Capítulo 6

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  Miro por la ventana y solo alcanzo a ver luz, la luz del sol que llena mi visión, me encandila y no quiero ver nada más. Los rayos queman un poco mi interior e iluminan apenas mi oscuridad. ¿Cuánto hacía? Tan solo un par de horas de que todo sucedió y yo ya sentía que estaba hundido hasta el fondo. Necesitaba fumar y olvidar u olvidar y fumar, cualquiera fuera el orden. Mi mente no estaba siendo amable conmigo, solo me lastimaba con punzantes recuerdos. No podía dejar de ver a la policía entrando y saliendo de la casa. Mi imaginación volaba y veía sangre donde no había. No sabía cómo el monstruo atacó, qué método había usado. Me dí cuenta que tampoco quería saberlo, sería solo echar más fuego a una herida abierta.

Poppy dormía en mi regazo, qué afortunada era en su ignorancia, deseaba ser ella para no enterarme de nada y seguir mi vida con el día a día.

La soledad era dura, fría y me abatía. Sabía que sería una constante en mi vida. Estaba solo, debía aceptarlo. Sin importar cuánto quisiera que no fuera así.

¿Hasta cuándo sentiré lo que siento ahora? ¿Hay una fecha límite o no tiene fin? ¿Hasta cuándo sentiré que me aplastan el pecho y no me dejan respirar del dolor, y que el vacío que llevo es tan grande que no puedo siquiera pensar en la remota posibilidad de ser feliz?

Quisiera saber si algún dia todo será diferente, si volveré a reir y olvidaré lo que pasó. Pasaré página y seré algo parecido a feliz.

El tío Jack era una persona complicada, o eso solía decir mamá. Habían sido muy unidos siempre, pero luego se distanciaron por culpa de mi padre. Me pregunto si él ya sabía lo que era, un monstruo, y por eso prefirió alejarse. Tal vez podría forjar una buena relación con él, aunque seguro lo arruinaría todo, estaba hecho un desastre. Mi mente volaba a lugares oscuros en los que se quedaba atrapada sin poder salir, sin encontrar un camino, sin ver una luz. Mi tío vería eso en mí, atorado en el tiempo, y no le gustaría. Fracasaría una y otra vez, como siempre en mi vida.

Se me escaparon unas lágrimas, las sequé rápidamente. Últimamente estaba rompiendo records en llanto.

Una mano se apoyó sobre la mía, que estaba en el apoyabrazos. La miré asustado, me había sorprendido. Era la señora de los asientos de al lado, una anciana de setenta a ochenta años, con el pelo cano y una linda sonrisa.

—¿Estás bien, cariño? —preguntó.

—Si, si, claro— contesté reponiéndome de golpe.

—¿Quieres hablar de algo? Soy muy buena escuchando.

—No, no. Estoy bien. Gracias.

—¿De verdad? Yo creo que sí.

La miré, se veía agradable y puede que hasta confiable. Decidí hablar un rato con ella, tal vez para pasar el rato y no pensar tanto.

—Vale— le dije— ¿de qué quiere hablar?

—Tú dime— sonrió.

—No lo sé. Usted quiso iniciar la conversación.

—Está bien, ¿cómo te llamas?

—Soy Ewan y usted?

—Que hermoso nombre, yo soy Esther. Ahora Ewan, ¿Por qué llorabas? —la miré asustado, no esperaba esa pregunta, no así.

—No estaba llorando realmente, solo...

—Estabas llorando— me interrumpió— y no hay nada de malo en ello. —Señaló con la cabeza a Poppy—¿es tu hija?

—¡No! ¿Por qué todo el mundo cree eso? Es mi hermana.

—Lo siento, solo me pareció. No te enojes. —Entonces miró el suelo y luego volvió a verme—¿me dirás por qué llorabas?

—Ya que insiste, le diré que lloraba porque mi padre mató a mi madre y estamos huyendo a casa de mi tio. ¿Le parece un buen motivo? —La señora no supo qué contestar, se quedó con la boca abierta mirándome. Luego apretó fuertemente mi mano y sonrió.

—No sabes cuanto lo siento, cariño— dijo— ¿él te hizo eso? —señaló mi cara amoratada. Yo asentí y ella se puso una mano en el pecho.

