Capítulo 5

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La terminal de ómnibus estaba demasiado lejos para llegar caminando, no podía exigirle eso a Poppy, y mucho menos de noche. Necesitábamos un medio de transporte, lo pensé y su nombre vino a mi mente al instante, "Sanders".

Ella tenía un auto, que si bien manejaba horriblemente y podía llegar a ser un peligro subir a Poppy en el, también era la única opción que veía frente a mí. Ella había sido buena conmigo. Me había demostrado amabilidad, mucho más de lo que muchos me dieron en mi vida. Seguramente no tendría problema en ayudarme, una última vez.

Vivía a un par de calles, tironeé de Poppy para apurarla, apenas si corría con sus cortas piernas.

—Estoy cansada— me decía y le creía pero ya habría tiempo de descansar, ahora la prioridad era alejarse lo más posible de aquella casa.

—Ya enseguida llegamos, un poquito más— le dije pero no funcionó, tiré muy fuerte de ella, tropezó y se puso a llorar. Primeros momentos como adulto y ya estaba fracasando. —No es para tanto— le dije soplando el raspón en la rodilla— enseguida se cura.

—Estoy muy cansada, Ewan—insistió sollozando—¿no me puedes llevar en brazos? Por favor— resoplé vencido.

—Venga, subí— la alcé en brazos con sus piernitas rodeando mi cintura. Era pequeña pero pesada. Luego estaban las mochilas que llevaba en la espalda. Sin embargo logré avanzar mucho más rápido. Me rodeó con sus brazos y recostó la cabecita en mi hombro.

—¿Ya estás mejor?

—Si, gracias. Te quiero. —Al final del día todo valía la pena por ella.

—Yo también te quiero.

Caminé lo más rápido que pude dado el peso que llevaba encima, y pronto alcancé la casa de Sanders.

No podía aparecerme así de golpe y llamar a la puerta, tenía que ser discreto. Bajé a Poppy al suelo e hice ta te ti con las dos ventanas que tenían las luces encendidas, bien podía fallar y golpear los vidrios de la de los padres.

Busqué unas piedras lo suficientemente pequeñas como para no romper un vidrio pero grandes como para hacer ruido. Me decidí por la ventana de la izquierda, lancé una, dos, tres, cuatro y una sombra se acercaba a la ventana. Crucé los dedos porque fuera Sanders, hasta cerré los ojos.

La sombra descorrió las cortinas y allí estaba ella, respiré tranquilo. Me miró sorprendida e hizo gesto de "qué demonios estás haciendo aquí?" le supliqué con las manos y ella me señaló que diera vuelta a la casa y la esperara en la parte de atrás. Así lo hice y ella no tardó en llegar.

—¿Qué pasa? ¿por qué estás aquí?

—Necesitamos tu ayuda— dije suplicando y enfaticé en el "mos", ella miró a mi lado y vió a Poppy casi oculta en la oscuridad.

—¿Es tu hija?

—¿Qué? ¡No! ¿Qué te pasa? Es mi hermana.

—¡Bueno! No te sulfures, no sabía, podía ser.

—Vale. Tenemos que llegar a la terminal de ómnibus, ¿nos puedes llevar? —dije esperanzado.

—Lo siento, no puedo. Mi hermano se llevó el auto, de seguro regrese a la madrugada. —Ahora sí estaba perdido—pero ¡ey! no pasa nada, se pueden quedar hasta entonces, cuando regrese los llevo. —Me dió unos golpecitos en el hombro que se sintieron raros. No estaba acostumbrado al contacto corporal, más que para recibir golpes.

—No creo que tu familia quiera que nos quedemos...

—Ellos no van a enterarse. Mi padre salió a hacer un recado y mi madre se está dando un baño. El paso a mi cuarto es seguro.

—¿Quieres que nos quedemos en tu cuarto?

—¿Vas a seguir hablando o van a entrar?

Sanders abrió la puerta y empujé a Poppy dentro.

—Cuidado con el felpudo— continuó— siempre se tropieza alguien con él, tengo la sensación de que tiene vida propia el muy perro.

—Está bien, tendré cuidado— dije mirando el dichoso felpudo de bienvenida, no pudiendo imaginar cómo alguien pudiera tropezarse con esa cosita peluda.

Subimos las escaleras despacio, para no hacer demasiado ruido. Algunos escalones rechinaban.

