19. La dualidad del verbo besar.

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Me desperté a primera hora de la mañana por culpa del canto de Blu, el cual provenía de la casa del árbol situada frente a mi habitación. Me froté los ojos, me desperecé y levanté el brazo derecho; mi mano se paseó con lentitud por el aire, como si tratara de acariciar los rayos de sol que se colaban por los huecos de las cortinas. El calor del alba se enredó entre mis dedos y me embriagó una calidez tan placentera como adormecedora. Adormecido, bajé la mano y acaricié mi cuello para calentarlo. Respiré profundo cuando mis dedos se pasearon por mis hombros y, después, por mi pecho, produciéndome un agradable hormigueo que recorrió todo mi cuerpo. Cerré los ojos para disfrutar de aquella sensación que me resultaba nueva, pero conocida. Extraña, pero plácida.

Quería que mi mano siguiera bajando. Lo ansiaba.

Lo necesitaba.

—Biel, ¿estás despierto? —me llamó alguien al otro lado de la puerta—. Quiero hablar contigo, ¿puedo pasar?

La voz de mi madre provocó que me irguiera al instante debido al susto. Revisé mi alrededor con la mirada, controlé mi respiración que, sin saber por qué, estaba agitada, y le di permiso para entrar a mi cuarto.

Ada accedió a la estancia y se acercó a mi cama procurando no hacer el más mínimo ruido con sus pasos. Ese día no estaba muy arreglada; tenía unas ojeras muy pronunciadas y su pelo rubio alborotado.

—¿Dónde te metiste ayer? —comenzó su interrogatorio—. Llegaste a casa con la ropa empapada y manchada de barro. Te la he lavado —Me entregó unas prendas que llevaba colgadas en el brazo y después se colocó las manos en los lumbares—. Levántate o llegarás tarde al instituto.

—Vale.

Giré el rostro hacia la pared y estornudé. Ella tocó primero mi frente y luego la suya.

—Tienes un poco de fiebre. —Sacó un abrigo de mi armario y lo tiró sobre mi cama. Después se dirigió a la puerta. Al abrirla, se detuvo y me miró de perfil—. Gabriel, ¿sucede algo?

—No —contesté con cierta incomodidad disimulada por mi voz tomada—. ¿Por qué?

—Llevas un par de semanas más tranquilo de lo habitual y parece que no has vuelto a meterte en problemas en el instituto.

—Ajá, ¿y eso es malo?

—No, claro que no lo es —masculló, con un tono igual de molesto que el mío—. Vístete y baja a desayunar, que vas a llegar tarde.

Chasqué la lengua justo cuando cerró la puerta y me levanté de cama. Mientras me ponía unos vaqueros y un jersey de lana beige, le di vueltas a la actitud de mi madre; parecía que nunca estaba contenta. Si causaba problemas, malo. Si no los causaba, malo también. Rumié aquellos pensamientos a tal grado que, al final, decidí colocarme la mochila tras la espalda y salir de casa sin ni siquiera haber desayunado. Lo último que escuché fue a mi madre exigiéndome que diera media vuelta y regresara sobre mis pasos. La ignoré, al igual que al abrigo que quedó en mi cama.

Recorrí el camino al instituto con la mirada fija en el frente y las manos metidas en los bolsillos del pantalón. De vez en cuando tarareaba alguna melodía que había escuchado días antes en la vieja radio que mi madre tenía en la cocina. De pronto, sentí que alguien sujetaba mi mano y la aparté al instante. Al girarme para saber de quién se trataba, descubrí a Irina, la cual observaba cada centímetro de mi rostro con un deje de incertidumbre.

—Biel, llevo un buen rato esperándote. ¿Acaso te has olvidado de que vamos juntos al instituto?

—Ah. Hola, Irina. No me olvidé, es que ayer no fuiste a clase y pensé que hoy tampoco irías.

—Sí, es que tuve que solucionar un problema... —vaciló—. Bueno, más bien lo tuvo que solucionar mi padre y yo le ayudé. Pero no me podía permitir faltar un día más. A los profes no les gusta explicar de nuevo sus lecciones y no quiero pedirle apuntes a nadie.

—Ah, entiendo. —Me encogí de hombros y di media vuelta—. Vamos o llegaremos tarde al instituto.

Irina demoró un poco en seguir mis pasos y pegarse a mí.

—Cuéntame, ¿disteis algo interesante ayer en clases?

—No, al menos que yo recuerde.

—Uy, qué poco puedo fiarme de ti —se quejó y luego me golpeó el brazo con el puño. Yo la ignoré—. Oye, ¿te pasa algo?

—No, déjalo. Ya te dije que pensé que no vendrías hoy.

—No me refiero a eso. Sabes que estos últimos días has estado evitándome. Tardabas en pasar por el aula de Geografía, casi no charlas conmigo y ahora usas cualquier excusa para no ir juntos al instituto. ¿Qué te sucede? Se supone que mañana es miércoles y me llevarás a tu casa, pero no me apetece ir si vas a estar ignorándome.

