✧ Capítulo 5 ✧

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«I used to float, now I just fall down». What was I made for? Billie Eillish.


PANDORA

Odiaba las matemáticas. En serio, las odiaba. No había nada que se me diera peor en el mundo que las matrices, integrales y el resto de las fórmulas que nunca volvería a utilizar en mi vida después de salir del instituto. Ni siquiera sabía por qué había tomado esa asignatura cuando podría haber elegido un plan más apetecible... no sé, tirarme por un puente, por ejemplo.

Hunter se sentó a unos metros de mi pupitre y, durante toda una hora, contemplé su cabello rubio. No dejaba de pensar en lo obvio. ¿Había tenido algo con Hunter durante la fiesta? Nada tenía sentido. Cuando uno se lía con otra persona, acaba con un par de chupetones y, como mucho, agujetas por todo el cuerpo. Pero ¿una herida en la cabeza y pérdida de memoria? No. Eso solo podría haber sucedido de un modo y ni siquiera quería pensarlo. Se me helaba la sangre al pensar que Hunter podría haberse comportado de forma violenta conmigo.

La pura realidad era que no tenía ni idea de qué tipo de chico era. Ni de si había sucedido algo entre nosotros. Por lo que sabía, cualquier cosa había podido pasar esa noche.

El timbre sonó y el señor Castelli, que se encontraba resolviendo una fórmula en la pizarra, se giró hacia nosotros. Ni siquiera tuvo tiempo de abrir la boca, pues la mitad de los alumnos ya se habían levantado de sus sillas y se dirigían hacia la puerta.

El profesor puso los ojos en blanco y comenzó a lanzar algunas instrucciones para la próxima clase, sabiendo que nadie le estaba escuchando. Era un hombre joven, todavía no había llegado a los treinta años. Era alto y atractivo, así que la mayoría de las chicas de los últimos cursos estaban enamoradas de él. Era un tipo simpático, sí, y también guapo, pero a mí me parecía que debía de ser un coñazo para haber estudiado algo como matemáticas. Además, el hecho de que fuera diez años mayor que yo no me entusiasmaba demasiado.

Hunter se puso en pie, recogiendo sus libros, y salió de la clase junto a un par de chicos más que siempre se hallaban a su alrededor. Yo estaba sola, como siempre. Tomé mis libros en silencio y también me puse en pie.

—Pandora —me llamó el profesor—. Quédate aquí un momento, por favor.

Yo me sorprendí, pero obedecí. En cierto modo, y aunque me avergonzara admitirlo en voz alta, prefería que la gente me viera quedarme allí junto al profesor antes de que me vieran salir de la clase y recorrer los pasillos completamente sola.

Había pensado en apuntarme a algún club o alguna tontería por el estilo, pero no sabía si tenía la energía suficiente como para, realmente, querer acudir a algún sitio que no fuera estrictamente necesario, como lo eran las clases. Lo único que quería era terminar el instituto de una vez y marcharme, empezar de nuevo donde fuera, me daba igual, pero en un lugar que yo misma hubiera elegido.

Me acerqué a la mesa del profesor, donde él se encontraba guardando los materiales de la clase dentro de su maletín de cuero. A pesar de lo antiguo de ese edificio, las aulas eran increíblemente modernas. Había pantallas, ordenadores y muebles caros por todas partes.

—¿Sucede algo, señor Castelli?

Él me miró. Tenía los ojos castaños con unas pestañas largas y negras. Sus cejas eran oscuras y tupidas. Su expresión era de preocupación.

—¿Estás bien, Pandora?

Asentí con la cabeza, abrazando mis libros entre los brazos.

—Sí, señor —susurré—. ¿Por qué?

—Te he visto distraída —me contestó él, después dejó escapar una pequeña sonrisa—. Más que de costumbre, quiero decir.

Su comentario me hizo enrojecer. No era mi intención que él viera que sus clases no me interesaban en absoluto, al contrario, pero no podía hacer nada al respecto.

—Estoy bien —mentí—. Solo un poco cansada.

Sus ojos volvieron a posarse en los míos y Castelli enarcó una ceja.

—¿Fuiste a la fiesta el sábado? —me preguntó.

Yo me aclaré la garganta, negando con la cabeza de forma nerviosa.

—No, eh... ¿qué fiesta, señor Castelli? —terminé diciendo.

Castelli sonrió y después tomó su maletín en la mano. Llegó hasta mí y ambos caminamos hacia la puerta del aula.

—Puedes llamarme Uriel si no estamos en clase —me dijo con una sonrisa—. Los miércoles y los viernes tenemos reuniones en el club de matemáticas. Sé que no suena bien, pero te juro que es divertido. Puedes venir si quieres. —Me observó un instante—. No tienes por qué estar sola.

Fue como una puñalada. Hasta mi profesor de matemáticas se había dado cuenta de que no tenía amigos. Aparté la mirada, incómoda, pero intenté ser educada.

—Gracias —susurré—, me lo pensaré.

No iba a pensármelo, desde luego. No se me ocurría una idea peor que acudir a ese club, pero no pensaba decírselo a Castelli (¿de verdad acababa de decirme que podía llamarlo Uriel?).

El señor Castelli me dedicó un gesto y salió de la clase. Yo me quedé allí un segundo más. Suspiré y, por fin abrí la puerta.

Todo parecía normal, pero supe que algo estaba a punto de suceder. Podría haberlo llamado sexto sentido, pero en realidad fue pura lógica.

El pasillo de esas aulas era amplio, con paredes y suelos de piedra y un sinfín de estudiantes se movían de una clase a otra. Estábamos en el segundo piso del edificio y algunos de los enormes ventanales estaban entreabiertos en lo que parecía un riesgo innecesario. Hunter se encontraba sentado en el amplio alféizar de una de las ventanas, con una de sus piernas flotando en el aire y la otra apenas rozando el suelo de piedra. Supe que, si algún profesor reparaba en él, probablemente lo mandarían al aula de castigo. A Hunter no parecía importarle, a juzgar por su gesto indolente y el modo en el que sonreía mientras charlaba con algunos de sus amigos.

Está preocupadísimo por su novia, pensé de forma sarcástica.

Era cada vez más difícil pensar que Hunter no era el culpable de que ella se hubiera marchado. ¿No debería estar desesperado por encontrarla? Avisando a todos los profesores, intentando que alguien, quien fuera, comenzara a buscar a Emma...

Pude ver el caos a punto de formarse en el momento en el que una melena rizada apareció en el pasillo. Seguí la figura de Santos con la mirada y pude ver cómo la joven se acercaba de forma decidida a Hunter, casi corriendo, con el ceño fruncido.

El resto de la gente que bloqueaba el pasillo comenzó a abrir paso antes de que Santos se los llevara por delante y, como si se tratara de una tormenta, la joven llegó hasta Hunter. Él tardó unos segundos en reparar en ella y su sonrisa socarrona aún tomó un momento más antes de desaparecer. Yo no pude evitar sentirme satisfecha. No conocía demasiado bien a Santos, pero estaba claro que no era una persona muy estable, así que si alguien iba a asegurarse de que Emma apareciera sería ella.

Hunter se bajó del alféizar de la ventana y se puso en pie, quedando a solo unos centímetros de Santos.

Ella tomó aire un instante, como si quisiera tranquilizarse. Después, simplemente habló:

—Dime qué coño está sucediendo, Hunter, porque esto no estaba planeado —siseó.

⚜︎

¡Hola, amores!

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Mil besos


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