Casualidad: Lucy

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Notas iniciales y finales de

luiska1210

Hola de nuevo damas y caballeros, ¿Cómo han estado en toda esta semana? Espero que bien y antes de iniciar primero quiero darles un millón de gracias a todas las personas que han dejado reviews, favoritos y follows a este fic, qué en solo siete días, ya ha conseguido 23 comentarios y más de 500 visitas.

No saben lo felices que estamos los miembros del foro "The Latin House Forum" por la muy buena aceptación que esta historia ha tenido, significa mucho para todos ;)

Igual que el primer capítulo, este segundo también fue escrito por Wielmehr, así que si les gusta denle a él todo el crédito. Algo más, él me pidió que cambiara el título del capítulo uno a "Prólogo: Primera Parte" ¿Quieren que le haga ese cambio o lo dejo como quedó?

Ya no los aburro más y demos inicio al segundo capítulo.

Rebuscó entre las filas de libros de su estantería, procurando sofocar cualquier ruido que pudiera delatar su actividad nocturna. El propio colchón acústico de los ronquidos de Lynn cubría sus movimientos, pero toda precaución era poca esa noche.

Esa noche, ella iba a elevarse sobre la inmundicia, y cuando el amanecer la encontrara no sería como siempre había sido. Pero primero quedaba no alertar a su familia de lo que ocurriría.

Extrajo un tomo pesado y de color añejo, con el polvo de años de abandono removido no hace mucho. Le tomaría esfuerzo sostenerlo con una sola mano, pero así tendría que ser. Los preceptos eran claros y las instrucciones precisas.

Dio pasos de gato, mientras su fiel murciélago, Colmillito, la seguía aleteando sobre su cabeza. Abrió la puerta lentamente, intentando reducir los ruidos delatores al mínimo. Un chirrido delgado y de madera vieja entona una nota de ambiente. Se detiene un segundo, escuchando. Un ronquido de Lynn, un gas de Lori, un murmullo de Luan. Pero ninguno perturbador. Es hora.

Da pasos ligeros como de ninfa cuando baja las escaleras, y sale por la puerta de atrás. El peso del libro es como el de un ídolo sin adoradores. No importaba, dentro de poco eso no iba a importar más. Se calzó las zapatillas que dejó ocultas en la tarde dentro de la casa de Charles. Están un poco sucias, con manchas de barro y un aroma canino, fuerte.

El can de la familia la observa con ojos severos, como pesándole el actuar de ella. Pero no alerta a la familia. El destino actúa como mejor le place.

Ya con los pies cubiertos, se dispuso a abandonar los terrenos de la casa Loud. Antes de poder pisar el asfalto del camino, una sombra la sobresaltó, cruzándose frente a ella. Cliff la miró con ojos relucientes en la oscuridad más allá de un poste eléctrico. La rendija vertical en sus pupilas la vigilaban al moverse. Lo dejó atrás con un escalofrío, pero se dijo que era sólo una coincidencia, una casualidad nada fatídica. Continuó hasta el cementerio.

Se fundió en la penumbra de las calles nocturnas de Royal Woods. Durante el día ella destacaba como la sangre en un lecho blanco, pero después del atardecer... Oh, ella era otra cosa, era una presencia apenas insinuada fuera de los círculos luminosos de los postes; invisible hasta que un ocasional automóvil la apuntaba con sus faros, y los conductores juraban luego haber visto a un fantasma pálido y oscuro surgir de la nada.

Ese era su elemento, la noche.

Desde que tenía memoria era así. Delante de ella estaba Lincoln; blanco, un lucero envuelto en naranja y con la piel sonrosada, un pequeño fauno entre las ninfas. Atrás quedaban Lola y Lana; puro trueno, tormenta sublimada, ambigüedad y un encanto como de víboras y pirañas, Salmacis y Galatea mellizas. Más allá en todas direcciones la rodeaban ruidos y cantos, comedia y drama, dulzura angelada, abrazo marcial, frialdad brillante, arrojo y premura, una suave y cariñosa inocencia. Sobre ellos estaban un Júpiter casero y una Juno abnegada. Y allí, ignorada y temida, una mota de tinta negra manchando el cuadro. Perséfone Hécate. Pero pronto vendría la luz, y saldría otro ser de esta.

Se detuvo ante las rejas metálicas del cementerio de Royal Woods. Un candado reforzado con una cadena de eslabones ennegrecidos impedía el paso. No había problema, nada sobre la tierra podía evitar que un fantasma entrase a su casa. Sólo tenía que usar los pasos propios de ellos.

