3- María

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 Una vez uno de esos adultos que siempre cree saber todo me dijo que la ignorancia te volvía una persona feliz y que la sabiduría te ponía triste. Obviamente me lo había dicho como insulto porque yo me reí en su cara y me dijo que me reía por ignorante.

En el momento me parecía absurdo su pensamiento tanto como su cara, por lo cual, volví a reírme de él, pero ahora estaba comprendiendo sus estúpidas palabras.

Ese adulto había tenido razón. Y yo también había tenido la posta*: No debimos asistir al colegio. El día habría sido diferente si nos rateábamos. Había tenido la palabra de oro, la elección sabía, la razón.

Pero ahora que no estaba ella no podría decirle en su cara «Te lo dije, mogólica» Y ella me diría «No uses esa palabra como insulto porque no lo es» Lo que me parece un insulto para los mogólicos porque los traten con pañuelos de seda, como si no fuera verdad que es una enfermedad. Y Gemma me diría que no piense eso porque me convierte en una persona horrible.

Pero me importa un carajo porque es obvio que soy una persona de mierda. Soy horrible como ser humano o cualquier otro ser. Da igual. En ese momento todo daba igual. Ya nada parecía importante.

Sentada sobre el cordón podía sentir el amargo sabor de tener siempre la razón. Era como masticar un cigarrillo, te da asco porque sabés que no es la manera de disfrutarlo, el cigarrillo se inhala, se convierte en tu respiración, no se mastica como si fuera una de las golosinas que comen esas gordas típicas, aunque ellas ni siquiera las disfrutan; solamente hacen trucos de magia con la comida, la desaparecen como si fueran conejos en una chistera. En fin. La razón, del mismo modo, siempre es piola* conseguirla, pero no a este precio.

A cada momento aparecía en mi cabeza la voz de Gemma diciéndome que era una persona horrible, que debería ser más abierta de mente ¿Por qué ahora? ¿Por qué me importaba?

La policía había llegado en una hora, un récord hasta para ellos mismos, jamás los había visto acudir tan rápido, a no ser que haya droga de por medio. Porque para acaparar la «evidencia» siempre eran rapiditos.

Habían evacuado el colegio como si ese pibe* enclenque fuera un terrorista del Isis. Me había humillado ante él, pidiendo por favor que soltara a la santa de Gemma ¿Todo para qué? Para que se la llevara de todos modos, como si ella fuera el premio para el chico más loco de toda Argentina. Cada vez que lo recordaba gritando que estábamos en el infierno me daban ganas de retorcerle el cuello y darle verdaderamente un infierno, escupirle en la cara, patearle las bolas, lo que fuera.

Y lo que era peor, se habían desvanecido. La policía no los encontraba. Alrededor de quince minutos llevaban buscándolos en cuadras circundantes. Pero quince minutos no era tiempo para seguir un rastro que había empezado hace una hora, señores.

Suspiré y recosté mis brazos sobre mis desnudas rodillas. La calle estaba poblada de todos los grados que contenía el colegio, desde los más chicos hasta los más grandes. La vedad que los procedimientos de seguridad a seguir del instituto dejaban que desear. Todos se agrupaban en sectores con los profesores que les daban clases antes de la evacuación. Los docentes estaban alborotados o fingían pena.

Yo me había separado del grupo actuando la misma pena. Estaba sentada en el cordón de la calle. Había dicho que tenía que tomar aire, a pesar de que estábamos afuera. El profesor a cargo había asentido distraídamente.

No podía estar triste. Estaba furiosa. Estaba furiosa conmigo, con el loco de Dante y sobre todo estaba enojada con Gemma por hacerme sentir mal.

Desvié la mirada hacia uno de los chicos que terminaba de dar el testimonio, la declaración de testigos o lo que sea que los policías tiraban a la basura cuando uno se daba la vuelta, para reescribir lo que ellos creían.

Era Cristiano, el kamikaze, el pelotudo que había llamado.

Terminó de hablar con el oficial y se marchó dirigiéndose hacia su grupo, pero al verme se detuvo de súbito.

—María —dijo mi nombre.

No te acerques, pensé.

Se acercó. Fingí una sonrisa.

—Eh, sabés mi nombre. Perdón por decepcionarte, pero no sé el tuyo.

—Cristiano.

—No te lo pregunte, igual.

—Sé que estás mal por lo de tu amiga.

—Fua, qué inteligente ¿llegaste a esa conclusión vos solito?

Él arrugó su semblante y comprimió los puños ligeramente, sus hombros se tensaron.

Conocía esa postura, estaba considerando mandarme a la mierda, golpearme y mandarme a la mierda de todos modos o actuar como un chico bien y seguir tratando de llegar a algún lado conmigo. Como si yo necesitara de su caridad y su paciencia. Era de esas personas que cree que todo se puede arreglar con buen trato e intenta solucionar las cosas que están rotas.

