Un badboy nos invita a beber.

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 La persona que nos devolvió la mirada competiría en belleza con Walton. O sea, era el sueño de la masculinidad: espaldas anchas, metro noventa, musculoso, pero no lo suficiente para intimidar. Giré hacia Dante para comprobarlo y tenía su morena cara roja como una alarma de alerta. Aquel chico lucía piel bronceada, quijada marcada, ojos grises como los de Phil y nariz respingada. Tenía su cabellera peinada hacia atrás, los dientes del peine habían marcado surcos en su cabello bicolor, la mitad negro azabache y el otro hemisferio rojo granate. Avanzó a grandes zancadas con sus piernas largas. Estaba vestido como si fuera un motociclista, con pantalones de cuero que rechinaban, una remera blanca, una chaqueta de cuero, zapatillas de piel y guantes sin dedos, o sea, vestía a casi todo un corral. 

 Le faltaba un cigarrillo en los labios para ser el típico badboy de las novelas que pasaban por canales libres. Arqueó una ceja, sacó un cigarrillo que tenía escondido en la oreja ya lo prendió chasqueando los dedos. Una chispa brotó de su pulgar, inhaló el humo, esperó y suspiró como si ya quisiera matarnos por interrumpirlos. Todas las miradas estaban clavadas en Petra que había tomado el control de la conversación... al menos hasta ese momento.

 Si Petra antes había estado tímida, después de ver a ese chico, hablaba con tanta fluidez como un crío de tres años.

 —Pu-pues —balbuceó Petra, se rascó la nuca—. No-nosotros vinimos por... este... o sea, hay un Dracma Malgor que venimos buscando ¡TODA LA SEMANA! Y... —titubeó más, estrujando los bordes de su camisa y observando repentinamente sus pies o el cielo—. Y... bueno, estamos aquí ¿O no? Así que... a Dracma queríamos darle un trato ¡AMISTOSO!

  Tal vez era su pánico escénico o que le gustaba. Aprecié el intento, pero procuré tomar la palabra antes de que lo hiciera Sobe o Phil porque ambos abrieron la boca para decir algo que no nos beneficiaría. Sentía la lengua pesada, como si fuera una pala cargada de tierra y con cada palabra me enterrara un poco más, no era pánico, eran ganas de esconderme bajo una cara y mirar la oscuridad.

 Me aproximé un par de pasos hacia ellos. Saqué el oso de peluche y se lo mostré a Dracma.

 —Trajimos tus recuerdos.

Dracma Malgor frunció los labios.

—¿Recuerdos? Yo no me saqué ninguno recuerdo —Inhaló aún más del cigarrillo.

—Sí lo hiciste, solo que no lo recuerdas —intervino Dante agitando una mano alrededor de la nariz como si le molestara que fumara, aunque estaba lejos y nos encontrábamos en una terraza.

Sobe trató de apretar la risa entre los dientes y sonó como si se ahogara.

—Trajimos la Cura del Tiempo ¿Acaso no la buscabas? —insistí.

La expresión de Dracma cambió por completo, desorbitó los ojos, catapultó el cigarrillo y pisó la colilla con la suela de su zapatilla. Se volteó hacia el resto de los presentes, alzó cinco dedos y les pidió un descanso de minutos, la chica de pelo blanco revoloteó los ojos, el hombre disfrazado chasqueó la lengua, el muchacho de turbante empujó el aire con las manos como si quisiera disipar moscas, tal vez lo estaba insultando. El resto de las personas, como la mujer canosa, se apartado con ceremonioso silencio.

Dracma Malgor no dijo nada, pero sus gestos eran más rígidos y apresurados. Estaba nervioso. Se limitó a sacar de su bolcillo un pañuelo de lino borgoña y lo desplegó de un lado a otro, la tela floja se extendió hasta medir tanto como una bandera. Aunque parecía raso y pequeño, en cada desdoble se dilataba más. La bandera roja como la sangre se extendió hasta el tamaño de una cortina, la tela cayó al suelo y se amontonó allí, pero Dracma no se detuvo, ese trapo todavía tenía pliegues.

