III. La biblioteca está desactualizada

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 Cuando terminamos nos dejó ir al observatorio. Escarlata me alcanzó en la escalera y se trepó a mi hombro desprendiendo una estela de tierra en mi remera.

El observatorio era muy extenso, colocado en una gruesa torre de dimensiones considerables, medía lo que una cancha de fútbol. Tenía varias puertas cuyos marcos eran arcos formeros que daban soporte al techo: una bóveda cóncava repleta de luces. No recuerdo de qué pasaje pertenecían las luces, pero eran idénticas a las estrellas y marcaban las constelaciones de nuestro mundo.

En el centro había un tablero de mandos que te permitía programar las luces para que proyectaran constelaciones de otros lugares, alrededor del tablero había una serie de butacas rojas para los espectadores. Las sillas se encontraban agrupadas en el centro de la habitación y a los alrededores había espacios libres para caminar, balcones con telescopios o campanas. Las campanas de cada balcón se hacían repiquetear sólo para indicar que el Triángulo se hallaba bajo ataque.

Pero en ese momento lo único que sonaba eran unas cuantas guitarras, los trotadores estaban afinándolas. Había un par de velas aromáticas esparcidas por el suelo y se mezclaban con la fragancia que procedía de los árboles frutales del patio trasero.

Localicé a algunos conocidos, las hermanas Goergia y Roma estaban sentadas en las butacas con un grupo de chicos que conversaba, comían palomitas y se reían. Roma me sonrió, alcé una mano saludándola, ella guiñó un ojo, me lanzó una palomita y retomó la conversación que eran más gritos y risas que otra cosa. También estaba Amanda, ya hablando con Miles en uno de los balcones, ella estaba sentada en el suelo y balanceaba las piernas en el abismo mientras lo oía.

James Rivers, Verónica Montes y Perce y Travis Bramson se encontraban usando cascos de realidad virtual de otro mundo, las sensaciones que te trasmitían era mucho más reales, del cráneo emergía una maraña de claves con ventosas que se le pegaban al cuerpo. Estaban jugando a una simulación de zombis, James corrió de una manada invisible que lo condujo a las filas de butacas donde se encontraban hablando tranquilamente los chicos de las palomitas. Hubo muchos gritos como si los despellejaran vivos.

Había un grupo de espectadores que apostaban quién sería el primero en ser comido virtualmente. Walton y Alb formaban parte de los espectadores. Los cascos eran los objetos que iban a enseñar esa noche.

Había otro par de adolescentes y niños con dinero de pasajes inhóspitos y libros que hablaban. Berenice se hallaba con los chicos que venían a tocar música, pero por su expresión parecía pertenecer a una orquesta fúnebre. Encontré a Petra a su lado, pero ella estaba hablando con Dagna que se encontraba enfurruñada en un rincón, tan ceñuda que era imposible que no le doliera tener arrugado de esa manera el entrecejo.

Me acerqué hacia ellas.

—Vamos —la animaba Petra dándole empujones con la mano—, ni siquiera debes preocuparte, él es un idiota y eso ya no es noticia. Además, ella está media —Giró un dedo alrededor de su oído—, no durarán ni una semana.

¿Petra hablando mal de alguien? Debía haber escuchado mal.

—Me siento fea —bisbiseó Dagna.

—¿Por qué te sientes como no eres? Es como si un alto se sintiera enano ¿A que no es hermosa Berenice? —inquirió Petra en busca de apoyo y desvió sus ojos hacia Berenice que estaba inclinada sobre las cuerdas de la guitarra.

—Sí.

—¿Y talentosa? Digo no cualquiera aplasta a todo el mundo en los deportes.

—Sí...

—Digo, tú no deberías sentirte mal. Eres talentosa y aunque eres hermosa la belleza no importa.

—Sí.

—¿A qué no Berenice?

Berenice asintió sin despegar los ojos de las cuerdas vibrantes.

—Aunque claro no le deseo el mal a nadie —prosiguió Petra dándole una sonrisa a ambas.

—Ni yo —añadió Berenice, pero no sonaba honesta.

—Gracias, Berenice —susurró Dagna.

Me senté a su lado.

—¿Quién se siente fea y por qué? —inquirí doblando mis rodillas, Dagna desvió una mirada al balcón donde se hallaba Miles y Amanda hablando, noté su vacilación y sentí pena por ella, tal vez no era la muchacha más bonita del mundo, pero ella demostraba que había otras maneras de hacerse querer—. Si quieren mi opinión...

—No lo queremos —tajeó Berenice.

—...todas se ven radiantes.

Ignoraron que estaba allí y les salió fantástico, comenzaron a hablar de otra cosa y todo quedó olvidado.

Las horas transcurrieron, continuamos con la tradición del Triángulo y como en todas las noches de sábado se contaron historias de pasajes inéditos. Un adolescente llamado Hugo Martes, de diecinueve, que el año pasado se había convertido en Guardián y continuaba asistiendo a las reuniones, sostenía una linterna, alumbraba su cara y hablaba de un mundo que había visitado donde no existía vida orgánica, todo allí era metálico y robótico.

