lv. fix you

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng








lv.
arreglarte








No creyó que estaría nerviosa por regresar a Hogwarts hasta que se encontró a sí misma en el despacho de la profesora McGonagall. La subdirectora había accedido a que Brigid viajara hasta la escuela por red Flu, habilitando su propia chimenea para ello. Brigid se había despedido en Potter Manor de su padre, Sirius, Vega, James y Ariadne. El día anterior a su vuelta habían celebrado una merienda a la que también habían ido Jessica, los gemelos Weasley y Remus y, aunque a Brigid le había parecido algo excesivo, había apreciado mucho el gesto de Ariadne.

Por algún motivo, la despedida le había apenado más de lo esperado, teniendo en cuenta sus deseos de regresar a Hogwarts. Regulus tampoco parecía emocionado por su marcha, pero no lo dejó ver demasiado. Brigid le había abrazado con fuerza y, vagamente, habíaano lado que podría contar con los dedos de una mano el número de abrazos que se había dado con su padre. Por ello, lo había alargado más de lo normal y Regulus se lo había permitido.

Viéndose en el despacho de McGonagal, a punto estuvo de soltar un suspiro. La subdirectora, que ya la esperaba, se levantó de su silla tan pronto la vio aparecer en la chimenea, del mismo modo que la profesora Sprout, que también debía haber ido a darle la bienvenida.

—¿Cómo te encuentras, Diggory? —saludó la jefa de Gryffindor, dándole un educado abrazo que dejó a la joven un tanto desconcertada—. No sabes cuánto lamentamos lo que sucedió. Hemos estado investigando sin descanso, pero...

—¡No se preocupe, profesora! —se apresuró a decir Brigid, con cierta incomocidad—. No es algo de lo que quiera hablar ahora que ya estoy bien, si soy sincera.

—¿Ves, Minerva? —le reprendió la profesora Sprout—. Te dije que no era buena idea mencionarlo... Ay, Diggory, he de admitir que fue un gran susto... Y Potter no dejó de preguntar por ti ni un momento. Imagino que tendrás muchas ganas de verle.

Brigid asintió, con cierta timidez. Las profesoras intercambiaron una mirada divertida.

—Imagino que tendrás ganas de ver a tus amigos, Diggory —continuó McGonagall—. No te retendremos más. Nos alegramos mucho de que estés de vuelta y te pedimos, por favor, que vayas con cuidado y acudas a la enfermería con cualquier cosa que necesites, ¿de acuerdo?

—Gracias, profesora —respondió Brigid, sonriendo agradecida. Se dirigió hacia la puerta, pero se detuvo un momento antes de girarse hacia las mujeres—. Y... ¿profesora McGonagall, profesora Sprout?

—¿Sí, Diggory? —preguntó su Jefa de Casa.

La joven vaciló tan solo un instante antes de decir:

—A partir de ahora, usaré el apellido de mi padre. ¿Podrían decirle al resto de profesores...?

—Por supuesto, Black. —McGonagall le dirigió casi una sonrisa cómplice, acompañada de un asentimiento de cabeza—. Sin problema.

—Muchas gracias —susurró Brigid, para luego abrir la puerta y abandonar el despacho.

Brigid nunca había llamado especialmente la atención en los pasillos, al menos no durante los primeros cursos. Desde su cuarto año, cuando se habían visto envuelta en más problemas —no culpaba a Harry, aunque había sido su culpa, si debía ser sincera—, alumnos habían empezado a mirarla y cuchichear. Pero ni siquiera después del artículo de Rita Skeeter, la muerte de su hermano o que su relación con Harry se hiciera conocida para todo el alumnado recibió tanta atención como aquel día.

