IV. El pelapapas más problemático del mundo.

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Seguí la figura petiza de Dante, la niña era espigada al igual que él, pero más petiza y con el cabello azabache un poco más largo. Caminaba encogida como si estuviera jugando a las escondidas y no quisiera ser pillada cometiendo alguna falta, apretaba contra su pecho la caja del almuerzo y miraba en todas direcciones. Genial, Dan, para nada sospechoso, te ves súper relajado.

Enfiló hasta los baños y lo seguí.

Los baños eran igual a los de cualquier instituto, pero no se separaban por sexos, había hileras de cubículos blancos y lavabos de mármol con grifos de bronce; lo único diferente era que el suelo brillaba uniformemente, despidiendo un resplandor lechoso, como si fuera una disco albina y aburrida y el techo era un extenso espejo pulido que lo abarcaba todo. No me parecía buena idea hacer que te vieras en el techo, sobre todo si ocupabas un váter, pero cada mundo con lo suyo.

La abundancia de muebles y paredes blancas níveas y luces en el suelo, resultaba cegadora. Me sentía encerrado en el cuarto de pánico de un loco.

Había unos niños charlando frente a los lavabos y peinando su cabello en el espejo, creándose crestas, inclinando el cuello hacia la espalda para verse la cara completa en el reflejo del techo.

Dante se escabulló en un cubículo y con su mano trémula me indicó otro. Entendí sus órdenes y me encerré en el apartado contiguo. Cerré la puerta, dejé la caja de almuerzo sobre la tapa el váter, me acosté de pecho en el suelo y me arrastré como un soldado hacia él.

Mi amigo atenazaba la bufanda en el puño, se la había quitado para regresar a su aspecto igual de moreno y nervioso que el anterior. Se agarró la cabeza con las manos.

—Jonás cogieron a Phil dos niños y una niña, perdón. Perdón, perdón, perdón, perdón, perdón, perdón, perdón —bisbiseó atolondradamente y repitió tantas veces la palabra perdón que terminó oyéndose como pedón.

Parpadeé anonadado, me subí los anteojos por el puente de mi nariz. Creí que los había interceptado un soldado de Gartet y como enemigos del imperio los habían cazado.

—¡Estamos hablando de un monstruo poderosísimo! ¿Cómo le ganaron dos niños armados?

Se mordió el labio, agarró la bufanda de Petra con las dos manos y se vendó la cabeza como si fuera una momia que quisiera hacer su propia ceremonia funeraria.

—Los niños no estaban armados —balbuceó, desconsolado detrás de su coraza de lana—. ¡Pero en mi defensa daban mucho miedo! No sé qué le pasa a estos niños o qué caricaturas ven. De seguro Dora en lugar de preguntar dónde está el zorro pide que lo mates —lamentó.

Suspiré. Si llegaba a perder la cura del tiempo por Philco mi cara no sería lo único loco y agresivo en mí. Desenvolví lentamente el rostro de Dante, le rodeé la quijada con las manos para elevar su mirada nerviosa a la mía y sonreí lo mejor que pido.

—N-no los culpo —musité para calmar su culpa, lo solté y sugerí—. Dime tranquilo lo que ocurrió.

Me lo dijo, pero no tranquilo, habló atropelladamente como un cantante de rap. Antes tragó saliva, se corrió un poco el fleco de pelo que le caía sobre la frente, pero al apartar los dedos su cabellera regresó a la posición original y miró el vacío como si ordenara los hechos.

—Nos despertamos y caminamos juntos al comedor, pero no llegamos porque Phil dijo que oía algo en el piso de arriba. Le dio un ataque de curiosidad, tiene buen oído, qué se yo. Él encontró unas escaleras y subió varios pisos, yendo contramarea de la multitud que se dirigía al comedor —susurró y enmudeció para asegurarse que nadie nos oía, los niños de los lavados se fueron parloteando de que el otro día vieron luces extrañas provenientes del basurero—. Entonces llegamos a la azotea del Hogar de la Comuna —continuó—, que no es como una azotea normal, es decir, al ser circular el edificio, la terraza es como una rampa. Era muy difícil estar en la cima. Al final de la rampa, casi derrapando hacia el vacío, estaba una niña hablando con otros dos niños.

Asentí.

—Phil quiso espiarlos y se ocultó detrás ¡Detrás de nada! ¡No había nada para escondernos! Los escuché hablar de incendiar el Banco, pero para eso necesitaban más piedras, mencionaron a alguien con el nombre raro... era... —Tronó sus dedos y se masajeó las manos una contra otra—... era...

—¿5M?

Sus ojos se iluminaron como una alarma de pánico.

—Sí... ¿Cómo...?

