La pubertad me odia y otras cosas más.

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 ¿De verdad? ¿Cuántos mundos iba a tener Gartet?

 Maldita sea tenía más mundos que Dante colección de muñecos trolls. Gartet hubiese ganado muchos niveles en el juego CityVille.

 Eso ya pintaba demasiado mal, una cosa era que Dracma fuera un avariento que, en estos tiempos de guerra, servía a Gartet por ser el postor más rico. Pero otra cosa muy diferente era que decidiera guardar sus recuerdos extirpados en un mundo colonizado por él. Eso ya implicaba confianza y lealtad entre ambos. Eso implicaba una relación entre Gartet y Dracma, no sabía qué tipo de relación, pero esperaba que tuvieran una que pusiera celosa a la momia peluda Leila.

 La gente como Dracma, que tenía tratos con muchos maestros de artes extrañas, solía quitarse recuerdos para que ningún otro mago husmeara en su cabeza.

 Que alguien se metiera en tu mente para luego cotillear lo que había visto con sus amigos solía ocurrir mucho en el ejército de Gartet, es decir, así Cornelius Litwin había sido descubierto por intento de conspiración. Había creído que Dracma quitó un fragmento de su mente y la escondió para protegerla de Gartet, pero no tenía mucho sentido que la ocultara en uno de los mundos colonizados de él.

Sería como buscar una película de terror gore en Dicovery Kids.

Además, yo estaba en sus recuerdos, porque había encontrado una foto mía en su baúl de direcciones ¿Eso significaba que quería esconder sus recuerdos de mí? ¿Por eso la ubicó en un lugar donde nunca iría? ¿Quería esconder sus recuerdos de Leila? Después de todo también tenía fotografías de su novia con cara de momia peluda... ¿Por qué había guardado fotos de varias personas junto con la dirección del jotun? ¿Qué significábamos? Odié a la posadera Micco por atacarnos y no permitirnos robar todos los documentos que tenía escondidos en su botica.

Decidimos que para saber cómo proceder en Nórzaroc primero deberíamos infiltrarnos. Se nos daba bien eso, a veces nos apegábamos demasiado a nuestro papel como aquella vez que, en Babilon, me había hecho una cicatriz de un dios al que ni siquiera conocía porque los sirvientes tenían marcas divinas. A veces me picaba. Faltaba una hora para que todo se activara en la ciudad.

Mientras Dante, Petra, Sobe y Phil urdían un plan yo me concentré en abrir un portal. Es decir, me habían funcionado cuando la Catástrofe nos atacó, nos había llevado a todos hasta Angola algo que añoraba más que nada: saber si mi madre continuaba viva. Ahora lo que más anhelaba era moverme junto a mis hermanos, encontrar la Cura del Tiempo o el maldito libro de Solutio. Pensé que si lo deseaba con toda mi voluntad sucedería, me concentré hasta sudar, me alteré pensando en la muerte y no ocurrió nada. Traté de enfocarme en mi respiración, me esforcé para buscar algo en mi interior, alguna esencia, un sentimiento... nada.

—¿Puedes dejar de mirar el vacío como un idiota y prestar atención? —preguntó Phil cruzado de brazos, meneó la cabeza, cerró los ojos y se apretó el puente de la nariz.

Que actuara como alguien responsable no me daba buena espina. Tampoco infundía mucho respeto porque por más que tuviera una expresión severa, los labios apretados y el ceño fruncido, todavía estaba vestido con un ajustado traje de lentejuelas.

—Lo siento ¿Te hago competencia? —musité.

El plan era simple, no podíamos bajar hasta el pueblo ni salir de la cabaña porque estaba cada rincón colmado con esa red tejida de hilos rojos y asesinos. Así que deberíamos ser transportados por el cielo, para eso Phil se trasformaría en un cuervo gigante, literalmente podía hacerlo, Petra lo montaría y con artes extrañas lo haría invisible.

Volarían los dos hasta el primer Hogar de la Comuna que encontraran, hurtarían ropas para todos, volverían, nos la darían, nos vestiríamos para vernos como los nativos y luego Phil nos llevaría aleteando hasta la ciudad donde todos ya estarían despiertos, yendo a fábricas o demás lugares. Solo entonces podríamos buscar tranquilamente una biblioteca y buscar información sobre las coordenadas de la cura.