Alumnos y alumnas de todos los cursos se acercaban a preguntarle cómo estaba o qué recordaba de aquel día. Brigid perdió la cuenta de cuántas veces respondió que ya se encontraba perfectamente, que había recuperado la consciencia dos semanas atrás, que había pasado unos pocos días en casa antes de volver y que no recordaba nada más allá de entrar en el baño de chicas de Las Tres Escobas. Personas con las que nunca habían hablado se acercaban a decirle que se alegraban de que estuviera bien. Incluso al cruzarse con Draco Malfoy éste se detuvo, la observó por unos segundos y, tras asentir, continuó con su camino. Fue un encuentro extraño, pero Brigid solo podía pensar en lo que desearía poder llegar al Gran Comedor de una vez por todas. Quería ver a sus amigos y a Harry. El trayecto se le estaba haciendo eterno.

Cuando finalmente cruzó las puertas del Gran Comedor, sin estar enteramente segura de si allí encontraría a quien buscaba, apenas tardó un momento en localizar a Ron, Prim, Susan y Hermione en la mesa de Hufflepuff. Se quedó un momento parada en la puerta, dudando de qué hacer. Entonces, Ron volvió la cabeza y la vio.

Su rostro se iluminó. Se puso de pie de un salto y corrió hacia ella, envolviéndola en un enorme abrazo sin que ella tuviera tiempo a dar más de un par de pasos. A Brigid se le escapó una carcajada.

—Hola, Ron —saludó, esbozando una enorme sonrisa.

—¡Bree!

Prim la abrazó también, sin apartar a Ron. Brigid rio, tomando la mano de Prim y sujetándola con fuerza. Susan se unió al momento y la siguió Hermione, de quien Prim casi tiró para que se colocara entre ella y la recién llegada.

Brigid sintió su corazón a punto de estallar de felicidad en ese momento. No podía evitarlo; se imaginó a sí misma tan solo unos años antes, cuando apenas tenía amigos y su timidez le superaba a cada momento, y después se vio cómo estaba en aquel instante.

—¿Cómo te encuentras? —Hermione fue la primera en preguntarle, una vez rompieron el abrazo—. ¿Qué tal los días en Potter Manor?

—¿Cómo están Vega y las niñas? —preguntó Susan, con los ojos brillantes.

—¿Qué tal con tu padre? —añadió Prim.

—Tenemos tantas cosas que contarte —suspiró entonces Ron—. Ha pasado de todo.

Brigid respondió a sus preguntas y dejó que ellos le informaran de lo sucedido en los últimos meses en Hogwarts. Varios más se acercaron a saludarla: Neville, Luna, Ginny, Blaise, Theo e incluso Pansy Parkinson, con quien compartía clase de Historia de la Magia. Astoria Greengrass, amiga de Nova, le saludó con alegría al pasar junto a la mesa de Hufflepuff. También varios del ED le dieron la bienvenida. Cuando Michael Nott llegó al Gran Comedor, fue directo a la mesa de Hufflepuff, donde los cinco se habían sentado y, yendo junto a Ron, le dirigió una sonrisa a Brigid, añadiendo:

—Vaya susto, Black. Más cuidado a la próxima.

No supo por qué decidió usar ese apellido en lugar de Diggory, pero Brigid no pudo evitar sonreír al escucharlo.

Entonces, llegó Nova. Lo supo porque escuchó su grito desde la entrada del Gran Comedor. Brigid se puso en pie justo antes de que la Slytherin se abalanzara sobre ella y casi la derribara con su abrazo.

—¡Bree, por Merlín, creí que no volverías nunca! —Mientras la abrazaba, Brigid advirtió varias cosas sobre Nova. Se había cortado aún más el pelo, cuyas raíces oscuras ya destacaban bastante con respecto al tinte rubio. Estaba más pálida y ojerosa que de costumbre e incluso parecía haber perdido varios kilos. Su sonrisa no era tan alegre como solía ser. Era indudable que las últimas semanas, entre su envenenamiento y el ataque a Vega, le habían pasado factura—. ¿Cómo estás? ¿Todo bien? ¿Te han contado ya todos los chismes?

—Estoy segura de que aún quedan los que solo sabes tú —rio Brigid, negando con la cabeza. Inclinándose hacia ella, aún abrazadas, le susurró al oído—: Vega está perfectamente, Nov. Ella y Teddy. Sienten no poder contactar más, pero te prometo que están las dos bien. También tu padre, tus tíos, Jessica y Medea. Todos bien.

