i. heading to hogwarts

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i.
rumbo a hogwarts








Brigid Diggory podía perderse en su propio mundo en apenas unos segundos.

A veces, lo hacía para evitar prestar atención a algo o alguien, otras veces, simplemente sucedía. Se quedaba mirando fijamente un punto aleatorio y su mente viajaba a fantasías absurdas o situaciones irreales que podrían pasar en aquel momento. Nada demasiado útil, pero sí entretenido.

Brigid solía evitar la realidad siempre que podía. Olvidar, aunque fuera unos minutos, todo aquello. Imaginar historias absurdas que solo podían pasar en su mente. No es que su vida fuera terrible, simplemente le gustaba crear otras diferentes. Sus padres solían decirle que no podía vivir constantemente en sus fantasías, pero Brigid no podía evitarlo.

Para ella, su imaginación era más mágica que la propia magia.

—Eh, Bree, ¿quieres que subamos ya?

La voz de su hermano fue lo que la hizo regresar al lugar donde estaba, en el andén nueve h tres cuartos, junto a Cedric y sus padres. La chica contemplaba fijamente la locomotora roja del expreso de Hogwarts, con expresión ausente. Sacudió la cabeza y se giró hacia su hermano, sonriendo un poco.

—Como quieras —respondió simplemente—. No tengo prisa.

—Deberías subir ya, Ced —intervino su padre—. No querrás llegar tarde a tu primera reunión de prefectos, ¿no?

Brigid contuvo las ganas de suspirar. Desde que nombraron a Cedric prefecto, Amos había estado mencionándolo a cada instante. Había sido un verano largo, al menos en aquel aspecto. Brigid se alegraba por su hermano, por supuesto, pero estaba algo cansada de escuchar aquello una y otra vez.

—Y no queda demasiado para que el tren parta —añadió su madre, alisando el jersey de Cedric una vez más y arreglando el pelo de Brigid—. Será mejor que subáis ya y busquéis un buen asiento.

Y eso hicieron. Tras despedirse una vez más y prometer escribir pronto, Brigid y Cedric arrastraron sus baúles hasta la puerta del vagón más cercano y subieron a éste, abriéndose paso entre los alumnos y alumnas que allí se reunían. Agitaron la mano una última vez, antes de alejarse de la puerta del vagón. El vapor que salía de la locomotora era cada vez más abundante y cubría el andén como una niebla blanca.

—Bueno —dijo Cedric, una vez se hubieron alejado algo de la multitud—, ¿vamos a buscar un compartimento?

—¿No tienes que ir a la reunión? —recordó Brigid.

—Puedo ayudarte a buscar un buen sitio antes y luego ir —propuso su hermano—. No creo que vayamos a tardar demasiado, ¿no?

A juzgar por lo llenos que estaban los compartimentos a su alrededor, sí que iban a tardar.

—¡Cedric! —llamó alguien, desde el final del vagón—. Iba para la reunión, ¿vienes?

Brigid reconoció a un alumno de Ravenclaw, compañero de curso y amigo de Cedric. No recordaba su nombre, pero les había visto alguna vez juntos por los pasillos.

Su hermano la miró, dudoso.

—Ve con él —dijo ella, sonriendo—. No querrás llegar tarde a tu primera reunión de prefectos, ¿no?

Cedric rio al notar que había tratado de poner una voz similar a la de Amos, aunque con poco éxito. Una divertida mueca había aparecido en el rostro de la menor.

—Esa ha sido una pésima imitación de papá —opinó Cedric, divertido—. Está bien, busca un compartimento. Pasaré a verte luego, ¿vale?

—No hace falta que me vigiles constantemente, ¿sabes? —rio Brigid—. Será mejor que vayas, te están esperando.

Brigid vio a su hermano alejarse, con su baúl a rastras. Miró a su alrededor, pero el pasillo estaba abarrotado de alumnos y alumnas charlando. No había ningún compartimento libre a la vista. Brigid suspiró y, sujetando con fuerza el asa de su baúl, dirigió su camino hacia el final del tren, que era donde solía haber compartimentos vacíos.

