Adelgazamos en segundos.

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 Mi mejor amigo y yo estábamos sudando a gota gorda, apretados, encerrados en el baño. Está bien, eso suena muy mal. A ver, un poco de contexto.

Cuando escuchamos los azotes a la puerta del cubículo lo abrimos para enfrentarnos a cualquier secuestradora o arma culinaria.

Del otro lado había una niña vestida con el mismo uniforme que teníamos todos: pantalones y camisa marrón de franela. La única diferencia era que cargaba el cinturón de herramientas más lleno del mundo, estaba tan repleto como si hubiese jugado a llévate de la tienda todo lo que puedas en sesenta segundos. Aquella riñonera tenía compartimientos cerrados con botones o cremalleras.

La otra diferencia entre ella y nosotros era que la niña estaba tiznada de hollín, sobre todo en las mejillas y el cuello... ah y de que nos amenazaba de muerte con un arma.

Se veía como si hubiera escapado de un incendio, de una mina de carbón o del jabón por más de dos años. Llevaba los rasgos escondidos bajo manchas negras y los dedos de la mano rociados de una sustancia oscura y polvorosa.

La chica tenía la tez más morena que Dante, su cabello enroscado lo llevaba apretado en un moño sobre la cabeza, sin embargo, un pompón crespo reventaba sobre su cráneo. Su mirada era la de una fiera encabronada, se veía como si la hubiesen obligado a darse una ducha. Sus ojos eran del color del ébano hundidos bajo el ceño fruncido más fruncido de la ciudad. Los labios apretados y la nariz arrugada completaban su aspecto de mandona. O acababa de perder su pelapapas o nos odiaba.

Sus orejas eran exorbitantemente enormes, se separaban de su cabeza como sombrillas, pudieron haberle dado sombra a toda la ciudad.

Tenía trece años y sostenía un machete en sus manos como si fuera un periódico enrollado para pegarle a un perro. Y el perro era yo. Dante podría ser un chihuahua con lo mucho que temblaba.

Aquella arma estaba vieja y oxidada, incluso su empañadura estaba atada a la hoja con trapos y cinta adhesiva. Sin embargo, no dudaba de su poder. Si había sometido a Dante y a Phil con u pelapapas, empleando un machete era dueña de toda la ciudad.

Estaba apuntándonos con el filo herrumbroso; si algo había aprendido en los últimos años era que mi cuerpo se había convertido en un imán porque todas las hojas de las armas siempre acababan en mi cuello.

Alcé las manos para pedirle un poco de calma, pero a veces los gestos de mi mundo no se entendían en otros porque ella rebotó su mirada de una palma a otra como buscando algo. Dudaba que quisiera dulces.

—Salgan del retrete —rugió la chica.

—El desayuno me cayó mal —traté.

—¡Salgan o les abriré el estómago como un canal, pedazos de inútiles!

—Si lo dices así de bonito no queda de otra.

La chica señaló el techo con la mirada, como si explicara varias cosas con ese ademán. Como no tenía mi diccionario traductor de gesto de matonas no la entendí.

Dante la había visto acompañada de dos niños, pero la secuestradora ahora estaba sola y cabreada. Probablemente se habían dado cuenta que de que no requerían de mucha artillería ni personal para doblegarnos. Así que merecíamos solo una escolta con un machete oxidado. Había sido insultado varias veces en mi vida, pero particularmente esa era nueva.

No me extrañaría que hayan interrogado a Phil. Tal vez él había logrado deshacerse de los niños o tal vez se había puesto a parlotear sobre Nancy Thompson y ellos mismos se habían liquidado.

—¿Al techo de basura? —preguntó Dante, él gesto que ella hizo hace unos segundos—. ¿Quieres que vayamos allí contigo? —Ella asintió en respuesta y volvió a señalar el techo con el mentón.

Parecía que botaba una pelota invisible con la frente.

—No te ofendas, pero gentilmente vete a la mierda —dije y recibí como reprimenda un codazo huesudo de Dante.

—Usaremos las rocas y vendrán conmigo, les guste o no —respondió como si fuera una conversación de lo más normal y ella me dijera qué camino tomar a un punto turístico.

Adelantó un paso y colocó el filo oxidado del machete en mi ombligo tenso. Si hacía un movimiento en falso me abriría al igual que una trucha. Escuché cómo Dante avanzaba indignado para defenderme o tal vez para hacerme a un lado y salir corriendo. Apreciaba su intento, pero con una mano, sin moverme de lugar, lo detuve. Tragué saliva y procuré sonreír.

—Las rocas no vuelan —fingí indiferencia—. No sé de lo que hablas. Yo solo vine a plantar un pino.

