lii. poison & pain

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lii.
veneno y dolor








Harry seguía regresando a aquel momento todas y cada una de las noches. No podía hacer nada por evitarlo. Ni siquiera la poción para dormir sin pesadillas que la señora Pomfrey le había recetado le servía, no ya.

Tuvo que soportar la tediosa fiesta de Slughorn y sus deseos de escapar a cada momento. Nova, que le obligó a ir para tratar de distraerle, no se apartó de su lado en ningún momento, con los ojos llenos de preocupación. Tuvo que soportar a Romilda Vane, de Gryffindor, tratando de darle un filtro amoroso mientras regresaba de la velada a su sala común —Hermione le había advertido previamente sobre aquello— y que rechazó, para finalmente conformarse con aceptar una caja de calderos de chocolate que no pensaba comer nunca. Se sintió tentado de decirle que no comprendía cómo se le ocurría tratar de conquistarle de ese modo estando su novia ingresada en el hospital, pero se mordió la lengua y se marchó sin más.

Lo único digno de mención de aquella noche fue la charla de Malfoy y Snape que espió y que solo consiguió que Harry aumentara sus sospechas. Sospechas que Dumbledore desdeñó, dejando claro que confiaba en Snape y que Harry necesitaba olvidarse del tema. Los recuerdos que el director le mostraba de Ryddle no conseguían que dejara de pensar en Brigid. Nada lo conseguía.

Habían sido unas Navidades espantosas en Potter Manor. Ninguno había tratado siquiera de que reinara el buen humor. Habían recibido los regalos y Harry únicamente había abierto dos antes de decidir que no le apetecía continuar con aquello. Dejó la caja de productos de Sortilegios Weasley, cortesía de Fred y George y el jersey de parte de Molly Weasley, con una snitch bordada sobre la cama justo al resto de paquetes envueltos.

Harry tan solo recordaba dos momentos de verdadera felicidad durante las vacaciones: uno había sido cuando Mary Macdonald y Reginald Cattermole habían llegado con sus tres hijos —Maisie Aura, Ellie Selena y el recién nacido Alfred Jason— y Harry había recibido un abrazo bien fuerte por parte de su tía que le había hecho inesperadamente regresar a momentos más felices, cuando aún ni siquiera iba a Hogwarts y celebraban las Navidades en Bones Manor.

El segundo había sido cuando su madre y su padre habían anunciado que esperaban una niña. Ya tenían el nombre decidido y continuaban con su idea de nombrarla en honor a Jason, solo que lo harían con uno relacionado con el mito que le había dado a éste su nombre: su hermanita iba a llamarse Medea. Medea Aura Potter.

A Harry le hubiera gustado tener a Felicity junto a él en aquel momento. Y a Brigid.

Fue su padre quien le acompañó a San Mungo a visitarla. Ariadne hubiera querido, pero coincidieron en que lo más prudente era que permaneciera en Potter Manor. Su embarazo resultaba ya más que evidente, estando ya de seis meses, y no era aconsejable que se pusiera en peligro. Su madre le dio un fuerte abrazo antes de que se fuera.

—Va a recuperarse, ¿vale? —le susurró, muy seria—. Nos lo han asegurado. No te olvides de eso.

Con un nudo en la garganta, Harry asintió. Se preguntó si Brigid tendría muy mal aspecto; eso explicaría las palabras de su madre. Pero se llevó una desagradable sorpresa al llegar al hospital y que le comunicaran que solo la familia podía entrar a ver a Brigid.

—Su padre debe de estar con ella en estos momentos, viene a diario durante las horas de visita —le explicó la sanadora encargada, dirigiéndole una sonrisa comprensiva—. Puede que, si esperan, le vean al salir y puedan hablar con él.

—Pero no lo entiende —protestó Harry, mientras su padre le ponía la mano en el hombro—. Tengo que verla.

—¿No hay nada que pueda hacer? —dijo James, utilizando su tono más formal—. Compréndalo, es la novia de mi hijo. Es normal que él quiera verla. Entiendo la regla de la familia, pero...