Todavía no estaban seguros de cómo proceder, concordaron que lo más seguro sería separarse, para disipar esencias de trotadores. Si era un pasaje colonizado entonces había trotamundos y nos sentirían, con la misma seguridad que el agua moja y las impresoras no imprimen cuando estás apurado.

Yo iría con Phil y Dante a una guardería, mientras que Sobe, Berenice y Petra investigarían por su lado.

—Pero tengo dieciséis años —repliqué, bufando cuando Petra y Phil ya se habían ido a buscar atuendos de los nativos—, ni de chiste, nadie jamás se creerá que tengo doce.

—Mmm —Dante se mordió el labio.

Sobe resopló, estaba sentado sobre las tejas con las piernas abiertas y los antebrazos sobre sus rodillas, relajado, como si estuviéramos de compras, esperando a unos amigos. Berenice me observó penetrantemente, clavando sus negros y parlantes ojos en mí, el brillo de su mirada era juguetón, parecía preguntar: «¿Estás seguro?»

—Claro que sí —protestó Sobe, el viento le agitaba su cabello caoba—, eres tan lampiño como un huevo, flaco y estirado, esas gafas enormes hacen tu rosto más pequeño, como una pasa que se encoge...

—Si quieres lastimarme más puedes usar la daga de tu cinturón —Me crucé de brazos.

—Amigo —alzó los hombros y abrió las manos—, no hay nada de malo en que la pubertad te odie...

—Parece que tú también.

—No, solo la pubertad —aseguró Dante alejando el largavista de sus ojos—, tal vez estás estancado por el estrés, la gente suele dejar de crecer cuando está estresada —comentó—. Aún no te creció barba como a mí —completó acariciando los enanos y escasos vellos que tenía en el extremo del mentón.

—Pero si solo tienes tres pelitos.

—La envidia no te queda bien, Jonás —me reprendió meneando la cabeza, se rascó la nariz con nerviosismo—. Tal vez es el estrés. Leí en un libro que...

—Te ves como un chico muy alto, pero de doce, hay críos de doce así de altos, sin lugar a dudas puedes infiltrarte en las guarderías —decretó Sobe—. Dante usará la bufanda de Petra para cambiar su apariencia a la de un niño de esa edad y Phil cambiará su aspecto para fingir ser un crío. Todos ganamos.

—Yupi —mascullé recargando una pistola y dejándola lista en la mochila que guardaríamos en la casa.

No iríamos con equipaje a la ciudad, ni con armas muy poderosas. Solo yo iría armado y Petra, ella tenía artes extrañas y yo tenía a anguis mi anillo mágico que se convertía en cualquier arma que imaginara. Lo único que me llevé fue mi fotografía familiar en la que había tachado al agente que fingió ser mi padre y el medallón de Tania y Lauren. Todavía me costaba creer que ellas estaban muertas.

Pensar en el Triángulo me quebraba en miles de pedacitos porque no tenía manera de averiguar cómo estaban ellos. Al ser trotadores éramos perseguidos por La Sociedad, tenía que ser paciente y esperar a encontrar una manera segura de comunicación que no fueran llamadas telefónicas, mensajes, ni redes sociales como Internet.

El reloj falso que Petra me había regalado para alterar la apariencia lo usarían ellos, así que se los di. Mi aspecto no sería adulterado, tendría que fingir que tenía doce o trece.

Era una tontería, pero aparentar ser alguien más pequeño de lo que era parecía lo peor que podía pasarme.

Cuando Petra regresó con Phil no los notamos hasta que sentimos unas corrientes de viento que arremetían a intervalos y sacudían la ceniza negra que se amontonaba en tejados, baldosas y ruinas. Alzamos la mirada al cielo de obsidiana y un cuervo tan grande como un helicóptero comenzaba a dibujarse en la masa negra del firmamento. De a poco cobró color. Aterrizó con elegancia en el tejado, agrietando el grafito del techo con sus zarpas puntiagudas. Agitó el plumaje acerado y negro como la brea y una burbuja de polvo se erizó sobre su cuerpo.

