37- Gemma

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

 Estábamos húmedos, pero al menos ya no chorreábamos agua.

Nos escabullimos en el primer ciber que encontramos, caminando cerca del suelo, esquivando al empleado detrás de la caja registradora, para que no nos vieran entrar sin pagar.

Dante no sabía qué era un ciber así que tuve que explicarle en el camino que se trataba de un taller o una tienda de cibernética donde usabas por unas horas compus viejas. Tampoco sabía qué era la cibernética por eso tuve que detallar lo que era unan las computadoras y el Internet.

—¿Qué es el Internet? —preguntó ansioso.

—Shhhh.... —lo chité.

Y me encogí en la silla giratoria agarré el borde de su asiento y lo arrimé a la pared del cubículo donde estábamos, para que se escondiera un poco. No tenía plata para pagar las horas que iba a usar esa computadora y si él hablaba todo el tiempo el dueño del local se enteraría.

—El Internet es como una enciclopedia que te dice de todo —contesté mirando el pasillo oscuro, a esa hora no había nadie más que nosotros.

—¿Qué es una enciclopedia? —preguntó.

Lo miré irritada mientras prendía la computadora. Bufé.

—Es un libro donde buscás todo y se separa por temas —Abrió la boca para preguntarme otra cosa, pero me anticipé—. ¿De dónde mierda venís? ¿De Saturno, pelotudo?

Era una broma que me gustaba hacer con María, la habíamos escuchado de la tele y la repetíamos cuando prestaba la ocasión, pero él no pareció entenderlo.

—Es que... —él se veía nervioso, como si le diera miedo mi brusquedad.

Noté que nuca se había burlado de mí, ni hecho bromas, ni gritado, levantado la voz o tratado de forma despectiva. No al menos después de amenazarme a muerte con una navaja.

Tal vez de donde venía la gente no era tan malvada, después de todo se suponía que las personas de acá, los condenados, renacían en este mundo. Se pervertían y corrompían con todos los demás, siglo tras siglo, se olvidaban de dónde venían y dejaban en el olvido lo único bueno que traían de la tierra noble de los vivos. Pero él no, él continuaba con todos sus buenos recuerdos, sus modales y su bondad no se había corrompido.

—Es que —repitió—, de donde vengo para saber algo, para resolver una duda tenés que visitar al más viejo de todo el pueblo, él te va a responder lo que sea. O si no podés viajar a las tierras de los espíritus...

—¡Ya encendió! —informé.

Rápidamente abrí Internet y me metí a todas las redes sociales que encontré. Era rápida tecleando y eso impresionó a Dante, no dejó de halagarme por, cito correctamente: «Ese genuino don»

Lo ignoré porque saber teclear no era un don.

Estuve unas buenas horas navegando en las redes, pero no hallé nada de importancia. Dante... o Ernesto... o ese extraño chico, disfrutaba deambular por las plataformas y hacía preguntas molestas. Por ejemplo, una Edén Larbaleister de veinte años tenía el dibujo de una luna en su clavícula y había subido la foto a sus redes sociales.

—¿Qué es eso?

—Un tatuaje.

Entonces él me pedía que abriera una nueva pestaña y buscara información sobre eso, cuando protestaba y le decía que nos estábamos desviando de lo importante, me aseguraba que él debería entender cómo se vivía en el infierno para ser útil. Satisfacía su sed de curiosidad en tatuajes o carreras, modelaje, shows, armas, culturas y todo lo que viera. Siempre, al terminar, me hacía la misma pregunta:

—¿A vos cuál te gusta más?

O también vio que otra Edén había viajado a India y estaba en una obra de teatro entonces él me preguntaba cuál era mi obra de teatro favorita, y cuando vio el posteo de unas tostadas me preguntó cuál era mi desayuno favorito. Me hizo miles de preguntas cómo qué país me gustaba más, cuál era mi color preferido, de qué haría tutoriales, si disfrutaba los deportes, la lluvia, qué estación era mi favorita, por qué la gente prende tantas luces de noche, si tenía un edificio predilecto, entre otras. Le importaba mi estúpida opinión en todo.