—¡¿Todo bien cariño?! — preguntaba la madre desde el cuarto, ya había salido del baño.

—¡Si ma! ¡Todo bien! ¡Solo baje por un té, avísame luego cuando esté la cena! —contestó Sanders.

—¡Ya cariño, luego te aviso!

Sanders nos guió al lado contrario del corredor y nos abrió la puerta de su habitación.

Era bastante más grande que la mía. Pero vamos que no era muy difícil eso. Mi casa siempre fue bastante pequeña.

El cuarto de Sanders tenía una cama doble con almohadones cuidadosamente acomodados. Un escritorio con varias carpetas y libros de estudio, rotuladores bien acomodados de acuerdo a su color y una lámpara blanca. Una tele frente a la cama y posters, posters por todas las paredes, de Justin Bieber en general. También de otra chica que no supe identificar.

—Veo que te lo tomas muy en serio, lo de Bieber quiero decir. —Le dije sonriendo, ella me miró con cara de enfado.

—Chico piercing, por supuesto, es amor.

—Como digas— ella me indicó que me sentara donde quisiera y ese donde quisiera no lo entendí, solo estaba la cama y ¡ah, si! la silla del escritorio. Me senté allí y Poppy fue a la cama, moviendo los brazos como si hiciera ángeles de nieve.

—Que simpática es—dijo Sanders mirándola mientras cerraba la puerta. —Bueno, ella y tú pueden tomar mi cama y yo...

—-... no, de eso nada— interrumpí, yo dormiré en el suelo, no lo discutiré. Sin embargo te agradecería si ella puede dormir contigo.

—Por supuesto, claro— me miraba seria— ¿cómo se llama?

—Poppy, tiene cinco.

Se produjo un silencio incómodo. No supe entender lo que pensaba, tal vez se estaba arrepintiendo de ayudarnos.

—¡Cariño! ¡La cena está lista! —se escuchó una voz llamar.

—¡Voy ma! —gritó Sanders y luego se dirigió a mí —ahora tengo que irme, volveré pronto. Traeré algo de comer— sonrió tiernamente y salió de la habitación.

Nos quedamos solos en ese cuarto tan, tan... rosa.

—Tengo hambre— me dijo Poppy.

—Ya oíste a Sanders, dentro de nada nos traerá algo de comer.

—¿Y por qué no podemos ir con ella?

—Porque ahora está con sus padres y ellos no saben que estamos aqui, es una misión secreta— le sonreí cómplice.

—Ah, ya entendí, somos como agentes secretos.

—Exacto, por eso hay que hablar bajito, shh— me puse el dedo en los labios y ella me imitó sonriendo.

Me puse de pie y miré un poquito a mi alrededor. En el escritorio las carpetas eran del colegio y sus libros eran manuales de aritmética e historia. Le gustaba estudiar. Hojeé un libro y estaba marcado con rotulador en varias partes y señalado con post it. Era muy meticulosa.

Había algunas estanterías pero ni rastro de libros, solo un pequeño ejemplar de Mundos Distantes de Jill Murphy. Lo abrí y estaba bastante nuevo. Me pregunté si alguna vez lo habría leído. Tenía una dedicatoria; "Para Emma, la que nunca crece. Con amor, Tomothee." Creí que era el hermano mayor de ella, aunque no estaba seguro.

Sanders entró a la habitación y me sorprendió hojeandolo.

—¿Qué haces?

—Solo miraba este libro, espero no te moleste.

—Ah— cerró la puerta, llevaba consigo una caja de pizza—, ese libro. No, todo tuyo si lo quieres.

—¿Qué? Pero si fue un regalo.

—Si, pero ya sabes, yo no lo voy a leer. Lo intenté, lo juro, pero me aburrí a mares. Y solo está ahí juntando polvo. Llévatelo, insisto. Léeselo a ella— hizo un gesto con la cabeza señalando con la cabeza a Poppy. Lo sostuve con ambas manos y lo miré, no lo había leído y quizá a Poppy le gustaría. Decidí aceptar.

—Gracias, de verdad gracias— no sabía cómo enfatizar mi agradecimiento.

—Descuida, tómalo como el regalo de una amiga— tiró unos almohadones en el suelo y se sentó.

¿Regalo de una amiga? ¿Tenía una amiga? Eso era muy raro para mí y no sabía cómo comportarme. De cualquier manera me sentía muy afortunado y agradecido.

