Mi primera y espero que última.

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No sabía cuánto tiempo había pasado, pero llevaba tres horas en plena batalla...

Era la primera guerra en donde estaba en primera línea, luchando como los peones en un juego de ajedrez. Lo perturbador era que nunca ganaba en ajedrez, ni siquiera podía vencer a Petra en los juegos de mesa a pesar de que ella no entendía las reglas. Así que no estaba sereno. En Dadirucso había tenido la suerte de pertenecer a un grupo de élite que se encargó de apagar el Faro, en Babilon había soltado veneno para que consumiera el bosque y luego me había ido. Así de fácil.

Pero hasta entonces había tenido la suerte de no ver una batalla con mis propios ojos.

La guerra es tan escandalosa que no hay lugar para tus pensamientos, ni para plegarías o arrepentimientos. Estaba solo yo y el filo de mi espada.

Lo primero que hice fue deshacerme de un Palillo que, con su porra, fumigaba a un grupo de Salivantes... ese nombre ya no les calzaba bien porque no salivaban ni se veían ausentes o comatosos, ahora gritaban, en lugar de vegetales eran como zombis enojados.

No sabía si llamarlos Aullantes o Gritantes o Cantantes ebrios de karaokes.

Me hice de una porra y se la di la primera niña que encontré. Ella la aceptó, inflando el pecho con orgullo, asintió, saltó una barricada de mesas y luchó a mi lado. Destruí más soldados, los desarmé y fui repartiendo la artillería a los pequeños.

Vi tantos cadáveres que mis oídos comenzaron a pitar, ajenos a la realidad. A veces tropezaba con muertos, mis zapatillas empapadas de sangre no encontraban estabilidad. El sudor se desbordaba a caudales por mi espalda. La mitad de los edificios se incendiaba. Desgarré la camisa de un cadáver para atármela a la barbilla, sobre el barbijo, porque el oxígeno puro ya no existía en ese lugar. El aire se consensaba en plomizas columnas el humo y era ácido y amargo por las armas de los robots.

En un momento descollándome las rodillas porque frené de repente para no ser derretido por un chorro de agua. Luego de unos minutos de avanzar me refugié detrás de cinco camas oxidadas por los gases tóxicos. Tenía un colega a mí lado, su jadeo desesperado sacudía todo su pecho como un oleaje tormentoso. Su espalda estaba pegada recta al colchón, como si quisiera fusionarse con la trinchera. Sus ojos se encontraron con los míos «Lo haré» chillaban.

Me abalancé hacia él y sujeté del talón porque él iba a correr calle abajo sin notar que había tres soldados soltando veneno líquido a diestra y siniestra, como si fueran bomberos apagando un incendio. Incluso cargaban bidones en las espaldas.

El aire entraba a mis pulmones cansados como fuego, las pantorrillas me temblaban del cansancio. Los niños avanzaban, pero, aunque los seguía no sabía muy bien a dónde, mi trabajo era ayudarlos a no morir.

En algún momento de la pelea acabé refugiándome detrás de una loma. Me crucé con un adolescente de trece años que tenía la piel color café y el cabello peinado en un macizo copete. Lo recordé, él había estado peinándose en el baño cuando me encerré a hablar con Dante, antes de que 26J fuera a buscarnos para hacer el pacto.

Él y otros cinco niños tuvieron la idea de romper las pantallas de la redonda, armaban un plan apresuradamente y dibujaban planos en la ceniza del suelo.

—Es la única solución para hacer que los Salivantes se calmen —parpadeó, como si un pensamiento escandaloso hiciera ruido en su mente— ¡Te conozco! ¿Eres el chico que viene de otro mundo? Jo...

—¡Sí! —respondí enérgico y sucinto, alimentado por la adrenalina.

—¡Lo sabía, José!

—En-en realidad, me lla-llamo...

—¡Ven con nosotros, José! Romperemos primero la pantalla más grande. Así los Salivantes no tendrán qué obedecer.

—¡Vamos! —grité por encima del estruendo, animado de tener algo que hacer—. ¿Dónde queda la pantalla más grande? —escuché pasos metálicos contra la grava, me levanté lejos de la loma y apuñalé con la espada a un Palillo.

Regresé a mi escondite.

—No está lejos. Es fácil, vas a la izquierda...

—¡Bien!

—...derecha, dos giros a la izquierda, derecha, izquierda, derecha, doscientos metros, derecha, siete pasos, derecha, izquierda, tres cuadras y derecha otra vez ¿Lo tienes?

—¿Q-qué...?

—¡5M escribió mal el mensaje! —explicó el chico creyendo que no había entendido esa parte—. ¡¡Ella tuvo que ordenarle a los Salivantes que se olvidaran de todas las reglas y regresaran a la normalidad! ¡Pero les ordenó que solo se olvidaran de las primeras dos!! ¡¡Este error está matándolos a todos!! ¡Siguen obedeciendo a las pantallas que tienen órdenes de destruir el lugar y de vengarse!

En ese preciso instante un Salivante corrió a nuestro lado con los hombros y los brazos rígidos, como un ninja o un robot, cargaba un fierro en su puño derecho. Se plantó junto al Hogar de la Comuna más cercano y molió las puertas espejadas de los edificios.

—¡A este paso mis padres no soportarán la noche! Si destruimos las pantallas puede que se detengan. Es la única regla que siguen cumpliendo...

No tuve tiempo para explicarles que 5M nunca tuvo intención de salvar a los Salivantes y hacer que recuperaran sus viejos corazones. La tercera regla de los parlantes era que obedecieran las pantallas, nosotros habíamos apagado la fuente de sonido, sin tan solo 5M hubiese puesto que se olvidaran de todas las reglas entonces los adultos habrían regresado. Y en lugar de ser una carnicería ese campo de batalla sería el sitio donde se hubieran reencontrado familias enteras.

Quise decirles que, de todos modos, no tenía sentido salvar a los adultos porque nadie podía acercarse al Banco. El rumor de los corazones era demasiado fuerte, ese mundo tenía más contratiempos de los que podíamos solucionar. Demoré mucho en pensar una forma de explicarle todo eso. Una tropilla de Palillos arremetió contra nuestro escondite. Podíamos enfrentarlos cuando nos combatían con agua venenosa pero el gas corrosivo era otra cosa.

Corrimos en direcciones opuestas y los perdí de vista. La calle donde desemboqué estaba desierta. Una cuadra más lejos Los Salivantes continuaban destruyendo todo.

Ninguno tenía idea de qué hacer, no había un plan concreto, solo estábamos luchando para sobrevivir, hasta que el último en pie cayera. 5M nos había dejado a nuestra suerte, pero no sabíamos por qué, nada de eso tenía sentido.

Ella había desaparecido por más de veinte horas, su paradero era un misterio aterrador.

Repentinamente, una niña de diez, apareció corriendo colina abajo. El terreno empinado no ayudaba a que ese lugar fuera menos caótico. La niña tenía el cabello dorado cortado al mentón y aferraba en su mano una cascara de nuez blanca del tamaño de una tapa de alcantarilla, tardé en darme cuenta de que usaba como escudo la mitad del pecho de un Palillo. Ella comandaba una tropa de pequeños que tenían aproximadamente su edad. La líder portaba la mitad de la cara totalmente quemada y sangrante o debería estar muy histérica para percatarse del dolor o se había dado analgésicos de la enfermería.

Me miró, abrió sus ojos azules recordándome y me señaló con una lanza.

—¡Juanito! ¡Eres el chico de otro mundo! ¿Vienes del puerto, Juanito?

—¿El qué? —pregunté obviando que se había olvidado de mi nombre.

—¡El puerto de barcos! ¡Está a un lado del sector de fábricas! ¿Lo tomaron? Oí que ganaron allí ¿Pudieron tomar los barcos?

Sobe había dicho que había trotadores navegando en los cielos, seguidores de Gartet o comerciantes mercenarios. No recordaba haber leído en el mapa de 5M que había un puerto de aterrizaje de barcos, pero tenía sentido que estacionaran en alguna parte para subir el cargamento de las industrias y llevarlos a otros mundos o puertos.

Meneé con la cabeza y escuché el crujir rasposo de vidrio. De refilón miré que un Palillo salía de la marquesina rota de un Hogar de la Comuna, aplastaba las esquirlas de cristal y avanzaba con la porra en ristre. Me lancé sobre ella para que el agua no le derritiera el pecho. La aplasté un poco con el codo al momento que imaginaba cómo mi anillo se extendía en la curvatura de un escudo. Logré desviar el chorro de veneno. Sentí al líquido sisear contra el metal de anguis.

El resto de sus compañeros no abandonaron formación, plantaron los pies.

Empujé a la niña y la hice rodar sobre el asfalto.

—¡Corre! ¡Vete de aquí!

Ella no esperó que lo repitiera, sujetó su escudo, agarró su lanza y corrió con la tropa en dirección a las fábricas o al puerto de barcos mercantes.

—¡Gracias, Juanito!

Nunca había visto esa parte de la ciudad, pero intuía que las cosas eran más fáciles de ese lado, tal vez porque los edificios no eran blancos, esféricos y tenían únicamente una puerta de entrada o salida. Pelear de este lado era como moverse por callejones. Tal vez habían ganado porque contaban con máquinas que eran fáciles de hacerlas explotar. Fuera como fuere la carnicería estaba de este lado y yo no había tenido tiempo de memorizar el mapa de la ciudad como para huir a barricadas más resistentes.

Afirmé mis pies sobre el suelo sin soltar el escudo mientras el Palillo se reía.

—¿De qué te ríes? ¡MÁQUINA ASQUEROSA!

Tenía que controlar mis arrebatos de ira, pero no había tiempo para contar hasta diez o tomarme un té de tilo.

—Me rio de ti, cuatro ojos ¿Qué no es obvio?

—¿Sabes que sí es obvio?

El Palillo pasó el peso de cuerpo de un pie a otro, cavilando si seguir la discusión.

—¿Qué? —se interesó.

—La paliza que te voy a dar.

—¡¡¡Pfff!!! Eso no es obvio ¿Sabes que sí es obvio?

—¿QUÉ? —increpé.

—Que tienes cuatro ojos, pero cuando acabe contigo no tendrás ni medio.

—¡Ja, cuando acabe contigo desearás tener ojos para lloriquear como el bebé que eres! —contraataqué.

—¡Eso no se lo cree ni tu madre y seguro tu madre es una tonta que cree hasta en el horóscopo!

—¡Al menos tengo madre, a ti seguro te parió una aspiradora!

—¡¡Muéstrame lo que tienes, niño bonito!! —retó alzando su porra-pistola.

—¡¡Hermosas últimas palabras!!

Columpié a anguis tras mi espalda para tomar impulso, en el trayecto la sentí estirarse en toda su longitud y aplanarse hasta convertirse en una jabalina. Había visto por la tele que atletas lanzaban jabalinas en las olimpiadas y fue lo primero que pensé para defenderme, porque la espada no servía contra un arma de larga distancia como la del Palillo. La lancé con todas mis fuerzas en dirección a su abdomen, impulsándome hacia delante como si fuera a caer.

La estocada lo perforó, la punta de la jabalina se clavó en la grava perpendicularmente y el impacto levantó al robot del suelo, que quedó suspendido como el muñeco de un auto. Ja. Gané.

Sentí calor en mi brazo derecho, bajé la vista y noté lo que ya me temía, la manga de mi pijama marrón había desaparecido para dejar en su lugar un panorama alentador... alentador para el Palillo. La camisa se había chamuscado hasta el hombro, mi piel blancuzca era un hervidero enrojecido y desollado. De hecho, ya no tenía piel, se había desvanecido, solo quedaba carne despellejada, retorciéndose como un puchero o una calle con baches. Vapor se desprendía de mi cuerpo que siseaba como la plancha de un horno.

Caí de rodillas y no pude evitar gritar hasta quedarme ronco. Me sujeté el hombro porque sentía que el brazo se me iba a caer, ojalá hubiera sido el caso porque sentirlo era un martirio. Mi frente golpeó contra el asfalto, las gafas se me empañaron y después de aullar, continúe bramando contra la grava.

—¡AAAAAHHHHH! ¡MIERDA, MIERDA SANTÍSIMA! ¡HIJO DE LA GRAN PUTA, VOY A MATARTE JODIDO BASTARDO!

Pero ya lo había matado.

El cadáver de la máquina continuaba colgando de la jabalina enterrada en el suelo. Sus pies planos y blancos todavía se mecían lentamente por el impacto. Parecía decoración de Halloween.

Me mordí la lengua. Yo no era de decir palabrotas o maldecir. Si mi madre me oyera en ese momento me hubiese encerrado en un internado de jóvenes criminales para que no terminara mis noches jugando póker con mujerzuelas y bebiendo lavandina.

Gruñí entre dientes. No solo me habían caído unas gotitas como a Veintiuno o a 1E, me había llevado casi todo el chapuzón. Traté de serenarme, como me habían enseñado en el Triángulo, pero dolía mucho.

—Basta. Basta. Basta. Estás bien... es-s-stás-s b-bien.

Era necesario encontrar a mis amigos y sacarlos de ese manicomio. Estaba solo en esa guerra. Debería arreglármelas yo.

Mi padre adoptivo... mi papá había querido hacer tacos una noche de sábado porque Narel se había ido con sus amigas y le daba lástima que yo no tuviera ningún compañero de clases al que le cayera bien. O vecino. Me pidió ayuda con los tacos y nos encerramos en la cocina. Él se había puesto un divertido delantal de conejito. Recordaba que cuando tenía que cortar cebollas el olor irritaba mis ojos. Él había dicho que estaba comprobado científicamente que si contabas una historia en voz alta los ojos picaban menos porque tu cerebro estaba concentrado en otra cosa.

Si cerraba los ojos todavía veía su sonrisa bajo la luz amarilla de la cocina. Las sonrisas no se dibujan, se tallan y por eso son difíciles de borrar, mucho más de olvidar.

Siempre había dudado de su consejo, cuando mi papá quería tener razón decía que todo estaba comprobado científicamente, aunque no lo estaba. Como el brazo me escocía condenadamente traté de seguir su consejo:

—Había una vez un caballero de armadura irisada, que era un trotador y visitaba los mundos que solo empezaran con la letra "S" porque creía que era la mejor letra del diccionario...

Un grupo de Salivantes conformados por un chico de dieciséis, una muchacha de catorce o quince y un hombre de veinte pasaron corrieron descalzos a mi lado, sin reparar en mí. Tenían ojos únicamente para todo lo que fuera vengable, es decir, estaban interesados en destruir cosas de Logum. Y yo ya ni como cosa me veía. Jadeaba grandes bocanadas de aire, mi aliento estertóreo y sus pasos abrumaban la calle.

Corrían cogidos de las manos como si fueran a bailar.

—¡Véngate! ¡Véngate! ¡Véngate! —canturreaban.

Continuaba arrodillado de rodillas, inclinado, deslicé la frente y apoyé la oreja contra la calzada de asfaltó. Cerré los ojos, apreté los dientes y grité:

—¡Ya váyanse! ¿Qué no ves? ¡Estoy contando una historia!

—¡Destruir a Logum! —vociferó el hombre—. ¡Gartet! ¡Y Logum! ¡Y Pandora! ¡Y Litwin! ¡Destruir!

—Ah, sí, no me digas.

Me incorporé, quité la mochila que cargaba, primero la correa izquierda y luego cuidadosamente la derecha porque no quería que me tocara la carne irritada. Busqué con rapidez algún tónico, me temblaban las manos. No había nada, 5M había revisado nuestro equipaje así que seguramente nos había quitado los medicamentos.

Encontré pasta de dientes. El grupo de Salivantes corrió lejos de allí. Ya qué.

Sabía que la menta ayudaba a aliviar las quemaduras, pero dudaba que la pasta de dientes solucionara en algo realmente. Tiré casi todo el pote sobre mi brazo derecho y sentí una sensación refrescante en la herida. Algo era algo.

También me tomé tres ibuprofenos, porque era lo único que tenía.

Escuché un estruendo y el suelo tembló ligeramente ¿Eso había sido una explosión? Ni modo, primero mi brazo.

—No te distraigas, Jonás —musité para mí mismo.

Es lo que diría Petra, al menos.

La pasta de dientes comenzó a mancillarse, había cenizas en el aire, humo, polvo y partículas negras. Siempre había habido, pero hasta ese momento no había estado tan consiente. El dentífrico adquirió un color gris sobre mi herida. Tragué saliva, me puse de pie, desenterré la jabalina y la visualicé como un escudo otra vez. El cuerpo del palillo que estaba encertado cayó al suelo cuando el filo de la hoja se encogió y cambió de apariencia.

La batalla no había acabado.

Aunque estaba más destrozado que nunca veía dos cosas positivas.

La primera era que antes parecía que en mi mano derecha tenía un guante de cicatrices, ahora tendría todo el brazo completo recorrido por estrías, piel arrugada y demás.

La segunda era que me sentía como una cucaracha, imposible de vencer, siempre resistiendo al veneno. Tal vez fuera un pensamiento muy digno de Berenice, pero Gartet ya se encargaría de pagar todo lo que me había hecho a mí y a todos los mundos que colonizó.

—¿Qué no ves?

Giré en redondo. La chica del grupo de Salivantes se había quedado viéndome. Tenía las manos llenas de sangre porque apretaba encolerizada los puños y con las uñas se estaba lastimando la palma. Fruncía el ceño enojada porque la habían dicho que obedeciera a las pantallas y las pantallas le ordenaban que destruyera todo.

Tenía mi edad, pero estaba claro que eso era lo único que teníamos en común. Su cabello caoba y enmarañado se le caía sobre las mejillas delgadas, sus pies descalzos estaban tan hermosos como mi brazo. Dudé. Turbado solté ruiditos sin poder articular palabra.

—¿Me...? ¿Puedes entenderme?

Pasó el peso de su cuerpo de un pie a otro. En la maga tenía bordado el día de su nacimiento: 3F.

—¿Qué no ves? —repitió y apretó la mandíbula.

—¿Sigues ahí adentro?

—¿Qué no ves?

Se dio la vuelta y corrió lejos de allí. Como no tenía nada mejor que hacer la seguí arrastrando los pies. Ella me esperó en la esquina, dando puñetazos limpios al suelo, desollándose los nudillos y jadeando como asmática. Me vio llegar de reojo. Con los ojos dilatados y cargados de lágrimas de dolor, se puso de pie y continuó corriendo.

Otra cosa a favor: ya no quedaban muchos soldados en ese sector de la ciudad. Únicamente permanecían sus restos y los de algunos Salivantes y niños que habían dado su vida por... por... ¿libertad? ¿Así de cruel era la libertad? Ya ni siquiera sabía si valía la pena.

Todo estaba sembrado de cadáveres, como un campo de muerte. Semillas que no germinarían.

Un Hogar de la Comuna se había desmoronado porque un barco había descendido del cielo hasta allí. La estructura era una maraña de llamas, metal, hollín y restos del navío, entre ellos un mástil astillado sobresalía de las ruinas al igual que una aguja de iglesia. También encontré entre los escombros algunos cuerpos de monstruos, soldados de Gartet o mercenarios que comercializaban en sus mundos colonizados. Eran los pasajeros del barco. Incluso estaba su mercancía esparcida por doquier. Había muchos pollos de goma, los mismos que había encontrado en Galés, mientras escapaba de La Sociedad.

La ironía me hizo reír.

Capté que la arenilla del suelo y los trozos de rocas temblaban, como si estuviéramos cerca de la estampida que había acabado con el papa de Simba. Denotaba que el zumbido de los corazones retumbaba en toda la ciudad.

3F agarró enardecida un cascote del suelo y lo arrojó al fuego, gritando como un luchador a punto de hacer una llave.

