíamos para olvidar que moriríamos solos, con un extraño.

 —¿Por qué te metiste en esto? —inquirí me lo había preguntado desde que salimos del colegio—. Gemma es mi amiga. Pero no creo que recordara tu nombre —Sollocé y lo apreté contra mi cuerpo, él era noble, no se merecía eso, se merecía realidad eso no iba a negarlo, como unas piñas o un asalto, pero no se había ganado una muerte dolorosa—. Quiero saber tus razones, Cris.

 Matar a Cris era como matar un cachorrito.

 Él permaneció un segundo en silencio.

 —Me caía bien.

 —No es razón suficiente.

 —Es mi culpa —Tragó saliva y susurró—. Ella... me gustaba la manera en la que peleaba para no ser peor —explicó—. Irónicamente me esforcé por ayudar espiritualmente a todos los del curso excepto a ella. Nunca encontré el valor para hablarle, pensé que, si ella se burlaba de mí, eso me dolería demasiado. Gemma era la única que no me creía un tonto santurrón. Pero ahora que lo pienso es porque ni siquiera sabía mi nombre o que existía. Estaba enamorado y ahora cuando pienso en ella solamente veo una sombra donde antes había luz. Es como un pozo borroso que chupa todo.

 —Así se siente la ausencia del amor. Felicidades Cris, se te rompió el corazón.

 Silencio.

 —Mia.

 —¿Qué? —pregunté con un hilo de voz.

 —¿Me convierte en un tonto estar acá por alguien que no me quiere?

 Titubeé.

 —Si... si sos un tonto al dar tu vida por alguien que no te quiere... entonces todo el mundo debería ser tan tonto como vos.

 Eso me hizo reír un poco, pero eran más nervios que otra cosa porque me seguía doliendo el cuerpo. En parte me reí porque nadie sería tonto por mí, jamás alguien en su sano juicio sacrificaría su vida por mí.

 —Te gustaba —agregué.

 —Sí, eso creo, ya no sé. Ahora siento que ya no me acuerdo nada bueno.

 —Ay, Cris.

 —Es que de verdad tenía mucho miedo de que me tratara como un boludo. Pensé más en mi bienestar que en el suyo —Iba a decirle que Gemma jamás hubiese aceptado su ayuda espiritual, pero preferí callar, no tenía ganas de hablar—. Ella cayó en eso, en parte, por mi culpa. Se supone que soy el que quiere ayudar y mejorar el mundo, pero cuando una persona loca está desorientada y explota, la única que habla y calma a esa persona es ella. Tuve que haber sido yo ¿Entendés? Me tuvo que haber secuestrado a mí o degollado. No la habría atacado si yo hubiera cumplido con mi papel.

 —¿Qué papel?

 —Ser bueno.

 —No tenés que ser bueno si no querés —En eso yo sí que sabía, tenía un doctorado en egoísmo y siempre había sido mi orgullo.

 —Es que sí quiero —Trató de mirarme a los ojos, pero el esfuerzo hizo que contuviera un grito, aunque se apresuró para reanudar la conversación como las palabras que nos compartíamos fueran morfina—, me gusta ayudar a los demás y hacer amigos, sacando la religión y Dios. Eso es importante pero no lo es todo, no hacía buenas acciones para quedar bien con Dios. Me gusta, de verdad. Ver felicidad o un gramito de paz. Y si hubiera ayudado a Dante cuando perdió la cabeza tal vez él me hubiera agarrado a mí.

 —Estás diciendo que fue tu culpa que haya secuestrado a Gemma...

 —Algo como eso— susurró él—. Quería enmendar mi error. Tenía que buscarla, limpiar mi conciencia, jamás, ni en un millón de años, pensé que una pista nos llevaría a otra, y después a otra y después a esta casa.

 Enmudecí.

 —Está bien —añadió—. Era morir con ellos o con el Estado, éramos dos cabos sueltos en su historia del asesinato con armas, los camiones y todo lo demás. Hubiéramos muerto tarde o temprano. Lo único que pasa es que —Chasqueó la lengua—. No quiero morir solo.

 —Yo tampoco —murmuré y mi voz retumbó en ese sótano.

 Nos la bancábamos bastante bien.

 —Quería enmendar mi error —repitió.

 Enmendar errores. Él estaba a punto de morir por enmendar un error del que se culpaba cuando ni siquiera era suyo. Yo... yo jamás había enmendado nada, ni me había preocupado por eso.