—No tiene nada que sentir, no soy ningún pobrecito y no necesito su pena.

—Vale, como tu digas, cariño. Yo solo te expresaba mis sentimientos. Verás, yo también tuve un padre golpeador, pero no fui tan valiente como tú y no huí. Me quedé en casa hasta que me casé.

—¿En serio?

—Así es, no todos podemos escapar. Lo que te pasó es terrible, pero lo superarás. Eres joven, eres fuerte. Cuando te dés cuenta esto no será más que un punto en el recuerdo.

—No lo sé. No creo que sea tan fácil olvidar cómo me siento ahora.

—Entiendo que te sientas destruido, que pienses que no hay futuro, que todo está mal. Me lo imagino aunque no lo sienta. Pero nada de eso es real, el futuro está ahí— señaló hacia delante—, esperándote y lo vas a vivir y será magnífico.

—Es muy lindo lo que dice, pero no lo sé.

—Mirá mi cielo, yo no te mentí cuando te dije que mi padre era de los peores. Y sin embargo aquí estoy yo. Casada con el mejor hombre del mundo— sonrió— todos podemos darle la vuelta a la situación. Todos.

Sonreí y no supe si fue por la esperanza o contagiado por su sonrisa.

—Me gusta esa sonrisa— siguió— y tú tienes que sacar adelante a esa niñita, tienes que sonreír más. Para eso es la vida, para sonreír.

Me estaba enterando justo ahora, en mi vida las sonrisas eran pocas y escatimadas. Ya ni hablemos de las risas. La miré a Poppy que seguía durmiendo, ella aún tenía el don de la risa y no estaba del todo atenta a todo, unos días fuera harían que olvidara lo que había vivido, o no. No era experto en la mente de los niños, solo esperaba que no se hubiera dañado para siempre.

Acaricié su pelo castaño y sonreí tímidamente al saber que estábamos a salvo.

—No se parecen mucho— dijo la señora mirándonos.

—Si, lo sé. Ella es morocha como mi mamá y yo soy más como mi papá— que fuerte sonó eso — físicamente quiero decir.

—Tranquilo, entendí— sonrió y le devolví la sonrisa.

—Sabes, al principio no la quería. No entendía por qué mi mamá había tenido un bebé cuando yo tenía quince o algo así. Sentía que venía a deshacerse de mí. Yo crecía y me iba, ella ocuparía mi lugar. —La miré con ternura— luego la vi. Era una bolita con patas. Y entendí que me necesitaba a mí, porque mi madre no podía hacer nada. Simplemente estaba bloqueada por la situación de la casa.

«Yo la alimentaba a biberón mientras mi madre recibía golpes en su cuarto. Yo le enseñé a caminar y me encargué de escolarizarla. Aún no sé peinarla— sonreí— pero lo intento.

«A veces pienso si ella no será hija de otro y ese haya sido el disparador del aumento de violencia en la casa. Porque realmente no se parece en nada a él, mírame a mí.

—Eres un gran chico, ¿lo sabes no?

—Lo intento.

—Y no sé si serán hijos del mismo padre, son igualmente hermanos de corazón y eso es lo que importa verdaderamente.

El bus se detuvo. Era la parada a mitad del camino. Desperté a Poppy y bajamos a comer en el pequeño bar-restaurant. Decidimos guardar nuestros sándwiches para la otra mitad del viaje, y ahora nos sentamos a tomar algo. Poppy quiso un jugo de naranja y compartimos un sándwich de jamón, queso y huevo.

La señora del bus se sentó con nosotros, y trajo consigo a su esposo.

—Cariño— le dijo— él es el muchacho del que te hable, Ewan y su hermanita.

El señor nos saludó con la cabeza y se sentó en la mesa.

—¿Piensas estudiar algo, Ewan? —me preguntó minutos después mientras yo luchaba con el sándwich.

—No, señor— dije medio atragantado— ni siquiera terminé los estudios.

—Ya veo, ¿y piensas terminarlos en algún momento?