Echó vistazos hacia atrás. Ningún ser a la redonda, aparte de ella, su murciélago y la etérea indicación de la bisabuela Harriet. Anduvo unos pasos hasta una esquina solitaria del enrejado. No tuvo que buscar mucho para dar con la gruta de acceso. Un agujero cavado bajo el metal y el cemento, probable producto del esfuerzo de un mapache o de un ghoul noctámbulo. Era estrecha la entrada, pero ella era como una sombra, escurridiza.

Se agachó y traspasó primero el libro entre los barrotes. No costó nada colar el amasijo de papel encuadernado. Ahora, lo más difícil. Primero metió la cabeza, aspirando el penetrante aroma de tierra húmeda, siendo consciente del peso de la valla sobre ella. La tierra estaba fría, un poco compacta. En un momento se le atascaron los hombros en la abertura, con la mejilla pegada al suelo. Pero no iba a detenerla una minucia como esa. Se revolvió como un enfermo de convulsiones, ensanchando levemente el camino. Eso era todo lo que necesitaba. Siguieron su torso, sus brazos y sus piernas.

Al incorporarse estaba sucia de mugre y tiritaba un poco. El aire del cementerio era helado, denso y sofocante; o así lo percibía ella. Colmillito cruzó para reunirse con su dueña. Ya faltaba muy poco para el renacer.

Se adentró en medio de las lápidas, semejantes a colonias de hongos pétreos. Algunas eran recientes y tenían epitafios aún claros sobre la superficie pulida. Cómo por ejemplo: "HIJA AMOROSA, PADRE ABNEGADO, SU GUARDIA HA TERMINADO, SALUDA A DIOS DE NUESTRA PARTE"

Pero otras rezumaban soledad y vejez, una edad más allá de lo que habrán vivido varios de los difuntos vecinos. Losas erosionadas, fragmentadas o destruidas. La maleza invadía las orillas de la piedra, con florecillas sin nombre brotando tímidas del detritus tres metros abajo.

Lucy en visitas anteriores jugaba a inventar biografías imaginarias sobre los cadáveres anónimos de sus moradores. Allí estaba la señora que fue una simpatizante nazi emigrada tras el Muro de Berlín. Allá el niño muerto de cáncer en una época sin quimioterapias ni medicamentos superiores a la penicilina. Pero no era por ellos que estaba ahí, y si tenía éxito no esperaba volver a visitarlos.

La encontró por puro instinto, sin necesidad de revisar el camino andado. Esta lápida no estaba desamparada sin nadie que velara por ella. Su superficie no era tersa, pero era llana y sin fisuras. No tenía una corona suntuosa de flores, pero sí una orquídea negra dentro de un florero. Su epitafio tallado no era reciente, pero era prolijo y legible. Harriet Loud era una muerta con una descendiente atenta.

Se inclinó sobre el último hogar de su bisabuela, sintiendo la liviandad que emitía ese solar. Muchas veces había venido al cementerio, sola o acompañada, para limpiar la tumba de hierbas, pulir la piedra o dejar una única flor oscura, como le había dicho su padre que le gustaba en vida. A veces sólo se quedaba mirando la lápida, en silencio, por ratos largos. En varias ocasiones pensó haber escuchado una voz leve como la brisa, llamándola. Lucy una vez quiso saber más de su ascendiente paterna.

«No la visitaba muy a menudo, hija; ella vivía en una cabaña un poco adentrada en el bosque, nunca permitió que se le ingresara en la casa de retiro. Recuerdo que nunca fue muy unida a mi padre, ni mi padre parecía tenerle un gran afecto. Me llevaba a tu tío y a mí en los otoños, cerca de Acción de Gracias. Vestía de negro toda y guardaba galletas de chocolate amargo en una cajita metálica que nos daba a mi hermano y a mí. Eran buenas. Nunca la oí reír, pero sonreía mucho, como los Yates. Tenía un montón de colecciones de revistas y cómics de terror viejos en un rincón. Algunos los tiene Lincoln. Antes de morir escribía mucho en diarios que ella acumulaba en un desván. También había decoraciones tenebrosas y eso. Tenía el cabello negro. Tú te pareces mucho a ella».

Esa última oración se le quedó grabada a fuego en la cabeza. «Tú te pareces mucho a ella». Desde ese día, hizo que su padre le prometiera ir algún día no muy lejano la vieja casa de la bisabuela. Después de mucho insistir, y coaccionar a base de sustos nocturnos, Lynn sénior y ella montaron en Vanzilla y no se detuvieron hasta llegar a un camino de tierra originado en un desvío de la carretera. La van recorrió el sendero traqueteando, encontrando una cabaña como surgida de un sueño de Tim Burton.

Era vetusta. Esa palabra parecía hecha para ese lugar. De dos pisos, de troncos apenas pulidos, con la pintura desconchada de un color pálido y muerto, unos ventanales a los costados semejantes a ojos de cíclope cegado y una puerta a la que se llegaba por unos escalones con agujeros. Aun así, no parecía haber sido descuidada todos esos años.

