liii. panic room

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liii.
habitación del pánico








No tenía idea de dónde estaba. Solo tenía claro que estaba aterrada. En medio del más absoluto de los silencios, escuchaba con claridad los latidos acelerados de su corazón, la sangre bombeándole en las orejas, su respiración agitada. Sus ojos iban de un lado a otro, tratando de distinguir la mínima silueta en la oscuridad que la rodeaba. No se atrevía a levantarse, mucho menos a andar, por temor a perderse en aquella penumbra. Podía estar al borde de un precipicio y no ser capaz de distinguirlo. Podía estar en cualquier lugar.

Solo sabía que estaba sedienta.

Entonces, una tenue luz se encendió en la distancia. Pese a su lejanía, iluminó lo suficiente como para que Brigid distinguiera que estaba en medio de una pequeña isla, rodeada por un lago oscuro. No había cielo alguno sobre su cabeza, sino un techo de roca. Estaba en una caverna y la garganta le ardía por la sed.

Se inclinó a beber agua del lago, pero acababa de rozar su superficie helada cuando una mano pálida y esquelética rodeó su muñeca. Brigid gritó y trató de liberarse, pero pronto otra mano se aferraba a su otro brazo y comenzaba a tirar de ella. A éstas dos, se unieron muchas más.

Pronto, Brigid no pudo resistir más. Se encontró hundiéndose más y más en el lago, mientras los muertos tiraban de ella y se retorcía y gritaba inútilmente. Mientras el agua llenaba sus pulmones. Mientras éstos comenzaban a arderle.

Y, llegado el momento, Brigid emitió su último suspiro y su cuerpo se unió a las decenas que ya llenaban el lago de los inferi.


























Regulus estaba agotado. Incluso cuando su rutina en los últimos días había sido únicamente ir a San Mungo y permanecer allí hasta que la hora de visita terminaba, no podía evitar aquel cansancio persistente que no le abandonaba.

Llevaba desde el accidente con Brigid, cinco meses atrás, acudiendo a verla diariamente, sin excepción. Sabía que podía llegar a ser arriesgado, teniendo a los mortífagos probablemente tras él, pero no le importaba. La Orden había establecido una protección especial para Brigid durante su tiempo en San Mungo y Regulus la aprovechaba para poder visitarla tranquilo, además de que le calmaba saber que, cuando él no estaba allí, siempre había alguien, además de los sanadores, para asegurarse de que a Brigid no le pasaba nada.

Sabía que el Señor Tenebroso estaba al tanto del don de su hija y no había nada que deseara menos que ver a ésta en peligro por aquello. Afortunadamente, la Orden del Fénix pensaba igual.

Normalmente, los «guardias» de Brigid permanecían en la puerta de su habitación y únicamente dirigían a Regulus un saludo cuando éste entraba o salía. Pero aquel día, al llegar, encontró a Ariadne Weasley dentro de la sala.

«Potter —se recordó a sí mismo—, ahora es Ariadne Potter.» Su antigua compañera de Hogwarts se giró a saludarle con una sonrisa a la que Regulus respondió sin apenas esfuerzo, para su sorpresa.

—Hola, Regulus —saludó Ariadne, levantándose—. No sabía cuándo llegarías, me marcho.

—Puedes quedarte si quieres —se apresuró a decir él, en tono algo brusco—. No pasa nada. No sabía que venías a ver a Deneb. Pensaba que solo la familia...

—Lo sé, pero Mary me ha dejado entrar —explicó Ariadne, que había vuelto a tomar asiento. Regulus hizo lo propio a su lado, recordando entonces que no hacía mucho desde que ella se había convertido en madre nuevamente—. Quería ver cómo estaba Brigid.

—No parece haber mejorado desde que llegó en octubre —suspiró Regulus. Hacía ya demasiado desde aquello—. No responde a ninguno de los tratamientos. Fuera lo que fuera que sucedió con su magia aquel día, fue demasiado.