Jamás imaginé que vería a Dracma, uno de los magos más poderosos, agitar un trapo viejo. Había vislumbrado una pelea a muerte, discutir en un comité o que quisiera convertirme en un conejo. Pero no eso.

Retrocedimos hasta donde pudimos, la tela roja se derramaba por todos lados y él continuaba desdoblándola. Sobe fue el primero en pisarla indiscriminadamente, luego Phil, Petra, Berenice, yo y por último Dante que fue recorrido por un escalofrío.

De un momento a otro él tenía metros y metros de tela en las manos, casi acaparaba toda la pista de aterrizaje. Dracma Malgor agitó la parte del telón que sus manos alcanzaban a alzar, como si quisiera desempolvarlo y luego lo soltó. La tela repentinamente escapó de nuestros pies derrumbándonos a todos al suelo. Quién diría que luego de una guerra sangrienta lo que podría tumbarnos era un trapo viejo. Se suspendió sobre nosotros como lo haría un sombrero y repentinamente quedó tendida con la forma cóncava de una carpa.

No sabía en qué momento había aparecido una cama, mesas de noche, velas aromáticas, una mesa de roble lacado repleta de hierbas y utensilios, un caldero sobre piedras al rojo vivo, muebles, bibliotecas, macetas con flora, arbolitos y bayas, ropa de cuero ajustada, una colección de las películas de Tarantino y un cartel de neón con el nombre de un canal de YouTube, seguramente suyo, además de otro montón de cosas que habría en una tienda de campaña de un mago. El lugar olía a flores, especias y aceite perfumada, el suelo estaba tapizado con varias alfombras de tramados, texturas y colores disimiles.

Era agradable.

Vi que un monstruo que no medía más de treinta centímetros, de pelaje rojo, esponjoso, con garras y nariz redonda y naranja, correteaba lejos de nosotros. Apabullado. Se escondió debajo de la cama de una plaza que había junto a la pared de la carpa. Ese bichito se parecía mucho a Elmo de Plaza Sémamo.

Supuse que era su ayudante, el hermano de Bradsontrombondrelagua. Hace una semana Brad, fanático del casino y cabaret del hotel Royal Continental, me había dicho que su hermano trabajaba para Dracma Malgor y que él buscaba la Cura del Tiempo. Me sentí fatal por arrojarlo a un pasaje desconocido solo porque me lo pidió Gabriel, el jefe del establecimiento.

—Por el Soberano —suspiró Petra, que usara expresiones de su pasaje significaba que había bajado la guardia, jamás admitiría que Sobe estaba relacionado con la religión de su mundo.

Observó anonada lo que la rodeaba y miró a Dracma con un genuino brillo de admiración en los ojos, no tanto, porque para ella era de mala educación sostener la mirada.

—No puedo creerlo ¿Acabas de conjurar con cuatro palabras? —preguntó sonriendo como niña en una dulcería.

Sobe se veía poco impresionado por el truco, tenía las manos embutidas en sus bolcillos y aplastaba distraído, con el talón, un ribete dorado de la alfombra, como si eso fuera lo único interesante en la noche. Berenice estaba mucho menos encantando. Supongo que eran tal para cual.

Pero sus actitudes no condecían con personas que acababa de escapar de un genocidio, pensar en lo cruel que había sido con Sobre, por ser un aventurero que lo vio todo, me llenó de vergüenza. Le había gritado que era un tonto por crear las muertes de su hermano, aunque no lo pensara de verdad. De repente sentí la urgente necesidad de apartarlo de un grupo y disculparme otra vez.

Dante apretaba disconforme los labios, observando el techo carmín de la carpa, las nervaduras y palos que sostenían la tela y las demás cosas que se habían materializado allí; tal vez pensaba que era peligroso crear tu casa donde se te diera la gana.

Ninguno entendió a qué se refería Petra sobre conjugar con cuatro palabas, excepto Dracma que sonrió de lado y asintió. Se dirigió al caldero en el centro de la habitación donde burbujeaba agua, agarró un cucharon que colgaba del borde de la olla, lo hundió, miró el interior, olfateó la sustancia bullente y nos miró.