Me apreté el puente de la nariz con dos dedos y cerré los ojos, detalle que, como comprobé cuando los abrí de nuevo, no le gustó.

—Irina, escucha: no quiero estar contigo después de clase, quiero estar con mis amigos.

La chica se detuvo, agarró las asas de su mochila y miró al suelo con el ceño fruncido.

—Pero entonces, ¿cuándo vamos a pasar tiempo juntos?

Ni siquiera yo había meditado sobre eso, y no me apetecía hacerlo. Lo único que pensaba en ese momento era que no quería llegar tarde a clases, así que agarré su mano para que retomara el camino conmigo. Ese gesto pareció despejar sus dudas, porque apretó nuestro agarre y me sonrió, sin embargo, aumentó las mías: ¿por qué no me producía ningún tipo de sensación agradable su tacto? ¿Por qué la calidez de su piel me resultaba tan banal como tocar una superficie inerte?

Abrumado por tantas preguntas, me zafé de su agarre.

—Eh, ¿qué te pasa? Estás siendo muy brusco conmigo —se quejó, lo que provocó que perdiera la paciencia.

Me detuve frente a ella, deteniendo su avance, y la encaré:

—¿Por qué le dijiste a mi amigo que tú y yo somos novios? Eso no es verdad.

—¡¿Qué?! —exclamó, alzando las cejas—. ¿Cómo que no?

—Claro que no somos novios. Jamás hemos hablado sobre ese tema. No debiste presentarme como tu novio sin ni siquiera consultármelo.

Entonces, sus labios se apretaron y sus ojos se entrecerraron tanto que casi no pude percibir su mirada afilada, clavada en mí.

—Pero ¿a ti qué te pasa? ¿Acaso hay que decirte las cosas con lujo de detalles o qué? Nos hemos besado todos los días durante la última semana. Lunes, martes, miércoles, jueves, viernes —enumeró con los dedos de una mano—. Te he abrazado, me has abrazado mientras nos besábamos y, a pesar de eso, ¿ni siquiera me consideras tu novia? ¿No se te pasó por la cabeza esa idea? Pues, ¿qué soy yo para ti? Porque una amiga está claro que no.

—Nunca pensé que fueses nada para mí —respondí, y me di cuenta al instante de mal que había elegido mis palabras.

Irina apretó con fuerza los dientes y me observó con los ojos muy abiertos. Parecía que intentaba contener un insulto.

—¿Sabes qué? No tengo por qué aguantar tus berrinches ni tu indecisión, no me los merezco, como tampoco me merezco que me besen sin ponerme un nombre, ni que suelten mi mano de esa forma tan desagradable. Si tanto detestas la idea de ser mi novio, entonces no tengo por qué perder tiempo con alguien como tú —sentenció, señalando mi pecho. Era posible que Irina hubiese logrado su propósito, porque sus palabras cargaban tanto desprecio que me molestaron, y mucho—. No vuelvas a hablarme, Biel.

—Como quieras —le espeté, igualando su desprecio—. Total, solo me quitas un peso de encima.

Aquellas palabras destensaron de forma brusca el gesto de Irina, que me observó con la mirada perdida y la boca ligeramente abierta.

—Eres... Eres muy insensible, Biel.

—Ya somos dos, ¿y qué?

Ni siquiera me respondió; levantó la barbilla, se dio media vuelta y emprendió de nuevo el camino al Tereshkova.

Por muy cruel que sonara, lo único en lo que pensé en ese momento fue que por fin dejaría de lidiar con aquella vorágine de dudas que me producía Irina Petrova. 

•••

Los días transcurrieron con mucha tranquilidad pero con rapidez debido a la rutina. Por las mañanas me dedicaba a estar en el colegio, por las tardes pasaba el tiempo haciendo la tarea por más que lo detestase y, de vez en cuando, quedaba con Nikolai para charla y fumar frente al río Vorhölle, como era costumbre desde hacía más de cuatro años.

Mis padres parecían ausentes, o quizás era yo quien lo estaba, porque ni siquiera me apetecía prestarle atención a sus discusiones sin sentido. Mi mente crecía y trepaba lejos de sus gritos, enredándose en aquel chico de cabello negro y mirada ausente que me llamaba amigo, pero que, desde hacía una semana, ya no se reunía conmigo. La última vez que nos vimos fue aquella noche en la que sujetó mi mano y, por mucho que odiase reconocerlo, lo echaba tanto de menos que su ausencia me desgarraba por dentro. Por eso mismo, aquella tarde del veinte de enero, decidí dejar de esperar por él y me dirigí a su casa.

Justo cuando me dispuse a abrir la puerta, la voz de Danika me interrumpió:

—Oh. ¡Hola, Biel!

—¿Y Karlen? —pregunté sin rodeos.

La mujer, que cargaba con una vieja mochila al hombro, se limpió la frente con la muñeca y me respondió con una voz cansada:

—Lleva varios días enfermo, aunque hoy me dijo que se siente mucho mejor. ¿Cómo te va todo?