Nova le dirigió una sonrisa agradecida.

—Es bueno oírlo —comentó, con voz débil.

Fue entonces cuando Harry entró en el Gran Comedor.

Nova pareció darse cuenta al momento y sin necesidad de girarse, únicamente por el cambio en la expresión de Brigid. Esbozando una sonrisa pícara, masculló algo sobre Ginny y se alejó sin decir más. Brigid echó a andar al momento hacia la entrada del Gran Comedor, mientras una sonrisa iba formándose poco a poco en su rostro.

Harry apenas había cambiado su expresión de pura sorpresa cuando abrió los brazos y envolvió a Brigid en un fuerte abrazo. Las manos de él subieron y bajaron por su espalda, y Brigid alcanzó a ver su expresión de incredulidad. Como si no creyera que ella estuviera ahí realmente. Sonriendo, apoyó la mejilla en su pecho, escuchando los latidos acelerados de su corazón, mientras daba algo de tiempo al azabache para recobrarse.

—Bree —susurró tras varios segundos Harry, con voz temblorosa. Ella levantó la cabeza y sonrió con suavidad, sus rostros a tan solo centímetros. Él aún la observaba como si no diera crédito—. Estás aquí. Por Merlín, si supieras cuánto te he echado de menos, yo...

No pudo seguir hablando. Tan pronto como Brigid notó su voz rompiéndose, terminó con la distancia entre ellos y le besó con suavidad. Harry soltó un débil suspiro antes de seguirle, al tiempo que acariciaba con cariño su mejilla con el pulgar. Ella sonrió al sentir aquel tacto. Lo había echado de menos. Había echado de menos todo de él.

Varios alumnos comenzaron a aplaudir y a Brigid se le escapó la risa de puro nerviosismo. Dio un paso atrás, sin poder dejar de sonreír. Harry tomó su mano, dirigiendo una mirada divertida a los que presenciaban su escena con interés.

—¿Prefieres que vayamos a otro sitio? —propuso en voz baja, con una sonrisa torcida que hizo a Brigid desear poder besarle otra vez en ese mismo momento.

Brigid asintió rápidamente, apretando su mano en torno a la de él.

—Suena perfecto.

Estaba otra vez en casa. Estaba bien. Podía permitirse algo de felicidad por el momento.


























Le alegró y alivió ver la rapidez con la que Hogwarts volvió a ser lo de siempre. Después de un par de días de aclimatamiento, en los que todos se acercaban a preguntarle por lo sucedido y los profesores iban explicándole con lentitud el temario dado, Brigid y su regreso dejaron de ser la novedad y todo volvió a ser lo que acostumbraba antes.

Tuvieron que ponerle al día en muchas cosas. Y no solo en los estudios. Muchas cosas sucedían en Hogwarts en el espacio de seis meses: los partidos de quidditch, el envenenamiento de Nova, las sospechas de Harry en torno a Malfoy, las clases de Dumbledore... Pero iban contándole todo con cuentagotas, lo cual molestaba a Brigid.

En especial, porque sentía que había mucho que Harry se estaba guardando. Y creía saber el por qué.

Sabía que Harry tenía pesadillas. Él mismo se lo dijo, además de que Theo y Blaise se lo habían comentado cuando ella les preguntó por cómo había estado Harry en los últimos meses. Y sabía que se sentía responsable por lo que a ella le había sucedido. También él se lo había dado a entender y, aunque no lo hubiera hecho, Brigid le conocía lo suficientemente bien como para saber lo que le sucedía. Quiso hablar con él, pero nunca parecía ser el momento: entre todas las asignaturas con las que tenía que ponerse al día, los entrenamientos de quidditch de Harry, la ajetreada vida en Hogwarts y el hecho de que apenas conseguían pasar más de dos minutos a solas se lo impedían.