—Brigid tiene un don peculiar, lo sabes por Gwen —dijo entonces Ariadne, negando con la cabeza—. Pero no solo eso.

—¿Qué quieres decir? —cuestionó Regulus, frunciendo el ceño.

Al ver el libro entre las manos de Ariadne, Regulus supo que lo conocía. Había muchos aspectos de su vida anterior que le resultaban difusos, que no conseguía recordar con claridad. Muchos de ellos giraban en torno a su propia muerte, que aún no recordaba. Pero, tan pronto como vio aquel libro, supo que lo había visto antes.

—Brigid posee el ubi sunt —explicó Ariadne—. Equilibrado por el quotidie morimur. Pero hace tiempo que sospecho que podría tener otro don. Un don secundario y muy extraño llamado non omnis moriar.

—Eso es absurdo —declaró al momento Regulus—. No hay ningún mago o bruja que posea dos dones a un mismo tiempo. Solo puede estar el principal y la maldición de equilibrio o, en tono caso, la maldición principal y su don correspondiente. Deneb no...

—Yo tengo un don con su maldición de equilibrio y una maldición con su don de equilibrio, Regulus —le interrumpió Ariadne. El hombre se le quedó mirando, desconcertado. Aquello no se lo había esperado pero, por algún motivo, no le resultaba completamente absurdo. «Yo ya sabía eso», se dijo—. Y creo que Brigid puede tener perfectamente dos dones y sus maldiciones de equilibrio correspondientes. El ubi sunt claramente lo heredó de Gwen. El non omnis moriar aparece cuando dos legados mágicos muy fuertes se unen. Si los vuestros eran muy poderosos...

—A los Black les gusta presumir de que es así —terminó aceptando Regulus, llevando la mirada al rostro inexpresivo de su hija—. Sé que la madre de Gwen era una Malfoy. Y, según recuerdo, su abuelo materno era un mago muy poderoso.

—Sí, sé de quién hablas —masculló Ariadne. La mirada que intercambiaron confirmaron a Regulus que no hablaba por hablar: sabía perfectamente a quién se refería—. Una unión mágica tan fuerte podría haber llevado a Brigid a desarrollar ese don.

—Sigue pareciéndome imposible.

—Si varias condiciones se cumplen... —Ariadne se encogió de hombros—. Te hablo desde la experiencia cuando te digo que es posible. Otra cosa es que sea bueno.

La mirada de Regulus fue nuevamente al pálido rostro de Brigid. Parecía casi dormida, pero llevaba con ese mismo aspecto semanas y semanas. Nadie se explicada su estado, pero según Ariadne, poseía un segundo don que nadie conocía hasta el momento. ¿Era aquel lo que la mantenía en aquel estado? A Regulus le parecía perfectamente plausible, pero eso no resolvía lo más importante: cómo hacer que se despertara.

—¿Crees que el non omnis moriar tiene que ver con que ella esté así? —cuestionó Regulus.

—Creo que el non omnis moriar tiene que ver con que ella no esté muerta —declaró Ariadne. Un escalofrío recorrió a Brigid—. El estallido de magia que sufrió... Harry me habló de él. Nadie hubiera podido resistirlo. Debería haberla matado. Pero no fue así.

—No fue lo bastante fuerte para matarla, pero sí para dejarla en coma meses. —Regulus chasqueó la lengua—. ¿Nada en tu libro tiene solución a esto?

—Me temo que no —admitió ella. Vio la tristeza en sus facciones, pero decidió ignorarla—. Quisiera poder hacer algo más, pero...

Nuevamente recayó el silencio entre ambos. Regulus tamborileó los dedos sobre la pequeña mesita que había junto a la cama, pensativo. Ariadne tomaba una de las manos de Brigid, detalle que no había advertido hasta el momento. Le miró de reojo y se debatió entre hablar o no.

—Creo que... —empezó ella finalmente.