—¿Sabía? —completé—. Un niño llamado Veintiuno me dijo que ella fue raptada hace años por crear Deslealtad, tengo entendido que era un grupo revolucionario, pero está muerta. La mataron cuando tenía trece. Hace siete años ya. Era la última que quedaba. Deslealtad no debería existir a estas alturas.

—Pues parece que sus ideas no murieron porque ese grupo de jóvenes estaban hablando entre ellos cuando nos descubrieron, agarraron a Phil y se lo llevaron. Prometieron que no los devolverían cuando le dijéramos qué mundos estaban perdidos.

Parpadeé y retrocedí unos centímetros sin comprender lo que acababa de decirme.

—¿Mundos? ¿Dijeron mundos?

—Sí.

—¿Estás seguro?

—¡Sí! —bisbiseó entre dientes y se apretó el estómago, le daba veinte minutos como máximo, antes de que tuviera un accidente.

—¿No habrán dicho mudos?

—No.

—¿Oriundos?

—¡No! M-U-N-D-O —deletreó con poca paciencia—. ¡Mundos, dijeron mundos! Los nativos, o al menos una parte de los nativos, saben que fueron colonizados por guerreros de otros mundos. Por trotadores como nosotros ¿Cómo explicarle que no somos el enemigo? ¡Nos cazaran como en la época de brujas o en los setenta con la llegada del televisor a color!

—¿Q-q-ué?

Era extraño, todos los pasajes que había visitado y estaban esclavizados por Gartet no tenían ni idea quién los había atacado, nunca terminaban de comprender que existían otros pasajes y que el suyo era uno de tantos. Siempre creían que eran espíritus o dioses. En el caso de mi mundo, si descubrían las Catástrofes creerían que eran extraterrestres, por qué no, ya había fanáticos esperando.

Me resultaba desgarrador pensar que en ese pasaje los niños estaban echados a su suerte, si alguien quería lograr un cambio en Nórazoc tendrían que hacerlo todos los que tuvieran menos de trece años ¡Y habían tratado! Había una resistencia, sin duda ellos habían incendiado el Hogar de la Comuna y ahora querían asaltar algún Banco por ahí.

Todavía no estaba seguro si era el Banco con los corazones, pero todo indicaba que sí.

—Parece irónico, pero nuestro escondite a simple vista funcionó, nos descubrieron solo porque Phil les habló a los niños e interrumpió su conversación —me mordí la lengua para no decir que había más de una parte irónica en su relato—. Les preguntó por qué en sus bolsillos escondían piedras de las columnas de grafito que rodeaban la ciudad. Esos pilares que sujetan la red de hilos rojos que penetra el viejo barrio. Preguntó: «¿Cómo la consiguieron sin tocar los hilos?»

—Es una buena pregunta —asumí—. ¡Pero no lo suficiente como... ¡Para dejar! ¡Que te secuestren! ¡Por eso!

Recordé que nadie podía escapar de Nózaroc porque en las afueras habitaba una red roja. Si yo me enteraba que mi ciudad estaba cercada por columnas cubiertas de hilos tan venenosos que si los tocaba me convertían en sal o en un vejete o en un vegete salado, lo que menos pensaba era en sacar pala y pico y agarrar un pedazo del pilar como recuerdito.

Me pregunté por qué tenían piedras de pilar en su bolcillo, pero mi curiosidad no era nada comparada a la de Phil que literalmente se había convertido en prisionero con tal de saberlo.

—Entonces los tres se voltearon a nosotros súper enojados, primero se creyeron nuestro disfraz, nos dijeron que nos fuéramos porque ellos estaban hablando de fantasías y mentiras, que nada que hayamos escuchado era verdad. Pero Phil, el muy cabezota, dijo que sonaban a que iban a dar un golpe de Estado y no parecían fantasías. Dijo: «Suenan a que pertenecen a una resistencia, los entiendo, yo una vez audicioné para una propaganda de Green Peace. La revolución corre por mis venas»

Cerré mis ojos, tratando de contener una maldición.

—La chica se enojó, era la mayor de los tres, tenía doce de seguro o trece, los otros dos niños tenían diez u once, supongo. Ella avanzó y nos pidió los corazones. Nos apuntó con un arma terrorífica ¡Con un... un —Se mordió el labio—, un pelapapas!

—¿Eh? ¿Me estás diciendo que les ganaron tres niños armados con un pelapapas? ¡Dante tienes entrenamiento militar!

—Lo apoyó contra mi garganta y me pidió el corazón, creí que era una navaja —comentó ofendido—. Disculpa si no analizo las armas mientras peligra mi vida.

—¡No era un arma, era un pelapapas!