Las siguientes dos semanas pasaron en un torbellino de preocupaciones y secretos que no tenían a Brigid del todo contenta, aunque debía admitir que ella tampoco estaba contándole todo a Harry. Simplemente, no había oportunidad para ello. Imaginaba que a él le sucedía lo mismo, o eso quería creer. Deseaba hablarle de su recurrente sueño en la caverna, de su encuentro con Amos, de cómo aparentemente había vuelto a perder su habilidad de ver a los muertos. Pero, si había una cosa clara, era que nunca era el momento para hablar de aquellas cosas. No podía contárselo en mitad de una clase o del Gran Comedor; tampoco en las sesiones de estudio o tras los entrenamientos de quidditch. De modo que se mantuvieron así durante aquel tiempo.

Hasta el día en que Brigid, que había terminado por ir sola a cenar al Gran Comedor —Prim estaba con Hermione, Ron demasiado nervioso por el próximo partido de quidditch y Susan había pasado la tarde fuera de la sala común—, creyó ver una silueta demasiado conocida por el pasillo del piso de abajo.

Casi se le escapó un grito al ver a Felicity Potter allí mismo. Hacía ya cerca de un año desde que no sabían nada de ella. Brigid llevaba cargando con la frustración de ser incapaz de verla durante meses. Y, de pronto, había aparecido en mitad de un corredor desierto cualquiera de Hogwarts.

Antes de que pudiera hacer nada por atraer su atención, Felicity desapareció de su vista, atravesando la pared para introducirse en lo que Brigid estaba bastante segura de que eran unos baños de chicos. ¿Qué estaba haciendo allí?

Ni siquiera se lo pensó dos veces: no podía perder la oportunidad, no después de ver a Felicity después de tanto tiempo. Apretó el paso y se dirigió a la puerta de los lavabos, abriéndola de golpe e introduciéndose al momento. Nuevamente estuvo a punto de ahogar un grito al ver la escena que dentro estaba teniendo lugar.

La puerta se cerró a su espalda con un chasquido antes de que ni ella ni Draco Malfoy dijeran palabra. Los dos se contemplaron en silencio, casi horrorizados: era evidente que el Slytherin lloraba. Brigid no tenía ni idea de dónde se había metido.

Fuera de las veces en las que Malfoy se había reído de ella durante los primeros cursos, jamás habían hablado. En las clases de Defensa Contra las Artes Oscuras de Snape, donde eran forzados a tomar asiento juntos, mantenían un silencio tenso toda la lección. Obviamente, Brigid sabía mucho de Malfoy por Harry, Ron y Nova. Pero nunca se hubiera visto a sí misma en una situación como aquella.

Carraspeó nerviosamente, al tiempo que Malfoy le daba la espalda. Agarraba con ambas manos una pila, con tal fuerza que sus nudillos resultaban blancos incluso en contraste con su pálida piel. Brigid lograba ver su rostro a través del espejo roto frente a él. Mantenía la cabeza gacha y había algo en su expresión que le hizo sentirse peor incluso por irrumpir de aquel modo.

—No pretendía interrumpirte —susurró—. Perdona, creía haber visto...

Entonces, Felicity apareció junto a Draco Malfoy. La miraba directamente, con sus ojos avellana, tan parecidos a los de James, cargados de una tristeza infinita. Brigid se quedó en silencio tan pronto la vio aparecer. Felicity y ella se miraron uno, dos, tres segundos. Al transcurso de diez, la Hufflepuff finalmente fue capaz de decir:

—¿Felicity? —La voz se le quebró levemente. Pudo ver la sorpresa atravesar el rostro de la otra cuando pronunció su nombre.

—Por Merlín, ¿me ves? —exclamó ella, avanzando hacia Brigid a toda prisa. Ésta asintió muy despacio, contemplando a Felicity con los ojos muy abiertos—. ¡Por Merlín, Bree!

—Fely, yo... —Brigid negó con la cabeza, mientras en el rostro de Felicity se formaba una tímida sonrisa—. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué estás...? —Le dirigió una mirada abatida a Malfoy. Felicity suspiró.

—Él ha sido el único que ha podido verme durante meses —dijo, con voz temblorosa—. Ni tú ni Harry... Lo intenté, lo intenté todo, y no funcionaba. Entonces, él...