—¿Y eso qué es?

—Es una patineta —respondí tachando a la última Edén que encontré, ella vivía en Estados Unidos no podía ser.

Esa chica se había tomado una fotografía con sus amigos en patineta, en una pista de Mine. No podía ser ella porque tenía veinte y porque Dante, el verdadero, no hubiera puesto a Ernesto en este país si la chica que amaba se ubicaba tan lejos.

—¿Y qué se hace con eso?

—Nada, es para andar rápido, las ruedas giran y te transportan.

—Suena divertido —confesó como si quisiera una de esas—. Búscalas.

Suspiré y busqué vídeos de skaters, él se asombró y se acercó tanto que largó una risilla y casi chocó con la pantalla de la computadora. Tenía el cuerpo relajado y sus músculos fibrosos y morenos ya no estaban tan tensos. Me miró.

—¿Cuál es tu favorita?

—No sé —contesté cansada.

—¿Tenés una?

—No, es para pelotudos drogadictos —respondí citando a María.

—Ah, a mí me gusta —Alzó un hombro como para restarle importancia.

—Pelotudo —carraspeé.

—Tienen lindas cosas... como tatuajes y ese invento...

—Bengalas.

—Buena utilidad para la pólvora —Me señaló con el dedo índice—. Y los fuegos artificiales —Meneó la cabeza—. Acá tienen cosas con las que no me atrevía ni a soñar en el otro lado. El infierno puede ser...

—Bueno.

—No —Sacudió la cabeza—. Puede ser interesante.

—Fue lo que traté de decirte hoy a la mañana antes de que me dieras el discurso derrotista. No todo es cruel y sin sentido acá. También tenemos culturas cautivadoras, colores, espectáculos, cosas muy cómicas, actos de amor...

—Pero el odio que se tienen es más fuerte —se lamentó alejándose de la pantalla—. Vos no viste lo que yo vi. Él me hizo ver todas las guerras... había tantas —Sus ojos se humedecieron.

Oh, iba a llorar.

Lloró.

No le di importancia, ya había aprendido que estaba destinado a ser feliz, en unos segundos vería algo que lo sacara de su melancolía y lo pusiera otra vez a hacer preguntas pelotudas, entusiasmado y sonriente.

—Tal vez sí lo vi —Apoyé mi cabeza sobre el procesador cuyo ventilador zumbaba—. Tal vez lo vi, pero de otra manera.

La luz azul de la computadora nos alumbraba la cara de una tonalidad tranquila. Me sentía a gusto en ese rinconcito y aunque no me gustara reconocerlo quería quedarme ahí en lugar de salir e ir a su casa.

Quería mostrarle más vídeos de internet y hablar de lo que me gustaba a mí, aunque no me gustara nada en realidad y siempre inventara respuestas para sus preguntas. Para sonar normal. Sí, mi estación favorita es el verano porque disfruto tanto del sol en mi piel, como todos los demás, porque yo gozo de las cosas, porque soy humana, sí, así es, mi favorita. Oh, el color que más me gusta es el rosa, por supuesto, me recuerda a los besos, los que tanto me gusta dar porque los besos no me hacen sentir más sola, claro, tampoco es que para mí todos los colores fueran iguales y mi mundo sea gris, para nada, por supuesto que tengo un color favorito.

—Sigamos buscando.

—Nada más nos queda lugares como Google —expliqué—. O Bing. Si no encontramos nada útil ahí... no sé qué más hacer.

Escribí en el buscador el nombre de la mujer y añadí algunos datos más como Buenos Aires. Lo primero que me salió fue una noticia del diario Clarín. La abrí.

Se trataba de una de las desaparecidas en la dictadura militar.

—Mirá —señalé con el cursor el nombre—. Está desaparecida como hace más de treinta años.

Dante se arrojó contra la silla con los ojos cerrados, cubriéndose la cara con las manos.