—Lo siento mucho, señor Potter —cortó la sanadora. Realmente parecía apenada, pero aquello a Harry no le servía de nada. Solo quería ver a Brigid—. No puedo hacer excepciones. Comprendo la situación, pero...

Harry no quiso seguir escuchando. Apartó a su padre y se alejó a toda prisa, furioso y triste. Los ojos le picaban y no sabía si era por la ira, la impotencia, el dolor o ambas. Él solo quería ver a Brigid. ¿Qué tenía aquello de malo?

James le siguió rápidamente, preocupado. Pero Harry no hizo otra cosa que apoyar la espalda en la pared nada más doblar la esquina y soltar un hondo suspiro.

—Podemos esperar a que Regulus salga —sugirió, dubitativo. Su hijo le dirigió una mirada abatida—. Lo siento, Harry, no podemos hacer otra cosa...

—Lo sé —murmuró él, negando con la cabeza.

Se le escapó un sollozo sin pretenderlo. No podía dejar de imaginarlo. La oscuridad en torno a Brigid. Cómo había intentado aferrarse a ella, pero había tenido que dejarla ir. Las sombras desapareciendo súbitamente. Brigid inmóvil en el suelo, pálida como si estuviera muerta. Tan parecida a la ilusión de ella que Harry había creado en el cementerio...

Ron le había sujetado y había impedido que volviera a ir junto a Brigid. Ninguno sabía qué hacer. Los cuatro amigos, con el rostro blanco, habían aguardado a la ayuda que Michael había ido a buscar. Y él había llegado pronto... en compañía de Vega.

Su prima se había hecho cargo de la situación tan pronto como se la explicaron. Manteniéndose alejada de Brigid en todo momento, le había hecho elevarse con un hechizo. Le había pedido a Michael que recogiera el paquete que ella había llevado sin tocarlo en ningún momento. Luego, todos habían corrido a Hogwarts.

Pero Harry no podía apartar los ojos de la inmóvil Brigid. La señora Pomfrey no le había permitido entrar junto a ella a la enfermería. No le habían dejado verla. Luego, la habían trasladado a San Mungo. Sin que él lo supiera hasta el día después. Y pese a que había puesto sus esperanzas en verla durante las vacaciones, allí estaba, sin poder entrar a su habitación por una regla estúpida.

Su padre le abrazó cuando las lágrimas se le escaparon. James soltó un triste suspiro. Harry tembló. Los brazos de su padre le recordaban demasiado a los de Jason Bones. Otro sollozo se le escapaba. Estaba cansado. Cansado de una guerra en la que nunca había querido verse envuelto, cansado de perder a seres queridos por una u otra razón. Cansado de que una profecía hubiera convertido su vida en aquello. No lo quería, nunca lo había hecho.

Sin aquella profecía, no hubiera pasado catorce años sin sus padres. No hubiera tenido que estar en aquel orfanato. Hubiera tenido unos años en Hogwarts normales. Hubiera podido estar con Brigid sin temer que aquello la pusiera en peligro. Hubieran sido una pareja normal. Probablemente, ella no estaría ingresada en aquel momento. Harry anhelaba aquello más que nada.

—Solo quiero verla, papá —susurró, desesperado. James asintió tristemente y le abrazó con más fuerza.

—Lo sé, Harry —murmuró. La impotencia en su tono resultaba evidente—. Lo sé.


























Los días pasaron y se convirtieron en semanas que, poco a poco, fueron volviéndose meses. Las Navidades terminaron sin que Harry apenas hablara con nadie. Reiniciado el curso, se encontró con que se le dificultaba prestar atención a las clases o incluso a los entrenamientos de quidditch. El cursillo de Aparición solo le trajo dolor de cabeza por su dificultad. Le era imposible encontrar nada que hiciera a Malfoy más sospechoso de lo que ya era, fuera de desapariciones ocasionales. Y la misión que le encargó Dumbledore, la de sonsacarle a Slughorn el recuerdo de su conversación sobre Horrocruxes con el joven Tom Ryddle, podía considerarse un fracaso que solo le daba dolor de cabeza.