Pero ellos no saben que el mundo no tiene solución, el mundo no está lleno de problemas. Porque un problema es algo que podés cambiar, algo que podés revertir o llegar a una solución. Pero el mundo no puede cambiarse, el mundo no lleva a ningún lado, está estancado y fijo, como un árbol marchito.

Que Cristiano me hiciera pensar y ponerme profunda me hizo odiarlo más.

—Bueno, yo nada más quería ser amable —se quejó—. Pero no caigo en esa actitud indiferente. No soy como los demás que tratás mal y te dejan en paz.

—Ya lo noté, de ser así no seguirías acá —contesté asqueada de su voz, era demasiado insistente y pacífica.

Apoyé mi pera en las manos.

—A mí también me importaba Gemma. Por eso llamé a la policía.

—Eso fue tan útil como el trabajo que ellos están haciendo ahora.

—¿Creés que los encuentren? —preguntó sentándose a mi lado y colocando sus antebrazos sobre las rodillas.

—No, los policías siempre buscan lo que les conviene.

—Tal vez si hacemos pública su desaparición...

—¿Hacemos?

—Sí, ¿qué no pensás hacer nada por tu amiga?

Parpadeé. Su pregunta me desconcertó tanto como molestó.

—Claro que sí, incluso la buscaría yo misma porque sé que ellos no van a hacer nada útil —dije señalando despectivamente con la barbilla el patrullero y los policías barrigones que cobran un sueldo por abusar de la autoridad.

Él parecía querer darme el discurso de facho* diciendo que la autoridad sí era de fiar, pero se contuvo.

—¿Entonces por qué no lo hacés?

Me encogí de hombros enervada, temblando y preguntándome por qué estaba hablando con él.

—Ni siquiera sabría por dónde empezar a buscarla, no soy detective, pelotudo.

—Yo sí... bueno, no soy detective pero sé cómo empezar. Podríamos ir a la casa de Dante, tal vez los policías vayan allá para avisar a sus padres de que su hijo perdió la cabeza. Podríamos ir primero. Preguntarles si Dante tiene un lugar favorito en la ciudad, tal vez podríamos distraerlos y confiscar algo de importancia que esté oculto en su habitación, que nos dé una pista.

Antes de notarlo ya lo estaba reconsiderando ¿De verdad iba a buscar a mi amiga, la que nunca escuchaba mis consejos sabios de la calle, la cual, estaba raptada por un demente que creía estar en el infierno y tenía fama de asesino y matón?

—No sé... podría ser peligroso y no tengo el mejor de los expedientes con la cana...

—Dah, no desvaríes, es Argentina lo que menos te va a pasar es ir a la cárcel por allanar una casa ajena. Para empezar por ahí los padres de Dante nos inviten y no tengamos que allanar. Segundo, sos menor de edad.

No respondí porque no quería parecer confundida y débil ante él, además tenía razón. «La ley fue hecha para romperse» esa frase había sido creada en este país, si no, fue inspirada en sus habitantes.

—¿Qué pasa? ¿Te da miedo? —me retó, parecía burlarse.

¿Darme miedo? ¿A mí? Jamás me daría miedo ir a la casa de unos fabrica locos para preguntarle si el ilustre criminal de su hijo tenía un lugar privilegiado en la ciudad donde podría llevar a Gemma.

Lo estudié atentamente.

Su piel estaba bronceada y tensa. Había juntado sus manos y acariciaba su palma con el pulgar. Eso era símbolo de estrés. Soy chica de calle, pero no tonta.

Tenía un cabello rizado y castaño que se le revolvía sobre los ojos, sus pómulos eran marcados y sus ojos definidos por unas espesas y oscuras pestañas. El color de sus ojos era como las avellanas.

Entonces él levantó su mirada y me estudió con la misma firmeza. Me pregunté qué veía en mí, seguramente caos.

Comprimió los labios gélidamente. Sus rasgos eran angulosos, casi fríos, si no fuera por el brillo acogedor de sus ojos sin duda parecería alguien amenazante. Estaba vestido con unos levis, zapatillas deportivas y una camisa rallada y remangada hasta los codos, lo que le daba un aspecto ñoño. Era más incógible que un jubilado.

Un ñoño me estaba retando y me acusaba de tener miedo ¡A mí!

Me cerní hacia él, si Gemma no hubiera desaparecido lo hubiera esperado en la esquina para golpearlo y dejar su cuerpo hecho mermelada porque ese tipo de pibes sacaba lo peor de mí. Pedía una paliza a gritos.

—Jamás —mascullé y lo señalé para que entendiera—. Jamás tengo miedo.

—Entonces, ¿qué hacés acá sentada? Búscala. Si no tenés miedo y sabés dónde empezar, no encuentro razón para mirar con odio a las únicas personas que están haciendo un intento por buscarla.

—Un intento inútil.

—Un intento —concluyó él desprendiendo una mirada a los policías—. Hacen su trabajo.

—¿Y qué se supone que juegue a la detective con vos? ¿Querés ser la copia barata de la mierda Detectives en Recoleta?