 —Perdón por ser forra, digo, grosera con vos. Sos una linda persona.

 Él guardó silencio por unos momentos asimilando mis palabras. El frío nos hacía tiritar. Su cuerpo estaba cubriendo mi torso como si fuera una manta, pero nada lo estaba cubriendo a él, salvo mi brazo sobre su pecho, abrazándolo.

 —Jamás había imaginado esto —añadió, un intento de sonrisa asomó en sus labios—. María Dubanowski vos también sos una linda persona. Sos hermosa, que digo bellísima por fuera, pero sos como la búsqueda de un tesoro porque contás algo mucho más bonito dentro tuyo. Y no digas que no y que no te conozco, porque es verdad. Sos una linda persona.

 Eso estaba bien.

 Ya nos habíamos despedido. Al menos podía irme con la mente en paz o como siempre dicen: resolviendo algunos errores. Deseé poder disculparme con Ángel por no seguirlo cuando huyó de casa. Ese era mi máximo error, después de dejar ir a Gemma en manos de ese lunático.

 Qué mundo de mierda, iba a morir así. La puta madre. A morir, ni siquiera había cumplido dieciocho e iba a morir.

 —Mia, no llores —agregó.

 —No estoy llorando —iba a perder mi trono de la mejor mentirosa.

 —Vamos a salir de esta. Escúchame...

 —Todos van a morir —respondí negando sus palabras con un imperceptible movimiento de cabeza—. Los de la escuela... los desaparecidos. Nosotros no nos salvamos, nunca lo hicimos. Estábamos destinados a que nos mataran estos fanáticos. Tenés razón.

 —Ahora me arrepiento de haberlo dicho. Perdón.

 —No te disculpes, boludo.

 No podía contener las lágrimas, eran saladas y frescas y de alguna manera se sentían bien, como medicamentos cuando estás enfermo o limonada cuando hace calor.

 —Bueno, si esto estaba destinado a pasar... yo estaba destinado a conocerte antes de morir ¿No suena un poco mejor? Tal vez Gemma sea tu casi amiga, pero, si no te enojás, yo te considero mi amiga de verdad.

 Cerré mis ojos y más lágrimas se resbalaron en tropel de ellos. Me sentía sensible como si cada cosa fuera una buena razón para llorar. Solamente alguien como Cris podría decir algo así.

 —No, no me enojo.

 Si me hubiera dicho eso en otras circunstancias lo habría golpeado por sentimental pero ahora era todo lo que necesitaba. Tal vez me iba a ir del mundo perdiendo a una amiga, pero también iba a marcharme haciendo uno nuevo.

 No quería volver a abrir los ojos, no soportaba ver el cuerpo de Ángel tendido e inconsciente.

 De repente Cris comenzó a cantar.

 En realidad, no tenía mucho ritmo, solo alargaba las palabras con una leve tonada, pero fue suficiente. Supe por qué lo hizo. La sorpresa de oír su voz cantando fue tanta que paré de llorar, de súbito.

 El respingo que liberé de la sorpresa, junto con el suspiro, retumbó hasta ser engullidos por su cavernosa voz.

Nace una flor, todos los días sale el sol 
De vez en cuando escuchas aquella voz 
Cómo de pan, gustosa de cantar 
En los aleros de mi mente con las chicharras 
Pero a la vez existe un transformador 
Que te consume lo mejor que tenés 
Te tira atrás, te pide más y más 
Y llega un punto en que no querés

 La puerta se abrió emitiendo un chirrido agudo pude sentir su cuerpo estremeciéndose contra el mío. Endureció sus músculos y continuó. Para mi sorpresa, asombro y temor, comenzó a cantar más fuerte, con la intención de que lo escucharan. Se lo agradecí comprimiendo su mano con más fuerza. Sus dedos eran más largos que los míos y su voz no me dejó oír cuando comenzaron a bajar las escaleras.

Mamá la libertad 
Siempre la llevarás 
Dentro del corazón 
Te pueden corromper 
Te puedes olvidar 
Pero ella siempre está

 Cris había parado de cantar, pero no sólo porque los señores Weinmann habían llegado si no porque la mujer estaba bailando. Movía sus pies sobre el suelo y sacudía rítmicamente sus brazos. 




 Forra: mala.

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