—¿Cómo está la niña? —preguntó entonces Regulus, casi con brusquedad. Ariadne le miró, perpleja. Él se aclaró la garganta antes de decir—: Tu hija. Debe de tener ya cerca de un mes, ¿no?

Una pequeña sonrisa apareció entonces en el rostro de Ariadne, que asintió una única vez.

—Se llama Medea —aclaró—. Medea Aura. Y, sí, está muy bien. La he dejado con James y Sirius para venir a ver a Brigid.

Regulus sonrió débilmente.

—Es bonito —masculló. Recordaba a Aura Potter con más claridad que a otras personas de su pasado. Siempre sonriente, excepto en aquella mazmorra donde le habían encerrado... Y en donde él le había ayudado durante días. Descubrir su muerte le había impactado profundamente, debía admitirlo—. Y apuesto a que mi hermano está encantado, ¿no?

—Entre Medea y Teddy, podemos decir que se ha ganado el título de canguro de la familia —rio Ariadne, negando divertida. Vaciló un instante, para luego decir—: Deberías pasarte algún día por Potter Manor. No hay mucho que hacer, pero sé que tú también estás prácticamente bajo arresto domiciliario. Podría ser agradable.

Regulus dudó durante unos segundos. Pero, tras mirar la sonrisa franca de Ariadne, no pudo evitar decir, sonriendo también:

—Me encantaría.


























—Hola, Persephone. ¿Qué tal?

Brigid parpadeó una vez y luego otra más. Su mirada fue a Cassiopeia, vestida nuevamente con esa absurda túnica azul y sonriéndole de manera cansada. Tragó saliva. Estaba nuevamente en aquel salón de estrellas, el de los tronos. Cassiopeia le puso la mano en el hombro, mientras Atlas le dirigía un asentimiento.

—Decidme que no lo hemos estropeado aún más —dijo entonces Brigid, preocupada. Apenas recordaba lo que había sucedido antes de llegar a ese sitio. Recordaba estar con Harry. Luego, un espacio en blanco. Dolor. Sus gritos. Y luego, el lago—. No sé...

—No que yo sepa —le tranquilizó Cassiopeia—. No tenemos muy claro por qué...

—Os hemos llamado nosotros.

Brigid vio la sorpresa atravesar el rostro de Atlas. Éste se volvió de inmediato y Brigid distinguió, apoyada en una columna, a una mujer de pelo oscuro y sonrisa burlona contemplándoles. Se le escapó un jadeo.

—Morrigan —habló. La hechicera asintió. Los otros dos chicos le dirigieron una mirada.

—¿Os conocéis? —preguntó Atlas a Brigid, frunciendo el ceño; ésta se limitó a asentir—. Pero no debería...

—Fue necesario que hablara con mi protegida antes de tiempo —aclaró la mujer, avanzando—. No fue lo correcto, pero era urgente.

—Yo no estuve de acuerdo —al volverse a mirar hacia los tronos, Brigid se encontró a una mujer algo más joven, de cabello plata y mirada perspicaz, sentada en el del centro—. Pero ahora admito que fue una buena decisión.

—¿Quién eres tú? —preguntó entonces Cassiopeia, frunciendo el ceño. La mujer platinada sonrió.

—Me llamo Alanna.

Brigid frunció el ceño. No era posible. Contempló a la desconocida, sorprendida, antes de atreverse a preguntar:

—¿Como la hija de...?

—¿Merlín? —Una voz masculina se unió a la conversación. El recién llegado había ido a colocarse a la espalda de Brigid, en posición diametralmente opuesta a Morrigan—. Así es.

—No es posible —murmuró Cassiopeia, intercambiando una mirada con Brigid—. Todos vosotros...

—Creí que mi sueño no llegaría a hacerse realidad nunca —comentó Atlas; se le veía casi aliviado—. Hacía más de un año...