—¡Si fuera un abrelatas pediría disculpas, pero no con un pelapapas!

—¿Se negaron?

—¡Obvio que sí Jonás, no sé tú, pero yo todavía no aprendí a vivir sin mi corazón! —entonó aun humillado por mi anterior cuestionamiento—. Ella creyó que no le entregábamos nuestro corazón por desconfianza así que explicó que nos ordenaría olvidar lo que escuchamos y nos lo regresaría, así todos salíamos ganando, pero que no nos dejaría irnos de la azotea sin dárselo. Entonces Phil empezó a actuar como un mandamás y retó a la chica a ponerle una mano encima: «Tócame un solo cabello pequeña bruja y de la patada que te daré saldrás volando a otro pasaje» Entonces la chica le pregunto: «¿Y cómo lo harás enana?» porque Phil tenía la apariencia de una niña muy petiza. Y ahí todo se salió de control.

—¿Antes lo tenían bajo control?

Entornó la mirada disgustado, un tic histérico le sacudió el párpado derecho como si fuera una sombrilla de playa a punto de volar. Humedeció sus labios y continuó con el relato.

—Phil comenzó a cambiar de aspecto, solo para asustar a los niños, cambió de un perro con cabeza de hombre a la niña otra vez ¡Les mostró que es un cambiaformas! Pero en lugar de hacer que salieran corriendo... los chicos salieron corriendo, pero a atacarnos «Sujeten a ese raro» pidió la niña y los otros dos mocosos lo sostuvieron de un brazo, sacaron una piedrita pequeña, más chiquita que un diente de su bolsillo, se la metió en la boca a Phil y él... él... ¡Se fue volando!

—¿Qué?

—Volando como en Star Wars.

—Esa no era la película.

—Bien, bien, volando como Mary Poppins ¡Todos se fueron volando!

—Estás de broma.

—No, hablo en serio, como Mary Poppins.

—¡Dante! —supliqué a modo de queja.

—Usan las piedras, las que Phil olió en sus bolsillos, las que dijo que habían tomado del pilar que rodea la ciudad, Jonás. No sé lo que está pasando en este mundo, pero sin duda no es legal.

—No me digas —rumié.

—¡Un grupo de niños súper belicosos y enojados tienen a Phil y creo que se lo llevaron al Basurero!

—¿Volando?

No me la tragaba.

—Usan piedras —explicó irritado como si la situación fuera de lo más normal y mi poca masa encefálica no pudiera seguirle el ritmo—. Vamos, espabila.

—¿Espabilar yo? —Me subí los anteojos por el puente de mi nariz—. Phil tiene casi treinta, es un monstruo que puede mudar su forma a la de cualquier cosa con alas y tú un trotador de dieciséis ¡Me cuesta cree que le ganaron niños!

Dante parpadeó dolido.

—Usan piedras —repudió como si eso justificara todo—. Y tenían un pelapapas —sacudió la cabeza—. Además, estoy desarmado, dejamos todo fuera la ciudad ¿Lo recuerdas? ¿Querías que le diera un puñetazo a una niña?

—¡Sí!

Esperó que me retractara, pero no dije nada porque iba en serio, Dante rodó los ojos, humedeció los labios, se rascó la nariz y balbuceó.

—No lo haré, no es de caballeros, va contra las reglas del Triángulo y de cualquier país —parpadeó—. Vaya Jo, no eres el mismo desde Babilon ¿Qué sigue? ¿Bofetear a gente de la tercera edad? ¿Cruzar un semáforo en rojo? ¿Hablar con la boca llena?

Tragué saliva, él tardó en reanudar la charla, se estaba preguntando cómo terminaría mi moral después de ese viaje.

—No le digas a tu madre —supliqué arrepentido de mi poca piedad.

—Sabes que no soy un mentiroso —respondió con una moral inquebrantable, cantaría como un perico que su amigo de gafas dementes le hubiera golpeado a una niña.

—Ya —me rendí.

—Reconocí lo que son esos pilares que rodean la ciudad —continuó con su explicación—, cuando pude ver de cerca el material de las piedras. Los niños habían robado un poco, cargaban pedacitos muy chiquitos. Estudié eso en el Manual de Geografía y Cimientos intermundiales, deberías leerlo, es de lo más divertido. Es como diría el profesor Jonh: ¡Rockeante!

—Lo pongo en duda.

—Al igual que las cuerdas rojas, esas rocas pertenecen al mundo Azac.

—¿El mundo que se dedica a la cacería?

—Sí, veo que estás cazando la idea —Su labio se curvó ligeramente, era los mismos chistes que se hacía con los profesores y que lograban que fuera el favorito de la clase.