—Bien, pero me aburro un poco. —Levanté la mano para ofrecerme a llevar su mochila. Ella no pareció entender mi gesto porque lo ignoró, detalle que me causó cierta vergüenza—. ¿Por qué estuvo enfermo?

—A veces su salud es frágil. —De pronto, su hijo abrió la puerta y asomó su cabeza—. Oh, mira quién ha decidido venir a saludar. —Karlen ni siquiera reparó en su madre; su atención estaba puesta en mí, y la mía en él—. ¿Os apetece comer algo? He preparado galletas de fresa.

Entonces, cada uno se expresó como mejor sabía:

—No. Gracias, mamá —dijo él, saliendo al jardín.

—Ew, no, qué asco —rechacé su ofrecimiento, sin disimular una mueca de desagrado.

Danika nos observó a ambos y después dibujó una sonrisa muy amable en su rostro. De pronto, su hijo cogió su bicicleta que estaba apoyada en la pared y me agarró por el brazo.

—Mamá, me voy un rato con Biel. Regresaré, no sé, por la noche.

El chico continuó caminando e ignoró a su madre, que se despedía de ambos con la mano. Yo no tuve otra opción más que seguirlo porque todavía me agarraba del brazo. Cuando nos alejamos lo suficiente de su casa, me soltó, y cuando salimos de El Mercado, aminoró el paso y me confesó:

—Mañana me iré un par de semanas a Visata.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Prefiero no hablar de eso.

No tuve más remedio que aceptar su decisión, porque parecía que el tema no le hacía ni pizca de gracia. Karlen apoyó ambas manos en los manillares de la bicicleta que le había regalado y yo me fijé en lo limpia y brillante que estaba. Intenté utilizar ese detalle como tema de conversación, pero fue en vano. Entonces, cuando nos adentramos en una calle, una voz femenima muy familiar nos detuvo:

—¡Eh, esa es la bicicleta de Biel! —exclamó Yuliya, corriendo hacia nuestro encuentro. La seguían Yerik y también Nikolai, detalle que no le gustó nada a Karlen, porque se tensó. Cuando nos dio alcance, se detuvo y comenzó su interrogatorio—. Tú eres el hijo de los Rigel, ¿qué tal estás?, ¿y qué haces con esa bici? ¿Puedo montarme en ella? —Giró la cabeza y se dirigió a su amigo—. Eh, Niko, ¿tú no querías hablar con este chico?

—Sí, quería hablar con él —respondió, posicionándose frente a nosotros dos—. Pero creo que este es el momento idóneo para resolver algunos conflictos, ¿no te parece, Yuliya?

La chica me miró, resopló y se cruzó de brazos. Nikolai se acercó a Karlen, aunque frenó en cuanto él retrocedió un paso. Después, colocó su mano abierta frente a él.

—Siento mucho haberte pegado el otro día, fue una estupidez. Estaba molesto y la pagué contigo. Espero que me perdones y podamos firmar la paz. —Karlen ignoró su mano, pero asintió sin mucha convicción—. ¿Ves? Así es como se solucionan los problemas, Yuliya. Ahora, ponle fin de una vez a tus dramas con Biel.

La chica y yo rodamos los ojos de puro hartazgo. Yerik, por su parte, nos dedicó una sonrisa entusiasmada.

—¡Aleluya! —clamó al cielo con los brazos extendidos.

—Paso —murmuré.

—Antes muerta —sentenció ella.

Nikolai se frotó la cara y después se echó a reír. Karlen, por su parte, retrocedió un par de pasos de nuevo. Parecía que su intención era huir de nosotros.

—Bueno, al menos estáis de acuerdo en algo, puedo considerarlo un avance.

—Eres idiota —gruñí.

—Y tu cara parece un mojón de cerdo cuando me insultas —se burló y giró el rostro para ver al hijo de los Rigel—. Eh, chico de las verduras y futuro nuevo amigo, ¿a dónde vas? ¿No quieres unirte a nosotros? Dentro de una hora se hará de noche. Tenemos planeado meternos en el bosque por el que pasa el río, encender una hoguera y ver el cielo. ¿Te unes?

Si había algo por lo que se caracterizaba ese chico, además de querer ser el centro de atención, era por su tenacidad y su capacidad de atraer a la gente usando siempre las palabras adecuadas.

Karlen, que había caído en sus redes con un truco muy simple, nos observó primero a él, luego a mí.

—Porque tú nos vas a acompañar, ¿verdad que sí, Biel? —me preguntó Nikolai.

No pude negarme, sobre todo después de percibir el brillo en la mirada de Karlen.

Así que ahí estábamos nosotros, en la entrada del bosque más frondoso de Taevas, con la mirada puesta en un cielo cada vez más oscuro y nublado. Sin duda alguna, mi antiguo amigo había tenido una idea horrible.

—Qué gran idea he tenido —sentenció, callando con su aplastante inconsciencia mis pensamientos y entrando él primero en el bosque—. ¡Vamos al claro que está al lado del río!