—Oh, no, no.

—No sabemos si es nuestra Edén.

—Con nuestra suerte debe ser —se lamentó.

Era lo primero sensato que decía.

—Fue una de las desaparecidas de la dictadura militar que azotó Argentina... da... da... da.... —leí apresuradamente algunos datos de poca importancia hasta que me detuve en lo relevante—. Su mamá la está buscando porque cuando desapareció estaba embarazada. Es una de las abuelas de Plaza de Mayo.

—Ella qué...

—Son un grupo de viejas —le expliqué—. En la dictadura del... —me olvidé la fecha, debería haber prestado más atención a clases—. Creo que fue del año setenta y seis al ochenta y tres. Culminó con la Guerra de Malvinas. En ese período los militares tomaron el control del gobierno y como que explotaron el país porque los trabajadores perdieron derechos y cerraron las universidades por exceso de pensamiento. No dejaban estudiar porque es más fácil gobernar gente tonta.

Dante abrió desmedidamente los ojos.

—Pusieron reglas absurdas como que no podías protestar y que tenías que llevar el cabello corto. Si te cruzaban en la calle y lo tenías largo, ellos te lo cortaban a la fuerza. Si tenías pinta de activista político te encerraban y te torturaban. Mataron mucha gente que les plantó cara y sus cuerpos fueron tirados al mar o en plena calle, simulaban que habían pasado guerrillas y tiraban los cadáveres ahí, como rebeldes que se habían matado solos, a veces los arrojaban a fosas o por aviones al río, le llamaban «El vuelo de la muerte»

Él tuvo un respingo.

—Da igual, los padres de los desaparecidos se alzaron y lo hicieron en la Plaza de Mayo, porque como protestar estaban prohibido, ellas llevaban pañuelos en la cabeza blancos y daban vuelta la plaza, una y otra vez, y volvían a empezar. Caminaban casi todo el día. Técnicamente no podían encerrarlas porque ellas solo caminaban y ni llevaban carteles ni nada que indicara una marcha. Así se masificaron y se volvieron muchos más. Con el tiempo, se convirtieron en abuelas que buscaban no solo a sus hijos sino a sus nietos, porque los militares también se llevaron a gente embarazada y a los bebés los regalaban cuando eran paridos en celdas.

—Qué horror...

Estaba mirándome entristecido.

—Sí. Podemos ir a buscar a esa mujer, a la abuela, seguramente sabe dónde está su hija...

De repente me detuve.

No lo hice por el disparate que acababa de decir, porque lo más probable era que ella no supiera qué había sido de su hija luego de ser secuestrada. Más bien era porque la noticia se trataba de que había muerto la madre de Edén Larbaleister, una de las dirigentes de las Abuelas de Plaza de Mayo, que había fallecido esperando a una hija que nunca había regresado.

—Se murió...

—Qué mal, bueno, en realidad reencarnó. Espero que no pierda a hijas en su otra vida, ni que nazca en Argentina ni en un país con dictadura, sería... muy....

—¡Dante! ¡No vamos a encontrar nada acá! —si en algo era buena era perdiendo rápido la esperanza.

Solté el ratón, exasperada.

Él se acomodó en el cojín y un tanto cabizbajo admitió:

—Sí, puede ser —comenzó a girar la silla.

—Tenemos que ir para tu casa.

—Sí, puede ser. Pero... ¿Cómo vamos a encontrar algo de Edén ahí? Dijiste que se la llevaron los militares... y por lo que tengo entendido esos son los Protectores de la Destrucción. Y eso fue hace treinta años, seguramente ya la mataron y reencarnó ¡Lo hizo con otro nombre!

Dudé.

—No creo, tal vez Dante no te dio la dirección, pero no creo que te haya dado un nombre inútil, de otra vida. Edén sigue viva, allá afuera, pero no sé cómo y tampoco sé por qué lleva más de treinta años en el anonimato.

Lo miré.

Ambos suspiramos.

—A tu casa.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro