No tengo madera de empresario

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 Dante era buen chico y todo, pero solía ser el tipo de personas que sucumbía rápidamente a los nervios.

 Para el cumpleaños de Dagna ambos quisimos hornearle una delicia de Alemania (Miles ya se encargó de decirnos que sería una idea destinada al fracaso porque Alemania no tenía delicias). Le pedimos permiso a Aurora para que nos dejara usar la cocina y conseguimos todos los ingredientes exóticos. No recuerdo bien cómo pasó, pero Dante perdió la calma y terminamos roseando el horno con un extintor; de todos modos nuestro obsequio fue mejor que el regalo de Sobe: cupones para abrazos.

En fin, a pesar de que él nos había encontrado en Londres, por el momento no sabía cómo, Dante estaba mucho más nervioso de lo normal, lívido e inquieto.

Se movía mucho, retrocedía unos pasos y luego los volvía a avanzar, parecía que se encontraba bailando unos pasos de flamenco. Su nariz la tenía roja del frío. Vestía el uniforme del internado al que asistía casi todo el año: pantalones de vestir, mocasines, camisa, corbata azul y un abrigo con la capucha de piel.

Creí que me chocaría los puños o me daría un abrazo, pero me tomó de los hombros y soltó una explicación sin tomar aire:

—Cuando hablé contigo quise decirte que también estoy en Londres. Mi familia tiene una casa de invierno aquí. Como sea... me voy con ustedes. Además de buscarlos como loco estuve toda la mañana tratando de contactarme con el Triángulo pero no responden mis llamas telefónicas no por medio de estas chorrada —Me soltó uno de los hombros sólo para sacudir las gafas que Sobe había inventado— . Temo que algo gordo pasó en la isla. Y no quiero ser pesimista...

Iba a decir algo pesimista.

—Pero me considero el tipo más afortunado del planeta por haberlos topado de casualidad, no planeo dejar a los últimos amigos que probablemente aún me quedan. Voy a acompañarlos a donde sea que vayan.

Vi que cargaba una mochila. Al parecer había empacado rápido porque no había tenido tiempo de sacarse el uniforme. Me soltó lentamente como si temiera que fuera a correr y metió las manos en los bolsillos. De su cinturón colgaba un cuchillo y una pistola, había salido armado.

Estaba asombrado y feliz por tener a Dante con nosotros, pero mi cerebro no podía procesarlo. Era como que de repente descubrieras que los unicornios son reales (lo son) estarías encantado porque sería un descubrimiento chulo y todo, pero aun así no podrías evitar mostrarte sorprendido. Y Dante era como ese unicornio para mí.

Me alegré de no haber pensado en voz alta y traté de ordenar mi cabeza.

—¿Qué haces aquí?

Su postura rígida perdió firmeza.

—Cuando volvimos de Italia el Internado Washcal llamó a mis padres. Tengo problemas de conducta allí, ellos no saben cómo me escapo, pero están cocientes de que lo hago a menudo. Quieren expulsarme, me dieron un ultimátum. Mi papá me llevó unos días con él, tiene una reunión de negocios, mi mamá vino con nosotros porque está armando la defensa de un caso judicial, ambos quieren que aprenda obediencia porque reconocen que tengo responsabilidad... —suspiró y alzó torpemente las manos—. Así que estamos en una de las casas de Londres. Quieren pasar tiempo conmigo.

—¿Una de las casas en Londres? —preguntó Petra—. ¿Cuántas casas tienen en Londres?

—¿Cuántas casas tienen? —inquirí yo.

Él parecía molesto.

—No son mías, son de mis padres. Además, eso no importa ¿No entienden? Si yo los pude encontrar La Sociedad también. Seguí sus esencias porque las conozco y eso me resultó casi más fácil y aunque me costó horrores no quiere decir que otro no pueda hacerlo.

—¿Pero te costó? —interrogó Petra fijándole la mirada.

Dante asintió sin entusiasmo. Tenía un gorro con pompón en la cabeza que se sacudió.