A finales de febrero llegó la primera noticia verdaderamente buena en mucho tiempo: Harry recibió en el correo de la mañana una carta de su padre que le comunicaba que su hermana había nacido durante la madrugada y que tanto ella como su madre estaban bien. Nova y Susan le habían abrazado con fuerza, emocionadas. Las dos necesitaban aquellas noticias tanto como él. Su padre le enviaba también una foto que mostraba a la recién nacida dormida y que dejaba claro que había heredado el cabello pelirrojo de Ariadne.

«Ojalá Fely pudiera ver esto», se lamentó Harry. Era con su hermana con quien debería estar contemplando aquella foto. Ella debería estar a su lado en aquel momento.

Y también Brigid. Para cuyo cumple apenas faltaban seis días, pero que no podrían celebrar juntos. También sería el primer cumpleaños de Teddy, pero no podría ver ni a su sobrina ni a Vega. Harry no tenía otra que resignarse, por mucho que aquello le doliera.

Pero sí que podría celebrar el cumpleaños de Ron, mayor que Brigid por tan solo dos días. Se acostó el día anterior prometiéndose que se encargaría de que el decimoséptimo cumpleaños de su mejor amigo fuera memorable. Los dos necesitaban aquello con urgencia.

—¡Arriba, primo!

Fue Nova quien le despertó el uno de marzo, saltando sobre él con enorme delicadeza. Llevaba a Sass sobre los hombros y sonreía ampliamente.

—Ron nos espera —advirtió—. Le dije a Gin y Sue que llegaríamos a tiempo para cantarle el cumpleaños feliz en la sala común, así que venga. Tengo que llevarme bien con mi cuñado.

Dormilón —siseó su serpiente, haciendo a Harry soltar un resoplido.

—Ya voy, ya voy —suspiró, saliendo de la cama.

Se vistió a toda prisa, poniéndose la túnica arrugada y recogiendo las gafas de la desordenada mesita de noche, donde ahora también estaba enmarcada la foto de Medea. Nova se sentó en su cama perezosamente, cerrando los ojos mientras se cambiaba. Sus compañeros ya se habían marchado, para alivio de Harry. Revisó el mapa del merodeador para asegurarse de que Malfoy no estuviera haciendo nada y trató de ordenar su revuelto baúl, encontrando en el proceso la botellita de Felix Felicis que Slughorn le había otorgado y prácticamente había dado por perdida. Tenía el regalo de Ron ya preparado a los pies de su cama.

Al incorporarse, se encontró a Nova comiéndose tranquilamente un pastel de caldero. Soltó un suspiro y revisó el mapa. Ron seguía en su cuarto, así que iban bien de tiempo. Buscó a Malfoy sin éxito.

—¡Malfoy ha vuelto a esfumarse! —suspiró, frustrado.

No me gusta cómo huele eso —escuchó decir a Sass, que sonaba disgustado. Nova le hizo callar.

—Está bueno, ¿quieres, Harry? —preguntó. Él negó con la cabeza, enfadado.

—Vamos a ver a Ron, ya me ocuparé de Malfoy más tarde —suspiró—. ¡Travesura realizada! —Se puso en pie y guardó el mapa—. ¿Estás lista?

Se volvió hacia Nova y se la encontró sentada en la cama, apoyada en la cabecera con la mirada desenfocada de una manera forma muy extraña. Sass se había apartado de ella, disgustado.

—¡Vamos! ¡Tenemos que ir a ver a Ron! —la llamó.

—No tengo ganas —suspiró ella.

—Pero ¿qué dices? —preguntó Harry, sin comprender—. Le dijiste a Ginny y Susan...

—No me importa —murmuró Nova, suspirando nuevamente—. No lo entenderías. Y ellas tampoco.

—¿De qué estás hablando, Nov? —preguntó Harry, totalmente desconcertado—. ¿Te pasa algo?

Se ha comido la mitad de esos calderos —siseó Sass—. Dije que olían raro.

—¿Te han sentado mal? ¿Te duele la barriga? —preguntó Harry, acercándose a su prima. Nova soltó un suspiro apático.

