Nos arrancan el corazón.

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Mi familia nunca había tenido buena orientación, cuando era pequeño e iba al parque me perdía en los tubos de tobogán y me echaba a llorar, Narel tomaba eso como excusa para reírse de mí y decirme que era un cuatro ojos llorica. Tal vez tenía razón, por lo de cuatro ojos, digo.

Ella también era buena para perderse como aquella vez que quiso regresar caminando del cole y tomó el autobús equivocado. Mi padre tuvo que hacer una hora en automóvil para buscarla y yo lo acompañé solo para no perderme su cara de fastidio cuando él la recogiera. Ahora, años después, entendía que no permitía que Narel regresara sola del colegio o se separara mucho de mí porque ella era una Abridora y yo, como Cerra, debía neutralizarla.

Sabía que mi familia era de perderse rápido, pero estábamos hablando de otros pasajes.

No entendía cómo el oso de Eithan pudo haber terminado en ese mundo. Se suponía que el portal lo había llevado a Babilon ¿Cómo Dracma había dejado sus recuerdos en un peluche como ese? ¿Quién consolaría a Eithan si Miel estaba ahí?

Tenía que ser duro, rudo, urdo... mi mente era una maraña.

Ni todos los diccionarios del mundo alcanzarían para definir el desconsuelo que me asediaba.

Sentí que anguis se extendía y el peso en mi mano aumentaba, noté la oscuridad que emanaba la hoja de la espada, era como la luz, pero en el sentido inverso. El zumbido continuaba siendo igual de irritante, pero había pasado a un segundo plano. Sujeté la empañadura de la espada con ambas manos, al alcé por encima de mis hombros como si fuera un bate de béisbol, 26J y Dante retrocedieron y se cubrieron los ojos.

Rompí el tubo de vidrio donde flotaba Miel. El cristal se quebró al primer impacto, después de todo el filo de anguis cortaba cualquier cosa, hasta el coraje. El agua se derramó a borbotones y el oso de peluche rodó por el suelo.

Strike, Nózaroc.

Agarré el oso, estaba demasiado mojado y escurridizo como si fuera un alga vieja o un panecillo mojado en té. Sentí un nudo en mi garganta. Dante se mordió las uñas.

—Ay, por los pasajes sagrados, acabamos de robar un banco, aunque sea el banco de unos villanos es propiedad privada, a fin de cuentas, ay, ay ¡Mis padres van a matarme!

—Les diré que fue mi culpa —musité.

—¿Eso es la Cura del Tiempo? —preguntó con la voz finita, todavía pavoroso y ambos se acercaron—. ¿Acaso es un chiste? ¿Dracma tiene un oso Bobo como el señor Burns?

—¿El de Los Simpson? —pregunté, que hablara de caricaturas significaba que Dante quería subirme el ánimo, porque él creía que la televisión era poco educativa y no le gustaba del todo.

Aprecié el gesto, él me notaba triste y no conocía del todo la causa.

—Pues ese señor Burns debe ser un amigo de todos los colonizadores o de Logum porque le cedieron un lugar en el Banco —explicó 26J con rabia, como si quisiera pelarse con todas las caricaturas televisivas.

—El señor Burns no existe, era una broma de Los Simpson —Dante jugueteó nervioso con sus manos—. No importa, mis compañeros de internado tampoco entienden mis bromas, son demasiado peliagudas para ellos. Eh, Jonás, deja de abrazar ese peluche, debe estar sucio.

26J erizó el labio de asco.

—Estás empapado de esa porquería ahora. Si el sonido vuelve a marearme mejor deja que caiga al suelo, ni me agarres.

Dante alzó un dedo.

—Pido lo mismo.

—Es de mi hermano —musité con la voz contraída en mi garganta.

—¿Qué? —inquirieron los dos al unísono.

26J colocó los brazos en jarras, sin captar la idea, pero Dante terminó por comprenderlo. El sanctus me había dicho que Dracma sabría dónde estaban mis hermanos. Siempre había creído que él me llevaría hasta su escondite y que los encontraría con vida... pero ahora las posibilidades iban decayendo.

Sonaba irreal.

