Capítulo 1

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PARTE UNO:

"La paciencia es una virtud calumniada, quizá porque es la más difícil de poner en práctica."




Capítulo 1

"Solo"

(VERSIÓN CENSURADA)

No me gustaba nada de lo que me rodeaba en mi vida y lo peor era que no estaba conforme con lo que tenía. Uno de los peores errores que tiene el ser humano es ser egoísta y parece que lo soy.

Me encontraba sentado en un banco amarillo comiendo mis caramelos favoritos, comprados del kiosco escolar que endulzaba las mañanas de nosotros: los jóvenes. También servía para que a nadie se le bajará el azúcar de estar en ayunas. Muchas veces me pasaba, la presión se iba al suelo.

Recreo.

Eran las diez de la mañana. Sentía que dentro de la escuela pasaban más lentas las horas, pese a que el recreo solo duraba quince minutos. Todo me era aburrido, pero para otra gente quizás era divertido. Cada vez que estaba en el patio, esperando a que transcurriesen los minutos para entrar en clase, veía todo el movimiento de una escuela normal y me di cuenta que todos los días ocurría casi lo mismo.

Chicos y chicas riéndose de sus cosas, muchos jóvenes y pequeños comprando golosinas, profesores de pie observando y yo... solo. Algunos relataban los sucesos de cuando se juntaban con amigos, otros se mostraban los mensajes de sus celulares, el resto hablaban de sus novios o novias.

Era vergonzoso no hablar con nadie, que algunas profesoras pasaran a mi lado y notaran que no sabía qué hacer. Y para finalizar todos en el aula me ignoran.

Recuerdo que el año pasado, cuando la profesora de biología pidió al curso organizarse en grupos para realizar un trabajo práctico. Lo peor que podía hacer una profesora era trabajos prácticos grupales. Para mí, la actividad individual es mejor, o al menos me conviene porque nunca tenía con quien formarme. Todos se juntaron y ni uno de ellos me preguntó si quería estar en su grupo, ni yo tampoco me animé a decir nada, porque siempre se formaban de la misma manera. Nunca me animo a hacer nada. La profesora empezó a anotar las formaciones con apellidos y nombres de los integrantes.

Solamente teníamos trece años, eran todos unos inmaduros... pero eso no justificaba que no fueran capaces de ponerme en su grupo. Daba igual que no me admitieran como amigo, pero al menos sí para un grupo de escuela.

Eso no era inmadurez, era maldad, o quizás las dos cosas mezcladas.

Entonces la profesora se acercó a mi banco y me preguntó.

—Walker, ¿tienes grupo? —Curiosa, como todas las profesoras.

Toda la clase clavó la vista en mí. Me había sentado en el penúltimo asiento, solo, a escribir mis cosas. Más bien estaba encerrado en mi mundo.

Logré contestarle que no. Tenía que decirle la verdad, porque cuando viera que no estaba haciendo el trabajo grupal vendrían los problemas. Todos empezaron a susurrarse y algunos a reírse...

— ¿Quién quiere integrar a Walker en el grupo? —preguntó nuevamente la profesora para buscarme compañeros.

Fue una mala idea.

Nadie contestó nada, pero y yo estaba acostumbrado a que pasaran esas cosas con ese grupo de chicos que me había tocado desde primer grado y no se podía arreglar porque nunca nadie me había hablado. Sí, a medida que crecíamos, detalles cambiaban. Mis compañeros me insultaban y se reían de mí, lanzándome a un pozo negro.

Como nadie quiso incluirme en su "grupito", la profesora tuvo que elegir uno al azar y a los integrantes poco les gustó que yo estuviera con ellos, pero tuvieron que aceptarlo.

Jazmín, la chica que me gustaba, justo estaba en el grupo asignado. Una chica de rizos pelirrojos, pálida y ojos grises. Siempre me había gustado, nunca me había mirado; tenía novio a pesar de lo joven que era, y sabía en lo más profundo de mi mente que ni para ella ni para nadie existía.

La profesora me obligó a sentarme con ellos. Tuve que aguantar todo lo que hablaban de personas que conocían entre ellos, de cosas que habían hecho y que nadie me dirigiese la palabra. Estaba sentado mirando cómo se reían.

Me puso nervioso que estuviera Jazmín, con su perfume con olor a frutillas. Ella no era para mí. Vivíamos en mundos diferentes. Y ella nunca me aceptaría en el suyo.

Me ignoraron toda la hora, pero lo que más me angustió fue ser incapaz de preguntar qué debía hacer para aprobar el trabajo. Me callé y hubo problemas.