—Así es jovencita ¿Alguno quiere té? Lo dejé listo desde esta mañana.

—Qué imbécil maleducado sirve té a sus visitas —se quejó Phil.

—Puaj, sobras —aportó Sobe.

Berenice sacó una daga afilada y tan larga como su antebrazo, tal vez pensaba rebanarle la garganta cuando le ofreciera un terrón de azúcar.

—No, no aceptaremos ese té, será una visita rápida —negó Dante, cruzándose paranoico de brazos y farfullando como metralleta—. ¿Crees que no sabemos que trabajas para Gartet? Seguro nos sedarás o nos envenenarás por Gartet o, aun peor, nos distraerás mientras llamas a Gartet o nos darás una poción de amor para enamorarnos de Gartet o nos harás creer que somos Gartet. No sé qué harás ¡Pero estoy seguro de que incluye a Gartet!

—Por los portales, deja de decir tanto el nombre Gartet —se quejó Sobe.

—No lo llamaré. Hice algunos trabajos para él... para los conquistadores que le sirven. Pagó bien, pero tampoco es mi dueño. Soy un ser independiente, como todo buen mago.

Su voz era muy masculina, incluso tenía un poco de barba en el mentón. Ser él era mi sueño y el de Petra que apretaba los labios para desdibujar la sonrisa que le nacía con frenesí.

—Tenemos órdenes de búsqueda y captura —dijo Sobe jugueteando con el cristal de lámpara colgante—. Te pagarían un dineral.

Recordé que 1E y 26J coleccionaban los afiches de personas que Gartet buscaba, pensar en ellos fue como si me clavarán una pala en el estómago. Me llevé una mano a la tripa y traté de buscar aire.

—Un mago verdaderamente poderoso no ansía algo tan banal como el dinero... no todo el tiempo.

—Uy, sí, suena muy creíble —se mofó Sobe.

—Me tiene sin cuidado su causa y su ejército. No solo trabajé por el dinero... fue un lindo incentivo, pero, en realidad, los magos más poderosos cumplieron misiones para Gartet porque querían que los dejaran tranquilos. Fue para demostrar que no estaban contra él y que no los cazaran ¿Soy genial? Sí ¿Soy poderoso? Sí ¿Soy guapo?

—¡Sí! —respondieron Petra y Dante al unísono.

—No tanto como yo —dijo Sobe.

—¿Puedo contra un ejército de monstruos y una flota de magos yo solo?

—¡Sí!

—No.

—Oh...

—Si hay algo que tiene Gartet es un número infinito de monstruos débiles, pero la cantidad hace a la fuerza. Derribas uno y aparece otro. Iban a capturarme. Lo hice para no ser cazado y porque venía esquivando a Gartet por más de diez años. Él me puso un ultimátum hace tres: o eres mi aliado o mi enemigo —suspiró—. Hice tiempo. Yo no voy a venderlos, les doy mi palabra —dibujó una cruz sobre la boca y revolvió con el cucharon el té que tenía desde la mañana—. Entonces... ¿Quieren té?

Obtuvo un coro de retraídas afirmaciones, tartamudeamos avergonzados por desconfiar de él cuando técnicamente nosotros lo habíamos buscado y pedido audiencia en mitad de una reunión con sus colegas. Dante volvió a ponerse rojo y pidió azúcar.

—¿Tú eres maestra de las artes extrañas? —preguntó soltando el cucharon.

—Principiante —comentó modesta, sujetándose un brazo con la mano.

—¿Qué es lo que dijiste que hizo? —pregunto Phil.

—Acaba de mezclar las palabras: Paulus aedificate custodi y... attrahunt —Sobe le dio palmaditas en la espalda como si ella estuviera atragantándose, por su parte, Petra le desvió la mano de un cachetazo—. Para el truco de la carpa —continuó explicando—. Significa encoger, construir, mantener y atraer. Puede convocar su hogar con el pañuelo, que es la carpa encogida, más pequeña y sin los muebles. Cuando quiere atrae su hogar otra vez, lo mantiene intacto con la palabra custodi, atrae el resto de las cosas con attrahunt y construye aedificate.

—¡Pero si no dijo nada de eso! —se quejó Sobe, aportando su típica negatividad.