Si Dracma había dejado recuerdos en ese oso es que había tenido contacto con mis hermanos. De otro modo no podría tener cosas de Eithan, no sin haberlo conocido. Aquel hechicero servía a Gartet porque le pagaba bien por trabajos sucios... no tenía que ser muy listo para deducir que, tal vez, mis hermanos no estuvieran vivos.

Y Dracma no me dijera más que la ubicación de una tumba.

Eso explicaría por qué desde que desaparecieron nunca soñé con ellos, por qué ellos no habían regresado a casa a pesar de que eran dos Abridores y un Cerra. Sobre todo, eso explicaría por qué Gartet y sus magos poderosos nunca habían averiguado nada de mi vida... simplemente porque no podías encontrar a los muertos.

Ellos estaban... estaban... ¿Por qué? ¿Por qué Dracma haría algo como eso? ¿Por qué mis hermanos?

Dracma había dejado fotografías mías y de un grupo de gente en la botica de su amiga Micco. Seguramente era una ruta de asesinatos, qué otra explicación había sino.

«Tengo la impresión de que me estoy perdiendo de algo» había dicho Sobe cuando vio los corazones frescos y no marchitos como 5M había prometido.

La vista se me desenfocó.

—No lo sabes, Jonás. Tal vez no signifiqué nada —aseguró Dante, leyendo mis pensamientos.

26J envainó el machete en su cinturón de herramientas y sujetó el oso de peluche, primero con asco y luego con vigor. Lo miró desde todos los ángulos como si fuera un catálogo de cinturones porta herramientas. Meneó la cabeza, sopesó el juguete en sus manos y volvió a menear la cabeza.

—No pesa nada ¿Cómo es que caben los recuerdos ahí dentro?

—Es magia, la magia no pesa —explicó Dante—. Seguro que cuando Dracma lo agarre se liberarán los recuerdos. Si un mago como Petra toca este oso, te dirá que está caliente o que le quema. Pero a mí nunca me fue bien la magia, los Cerras somos malos con eso. Con suerte Jonás hizo un hechizo en toda su vida y debe ser de un que es dotado.

Estaba alagándome para hacerme sentir mejor. Sentía la mirada de los dos clavada en mí, como estacas que sostienen una carpa para que el viento no la vuele. Dante le dio un golpecito con el codo a 26J, ella abrió los ojos.

—Tú familia está viva Jonás, lo sé, lo sé porque me lo dice mi corazón —aseguró llevándose una mano al pecho—. Además, tal vez esa no sea la cura, tal vez es una trampa Jonás, no lo sabes, te buscan en todos lados. Tal vez el sanctus... este... —miró de refilón a Dante para asegurarse de que iba bien y este asintió—. ¿Te mintió? ¡Sí, el sanctus te mintió!

Dante estaba meneando la cabeza y movió frenéticamente su mano a la altura del cuello como si lo rebanara, pidiéndole que no terminara la conversación. Ella demudó su expresión compasiva y bondadosa al típico hartazgo con la gente.

—¿Qué? Ni siquiera sé lo que es un sanctus —bisbiseó, cubriéndose los labios para que no la escuchara.

—Los sanctus no mienten. Jamás. Son espíritus sabios —susurró Dante, imitándola.

—Entonces consuélalo tú, maldito cerebrito —murmuró bajo, mirándome de reojo para cerciorar que no la oía.

Yo continuaba mudo. Sintiéndome tonto y mudo ¿Ya mencioné que no podía formular ni una silaba?

No tenía palabras, así como tampoco tenía una familia o barba. El zumbido de los corazones se unía al de mis oídos. Traté de regresar a la realidad. Guardé con parsimonia el oso de peluche entre el pantalón y mi cintura. Me mojó el uniforme con ese extraño líquido transparente y gelatinoso, pero no me importó.

—Salgamos de aquí.

—Buena idea —aseguró Dante.

—¡¡Me encanta, buena idea!! —confirmó 26J desenvainando su machete, pero fue tan enfática que parecía gritar «Hay fuego» en una convención de dinamitas.

—Sí, eres muy brillante, Jonás —concluyó Dante.

El segundo halago en menos de dos minutos. Querían regalarme los oídos para que no me echara a llorar.

Había dejado a mis amigos en el Triángulo, me había escapado tantas veces de la isla que me creían espía, había liberado mundos porque quise hacer un atajo para buscar a mis hermanos y acabé llamando la atención del mayor lunático de la historia... había hecho todo eso para buscarlos. Mi vida entera se había derrumbado para solo regresarlos a casa y cumplir mi promesa de que volvería por ellos luego de buscar la linterna.

