34- Gemma

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 Estaba a punto de salir por la ventana cuando la puerta se abrió.

 De ella entraron tres personas. Se precipitaron a grandes pasos con sonrisas divertidas y pinta petulante. El primero en llegar fue un hombre rubio de ojos rojos que abrió enormemente los brazos y gritó con un acento raro:

 —Me llamo Baal.

 Fue seguido por un hombre morocho de cabello oscuro y hombros anchos que aulló con aire teatral y florituras de manos:

 —Yo soy Asmodeus.

 Y por último una mujer avanzó a la habitación, de piel clara, cabello a la altura de los hombros, rubio, ondulado y sedoso, atado en una cola de caballo. Ella hizo una reverencia burlona, extendiendo los brazos a ambos lados y añadió:

 —¡Yo soy Lu!

 Ambos partieron en carcajadas, estaban vestidos con ropas negras, se sujetaron de los hombros para no caer al suelo de los temblores que les provocaba su estruendosa risa. Era una risa grotesca, casi provocadora.

 No veía nada cómico, es más, parecían igual de chiflados que Dante. No conocía a esas personas ni me interesaban saber sus nombres y para qué estaban ahí.

 Metí una pierna entre las tablas de la ventana y estaba comenzando a deslizarme, creyendo que nunca habían reparado en mi hasta que la mujer gritó:

 —¡No te vayas, querida! ¡Es tu turno de presentarte!

 Corrió hacia mí, me agarró de la cabellera y me arrojó al suelo con brutalidad y violencia. Caí al piso tan rápido que no hice tiempo a amortiguar la caída con las manos. No me pregunté por qué, estaba acostumbrada a que la gente me tratara así porque, supongo, que la frase «recibe lo que das», cuadraba conmigo.

 Me levanté como un relámpago y la fulminé con la mirada.

 —¿Qué te pasa?

 Los dos hombres se habían acercado. Asmodeus, el morocho, me lanzó una mirada divertida y se dirigió hacia las habitaciones de arriba, iba en busca de Dante, los otros dos me rodearon y me miraron.

 —Quiero saber cómo te llamas, querida —dijo Lu acariciándome una mejilla.

 Le aparté los dedos de un manotazo, ella no me quitó los ojos de encima como si quisiera perforarme con la mirada y llegar con sus pupilas hasta mis pensamientos. Acercó su mano golpeada a su cara y le dio un besito, aun con la mirada clavada en mí.

 —Qué feos modales, mortal, pero me gusta.

 —Si eso te gustó esto te va a encantar —dije y saqué el arma que había guardado.

 Ambos alzaron las manos tan rápido, sin protestar ni chistar, que me desconcertó su gesto. Advirtieron mi confusión y se rieron otra vez. La chica se acercó. Aferró con ambas manos la pistola y la dirigió a su cabeza mientras fingía llorar del miedo e imploraba piedad:

 —No me mates, no me mates —Metió el cañón del arma en su boca y trató de continuar hablando con la lengua chocando contra el metal—. No me mates, por favor —suplicó estirando la última palabra como un ruego desfigurado.

 No entendía lo que estaba pasando, retrocedí alarmada, aun apuntándolos con el arma. Se suponía que si tu vida estaba en peligro no actuabas así. Estaba re colifa. El hombre se paró de rodillas, se encogió y chilló protegiéndose con las manos.

 —No me mates —suplicó también.

 Ambos se miraron y se desternillaron de la risa. Se estaban burlando de mí.

 —¡Sóltame! —se oyó el grito de Dante.

 Asmodeus lo sostenía en sus brazos, tenía el labio partido, un hilo de sangre se escurría por su barbilla y su ojo derecho estaba violeta y comenzaba a hincharse. Al parecer, Dante, le había dado batalla.

 Lu y Baal detuvieron sus juegos y miraron a Dante confundidos, al igual que yo. La mujer se cruzó de brazos. Baal preguntó con su extraño acento:

 —¿Y a ti que mosca te picó?

 Al parecer eso fue un chiste porque sus colegas rieron mucho, pero hubo un deje de decepción al ver que Dante no reía.

 —¿Y? —preguntó Baal—. A ver, que no la has pillado. Yo, el señor de las moscas, te pregunto si te picó una mosca ¿Lo entendéis? ¿Estáis bien de la cabeza?

 —Era una buena broma —garantizó Lu.

 Todos miraron a Dante, esperando una respuesta. Él estaba agitado, observándolos sin entender, yo aún sostenía el arma en mis manos, pero nadie parecía notarlo, ni le importaba ni le atemorizaba. Al parecer no éramos los únicos que no comprendían lo que pasaba porque el trío se cansó de aguardar una explicación.

 —¿Por qué secuestraste una condenada, Dante? —preguntó Lu enfurruñada señalándome como si no estuviera ahí—. Te dijimos que dejaras vivir a los condenados hasta la vejez y luego los matas con una enfermedad. No todo es muerte, muerte, muerte, se tortura de otras formas, tarado. Existe no sé, una caída en la bolsa, otra dictadura, tenés que ser paciente.

 —Sí —respondió Asmodeus caminando hacia una mesa con correas y sentándose allí—. Nos llamaron de la secretaría superior, dicen que no solo te la llevaste del colegio, sino que le dijiste a todos que estaban en el infierno.

 —Es aburrida una eternidad haciendo lo mismo, pero tampoco como para revelar el secretillo —añadió Baal, sacó de su bolsillo una manzana roja que pulió contra su ropa y la observó—. Quieren que vuelvas y desmientas todo. Debéis asegurar que estabas drogado o inventar que estáis loco. Tal vez tus padres —empleó unas comillas con los dedos para la última palabra— puedan hacer en algo.

 Dante estaba callado.