Un fuerte pitido sonó, indicando que el tren iba a partir. Éste comenzó a moverse lentamente. Todos se apiñaron en las ventanas, agitando la mano para despedirse de sus familias, lo que le dificultó a Brigid la tarea de avanzar.

Sobre todas las despedidas, un grito agudo se escuchó.

—¡Corre, Harry!

Nada más oír aquello, alguien empujó a Brigid con fuerza, y se encontró atrapada entre la espalda de alguien y la pared. La chica soltó un gemido al golpearse, pero fue más de sorpresa que de dolor.

—¡Ron, cuidado! —exclamó alguien.

La persona que la aprisionaba se apartó de inmediato, farfullando disculpas. Brigid levantó la mirada y no pudo evitar sonrojarse al notar tres pares de ojos sobre ella. ¿Por qué tanta gente estaba observándola?

—Pe-perdona —tartamudeó un chico pelirrojo, que se había puesto colorado hasta las orejas. Brigid tardó un momento en reconocerle como Ron Weasley, el mejor amigo de Harry Potter—. No sabía que estabas ahí.

—No pasa nada —murmuró Brigid, tímidamente.

Dio un paso atrás, sin saber qué hacer ni decir, pero tropezó con su propio baúl y cayó al suelo. Sus mejillas se volvieron de un color rojo aún más intenso, mientras giraba la cara para evitar mirar a los otros a los ojos.

Brigid solo quería que la tierra se le tragara.

—¿Estás bien? —Alguien le tendió la mano para ayudarla a levantarse. Sin atreverse a mirarle, Brigid la aceptó y se puso de pie—. ¿Te has hecho daño?

—Estoy bien, yo... Gracias.

Harry Potter la observó, curioso, aunque ella evitó mirar más arriba de sus hombros. Brigid sujetó el asa de su baúl con fuerza. Notaba a los otros mirándola, sin saber qué hacer ni decir.

—Bueno, yo... Supongo que debería irme.

Sentía las mejillas arder por la vergüenza. ¿Por qué había tenido que tropezarse con el baúl? Probablemente, los tres estaban pensado que era idiota.

Brigid se alejó sin decir más, arrastrando el baúl tras ella. Hubiera deseado que la tierra le tragara. Siempre le sucedía igual, cuando le pasaba algo vergonzoso, no podía parar de pensar en eso. El único consuelo que encontraba era que el trío no debía ni conocer su nombre.

—¿Diggory?

Brigid levantó la mirada al escuchar su apellido y se detuvo al ver frente a ella a una chica rubia que reconoció como Primrose Jones. Brigid solo la conocía porque tuvo la suerte —o la desgracia, más bien— de encontrarla petrificada el año anterior junto a Hermione Granger y Penelope Clearwater, cuando el monstruo de Slytherin había atacado a los nacidos de muggles y casi había obligado a cerrar la escuela.

—Hola, Jones —acertó a decir Brigid, recordando que, generalmente, cuando alguien se dirige a uno, se debe responder.

—Me alegro de verte —dijo la rubia, sonriendo—. ¿Qué tal el verano?

—Bien, supongo. ¿Y el tuyo?

—No ha estado mal. Mis padres no querían que volviera a Hogwarts después de lo que pasó, pero logré convencerles de dejarme volver. —Primrose le echó un vistazo al baúl que Brigid arrastraba—. ¿También buscas compartimento?

—Sí, pero están todos ocupados.

—En el fondo suele haber libres —comentó Primrose, que llevaba su propio baúl con ella—. ¿Vamos a mirar?

Brigid aceptó, sin saber muy bien qué más decir. No había imaginado hacer el viaje en compañía de alguien. Primrose parecía sentirse bastante cómoda junto a ella, todo lo contrario de Brigid. No sabía si hacer o decir algo podría llegar a ofender a la otra chica, de modo que se limitó a caminar en silencio y a seguir buscando un compartimento.

En el último vagón, Primrose echó un vistazo por la ventanilla de uno de los compartimentos y sonrió al instante.

—¡Podemos entrar aquí! —resolvió la rubia, abriendo la puerta—. ¡Empezaba a preguntarme si Hrry y Ron habían tenido que volar en coche otra vez!

