Capítulo 3

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—¡Espera! —escuché que gritaban mientras caminaba de regreso a casa—¡ey! ¡Chico piercing! —volteé a mirar, era Emma Sanders que corría hacia mí. Me limpié las lágrimas con la manga y la esperé. —Uf—dijo una vez al lado mío, tomando aire— no sabes todo lo que tuve que correr para alcanzarte— se golpeó el pecho con la mano.

—¿Qué quieres?

—Ah sí, chico piercing, lo siento. Necesitas un médico.

—¿Por qué me llamas así?

—No sé tu nombre— sonrió.

—Soy Ewan.

—Ewan, lindo nombre y ahora a lo que venía. ¡Ta dá! Necesitas un médico y aquí estoy yo para llevarte.

—No voy a ir a ningún médico.

—¿Te viste? ¿Quieres verte al espejo? —sabía que me veía mal pero ¡qué irritante que era esta chica!

—Y sé cómo me veo pero no necesito un médico. Solo necesito descansar.

—Por favor—me agarró el brazo y yo se lo quité, entendió el mensaje— déjame ayudarte. Fue mi culpa lo de hoy, quiero compensartelo. —Su mirada era sincera y me estaba pidiendo por favor, y aunque no tenía ganas de ir al médico, no quería ser un cretino. Así que accedí.

—Vale, pero yo no tengo auto. —Pegó un saltito de felicidad que casi me hace reír.

—Yo sí, tú tranquilo. Mi padre casi no lo usa, así que lo uso cuando me place.

Caminamos tranquilos, bueno, con su charla interminable, hasta su casa, donde me hizo esperar afuera a que recogiera las llaves del auto.

Me senté a su lado y comenzó la odisea. Tardó una eternidad en ponerlo en marcha.

—¿Estás segura que sabes manejar?

—Claro que si, solo da un poco de trabajo al principio, ¡se hace rogar! —rió.

Y finalmente el auto arrancó.

—Te voy a ser sincero, me das un poco de miedo.

—Ey, yo manejo muy bien. Como te dije, le cuesta arrancar —se pasó un semáforo en rojo— pero nada más, yo soy muy buena en esto.

—Si, ya veo. —Podía ver toda mi vida pasar con los volantazos y las frenadas para un lado y otro. —¿Quién te enseñó a conducir?

—Una amiga y a ella le enseñó otra amiga, es una cosa entre nosotras.

—Me asombra que sigan vivas —me pegó un manotazo.

—No seas así, seguro que tú no sabes manejar, chico piercing— me dirigió una mirada cómplice.

—No me digas así y no, no sé. Algunos no tenemos auto.

—Un chico con el que salía no tenía auto pero sabía manejar.

—Todo un erudito.

—No te burles, lo hizo para conducir mi auto y llevarme a todos lados.

—Ah, quería prevenir accidentes.

Me sonrió de costado y me quitó una sonrisa.

—No sabía que eras gracioso.

—Eso es porque no lo soy.

—Sí lo eres.

Encendió la radio y empezó a sonar Justin Bieber, ella empezó a cantarlo a lo loca.

—¡So many times I wished ,You'd be the one for me... but never knew you'd get like this... la la la la... You're who I'm thinking of...! —-se quedó viéndome—¿qué?

—Nada.

—No, ahora dílo.

—¿Te gusta Justin Bieber?

—No, no, eso no— se puso seria.

—¿Qué cosa?

—No te metas con Justin— ahogué una carcajada.

—Lo siento, no diré nada miss Bieber.

—Gracias. —Sonrió simpática.

Sanders dió la vuelta y ya solo estábamos a unas pocas calles del hospital.

—¿Qué era lo que leías hoy, antes de que todo esto pasara? —preguntó.

—Harry Potter, ¿leíste alguno?

—No, pero ví las pelis.

—No es lo mismo.