Eso era algo que había estado pensando, pero no me terminaba de decidir. Lo más probable era que no. Tenía prioridades, hacerme cargo de mi hermana era una y si estudiaba eso se complicaba, además ¿qué ventajas obtendría? ¿Poder ir a la universidad? ¿Yo? No, eso no iba a pasar.

—No, no creo terminarlo.

—¿Por qué?

—Por empezar creo que está haciendo demasiadas preguntas que no le incumben, y por seguir, mi respuesta es: porque es una pérdida de tiempo.

—Él solo quiere ayudar, Ewan— intercedió Esther.

—Seguro, no lo dudo— seguí comiendo mi sándwich.

—El chico tiene carácter, está muy bien. —Dijo él— y me incumbe porque tengo un pequeño emprendimiento en Los Ángeles ciudad, y busco jovenes que quieran empezar de cero. Pero que al menos tengan sus estudios básicos.

—Seguro puedes hacer una excepción, cariño— dijo Esther.

—No pasa nada— dije— de todas maneras yo bajo en Santa Bárbara, no voy tan lejos.

—Pero imagina, cielo— me dijo ella— una oportunidad única de trabajo.

—Y lo agradezco, pero tengo que ir a Santa Bárbara. Ahora si nos disculpan, vamos a salir a dar una vuelta.

Se quedaron viéndome, tal vez esperaban que me lanzara a sus brazos agradecido, pues no, no pasó.

Tiré de Poppy, aún bebía su jugo. La hice que se sentara al borde de la calle donde el bus estaba detenido y yo me quedé de pie, encendiendo un cigarrillo. Ya lo estaba necesitando. Siempre había evitado fumar frente a ella, pero no tenía donde dejarla y ya no podía posponerlo más. Di la primera calada y sentí como todos mis tensos músculos, se aflojaron. Aproveché al máximo ese cigarro, no sabía cuándo sería el siguiente. Y la espera se me hacía eterna.

El bus abrió sus puertas y subimos a nuestros asientos. El viaje que nos quedaba aún era largo. Poppy estaba aburrida y me pidió si le leía un cuento, recordé el libro de Sanders, Mundos Distantes. Lo busqué en mi mochila y empecé a leerlo. Le gustó y me interesó a mi también. Resultó no ser tan infantil como creía.

Comimos un poco de nuestros sándwiches de viaje y tomamos nuestras gaseosas que nos había regalado ella. Poppy estaba de muy buen humor, tal vez cansada por el viaje, pero aún así, se la veía contenta.

Empecé a sentirme más aliviado, entendí que mis lágrimas no servían de nada, eran inútiles y no me conducían a nada. Tenía que hacer lo que ella me había pedido, llegar a donde mi tío y seguir adelante. Eso era todo, y eso iba a hacer. Eso la haría feliz, si es que estaba en algún lado.

Me quedé dormido con esos pensamientos y las pesadillas vinieron por mí, me persiguieron los monstruos y se robaron todo lo que tenía. Llanto y pena, no había más que eso en mi sueño.

Me desperté de pronto, ya habíamos llegado. Tomé de la mano a Poppy y la bajé con cuidado del bus.

El sol estaba radiante, eran las cuatro de la tarde.

Revisé las indicaciones de mamá y eso nos condujo hasta la playa, a una zona un poco boscosa, donde había un bungalow construido sobre unos pilotes en la arena. La puerta estaba a tres escalones del suelo, llegué hasta allí y toqué. Nadie apareció. No parecía haber nadie dentro, todo estaba a oscuras.

Nos sentamos en los escalones a esperar.

—¿Podemos ir a la playa? —preguntó Poppy.

—No, no tienes traje de baño, ni toalla, ni nada en realidad.

—Está bien.

—No te preocupes, ya conseguiré un empleo y te compraré todo lo que necesitas— le sonreí y ella me devolvió la sonrisa un poco triste.

Fumé un cigarrillo, luego otro, dimos una vuelta, volví a fumar, metimos los pies en el mar, corrimos y Poppy se resbaló y ensució su ropa, volvimos a esperar, bebimos un poco de las gaseosas, volví a fumar, jugamos a atrapar, hicimos un castillo de arena, oscureció y seguimos esperando hasta que vimos una sombra a lo lejos que se acercaba.

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