Todos lo siguieron salvo Karlen, que se mantuvo quieto tras mi espalda sujetando su bicicleta.

—Me gusta la oscuridad, pero no me gustan los bosques oscuros —me aclaró. Giré la cabeza para verlo de perfil y dejé escapar una corta risa. ¿Por qué era tan simpático?—. ¿Qué pasa?

—Nada, nada. —Le señalé con la cabeza el interior del bosque y comencé a caminar—. Sígueme, no podemos permitir que esos idiotas nos dejen atrás. ¡Quedaríamos como unos cobardes!

Al entrar en la espesura, fuimos engullidos por la oscuridad. Por suerte, tenía a mano mi linterna. Levanté la vista para buscar algún resquicio de luz en la luna, pero las ramas de los árboles cubrían el cielo como una vorágine negra, como monstruos que nos techaban con sus gigantescas garras. Cuando alcanzamos al grupo, supe por sus muecas y su silencio que estaban asustados, pero yo no sentía el más mínimo miedo ante el peligro que evocaba aquella oscuridad.

Al dejarlos atrás, noté que Karlen se aferraba a mi brazo. Ese detalle no me molestó en lo más mínimo; de alguna forma que ni siquiera entendía, me agradaba mucho pensar que aquel chico encontraba algo semejante a un refugio en mi persona.

—¿Tienes miedo? —pregunté lo evidente. Él asintió con un poco de pesar, como si le molestara reconocerlo—. No te preocupes, yo estoy contigo.

Ese comentario pareció relajarlo, porque asintió con la cabeza y aflojó su agarre. Ahí me di cuenta de que me dolía la boca por lo mucho que estaba sonriendo.

Cuando llegamos al claro, recogimos madera y Yerik encendió un fuego con mis cerillas. Karlen dejó su bicicleta apoyada en el tronco de un árbol y todos nos sentamos frente a la hoguera para charlar un rato. Nikolai, que llevaba la voz cantante en el grupo, como casi siempre, nos explicó que el fin de semana anterior estuvo practicando tiro con una escopeta que le prestó su padre. Yulika se dedicó a exclamar asombrada y hacer bromas absurdas. Yerik, que estaba sentado al lado de la chica, se mantuvo el silencio; su mirada perdida en el crepitar de las brasas me indicó que aquella conversación no le interesaba en lo más mínimo. Karlen y yo nos miramos durante un instante que me sirvió para comprender que se sentía desubicado entre aquel grupo de personas con el que parecía no tener en común.

Y en lo que respecta al cielo... Bueno, el cielo estaba tan nublado que resultaba absurdo observarlo durante más de diez segundos.

—Eh, chico —exclamó Nikolai, captando la atención del hijo de los Rigel—. ¿Por qué no nos cuentas algo sobre ti? Es que lo único que sabemos es que eres de Visata y tus padres tienen una tienda.

Karlen miró a los lados, como buscando una escapatoria en alguno de los presentes. Después, se echó hacia atrás y negó con la cabeza.

—Déjalo —interrumpí—, si no logro que me cuenta nada a mí, menos te contará a ti.

—Pero bueno, ¿se puede saber quién te ha nombrado representante del visato? —intervino Yuliya.

Nadie respondió, por lo que reinó un silencio bastante incómodo entre nosotros que solo era interrumpido por el crepitar del fuego. Nikolai apoyó un brazo en la pierna flexionada, rodó los ojos y volvió a posarlos en Karlen. Después, negó con la cabeza y tiró una ramita en la hoguera.

—No hay problema, si te da vergüenza hablar, podemos presentarnos nosotros —concluyó, para mi sorpresa. Acto seguido, señaló a Yerik con otra varita de madera—. Este mudo de aquí es Yerik. Que no te engañe su silencio, porque es el rey de los cotillas; se entera de cualquier chisme incluso antes de que suceda. Su padre trabaja en la central eléctrica y su madre es repostera; prepara unos pasteles que te mueres. —Después, señaló a su amiga, la cual estaba de brazos cruzados con el ceño muy fruncido, y parecía gritarle con la mirada que se callara—. Esta es Yuliya y es una payasa. Sus bromas son tan predecibles que los profesores la mandan callar incluso antes de que hable. Su padre es un cabrón que la abandonó y su madre... en serio, ¿de qué trabaja tu madre? ¿Cómo os mantiene a tu hermano pequeño y a ti? —Yuliya giró el rostro en señal de disgusto, detalle que lo hizo reír—. Y yo soy Nikolai, aunque eso ya lo sabes, y lo más interesante que puedo contarte de mí es sobre el trabajo de mi padre: él es el jefe de policía de la ciudad, así que es el primero en enterarse de cada uno de los problemas, rencillas y crímenes que suceden en Taevas y, como es obvio, yo también me acabo enterando de todo. ¿Qué opinas de eso, chico?

La mirada de Karlen, que hasta ese momento parecía medrosa, se clavó en la de Nikolai y se endureció. Aquel gesto retador sorprendió a todos los presentes, sobre todo a mí.