Por segunda vez, Brigid deseó que la tierra se la tragara. Y es que Primrose acababa de abrir la puerta del compartimento donde estaban Harry Potter, Hermione Granger y Ron Weasley.

—¡Prim! —exclamó Hermione, poniéndose de pie de un salto—. ¿Qué tal el verano?

Brigid se quedó de pie en el pasillo, pensando en si valía la pena salir corriendo. El trío saludó a Primrose con alegría, mientras Bree observaba con incomodidad. La chica había decidido marcharse finalmente, cuando Primrose se giró hacia ella.

—¿No entras? —preguntó, extrañada.

Brigid se sonrojó cuando todos la miraron. Potter, Weasley y Granger la reconocieron, por supuesto. Lo notó en sus expresiones. Primrose debió de notar que algo pasaba también, porque frunció el ceño levemente, extrañada. Aún así, le hizo un gesto a Brigid, animándola a entrar.

Conteniendo un suspiro, Brigid obedeció. Arrastró su baúl al interior y lo subió al portaequipajes, con cierto esfuerzo. Además de los tres alumnos de Gryffindor, había también un hombre joven, aunque canoso, durmiendo junto a la ventana. Brigid se quedó mirándolo, extrañada. Generalmente, el expreso de Hogwarts era solo para los alumnos.

—¿Quién es él? —preguntó Primrose, curiosa, sentándose entre Ron y Hermione.

—El nuevo profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras —respondió Harry, echándose a un lado para dejarle espacio en el asiento a Brigid. Tras vacilar, la castaña se sentó junto a él—. Es mi tío, Remus Lupin.

Primrose asintió, pareciendo entender. Debía saber ya quién era Lupin. Brigid, por su parte, no tenía ni idea, pero tampoco dijo nada. Intentaba no apartar los ojos del paisaje, que veía pasar a toda velocidad a través de la ventana.

—Creo que no nos han presentado —recordó Hermione, mirando a Brigid. La Hufflepuff se sonrojó al instante—. Soy Hermione Granger, ellos son Ron Weasley y Harry Potter.

Por supuesto, Brigid lo sabía. Sonrió débilmente y asintió. Entonces, recordó que le tocaba a ella presentarse. Carraspeó.

—Tú eres Brigid Diggory, ¿no?

La nombrada se giró, sorprendida, hacia el chico sentado a su lado. No esperaba que Harry Potter fuera a conocer su nombre, no cuando casi todos en su curso parecían desconocerlo. Más de una vez, algún alumno de Ravenclaw o Gryffindor le había preguntado si era nueva. Brigid lo odiaba.

—¿Sabes cómo me llamo? —preguntó, antes de darse cuenta de qué decía—. ¿Tú?

Harry se encogió de hombros, sonriendo ante el nuevo sonrojo de Brigid. Sus ojos azules parecían brillar con algo de diversión. Notar eso hizo que Brigid apartara la mirada, preguntándose si se estaba riendo de ella.

—Sí, lo sé. ¿Hay algún problema? —preguntó, casi con amabilidad.

Brigid negó con la cabeza de inmediato, aunque sin mirarle a la cara. Sus mejillas seguían rojas, excesivamente rojas.

—¿Eres la hermana de Cedric Diggory? —preguntó Hermione.

Brigid asintió.

—Creo que está en el curso de mis hermanos —comentó Ron—. Los gemelos, quiero decir.

—Es compañero de Vega y Jessica —añadió Harry, en tono tranquilo—. De la misma casa, quiero decir.

—Sí, eso creo —murmuró Brigid.

—¿Qué es ese ruido? —preguntó de repente Ron.

Brigid agradeció el cambio de tema. No le entusiasmaba precisamente hablar de ella misma. De algún lugar llegaba un leve silbido. Miraron por el compartimento.

Harry sacó de su baúl un chivatoscopio que, según dijeron, le había regalado Ron.

—A tío Jason le hizo gracia el regalo —admitió Harry, sonriendo—. Vuélvelo a meter en el baúl o le despertará.

Señaló al profesor Lupin con la cabeza. Ron metió el chivatoscopio en un calcetín, que ahogó el silbido, y luego cerró el baúl.