Petra estaba igual: tiznada de hollín. Tan sucia como santa después de Navidad. Era porque habían estado en las alturas, cerca del vapor negro de la industria.

El cuervo nos observó con sus ojos oscuros como canicas, tratando de decirnos algo, seguramente quería regañarnos, quejarse, lamentarse o decir algo de Nancy Thompso, su cobaya Larry, Elvis o sus dotes actorales. Él podía imitar toda la estructura de ese monstruo, pero si la criatura original no tenía caja torácica ni lengua para hablar entonces él tampoco, así que Phil permaneció en silencio, gracias al cielo.

Petra tenía los ojos rojos como si hubiera visto por horas el sol o mi resplandeciente blancura de niño de doce años. Estaba sentada cerca del cuello del animal, tosió hasta recuperar el aliento, se deslizó lejos del lomo y nos arrojó uno a uno algo que se veía como un pijama. Eran unos pantalones marrones de franela, una remera de mangas largas del mismo material y unas alpargatas que hasta a mi abuelo le hubiera dado vergüenza usar.

Los conquistadores de Gartet ni siquiera tenían la decencia de darles buena ropa. Al menos podía agradecer que no era nada con animal print.

—Oh, si mis padres se enteraran que visto ropa que no es de etiqueta se molestarían mucho —lamentó Dante.

—Luego de ver a Phil no creo que a tus padres le horroricen estas cosas —lo tranquilizó Sobe.

Phil lo fulminó con la mirada como si quisiera retorcerle el pescuezo, pero continuó parado, esperando sobre el techo a que nos cambiáramos.

Antes de eso utilizamos toallas humadas que había empacado para quitarnos el polvo y en mi caso, la aceite, que me había tirado el jotun en su taller. No queríamos gastar tiempo cambiándonos en privacidad, así que nos desvestidos sobre el techo, Berenice miraba mucho a Sobe, pero él repentinamente solo tenía interés en sus pies.

Me gustaba la piel bronceada de Petra, pero me sentí verdaderamente apenado de que me viera en ropa interior porque no podía dejar de pensar que lucía como un crío de doce, alto, lampiño, albo y flaco. Yo no era apuesto como Walton, ni el último año había crecido muscularmente como Sobe. Era cierto que él tenía una cicatriz tan profunda en la pierna que casi no tenía carne y se encogía, dejándolo chueco, pero más allá de eso era fornido y tenía lo suyo. Pero yo...

—¡Anda, Jonás! —presionó Petra y pateó una teja, volar sobre las nubes de humo la había puesto de mal humor y como siempre que estaba irritada pateaba cosas—. ¡No te quedes ahí parado! ¡Ya vístete!

—Solo a ti las chicas te piden que te pongas la ropa, Jo —se mofó Sobe con una sonrisa torcida.

—Y a ti —rumió Petra entornando su mirada venenosa.

—Ppppfff, ves menos que un ciego Petra ¿Acaso no notaste como Berenice me pegó el ojo toda la noche? —flexionó los músculos en dirección a Berenice—. Esto es gratis preciosa y está disponible todos los días de la semana. Puedes sacar una cita cuando gustes.

Berenice los ignoró.

—Sacará cita para el treinta de febrero —se mofó Petra.

—Siciri citi piri il triinti di fibriri —repitió Sobe.

La piel bronceada de Petra se veía cobriza en la oscuridad lo que hacía que sus ojos realzaran como dos faroles. Ella se había quitado su vestido naranja de funeral y estaba en ropa interior deportiva y negra. La había visto muchas veces en traje de baño que era prácticamente lo mismo, pero nunca había prestado atención. Su cuerpo era esbelto y elegante, tenía la cintura marcada como un jarrón, era esbelta, de vientre plano, su busto era moderado y tenía los muslos anchos de tanto ejercicio... todos, absolutamente todos, habían madurado menos yo.

—Anda, espabila —insistió inexorable.

—Es que pierde la noción del tiempo cuando me quito la camisa —bromeó Sobe vistiéndose con los pantalones de franela.

Petra puso los ojos en blanco.

—¿Nunca te callas?

—Ninci ti cillis —respondió él, tenaz a molestarla más.