—Todos siempre dicen lo mismo de cualquier adaptación. No es lo mismo, no es lo mismo, ¡no es lo mismo! ¡Mejor lee el libro!

—Eso es porque es verdad. ¿Tú qué lees?

—No mucho, revistas...

—¿No lees libros?

—No, lo siento. Me aburren, tantas páginas. Prefiero ver una peli o un reality.

—¿En serio? Mi nivel de expectativa y realidad está bajando bastante.

—¿Tenías expectativas conmigo? Me halagas— sonrió.

—No me refiero a eso, solo pensaba que eras más...

—... más inteligente?

—¡Yo no dije eso! —me defendí.

—Pero lo pensaste.

—Ya, déjalo ahí.

—Vale.

Estacionó el auto justo en la puerta, le insistí a la muy cabezotas que no podía dejarlo allí, así que lo movió. Mientras tanto yo ingresé al edificio. Había poca gente en la sala de espera. Una mujer con un bebé que no paraba de llorar, un hombre con un brazo en una extraña posición, una chica que parecía no tener nada pero de seguro algo horrible le aquejaba, un hombre medio dormido y una pareja mayor.

Me acerqué a la recepcionista para registrarme. Al verme abrió bien los ojos. Me preguntaba, ¿no debería estar acostumbrada a ver a gente como yo en un hospital?

—Complete estas formas, muchacho— me dijo y me entregó unos papeles y un bolígrafo. Estaba sentándome cuando entró Sanders toda alborotada y se sentó a mi lado.

—¿Y bien?

—¿Y bien, qué?

—Que ¿qué te dijeron?

—Nada, tengo que llenar este formulario primero.

—Ah, okey ¿te ayudo?

—No sabes nada de mí ¿cómo me ayudarías?

—Bueno, sé que— dudaba—tienes el pelo rubio y lo llevas como si nunca te lo hubieras peinado.

—¿Me estás describiendo físicamente? Eso no va en el formulario.

—Shh—me calló—tienes una linda cara, debajo de esos golpes feos y unos bonitos ojos verde musgo.

—¿Verde musgo?

—Si, me lo acabo de inventar, cállate. Tienes diecisiete años...

—No, diecinueve y cumplo veinte en dos meses.

—¿Qué? ¿Y por qué vas al cole aún? —Estaba escandalizada pero lo reprimía.

—Repetí algunos cursos, no hay más explicación que esa.

No dijo nada por lo que seguí completando el formulario. Notaba que me miraba, pero lo hacía en silencio. La ignoré, si me juzgaba no me importaba, apenas la conocía.

Completé la firma y se la entregué a la chica del mostrador. Me dijo que en un rato el médico me llamaría. Miré a mi alrededor nuevamente y salí a tomar aire. Me paré cerca de la puerta y encendí un cigarrillo. Cada día fumaba más, estaba consciente de ello, pero lo mejor que podía hacer para sobrellevar ciertos momentos de mi vida.

Ya lo dejaré me decía cada vez, algún día... mientras tanto solo me limitaba a perderme con el humo que inhalaban mis pulmones y luego se iba volando con el viento para no volver. A veces deseaba ser humo e irme para siempre.

—No sabía que fumabas— me asustó Sanders y pegué un salto.

—Hay muchas cosas que no sabes. Por empezar, todo.

—Bueno, si empezamos asi— se cruzó de brazos—¿me convidas? —señaló el cigarro, lo miré y lo tiré al suelo para luego pisarlo.

—No, fumar es malo. —Luego entré otra vez a la sala de espera a sentarme.

—No es justo, tú fumas.

—Si pudiera no lo haría.

—Vale.

—¡Wood, Ewan! —llamó el médico justo cuando comenzaba a dormirme en el asiento. Me llevó por el pasillo hasta el consultorio donde me hizo sentarme en la camilla.

—Y bien—dijo mirándome—¿estuviste en una pelea?

—Más bien me golpearon—sonreí.