—Sí, vengo buscándolos desde la madrugada. Desde antes que lleguen a Londres. Sólo pude percibirlos cuando estuvieron a unos metros cerca. No sé cómo lo logran los agentes —exclamó compadeciéndose de ellos—. Es mejor que nos movamos, si estamos en un edifico mejor o en un lugar que se mueva como un auto en marcha. Ahora ¿Qué encontraron de la Cura del Tiempo? ¿Qué los trajo a Londres?

Le hice un resumen lo más detallado y corto posible del último día, Petra me apoyó. Narramos desde la participación de los gemelos y la muerte de Lauren hasta el viaje a la posada de Micco y los papeles que había encontrado Sobe con las indicaciones. Eso pareció alegrarlo y alterarlo.

—¿Y bien? ¿Qué esperan? ¿Por qué siguen en Londres? Necesitan moverse. Se le escaparon una vez a La Sociedad cuando arremetan lo harán con todas sus fuerzas. No se queden aparcados en la calle, es donde primero los buscarán, allí y en los hoteles luego en los alberques de indigentes, eso si no cambiaron de vehículo de otro modo lo único que tienen que hacer es buscar el auto por satélite. Al menos díganme que es un transporte común y estándar o difícil de identificar. 

Abrí la boca para contestar, pero no se me ocurrió ninguna mentira. Estaba seguro de que no había muchas minivans con la cara del rey pintada en la puerta o con sillas de jardín en la parte trasera.

—Emm... —Petra se encogió de hombros— es un vehículo ¿con onda?

Dante comenzó a impacientarse mucho, paso el peso de su cuerpo de un pie a otro, cerró los ojos y suspiró buscando su remanso de paz. Se detuvo y se quedó rígido.

—¿Por qué siguen en Londres? —hostigó.

Era cierto, todavía seguíamos en Londres porque necesitábamos un curso y no teníamos. Sobe todavía no había traducido todas las coordenadas. Necesitábamos escondernos en algún lugar, pero un hotel era peligroso y al no tener una mejor opción habíamos decidido esperar en una camioneta que no podía pasar inadvertida.

Tratamos de explicar que estábamos un poco acorralados sin hacerlo sonar drástico ni alterarlo demasiado, pero a medida que hablábamos un tic se apoderaba de su ojo y retrocedía como si también nos diera por muertos a nosotros.

—Así que estamos al descubierto hasta que Sobe logre descifrar una dirección.

—Hasta una o dos horas —añadió Petra tratando de quitarle hierro al asunto.

Dante comenzó a modere las cutículas lo hacía siempre que meditaba algo que le inquietaba. Se rascó el mentón con aire pensativo como si tuviera una espesa barba, cosa que no era así, solo contaba con vellitos.

—Pu-puede que haya otra opción —notificó formalmente como si estuviera leyendo las condiciones de un contrato enfrente de una corte—. Mi casa está a unos minutos y es seguro. No nos buscarán allí.

No pude evitar mi entusiasmo. Di un pequeño salto y esa vez yo lo tomé de los hombros:

—¿De veras lo dices?

—¡Eso es genial! —Petra lo abrazó con una sonrisa cálida.

Dan la observó conmovido e incómodo, le dio unas palmadas en la espalda y agregó encogiéndose de hombros torpemente.

—S-sí no creo que moleste. No estarán felices, pero es la única opción. Sólo me pusieron una condición, nunca traer a la casa cosas extrañas. Ellos odian las cosas de otros mundos.

Petra titubeó y Dante agitó las manos y aclaró:

—Ellos no saben que eres de otro mundo y ni lo notarán, lo único que te delata son tus ojos multicolores, pero no creo que lo adivinen —aseguró—. Odian las cosas que raras, monstruosas, ridículamente diferentes, que, que sí parecen de otro pasaje.

Petra y yo nos lanzamos una mirada significativa. Eso estaba mal porque teníamos que refugiarnos en algún lado, pero también teníamos un Phil, que era raro, monstruoso y a veces ridículamente de otro mundo.

—Espero que la regla tenga excepciones —murmuré y Dante palideció.





Acá ya es primera hora de sábado pero ignoremos eso,

 mi día no acaba hasta que me vaya a dormir jajajaja

¡Buen viernes y feliz fin de semana!

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