Pero... pero ellos todo ese tiempo estuvieron... ¿Muertos? No tenía tiempo para ser sentimental. Deberíamos salir de allí.

Nos preparamos para irnos cuando escuchamos una voz.

—¡Quietos!

Giramos en conjunto hacia la derecha. Tres soldados-palillos estaban apostados en mitad de la pasarela y nos apuntaban con sus porras. Dante alzó las manos como si respondiera a policía de nuestro mundo.

Yo por mi parte blandí a anguis y 26J avanzó un paso decidida a luchar.

—Palillos —bisbiseé, agradecido de que no estuviera Sobe escuchar mi comentario.

Dante estaba rígido como un pan de hace tres semanas.

—¿Qué haremos? —cundió rápido al pánico.

—Podrías hablarle de aritmética, así los matas del aburrimiento —bromeé pero sin quitarle de encima mis ojos cargados de rencor a los Palillos.

Sus cuerpos metálicos y delgados eran alumbrados por las luces del barandal y se veían como decoración de Halloween. Tenían las porras en ristre, no sabía si nos arrogarían gas o agua venenosa. Apreté mi mano sobre la empañadura de anguis y mis dedos se llenaron de oscuridad. Nada que pudieran aventarnos tendría más veneno que yo. Me hervía la sangre. Ya estaba cansado de tanta porquería de Gartet.

Uno de los Palillos giró a sus camaradas ligeramente, como si tuviera rasgos o boca en ese inhóspito cráneo.

—¡Ustedes encárguense de la niñita y yo de las otras dos basuras!

—Sí, pero cuál es cuál —refuto otro de sus compañeros, la verdad no sabía cuál de los dos habló.

—¡JAJAJAJAJÁ! —estallaron los tres en risas, arqueando las espaldas, mofándose como si nosotros fuéramos los que se veían idénticos y no ellos.

—Eso es descortés —los regañó Dante, esperando hacerlos entrar en razón y bajando los brazos hacia el arma que traía.

—¡Quietos! —repitió el robot, el que estaba al frente, aquel que parecía mandar y había dado la orden a los otros.

—¡Cómo si fuéramos a hacerte caso! —alcé la voz, cansado de él—. ¡Váyanse o los haré chatarra!

—¿Ah sí? ¡Yo te haré picadillo, costal de carne!

Alcé las cejas.

—¿Ah sí? ¡Pues voy a dejarte como una chapa!

El Palillo pasó el peso de su cuerpo de un pie a otro.

—¿Ah sí? —refutó—. ¡Yo voy a lastimarte tanto que la primera palabra de tus nietos será auch!

—Qué gentil que eres —solté una risa falsa—, conmigo ni siquiera tendrás hijos. Prepárate para morir hoy —discutí, entregándole una mirada incisiva.

—¡No, muere tú!

—Después de ti —mascullé.

Corrí hacia ellos, como prevenía todos me apuntaron con sus porras.

Aquella arma liberó un chorro de agua delgado, amarillo y fino como el hilo de una araña, resultaba una burla, lo esquivé sin problemas rodando hacia la izquierda.

Dante retrocedió dos pasos, desenfundó una nueve milímetros y disparó a la cabeza del Palillo apostado en la derecha. El maldito esqueleto metálico se movió sorpresivamente veloz, saltó a la baranda con agilidad aún más sorpréndete y aterrizó sobre la barandilla sin perder el equilibrio de una forma alucinante. Aunque era una superficie resbaladiza y pequeña corrió hacia Dante con precisión, olvidando que podría derretirlo con su arma, como si quisiera partirle a puñetazos la cara.

Escuché un siseo. No tuve que voltear para adivinar que el suelo donde había aterrizado el chorro de agua se desintegraba. Miré a mi oponente. Aunque no tenía cara me daba la sensación de que estaba sonriendo. Y después éramos nosotros los que teníamos pésimo sentido del humor.

Me apuntó con su porra. Me declaro tonto, pero la agarré a medio camino como si fuera un diploma, la empujé y antes de que la redireccionara, le encesté un mandoble con la espalda. La porra se partió a la mitad y liberó un líquido amarillo. Derramó poco más de un vaso al suelo.

