Prólogo

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Pisaba con cautela el sendero pétreo que una vez acogió su hogar. Las pisadas eran firmes, pero sentía duda en cada una de ellas. A ambos lados, el bosque se alzaba como siempre, imponente y misterioso, que encerraban pasados de horrores. La diferencia, es que en ese momento yacía en un silencio nostálgico, como un eco de memorias diluidas por el paso inexorable del tiempo.

La brisa a mi alrededor parecía llevar consigo un dejo de melancolía, que no ayudaba el constante murmullo que profesaba, con aquel olor a tierra mojada. Y no podía negarlo, un nudo de miedo inminente se anudó en mi garganta, como si algo acechara en las sombras, tanto como aquellos días de tortura.

Recordaba cómo este sitio nos arrebató la inocencia sin compasión, pero también nos enseñó la invaluable lección de que, a veces, podías forjar tu propia familia en lugares insospechados. Era un torrente de emociones contradictorias: nostalgia por lo que una vez fue, miedo por lo que ahora se ocultaba en la quietud, y una reverencia por la lección de vida que allí aprendimos.

Al llegar al final del sendero, mis ojos se posaron en la antigua verja, oxidada y grotesca, que custodiaba el acceso al jardín. Mantuve un instante de silencio, sosteniendo la carta que me convocaba de vuelta a este lugar, un llamado para enfrentar sombras pasadas, miedos arraigados y las lágrimas derramadas en silencio.

Con determinación, empujé la verja y me adentré en el jardín, que yacía abandonado, una sombra de su antigua grandiosidad. Estaba en un estado de abandono desolador. Las rosas que alguna vez exhibieron su esplendoroso color marchito estaban postradas, sus pétalos secos esparcidos por el suelo en un tapiz desordenado. Las enredaderas, en su afán por conquistar la mansión, trepaban descontroladas, enmarañadas en una lucha eterna por reclamar su territorio. Los setos, alguna vez recortados con esmero, se alzaban ahora como muros descuidados, llenos de brechas y agujeros. El césped, que antes era un manto verde exuberante, se había convertido en una maraña de hierba alta, ondeando en el viento como un océano agitado.

El silencio del lugar era interrumpido únicamente por el susurro de las hojas marchitas y el crujir de ramas rotas bajo mis pasos, mientras el sol luchaba por filtrarse entre las sombras que proyectaban los árboles centenarios. El tiempo había hecho de las suyas en ese lugar.

Cuando seguí mi destino, ante mí, se erguía la mansión, pero que en realidad era un pequeño castillo de época. No se veía como en sus días de gloria, sino más bien desgastado. Sus torres mostraban grietas profundas, como cicatrices, y el óxido se adueñaba de las barandas, con el musgo trepando sus paredes.

El olor a humedad impregnaba el aire, un aroma rancio que se mezclaba con el polvo suspendido, como si el mismo edificio exhalara sus lamentos. Las ventanas, tenían sus cristales rotos y cubiertos por telarañas, que parecían ojos sin vida que observaban con desdén el abandono que me rodeaba.

Al acercarme a la entrada principal, empujé la vieja puerta de madera, que cedió con un gemido lastimero. El interior del lugar estaba aún más desolado que su exterior. Las paredes se erguían a medias, la escalera se desvanecía en un amasijo de escombros y decadencia. El aire viciado fue mucho peor, como si los ecos del pasado aún se aferraran a cada rincón, susurrando sus secretos más oscuros entre los escombros, intentando revelar los misterios y horrores que se ocultaban entre sus ruinas.

Al adentrarme por completo, mis pasos resonaron en las estancias vacías, mientras la penumbra se cernía con una presencia palpable, envolviéndome en una sensación de desolación y temor. Las sombras danzaban en los rincones, y el viento susurraba entre los pasillos, llevando consigo un lamento que helaba el alma y despertaba mis más profundos temores.

Fui uno de los niños arrebatados a los nueve años, y desde entonces, la sensación de seguridad se desvaneció, ningún lugar parecía ser un verdadero hogar. De pie en la sala, percibí el murmullo distante de voces que se aproximaban. Y ahí estaban ellos, reapareciendo después de meses de separación, aquellos que por elección se convirtieron en mi familia. Juntos, tomamos la decisión de enfrentar nuestras realidades en busca de la ansiada libertad.

Esta es nuestra historia, el relato oculto que la humanidad trató de sepultar: la crónica de los siete niños destinados a ser algo trascendental, quienes, por un giro del destino, nos convertimos en los guardianes contra aquel que amenazaba con aniquilar a la humanidad. Pero permítenos ser nosotros quienes te narremos cómo todo comenzó. Recuerda, somos la pesadilla que nunca desearías tener como enemigo, pero también somos el amigo leal dispuesto a todo a tu lado.

Ha llegado el momento de revelar la verdad. Ha llegado el momento de compartir nuestra historia.

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