—Pero por desgracia, todavía no sé nada de ti —aclaró Nikolai, encogiéndose de hombros—. Pensé que era evidente.

Mi amigo decidió ignorarlo y contempló la hoguera todavía con cierta rabia en su mirada, mientras toqueteaba la esclava de plata que tenía alrededor de su muñeca.

—Me parece que ya hemos hablado mucho sobre el nuevo, es mejor que cambiemos de tema. —Entonces, el señalado fui yo—. Eh, pecoso, ¿por qué no nos hablas de cierto secreto tuyo?

—¡Sí, Biel! —intervino Yuliya—. ¿Cómo lograste encandilar a la perfecta y pulcra Irina?

Abrí tanto la boca a causa a la sorpresa que debí poner un gesto bastante ridículo.

—¡Eh! ¿Cómo sabéis eso? —exclamé, y Yerik carraspeó—. ¿En serio? ¡Eres un cotilla!

—En mi defensa diré que os he visto varias veces caminando juntos al lado del Vorhölle, y un día que iba a clases de ajedrez, os vi entrar en el aula de Geografía. No sois nada sutiles.

Todos allí comenzaron a reírse, todos salvo Karlen.

—¿Y qué se supone que hacéis en clase de Geografía? —me preguntó Nikolai con una voz sugerente, mientras movía las cejas de arriba a abajo varias veces—. ¿Un puzzle del mapamundi? ¿Le preguntas las capitales y si se equivoca la castigas?

A su amiga le hicieron tanta gracia sus insinuaciones que se tumbó en el suelo y empezó a reírse de manera escandalosa mientras se abrazaba el vientre.

—¿Y tú qué, Yuliya? ¿Qué haces con Alexander? ¿Estudiar? —me defendí.

Y su risa murió al instante. Se sentó de nuevo y se sacudió las piernas con un gesto serio.

—Es mejor que dejemos el tema —sentenció—. Además, ¿desde cuándo hablamos de estas tonterías?

—Desde nunca, pero podemos empezar ahora —sugirió Nikolai, con un brillo en la mirada que daba a entender que su idea le parecía la mejor del mundo—. Karlen, ¿alguna vez has tenido novia?

El hijo de los Rigel tardó unos segundos que me resultaron eternos en responder:

—Nunca he estado con una chica.

—Ow, qué adorable. Eres igualito que Yerik. —El aludido rodó los ojos con ganas—. ¿Qué te pasa? Todos aquí sabemos que huyes del sexo femenino.

—No me extraña —bufó la única mujer del grupo—, las chicas son idiotas.

Nikolai puso los ojos en blanco ante esas palabras y resopló.

—Sí, claro. Lo que tú digas, antipática —respondió con un tono cortante—. Tienes la mala costumbre de hacer comentarios sin aportar nada a la conversación. ¿Por qué no nos hablas de tu vida romántica antes de Alexander, eh?

Me sorprendió la rudeza con la que el chico se dirigió a Yuliya, quien apretó con fuerza la mandíbula y observó a su amigo con una mirada que volvía a destilar fiereza.

—Pues la verdad es que nunca había estado con un chico, ¿contento? —Él asintió—. Antes de liarme con Alexander, los besos me daban mucho asco.

—¿Por qué? —intervino Yerik, por fin.

—No lo sé... —contestó con una voz seria que parecía un susurro casi inaudible. Al percatarse de que todos teníamos los ojos fijos en ella, se rio de manera nerviosa y prosiguió—: es que los hombres coméis por la boca, ¿recuerdas?

—Sí, claro, porque las mujeres no —ironizó Nikolai intentando aguantarse una carcajada—. ¡Vosotras sois tan finas que inhaláis la comida!

—¡No es eso! Pero por la boca entran todo tipo de porquerías, y hay muchos hombres a los que les apesta el aliento y seguro que la saliva les sabe horrible. —Cerró los ojos con fuerza y fingió contener una arcada—. Se me revuelve el estómago con tan solo pensar en compartir babas con un chico así de guarro.

Nikolai se escupió la palma de la mano derecha e intentó tocar a Yuliya, quien pegó un grito tan agudo que enmudeció a los animales del bosque. Al chico le parecía muy divertida la situación, porque que se le saltaban las lágrimas de la risa.

—¡Por favor, qué manera tan superficial y desagradable de tratar los besos!

—Mira quién fue a hablar, el que se lía con un montón de chicas al mes. ¿Con cuántas te has acostado? Seguro que ya ni llevas la cuenta. —En ese instante, se hizo un silencio sepulcral y revelador que provocó que todos abriésemos la boca, perplejos. Todos salvo Karlen, que todavía parecía sentirse desubicado—. Wow, no me lo puedo creer. ¡Sí has tenido sexo! ¿Cuántas veces lo has hecho? ¿Cuándo fue la primera vez? ¿Cómo se sintió? ¡Cuenta, cuenta!

