36- Gemma

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 Estábamos sentados en una plaza, no me había molestado en fijarme qué plaza era.

 Abraza mis piernas, apoyaba mi mentón en las rodillas, perturbada, debajo de un árbol tupido y robusto. Dante estaba arrancando pasto, con las piernas echas un nudo, ensimismado en sus pensamientos.

 Llevábamos horas sentados ahí, ya había pasado el mediodía, pero necesitábamos tiempo para asimilar todo.

 Miré los autos pasar, el verde intenso de la hierba, el viento, las risas de los pendejos, el cielo celeste, los edificios que llevaban muchos años construidos ahí, las mujeres con trajes de oficina, los hombres con portafolios de oficio. La avenida amplia que llevaba tanto tiempo en esa parte del mundo. Todo se veía tan real, tan antiguo ¿De verdad era el infierno de otro mundo, de un mundo que ni recordaba? ¿Yo era un alma condenada? ¿Una creadora de la destrucción?

 Pensé en lo que dijeron ellos.

 —Dante —musité—. Digo... ¿Cuál es tu verdadero nombre?

 —Creo que me llamaba Ernesto, no sé, me estoy olvidando de muchas cosas y una de esas es mi nombre. Podés decirme Dante... si querés.

 —Presta a confusión —respondí chasqueando la lengua—. Escuchá, esos tipos... los Protectores... dijeron que era una híbrida.

 —Sí —asintió él—. Perdón.

 —¿Así que mi mamá era una condenada y mi papá un demoni...

—Un Protector de la Destrucción. Sí.

—Eso significa que nací acá... quiero decir, en el infierno.

Él asintió y movió sus hombros como si se liberara de un peso exhaustivo.

—Sí, supongo.

—Si nací acá entonces nunca estuve en el mundo real, jamás viví. Nunca reencarné.

—No, supongo que no.

—Y nunca vi esos pájaros de luz... ni mares que se congelan y descongelan en un día ni otro montón de cosas fantásticas que le pertenecen al mundo real como no envejecer.

—No, no se envejece —afirmó Dante—. Todos son jóvenes y perfectos, no hay enfermedades ni ningún desperfecto como no sé... esa cosa rara que tenemos en la cara...

—¿Acné?

Una parte de mí se rio, de verdad parecía un mundo inventado.

—Y... —Respiré aire—. Se supone que Dante te va a sacar a vos y a su chonga, este... Edén.

—Sí —asintió él—. Pero no sé por dónde buscarla. Sin el cuaderno de Dante estoy perdido. Él no me dijo dónde podría estar, tal vez encontremos algo en su casa.

—Encontremos —musité—. No sé si quiero... yo... no...

Suspiré.

Teníamos que actuar ahora, era muy probable que cuando se enteraran que Dante estaba con una... me costaba pensar la palabra, una híbrida, entonces irían a buscarlo a su casa. Teníamos que movernos antes.

Pensé en lo que había vivido. No cabía duda de que Dante tenía razón, aunque fuera disparatado y flashero era la posta. Me aterraba la idea de que estaba encerrada en ese lugar y que habían descubierto que podía asesinar a protectores. Si ellos sabían que era la única que podía matar a todos los guardianes del infierno entonces me matarían a mí. Ya no estaba segura.

Me erizaba la piel de solo imaginar cómo disfrutarían torturándome, porque esos adultos se habían divertido con el sufrimiento como si fueran... demonios.

Siempre me había sentido diferente como destinada a sufrir o causar sufrimiento, no lo hacía de forma intencional, pero todo lo que tocaba se arruinaba. Mi propia vida era una verga, no tenía amigos leales, ni parejas, ni nadie que me demostrara amor porque, en parte, yo pocas veces lo sentía. Me costaba sonreír o encontrar una cosa que me deleitara como la música, las películas o el sexo. Podía sentir alegría, pero no felicidad. Nada me hacía sentir... humana, viva. Tal vez no lo era ni lo estaba.

Ahora tenía un poco de sentido mis pocas ganas a la vida, mi monotonía. Porque era mitad demo... Protectora de la Destrucción... era como esas bestias sádicas.

Pensar que había nacido en el infierno me volaba la cabeza ¿Eso significaba que estaba muerta? ¿Jamás podría ver ese mundo de fantasía de los vivos de donde venía el Dante falso? ¿Estaba destinada a quedarme en el infierno o en el cielo si sentir jamás lo que sería estar viva?

Él me había dicho que existía otro mundo, allá afuera, vete a saber dónde, con cosas raras como animales de luz. También había un cielo en donde la gente no envejecía ni era condenada una y otra vez a vivir en un mundo que patinaba en el delirio y las ruinas. Tal vez podía ser feliz en un lugar diferente, escapar.

Llegar a ese tan añorado y pacífico cielo.

Lo miré. Él estaba observándome, esperando ansioso una respuesta.

Era mi única vía de salida: él y Edén.

Eran mi boleto para una vida mejor. Más precisamente para una vida: para vivir de una vez por todas.

Tenía que ser valiente e intentarlo, sino, literalmente, me estaba condenando. Porque presentía que yo, a diferencia de los demás Creadores de la Destrucción, no renacería si me mataban. Yo rompía esa regla, jamás había estado viva del todo, había nacido en el infierno, no era una condenada y si me mataban no renacería.

Nunca había estado vida. Mierda, era alto bicho raro.

Tenía que escapar.

—Está bien...

—¿Lo asimilaste? ¿Me crees? —preguntó atropelladamente, ansioso.

—Te creo —respondí—. Pero no lo asimilé.

—Ah.

—Y no voy a ir a tu casa.

Él alzó la mirada del pedazo de pasto que estaba arrancando, abrió la boca para protestar, pero me anticipé.

—No voy a ir a tu casa porque me da miedo, no... a no ser que sea la última opción.

—¿Qué otra forma hay para buscarla?

Sonreí a duras penas.

—¿Del lugar dónde venís tienen Facebook?

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