«Harriet tenía unos cuantos ceros en la cuenta bancaria y los destinó para una señora que viene y la mantiene unas cuatro veces al mes», le respondió su padre, «ella quería mucho este sitio».

Él revolvió sus bolsillos cuando estuvieron frente a la puerta de madera negra. Lucía triste, le pareció a Lucy. Lynn extrajo una llave del pantalón. Le explicó que guardaba la llave de esa cabaña desde hacía mucho tiempo, junto a otras que abrían las puertas de las habitaciones, del baño, de la cocina... y del desván.

Entraron. Una bocanada de aire polvoriento los hizo toser. Seguramente no habían llegado poco después de que la señora de limpieza aseó la casa. Cuando adecuó sus pulmones a esa atmósfera de sepulcro, Lucy dejó escapar un suspiro de asombro.

Unos sillones ajados, decorados con cojines de toda clase de bordados en patrones extraños. Las mesas de té eran de madera fina y las patas estaban talladas con figuras de lo que parecían ángeles. Una alfombra color negro ocupaba toda la estancia. Y eso era sólo una parte. Después, sin esperar el permiso de su padre, agarró las llaves y se puso a explorar los rincones de esa cabaña.

En un salón hay estanterías repletas de fetiches y artículos extravagantes, como mariposas de alas sombrías disecadas o sombreros de carnaval; sendos grabados en madera de paisajes boscosos, estatuillas que figuraban seres de fantasía, diminutos dados de muchas caras. La biblioteca, o lo que alguna vez había sido una, estaba mucho menos poblada comparando; apenas dos docenas de volúmenes amarillentos y perfumados de vainilla cohabitaban en muda vecindad.

Las habitaciones estaban desnudas, carentes de todo mobiliario, excepto una, que supuso fue la de la propia Harriet. Allí había una cama de cabezal tosco, metálico, con un colchón cubierto por sábanas blancas y una almohada flácida. También había una mesita de noche (vacía) un armario de puertas lisas (también vacío) y un crucifijo clavado en la pared. Una ventana sencilla dejaba entrar un mínimo de luz.

—Hija, mira —la llamó Lynn, sujetando una caja metálica pintada en azul profundo—; aquí guardaba las galletas la abuela.

—Qué bueno. Papá, ¿Puedo ver el desván?

—Eh... Claro, pero ten cuidado. Sé que hay ratas allí. Ya había cuando Harriet vivía.

—Gracias.

El desván no era la gran cosa, para su decepción. Sólo cajas arrumbadas y un olor penetrante de moho y suciedad de rata que lo invadía todo. En las cajas no encontró nada que le llamase la atención, baratijas y cuadernos desgastados, con las hojas sueltas y carcomidos por los roedores. Estuvo a punto de abandonar esa estancia cuando algo capturó su interés.

Era un libro. Un libro viejo, pero con todas sus páginas y encuadernación en su sitio. Lo tomó, levantando una nube de polvo que la hizo toser con fuerza. Después lo abrió, leyendo primero algo muy sencillo:

De Harriet Loud

Miró un momento la tapa. Ningún elemento que la ayudase a formar una idea de lo que habría en el libro. Sólo una cubierta negra.

«Papá dijo que la abuela escribía en diarios, ¿No? Debe ser eso».

Ummm... diarios que una anciana escribía antes de dejar este mundo. No sonaba muy tentador. Pero, en las manos sostenía una herencia familiar, y eso no se despreciaba. Así que leyó la primera página. Luego la segunda, la tercera...

—¿Lucy?

Cuando escuchó a su padre llamándola se incorporó sorprendida. ¿Cuánto tiempo llevaba allí, agazapada, escrutando la fina caligrafía de su bisabuela? Ya tenía una docena de páginas leídas, y ya sabía que ese libro se iría con ella. Bajó del desván, con el grueso botín bajo el brazo.

—Eh, Lucy, ¿Qué haces con eso?

—Es un libro de relatos, creo que los escribió la bisabuela. ¿Puedo llevármelo?

—Bueno... Creo que sí. ¿Estaba tirado por ahí?

—Sí. No creo que nadie lo eche de menos. ¿Puedo?

—Sí, quédatelo. Ya nos tenemos que ir, hija.

Aquello contrarió un poco a Lucy, pero pensó en respuesta que así tendría tiempo para leer todo lo que ocultaba el libro.

—Bien.

Minutos después Lynn dejaba la llave puesta en todas las puertas de la casa, tal como habían llegado. Se subieron en Vanzilla y dejaron atrás la cabaña de Harriet. Lucy miró hacia atrás, hacia una ventana del segundo piso, el solitario ojo de buey del desván. Y juró haber visto a una figura envuelta en un vestido oscuro y polvoriento, con los rasgos ocultos entre las sombras.