Tras eso, iniciaron una conversación sobre Hogsmeade en la que Brigid tampoco participó. Tras estar en silencio varios minutos, mirando por la ventana, decidió sacar de su mochila uno de los libros que había llevado para leer y lo abrió por donde se había quedado la noche anterior.

No era un libro especialmente interesante —Brigid se arrepentía de haber hecho caso a la recomendación de la librera muggle—, pero así tendría una excusa para que no le hablaran, por lo menos.

Harry no parecía tan emocionado como los otros.

—Yo no puedo ir. —Harry se encogió de hombros, aunque parecía molesto—. Tío Jason no podía firmar la autorización, no es mi tutor legal. Así que le pregunté a Arthur, pero no quiso hacerlo, y Fudge tampoco.

Ron se quedó horrorizado. Comenzó a proponer ideas para que Harry pudiera ir, al igual que Prim; Hermione les regañó, recordándoles lo peligroso que podía ser para Harry si Black iba tras él. No era un mortífago por nada.

—Después de lo sucedido los últimos dos años, no sería tan raro —admitió Primrose—. Siempre te las arreglas para acabar metido en líos y con Quien-tú-sabes intentando matarte.

—Ella tiene razón, Harry —dijo Hermione, agradeciendo a Primrose con una pequeña sonrisa—. Será más seguro que no vayas a Hogsmeade, al menos por ahora.

El expreso de Hogwarts seguía hacia el norte, sin detenerse. Y el paisaje que se veía por las ventanas se fue volviendo más agreste y oscuro mientras aumentaban las nubes.

A través de la puerta del compartimento se veía pasar gente hacia uno y otro lado. Crookshanks —Brigid descubrió que así se llamaba el gato—, se había instalado en el asiento de Harry y Brigid, tumbado entre ambos, con su cara aplastada vuelta hacia Ron, y los ojos amarillentos fijos en su bolsillo superior. Harry lo acariciaba distraídamente y, a pesar de la cara de mal genio del animal, éste parecía bastante contento en compañía del azabache.

A la una en punto llegó la bruja regordeta que llevaba el carrito de la comida. Todos compraron algo, a excepción del profesor Lupin, que seguía durmiendo. Hermione trató de despertarlo, sin éxito.

—Está dormido, ¿verdad? —dijo Ron en voz baja, cuando la bruja cerró la puerta del compartimento—. Quiero decir que... no está muerto, claro.

—No, no: respira —susurró Hermione, cogiendo el pastel en forma de caldero que le alargaba Harry.

—¿Te imaginas que tuviéramos que hacerle la respiración boca a boca? —preguntó Primrose, haciendo una mueca—. Bueno, si se da el caso, no pienso hacerlo yo.

—Solo está cansado —suspiró Harry, casi con cansancio—. No ha sido un verano fácil. Vega y Nova han tenido problemas con lo de Black y tío Jason y él han tenido que hablar varias veces con los inútiles del Ministerio. —Sacudió la cabeza, molesto—. ¿Un pastel, Diggory?

A Brigid le costó un momento comprender que era a ella a quién se dirigía.

—Eh... Sí, gracias —susurró, dejando el libro a un lado y aceptando el pastel.

Harry le sonrió, haciendo que se sonrojara, de nuevo. Brigid odiaba tener la piel tan pálida. Cualquiera notaba al instante si algo le avergonzaba.

Y todo, absolutamente todo, le avergonzaba.

El tren continuaba avanzando. Un par de horas después, Brigid terminó el libro y decidió echarse una siesta. Apoyó la cabeza en el respaldo del asiento y cerró los ojos, conciliando el sueño pronto, por fortuna. Generalmente, no solía ser capaz de dormir si no era en una cama.

Aunque no fue una siesta demasiado larga. Crookshanks, aburrido, decidió saltar sobre ella y despertarla, haciéndole casi caer del asiento del susto. Bostezó y se restregó los ojos, tras apartar al gato con cuidado.

El profesor Lupin seguía profundamente dormido, y Primrose descansaba con la cabeza apoyada en el hombro de Hermione. Brigid se desperezó y permitió que Crookshanks se instalara de nuevo entre Harry y ella. Comenzó a acariciar al animal distraídamente, mientras miraba a través de los cristales al exterior y tratando de ignorar el hecho de que Harry parecía estar observándola de reojo. Aunque, tal vez, solo estaba imaginándoselo.