—Ya veo, levántate la remera. —Obedecí y no lo había visto aún pero tenía la piel amoratada en varios lados. Tocó en varios lados— bueno, no creo que sea un daño mayor al que vemos. Hay que poner compresas de hielo, muchas en este caso. Y la cara tengo que limpiar para ver bien.

Desinfectó con cuidado los cortes que tenía junto a la boca, la nariz y el ojo, y limpió la sangre de mi nariz.

—Te tengo que coser el corte de la ceja, serán solo dos puntos, espérame que regreso.

Coser, coser... que divertido. Gracias Jason, gracias papá... Ustedes hacían mi día a día más animado. Y con lo que amaba yo las agujas, esta sería una experiencia inolvidable.

El doctor regresó con los materiales y enseguida se puso manos a la obra. En unos minutos ya había terminado.

—¿Estás bien? —me dijo antes de verme salir del consultorio.

—Si, si. Gracias doctor.

Sanders estaba leyendo una revista del corazón, cuando me vió salir. Levantó la cabeza y sonrió.

—¿Y?

—Nueva cicatriz—señalé mi ceja sonriendo y me senté a su lado.

—Una herida de guerra, me gusta, yo tengo varias. Las colecciono. —Esta chica estaba loca.

—¿Coleccionas cicatrices?

—Si, me recuerdan eventos? Son como fotos, pero impresos en mi piel. Es como ¡oh! Esta es de cuando fuimos a la playa, ¡ah! y esta es de cuando nos caímos montando en bici. Ya me entiendes.

—Si, creo que te entiendo. Nunca lo pensé así. De todas maneras mis heridas de guerra no son recuerdos felices. Son heridas de guerra.

—Si, lo siento. Siempre te andas golpeando con la gente. Eso no está bien. —La miré, ella miraba a otro lado. Creía que mis golpes eran por peleas callejeras, que ingenua. No le contesté a ello.

—Ya es tarde, debería volver.

—No, no, déjame que te invite algo de comer.

—¡No! No, de verdad que no.

—Insisto— me tironeó de la manga del buzo—es lo mínimo que puedo hacer— puso ojitos tristes. Suspiré y me dejé llevar a la cafetería del hospital. Tomamos asiento en una mesa al lado de las ventanas, ella insistió.

—¿Qué quieres comer? —preguntó.

—Cualquier cosa— no recordaba la última vez que alguien me preguntó eso. La seguí con la mirada mientras iba agarrando cosas y compraba, para ver que ordenaba. Tenía hambre. No comía bien, comía poco y solo sobras.

—Bueno, espero que te guste.

Puso en la mesa una bandeja con dos capuchinos y dos croissant con jamón y queso.

—Aquí tienes el azúcar y la cucharita— dijo. La miré deseando abrazarla. Hacía tanto que nadie hacía nada bueno por mi, que no sabía qué decir. ¿Gracias?

—Gracias.

—¡De nada! Ahora come que se enfría.

Tomé un par de sorbos del capuchino y estaba super rico y calentito, mi estómago lo agradeció con creces.

—¿No te metes en problemas ayudándome?

—No—negó con la cabeza— a mi nadie me dice que hacer.

—Hoy estabas con Jason—tomé otro sorbo.

—No, él solo se metió. Es el novio de mi mejor amiga, yo no tengo nada que ver con él. Además—dió un mordisco al croissant — él no me da miedo y a tí tampoco.

—¿A no?

—No, vi como le diste esa paliza esta tarde. ¡Lo hiciste pedazos! ¡Nunca esperé verlo llorar! —empezó a reír.

—¿Llorar?

—¡Sí! Luego que te llevaron se puso a llorar, decía que le dolía mucho— soltó una carcajada muy graciosa que pareció un cerdito y me hizo reir. Hacía mucho que no lo hacía.

—Bueno, ya—dijo calmandose— que ya está grande para ese escándalo y todo el colegio se burló de él. Ya no volverá a mofarse de otros, gracias a tí.