—Siéntense— nos dijo— pónganse cómodos, esta es la pizza que pude rescatar de la cena, está muy buena. ¡Ah! Esperen— se puso de pie, buscó una cajita de cartón y se volvió a sentar,— elige una peli— me dijo dándome la cajita llena de DVDs.

Agarré la cajita, había mucho para elegir.

—Las temporadas completas de Hannah Montana ¿en serio Sanders? ¿Cuántos años tienes?

—Ey, no te metas con mis gustos. Y tengo dieciséis.

—Con razón.

—Con razón ¿qué?

—Que eres niña.

—¡No soy una niña!

—Shh...

—No soy una niña.

—Vale, como tú digas— cruzó los brazos enojada. Yo seguí buscando una película— ¿esto lo compartes con tu hermano tambien? ¿O es solo tuyo? Me refiero a la caja.

—Es de todos.

—Ah, con razón.

—¿De qué hablas?

—¿Qué tal si vemos esta? —levanté el DVD en alto.

—¿El señor de los anillos? Ay no, me voy a quedar dormida.

—¿La viste? —la miré curioso.

—No pero ya sé que todo termina con el "vivieron felices por siempre" asi que no le veo el punto de perder tantas horas de mi vida.

—Bueno, pero tú me preguntaste qué quería ver y yo quiero ver esta.

—¿En serio? ¡Por favor! —me imploró.

—Estás sentenciada— reí.

Ella se levantó y encendió el reproductor de DVD.

—Espera, esta es la tercera.

—Si, ¿y qué?

—Si yo no vi ninguna.

—Te hago un resumen si quieres.

—Vale, con eso me basta. —La chica resignada preparó todo y se sentó a mi lado a ver la peli y a comer pizza. Poppy estaba la mar de feliz, no recordaba la última vez que comía tanto.

—Es muy simple—susurré bajito mientras comenzaba la peli— Frodo tiene que llevar el anillo a Mordor. Todos los demás libran batallas para evitar que los ogros los destruyan.

—¿Tanto lío por un anillito?

—Es el anillo único, tú mira la película y luego me dices.

—Vale.

De a ratos la miraba y parecía mantenerse atenta a la peli, algo que creí que no haría. Poppy se quedó dormida abrazando un almohadón.

—¿Y quién es ese viejo tan desagradable?

—Es el rey de Minas Tirith.

—¿Y ese otro que canta?

—Es Pippin, shh... —Me quedé perplejo al oír la canción, no era la primera vez que la oía, pero nunca le había prestado la debida atención.

"El hogar está detrás, el mundo por delante

Y hay muchos caminos por andar

A través de la sombra, hasta el borde de la noche

Hasta que las estrellas estén todas encendidas."

La escena era triste, pero a mi me daba esperanza oír eso. En algún punto lo sentía como una señal. Era lo que había estado esperando tanto. Me sentí reconfortado.

—¿Estás llorando? —me sorprendió Sanders.

—¡No!, que va. —Me sequé una lágrima con el puño de la remera— solo me molestaba el ojo, ya sabes que lo tengo lastimado.

—Ya, bueno. —Se dió la vuelta y siguió viendo la peli. Yo hice lo mismo. Terminó tarde y en medió de un bostezo ella la guardó en su cajita. —Estuvo buena, no te voy a mentir.

—Bueno, y eso que no actuaba Hannah Montana— me lanzó un almohadón y solté una risotada, inmediatamente me calló con otro almohadonazo.

—¿Quieres que nos escuchen, chico piercing? —dijo divertida.

—Lo siento— sonreí—de ahora en más susurraré.

Ella se acercó y se sentó frente a mi.

—¿Me vas a contar por qué estás aquí?

—Para que nos lleves a la terminal.

—Eso ya lo sé. Pero ¿por qué? ¿Qué pasa?

—¿Podemos primero acostarla en la cama? —Sanders corrió las mantas y yo apoyé a Poppy en la cama, le quité los zapatos y la tapé con la sábana. —Gracias— le dije y me senté con ella nuevamente, —¿qué quieres saber?

—Todo. No, en serio, lo que quieras contarme, empezando tal vez por esos golpes feos que siempre tienes.

—Esto— señalé mi cara— me lo hizo mi padre.

—Lo siento.