—Era un sueño que, ojalá, nunca se hubiera cumplido. —El mago, que Brigid asumió que era Merlín, avanzó—. Estáis aquí por el mismo motivo que la última vez. Porque alterasteis el orden. Fracturasteis los universos. —Su mirada severa se detuvo en Cassiopeia—. Hicisteis que líneas temporales convergieran. —Pasó la vista a Brigid—. Puede decirse que el Caos es responsabilidad vuestra.

Los ojos de Atlas, uno gris y uno azul, devolvieron con fiereza la mirada a Merlín. El muchacho, con la mandíbula tensa, asintió.

—¿Hay alguna manera de solucionarlo? —quiso saber.

—Podemos tratar de restaurar el orden entre los tres universos —asintió Alanna, en un tono bastante menos agresivo que el empleado por su padre. Había avanzado hasta colocarse junto a Cassiopeia en la mesa redonda en torno a la cual estaban reunidos los tres más jóvenes—. Pero las líneas... Intentar devolverlas a su orden anterior podría alterar demasiado. Podría acabar con todo cuanto conocemos, volver la situación mil veces más delicada de lo que ya es.

—Pero las líneas únicamente supusieron el cambio de casa de algunas personas y que aquellos que estaban muertos pero no del todo regresaran, ¿no? —cuestionó Cassiopeia. Morrigan asintió en su dirección—. Ya ha pasado año y medio desde aquello. Puedo seguir viviendo como estoy. ¿Vosotros?

—Yo también —admitió Brigid, encogiéndose de hombros—. Estoy acostumbrada ya. No me importa.

Y no quería arriesgarse a empeorar el asunto. Mucho menos, a perder a James y Ariadne. Si habían regresado por aquello, no valía la pena cambiarlo y perderles. Brigid ni siquiera se lo planteaba. ¿Cómo podría quitarle a Harry a sus padres otra vez, a Vega y Nova a sus tíos, a Sirius y Remus a sus mejores amigos, que ahora además esperaban a un bebé? No, no podía cambiar aquello.

—¿Atlas? —llamó Cassiopeia, viendo que el chico permanecía en silencio. Éste soltó un suspiro y Brigid recordó que la otra chica le había advertido que aquel cambio había afectado más a Atlas que a ellas dos.

Terminó por negar.

—No vale la pena el riesgo. Estamos bien como estamos —terció, con voz que no admitía réplica alguna—. Vamos a centrarnos en lo otro. Lo de restaurar el orden. ¿Qué pasaría si no lo hacemos?

—No queréis saberlo. —El tono funesto de Merlín hizo estremecerse a Brigid. Ella y los otros dos chicos intercambiaron miradas funestas—. Os basta con comprender que pondría final a todo lo que conocéis. No puede haber más colisiones. Los universos están frágiles. Una más y...

El silencio dejó claro que una catástrofe seguiría a la colisión. Brigid se mordisqueó el interior de la mejilla, inquieta. Cassiopeia apretó los labios hasta que se le pusieron blancos, igual que ya estaban los nudillos de Atlas de tanto tiempo como llevaba éste con los puños apretados sobre la mesa.

—¿Y cómo podemos arreglarlo, entonces? —cuestionó el chico, dirigiendo su mirada a Morrigan. Sus ojos bicolores contemplaron a la antigua hechicera de un modo que dejaba claro que sabía algo más—. ¿Por qué siquiera estos tres universos quedaron unidos? ¿Qué tenemos nosotros tres para haber conseguido realizar una magia tan poderosa?

—Creía que era obvio —habló Alanna entonces, sonriendo dulcemente a Atlas—. Vosotros tres sois nuestros descendientes. Y nuestros paladines, o como prefiráis llamarlo.

Ninguno de los tres pareció llevarse una sorpresa. Brigid ya sabía que descendía de Morrigan por vía materna. No le extrañaba que Atlas y Cassiopeia fueran también descendientes de Merlín y Alanna. Pero eso no lograba dar una explicación a cómo ellos habían logrado hacer colisionar los universos.