—¿Plantar un qué?

—A cagar —aclaré, alzando un hombro.

—Lenguaje —masculló Dante, lívido, como si eso fuera lo peor que sucedía en el día.

—¿Con tu amigo? —preguntó arqueando una ceja, ignorándolo, contrayendo asqueada el labio.

—Vino a darme apoyo moral —justifiqué.

—Calla, trotador, basta de juegos sé que sabes lo que está pasando.

Dante y yo empalidecimos, era extraño escuchar esa palabra en boca de un nativo.

—Lo único que sé es que tu machete necesita algo de lubricante —dije mirando la herrumbre de la hoja.

—¿Quieres que lo lubrique con tu sangre? —amenazó presionando la punta del machete en mi estómago y hundiéndolo en mi uniforme.

En su manga llevaba bordado el día en que nació y, por lo tanto, su nombre: «26J»

—¿Tienes las agallas, niñata? —increpé.

La niña entornó la mirada, confundida de lo que dije. Como no me mató respondió mi pregunta: no tenía el coraje para cumplir sus amenazas.

—¡Ese chico atrás tuyo tiene dieciséis años! —estalló desesperada, escupiendo micro gotitas de saliva a cada comentario— ¡Y tiene miedo! ¡Es imposible ambas cosas que ocurran en mi mundo! ¡Los grandes ya no tienen sentimientos! Son trotadores, se infiltraron, sirven a Gartet y por eso serán detenidos.

—Sí, somos trotamundos, pero no pertenecemos a Gartet.

—Eso le explicarán a 5M.

Alcé las cejas. 5M. Estaba viva. A pesar de que la habían arrojado a una represa repleta de drenajes, no había muerto a los trece años. Vaya, necesitaba que me diera lecciones de supervivencia. O de natación. Pero por más tentador que sonara no tenía ganas de conocer a nadie.

—¡26J! —chilló una vocecita.

Los nombres numéricos me tenían arto, imagina la guía telefónica de ese lugar, imposible clasificarla.

Volteé mi cabeza al mismo momento que la chica giraba la hoja del machete, en ristre para atacar visitantes. Maldición. Veintiuno, el niño cotilla me había seguido después de decir con orgullo que quería estar a solas. Al parecer en sus momentos de soledad buscaba a los demás en el baño.

—¡O21! —regañó la joven a Veintiuno—. ¡Vete de aquí, estoy trabajando!

Si la niña antes había estado alterada e impaciente ahora era una bomba de nervios, casi tanto como Dante, suspiró agitada y bajó el machete porque no quería usarlo en un niño más pequeño que ella. Además, se conocían. Eh, podía ser una secuestradora pero nunca desleal. Aunque perteneciera a un grupo llamado Deslealtad, pero esos eran tecnicismo.

Como si se hubiera recordado que dejó la estufa encendida la niña se enderezó tiesa, giró otra vez hacia mí, hizo un mandoble y detuvo la trayectoria de la hoja otra vez en mi blancuzco cuello. Era el mismo cuello donde mi madre había anudado bufandas cuando era niño, en el que mi padre me hacía trompetillas y en donde mis hermanos movían sus dedos para provocarme cosquillas, resultaba extraño que no recordara esos tactos y que el filo de la amenazante hoja me resultara familiar.

Pero analizarme a mí era aburrido así que me centré en 26J, la invasora con el cinturón portaherramientas más lleno del mundo. Me sorprendía que el peso no la hundiera en el piso hasta la otra punta del planeta. Ella actuaba como una adulta, aunque no lo era. Inhalé, agotado, si ella seguía así de amenazante y poco diplomática, haría algo poca digno de servicios sociales.

Sacó del bolsillo de su pantalón un saquito de cuero curtido y raspado, tan usado como un tapete de entrada. Lo mostró a los presentes trazando medio círculo con sus pies. Con las cejas alzadas y las pupilas delatadas parecía un vendedor de estupefacientes.

—Vengan, mi jefa no va a esperar.

—¿Qué quiere tu jefa de nosotros? —inquirí.

—Los aprecia lo suficiente como para ofrecerles una propuesta.

—Si tanto nos aprecia que espere.

—Por favor —suplicó con tanta bravura que sonaba a una amenaza—. Deslealtad los necesita —Tardé en darme cuenta de que Deslealtad era el nombre de la resistencia de infantes, es que era fácil de olvidar porque no me importaba—. Nuestro escondite está en el cielo. Podemos irnos por esa ventana, no hay cámaras, es un punto ciego y los barcos no tienen esta ruta de vuelo.

Dime desconfiado, pero sonaba peligroso ir a un punto ciego sin cámaras con una chica que desenvainaba su machete como si fuera una varita mágica.