—No lo sientas, ya no volverá a hacerlo. Nos vamos a donde mi tío, ya no podrá tocarnos.

—¿También le pegaba a ella?

—No, pero lo intentó.

—No puedo imaginarme algo así, mi padre es de los super cariñosos que todo lo permiten.

—Tuviste suerte. —Ella sonrió un poco por compasión y otro por no saber que más decir. Se puso de pie y me dió matas para armar una cama improvisada en el suelo. Se lo agradecí y me acosté mirando el techo, mientras ella se acurrucaba al lado de Poppy.

Poppy, solo podía pensar que ahora tendría un buen futuro, ya nada se interpondría entre nosotros y el mañana.

Me dormí mirando la lámpara de Winnie Pooh que colgaba del techo, imaginé que llevaba allí muchos más años de los que recordaba y había olvidado cambiarla. Los sueños vinieron pronto y deseé espantar con todas mis fuerzas a los monstruos que amenazaban con visitarme. Luego todo se puso negro y me dormí.

Me sacudieron y me desperté.

—Ey, chico piercing. Son las cinco y media y mi hermano acaba de llegar y dejar el auto. ¿Te llevo? —era aún de madrugada pero me parecía bien, solo me daba pena despertar a Poppy. Me enderecé y le puse las zapatillas aún dormida.

—Poppy, hay que irnos, shh— la cargué en brazos aún medio dormida y la seguí a Sanders.

Me cargué las mochilas y bajamos las escaleras en absoluto silencio. Nos llevó hacia donde estaba el felpudo asesino y salimos por la puerta trasera. Dimos vuelta a la casa, en el frente estaba el auto estacionado.

—Ay no— dijo agarrándose la cabeza— me olvidé las llaves, están en el cuenco de las llaves en la entrada. Ustedes esperen aqui, yo ya regreso.

Esperamos un rato que se hizo eterno, por un momento hasta llegué a dudar de si regresaría. Pero regresó.

Subimos al auto y emprendimos el viaje hasta la terminal de ómnibus. De camino pasamos por mi casa, me sorprendí al ver varios autos de policía y una ambulancia. Sanders vió mi preocupación y aparcó el auto a un lado.

—¿Quieres que vaya a ver? —me preguntó, ella sabía que yo no era capaz de ir por mí mismo en aquellos momentos.

—Si, por favor. —Ella salió del auto y se acercó al grupo de vecinos que rodeaba la valla que había establecido la policía. Estaba nervioso, tal vez más de lo que había estado nunca. No podía imaginar qué podría haber pasado. Miraba hacia la puerta tratando de ver algo, pero solo veía a policías entrando y saliendo. Dirigí mi mirada a la ambulancia, tal vez mi madre los había llamado y allí estaba ella. Pensé en salir del auto, pero esperé a que Sanders regresara. Tenía que saberlo, saberlo todo, aunque doliera.

Entró al auto un rato después, su rostro estaba serio. Me vió y luego bajó la mirada.

—¿Y bien? —pregunté casi desesperado.

—Tu hermanita está despierta— dijo— no sé si deba decirlo aquí.

—Pues dilo cómo se te ocurra, no me importa, pero dilo.

Suspiró, me miró y la miró a Poppy que aún estaba somnolienta en el asiento trasero.

—Está bien, lo diré de forma que solo tú lo entiendas, ¿ok?

—Vale, dilo. —La desesperación me estaba comiendo y el pensar que algo malo había pasado era lo peor.

—Resulta que— respiró hondo— el señor Toto eliminó a Tota. Y eso pasó.

—¿Estás de broma?

—No bromearía con algo así.

—¿Estás segura?

—Si, los vecinos oyeron los gritos y llamaron a la policía.

El monstruo seguía persiguiéndome, no importaba cuan lejos me fuera. Él venía tras de mí destruyendome, rompiéndome en pedacitos. Sentí una soledad interna bien profunda, ahora sí estaba solo y tenía que hacerme cargo de todo. Pensé que sentiría algo pero de pronto me encontré con que no sentía nada, estaba vacío por dentro. Me encontré con la mirada consoladora de Sanders, ella esperaba verme llorar, tal vez. Pero no ocurrió.

—¿Quieres pasar unos días en casa? Yo puedo hablar con mis padres, de seguro no hay problema, dada la situación.

—No, gracias. Solo quiero llegar a la terminal.