Supo por instinto que esa figura tendría el cabello negro como ella. Le hizo un gesto de despedida con la mano. No se enteró de si era correspondida. A la noche le dio igual. Armada de una lámpara y en total silencio estudió las semanas siguientes cada párrafo, cada ilustración, cada esquema.

Y vaya que estudió el libro de Harriet.

Por ello ahora estaba sola de noche en el cementerio, frente a la lápida de la autora de aquel precioso libro, con la intención de salir de allí convertida en algo nuevo y maravilloso. Aquel ser extraordinario del que tanto elucubraba Harriet estando viva.

Basta de recuerdos, pensó; hay un ritual que no puede demorarse.

Se sentó en la hierba, en plena postura del loto, tal como indicaban las instrucciones. Abrió el libro frente a ella, en una página donde podía admirarse un intrincado símbolo hecho en tinta, de patrones simétricos, que insinuaban dos efes gemelas enfrentadas. Colocó sus manos sobre sus rodillas, con las palmas mirando al cielo. Y recitó las palabras del hechizo:

Fantion, Ficnet, Tionfic

Guardó silencio unos instantes, dejando que las sílabas flotaran en una atmósfera que podía sentir más densa a cada segundo, con el ambiente exterior diluyéndose, quedando sólo ella, la lápida y el libro.

Ah, pero faltaba algo más...

—Colmillito —susurró al quiróptero, preparándose para lo que seguía—, ayúdame para trazar el símbolo con mi vida.

El murciélago se acercó al dedo índice izquierdo de su ama, dudoso de lo que iba a hacer. Pero cumplió. Dos puntos rojos se abrieron en la punta del dedo, dejando manar una sangre escarlata. Un gesto casi imperceptible de Lucy lo llevó a morder de nuevo, ensanchando la herida, escarbando con sus colmillos hasta que una gota inmensa, redonda y reluciente escurría hasta caer en la hierba. Entonces Lucy usó su sangre para remarcar el símbolo sobre la tinta seca.

Ignoró el dolor, obligándose a dejar que su hemoglobina manchase el papel. Un escalofrío de impresión la recorrió toda cuando vio que la sangre se secaba al instante, a la par que un brillo tenue irradiaba tras su trazo. Cuando terminó, el sello brillaba en el aire frente a ella, como una fantasmal pantalla de neón rojo. Se levantó lentamente, con movimientos premeditados, ateniéndose a las instrucciones de su familiar. El dedo herido le escocía con ardor terrible, pero no dejó el menor suspiro salir de sus labios. Admiró el brillo sanguinolento del sello, guardando cada línea, cada ángulo. Entonces pronunció la última fórmula del ritual:

—Desato mi imaginación.

Y cuando dijo tales palabras un eco inmenso se escuchó por todo el cementerio, esquivando tumbas y estatuas conmemorativas, elevándose como un coro de ópera prohibido. El sello lanzó resplandores rojos, azules, amarillos, turquesas y finalmente un brillo opaco que se deslizó del papel hasta los pies de Lucy. Ella casi pegó un brinco, aunque esperaba eso. Se sentía tan frío...

Entonces cayó desmayada.

La despertó la inquietante sensación de ya no estar en el cementerio. De estar en un lugar dónde no debía estar sola.

Y así era. Sabía dónde se hallaba. Ese salón, esos muebles, aquella masa negra e inhóspita que era el piso. Estaba en la cabaña. Trató de moverse, pero no pudo. Estaba como adherida al respaldo y cojines de uno de los sillones. La tela que los recubría era áspera, y se sentía como tener un millón de diminutas hormigas contra la piel.

«Esto no... esto no debía pasar. Las instrucciones decían que después de cumplir el ritual saldría como nueva. Algo salió mal...».

—No, mi dulce niña, todo va como es debido. Sólo que no leíste tan atentamente...

—¿Quién...?

—¿No me reconoces, cariño; no reconoces a tu familia?

La voz era suave, como el canto de una dríade. Lucy buscó el origen de esa voz. ¿Cómo...? Pero si ella no estaba ahí hace un momento.

—Es mi casa, querida. Siempre estoy aquí. ¿No te lo dijo así Lynn?

—¿Lynn? Ella no te conoce a ti ni esta cabaña.

—Mi nieto, querida.

—Oh...