Ella quería que voláramos con las rocas hasta el cielo, donde se escondía 5M, era como la historia de Peter Pan, solo que en lugar de llevarme a las estrellas a jugar me llevaría a un escondite revolucionario en mitad de la basura. Tentador, eh, tentador, pero no lo suficiente. Alguien entrometido se adelantó a mi respuesta y por entrometido me refiero a...

—¡Eh! ¡No iremos con Deslealtad! ¡5M está loca! —rugió Veintiuno, siguiendo las órdenes que su familia le había dado hace tiempo—. ¡Y tú también! ¡Nosotros somos leales a Logum! ¡VIVA LOGUM! ¡LARGA VIDA A NÓZAORC! ¡Larga vida a Logaaaahhh no me pegues, no me pegues!

Veintiuno se hizo un ovillo ante la mirada ponzoñosa y mortífera mirada de 26J.

Dante y yo nos quedamos petrificados en nuestra posición. Ella miró a un lado y luego a otro buscando aliados, pero era tan torva que parecía querer cambiar nuestra opinión a puñetazos. Reconocimos en la mirada de la niña la desesperación, la violencia y la desconfianza que te genera una guerra. Pero sobre todo angustia, como si hubiese dejado chocolate en la nevera y cuando regresara alguien se lo había comido. Había estado tanto tiempo esperando algo que no encontró. Estaba descolocada, las sensaciones la consumían.

La entendí inmediatamente, tenía sentido.

Faltaban dos días para la Extirpación de lealtad, en esa ceremonia entregaban su corazón los chicos de trece. A todas luces esa niña tenía más de doce, estaba seguro. Probablemente ya había cumplido sus treceavos años. Le quedaban unas horas para entregar su corazón a Logum y convertirse en un títere. Sería una Salivante, un adulto sin conciencia, un cuerpo vacío que sigue las ordenes de una pantalla.

Así que: o quemaba toda la ciudad o agarraba un Abridor y se fugaba de ese mundo.

Era triste pensar que si no la ayudábamos lo último que ella sentiría eran todas esas sensaciones nocivas como rabia, miedo y dolor.

Por la expresión entristecida de Dante supe que él también sentía pena por la niña.

Solo nosotros empatizaríamos con una secuestradora ¿Así de rápido funcionaba el síndrome de Estocolmo?

Localicé la ventana a la que se refería. Estaba al final de la fila de cubículos con retretes.

Avancé al mismo momento que ella retrocedía y metí la mano en el saquito de cuero curtido y arañado. Mis dedos tocaron una piedra pequeña, era áspera y deforme, del tamaño de un diente. Al instante mis pies se separaron del suelo, agarré la piedra entre los dedos como si fuera un cigarro y comencé a levitar con la ligereza de una pluma. El techo de espejos se fue haciendo cada vez más grande hasta que choqué con él.

Flotar y toparme con mi reflejo no fue la mejor sensación de todas, era surrealista. Me sentía como un globo o Regan MacNeil del Exorcista, rebotando entre techos y paredes.

Gateé por el techo hasta la ventana corrediza, deslicé el cristal con hollín hacia la derecha y antes de atravesarla noté que Dante estaba flotando también, igual de inexperto que yo. Él se sujetaba de la puerta de un cubículo con los nudillos blancos del esfuerzo, sus piernas estaban alzadas hacia arriba como si alguien se las jalara. Se le caían las botamangas de los pantalones y revelaban unos tobillos morenos y huesudos que el gimnasio había olvidado.

La niña se veía como un astronauta experto, desafiando las leyes de gravedad sin problema, propulsándose con los objetos que tenía a disposición y levitando grácilmente. Cuando volaba sus orejas eran el triple de grandes.

Veintiuno abrió la boca anonadado y estiró los brazos.

—¡Aguarden! ¡Yo también quiero ir! —dijo olvidando por completo los consejos de su hermana, sus ideales y su moral.

—Es peligroso O21, no creo que estés preparado para esto —le dijo 26J con poca paciencia.

—¡Lo estoy! —replicó para hacer lo que juró jamás hacer: irse con la resistencia—. ¡Anda, déjame volar!

La chica dudó, iba a darle una piedra también, estaba a punto de decirle que no era buena idea, pero repentinamente una corriente de aire me arrancó del marco de la ventana y una vez fuera, sin techo que me sostuviera ni lugares en los que pudiera rebotar, fui ganando altura rapidamente. Pesaba menos que una pluma, fue como hacer dieta al instante.

No volé recto y dirigido como un cohete, me elevé girando en mi propio eje como la moneda que alguien lanza para decidir.