Sonó el timbre y me sobresalté. El recuerdo se desvaneció.

Ya debía ir a clases. Me levanté y tiré la bolsa vacía al tacho de basura. No era bueno estar recordando experiencias malas de años anteriores pero lamentablemente mi mente viajaba sola, todos los días, a todas horas.

¿Será porque nunca se lo conté a nadie? ¿Las palabras que se guardan hacen mal?

Por eso decían que era bueno sacarlas con alguien que sepa escuchar, pero me daba demasiada vergüenza contarle a mi familia lo estúpido que era y lo insignificante que me hacían sentir mis compañeros.

Desde los ocho años iba a la psicóloga. Mi niñera había notado que algo en mi mente no iba bien y les dijo a mis padres que necesitaba ayuda. De ahí mis padres se enteraron de mis extraños comportamientos y lo deprimido que estaba a esa edad, y me obligaron a ir. El año pasado dejé las sesiones. De un día para el otro.

Me senté en mi lugar de siempre y saqué un cuaderno donde escribir un par de canciones sin ritmo. Las llamaba así porque son solo letras cuyo ritmo, olvidaba al rato.

Mientras esperábamos a que llegara la profesora, dos compañeros, los que hablaban de más en clase, se me acercaron por primera vez.

Dylan y Nick. Todos los adoraban. Hablarme sería bueno, pero tuve un mal presentimiento. Harían una de esas cosas que recordaría siempre en mi vida.

— Hey Yannick —Empezó Dylan— ¿Puedo hacerte una pregunta?

Nick estaba detrás, riéndose, y esperando a ver lo que ocurría.

Los nervios se apoderaron de mí, pues no quería que me hicieran sentir mal frente a toda la clase. No sabía qué hacer, ni que decir así que asentí.

— ¿Por qué eres tan estúpido, tan raro, tan callado y tan...? — Largó una carcajada con su amigo Nick y estallaron a las risas.

—Da ganas de pegarte cuando te vemos— añadió Nick levantando la voz.

¿Tan... qué? Le faltó algo.

Me dolía el pecho y me ardía el rostro. Se me había formado un nudo en la garganta que me presionaba las cuerdas vocales. ¿Ganas de llorar? Quería estallar, pero no lo haría, así que mordí mi labio inferior y suspiré para calmar todos los sentimientos.

Seguí escribiendo mis letras. Pero no me podía concentrar porque seguía sintiendo sus risas. No solo de ellos, sino de los demás también.

—Encima es feo.

Supe que se referían a mí. Todos contra mí. Odié la escuela, mi estúpida existencia. Por suerte la profesora apareció y dejaron de burlarse.

¿Feo? ¿Qué tiene de malo que sea feo? Además, mi abuela siempre me había dicho que era bonito. Quizás mentía, pero el espejo no mostraba un rostro feo. Sí, era pálido, tenía los ojos siempre cristalizados y cabello negro. A casi nadie le gusta el pelo negro, pero a mí sí.

—No sé porque está aquí en este curso, no se lo merece.

Seguían las voces, pero más bajas que antes.

Un golpe fuerte en mi corazón sentí, eran las diferentes voces de mis compañeros. A pesar de que ya había empezado la clase, seguían hablando y podía sentir lo que decían.

Dejé de escribir porque me habían quitado las ganas hasta de pensar qué hacer con mi nueva letra.

Las mañanas en la escuela eran una verdadera tortura.

Caminé hasta el bus, porque mis padres no tenían tiempo para pasarme a buscar. Ya estaba alejado de esas personas que me desagradan y, por suerte, en casa estaría en paz. A mis catorce años ya estaba cansado de la vida. Mi hermana podía notarlo. Ella era la única a la que le contaba algunas cosas.

Melody era una hermana ejemplar.

Siempre se preocupaba de mí, pero no sabía lo que me hacían mis compañeros. Ni de pequeño jugaban los niños conmigo.

Últimamente mis compañeros me estaban insultando y yo no tenía la fuerza necesaria para tolerarlo.

No les decía tampoco a mis padres, aún no. Debía esperar a que las cosas empeorasen. Quizá solo unas semanas más y volverían todos a ignorarme.

El colectivo estaba retrasado, la mochila pesaba demasiado y me dolían los hombros. Había dos chicas esperando también, una señora y un señor.