Miré hacia arriba, pero no encontré navíos, solo lograba identificar una extensión interminable de basura. Era un cielo marrón oscuro, casi negro, como grasa de motor. Aquel dosel de desperdicios, se veía tan pacífico desde la tierra que me entraron ganas de refugiarme en la guarida.

La niña rubia había tenido razón, alguien había logrado apoderarse del cielo y estaba haciendo que los navíos se chocaran entre ellos. Con suerte tenían prisioneros a algunos trotamundos y monstruos que podíamos llevar al Triángulo. Necesitaba llegar cuanto antes al sector de fábricas. Si no recordaba mal el Banco estaba en el centro de la ciudad, así que limitaría con las industrias.

3F recogió un cascote del suelo y estaba a punto de arrojarlo a las llamas por segunda vez cuando la sujeté de la muñeca y le agité cariñosamente el brazo para que lo soltara. Era el gesto que hacía mi madre cuando me embarraba las manos o agarraba bichos en el jardín.

—¡Estoy contando una historia! —repitió lo que yo había gritado hace unos minutos, pero con la voz ronca de la ira.

—Ja, ja, muy graciosa. Voy a las fábricas. Puedes romper cosas allí. Véngate —sus ojos resplandecieron de placer—. Vengarte en las fábricas. Ve a las fábricas, llévame ¿Dónde quedan?

—¿Qué no ves? —rugió, apretó los puños y corrió hacia una calle en particular.

Rogué para mis adentros que ahora que se olvidaran de la regla de no sentir nada pudiera razonar un poco, aun enojada. Es decir, 5M les había dicho que dejaran la lealtad y se olvidaran del mandato que los obligaba a ocultar todos sus sentimientos y pensamientos, les había pedido que sacaran su ira y nada más; pero tenía que haber una persona en toda la ciudad que pudiera haber sacado algo más.

Imploraba haberla encontrado. De esa forma, solo de esa forma, sentiría que no todo estaba perdido.

Corrimos hacia una calzada que descendía en dirección a un terreno inclinado.

Noté que allí había una laguna, no alcanzaba a atisbar el fondo de la calle. Aparecía abruptamente. Todo ese lugar en la ciudad estaba inundado de aguas negras por el hollín. Solo se veía la coronilla de los Hogares de la Comuna, o sea, su terraza, el resto estaba sumergido. Alguien había comenzado a detonar las represas y a liberar el curso de las antiguas cascadas de Nózaroc y ahora estaba en un laberinto de canaletas.

De repente comprendí la idea que había tenido los niños.

El Banco se hallaba en el centro de la ciudad y era el terreno con menos elevación ya que todo Norazóc era un entramado de pendientes y bajadas. Si liberaban toda el agua de las represas esta se derramaría y descendería hasta el centro de la ciudad y las zonas bajas. No solo el Banco quedaría al fondo de un lago artificial, sino que también los corazones y el ruido. Tendrían más tiempo. Y el tiempo era importante en una situación como esa.

En el agua flotaban restos de colchón, cajas, maderas y algunos... desvíe la mirada. No quería ver eso. Sentí un crujido en mi cabeza, como si la mente que me hacía funcionar se rompiera. El brazo me latió, suministrarme lacerantes avalanchas de dolor, todavía me hervía al punto de querer llorar. Todo se estaba saliendo de control. Más que nunca quería ir al sector de fábricas. Intuía que ahí podrían estar Sobe, Berenice, 1E, 17N o Veintiuno y Seis. La idea de las represas parecía venir de ellos, era demasiado estratégico.

Me pregunté qué estarían haciendo. Llevaba más de cinco horas separado de mis amigos.

Descendí lentamente por la pequeña callejuela que se parecía mucho a una rampa y me zambullí en las partes acuáticas de la ciudad. El agua estaba helada y vibraba como si estuviera cerca de un motor. El frío me aguijoneaba la piel. Me quité el barbijo porque no me ayudaba a respirar. Mis pies no pisaban el suelo, pero todo un año viviendo en una isla del caribe me había enseñado a nadar como un profesional... ebrio. El ruido me calmaba porque me hacía sentir en casa, en el Instituto, disfrutando de la playa con mis amigos.