—Fely. —La voz de Malfoy sonó especialmente grave en ese momento. Grave y débil, casi rota—. Dile que se vaya... por favor.

Fueron las últimas dos palabras las que pillaron más por sorpresa a Brigid. Su mirada pasó de Felicity a Malfoy, cargada de dudas. Sabía que lo más sensato era irse... Pero Brigid no era capaz de dejar a nadie llorando solo en el baño. Ella había estado en aquella situación y le hubiera gustado tener a alguien que se empeñara en quedarse a su lado, incluso cuando ella insistía en que se marchara, durante esos momentos. Por otro lado, ¿qué podría hacer ella para ayudarle?

Brigid dudó y miró a Felicity, buscando consejo. Ésta se mordía nerviosamente el labio. Por cómo la miraba, Brigid intuyó que le pedía que hablara con Malfoy. Resultaba evidente. Carraspeó con nerviosismo de nuevo.

—¿Puedo ayudarte con algo, Malfoy? —cuestionó, vacilante.

Una carcajada seca se le escapó al chico, aunque se le entremezcló con un sollozo y resultó en un sonido desgarrador. Brigid dudó, pero terminó por acercarse a él. No se atrevió a tocarle, sin saber cómo reaccionaría él, pero se inclinó a su lado en la tina y éste terminó por girar unos centímetros la cabeza en su dirección.

—No sé qué te está pasando, Malfoy, ni te voy a pedir que me lo cuentes —le dijo, con voz suave—. Pero, sea lo que sea, debe haber una solución. —La expresión rota de Malfoy le hacía desear ser capaz de hacer algo—. Si yo pudiera ayudarte...

—Nadie puede ayudarme —se lamentó Malfoy, sacudido por fuertes temblores—. No puedo hacerlo, no puedo... no saldrá bien... Pero si no lo hago pronto... él me matará...

—¿De qué hablas, Malfoy? —susurró Brigid, con un hilo de voz. ¿Habría tenido razón Harry? Aquel «él»... Había demasiado miedo en él como para referirse a alguien que no fuera lord Voldemort—. ¿Qué...?

Entonces, con un brusco estremecimiento, Malfoy levantó la cabeza y se miró al espejo. Brigid ni siquiera tuvo tiempo de ver quién estaba en la puerta antes de que Malfoy se diera la vuelta y apuntara con su varita al recién llegado.

Harry sacó la suya rápidamente. El maleficio de Malfoy le pasó rozando e hizo pedazos una lámpara que había en la pared. Brigid dejó escapar un grito y sacó su propia varita, pero Malfoy la desarmó apenas la tuvo en su mano y bloqueó el embrujo no verbal de Harry.

—¡No! ¡No! ¡Basta! —Felicity apareció junto a Harry, hecha una furia. Brigid corrió a recuperar su varita. Malfoy se preparó para lanzar otro maleficio, aunque tenía la vista fija en Felicity—. ¡Basta! ¡Basta!

—¿Fely? —susurró Harry, incrédulo.

Hubo un fuerte estallido y el cubo que había detrás de Harry explotó. El muchacho intentó responder con otra maldición, que rebotó en la pared, detrás de la oreja de Malfoy. Brigid alcanzó su varita y apuntó a Malfoy, que bloqueó su embrujo y respondió con otro. Salía agua por todas partes y Harry resbaló y cayó al suelo. Sabiendo que Malfoy aprovecharía para embrujarle, Brigid le atacó con la maldición de las piernas unidas, pero él lo bloqueó con un solo gesto.

—¡No te metas en esto, Black! —gritó entonces Malfoy, con la cara contorsionada, volviendo su varita hacia Harry—. ¡Crucia...!

Brigid apuntó a Malfoy, con el corazón latiendo muy fuertemente. Comenzó a pronunciar el encantamiento de desarme, pero se le adelantaron antes de poder terminarlo. Antes de que el propio Malfoy terminara de decir el conjuro que había puesto los pelos de punta a Brigid.

¡¡Sectumsempra!! —bramó Harry desde el suelo.