Yuliya no era capaz de disimular la emoción que le embargaba. Como su amigo no parecía tener ganas de responder, se arrodilló frente a él y comenzó a sacudirle el brazo.

El chico suspiró, contempló el cielo y se resignó a responder:

—No sé con cuántas chicas me he acostado, y mi primera vez fue hace más de un año, pero no recuerdo la fecha.

El entusiasmo de su amiga desapareció al instante. Le soltó el brazo y dejó escapar una risa torpe y cohibida.

—¿Perdiste la virginidad con quince años?

—No, con catorce años.

—Oh, qué pequeño —murmuró, con la vista fija en el pasto—. Uhm... ¿Y cuántos años tenía ella? ¿Catorce también?

—No, veinte años, o quizás veintiuno, ya no me recuerdo.

Todos los presentes sin excepción observamos a Nikolai con una mezcla de estupor y malestar ante su confesión. Yuliya, que parecía ser la más afectada por sus palabras, frunció el ceño y apretó los labios hasta formar una fina línea en su semblante serio. Después, le tocó el hombro.

—Wow, te acostaste con una mujer adulta. —El chico dejó escapar una sonrisa apagada que pareció devolverle la alegría a su amiga—. Eh, felicidades, supongo.

—¿Felicidades por qué? —le espetó Yerik—. Qué asco. Un adulto no debería estar con un adolescente.

—Pero ¿qué dices? No exageres. Niko tuvo suerte de que su primera vez fuese con una mujer experimentada. Seguro que lo disfrutó, ¿verdad que sí? —le preguntó al protagonista de la conversación, que mantenía la mirada puesta en la hoguera, sin ganas de responder.

—¿Ah, sí? Entonces si un hombre de veintiún años hubiese querido acostarse contigo cuando tú tenías catorce, ¿te habría parecido aceptable?

—No, Yerik, claro que no, pero sabes que no es justo que compares mi situación con la suya; él es un chico.

—¿Y qué? Chico o chica, sigue siendo igual de grave.

—Da igual, fue una experiencia de mierda —intervino Nikolai, que parecía harto de esa discusión—. Al igual que el resto de veces.

En ese instante, empaticé con las nefastas experiencias amorosas de mi amigo. Hasta ese instante creía que yo era la única persona del mundo incapaz de disfrutar de algo tan simple como un beso, pero al escucharlo a él no solo me sentí comprendido, sino que me armé de valor para pleantear en voz alta mis dudas:

—Entonces, es normal que todas las experiencias amorosas sean, no sé, ¿raras?

—¿Por qué lo dices, pecoso?

—Porque... Bueno, no sé cómo explicarlo —murmuré tras frotarme el cabello—. Verás, cuando Irina me besa se siente bien, pero lo que ella me causa es momentáneo. Yo deseo que ella continúe con esos besos porque son agradables, nada más. Pensé que al besar a la chica que me gusta sentiría algo duradero, algo especial enfocado hacia esa persona, pero no fue así y me frustra. ¿Qué rayos significa besar a alguien? ¿Qué se siente cuando besas a la persona que te gusta? ¿Cómo fue para ti besar a Alexander, Yuliya?

La chica se mordió el labio inferior, esquivó nuestras miradas curiosas y se permitió unos segundos para pensar, lo que aumentó mi expectación. Tras un minuto eterno, me dio la siguiente respuesta de lo más esclarecedora:

—Qué te importa, baboso.

Acto seguido, Nikolai le dio una colleja por la que soltó un quejido de dolor que volvió a enmudecer a los animales del bosque.

—Eh... ¿Puedo responder a tu pregunta? —intervino Yerik con la mano levantada, como pidiendo turno para hablar. Yo asentí—. Bien, todo lo que te voy a decir ahora mismo viene de la teoría y no de la práctica, porque tú ya sabes que no tengo ninguna experiencia con chicas, pero supongo que el significado de un beso varía mucho dependiendo de la persona a la que beses y de la intención que tengas al hacerlo. No es lo mismo besar a alguien que detestas, que a alguien que te gusta o incluso que amas, así como no es lo mismo besar a alguien solo para complacerte a ti mismo que besarle porque deseas demostrarle que lo amas. Si yo tuviera que besar a una persona, sería a quien quisiese mucho para demostrarle lo importante que es para mí, y estoy seguro de que cuando lo haga, si soy correspondido, lo que sentiré será una felicidad y una satisfacción increíbles. Por eso creo que quizás sí te gusta un poco Irina, pero no lo suficiente, y tampoco la quieres, porque cuando ella te besa, te causa la típica satisfacción que te causaría cualquier acercamiento físico deseado con alguien que atrae, pero, en realidad, ella no te importa como pareja. Es decir, te sería indiferente que te besase ella o alguien que se le parece físicamente.

Todos tardamos un momento en digerir sus palabras, que a mí me resultaron sorprendentes, sinceras y esclarecedoras. Jamás me habría imaginado que podría encontrar claridad en una persona tan hermética como Yerik, y estaba muy agradecido de haber conocido esa faceta suya.