—No me veo como un chaval de doce —decreté interrumpiendo su intento de discusión.

—Qué importa tu edad... —empezó Petra.

—... si eres feo igual —agregó Sobe.

Petra le dedicó de todo, menos una sonrisa.

Phil emitió algo parecido a una risa, fue como un gorjeo bestial. Sobe me miró de reojo, meneó el mentón, frunció los labios arrojándome un beso aéreo ruidoso y luego sacudió la cabeza asegurándome que se trataba de una broma y que no pensaba realmente que fuera feo, pero no era consuelo para mí.

Petra hizo un mohíno, colocó los brazos en jarras, me analizó y se encogió de hombros. Estaba pensando una forma de ser optimista y hacerme sentir mejor, por más cascarrabias que fuera, siempre era la moral del grupo.

—Lo que importa es lo de adentro ¿Va? —dijo colocándose la remera a una velocidad asombrosa—. Además, mira el lado bueno, tienes la confianza y el cariño en nosotros como para hablar de algo tan personal. Hay gente que no cuenta con ese tipo de compañías.

—Es que... —traté de ordenar las palabras y no sonar ridículo—. Puedo soportar que el Triángulo me odie porque fui la última persona que tuvo el libro de Solutio o que crean que soy un arma de destrucción masiva o un traidor, o que La Sociedad me busque o que muchos cazarecompensas traten de capturar mi cabeza o que mi familia esté perdida ¿Pero además de eso tengo que soportar problemas de autoestima?

Petra ya estaba cambiada, me analizaba a la vez que me escuchaba, suavizó su expresión enfurruñada, empezó a aflojar el nudo de sus brazos cruzados y estaba a punto de decir algo consolador hasta Berenice la interrumpió:

—Sí, tienes. Vámonos.

Escalamos sobre Phil lo que fue algo sumamente raro, me aferré de sus plumas negras y lustrosas y me monté a su lomo, sintiendo las mejillas arder, Sobe se sentó detrás de mí cerrando la fila en la grupa del animal, Dante delante, Berenice después y Petra en la cabeza, sosteniéndose del plumaje de Phil.

Ella sacó su báculo de hierro tallado cuyo extremo superior curvo estaba revestido de topacio. Aquella pieza emitía un fulgor débil y peltre, Petra describió un círculo con él por encima de su cabeza, cuadró los hombros, inspiró aire y susurró entre dientes:

—Sicut aer!

Al instante que dijo eso mi cuerpo comenzó a desvanecerse, sentía como una lámina resbaladiza sobre mi piel al igual que cuando te untas mucho protector solar. Lo que menos necesitaba yo era más protección contra el sol. Supuse que, lo que sentía, eran las artes extrañas.

La espalda de Dante fue perdiendo definición, su silueta comenzó a fundirse con el aire y el color moreno de su piel se desvaneció. Seguía sintiendo el plumaje de Phil, su férrea piel y todo mi cuerpo, pero ya no lo veía.

Pero las artes extrañas, por más poderosas que fueran, no pudieron ocultar el fogonazo que provocó la cámara de fotos de Dan.

—¿En serio, colega? —pregunté.

—¿Puedes sacarla otra vez? —suplicó la voz de Sobe sobre mi hombro—. Es que parpadeé.

—¡Agárrense bien! —aconsejó Petra, por la forma clara en la que llegó su voz supuse que estaba volteando para vernos—. ¡Y si se caen avisen gritando!

—¿Qué?

—QQquiero, bajjar —suplicó Dante.

—Entendido, capitana —terció Sobe.

Supongo que Berenice asintió, que fuera callada y ahora invisible hacía que su presencia ni se captaba.

Repentinamente, antes de notarlo estábamos volando lejos del pueblo e internándonos sobre la ciudad blanca y desolada. Phil alzó vuelo por encima del muerored rojo y se elevó hasta las nubes de hollín, contuve la respiración, pero no pude evitar liberar el aire del asombro cuando transcurrimos al lado de un barco volador.

Era impresionante, tal como había dicho Sobe, estaba construido de madera, tenía velas infladas por el viento, mástiles, una popa donde se ubicaba el timón y un mascaron de fauces de dragón. La quilla estaba tan ennegrecida por el humo y la grasa del aire que tenía aspecto pegajoso. Su casco tenía numerosos remos que se movían acompasadamente.