Escuchó la risa de esa voz. Era tan dulce, pero debajo de esa dulzura se oía otro timbre, uno que le recordó al de Luan cuando estaba a punto de hacerte una jugarreta. Esa nota disonante sólo duró un segundo. Lucy ya la había visto en fotos, admirado la similitud, pero tenerla de frente... era pasmoso. El mismo cabello de carbón con un peinado casi idéntico, el vestido de algodón negro, la sonrisa apenas insinuada, el ojo de un azul tan frío por entre los cabellos.

Harriet Loud era la viva imagen de su bisnieta.

—Claro, Lucy, te comprendo en plenitud. Yo misma me impresioné con el parecido. Era así cuando tenía tu edad. Por supuesto, era un poco más alta.

—Abuela, ¿Qué hago aquí? ¿Qué salió mal? ¿Me equivoqué en algo?

—No me escuchaste antes. No te equivocaste en nada, excepto en la lectura.

—¿La lectura?

—Claramente pensaste que la línea de «y se saldrá renacida en cuerpo y mente» sólo era un recurso de resumir el resultado. Mea culpa, es así. Escribí que se saldría renacida, pero no aclaré de dónde se iba a salir.

Lucy no supo qué responder. Era cierto, apenas descubrió el hechizo ritual que realizó hace poco no pensó mucho en las implicaciones de la frase. Se sintió apenada. Errar en algo así. Pero ya iba a completar todo el pasaje. Tenía frente suyo a la mejor guía.

—Abuela...

—Bisabuela. Tu abuela murió antes que yo.

—Claro. Bisabuela Harriet, ¿Qué debo hacer para salir de aquí?

—Bueno, viniste para cambiar, ¿me equivoco? Entonces tienes que mirarte en el espejo y responder unas preguntas.

—¿Sólo eso?

—Claro. ¿Esperabas algo más?

—No. Debo levantarme para eso.

—No lo he olvidado. Levántate.

Iba a replicar que no podía mover la cabeza siquiera, pero eso ya no era cierto. Sin pensarlo pudo alzar los brazos, antes pegados como por magnetismo al sillón. Sin dilación, se incorporó, aliviada de poder estirar las extremidades. Mucho mejor ahora.

—Gracias, bisabuela...

El sillón orejero estaba vacío. Antes de poder expresar algo más escuchó que la llamaban desde otra estancia.

—Querida, por aquí.

Siguió el rastro de la voz. Llegó a donde supuso que era el lugar. Era cerca de la puerta que daba acceso a la biblioteca vacía. Y a un costado estaba un espejo de cuerpo entero, con un marco de hierro ricamente elaborado y con una leyenda en relieve en el arco superior: Dark Mask, seguido de un pequeño espiral. Ella había ignorado aquel espejo en su primera visita a la cabaña. Apenas se había contemplado unos instantes antes de seguir explorando. No le gustaba ver su reflejo. Ni antes ni ahora.

El cabello enmarañado, las ropas mugrientas de tierra fúnebre, la piel pálida de un cadáver y aquella herida en el índice. No era una vista agradable de contemplar. Ya desde pequeñas las gemelas evitaban mirarla por mucho tiempo. Toda su familia prefería, en menor o mayor grado, distraerse de su presencia. Lori se ocultaba tras la pantalla del teléfono, Lola admiraba su reflejo en un espejito de mano o Lily desviaba la vista, llamando a cualquier otra hermana menos a ella.

—Ay mi niña —Harriet la sobresaltó al apoyarle una mano en el hombro. Lucy se asustó al notar cuán frío era su toque, y lo puntiagudas que eran sus uñas. Conque eso era lo que sentía su familia cuando ella los sorprendía... —, sé lo que sientes. Yo pasé por eso gran parte de mi vida —Harriet chasqueó la lengua con un gesto de pena.

—No sabía qué estaba mal conmigo de pequeña. Los demás niños me llamaban «la bruja», me tiraban piedras cuando me veían y no dejaban escapar ocasión de arruinar mis cuadernos o quemar una de mis historietas. Fue muy duro, y ni siquiera con Leroy, tu bisabuelo, llegué a sentirme en casa. Mi madre me evitaba siempre que podía, igual que mi hermano. ¡Oh, cómo lamento que pases ese tormento! Pero, ¿sabes?, siempre fui muy curiosa, estudié muchas cosas durante muchos años, sabiendo que no hay problema sin solución. Y finalmente pude recoger el fruto de lo que sembré. Fui muy intuitiva al dejarte un camino ya despejado. Sabía que un buen día hallarías mi libro. Pero eso una larga historia. Mejor vamos directo al grano —hizo una pausa, dejando a su bisnieta un intervalo de preparación—: ¿no eres feliz?

Aquello agarró desprevenida a Lucy.

—¿Feliz? Creo que... a veces llego a creer que sí, pero pasa algo que me quita esa ilusión. Una mirada, un pequeño comentario y recuerdo que no lo soy. Que no puedo serlo.