—Debemos de estar llegando —dijo Ron, inclinándose hacia delante para mirar a través del reflejo del profesor Lupin por la ventanilla, ahora completamente negra.

Acababa de decirlo cuando el tren empezó a reducir la velocidad.

—Estupendo —dijo Ron, levantándose y yendo con cuidado hacia el otro lado del profesor Lupin, para ver algo fuera del tren—. Me muero de hambre. Tengo unas ganas de que empiece el banquete...

Brigid frunció el ceño y comprobó su reloj. Hermione hizo lo mismo, despertando a Primrose, que soltó un gruñido y se incorporó, restregándose los ojos.

—¿Ya estamos en el andén? —preguntó, en mitad de un bostezo.

—No podemos haber llegado aún —dijo Hermione mirando el reloj.

—Entonces, ¿por qué nos detenemos?

El tren iba cada vez más despacio. A medida que el ruido de los pistones se amortiguaba, el viento y la lluvia sonaban con más fuerza contra los cristales.

Harry, que era el que estaba más cerca de la puerta, se levantó para mirar por el pasillo. Brigid hizo lo mismo al mismo tiempo, casi siendo derribada al chocar con Harry.

—¡Perdona! —dijo al instante el chico, haciendo una mueca.

—Ha sido culpa mía —respondió Brigid, con las mejillas sonrojadas por enésima vez. Se masajeó la zona donde se había golpeado—. Lo siento.

Tras aquello, ambos se asomaron, tratando de mantenerse lo más alejados posible el uno del otro. Por todo el vagón se asomaban cabezas curiosas. El tren se paró con una sacudida, y distintos golpes testimoniaron que algunos baúles se habían caído de los portaequipajes. A continuación, sin previo aviso, se apagaron todas las luces y quedaron sumidos en una oscuridad total.

—¿Qué sucede? —dijo detrás de Brigid la voz de Ron.

—¡Ay! —gritó Hermione—. ¡Me has pisado, Ron! ¡Prim, ten cuidado!

Brigid trató de parpadear y acostumbrar sus ojos a la oscuridad, sin mucho éxito. No veía nada. Notaba a Crookshanks en el suelo, dando vueltas alrededor de sus piernas. Regresó a ciegas a su asiento y se sentó en él, levantándose de un salto al instante, tratando de no chillar.

—¡Perdona, perdona! —exclamó, agradeciendo la oscuridad. Estaba segura de no haber estado tan roja en sus trece años de vida—. No sabía que...

Casi notó a Harry reír.

—No pasa nada. Siéntate, será mejor.

Se sentó, esta vez en el asiento y no sobre Harry. Se pegó a la pared, avergonzada. Sus mejillas ardían por la vergüenza.

Los demás comenzaron a especular qué podría haber pasado. Ron dijo que parecía que había gente subiendo, lo que no tenía sentido. Neville Longbottom entró dando tumbos en el compartimento y Harry le invitó a sentarse.

—Voy a preguntarle al maquinista qué sucede.

Brigid notó que Hermione pasaba por su lado, oyó abrirse de nuevo la puerta, y después un golpe y dos fuertes chillidos de dolor.

—¿Quién eres?

—¿Quién eres?

—¿Ginny?

—¿Hermione?

—¿Qué haces?

—¡Hermione! —Una nueva voz se unió a la conversación—. ¿Está aquí Harry?

—¡Nova! —exclamó el recién nombrado—. ¿Qué haces aquí?

—Os buscabámos a ti y a Ron... —respondió la voz de la tal Ginny.

—Entrad y sentaos... —invitó Hermione.

—Aquí no —dijo Harry apresuradamente—. ¡Estoy yo!

Brigid se sonrojó al escuchar eso, recordando lo sucedido un minuto antes.

—¡Harry! —exclamó Nova—. ¿Sabes dónde están Vega y Jessica? ¿Y Remus?

—Remus está aquí, Nova, pero...

—¿No estás con Susan?

—No, pensaba que estaba contigo.

—¡Ay! —exclamó Neville.