—No que tú lo hayas escuchado.

Dracma sonrió complacido, relajándose de apoco, asintió y caminó directamente hasta una biblioteca que tenía frascos de vidrio con serpientes, flores que se movían, explosiones atómicas en miniatura, tónicos, ungüentos y hasta tierra verde. Él inclinó algunos recipientes para ver las filas traseras, buscó meticulosamente entre el amontonamiento de las estanterías, agarró seis tazas pequeñas, tres con cada mano y se dirigió nuevamente al caldero.

—Pues no suenas como una principiante —comentó con serenidad—. Eres la primera principiante que puede saber todas las palabras poderosas que uso en un hechizo con tan solo verlo —Le tendió una taza vacía y ella la sujetó—. ¿Fuiste instruida por alguien?

—A-aprendí con un libro de artes extrañas que había en mi mundo, lo leía y practicaba a solas...

Recordaba ese libro, lo había olvidado en el Triángulo cuando fue expulsada con Sobe y lo recupero hace dos años cuando pedimos asilo, es decir, la primera vez que visité la isla. Ella había corrido en busca de ese libro de hechizos e instrucciones como si fuera un viejo amigo.

—Me gusta lo que haces ¿Estás a mi nivel? —preguntó Dracma repartiendo las tazas de té vacías.

—¿Nivel? —cuestionó Phil, agarró indagado su taza de té, señaló a Dracma y meneó la cabeza—. Escúchame bien, para empezar, deja de vestirte con cuero así no asustas a nadie, en segundo lugar, no puedes hablarle así a una chica porque ella es una adolescente y tú un adulto ¡Petra no necesita calificarse en niveles para ti! ¿Oíste, maldito fanfarrón?

Agarré a Phil del brazo para que no le tirara la taza de té por la cabeza a Dracma, su modo paranoico y sobreprotector no me agradaba. Me paré de puntillas para llegarle al oído y rumié entre dientes que él no estaba hablando de ese tipo de niveles.

—Hay niveles para la magia, transversus —explicó Dracma paciente, repartiendo la última taza de té vacía a Sobe—, los magos del primer nivel solo hacen pociones de amor, venenos, tisanas para que te crezca la barba o te salgan alas... —tomé nota sobre lo de la barba—, son alquimistas, saben de hiervas, tónicos y convertir las rocas en oro. Los de nivel dos controlan o invocan los elementos como metal, fuego y agua; los de nivel tres se ocupan en hechizos de todo tipo como los que acabo de hacer, hechizos de mensajería, etc... los de nivel cuatro son magos blancos que saben de sanación, cacería, camuflaje y en algunos casos telepatía. Los de nivel cinco jugamos con la vida, la muerte, la juventud y los espíritus ¿En qué nivel estás, querida?

—Nivel cuatro —respondió Petra—. Y no puedo combinar más de dos palabras del nivel tres sin desmayarme en el intento. Solo puedo encoger algo, traerlo, construir una barrera de protección... pero nada más sofisticado.

—¿Te interesa el nivel cinco? —cuestionó Dracma hundiendo el cucharon en el caldero.

Imaginar a Petra inmortal hacía que me doliera la cabeza, tal vez, con suerte, si sabía controlar la magia ella sería la última de nosotros. Petra meneó con la cabeza.

—No me veo capaz de lastimar a nadie... o de vivir tanto tiempo ¿Usted acaso no está viviendo los años de alguien más?

Dracma sirvió en el cucharón un líquido raro, la infusión humeaba y despedía una fragancia apetitosa que me revolvió el estómago, vació un poco en la taza de Petra y otro poco en la mía. Se volteó para repetir el proceso con el resto de los presentes.

—Así es, robo años de vida. Sé que ahora no quieres lastimar a nadie, pero cuando pierdas amigos o familia, tendrán que encadenarte para que no quieras lastimar a alguien.

Me dio la oscura impresión de que Petra algún día se convertiría en ese tipo de persona, me pregunté cuál de todos nosotros sería su razón de venganza. Petra observó el vapor de la taza.

—No me gusta pensar así —respondió abrumada por la idea.







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