—Me duele el corazón —se lamentó. Era una frase tan impropia de Nova que Harry se la quedó mirando, pasmado—. ¡No lo soporto, Harry!

—¿Qué no soportas? —El azabache cada vez comprendía menos.

—Estoy enamorada, Harry. —Nova negó con la cabeza—. ¡No me la quito de la cabeza!

Su primo la miró, boquiabierto. ¿Qué tonterías estaba diciendo?

—Mira, Nov, me parece muy bien que tú...

—Tú me entiendes, ¿verdad, Harry? —casi lloriqueó ella—. Tú también estás enamorado. Sabes cómo me siento.

—Sí —asintió Harry, bajando un poco la voz al pensar en Brigid—. Pero, Nova...

—Ella ni siquiera sabe que existo —se lamentó su prima—. Debería, porque soy genial, pero nunca hemos hablado. Nunca me ha mirado. ¿Qué voy a hacer?

—¿De qué estás hablando? ¡Si sois amigas desde que hace años y lleváis desde verano...!

Se interrumpió al ver la expresión de desconcierto de Nova. Sass negó con la cabeza y fue hacia Harry, deslizándose hasta él y luego subiendo a sus hombros.

Algo raro le pasa —terció la serpiente.

—¿De quién estás hablando? —preguntó una sorprendida Nova.

—¿Y de quién estás hablando tú? —replicó Harry, frunciendo el ceño.

—De Romilda Vane. —La voz de Nova fue apenas un susurro, pero la sonrisa que apareció en su rostro fue lo que más confundió a Harry.

Y, para qué mentir, también le preocupó un poco. Nova parecía más drogada que enamorada.

—Es una broma, ¿verdad? Te estás burlando de mí.

La furia atravesó el rostro de Nova, que se puso en pie a toda prisa y se plantó frente a Harry en dos zancadas. Pese a que Harry le sacaba varios centímetros, Nova realmente imponía enfadada. Parecía ida. Harry comenzaba a asustarse de verdad.

—¡Jamás mentiría sobre algo así! —gruñó—. ¡Yo no me reí cuando me dijiste que estabas loco por Bree! ¡No vuelvas a decir nada así o... o...!

Si a Nova no se le ocurría ningún insulto, la cosa era grave.

—¡O te lanzaré un maleficio! —completó su prima, furiosa.

—Nova, no sé de qué hablas, pero esto es una estupidez.

El puñetazo le pilló por sorpresa. Nova le alcanzó en la boca del estómago y le dejó sin aire durante varios segundos. Harry tuvo que reaccionar con rapidez y sujetar a su prima por las muñecas para impedir que volviera a golpearlo.

—¿Qué estás haciendo, Nova? —chilló, tratando de apartarla de él, mientras su prima hacía lo posible por darle una patada—. ¿De qué vas?

Yo dije que había algo raro en esos calderos —le recordó Sass al oído. Y Harry lo entendió rápidamente.

Debería haberse dado cuenta antes.

—Mierda —exclamó—. ¡Nova, los calderos de Romilda! ¡Tú estabas cuando me los dio, tendrías que haberte dado cuenta! ¡Es un filtro amoroso!

La expresión de su prima cambió al momento. Comprendió que no había escuchado ni una sola palabra desde que él había dicho «Romilda». De la ira pasó a la sorpresa. Había una necesidad en su rostro que a Harry no le gustaba nada.

—¿Romilda? —repitió una desesperada Nova—. ¿Has dicho Romilda? ¿Tú la conoces, Harry? ¿Puedes presentármela?

«Me parece que Ron va a tener que esperar», se dijo. En otro momento, se hubiera reído de Nova, pero se le estaba haciendo difícil. Trató de imaginarse lo que haría su prima cuando se recuperara y casi sonrió.

—Vale, te la presentaré —accedió—. Voy a soltarte. No me pegues, ¿vale?

Pero Nova solo se quedó inmóvil, con una sonrisa embobada, cuando Harry liberó sus muñecas.