—Al principio —habló entonces Morrigan, mirándola directamente a ella—, no habían tres universos. Era únicamente uno. Pero se produjo una fractura el día en que nosotros tres morimos y a la vez no lo hicimos. —Brigid frunció el ceño, desconcertada—. Sé que tú conoces la historia, Persephone. Has soñado con ella alguna vez, ¿no es así?

La trágica historia de amor de Morrigan y Merlín, el triste destino de su hija Alanna. Brigid conocía aquel cuento desde que tenía memoria. Incluso se lo había contado a Harry en más de una ocasión. El final que siempre le había entristecido, la muerte de dos de los protagonistas.

—Pero tú no moriste —habló Brigid, frunciendo el ceño—. Fuiste la única...

—¿Estamos hablando de la leyenda...? ¿Bueno, de su leyenda? —intervino Cassiopeia, apoyándose en la mesa—. Porque estoy bastante segura de que fue Alanna quien sobrevivió.

—De hecho —dijo Atlas, tras una pausa—, creo recordar que el superviviente fue Merlín... En mi universo, al menos.

—Morimos y a la vez no lo hicimos —asintió el mago—. El universo se fracturó en tres, quedando solos cada uno de nosotros. Nuestro poder era demasiado grande para tenerlo junto. Por ello la magia provocó tres universos diferentes pero hermanos a su misma vez, prevaleciendo uno de nuestros dones en cada uno de ellos. Dones que han llegado a vosotros.

—Esos dones continúan tirando unos de otros, manteniendo los universos unidos como si de un filo hilo se tratara —continuó Morrigan—. Cuando vosotros tirasteis de ese hilo...

—Colisionaron —completó Cassiopeia—. Pero los poderes no pueden unirse nuevamente, ¿no?

—No solo eso —aclaró Alanna—. Cada universo es idéntico y a la vez opuesto a los otros dos. Existen personas en uno que en otro no. Vosotros tres sois el ejemplo de ello. Si los tres universos se unieran nuevamente...

Brigid no se sentía capaz de imaginar lo que podría suceder. ¿Se juntarían todas las personas en un mismo universo? ¿Se unirían con sus otras versiones de manera espantosa? ¿Aquellos que no existían en los otros universos desaparecerían? No deseaba hacer ninguna pregunta, en especial porque sentía que ni siquiera los tres poderosos hechiceros lo sabían. Pero quedaba claro que no valía la pena el riesgo de comprobarlo.

—Tenéis que dejar de tirar del hilo —dijo Morrigan, tan seria que imponía más de lo normal—. Eso significa que debéis dejar de abusar de los dones que se os han concedido. Nada de resucitar muertos, nada de ir contra el destino, nada de incumplir visiones, ¿de acuerdo? Actuad con toda la cautela que no habéis demostrado hasta el momento.

—Y la conexión entre vosotros tres tiene que desaparecer —añadió Merlín, muy serio—. Se inició cuando tirasteis del hilo y terminará cuando el orden regrese.

—Pero ¿cómo podemos hacer que desaparezca? —preguntó Brigid, frunciendo el ceño—. No podemos controlar...

—Atlas sabe la respuesta —intervino Alanna, cuya voz sonaba cargada de tristeza—, ¿no es así?

Brigid y Cassiopeia se volvieron de inmediato hacia él. El chico apretó los labios y agachó la cabeza.

—No estoy seguro. Lo vi en uno de mis sueños, pero... No quiero hablar sin saber, no...

Entonces, Brigid lo supo. Mirando el rostro angustiado de Atlas, el desconcertado de Cassiopeia, el serio de los tres viejos magos y brujas. Lo sintió en lo más profundo de sí misma, como siempre hacía. Porque la Muerte le llamaba.

—Morir es la única solución, ¿no es así? —preguntó, con voz trémula.