Brigid abrió mucho los ojos al reconocer el conjuro. Quiso gritar, quiso impedirlo, pero cortó el conjuro de desarme a la mitad y su encantamiento escudo llegó demasiado tarde. La maldición dio de lleno a Malfoy. De su cara y su pecho empezó a salir sangre a chorros, como si lo hubieran cortado con una espada invisible. El chico dio unos pasos hacia atrás, se tambaleó y se desplomó en el encharcado suelo con un fuerte chapoteo. La varita se le cayó de la mano derecha, flácida.

—No —dijo Harry con voz ahogada.

Brigid ahogó un gemido y, resbalando en el suelo empapado, corrió hasta Malfoy y se arrodilló a su lado. Felicity ya estaba en pie junto al chico, contemplándolo con los ojos muy abiertos. Brigid incluso diría que había palidecido, de no ser porque aquello era imposible.

Brigid sentía la Muerte cerca y aquello le aterraba. Levantó la varita, con mano temblorosa. La visión de la sangre, mezclada con el agua que les empapaba, le mareaba. Le era imposible mantener el pulso estable.

Resbalando y tambaleándose también, Harry se puso en pie y se lanzó hacia Malfoy, dejándose caer junto a Brigid. El herido tenía la cara roja y con las manos se palpaba el pecho, empapado de sangre.

—No... Yo no... —murmuraba con dificultad.

Malfoy temblaba de forma descontrolada en medio de un charco de sangre. Brigid tomó aire una, dos, tres veces. Conocía el hechizo. Podía ayudarle; solo necesitaba olvidar la sangre, la Muerte susurrándole en el oído y dejar de temblar.

Porque Morrigan pronunciaba unas palabras únicamente para ella en ese momento. «Déjale morir y tu deuda será saldada. Dejará morir y Vega estará a salvo.» Pero Brigid no podía. Una cosa era matar a algún mortífago cruel y otra muy diferente dejar morir a uno de sus compañeros de clase. Dejar que Harry asesinara a uno de ellos. Brigid se sentía incapaz de ello.

Y precisamente por ello, consiguió controlar su temblor lo suficiente como para agitar la varita sobre el pecho de Malfoy y pronunciar, con voz clara:

Vulnera sanentur. —Después del ataque a Vega, Ariadne había encontrado un momento para enseñarle cómo tratar aquella maldición tan poco conocida. El conjuro debía repetirse tres veces: con la primera, lograba disminuir la hemorragia y evitar el desangramiento—. Vulnera sanentur. —Las heridas debían de estar cerrándose poco a poco. Brigid no podía verlo con claridad con toda la sangre, pero confiaba en que fuera así. Sintió a Malfoy dejar de respirar y a punto estuvo de perder la poca calma que mantenía, pero se las arregló para decir por tercera vez—: Vulnera sanentur.

La voz le salió más débil de lo que esperaba. Los músculos de Malfoy se relajaron. Sus ojos grises se volvieron a ella y le observó con el pánico grabado en la mirada. Brigid le limpió la sangre del rostro con su propia túnica, jadeando mientras sentía la Muerte alejarse poco a poco y escuchaba la advertencia de Morrigan justo contra su oído.

«No tendrás mucho más tiempo.»

Pero no hubiera podido dejar morir a Malfoy, no de esa forma. No habría podido hacer de Harry un asesino. Sus ojos fueron a él y contempló el rostro pálido del azabache, en cuyos ojos podían verse las lágrimas contenidas. La propia Brigid también las sentía. Felicity le dirigió una larga mirada a su hermano y, sin decir más, se desvaneció.

—Harry —susurró entonces Brigid, con voz estrangulada, consiguiendo llamar la atención del chico, que se había quedado con la vista fija en el lugar donde su hermana había estado segundos antes—. Tenemos que llevarle a la enfermería. Ayúdame y...

La puerta se abrió con un fuerte golpe y Snape, blanco como la cera, irrumpió en el lavabo. Se detuvo con brusquedad a contemplar la escena: Brigid y Harry arrodillados junto a Malfoy, éste tendido en el suelo y con la camisa empapada en sangre. El suelo del baño estaba enteramente inundado, pero Brigid apenas se había dado cuenta de ello. Malfoy dejó escapar un gemido y su mano se cerró en torno a la de Brigid, que se volvió hacia él al momento, asustada.