—Será mejor que vayas a su dormitorio, Sass —dijo en pársel—. Iré a darle un antídoto.

La serpiente suspiró —¿o siseó?— y bajó de los hombros de Harry, reptando hasta la puerta y marchándose de vuelta al dormitorio de Nova. Harry le hizo un gesto a su prima para que le siguiera.

—Debe de estar en el despacho de Slughorn —dijo, saliendo del dormitorio.

—¿Por qué iba a estar ahí? —preguntó una desconcertada Nova.

—Es que Slughorn le da clases de repaso de Pociones —improvisó él.

—A lo mejor puedo pedir que me dejen ir con ella, ¿no? —propuso su prima, con la misma expresión que ponía para maquinar sus bromas. Harry tuvo que contener los deseos de recordarle que no le gustaba ni la asignatura que impartía Slughorn ni el propio profesor.

—Me parece una idea genial.

Harry rezó para no encontrarse a nadie de camino al despacho de Slughorn. Era una suerte que estuviera tan cerca de la sala común de Slytherin, pero aún así había un gran número de alumnos de su casa y de Hufflepuff yendo de un lado para otro. Harry condujo a Nova lo más rápido posible; por suerte, a ésta no le importaba apretar el paso. Estaba deseando ver a Romilda.

Harry llamó a la puerta de Slughorn, temiendo que éste estuviera desayunando. No obstante, el profesor les abrió a la primera. Resultó evidente que acababa de despertarse por sus ropas y su expresión adormilada.

—¡Hola, Harry! —saludó—. ¡Y Nova! Es muy temprano para visitas. Los sábados suelo levantarme tarde.

—Siento mucho molestarlo, profesor —se disculpó él, mientras trataba de impedir que Nova apartara a Slughorn de un empujón y entrara en el despacho a buscar a Romilda—, pero mi prima ha ingerido un filtro de amor por error. ¿No podría prepararle un antídoto? Yo lo llevaría a que la señora Pomfrey lo viese, pero los productos de Sortilegios Weasley están prohibidos, como usted sabe, y no quisiera poner a nadie en un compromiso...

—Me extraña que no le hayas preparado un remedio tú mismo, Harry, siendo tan experto elaborador de pociones —comentó Slughorn.

—Verá, es que... —dijo Harry, mientras Nova continuaba propinándole empujones— es que nunca he preparado un antídoto para un filtro de amor, señor, y quizá cuando lo tuviera listo mi prima ya habría hecho algo grave...

Sin saberlo, Nova lo ayudó al gimotear:

—No la veo, Harry. ¿La tiene escondida?

—¿Cuándo se preparó esa poción? —preguntó Slughorn mientras contemplaba a Nova con interés profesional—. Lo digo porque, si se conservan mucho tiempo, sus efectos pueden potenciarse.

—Eso... eso lo explica todo —jadeó Harry mientras forcejeaba con Nova para impedir que lesoltara un puñetazo a Slughorn—. Hoy... hoy es el cumpleaños de mi mejor amigo, profesor. Los dos deberíamos estar ahí ahora, pero... —añadió con mirada implorante.

—Está bien. Pasad, pasad —cedió Slughorn—. Tengo todo lo necesario en mi bolsa. No es un antídoto difícil...

Nova entró a toda prisa en el despacho y, viéndolo vacío, se aferró a Harry y le dijo, furiosa:

—¿Dónde está, Harry? —exigió saber—. ¿Me has mentido? Porque te juro que, si lo has hecho...

—Ella todavía no ha llegado —la tranquilizó Harry mientras observaba cómo Slughorn abría su kit de pociones y añadía unos pellizcos de diversos ingredientes en una botellita de cristal.

—Espero que no tarde —gimoteó Nova—. Estoy guapa, ¿verdad? Como siempre.

—Desde luego, querida —dijo Slughorn con naturalidad, y le tendió un vaso de un líquido transparente—. Bébetelo, es un tónico para los nervios. Te tranquilizará hasta que llegue ella.

—No estoy nerviosa —protestó Nova tozudamente—. Yo no me pongo...