Parecía que el robot se había meado encima, porque el agua amarilla le cayó en los pies. Retrocedí tambaleante, choqué con la baranda y miré cómo la máquina se desintegraba en cuestión de segundos. Sus piernas se fundieron en una masa amorfa y burbujeante y su cadera de metal se corroyó. Agitaba los brazos queriendo agarrarme, pero cuando el agua le tocó el abdomen, congeló sus movimientos como una zarigüeya en peligro.

Alcé las cejas a la estratosfera, impresionado.

Tenían los circuitos de funcionamiento, en la parte donde yo llevaba mis intestinos. Era un buen dato, los zombis morían si le apuntabas a la cabeza, esas máquinas se detendrían con un ataque a las tripas.

Escuché un disparo real, fue como un rugido por encima del zumbido.

Giré.

Dante estaba tendido en el suelo y el Palillo lo montaba a horcajadas. Mi amigo tenía la nariz sangrante y chueca, se la había quebrado, los ojos hinchados y perdidos detrás de la sangre y el cabello lacio y sedoso todo revuelto. Le había destrozado la cara. Corrí hacia él al momento que, más atrás, el otro palillo-soldado le hacía un placaje a 26J y la arrojaba al suelo.

No sabía a quién ayudar antes.

Dante levantó su pistola y le apuntó al Palillo.

—¡Al estómago, Dante! —grité, pero mi advertencia no llegó a tiempo y yo tampoco.

Él disparó a su cabeza y le atinó, pero la máquina continuó moviéndose. El Palillo le arrebató la pistola y en lugar de arrojarla a otro lugar, giró el arma hacia Dante. A velocidad sorprendente instaló el cañón sobre su estómago, para asegurarse de que recibiría la bala. Sentí que la sangre se me convertía en hielo denso.

«¡No!» pensé.

La máquina habló, se burló, dijo exactamente lo mismo que yo:

—¡Al estómago, Dante!

Le disparó. A quema ropa. A Dante.

El estampido resonó en mis oídos.

No pude escuchar a Dante, ni siquiera lo veía, solo notaba la espalda del soldado metálico. Le acerté una estocada en las tripas, rodeé el mango con ambas manos y jalé hacia la izquierda como si cortara un bistec. Mi espada reducía a cenizas a cualquier cosa que lastimara, pero eso no estaba vivo. La máquina calló a un costado, inerte.

Dante estaba con los ojos muy abiertos como si no pudiera atinar a entender qué era lo que había ocurrido. Llevó las manos a la herida de bala en su abdomen, el uniforme no tardó en empaparse de sangre. Me incliné a su lado, puse mis manos sobre las suyas para frenar la hemorragia.

Él trataba de decirme algo, movía los labios, tal vez quería decirme que tenía miedo o que el robot no había seguido las reglas de combate oneroso o que lo estaba tocando con mis manos sucias con gel de los tanques. Pero no podía decir nada, soltaba sonidos inarticulados y gemidos. Rogaba para mis adentros que del dolor y no porque...

La sangre de Dante se derramaba sin tregua, no sabía cómo frenarla. En cuestión de segundos empapó la mitad de su camisa con ese odioso color granate. Tenía que sacarlo de allí.

Entonces vi a 26J. Ella estaba forcejeando con el Palillo restante.

—No, no, no, no me lo quites ¡Es mío! Basta ¡Déjame! ¡No!

Miré horrorizado que el Palillo trataba de meterle las manos en el pecho para arrebatarle su corazón. Y ya se las había metido porque estaban manchadas con sangre, pero no había podido arrancárselo, ella luchaba, reculaba. 26J se revolvía en el suelo y desviaba los dedos metálicos que se hundían en su pecho, trataba de cruzarse de brazos, pero ya no podía frenarlo mucho más. Estaba roja del esfuerzo.

Por un segundo me observó a mí y su mirada se encendió de esperanza.

—¡Jonás, ayúdame, por favor! ¡Jonás no quiero que me lo quite! —lloriqueó como la niña que era.