—¿Por qué?

—... Porque sé que no soy como otras personas, siempre lo he sabido. No puedo jugar con los demás niños, no puedo dejar de incomodar a las personas con mi presencia. Sé que me ven y enseguida se santiguan algunas señoras. Ven a una pequeña criatura oscura. Y veo cosas...

—¿Cómo cuáles?

—Creo que son fantasmas. Pero no parecen... son como duendes malignos, su aspecto es repulsivo y su presencia me deja helada. Sé que no debo ser la única que los ve, pero no he encontrado a nadie más que pueda. El resto de personas les rehúye a ellos y los lugares donde viven... una vez, estaba con mi madre en el hospital porque me iban a vacunar ese día. Eché a andar por los pasillos y llegué a un área del hospital con un cartel que no supe leer en ese momento. Después me enteré que esa era el ala de oncología. Y allí... habían muchos de ellos, cientos correteando por los pasillos, riendo y frotándose las garras, fuera de las habitaciones, en su interior, colgados del techo. Parecían esperar algo, de ellos emanaba una luz sin vida...

—¿Los has visto a Ellos?

—Sí. ¿Tú sabes qué...?

—Eso no importa ahora —el disgusto era palpable en la voz de Harriet—. Una última pregunta: ¿Quieres cambiar?

Lucy sabía la respuesta.

—Sí.

—Entonces ya está hecho.

Y así se hizo. No había terminado Harriet de pronunciar esas palabras cuando vio su reflejo. Y lo que vio la dejó sin habla.

Era y no era ella. Un cabello rubio con flequillo deslumbrante, cortado hasta encima de las cejas. Vestida toda de rosa; botas, blusa, chaqueta, shorts. La piel sonrosada y llena de color. Una pose recta y de niña que claramente estaba alegre y satisfecha. Pero eso no era todo. Sus ojos, verdes como dos esmeraldas, expuestos con orgullo al mundo. Lucy no podía creer lo que veía. Eso era... Algo inquietante. Acababa de decir que quería cambiar, pero había algo siniestro en todo ese brillo y color rosáceo. Retrocedió unos pasos.

—Lucy, ¿No te gusta? Ella está aquí para cumplir tu deseo.

—Bi... Bi... Bisabuela, esto no es lo que tenía en mente...

—¡¿AH, NO?! ¡LÁSTIMA, QUERIDA! ¡ES LO QUE HAY!

—¿Qué...?

Su reflejo falso se había movido. No entendió cómo, pero se había movido. Sonreía, sonreía de un modo aterrador, con los labios bien separados, estirados hasta una línea delgadísima y rosa. Unos dientes impolutos y de un brillo cegador, similares a los de un tiburón. Su voz era horrible, como la de Lola pero elevada a toda la escala de octavas. Aguda y ruidosa. Sintió asco.

—¡CHIIICA, PARECES HABER VISTO UN FANTASMA! ¡ASÍ TENDRÍA QUE ESTAR YO! ¡VERTE DA MIEDO Y DISGUSTO, CIELOS! ¡¿QUÉ PASA, TE ASUSTASTE?!

—Yo... Yo... Tú eres un reflejo. Éstas dentro del espejo.

La chica del espejo pareció haber sido extrañada por esa obviedad. Rápidamente se encogió de hombros y dio una risotada tremenda. Encaró a Lucy.

—¡YA ME PARECÍA, CON ESTE BRILLO DE AQUÍ! —golpeó con una uña postiza el vidrio— ¡PERO ESO SE ARREGLA FA-CI-LI-TO!

Y salió caminando del espejo. Ya Lucy se esperaba algo así, pero seguía asustada de todo lo surreal de la situación. Parecía como si Edgar Allan Poe se hubiera emborrachado y aporreado la máquina de escribir para llegar a esto.

—¡Y BIEN! ¡¿QUÉ ESPERAS?!

—¿Disculpa?

—¡PARA ENTRAR EN EL ESPEJO! ¡¿O CREÍAS QUE ESO IBA A QUEDAR SÓLO?! ¡NO LE TENGO MUCHO CARIÑO, PERO ESO DEBE QUEDAR BIEN CUIDADO NIÑA!

Lucy abrió mucho los ojos tras su flequillo negro al entender. Miró alarmada a Harriet, esperando que eso fuera una broma retorcida. Pero su antepasada la miraba muy seria.

—Bueno, Lucy, esto es lo que querías. Ya no hay marcha atrás.

—Pero...

—¡AY NADA DE PEROS, CARIÑO! ¡ENTRA ALLÍ AHORA!

La otra Lucy la sujetó por el antebrazo, buscando forzarla a entrar en el espejo. Pero no duraron mucho sus esfuerzos. El contacto quemó como brasas al rojo vivo. Se separaron con un chillido de dolor y se miraron. La otra estaba enfurecida, mirándose la palma quemada.