—También sirve para el mal aliento, Nov —se apresuró a decir Harry—. Y siento decirte que lo necesitas.

Nova le propinó un puñetazo, pero soltó un suspiro y aceptó el vaso que Slughorn le tendía. Se lo bebió todo de un trago. Harry y Slughorn lo observaron. Nova los miró con una amplia sonrisa en los labios, pero ésta se fue desdibujando poco a poco hasta trocarse en una expresión de desconcierto.

—Veo que has vuelto a la normalidad, ¿eh? —sonrió Harry. Slughorn soltó una risita—. Gracias, profesor.

—De nada, amigo, de nada —dijo Slughorn. Nova se dejó caer en un sillón con el ceño fruncido—. Lo que necesita ahora es algo que le levante el ánimo. —Se acercó a una mesa llena de bebidas—. Tengo cerveza de mantequilla, vino... Y me queda una botella de un hidromiel criado en barrica de roble. Hum, tenía intención de regalársela a Dumbledore por Navidad... ¡Bueno—añadió encogiéndose de hombros—, no creo que eche de menos una cosa que nunca ha tenido! Bien, ¿la abrimos? No hay nada como un buen licor para aliviar el dolor que produce un desengaño amoroso... Y cualquier cosa por mi buena amiga Nova.

Soltó una risotada y Harry lo imitó. Era la primera vez que estaba casi a solas con Slughorn desde su fallido intento de sonsacarle el recuerdo auténtico. Quizá si conseguía mantenerlo de buen humor... quizá si bebían suficiente hidromiel criado en barrica de roble... Harry estaba cansado de la misión de Dumbledore y solo quería acabar con ella de una vez. No era mala idea.

—Aquí tenéis —dijo el profesor, y le entregó a cada uno una copa de hidromiel—. ¡Por mi querida Nova...!

Ésta ya se había llevado la copa a los labios y bebido el hidromiel. Tras un instante, el tiempo que tarda el corazón en dar un latido, Harry comprendió que pasaba algo grave, pero Slughorn no se dio cuenta.

—¡...y mi buen amigo Harry!

—¡Nova!

Su prima, muy blanca, soltó su copa e hizo ademán de levantarse del sillón, pero se dejó caer de nuevo. Empezó a sacudir con violencia las extremidades y a echar espumarajos por la boca, al tiempo que los ojos se le salían de las órbitas.

—¡Profesor! —exclamó Harry—. ¡Haga algo!

Slughorn parecía paralizado por la conmoción. Nova se retorcía y se asfixiaba, y la cara se le estaba poniendo azulada.

—Pero ¿qué...? Pero ¿cómo...? —farfulló Slughorn.

Harry saltó por encima de una mesita, se lanzó sobre el kit de pociones que el profesor había dejado abierto y empezó a sacar tarros y bolsitas. En la estancia resonaban los espantososgargarismos que hacía Nova al respirar. Entonces encontró lo que buscaba: la piedra con aspecto de riñón reseco que Slughorn le había cogido en la clase de Pociones. Un bezoar; como decía en el libro del Príncipe Mestizo, un antídoto para casi cualquier veneno.

Harry se precipitó sobre Nova, le separó las mandíbulas y le metió el bezoar en la boca. Su prima dio una fuerte sacudida, emitió un jadeo vibrante y de pronto se quedó flácida y muy quieta. Harry sintió que todo le daba vueltas.

—¡Nova! —dijo, suplicante, al tiempo que su memoria regresaba, inevitablemente, al camino de Hogsmeade. Brigid inmóvil en la nieve. La sensación de que la perdía y no pdía recuperarla. No, no iba a pasarle aquello a Nova. Él no iba a permitirlo—. ¡Nov, por favor!

Pero su prima, inmóvil entre sus brazos, no respondió.


























Harry había perdido la cuenta del tiempo que llevaba abrazado a Vega, ambos inmóviles junto a la cama de Nova. La menor de los Black-Potter respiraba pesadamente. Si obviaban su extremada palidez, parecía que simplemente dormía. Pero ninguno podía quitarse de la cabeza cuán cerca había estado Nova de morir aquel día.