Me levanté de un salto y alcé la espada, listo para rebanarlo a la mitad como un jodido sushi, pero el Palillo previno mi movimiento. Estaba parado de cuclillas sobre las piernas de ella, saltó hacia atrás, todavía manteniendo la postura encorvada, agarró a 26J de los brazos y la utilizó de escudo. Desvié mi mandoble en otra dirección, pero tenía las manos empapadas con la sangre de Dante y se me resbaló. La espada cayó al suelo y se deslizó lejos como un disco de hockey.

Fue momento suficiente para que Palillo metiera las manos en la abertura que 26J tenía cerca del esternón, ella chilló de dolor, lo sujetó de las muñecas y trató de apartarlo. No tenía tiempo para buscar a anguis.

—¡Basta, suéltame, bastardo! —Su voz se quebró—. ¡No! ¡Es mío! ¡Ayúdame, Jonás! —lloró—. Jo... No dejes que... ¡NOOO!

Me tiré sobre el Palillo dispuesto a que me moliera a golpes como había hecho con Dante, pero él saltó lejos de 26J con algo rojo en su mano, chorreante de sangre. El corazón de ella palpitaba en los dedos delgados y raquíticos del él. Era real, como yo lo vería en una cirugía y bombeaba cada vez con más nerviosismo porque su dueña tenía el ritmo cardiaco disparado.

—¡ATRÁS! —ordenó y apretó el corazón en su mano.

26J aulló de dolor como si fuera una mujer dando a luz, las venas se marcaron en su cuello, los músculos se le tensaron y arqueó la espalda. Jamás había oído a alguien gritar así y tampoco nunca antes tuve un pensamiento tan irracional: quise ser ella. Quise ser la persona a la que le habían robado el corazón para ser yo el que lloraba por la lacerante tortura. De esa manera, el dolor sería solo mío, porque prefería ese tormento a que ver a una niña inocente morir.

Sentí las mejillas rojas de la ira. Me iban a explotar.

—¡Atrás, flacucho con cara de loco! —repitió y estuvo a punto de estrujar aún más su corazón.

Alcé las manos y me detuve.

26J quedó tendida en el suelo, indefensa, sujetándose el hueco vacío de su pecho, respirando grandes bocanas de aire, con lágrimas silenciosas resbalándose de sus ojos. El Palillo esperó un segundo, deleitándose del momento, pasando el peso de su cuerpo de un pie a otro, como un animal.

—¡Jonás, mátame! —balbuceó con lo que le quedaba de voz y estiró la mano en mi dirección, queriendo arrastrarse hacia mí, lejos de la máquina—. ¡Mátame no quiero ser como ellos, Jonás! ¡Jonás, no dejes que...

—DILE QUE NO PUDO SALVARTE. TE ODIO. LLEGASTE DEMASIADO TARDE —ordenó el Palillo sujetando el corazón cerca de su cara sin rostro—. Díselo.

—No pudiste salvarme. Llegaste demasiado tarde. Te odio —escupió 26J meneando con la cabeza, asegurándome que no quería decirlo en realidad, que la estaban obligando, que no me odiaba—. Mátame —agregó con la voz fluctuante y ronca, las lágrimas le bordeaban las mejillas—. Por favor, no me dejes así. Agarra tu espada —suplicó.

—TE MUEVES Y LA MATO —advirtió apretando el corazón entre sus dedos delgados y largos, como si fuera un limón a exprimir.

26J chilló de dolor otra vez y sus alaridos silenciaron todos los ruidos, corrí hacia mi espada, la recogí del suelo, la alcé y avancé en grandes zancadas hacia el Palillo. La máquina intentó esquivarme, pero le atravesé el estómago con el filo de la hoja. El Palillo cayó de rodillas y luego de cara, como si estuviera haciendo yoga e hiciera la postura saludando al sol. En sus manos tenía el corazón de 26J o al menos lo que había quedado.

Me volteé hacia ella con un peso enorme en el pecho y descubrí lo que ya me temía.

Las lágrimas continuaban frescas en su cara y tenía los ojos desorbitantemente abiertos, por el dolor o el pánico. O porque veía algo que no pudiera creer. Nunca lo sabría. Los brazos estaban descansando sobre su abdomen, sus manos estaban cerradas como puños sobre la abertura vertical de su pecho y ella, definitivamente, estaba muerta.

Caí de rodillas y me arrastré hasta su cuerpo en el suelo. Ella no pesaba mucho, pero su cinturón de herramientas sí, no sé por qué siempre lo cargaba a todos lados.