—¡MI MANICURA! ¡MALDITA MURCIÉLAGO DE CUEVA, ESTO NO TE SALDRÁ GRATIS!

Lucy no iba a esperar que la otra o Harriet le pusieran un dedo encima. En medio del susto y de la confusión fue hacia la única puerta que había allí. Escuchó el grito de susto de Harriet y los alaridos de rabia de la otra cuando cerró la puerta tras ella.

—¡Niña necia! ¡Lo que hay allí es peor que el espejo! ¡Sal de allí!

—¡MALDITA RATA, AHÍ NO ESCAPARÁS!

Las ignoró en cuanto se fijó dónde estaba. Era la biblioteca de Harriet, pero no la misma que había visitado antes. Esa era una sala casi sin ventanas con unas cuantas estanterías mohosas casi sin libros. Esta era todo lo contrario. Una cámara de apariencia infinita, con vastas hileras de estantes poblados por miríadas de libros. Todos encuadernados con tapa azul, y caracteres blancos indicando el título y la autoría. Echó a correr entre las estanterías, esperanzada con encontrar una salida. Escuchaba la puerta ser golpeada por dos figuras muy terribles, y escuchaba los gritos y palabras procaces de la otra. Debía salir de allí.

Mientras corría, perdida en alguno de los innumerables pasillos, se fijó en los libros. Todos eran de una cubierta azul marina. Se fijó que en el lomo se veía claramente el mismo sello del libro de Harriet.

Se puso a pensar. Si un libro la había metido en esta situación, un libro podría sacarla. Revolvió los volúmenes, leyendo rápidamente los títulos, buscando un indicativo del que podría sacarla de allí.

«Cupido Estúpido», «Amar te duele»; no, eso sólo eran libros románticos, no le servían de nada. Removió otros. «Apothiconic Loud». Lo hojeó, no había nada parecido a instrucciones. «Distopía», «El burdel de las parafilias»; unas líneas le revolvieron el estómago. Encontró uno con su nombre: «Lucy». Estuvo a punto de vomitar. Eso era una pesadilla lo que estaba escrito allí, tenía que serlo. Eso no podía pasar de ninguna forma...

Retumbó el ruido de una puerta siendo abierto con violencia. Escuchó el aullido de sus persecutoras.

—¡LUUUCY, YA ESTOY EN CASA!

No, no, no. Tenía que apurarse. A ver...

«Réquiem por un Loud», «Tan sólo se dio», «Ellos», «Neon Days», «Sueños», «Silbidos», «La familia del caos», «Llamadas», «La novia de Chandler», «Bajo la piel», «Buenas personas», «La Nueva Generación», «Deadly Class Loud», «La Purga Loud», «Firefly FunLoud House», "Engranes de Guerra"

Tantos libros repletos de palabras y frases que se le antojaban aterradoras y tan inútiles para la situación en que estaba.

—¡AQUÍ ÉSTAS, MURCIÉLAGO! ¡HARRIET, POR ACÁ!

No. La habían encontrado. La otra la miraba con ojos de locura, vaticinándole un sufrimiento increíble cuando la llegase a agarrar. Harriet apareció poco después, con un semblante de furia.

—Niña estúpida, me has decepcionado con tu falta de sentido común. No sabes lo peligrosa que es tu presencia aquí. Tú no eres digna de ser mi bisnieta. Tú, la Lucy que debió nacer, captúrala y llévala al espejo, ahora.

—¡POR SUPUESTO VENERABLE ANCIANA, YA LE TRAIGO A ESA RATA!

Lucy la vio correr con velocidad inhumana hacia ella. Alcanzó a arrojarle a la cara «El límite de la cordura» antes de ser tacleada por un huracán rosa. Sintió las uñas postizas de la otra enterrarse en su brazo. El contacto quemó.

—¡MALDITA ESTÚPIDA!

—Déjame...

Era fuerte, mucho más de lo que imaginaría cualquiera. La tenía atrapada contra el suelo, sujetándole los brazos, quemándola hasta que empezó a salir humo del contacto. La otra se asombró, y sintió entonces como también se quemaba. Lucy aprovechó para darle una patada en el estómago, que la quitó de encima suyo, arrojándola contra una estantería. Las peleas con Lynn habían servido de algo. Varios libros cayeron, una lluvia de papel y tinta sobre ellas. Antes de poder esquivar los libros, sintió cómo la volvían a someter. La otra se le había prendido del cuello, ahogándola.

—¡¿CÓMO TE ATREVES, MALDITO MURCIÉLAGO DE ALCANTARILLA?! ¡VOY A JODERTE EL ROSTRO, VOY A CORTARTE ANTES DE DEJARTE DENTRO DE ESE ESPEJO...!