Atlas asintió muy despacio.

—No sé quién, no sé si todos o solo uno de nosotros, pero... Sí.


























Sabía perfectamente que no debía decirle nada a Ariadne. Pero no podía evitar sospechar cada vez más que algo extraño había sucedido. Y no podía hacer nada para librarse de ese sentimiento.

Ambos habían coincidido en San Mungo en varias ocasiones más. Ariadne no iba diariamente ni mucho tiempo, ante la necesidad de cuidar a su hija recién nacida, pero Regulus apreciaba realmente que sacara algo de tiempo para visitar a su hija. Y no solo ella acudió.

Regulus Black fue obligado a sentarse en la misma sala que James Potter, Remus Lupin, Mary Macdonald y, el peor de todos, Sirius Black. Y lo resistió bastante bien.

De hecho, fue con su hermano mayor con quien más habló durante las horas que éste estuvo junto a él. Aunque no gracias a Regulus, que aguardó a que Sirius tomara la palabra.

No iba a rebajarse e iniciar él la conversación.

—Vega me dijo que ha ido a verte alguna vez —dijo finalmente su hermano, tras aclararse la garganta. Regulus finalmente se volvió hacia él—. No lo sabía hasta ayer.

Regulus quiso decir que no habían sido demasiadas visitas. Solo tres, pero las había apreciado bastante. En una ocasión, su sobrina había llevado con ella a Teddy y a Regulus le había costado unos segundos aceptar que era tío abuelo. En especial porque sus últimos recuerdos de Vega, antes de lo sucedido en el Departamento de Misterios, habían sido cuando ella era incluso más pequeña que Teddy.

—Se parece mucho a ti —dijo, volviendo la mirada hacia Brigid—. Vega, quiero decir.

Sirius rio con suavidad.

—Eso dicen todos. Sin embargo, yo solo veo a Aura en ella.

—Me pasa lo mismo —masculló Regulus, apenas sin pensar.

Brigid podía tener muchos de sus rasgos, pero todo lo demás venía de Gwen. Sus expresiones, sus ademanes, gran parte de su actitud. Regulus no podía evitar ver en su hija todo lo que había amado de Gwen.

—También creo que Vega se parece a ti —continuó Sirius, en tono casual—. Recuerdo habérselo dicho a Ariadne una vez, antes de todo.

Ahí estaba otra vez aquella sensación. Había algo extraño en torno a Ariadne Potter. Algo que Regulus no lograba recordar con claridad.

—Deberías sentirte afortunado de que Vega se parezca a su madre y a mí en lugar de a ti —repuso Regulus, acompañando aquello de una breve sonrisa.

Se llevó una sorpresa cuando Sirius soltó una carcajada.

—Para eso está Nova —le recordó él, y fue el turno de Regulus de reír.

Regulus miró a su hermano y supo que él estaba pensando exactamente lo mismo que él. ¿Quién les hubiera dicho que volverían a estar juntos riendo en una misma habitación? Les habían separado demasiadas cosas. Sus padres, sus bandos y la misma muerte. Y, pese a todo aquello, ahí estaban ambos.

—Mierda, tengo que decirlo —dijo Sirius entonces, negando con la cabeza—. Me alegro mucho de que estés aquí, Reggie. Creo que te debo una disculpa.

—Y yo te debo una a ti —asintió él, sonriendo débilmente—. Por demasiadas cosas.

Ambos hermanos intercambiaron un asentimiento. No había necesidad de decir más. Los dos sabían los errores que había cometido el otro y eran conscientes de los suyos propios. Ambos anhelaban perdonar y pedir perdón. No hacía falta más.

—¿Crees que despertará pronto? —preguntó entonces Regulus, bajando la voz y adoptando un tono funesto. La sonrisa de Sirius decayó, pero mantuvo una expresión de absoluta firmeza.

—Estoy totalmente seguro de que sí, Reg.