—Pero ¿quién creó esas cosas? —preguntó una chica recelosa.

—No sé, Leo y Eleonora fueron ayer a ese pasaje para averiguarlo —admitió—. Incluso se dice que en ese pasaje no existe el amor, ni el triunfo, no hay nada bello, todo es monótono y no hay razón de existencia.

—¡Estás describiendo tu vida Hugo! —exclamó una voz burlona, se le sumaron unas más y Hugo Martes rodó los ojos.

Él tenía el cabello rubio y la piel muy oscura. Su tío había sido un Guardián, Hugo prácticamente había nacido allí, y aunque su último familiar había muerto a los treinta años él continuaba sirviendo al Triángulo. Algunos saltaron para silenciar a los agitadores, después de medio minuto el mutismo regreso. Era difícil que perdurara el silencio en esas reuniones, la mitad de la noche estaban callándose unos a otros. Lo curioso era que los que reclamaban silencio lo hacían a gritos y creaban más revuelo del que solucionaban.

Todos lo escuchaban atentamente y sólo era interrumpido por el chirriar de los grillos, el gruñido de algunos monstruos en la maleza y el crujido de las palomitas que se pasaban de mano en mano.

Petra y Sobe me flanqueaban los costados.

—¿Cómo dijiste que se llegaba a ese mundo? —inquirió Perce Bramson con escepticismo y su gemelo lo siseó como si hubiera interrumpido a una eminencia.

—Hay un portal en Egipto, el único portal que encontrarás en este mundo para llegar a Tobor.

Un coro exclamó admirado en respuesta. Hugo apagó la linterna y la balanceó en sus manos para indicar que había terminado. Verónica Montes me señaló con la cabeza, tenía ojos verdes, piel oscura y cabello moreno, estaba vestida con una camisa y unos pantaloncillos. Se encontraba sentada sobre el respaldo de una butaca de la última fila, apoyaba sus codos en las rodillas y me examinó desde lejos.

—¿De qué trata ese libro Jonás?

—¡De zombis! —respondió un niño por mí, tenía seis y un marcado acento francés, se llamaba Antonie.

—Cerca pero no —contesté, acaricié su tapa de tela negra y lo se lo tendí al niño para que lo viera, él se inclinó ansioso y lo abrió inmediatamente—. Trata del tiempo.

—¿Necesitas más tiempo para ser un idiota, Brown? ¿No te alcanza con veinticuatro horas? —inquirió una voz que ya me molestó con escucharla.

Giré mi cabeza. Edward estaba apoyado contra una de las columnas, vestido de negro. Ed había llegado tarde y me encantaría decirte que esas reuniones eran puntuales y tenían una rigurosa política de exclusión, pero mentiría. Tenía los brazos cruzados al igual que sus piernas, cargaba un bajo enfundado en la espalda, su piel era de color café, tenía diecinueve años y cuerpo de gimnasta. Solían llamarlo Edy, Edu o Cullen Quemado, pero nunca en su cara, los que lo hacían sufrían su fuerza y vaya que tenía. Era un matón, pocos solían meterse con él.

Su comentario sembró una serie de risas. Roma Hawk puso los ojos en blanco y le gritó que cerrara la boca porque no podía oír sus palabras (insulto no adecuado) todo el tiempo (otro par de groserías). Desde que habían estado en una misión para buscar al sanctus se odiaban mucho, eran como la azúcar y la sal, podían llegar a ser agradables, pero nunca juntos.

Ed sonrió como si le diera placer enfurecerla. Me dedicó una mirada desafiante y burlona. Caminó con pasos seguros hasta un rincón donde había chicos sentados en el suelo con instrumentos y se ubicó al lado de Barenice pero ella le dedicó una mirada ponzoñosa y lo obligó a deslizarse al otro rincón. Tuve que reprimir una sonrisa. Sobe susurró dos palabras.

Nunca había sido un gran amigo de Ed, pero toda posibilidad de intimar, de ser compañeros o de saber su contraseña de correo electrónico se había esfumado desde que le había roto la nariz por tocar mi fotografía, no me enorgullecía de eso pero tampoco me arrepentía. Después de esa noche su tabique exhibía una ligera desviación. Lo único bueno de eso era que él se había alejado de mí por un tiempo debido a la misma razón que usó todo el mundo: que era un traidor peligroso.

—¿Por qué lees del tiempo? —inquirió la voz de una chica que no atiné a ver.

—Porque quiero nego...

—¡Ponte de pie! —sugirió otro.

—Sí, yo tampoco veo.

—Shhh.

—¡Cállate!

—¡Cierra la boca!

—¿Así cómo se lo cerraste a Anna cuando la besaste?

—¡Uuuhhh! —gritó un corrillo animando una pelea.