Me pregunté qué batían con los remos, si nubes o intrusos invisibles.

Volamos a su lado porque íbamos en la misma dirección, pude ver a un par de monstruos deambulando de aquí para allá en la cubierta, embutidos en sus armaduras. Había dos trotamundos en la tripulación, los sentí, eran Abridores, pero no los pude identificar con los ojos, tal vez estaban durmiendo en la bodega.

La esencia de uno se sentía como flotar en el agua fría y la de otro se antojaba a la calidez de una fogata de campamento.

No había luna y el mundo había adquirido colores azabaches, las siluetas eran figuras oscuras y plateadas, lo poco que lograba distinguir era por las antorchas o faroles de gas que había en el navío.

Muchas cajas se apelotonaban en la cubierta, pero ninguna parecía de cargamento, lo que verdaderamente transportaban estaba oculto en los pisos inferiores. Noté que habían colgado unos afiches en el mástil central, seguramente esa nave tocaba puertos de otros mundos y monitoreaban a forasteros. Agudicé la vista, un afiche era de Sobe, en el otro se pedía busca y captura de Miles y por último Dagna, se decía que eran buscados por alterar el orden del Imperio de Gartet. Pensé que si su sistema y su imperio tenía un orden a mí no me gustaba.

Reparé en un último afiche, estaba mal pegado y se agitaba con el viento de las nubes, repentinamente se desprendió y el papel amarillento y húmedo planeó en mi dirección. Me estiré sobre el lomo de Phil, choqué con Dante y alargué mi brazo. Creí que no lo conseguiría, pero pude coger el papel a medio vuelo.

El afiche se agitó con bravura y emitió el sonido ahogado de un aleteo.

Leí rapidamente antes de que los azotes del viento lo arrancaran de mi mano. Advertía cuidarse de un grupo de nigromantes llamados «La Trinidad Luminosa» rezaba: «Pedido de captura. Se ofrece recompensa a cualquiera que proporcione información sobre los nigromantes que alteran el orden del Imperio al...» El papel fue succionado por el vacío negro de la noche.

Sentí algo revolverse en mi interior, en el mundo de Babilon, antes de entrar a una taberna, había leído una advertencia similar. Phil giró en redondo y comenzó a descender hacia la ciudad. Me cosquilleaba el pecho, había alguien más que estaba plantando cara a Gartet, nosotros no éramos los únicos.

Primero que todos había estado el maestro de Gartet.

En Babilon había descubierto que el loco conquistador había sido instruido en artes extrañas por un Creador. El Creador y Gartet habían sido grandes amigos hasta que Gartet se cansó de proteger la vida de monstruos y confronteras, él quería gloria, se sentía poderoso, como un dios y en lugar de servirlos quería que le sirvieran. Digo, la tarea de un trotador es proteger a los más débiles, y a él le parecía injusto.

Gartet le había dicho a su maestro que dejaran de estar escondidos en el Páramo de las Hondonadas, un mundo que se habían creado, y usaran su poder para destruirlos a todos.

Pero su maestro se negó, repugnado con la idea de castigar a los débiles, él decía que tanto poder debería ser anónimo y humilde. Aquel psicópata no se lo tomó nada bien, pero no quería matarlo porque solo con un Creador su plan tendría sentido, estuvieron peleando por años y casi desbastaron el Páramo de las Hondonadas.

Supongo que con su batalla mágica habrá habido explosiones que dejó el Páramo mucho más hondonado.

Como yo estaba en un pasaje colonizado por el mayor maniático del mundo eso significaba que Gartet, lamentablemente, salió triunfante de esa pelea.

Así que como el maestro y él eran unos magos locos, unos gánsters de las artes extrañas, Gartet logró descubrir una palabra con la que controlaba a la muerte y se dio a sí mismo la inmortalidad. Petra dijo que eso era magia absolutamente negra, nadie había logrado experimentar tanto en un terreno así de peligroso.

El Creador, enojado y derrotado, le escupió en la cara y lo marcó, según los nativos de Babilon, yo creo que lo maldijo o lo hechizó. Le dejó una marca de la vergüenza en el lado izquierdo de la cara y le prometió que su hijo tendría la misma cicatriz algún día.