Las paredes exteriores del edificio esférico estaban construidas con paneles de metal bruñido y plateadas. Pude verlo a plena luz del día. Una monada. Pero rapidamente me alejé y la estructura circular se convirtió en una pelota pequeña al igual que un copo de nieve. Vi las represas otra vez, bajando como escalones, eran tantas que no pude contarlas, sus aguas estaban quietas y grises, proyectaban como la chapa pulida el triste mundo que las cercaba. También distinguí las chimeneas de las fábricas vomitando gruesas nubes de humo, ennegreciendo el horizonte.

El aire que, mi cuerpo sin rumbo, surcaba estaba sucio, denso, pegajoso y oloroso. Pero compartir habitación con Sobe me había dado experiencia.

Lejano, como un marginado, estaba el antiguo pueblo de cabañas donde solían vivir las personas de Nóraroc cuando eran libres. Aquella villa, consumida hasta los cimientos, estaba hundida bajo los tramos de las cuerdas rojas, esperando a una víctima a la que envejecer o convertir en sal en tiempo record.

Las nubes negras me engulleron y aire se volvió mucho más grasoso y cargado, tosí buscando oxígeno, pero respirar era difícil, tan difícil como si tuviera una chica guapa cerca o a Petra, que venía a ser lo mismo.

Sostenía la piedra en mi mano, cerré mi puño y rodeé los nudillos con mi otra mano, Dante había dicho que solo funcionaría si estaba en contacto con mi piel, si llegaba a soltarla terminaría hecho caldo en el suelo. Continué subiendo, al aire agitaba mi camisa y pantalones de franela, haciéndolos hondear como una bandera bien izada. Rogué que siguiera en su lugar por unos minutos más.

Era extraño pensar que si tenía más de tres horas esa piedra en la mano entonces contraería cáncer. Me pregunté cuánto tiempo de vida perdía con tan solo unos minutos. Mi esperanza de vida poco importaba ya a esas alturas, ja, alturas.

De repente subí tanto que las nubes oscuras quedaron bajo mis pies. Tensé la mandíbula, cerré aún más mis manos y miré hacia arriba. Entonces noté el basurero, era un continente inmenso de chatarra que se acercaba a grandes pasos como si lo enfocara con una lupa. No había entendido ni la mitad de la explicación de Dante, pero ahí estaba la basura sosteniéndose en el aire como otro mundo.

Había desde naves viejas encalladas, madera podrida, viejos muebles o pedazos de cabañas, desechos orgánicos, metales como fierros, vigas, paneles y cadáveres de palillos y cieno. Antes de chocar de bruces con ella, giré y apoyé mis pies en la superficie irregular y cenagosa.

Era como caminar del lado interno de la tierra o bajo un pantano.

El horizonte de basura no era tan llano, era una meseta con colinas de desperdicios un tanto planas, como chichones.

El viento me silbaba en los oídos, usé mi mano libre para ajustarme las gafas, bufé y busqué con la mirada a 26J, Dante y Veintiuno. Los vi llegando a los tres por debajo, emergiendo de las nubes negras que se arrastraban perezosamente. Ellos imitaron mi posición y apoyaron las suelas de sus zapatos en el suelo de basura.

Estábamos de cabeza y el cabello de Dante se le caía por acción de la gravedad, le sumaba quince centímetros a su altura alargada. Aunque de gravedad no entendí antes y menos ahora.

26J continuaba con su cabellera caoba apretada en un moño, desde esa posición sus orejas se veían tan grandes que pudo haber escuchado escapar a Phil desde su cárcel. Su cinturón de herramientas con compartimientos tenía un aspecto pesado, pero ante todo pronóstico, ella se movía como si hubiera cargado con cosas más pesadas.

La desesperación, por ejemplo.

Negociar con nativos para recuperar a Phil, no sabía cuáles serían las consecuencias de negarme. Dudaba que nos delataran porque eran la resistencia y deberían permanecer ocultos.

El enemigo de mi enemigo es mi amigo, entonces esos tipos deberían ser mi alma gemela.

26J nos escudriñó atentamente.

Hice lo mismo. A veces puedes mirar al que te mira.

Hay momentos en donde uno siente que está cambiando el curso de su vida para peor. Es una sensación extraña, casi efímera, creo que se siente como si el piso se desintegrara, no te das cuenta de del desmoronamiento hasta que te caes. Y al derrumbarte no puedes tomar otra dirección que abajo, no hay segundas oportunidades para quien está cayendo, solo un miedo atroz y paralizante.

Una sensación como esa tuve en aquel momento.

Casi podía sentir la voz del sanctus, mi padre o Eco diciéndome: «Te lo advertí»

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