Y el menor asintió, porque no podía hacer otra cosa. Brigid no había demostrado ni una leve mejora en meses. No quería perder la esperanza, pero era difícil no hacerlo. No podía evitarlo.

Fue entonces cuando la puerta se abrió de golpe y los dos se giraron de inmediato, varita en mano, solo para encontrar a un pálido Fred Weasley... con las ropas empapadas de sangre.

—Sirius... —dijo, entre jadeos. Regulus pudo leer perfectamente el terror en sus ojos—. Vega...

No hizo falta más para que Regulus y Sirius supieran que algo horrible acababa de suceder.


























Brigid estaba nuevamente sola. No sabía cuándo ni cómo había pasado de estar junto a Cassiopeia, Atlas, Morrigan, Alanna y Merlín a encontrarse en aquel lugar blanco que ya había visitado anteriormente.

Cuando había atravesado el Velo de la Muerte. Cuando había regresado junto a Regulus y Sirius. Cuando había visto a su madre.

Se descubrió esperando a que Gwen Diggory apareciera ante ella. Debía hacerlo, ¿no? Había visto la sala con Cassiopeia y Atlas. Había usado su magia de un modo excesivo. Lo mismo que en Departamento de Misterios. Su madre debía estar otra vez.

Escuchó un leve crujido a su espalda y se volvió. Sus ojos grises se abrieron desmesuradamente al ver la balanza frente a ella. «Otra vez —pensó—. Como con Jason.»

Y Brigid sintió en cada uno de sus huesos de la vida de quién se trataba. Se le escapó un mudo «no» de entre los labios. Avanzó a toda prisa. Tenía que inclinarla. Se acercaba peligrosamente a la Muerte. No podía permitirlo.

Brigid no podía dejar morir a Vega.

Una mano en su hombro le obligó a detenerse. Volvió el rostro esperando ver a su madre. En su lugar, se encontró con la expresión seria de Morrigan.

—Acabo de advertirte sobre esto, niña —dijo, en tono muy serio. Brigid la miró, incrédula.

—Es Vega. No puedo...

—Debes.

—¡No! —exclamó ella al momento, tratando de aproximarse más a la balanza. Pero Morrigan no necesitaba detenerla con fuerza. Un solo gesto de la hechicera inclinó aún más la balanza. Brigid sintió la vida de Vega escapándose y chilló—: ¡Basta! ¡Tiene que haber otro modo! ¡Este don, maldición o lo que sea nos permite intervenir! ¡Tiene que haber otro modo!

Morrigan dejó escapar una carcajada seca que a Brigid se le antojó incluso triste. No podía apartar los ojos de la balanza oscilante, pero tampoco podía aproximarse a ella, por temor a que la mujer la inclinara definitivamente. Muy lentamente, se volvió hacia Morrigan.

Y se encontró frente a un espejo. Pero la Brigid que le devolvía la mirada tenía algo diferente. En sus ojos argénteos había una luz que ella jamás había podido imaginar. Su expresión era terrible. Inspiraba decisión... Y puede que intimidara bastante.

Morrigan apareció junto a ella en el espejo.

—Eres poderosa, Brigid. Tu reflejo lo demuestra. Pero no estás preparada para el sacrificio que supone salvar esta vida.

—Lo pagaré —respondió Brigid, con la mirada fija en el espejo y la voz ronca. No era solo cómo se veía; también lo sentía. Aquel poder, su poder, recorriendo su cuerpo. Alimentándose de ella, pero también volviéndole más fuerte. Formaba parte de ella y debía usarlo—. No me importa.

—Salvaste la vida de Jason Bones solo para que luego se cumpliera lo inevitable: su muerte. —Brigid se estremeció al escuchar las palabras de Morrigan. Aún se lamentaba por no haber sido capaz de salvar a Jason. Aún sabía cuánto escocía esa herida para Harry, Nova, Susan, Vega y Jessica—. Estaba destinada a pasar. Solo la retrasaste. Y harás lo mismo con la de Vega.