—¡No pasó nada entre nosotros! —gritó una voz que al parecer era Anna.

—Shhh, va a hablar.

Me puse de pie sobre mi butaca un tanto dubitativo. Miré la multitud, había gente genuinamente interesada, otros tenían la mirada perdida, uno se había dormido escuchando música con auriculares y su cabeza colgaba como un péndulo, una chica miraba sus uñas con aburrimiento, gente discutiendo por silencio y adolescentes que se reían y disfrutaban del pleito.

Hugo me cedió la linterna, pero yo no pretendía contar una historia, ni siquiera sabía qué decir. Miré a Petra ella asintió dándome ánimos, giré mi cabeza hacia Sobe y él se encogió de hombros. Podía ser peligroso contarles toda la verdad, después de todo Gartet no sabía que había perdido a mis hermanos en un pasaje que le pertenecía, nadie debería saberlo. Así que me omití algunas partes.

Aclaré mi garganta y comencé narrándoles mi breve estadía en el Hotel Royal Continental. Les dije que había estado un año siguiendo a Dracma Malgor porque quería negociar algo con él, no especifiqué qué clase de negocios, ni confesé que el sanctus del año pasado lo había involucrado en mi vida. Todos en la sala tenían secretos, sabían cuando estaban en el límite de uno y respetaban la frontera.

—Pero Dracma es codicioso y como en el último año se esparcieron rumores míos de que estoy involucrado en la gue... —No pude terminar la frase, no cuando eso implicaba su muerte—. Está la posibilidad de que me encierre para venderme al mejor postor.

—Gartet —obvio una voz.

—¡Que se muera! —sentenció otra.

—Que lo entierren en una fosa de arañas.

—¡Sí!

—Seee.

—Claro que sí.

—Seee.

—¡Sí!

—Shhh.

Silencio. Tragué saliva y proseguí.

—Como jamás en la vida planeo servir a Gartet, necesito algo que Dracma codicie más que el dinero. Investigué y uno de sus fanáticos me dijo que él ansia algo llamado... la Cura del Tiempo. Necesito encontrarla antes de que él se vuelva a esconder en el pasaje donde pasa todo el tiempo. Sólo aparecerá en el equinoccio y luego se esfumará.

Un silencio denso y absoluto se apoderó de la sala y de los presentes hasta que se oyó el ronquido del chico que llevaba los auriculares puestos. Uno de los Bramson, no sé cuál, se repantigó en la silla y codeó a su hermano.

—Oye, la cura... ¿no es de lo que hablaba ese tipo en Reino Unido?

Su hermano se rascó la barbilla y asintió pensativo. Eran tan idénticos como las bayas venenosas de las comestibles. Ambos eran bromistas y sarcásticos por esa razón se llevaban de maravillas con Sobe. Tenían pecas, la piel color crema, ojos cafés y cabello castaño oscuro.

—Creo que sí...

—Un momento ¿Saben lo qué es? —bajé de un salto de la silla. El niño francés se asustó y soltó el libro. Apagué mi linterna.

Ellos se lanzaron una mirada divertida.

—Sabemos quién puede saber.

—Pero créenos no te gustará. Es un tipo muy raro.

—¿No escucharon mi historia? —inquirí señalándome con un dedo—. Conseguí la información de Elmo.

Ambos se encogieron de hombros y dijeron al unísono:

—Te llevaremos.

Luego Perce agregó:

—De todos modos, teníamos que travesar esos portales para recolectar recursos naturales —Se enderezó en la silla, y se subió las mangas de su camisa hasta el codo como si estuviera a punto de hacer negocios—. Son dos mundos los que tenemos que atravesar. Está poco más de una hora de aquí, trotando.

Iba a darles las gracias, pero entonces un grito procedente de la selva rasgó el aire. Era una chica y parecía profundamente dolida y temerosa como si sintiera tanto terror que la desgarraba por dentro.

Todos los adolescentes se pusieron de pie, de un momento a otro tenían armas en sus manos, cuchillos, espadas, escopetas o pistolas de agua. Incluso el chico que dormitaba con los auriculares se puso de pie y enarboló su teléfono como si fuera una roca que pudiese arrojar. Si antes hubo un problema para mantener el silencio en ese momento se libró una batalla de gritos reclamando orden que finalizó a los diez segundos. Cada presente permaneció mudo, agudizó el oído y esperó.

Ed estaba alerta en los balcones, observando el espeso follaje de la vegetación junto con Miles y Amanda. Enarbolaba su bajo como una porra. La luna proyectaba una luz plateada sobre su espalda.

Aguardamos. No se oyó ni el sonido de una respiración sólo los grillos o animales nocturnos. La chica volvió a gritar.

—¡AAAHHHHH!

Me precipité a la salida al igual que todos. Era una persona. Alguien estaba siendo atacado.    





Gracias por leer :D espero que tengan un lindo viernes y ante cualquier duda nos hablamos en comentarios.

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