Se quedaba sin aire, forcejaba contra aquella fuerza sobrenatural que tenía esa versión rubia y terrible de sí misma. Los libros caían, golpeándolas. El calor era terrible, sentía cómo en el cuello le ardía, las zonas donde la había tocado antes también dolían, palpitaban con ampollas formándose. La otra también tenía sus heridas. Y los libros se empezaban a incendiar también. Un grito terrible se escuchó.

—¡No! ¿¡Qué hacen, estúpidas!? ¡Van a arruinarlo todo!

El fuego las rodeo en un chasquido, crepitaban mientras la celulosa estallaba en combustión abrasadora. Unas chispas le rozaron el rostro. Pero a la otra el cabello se le encendió como una antorcha. No se soltaban, unidas en un abrazo mortal, mientras decenas de libros azules se chamuscaban, propagando el fuego a todos lados.

Nada de eso le importaba a Lucy. Las lágrimas se le secaban en el rostro, los ojos le escocían, estaba asustada como nunca, asustada de la copia rosa y maléfica que la asfixiaba y de la anciana traicionera y de todos esos libros llenos de contenidos terribles. Pero lo que más le aterraba era la muerte, pensar que iba a dejar de existir en una biblioteca incendiándose, todo por su estupidez, por no poder ser normal, por ser tan ingenua... antes de desmayarse, alcanzo a leer el título borroso de un libro besado por las llamas.

LOUDVERSE

Entonces todo se hizo negro.

...

Sintió el fresco tacto de la hierba húmeda de rocío contra su mejilla al despertar. Estaba desorientada y no recordaba casi nada. ¿Por qué no estaba en su cama...? Entonces recordó todo.

Se levantó de un salto, esperando encontrarse a aquel demonio rosa lista para abrirle la garganta. Grande fue su sorpresa al no encontrar nada más que el campo de lápidas del cementerio siendo iluminado por el sol del amanecer. Estaba confundida y agitada. ¿Todo habría sido un sueño? ¿Acaso se había dormido frente al libro de Harriet y tuvo una terrible pesadilla? Podía ser eso.

—¡AY!

Se revisó el cuerpo al sentir un dolor quemante en el cuello y los brazos. No, no podía ser cierto...

Unas ampollas en el antebrazo, donde habría sido sujeta en la pesadilla por la chica del espejo. Y al palparse el cuello tuvo que retirar la mano del ardor que sentía. Unas lágrimas se escaparon de sus ojos. Miró en todas direcciones, alerta a cualquier señal de que no estaba sola allí... y vio la lápida de Harriet.

MURCIÉLAGO DE MIERDA

ESTO TE SALDRÁ CARO

TU PUTA RATA VOLADORA

ME MORDIO CUANDO DESPERTE

ESCRIBO ESTO CON LO QUE

QUEDÓ DE EL

ME LLEVE EL LIBRO

TE ESPERO EN EL ESPEJO

:)

Las letras, agresivas y trazadas con algún líquido rojo aún sin secarse adornaban la lápida maltrecha de la bisabuela Harriet. La orquídea negra yacía vuelta pedazos, desperdigada alrededor de ella. La propia piedra había sido fuertemente golpeada y el epitafio era ilegible.

Sintió como un mazazo en el pecho. Las piernas no sostuvieron su peso. Cayó en sus rodillas sintiendo como si el aire le fuera arrebatado de sus pulmones. No podía soportar ver más esa marca innegable de lo que había pasado. Miró hacia otro lado. Se arrepintió enseguida.

Una masa negruzca y ensangrentada estaba tirada a pocos metros de ella. Hecho jirones y decapitado, con un ala arrancada y las vísceras expuestas al mundo. Colmillito...

Sintió la orina fluir entre sus piernas, empapando su ropa.

No tenía idea de lo que había hecho.

Capítulo dos publicado el 31/07/2020.

Y así es como termina el segundo capítulo del fic. Vaya problemas en los que Lucy se metió solo por querer dejar de ser ella misma y volverse una chica más linda y normal ante los ojos de los demás; lo que puede generar la desesperación al sentirse repudiada por otras personas, incluso por sus propios familiares.

Espero que les gustase su interacción con la bisabuela Harriet y su "yo bonita" junto con las referencias que se hicieron hacia varios fics del Fandom (Siéndome imposible no poner una sobre uno de los míos para hacerme algo de publicidad XD) pero ahora, ¿Qué sigue para ella? ¿Con qué cara le va a explicar a sus familiares sus heridas? ¿Cómo esto se relacionará con la Casualidad de Lincoln? Eso lo sabrán, más adelante ;D

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