—¡Silencio! —dijo de repente una voz ronca.

Brigid supuso que el profesor Lupin se había despertado. Oyó que algo se movía en el rincón que él ocupaba. Nadie dijo nada.

Se oyó un chisporroteo y una luz parpadeante iluminó el compartimento. El profesor Lupin parecía tener en la mano un puñado de llamas que le iluminaban la cansada cara gris. Pero sus ojos se mostraban cautelosos.

—Remus —empezó la niña que se había sentado entre Harry y Brigid. Ésta última reconoció a Nova Black, una alumna de segundo curso que le había hecho perder a Slytherin decenas de puntos con sus bromas el curso anterior—. No sé dónde están Vega y Jessica, íbamos a buscarlas, pero...

El hombre le hizo un gesto para que guardara silencio. Parecía preocupado, mientras observaba a Nova y Harry fijamente.

—No os mováis —dijo con la misma voz ronca, y se puso de pie, despacio, con el puñado de llamas enfrente de él.

La puerta se abrió lentamente antes de que Lupin pudiera alcanzarla.

De pie, en el umbral, iluminado por las llamas que tenía Lupin en la mano, había una figura cubierta con capa y que llegaba hasta el techo. Tenía la cara completamente oculta por una capucha. Brigid se estremeció solo por la visión.

Y entonces aspiró larga, lenta, ruidosamente, como si quisiera succionar algo más que aire.

Un frío intenso se extendió por encima de todos. Brigid fue consciente del aire que retenía en el pecho. El frío penetró más allá de su piel, le penetró en el pecho, en el corazón...

Cerró los ojos. Le faltaba el aire, sentía que se asfixiaba. Era como si sus pulmones estuvieran llenos de agua, como si algo tirara de ella hacia abajo. Intentó respirar, pero parecía ser un esfuerzo inútil. El aire no llegaba a sus pulmones.

Recordó cuando, con siete años, había ido a una playa con sus padres y su hermano. Una ola la había derribado y se había visto arrastrada por ella hacia el mar. Había tragado bastante agua salada y, si no hubiera sido por los gritos de Cedric, que alertaron a sus padres, podría haber llegado a ahogarse. Desde entonces, Brigid le había tenido pánico a cualquier gran masa de agua.

Era como si volviera a estar dentro de aquella ola, tratando inútilmente de salir del remolino. Sintió un doloroso pinchazo en el costado.

Abre los ojos, abre los ojos.

Brigid trató de gritar cuando los abrió y vio a Harry caer al suelo y comenzar a sacudirse. Sin embargo, fue incapaz de dejar salir ni un solo ruido de su garganta. Sus manos temblaban violentamente, pero aún así se las arregló para sujetar a Nova cuando ésta también se precipitó al suelo. Afortunadamente, la niña no pesaba demasiado.

—Ninguno de nosotros esconde a Sirius Black bajo la capa —habló Lupin, con voz ronca y segura. Había pasado por encima de Harry y estaba frente al encapuchado—. Vete.

Pero el ser, el dementor, como Brigid había adivinado, siguió ahí de pie, inmóvil. El profesor, tras unos segundos, murmuró algo. De la punta de la varita de Lupin surgió una figura plateada y borrosa, que se abalanzó sobre la criatura y la obligó a retroceder.

Brigid no fue capaz de respirar hasta que el dementor desapareció. Primrose la miró, con el rostro totalmente pálido. Brigid se giró hacia Nova, a quien aún sujetaba. La niña había palidecido exageradamente y tenía los ojos fuertemente cerrados. Si no se hubiera desmayado, Brigid hubiera dicho que estaba teniendo una pesadilla. Murmuró algo que la castaña no llegó a comprender.

La tendió cuidadosamente en el asiento, al tiempo que la luz regresaba y el tren volvía a ponerse en marcha. Los músculos le pesaban, los brazos le temblaban. Le costaba cierto esfuerzo respirar, aunque era consciente de que no había tragado agua en ningún momento.

Ron y Hermione se arrodillaron junto a Harry, que seguía en el suelo. Neville se puso de pie, también extremadamente pálido, y observó a Hermione empezar a darle palmadas a Harry en la cara para despertarlo.