Entonces Gartet, como podía controlar la muerte con las artes extrañas, condenó a su maestro a la muerte eterna. Podría vivir para siempre, pero en todo ese trayecto sentiría que fallecía.

O sea, uno le manchó la cara al otro y por su parte el pupilo enfermó al maestro con algo más serio que un resfriado.

Hubieran ido a terapia, pero para qué si podían resolverlo a los puños.

Gartet abandonó al Creador en los restos del Páramo de las Hondanadas para que sufriera y cambiara de opinión mientras él reunía a su ejército. Algo que en Babilon llamaban como: Ejercito de los Dioses Mortales. Porque para ellos Gartet era un dios.

Pero ese Creador se le escapó.

Si me lo preguntas Gartet era el rey de los pelmazos controlando a sus prisioneros, había perdido al Creador y nosotros estuvimos dos veces como sus presos, pero siempre logramos escapar tanto en Dadirucso como en Babilon.

Lo importante es que el Creador se le escapó ¿Cómo dejas solo a alguien que puede crear puestas literalmente a mundos que nadie pisó jamás? Un idiota. Era por eso que ahora Gartet estaba tan loco buscando un nuevo Creador para completar su plan y tener el control absoluto, sobre todo.

Era una historia descabellada que le había contado miles de veces a los Guardianes del Triángulo, solo nos servía para saber que: había un Creador escondido por ahí, sufriendo un poco y odiando el día que creyó buena idea enseñarle magia a Gartet. También servía para descubrir que Gartet tenía una cicatriz en la cara.

Pero a mí esa historia me alentaba... un poco, porque aquel relato indicaba que alguien lo había desafiado desde un comienzo. Aquel Creador, Lauren, La Trinidad Luminosa... nosotros.

Lo único que hacía el Triángulo era reunir aliados para la guerra, pero tal vez podíamos evitar la guerra si liberábamos los pasajes de a poco, si lo deteníamos antes de que diera un golpe definitivo a nuestro mundo.

Sin embargo, esta vez no tenía tiempo para ayudar a Nózaroc, lo que haría sería encontrar la cura, salir de ahí y reportar en el Triángulo que la tierra de colinas, conejos y cabañas había sido colonizado.

Como tuve que hacer en un comienzo, Dadirucso había sido una casualidad, me había topado con el inicio de una revolución, Babilon fue una coincidencia, pero yo no podía liberar mundo que pisara.

No podía y no lo haría.

Lo lamentaba por los nativos, pero ya iban tres años que perdía a mis hermanos y tenía intenciones de encontrarlos esta vez.

Nadie creía que era un héroe, ni siquiera mis profesores o guardianes del Triángulo ¿Por qué debía comportarme como uno? Me trataban como el villano de la historia o el posible traidor. Un topo. Una rata. No, no era un héroe.

Era un cobarde más.

No había tiempo para caridad, ni mucho menos para guerra ¿Acaso existe una guerra en donde las familias terminen unidas, en donde no se pierda a los amigos? En una guerra de almohadas, tal vez ¡O de miradas, como las que solía mantener con mi abuelo! Tenía mucho miedo de perder... algo. Sabía que al final de mi camino acabaría solo, había tenido la suerte de que espíritus me leyeran mi destino.

Pero lo cierto es que no estaba preparado para perder. Llámame orgulloso, débil o loco... pero si a final de esa semana no tenía un ligero triunfo, pues lidiaría con más problemas que mi autoestima.












Este capítulo es más largo que la muralla china XD  jejej.

Pero buenas noticias, ya van por un poquito más de la mitad del libro.

Calculo que a final de año ya voy a terminar la publicación y veremos cómo avanza el volumen 4 que llevo trabada en las primeras páginas desde hace tres meses jajajaja ser universitaria y trabajar al mismo tiempo no es tan divertido como parecía :v

Hoy tuve dos exámenes y para celebrar el viernes hice tacos. Espero que puedan disfrutarlo también a su manera, así que... 

¡Les deseo feliz viernes y buen fin de semana!

¡Abrazo grandote!

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