En realidad, me gustaba ese libro, incluso lo tenía autografiado por la autora. Cuando yo era pendeja* la escritora había visitado el colegio así que le robé el libro a una chica despistada del curso que ni cuenta se dio. Bueno, se dio cuenta después y lloró por eso. Ni siquiera lo había leído, pero había escuchado a unas chicas hablando de la trama y me pareció interesante. Después crecí y los personajes comenzaron a molestarme, sobre todo esa pelotuda de Adela. No podía creer que todos los finales de la saga fueran felices. No todo terminaba siempre feliz.

Pero en el momento lo que me estaba planteando Cristiano sonaba tan descabellado como las historias de esos personajes.

—Yo voy a ayudarte —propuso como si eso resultara más tentador.

—¿Y por qué la buscarías?

—Gemma también es mi amiga.

Ja, de tener alma me estaría riendo en su cara.

—Sin ofender, pero creo que ni sabe tu nombre. Y que te sientes todos los días atrás de ella como su sombra no cambió eso.

—Tengo mis razones para buscarla —admitió encogiéndose de hombros— y que yo haya descubierto las tuyas no quiere decir que te diga las mías.

Mira vos.

Asentí con una sonrisa admitiendo que era bueno convenciendo.

Buscar a Gemma sonaba a una tontería, algo que haría alguien con la vida aburrida. Eran las cosas que haría la gente que tiene esperanza o los que lloran con el final de una película y son soñadores y creen que todo puede mejorar con un intento de corazón, una sonrisa positiva y muchas fuerzas; pero la puta madre, no era algo que hiciera yo.

Esas personas me daban asco, siempre me esforzaba por ponerlos tristes y devolverlos a la realidad donde se supone que todos tienen que vivir, pero parecía un trabajo imposible.

Ese tipo de gente me hacía sentir insegura y chiquita, los evitaba, los eludía como si fueran una calle poseada. Y ahora estaba Cris, el rey de los nabos* moralistas y entusiastas pidiéndome que me metiera en su fantasía.

Pero no sabía cómo habían pasado las cosas tan rápido. En lugar de cambiar a Cristiano, él me estaba cambiando a mí. Además, no podía dejar a Gemma, era una estúpida pero todavía tenía muchos años de estúpida más; no podía dejar que ese loco de manicomio la matara o le hiciera sufrir y después la matara. Sino estaba ella a mí lado ¿Quién iba a escuchar como odiaba al mundo?

No era muy amiga de Gemma, digo, pasaba todo el día con ella, de amanecer a atardecer pero no hablábamos de sentimientos, sueños, ropa, chicos, deportes, películas ni nada normal. De hecho, no hablábamos de casi nada importante. Ella no me conocía, tenía suerte en eso.

Yo tampoco sabía algo de ella porque nunca se puede conocer a una persona, los que dicen «Te conozco» en realidad quieren decir «No sé ni un carajo de vos, pero no queda decir eso, así que miento»

Pensé en ella. Si Gemma no era mi amiga entonces no sabía lo que era. Conocer los sentimientos de alguien, cómo se siente o qué desea no te hace amigo de alguien. Algo más profundo te convierte en amigo de una persona. Un lazo extraño. No sé si lealtad. La verdad es algo que no puedo ni quiero explicar.

Se supone que eso era lo correcto, lo que debía hacer. La voz de Gemma seguía diciéndome, en mi cabeza, que era una mala persona. También estaba la voz de ese adulto diciéndome una y otra vez que era ignorante, pero las palabras de mi amiga se hacían oír más.

Quería que dejara de juzgarme, pero no sabía cómo hacerla callar. Debía ayudarla, no perdía nada con buscarla.

Era mi amiga, me repetí ¿o no?

Suspiré y observé a Cristiano con todo el odio que podía.

—Es una estupidez.

Él se levantó con determinación y sacudió el polvo de sus pantalones.

—Tomo eso como un sí. Primero tenemos que entrar al colegio y ver en los registros la dirección de los alumnos. Ahí van a tener la dirección de Dante. Podemos entrar a su casa...

Negué con la cabeza.

—No vamos a entrar ahí, tengo otra forma de conseguir esa información. Una más fácil —Él me tendió una mano para ayudarme a levantarme, lo miré de arriba abajo, lo fulminé con la mirada y me levanté—. Hay alguien que me debe un favor.

—No voy a preguntar por qué.

Gruñí con la garganta y me puse en marcha.

Me vino la sensación de que iba a ser un día muy largo.

Por segunda vez en esa mañana, tuve razón.









 Posta: la verdad, algo verdadero. 

 Piola: puede referirse a una persona que se destaca por su simpatía o a una cosa que resulta atractiva o interesante. 

Pibe: chico, muchacho.

Facho: termino para denigrar y calificar a los de derecha. También se usa como sinónimo de fascista, en el lenguaje callejero.

 Pendeja: joven, inexperto.

Nabos: tontos.

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