—¡Harry! ¡Harry! —gritó—. ¿Estás bien?

Obviamente, no lo estaba, pero Brigid no dijo nada al respecto. Ginny, en una esquina, temblaba descontroladamente, mientras se abrazaba las piernas. Primrose también se puso de pie, colocándose junto a Neville. El profesor Lupin observó a Harry y Nova con expresión seria.

—¿Qué?

Harry había despertado. Brigid le lanzó una mirada y notó que parecía tener náuseas. Ron y Hermione lo ayudaron a levantarse y a sentarse en el asiento, junto a la inconsciente Nova, que abría los ojos en aquel momento.

—¿Qué ha pasado? —gimió, llevándose la mano a la cabeza—. ¿He muerto?

—¿Os encontráis bien? —preguntó Ron, asustado.

—Sí —dijo Harry, mirando rápidamente hacia la puerta—. ¿Qué ha sucedido? ¿Dónde está ese... ese ser? ¿Quién gritaba?

—No gritaba nadie —respondió Ron, aún más asustado.

Brigid empezaba a sentir claustrofobia. Aquel compartimento era demasiado pequeño para tantas personas.

—Pero he oído gritos...

—Tiene razón, yo también —dijo Nova, incorporándose con esfuerzo.

El profesor Lupin les repartió a todos chocolate y luego anunció su intención de ir a hablar con el maquinista.

—Remus, ¿crees que Vega y Jess estarán bien? —preguntó Nova, frunciendo el ceño con preocupación.

—Sue también podría habérselo encontrado —añadió Harry.

—Iré a comprobarlo —la tranquilizó el hombre.

Pasó por delante de Harry y Brigid y desapareció por el pasillo.

—¿Seguro que estáis bien, Harry, Nova? —preguntó Hermione con preocupación, mirando a ambos.

—No, creo que ya ha llegado mi hora —respondió Nova, con dramatismo—. Será mejor que me despida de este mundo y...

La mirada de Harry bastó para hacerla callar.

Los demás explicaron brevemente a Harry y Nova lo sucedido; Brigid se quedó a un lado, en silencio. Cuando Ron contó cómo Nova casi cayó al suelo, pero Brigid la sujetó, Nova se giró hacia ella.

La niña miró a Brigid, que se había quedado sentada en la esquina, mirando fijamente por la ventana. La castaña se giró y vio que Nova le sonreía.

—Pero ¿no os habéis caído del asiento? —preguntó Harry, extrañado.

—No —respondió Ron, volviendo a mirar a Harry con preocupación—. Ginny temblaba como loca, aunque...

Por la expresión de Harry, Brigid supo que sentía algo de vergüenza, aunque realmente no tenía por qué. Inspiró con fuerza, esforzándose en recordar que estaba lejos del mar.

—Bueno, puede que eso signifique que somos especiales o algo así —resolvió Nova, encogiéndose de hombros—. Solo los más fuertes y geniales se desmayan. Tiene sentido, ¿no?

El profesor Lupin regresó, acompañado de una pálida alumna de quinto curso. Brigid reconoció a Vega Black, la chica de la que su hermano se había pasado gran parte del verano hablándole.

El profesor ayudó a Vega a sentarse. Por lo pálido de sus mejillas y su expresión, Brigid estaba bastante segura de que se había cruzado con un dementor. Masticaba lentamente lo que parecía ser una rana de chocolate.

Lupin se detuvo al entrar, miró alrededor y dijo con una breve sonrisa:

—No he envenenado el chocolate, ¿sabéis?

Brigid había olvidado el trozo de chocolate que tenía en la mano. Tras un momento de duda, le dio un mordisco.

Se sintió como si volviera la vida. El frío que había sentido desapareció, siendo sustituido por un agradable calor que le recorría las extremidades. No tardó en acabarse el pedazo que Lupin le había dado.

No hablaron apenas durante el resto del viaje. En cierto punto, miró hacia el chico sentado junto a ella y su mirada se cruzó con los ojos azules de Harry, que le sonrió algo forzadamente. Brigid le devolvió la sonrisa con timidez, para luego apartar de inmediato la mirada.

El curso no había empezado demasiado bien.

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