—Iugh, ahora entiendo por qué no tienes novia —declaró Yuliya con una aplastante sinceridad mientras se protegía la cabeza ante otra posible colleja de Nikolai—. Eres tan cursi. Pareces sacado de una de esas novelas románticas que nos manda estudiar el profe de Literatura.

Yerik decidió callarse. Entonces, Karlen intervino, para sorpresa de todos:

—Pues a mí me ha parecido muy bonito lo que has dicho. Nunca había visto ese gesto de esa manera; no solo estás pensando en ti, sino en la otra persona. Eso convierte el beso en algo muy dulce.

—Y por eso ninguno de los dos tiene novia —concluyó Yuliya.

Ahí no pudo esquivar la colleja de Nikolai.

Después de que ambos se sumieran en una pelea de manotazos y babas bastante absurda, la conversación derivó a temas más banales. En un punto dado, el grupo se puso a perseguir a un sapo enorme y asqueroso que emitía un croar semejante al sonido de alguien vomitando. Fue entonces cuando Karlen aprovechó para alejarse de nosotros y sentarse frente a las aguas del río Vorhölle.

—Tu amigo es muy raro, casi no ha hablado en toda la noche —me comentó Yuliya cuando volvió a sentarse delante de la hoguera, mientras se frotaba las manos al pantalón con una mueca de asco muy pronunciada que levantaba su labio inferior—. Ay, qué grima, ese sapo era viscoso.

—Sí, es un poco raro. Muy raro, en realidad, pero me cae bien —añadió Yerik mientras se comía unas bayas que había encontrado entre unas zarzas.

Esos dos compartían la misma inconsciencia ante los peligros de la naturaleza.

—Ay, solo dices eso porque te halagó, eres tan obvio. Pero eso no quita el poquísimo carácter que tiene. Me pone muy nerviosa.

Inspiré con fuerza para contener mi enfado; me molestaba mucho que hablasen mal de mi amigo. Nikolai se tiró sobre la hierba y soltó una risa escéptica.

—Sí, es verdad que es un chico muy raro, pero no lo estáis juzgando como es debido. ¿Os habéis fijado en cómo me miró cuando le mencioné que mi padre es policía? Parecía tan enfadado que hasta me sentí incómodo. Yo, incómodo ante un chico más dócil que un gatito al que le saco una cabeza, ¿os dais cuenta de lo absurdo que es eso? —nos preguntó mientras se inclinaba hacia atrás con los ojos cerrados—. Creo que en ese momento nos mostró su verdadera forma de ser, y que esa actitud sumisa que le muestra al resto del mundo es pura fachada. Lo sé porque yo sí sé distinguir entre las actitudes sumisas reales y las fingidas. Aprendí de la mejor.

Acto seguido, se tumbó en el suelo a descansar a pesar de las advertencias de su amiga, que le gritaba que la hierba estaba húmeda y llena de bichos. Yo me mantuve en silencio, mirando de reojo la espalda de Karlen, que, debido a la distancia a la que se encontraba, era imposible que hubiese escuchado la conversación. No dejaba de darle vueltas a los comentarios que habían hecho sobre él, porque a pesar de que me incomodaban, también alimentaban el interés que sentía hacia mi amigo. 

•••

 Al cabo de un rato, decidí dejar de lado a los chicos y hacerle compañía a Karlen. Este estaba tan ensimismado contemplando el cielo que ni siquiera se percató de mi presencia hasta que me senté a su lado y le hablé:

—Ríndete, Houston. El cielo está lleno de nubes, no vas a ver ese dichoso cometa nunca.

—La esperanza es lo último que se pierde —murmuró con un tono sosegado. Giró la cabeza y mis ojos se encontraron con los suyos—. ¿Verdad, Newton?

En ese momento hubo dos elementos que perturbaron mi tranquilidad y derribaron todas mis barreras: su voz, pausada y atrayente, como el murmullo de las olas del mar que había conocido de pequeño, la primera vez que viajé a Visata en compañía de mis padres. Y su mirada, esa mirada que era capaz de brillar por sí sola, venciendo la oscuridad de la noche. Ahí entendí por qué el profesor Kapitsa había comentado que sus ojos parecían tan peculiares que eran dignos de su atención. Puede que para mis antiguos amigos, Karlen fuese alguien extraño e incluso hartante, pero para mí poseía las mismas rarezas que una persona que te resulta fascinante.

Y él me fascinaba de una manera que ni siquiera comprendía.

—Hoy estás bastante serio —comenté por fin. Karlen regresó su atención al cielo y se abrazó a sus piernas.

—No era mi intención, pero sabes que no me gusta estar rodeado de desconocidos.

—Ya. Así que mañana te vas. —Él obvió de nuevo el cielo para centrarse otra vez en mí—. Te voy a echar de menos.

—Y yo a ti.

Pensé que esas palabras me harían feliz, pero su efecto fue justo el contrario. Ese conocido cosquilleo que hizo temblar mi alma me resultó molesto, demasiado molesto. Recordé las palabras de Yerik y me pregunté con pavor por qué los besos de Irina no me hacían sentir con la misma intensidad que una simple frase dicha por Karlen.