Las lágrimas que había contenido hasta el momento de desbordaron de tropel. Los ojos me quemaban.

—Lo siento, lo siento —Le sujeté la cara con ambas manos y la sacudí, todavía estaba caliente, sus lágrimas empapan mis manos—, por favor, perdóname. Enójate conmigo. Veintiséis. Por favor, Veintiséis. 26J ¡Anda, enójate!

¿Cómo es que sus lágrimas me mojaban, pero ella ya no me respondía? ¡Seguía ahí por todos los cielos! ¡La estaba sosteniendo! Esperanzado pensé en devolverle el corazón, tal vez así despertaba, como lo hacían las princesas dormilonas. Miré de soslayo el Palillo que estaba arrojado como un juegue, parecía que en sus manos tenía mermelada en lugar de un corazón.

—¿26J? ¿Veinti...veintiséis?

Dante soltó un gemido.

Él seguía vivo, debería ir por él. Mis manos cubiertas de cicatrices y enguantadas con sangre temblaban como gelatina. Sentía una mascareta de pánico sobre las mejillas. La tendí cuidadosamente, arreglando el cuello arrugado de su camisa. Aturdido fui hacia Dante, él continuaba en el suelo, pero se había acorralado contra la barandilla, estaba entado, mirándose el abdomen con el mentón pegado al pecho, preguntándose cómo resolver eso, tocándolo con los dedos.

 Me incliné delante de él y miré sobre mi hombro a 26J. Muerta. No se movió ni un centímetro, su cuerpo estaba como lo dejé. Como la cama que dejas revuelta a lo largo del día, con cada arruga ahí, cada detalle. No quería dejarla. Ella me había pedido ayuda. No podía abandonarla en aquel lugar.

La había conocido la mañana anterior, pero sentía que había pasado mil años desde entones.

—Dan, Dan, necesitamos irnos de aquí ¿Podrías ponerte de...? Yo me encargo —quise levantarlo, pero estaba realmente pesado, mis rodillas chocaron en el piso—. Dan, por favor di algo. Lo que sea, por favor. No me aburres cuando hablas de aritmética o de leyes. De verdad que no. Era una broma que no tuve que hacer, tu madre tiene razón. Estoy mal de la cabeza. Lo siento, Dan. 

 Él movió los labios y trató de hablar, pero bisbiseaba palabras sin sentido, cada vez con menos fuerza. Lo giré y comprobé que había orificio de salida. Suspiré aliviado. Eso era bueno, si la bala seguía en su cuerpo no podríamos sacarla. No en ese mundo. 

 Corrientes de aire me agitaron el pelo, oleadas de viento compacto y pesado casi me tumbaron encima de Dan.

Escuché un aleteo. Era Phil luciendo el porte de un cuervo tan grande como una avioneta. Aterrizó en la pasarela con elegancia, escrutó rápido el panorama con sus ojos, soltó un graznido lastimero y se acostó sobre el suelo para que pudiera subir a Dante sobre su grupa con mayor facilidad. En todo momento no sacó sus ojos negros como la brea del cuerpo de 26J. Volvió a piar doloridamente.

Supuse que estaba llorando. Yo también lo hacía. No podía parar. Phil estiró una de sus alas plegadas y acarició las piernas de la niña, la parte donde llegaba a tocarla, como despidiéndose.

No podía sostener dos cuerpos sobre Phil, tenía que amarrar a Dan para llevarme el cuerpo de 26J. No tenía cuerdas. Pensé en convertir a anguis en un látigo, lo usaría como cuerda. Me propuse hacerlo cuando escuché pasos de tropilla en el pasillo. Phil graznó alarmado. Entendí su orden. No había tiempo para los caídos.

Monté el lomo del animal, él saltó y remontó vuelo sobre las pasarelas.

No conocía mucho a 26J, pero no podía dejar de llorarla. Su perdida era como el desplome de todas mis emociones. Aferré las plumas de Phil y enterré mi rostro.

Aquella noche, esa maldita máquina, había arrancado más de un corazón.










Me pareció muy injusto cortarlos en esta parte, así que adelanté el cronograma una semana para que no tengan que esperar.

Je, nos leemos con más noticias en el siguiente capítulo.

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