Nova, la pequeña de los tres. Incluso cuando ella había rechazado todo tipo de protección, no había podido impedir que ambos hicieran lo imposible por asegurarse de que ella estuviera siempre bien. Era la menor. Era su responsabilidad, la de ambos. Lo había sido desde que se habían visto obligados a crecer en el orfanato. El simple pensamiento de perderla les resultaba inconcebible.

Que hubiera estado tan cerca de hacerse realidad les impedía romper aquel abrazo. Como si el separarse fuera a hacer que Nova se perdiera para siempre. Pero lo cierto era que, más que nunca, se necesitaban en ese momento. Harry había rogado para que Vega fuera a Hogwarts y ella no había vacilado ni dos segundos en acudir junto a él. Debían estar juntos. Era la única opción que tenían en aquellos momentos.

Susan y Jessica permanecían sentadas en silencio, la segunda con una dormida Teddy en brazos. Sirius y Remus se habían marchado hacía poco para hablar con la profesora McGonagall sobre lo sucedido. Harry tenía que admitir que agradecía tener a su familia allí.

Ginny había terminado por quedarse dormida sosteniendo la mano de Nova. Ron, Prim, Hermione, Luna y Astoria se habían marchado tan pronto como Vega, Jessica, Sirius y Remus llegaron. Michael se había pasado a saludar brevemente.

—Si no hubieras llegado... —volvió a repetir Vega, negando con la cabeza.

Había repetido aquello lo que parecía ser un millar de veces desde su llegada. Harry volvió a sujetar su mano.

—Está bien —aseguró él, aunque no podía evitar pensar lo mismo. Habían podido salir tantas cosas mal si Slughorn no hubiera tenido aquel bezoar guardado...—. Va a curarse. Ya lo demás da igual.

Era ya de madrugada. Al día siguiente sería el cumpleaños de Teddy y de Brigid. Y todo apuntaba a que Harry lo pasaría, al menos, con una de ellas.

La puerta de la enfermería se abrió entonces y Harry se llevó una buena sorpresa al ver entrar a Fred y George Weasley por la puerta. Sus miradas fueron primero a Nova, luego a Ginny, ambas dormidas, antes de dirigirse al resto de los presentes.

—Hola —saludó George, sonriendo débilmente.

—Hemos venido en cuanto nos hemos enterado —añadió Fred—. ¿Cómo está?

—Se pondrá bien —les tranquilizó Vega—. Solo tenemos que esperar. Puede que sean unos días, pero...

Pero ninguno quería marcharse a dormir. No aún, al menos. Los gemelos lo comprendieron. George asintió y fue a sentarse junto a Jessica y Susan, tras abrazar a Vega y palmear la espalda de Harry. Fred permaneció junto a ellos dos. El azabache fue testigo de cómo su prima sujetaba la mano de Fred con fuerza. Y se encontró ansiando tener a Bree allí para poder sujetar la suya.

Las cartas de Regulus Black no hablaban de ninguna mejoría. Solo que su estado se mantenía estable. Estaba fuera de peligro, pero no despertaba. Como Nova en aquel mismo instante.

Harry casi había perdido a dos de las personas que más amaba en el mundo en los últimos meses. Y en ambas ocasiones había sido por algo que debía de llegar a Dumbledore: el collar que habían encargado entregar a Brigid, el hidromiel envenenado que debería haber sido un regalo de Navidad y había terminado casi matando a Nova. Alguien estaba intentando matar a Dumbledore, pero iba a terminar por acabar con alguien más antes que con el director.

Fuera quien fuera, había hecho daño a Brigid y Nova. Y Harry iba a encargarse de que se arrepintiera de ello.














simple curiosidad, pero ¿el fic ha perdido calidad o algo parecido? es que desde hace unos meses cada vez hay menos comentarios y ya no sé qué pensar de este acto, no sé si la cagué al final de quinto o algo (?

no sé, porfa decidme si pasa algo porque estoy tentada de mandar todos los caps de sexto a borradores y reescribirlos o algo :')

pd: feliz 1 de septiembre <3

ale.

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