Apreté mis labios, tener que escuchar esos chistes hacía que quisiera estar secuestrado con Phil.

—Es más complejo —dijo él—, pero te lo resumiré: las rocas funcionan con campos electromagnéticos, son como imanes, pero en sentido inverso, en lugar de atraer empujan. La presión magnética se contrapone a la gravedad. Las rocas generan una corriente eléctrica a un objeto en particular y a su vez esos objetos repelen un campo magnético en el sentido opuesto. Eso hace que leviten —sonrió y su sonrisa se desdibujó—. Y que muera de cáncer cualquiera que esté más de veinticuatro horas en contacto con las piedras o algunos años cerca de ellas. Por eso no debe haber viejos en Nózaroc, además, de lo denso y sucio del aire. Es por eso que los niños, si se roban tan solo un pedacito y lo ponen en contacto con su piel pueden comenzar a levitar.

—Hubieras dicho magia —refuté sin entender nada.

Volar y contraer cáncer. Vaya, ellos me ganaban en tener súperpoderes pésimos.

Lo único que entendía era que la ciudad estaba rodeada por pilares como u corral tendría cercas. Esas columnas además de ser el lugar donde amarraban las cuerdas-trampa-venenosas, hacían que la basura levitara en el cielo, pero si la limabas y obtenías un pedacito de roca pequeña podías volar siempre y cuando estuviera en contacto con tu piel. Y daba radiación. Bien.

—Pero ya no importa cómo lo hicieron. Si no porqué.

—No entiendo tu punto —admití.

Él sonrió y su ojo tembló por un tic descontrolado y nervioso.

—Qué suerte porque ahora viene la secuestradora a explicarnos bien.

—¿Nos explicará que se llevaron a Phil?

—Me dijo que me daría hasta el recreo para confesarle información confidencial de mi mundo.

—¿Información confidencial de nuestro mundo? ¿Acaso quiere saber cuándo serán las siguientes olimpiadas, las aventuras de Don Quijote o alguna chorrada como esa?

Dante levantó el dedo índice y me picó con él en mi pecho flacucho.

—Vuelve a llamar chorrada a Don Quijote y yo mismo te llevaré a los soldados de Logum.

—Lo siento, estaba fuera de mí —mascullé avergonzado, preguntándome por qué le dolía tanto ese libro.

Yo estaba cabreado. Si esa niña quería saber cosas de mi mundo le informaría cómo le dábamos una paliza a pequeños secuestradores.

Dante tragó saliva, la mano le temblaba, genial, estaba perdiendo los estribos, sus padres iban a matarme si se enteraban que la estaba pasando tan mal.

—Quiere que le diga los mundos que están colonizados —explicó él—, me preguntó si era un Abridor y le dije que no, me preguntó si conocía algún Abridor y le respondí que sí. Entonces me amenazó. Me dijo que si no le traía un Abridor para el recreo entonces mataría a Phil.

Me sujeté la cabeza con las manos, giré en redondo, acorralado en el cubículo y me incliné hacia Dan para susurrarle.

—Pero no sabemos dónde están Sobe y Petra ¿Para qué los niños querrían un Abridor? ¿Cómo es que saben que existen los trotamundos si el único contacto que tienen con los colonizadores son soldados flacos como Palillos?

—N-no s-sé —tartamudeó Dante con la lengua atorada por los nervios—. Pero tengo la intuición de que en este mundo debemos cuidarnos de los colonizadores y de los nativos. Creo que este lugar es una montaña rusa de peligros y ya sabes qué me pasa cuando me subo a una montaña rusa.

Sí lo sabía, terminaba con nauseas.

—Oh, qué demonios vamos a hacer.

Dante se abrazó a sí mismo.

—Lenguaje —se quejó.

—Ahora no —pedí.

—Sé que son solo críos, pero no sabes lo que intimidan. Tienen la maldad en sus ojos, y no creo que la maldad se la quiten igual de fácil que el corazón.

De repente alguien golpeó la puerta. No. Aporreó la puerta con insistencia como si quisiera tumbarla y abrir un boquete en la pared. No era alguien que tenía una urgencia sanitaria porque el resto de los apartados con retrete estaban vacíos. Claro que no, era alguien que nos estaba buscando y no estaba ni contenta ni paciente.

Dante tragó saliva, yo lo imité y nos dedicamos una mirada penetrante que decía lo mismo: «Problemas»

Ambos giramos la cabeza lentamente en dirección a la puerta y la abrimos.  









Gente, me olvidé de publicar este capítulo, entré a leer comentarios como la chusma que soy y lo vi en borrador jajajajajaja me salté toda la escena. Perdón.

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