Entrecerré los ojos y curvé la boca en un amago de tristeza que representaba, pero no expresaba, el caótico desencuentro entre mis sentimientos y mis miedos. Entonces, él me sujetó el brazo con sumo cuidado y yo respondí a su contacto apartándome con brusquedad.

—¿Qué haces? No... ¡No me toques! —exclamé, sin entender el motivo. Mi boca hablaba sin pensar y mi corazón me suplicaba que me callara.

Karlen me observó entre sorprendido y afligido, con la boca ligeramente abierta.

—Lo siento, yo...

—¿Por qué sujetaste la mano ayer? —le interrumpí, ansioso por una respuesta.

—Tú también sujetaste la mía, Biel.

—Pero ¿por qué lo hiciste? —Me arrastré hasta pegarme a él y entrelacé nuestras manos sobre su rodilla—. ¿Qué significa esto para ti, Karlen? Dime.

El chico parecía confundido e incapaz de responder. Contempló nuestro agarre y después fijó sus ojos en los míos con el ceño fruncido. Ahí pude apreciar que tanto su rostro como su cuerpo estaban un poco rígidos.

—Yo... —balbuceó, provocando que perdiese aún más la paciencia.

—Tú, ¿qué? ¡Contesta!

—Que te aprecio. Te aprecio, Biel, ¡te aprecio! —repitió, con un deje de molestia. Los músculos de su rostro se relajaron, aunque su agarre era más fuerte—. Te aprecio demasiado y esa fue mi forma de expresarlo, pero si tanto te molesta, no volveré a hacerlo.

Decir que estaba conmovido por su sinceridad no haría justicia a lo que él me provocó en ese instante en el que mi corazón comenzó a latir con fuerza.

—No me molesta, me gusta —le confesé, desesperado—. No dejes de hacerlo, por favor.

—Biel...

—¿Qué?

—¿De qué sirve que te guste si te hace estar triste? —me preguntó, deshaciendo nuestro agarre. Después negó con la cabeza y se levantó del suelo—. Lo siento, pero es tarde y debo volver a casa. Nos vemos en dos semanas.

Karlen recogió su bicicleta, se despidió del grupo y desapareció entre la espesura. Yo quería levantarme, seguirle, detenerle y confesarle el motivo real de mi disgusto ante sus gestos de aprecio. Pero de qué servía compartirle mis sentimientos cuando no eran más que pura confusión. Porque yo era un problema donde predominaba el caos, y él era esa persona que, sin ningún esfuerzo, me ordenaba, explicaba y resolvía. Y me gustaba lo que sentía y lo odiaba al mismo tiempo, porque era extraño pero fascinante, como tú.

Como tú.

Sin embargo, no tuve el valor de confesárselo, y él volvió a irse.

Me sentía tan abrumado que ignoré a Nikolai, que me observaba a lo lejos, y me ensimismé en mis propios pensamientos dominados por la frustración. Era un estúpido y un necio incapaz de armarse de valor para detenerlo y despedirse de él.

—¿Sucede algo? —me preguntó Nikolai. Levanté la vista y lo encontré frente a mí. Ni siquiera me di cuenta de que se había acercado—. Creo que te vi discutir con Karlen.

—No es verdad, y no me sucede nada —respondí, cortante.

—Ya, vale. —Dio un par de pasos y agarró un guijarro—. ¿Alguna vez lograste lanzar una piedra y que esta rebotara varias veces en el agua? —Negué con la cabeza y él se colocó de perfil al río, inclinó el cuerpo un poco hacia delante y lanzó el guijarro muy lejos, consiguiendo que rebotara tres veces en el agua antes de hundirse—. Prueba, es muy fácil y muy liberador.

Nikolai me entregó otra piedra. Yo me levanté sin muchas ganas, me coloqué a su lado e imité su postura. Me permití unos segundos para fijar la vista en el lugar exacto de la superficie del río en la que quería que mi piedra rebotara.

Justo cuando la lancé, Nikolai me preguntó:

—¿Alguna vez has sentido que hay algo malo dentro de ti?

Entonces, la piedra no rebotó, sino que se hundió en las aguas del Vorhölle.

•••



¡Hola a todos! ¿Espero que os haya gustado el capítulo de hoy? ¿Sí lo hizo? Dejádmelo saber <3

Y bueno, bueno, parece que la mente de Biel es cada vez más caótica. Y Karlen sigue igual de misterioso. ¿Por qué se va a Visata? ¿Por qué de nuevo enfermo? ¿Será verdad la razón de por qué agarró su mano? Tantos misterios que ni yo sé (ok no xD).

En fin, ¡dejad aquí un comentario para que pueda avisaros de la próxima actualización! Ya sabéis que Wattpad falla mucho con sus notificaciones.

¡Hasta el próximo capítulo! (si fuera vosotros, me iría preparando mentalmente jeje <3).

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