—Bueno, yo solo creo que cambiar de aire les vendría bien.

—Te agradezco, pero no— su mano reposaba en mi rodilla tratando de dar consuelo— vámonos de aquí por favor.

—Como digas. —Puso el auto en marcha y dejamos atrás mi casa, la casa de los horrores, la guarida del monstruo. No quise pensar en ello, miré hacia delante, el amanecer se abría en el horizonte. No podía perderme aquello. Sanders no dijo nada más, tenía miedo de decir algo incorrecto y solo se limitó a conducir, esta vez más tranquila y no a trompicones como siempre.

—¿Ya llegamos? —preguntó Poppy no habiéndose enterado de nada.

—Ya casi— contestó Sanders dando la vuelta para ingresar en la terminal.

Salimos del auto y nos acompañó a las ventanillas a comprar los boletos. El bus a Santa Bárbara salía dentro de una hora y el viaje duraba diez.

—Bueno, mejor que compres comida de las máquinas expendedoras porque es un largo viaje— sonrió Sanders.

—Lo sé, igualmente tiene una parada en algún lugar, pero tienes razón.

—¿Me compras esos chupetines? —pidió Poppy.

—No, vamos a comprar comida, no golosinas. —Poppy se cruzó de brazos enojada. Ingresé unos billetes y saqué unos sandwiches y algunas galletas. Sanders metió otros billetes, sacó unas latitas de gaseosa y nos la dió.

—No tengo mucho dinero, pero algo puedo aportar. —Le sonreí agradecido.

—Gracias, hiciste mucho por nosotros, de verdad, gracias. —Me golpeó el brazo con el puño.

—No hay de qué chico piercing.

Nos sentamos en los bancos a esperar el bús. Algunos llegaban y otros se iban. El nuestro aún no estacionaba.

Sentí la imperiosa necesidad de alejarme.

—Ya vengo— les dije y me alejé, salí de la estación. Había visto un teléfono público justo a la entrada, al llegar.

Entré en la cabina y cerré la puerta, miré el telefono. Lo pensé, lo volví a pensar y descolgué el auricular. Me lo puse en el oído y marqué el número de mi casa sin ingresar el dinero. Solo oía a la operadora. Mi cuerpo comenzó a temblar y empecé a sentir como mi mundo se desmoronaba poco a poco, cayendo despaciosamente en un abismo de dolor. El rastro del monstruo desgarraba las paredes, dejaba huellas incurables y estrujaba mi corazón no dejándolo latir con fuerza. Las lágrimas cayeron a montones por mis mejillas. No entendí como pero de un momento a otro me encontraba jadeando como un idiota y llorando todo lo que no había llorado en mi vida.

—Lo siento mamá... —tal vez esperaba una respuesta, esta no llegó nunca—, lamento todo lo que sucedió, fue mi culpa por huir— me sorbí la nariz— de no ser por eso, esto no habría pasado. —Limpié mis lágrimas— mamá, te quiero tanto... — colgué el auricular y me quedé varado en silencio, mirando la luz que llegaba del amanecer, trayendo un nuevo día. Un día que ¿quién sabe? Podía ser un poquito mejor que hoy.

Cuando regresé, Sanders me esperaba junto a Poppy que se había dormido. No me dijo nada, pero lo averiguó por mis ojos rojos. Sonrió apenas y me hizo lugar en el banco. Esperamos la hora y el ómnibus arribó frente a nosotros.

—¿Estarán bien?

—Si, no te preocupes— sonreí— aunque no podía saberlo.

—Bueno, escríbeme ¿vale?

—¿A dónde?

—Espera. —Salió corriendo y tardó un rato en regresar con una lapicera y un papel— este es mi número de celular, puedes mandarme mensaje de texto o llamarme.

—No tengo celular.

—Vale, cuando tengas. Seguro a donde vas te compras uno. —Me dió el papelito— guardalo y no lo pierdas.

—Tranquila, no lo perderé.

Ella sonrió satisfecha. Me dió un golpe en el brazo y luego sin más me abrazó. Era pequeña, me llegaba hasta los hombros. No sabiendo como reaccionar, le devolví el abrazo.

—Cuidate, Sanders—le dije subiendo al bus.

—Tú también, chico piercing.

La puerta del ómnibus se cerró y dí un cierre a esa etapa de mi vida.

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