 —Y a la chica la matamos nosotros —explicó Lu—. El jefe de los Purificadores decidió que estaba cansado de tus actos de rebeldía y no puedes jugar con nadie hasta mil años. Así que se acabó la noche de purgatorio para vos.

 —¿La noche de purgatorio? —pregunté para mí misma, pero lo dije también en voz alta.

 —Sí, la noche en donde nosotros, los Protectores de la Destrucción, nos divertimos con los condenados y los matamos. Ritos, como quieras llamarlo —explicó animada—. Y Dante acaba de quedar excluido de ellos por no ser paciente y secuestrarte antes. Bueno —Dio un golpe con las manos y se frotó las palmas—. Mejor, más para nosotros.

 Retrocedí.

 —¿Qué?

 —¿Qué? —preguntó Dante.

 Lu le desprendió una mirada de fastidió.

 —¿Qué hacés acá, Dante? Andá a decirle al colegio que fue una broma, después declará que asesinaste a Gemma. Espéranos en la comisaría, te vamos a enviar un abogado que te va a decir donde dejamos el cuerpo para que lo confieses. Unos años en la cárcel y después... ¿Qué venía después?

 —El Superior dijo que después te iba a matar un preso de un navajazo —explicó Baal masticando la manzana y relamiéndose los labios—. Tal vez a los veinte o cuarenta, no escuché bien, antes te toca trabajar en la cárcel. Cuando te maten vais a cambiar de cuerpo y esta vez en alguien más menor, tal vez con la apariencia de un humano de diez años o cinco y no uno de diecisiete. El Superior dijo que estaba claro que cuando usas el cuerpo de un adulto te controlas.

 —Sí —confirmó Asmodeus—. Ya están cansados de que rompas las reglas. Yo lo hice colega y también por una chica —suspiró—. Ah, Sarah, encantadora, un cuerpo de diosa griega. Pero supe que estaba mal y cumplí mi condena. Pero vos... ya has llegado a la mierda, la pasaste y seguís. Yo no me mandé tantas cagadas.

 Dante estaba mudo.

 —Andá al colegio, dale —lo animó Lu dándole un golpe en el pecho—. Nos vemos en unos cincuenta o cien años.

 Dante permaneció en su lugar. Yo también.

 Por la conversación de los tres adultos intuía que ellos también creían que estábamos en el infierno, no solo eso. Se proclamaban a ellos mismos como criaturas siniestras, o espíritus malignos o demonios o lo que fuera. A mí no me importaban si eran fanáticos o si Dante tenía un grupo de locos e instantáneamente se había olvidado de ellos.

 Lo único que podía hacer era escuchar la palabra: matarla. No tenía ganas de tener una muerte dolorosa. Apretaba con más insistencia el arma que tenía en mis dedos, pero ellos no se asustaban. Si no les infundía temor un instrumento de matar era porque ellos conocían peores maneras de acabar con una vida. O tal vez ellos eran la manera.

 Sentía que mi corazón iba a crear un agujero en mi pecho de tan rápido que iba, iba a salir despedido como una bala.

 Terror. Así se sentía. Todos los días se podía aprender algo nuevo ¿o no?

 Dante abrió la boca y la cerró, sabía la cara que tenía. Era cara de buscar coraje. Le faltaban huevos para lo que estaba por decir, pero finalmente lo dijo:

 —Está bien, me voy, pero... ¿Puedo hablar con Gemma antes?

 Lu entornó la mirada, dudó y se cruzó de brazos.

 —¿Qué le querés decir?

 —Que... —Se veía súper nervioso, no nos iban a dejar ir—... son cosas mías —atajó.

 —No, no te dejamos —respondió Asmodeus con una sonrisa maliciosa, moviendo su lengua de una forma extraña, como una serpiente—. Ahora, fuera.

 Baal con la manzana en la boca se dirigió hacia mí, pero levanté el arma entre nosotros.

 —¡Atrás! —grité—. ¡Atrás o te mato!

 Los tres sonrieron, pero parecían cansados de la misma broma, que era mi arma, como para reírse a carcajadas.

 —Qué ingenua —se rio Baal sacándose la manzana roja de la boca y mirándome con una fingida ternura—. ¿Le damos una breve clase? —preguntó, dirigiéndose a sus colegas, le dio un golpe a Dante con el codo—. ¿Qué pasó? ¿También te enamoraste de esta? Deja a la otra, esa cría ha muerto, gilipollas.

 —Mirá, querida —explicó Lu sonriéndome—. Un condenado no puede matar a un protector de la destrucción —Agarró el arma y la ubicó en su estómago, enterrando el cañón en su carne—. Así de fácil, podés dispararme las veces que quieras, pero —Se encogió de hombros y habló con malicia—, va a ser como la picadura de un mosquito.

 Sus colegas rieron.

 Dante meneó la cabeza, ofuscado.

 —No sabía, Gemma, perdón, Dante no me lo dijo.

 —¿Qué te sucede? ¿Por qué habláis en tercera persona? —inquirió Baal.

 —Ya, vete y matemos a la chica —exigió Asmodeus, como si quisiera llegar a esa parte.

 Avanzó un paso hacia mí.

 Me asusté, no era buena manejando el miedo. Casi nunca lo sentía.

 Disparé.

 Lu recibió el balazo a quemarropa. La comisura izquierda de su labio se estiró para sonreír y decir «Te lo dije» pero la mueca no llegó a nacer. En su rostro quedó suspendida la sombra del éxito y se vio suplantada por una luz en sus ojos, era terror.

 Hubo un segundo de silencio.

 Miró su abdomen y se trató de apartarse la remera negra que tenía con manos temblorosas y movimientos escépticos pero sus dedos quedaron empapados de sangre al menor contacto.

 Cayó al suelo con provocando un sonido sordo. 

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