Allí no había nadie mirándome con mala cara, ni nadie a quien le pareciera un raro como en la escuela. Agarré mi celular y los auriculares, y busqué la canción que quería escuchar. Mi música preferida era la de Akira Yamaoka, de los videojuegos de terror de Silent Hill, mi inspiración para escribir en mis cuadernos, además de los libros.

Cuando llegó el transporte me senté al fondo del colectivo. Por suerte estaba casi vacío. "Your Rain" sonaba en mis oídos, relajándome.

Necesitaba un abrazo de alguien. Necesitaba contárselo a alguien que me apoyara. Si encontraba a mi madre en la cocina, le diría qué me hacían mis compañeros. Cuando estaba llegando a casa, bajé del autobús y seguí mi camino.

Unas cuadras más y estaría en casa.

En mi día, no podía faltar la música. Estar en ella, cantar mis propias canciones, que la gente conociera mis ideas, conocerme a mí mismo. No, no podría hacerlo nunca.

Mordí mi labio inferior. La puerta de casa estaba trabada con llave. No había nadie en casa. Tuve que abrir yo mismo. El silencio me envolvió, todo seguía en orden, normal. Dejé mi mochila en la silla y vi que en la mesa había una nota con la letra de mi madre.

Querido Yannick:

Dejé unos emparedados de jamón y queso para que comas y una gaseosa para ti y Melody. Richard no vendrá hasta la noche y yo, a las seis de la tarde. Aliméntense. Besos.

Richard es mi padre. Su rostro invadió mi mente. Esa mirada tan fría, que a veces me preocupaba.

¿Otra vez estarían todo el día fuera? Tiré con brusquedad la nota. Nadie a quien abrazar. En la mesa estaban los emparedados. Me senté y sentí el ruido del reloj colgado en la pared. Luego las lágrimas fluir. Por fin estaba solo para hacerlo libremente. Lo único que podía hacer.

Esperaba a mi madre para abrazarla y hablarle de muchas cosas que con nadie podía hablar, pero no estaba. A veces, pensaba que mis padres preferían más el trabajo que a su hijo; también que tenían mucho que pagar, que no podían tomarse vacaciones, solamente para estar con su hijo.

Tan solo un amigo para hablar.

Nadie quería estar conmigo, ni mis propios padres, y a veces sentía que cansaba hasta a Melody.

Agarré un cuchillo, derramando lágrimas, para cortar el emparedado a la mitad. Sin saber cómo, me corté mi dedo sin querer. Un hilo de sangre surgió rápidamente. Solté el cuchillo y gemí. Me acordé de que no había tiritas, pero sí algodón y alcohol. Por un momento dejé todo de lado y me concentré en la sangre, en cómo había dolido.

Mi dedo sangraba porque lo lastimé.

Mi corazón sangraba porque lo lastimaron.

Algo que nunca creí que iba a pensar. Mi piel era débil como mi cuerpo, el cuchillo era más fuerte, como mis compañeros de clase. El dolor que sentiría serían las burlas de mis compañeros, el abandono de mis padres. La sangre que correría sería la de mi corazón con sus secuelas; la cicatriz, la marca que llevaría siempre. ¿Esto me liberaría de todo? Me levanté la manga de mi camisa, debía intentarlo.

Tragué saliva, quizá dolería, o terminaría en el hospital. Podrían pasar muchas cosas, pero no había formar de averiguarlo si no lo hacía. Tomé el cuchillo y miré unos minutos mi piel pálida, limpia, normal. No podía herirla de esa forma.

Solo haría un corte.  Me electrificó. Suspiré. Entonces el dolor recorrió mi brazo hasta el hombro y supe que estaba sangrando. Y paré.

— ¿Cómo es que pude hacerlo?

La punta del cuchillo estaba manchada y el suelo también... Corriendo me dirigí a mi cuarto donde tenía el algodón y alcohol. Me lo apliqué en el brazo desesperado.

Miré el reloj y ya iba a dar las dos de la tarde. Mi hermana estaba a punto de llegar.

Bajé a la cocina a lavar el cuchillo y, solo entonces, tomé un trapo mojado y le pasé al suelo. Revisé si había algo sospechoso, pero me había sobrado tiempo para curarme la herida en el cuarto.

Corté un pedazo de algodón con un poco de desinfectante, más alcohol. ¿Qué había sentido? Mucho dolor, y que era lo que traía dentro. Ese día me di cuenta del extremo al que llegaría una persona baja de ánimo. 

Quizás encuentre un camino diferente, después de todo la vida es para reflexionar, puedes empezar mal pero terminar bien, la vida es como una montaña rusa... un día estas arriba y el otro día abajo.

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