—No sé si sentirme halagado después de la paliza que me dieron sus amigos.

—De eso nos encargamos después, ya verás que cuando vuelvas todo el colegio te adorará. No había quien no odiara a Jason.

—Me temo que no llegará el momento—dí los últimos sorbos del café— no creo que vuelva al colegio.

—¿Por qué?

—Porque ya estoy grande para el cole ¿no? Y ya no tengo nada que hacer ahí. Debería buscarme un trabajo.

—¿No quieres ir a la universidad?

—No me hagas reir —negué con la cabeza— esos son solo sueños de ricos.

—Yo no soy rica...

—... entonces ingenua.

—Yo solo quiero estudiar y tener un futuro.

—Solo los ricos tienen un futuro, los demás son solo máquinas trabajando en pos de ellos.

—Estás muy equivocado.

—Ojalá así sea.

Terminé mi croissant y regresamos al auto. Encendió la radio pero no se puso a cantar, se quedó en silencio. No quería regresar a casa, no, no quería. Otra vez al infierno. Había sido agradable pasar un rato con alguien amable.

—Sabes, te quería agradecer por todo esto, de verdad.

—Descuida. —Arrancó el auto y me sujeté bien fuerte.

El auto iba como loco, doblando en las esquinas y saltándose los semáforos. Respiré en paz cuando desaceleró en nuestra calle. —¿Dónde te dejo?

—Por aquí, por aquí está bien.

—Vale.

Salí del coche y me despedí con la mano. Esperé que se fuera para caminar un par de casas más adelante. No había querido que estacionara en la entrada, no quería que me vieran bajar de un auto. Caminé deprisa, era tarde y Poppy, mi hermanita de cinco años, estaba sola hacía ya un buen rato.

Entré con cautela, esperando que no se oyera la puerta. Nadie salió a mi encuentro, eso era una buena señal. Me asomé al living. Allí estaba él, tumbado sobre el sofá, completamente borracho. Seguí mi paso hacia la cocina y robé dos panes con queso fresco y subí las escaleras despacio, con cuidado de no despertarlo.

Llegué al cuarto de Poppy, abrí la puerta y no la ví al instante.

—Poppy, soy yo— dije bajito y ella salió de dentro del placard corriendo hacia mí, la abracé con todas mis fuerzas.

—¿Por qué tardaste? —dijo despacito.

—Tuve que ir al doctor, pero estoy bien—le sonreí y la tomé de la mano llevándola a mi cuarto.

Hacía ya un tiempo que Poppy dormía en mi cuarto. Había tirado al piso mi colchón y me hacía bien a un lado para darle espacio.

Papá no la golpeaba a ella, creo que porque sabía que si ella aparecía amoratada en el colegio, se las vería difíciles. Pero por las dudas, prefería tenerla cerca, donde pudiera cuidar de ella. Ademas Poppy le tenía muchísimo miedo y no quería dormir sola, decía que el monstruo la iba a comer.

—Mira lo que traje— dije sentándome en el colchón e instándola a hacer lo mismo.

—¿Es queso?

—Si, tu favorito y pan— lo saqué de las servilletas y se lo dí. Esa sería su cena. Yo ya había comido mi croissant.

Comió tranquila mientras yo le leía uno de mis libros, solía gustarle que se los leyera, yo me preguntaba si entendía algo. Yo lo hacía y luego se dormía tranquila.

—¿Hoy me vas a leer?

—Si, ¿cuál quieres?

—Mmm, ese azul— señaló a mi biblioteca.

—El pirata rojo.

—Piratas, ¡qué divertido! —sonrió alegre.

—Bueno, El pirata rojo será—agarré el libro y me senté en el borde de la cama mientras ella se recostaba sobre mi. —"Capítulo 1" Nadie que conozca el bullicio y la actividad de una ciudad norteamericana identificaría, en la tranquilidad que ahora reina en el antiguo mercado público de Rhode Island, el lugar que...

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