43- Cristiano

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 María me desplomó sobre el sillón, se dirigió a la cocina, agarró un trapo sucio, lo mojó, lo estrujó y volvió hacia mí. Me hacía sentir... que no todo iba tan mal.

 Ella podía ser ruda, malhumorada y cruel, pero era leal y justa, creía que le había salvado la vida y ahora estaba en deuda conmigo. Yo lo veía al revés, yo la había arrastrado a ese lío.

 Á se había ido hacia el baño, escuché que vomitaba ahí, daba patadas a un mueble y después se ponía a ordenar cosas. Supuse que esa era su manera de descargar presión o todavía seguía mareado por la droga.

 Quería levantarme y ayudarlos, pero me dolía el cuerpo. Había caído por las escaleras cuando subía por el arma y también me habían tirado escalones abajo cuando me llevaron al sótano. Mi cuerpo estaba cubierto de moretones, cortadas y raspones. Recordé cuando me dirigía al piso superior con la idea de asesinarlos como si fuera otra persona.

 Sentía que mi cara iba a explotar, estaba caliente como el humo de una pava, era por el agua hirviendo que me había tirado. Me daba miedo de tocarla porque sabía que estaba repleta de rasguños.

Quería esos recuerdos fuera de mi cabeza.

¿Por qué no podía sacarlos de mi cabeza?

María me colocó el paño sobre la frente.

—Estoy bien —insistí.

Ella negó con la cabeza.

—Tenés fiebre, pelotudo.

—¿No puede ser que sea ardiente?

—No me obligues a levantarme e irme.

Á se acercó, saliendo apresuradamente del baño.

—Te ves mal, Cris.

—Pero ahora me siento de maravilla —dije.

Él asintió, me tiró los medicamentos que se había llevado de la casa de los Weinmann. Agarré un puñado y los tragué. Miré mi muñeca por primera vez, la que Á decía que se había roto, no había que ser un genio para darse cuenta de que había algo mal en ella. Estaba hinchada, con el tamaño de una manzana y violeta, de un color oscuro.

De repente me vino el dolor y se me fue la poca adrenalina que me quedaba. Cerré los ojos y resollando bajé la manga de mi camisa para no verla más y para que nadie recordara que se había roto. No quería más problemas.

Á le dio un apretón en el hombro a su hermana, lo que para ellos equivalía a un abrazo del alma.

—Me daré una ducha —informó Á— Limpié el baño para que no les dé asco y si quieren pueden ducharse... por separado.

Nadie rio de su broma.

Hubo silencio y ninguno se movió del lugar. Á carraspeó, se frotó la cara, suspiró y agregó:

—Tenemos que hablar.

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