—No —replicó Brigid. Se negaba a aceptar que Vega estuviera condenada a morir—. No. Tiene que haber otro modo. Sé que lo hay.

Súbitamente, Morrigan ocupaba nuevamente el lugar del reflejo de Brigid. La chica no se acobardó al verse cara a cara con la hechicera. Al contrario, le devolvió la mirada con decisión.

—Has dicho que no estoy preparada, pero te aseguro que lo estoy —dijo, en voz baja. Era consciente de que cada instante peligraba más y más la vida de Vega. Tenía que convencer a Morrigan rápido—. Dímelo.

—¿Ah, sí? —Morrigan pretendía sonar burlona, pero su voz salió rota—. ¿Arrebatarás una vida del modo que solo nosotras somos capaces de hacer? ¿Te ves capaz de cargar con ese peso?

Brigid sintió el cuerpo frío. Asesinar a alguien... o dejar a Vega morir. Tensó la mandíbula. Morrigan auguraba que no sería una muerte sin más. Si solo ellas eran capaces de ello... No cabía duda de que sería horrible.

«Es por Vega», se recordó. Apretó los labios y asintió.

—Lo haré —aseguró, con voz entrecortada—. Deja a Vega vivir. Déjame inclinar la balanza.

Los ojos de Morrigan se entrecerraron. La hechicera levantó la mano. Y Brigid no tuvo que girarse para saber que la balanza de Vega acababa de inclinarse hacia el lado correcto. Sintió la tentación de dejar escapar un suspiro de alivio. Sin embargo, la expresión de Morrigan se lo impidió.

—Vega estará condenada a la Muerte hasta el momento en que cumplas el trato —advirtió—. Y no tendrás todo el tiempo que desees. Vas contrarreloj, Brigid... Si realmente la quieres viva, no tardes demasiado.

Sintió que el aire se le escapaba de los pulmones. Asintió gravemente y tragó saliva. «Puedes hacerlo», se dijo, con un retortijón en el estómago. Estaban en guerra. Eventualmente, tendría que matar. Aún así, la idea le daba náuseas. Especialmente porque, si no lo hacía antes de que fuera demasiado tarde, Vega...

Cerró los ojos. Luchó por calmarse. Tomó una profunda bocanada de aire. Vega estaría bien, por el momento. Aquello era lo más importante en ese instante. Iba a vivir. Teddy, Nova, Sirius, Harry... Ninguno iba a perderla. Era lo único que importaba.

Al abrir los ojos, su mirada se encontró con el techo de una habitación que desconocía. Ignorante del hecho de que estaba en San Mungo tras meses de inconsciencia, se incorporó a toda prisa y vio con claridad la sorpresa en el rostro de su padre... Antes de que ésta se convirtiera en la mayor de las alegrías.

Regulus Black la abrazó con fuerza, aunque se apartó al momento, temeroso de haberle causado algún daño. Brigid respiraba entrecortadamente. Sus ojos gris tormenta escrutaron el rostro de su padre.

—Vega —acertó a decir, con voz entrecortada—. ¿Está...?

Entonces, un chasquido la interrumpió. La voz de Kreacher se escuchó en la habitación con claridad al pronunciar:

—El ama Vega está fuera de peligro, amo Regulus. Se ha salvado.

Brigid, extenuada, se dejó caer nuevamente en la cama y se permitió respirar. Los ojos sombríos de su padre recorrieron su rostro.

—¿Qué has hecho, Deneb? —preguntó, en voz muy baja.

Brigid apretó los labios.

—Lo que tenía que hacer.

Ahora, solo le quedaba enfrentarse al precio a pagar.














reto: terminar el acto 4 antes de fin de año

obstáculo: he empezado a estudiar una ingeniería

se podrá? lo comprobaremos jsjs

ale.

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