3F chapoteó, creí que se estaba ahogando, pero en realidad le estaba dando puñetazos al agua, encabronada. Nadé con ella hasta que el parche de pasta de dientes que me había fabricado se disolvió en el agua negra. Nos estábamos acercando al centro de la ciudad, pero el zumbido no se hacía más grave. Eso confirmó mi teoría. El Banco se estaba llenando de agua, tal vez ya se había sumergido del todo.

Eso les daría tiempo para pensar en alguna solución. El ruido y la fuerza en crescendo de las almas ahora era aplacado por una prisión acuática. Fue difícil contener

—Creo que hay esperanza para los Salivantes, 3F.

—Trae tu ira o no traigas nada —dijo mientras continuaba nadando, su voz le temblaba del agotamiento y del frío, pero el agua parecía relajar esa ira que la pantalla le obligaba a sentir—. Sal de la oscuridad. Llénate de valor —repitió las consignas—. Véngate.

—¿Sabes 3F? El año pasado viajé a un mundo llamado Babilon que estaba rodeado de bosque, no como aquí. En ese bosque había unos monstruos hermanos o hermanas o qué sé yo, llamados hijacks. Un hijack es una bestia sin forma, que es invisible y se mueve rápido. Esos monstruos poseen cuerpos, usan a gente como tú de abrigos. Después de poseerlos pueden obligar a todo aquel que no sea un ser mágico que le obedezca. Algo así como están haciendo contigo, pero sin necesitar un corazón. No pude salvar a los catatónicos..., las personas que controló el hijack, pero podemos hacer algo por este lugar ¿O no?

—Recupera tu vida —comentó con la barbilla temblando de frío, tosiendo.

—Siempre sabes qué decir para levantarme el ánimo, Tres de Febrero.

El viento arrastraba algunos gritos, pero ya no eran tantos como antes, rogaba que se debiera a que estábamos lejos de la batalla. Llegamos a una calle empinada como la loma de una montaña rusa y emergimos del agua congelada y negra. 3F tosió, gimió enfurruñada como si no quisiera hacer lo que estaba haciendo, pero comenzó a patear rocas chamuscadas que encontraba a su paso.

Agarró una pierna robótica y la blandió como si fuera un bate para golpear una cortina de lona que se tendía de los restos de un edificio al suelo. Era la vela de un navío hecha girones. Parecía que quería quitarle el polvo a la alfombra de un gigante.

La calle ascendía treinta metros hasta una colina donde alguien había hecho una barricada con cajas de cena. Al fin le habían dado una buena utilidad a esa bazofia. Cientos de paquetes estaban apiñados como si hubiera reventado la oficina de correos UPS.

Miré mi brazo, el dolor regresó latiendo intensamente al momento que salí del agua. Contemplé el cielo, preguntándome cuándo acabaría ese calvario. De repente comencé a escuchar una canción.

Y ahora soy un hombre nuevo

Miro más al cielo

Y cuento estrellas al dormir

¿Estaba escuchando a David Bisbal en una guerra de Nózaroc?

Me levanté de un salto, agarré a 3F del hombro y la empuje en la dirección que yo caminaba. Subimos la calle empinada y trepé la escabrosa barricada de cajas mientras 3F se quedaba en la base, aplastando los paquetes con su nuevo bate y gritando enojada.

La música se detuvo rapidamente y comenzó a sonar Boy With Luv de BTS, una banda que le gustaba mucho a Dagna, Dante y Berenice.

Empecé a escuchar susurros.

No pude evitarlo y seguí el sonido.








Feliz cumple atrasado a @melmamenco 

Rompí mi racha de publicaciones en los días de cumpleaños :')

Cumpliste el seis de noviembre, pero estuve algunos días sin acceso a la computadora, así que con un poco de pena te regalo tus capítulos seis días después.

¡Ojalá la hayas pasado bien! 

¡En fin, hay un capítulo más así que espero que te gusten, aunque te tocaron partes un poco turbulentas jaja! 

Nos vemos en el siguiente apartado :v

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