—A... Ayúdame —acertó a decir, y el pánico en su rostro era genuino.

Apartando bruscamente a Harry, Snape se arrodilló y se inclinó sobre Malfoy, varita en mano, examinando las heridas recién cerradas que cubrían su pálido pecho. Brigid se quedó muy quieta, en parte deseando que el profesor no hubiera llegado nunca. Tras unos segundos, la mirada de Snape se volvió hacia ella.

—¿Le has curado tú? —espetó, en el mismo tono desagradable de siempre. Brigid asintió una única vez—. De acuerdo. Ayúdame a sentarlo, Black.

Y así lo hizo ella, con cuidado de que Malfoy no sufriera más daño. Intercambió una mirada angustiada con Harry, preguntándose qué sucedería a continuación. Éste, tan blanco como ella debía de estar, negó casi imperceptiblemente con la cabeza y vocalizó un «lo siento». Brigid no sabía qué podía decir ella; lo más sensato que se le ocurría en esos momentos era obedecer a Snape, que se dirigía a Malfoy en ese momento.

—Tengo que llevarte a la enfermería. Quizá te queden cicatrices, pero si tomas díctamo inmediatamente tal vez te libres hasta de eso. Vamos... Black, ayúdame.

Brigid lo hizo en silencio. Ambos llevaron a Malfoy hasta la puerta. Entonces, Snape se dio la vuelta para decir con voz colérica:

—Y tú, Potter... espérame aquí.

Brigid compartió una última mirada cargada de angustia con Harry, antes de seguir a Snape hasta la enfermería, llevando con sumo cuidado a Malfoy y agradeciendo que los pasillos estuvieran desiertos en esos momentos. El profesor no dijo una sola palabra hasta que dejaron a Malfoy en la enfermería. El maestro explicó con brevedad la situación a una escandalizada señora Pomfrey y, acto seguido, arrastró a Brigid de vuelta hasta el pasillo. Ésta no osó decir palabra, pero se liberó de su agarre al momento y se quedó contemplándole, en silencio, con expresión seria y el ceño fruncido. Snape no le hizo esperar demasiado.

—¿Tuviste algo que ver con la maldición que le dio a Malfoy, Black? —exigió saber. Sus ojos oscuros estaban llenos de cólera, pero Brigid no se dejó intimidar. O trató de no hacerlo, al menos.

—No.

—¿Y Potter?

El silencio que siguió a aquella pregunta pareció ser suficiente explicación para Snape, que asintió una única vez y se alejó sin decir palabra. Brigid se quedó inmóvil en mitad del pasillo, con la túnica empapada y manchada de sangre. Se dijo que debería ir a cambiarse, pero no podía pensar con claridad. No con Malfoy, que había estado tan cerca de morir, que había sufrido la misma maldición que Vega, al otro lado de la puerta de la enfermería, siendo atendido por la señora Pomfrey. No con Harry aguardando en el baño a que Snape llegara, aterrado y sintiéndose... Brigid no podía ni imaginar cómo debía de sentirse. Había visto su rostro antes de irse. Sabía el tipo de pensamientos que estaba teniendo Harry.

Habían visto a Felicity y se había marchado. Y la voz de Morrigan seguía ahí, recordándole que el tiempo corría. Que no podía saber cuánto más le quedaría a Vega. Pero que no podía ser mucho.


























Harry se sentía anonadado. Aún trataba de asimilar todo lo sucedido. Aún creía que tenía la sangre de Malfoy en la túnica, en las manos, pese a haberse duchado y cambiado. No podía dejar de verle derrumbarse en el suelo, el rojo tiñendo su camisa blanca. Felicity flotando junto a su figura. Después de tantos meses y apenas era capaz de mirarle. Brigid inclinada sobre Malfoy. Su expresión de horror, su mano temblorosa.

Aquello había sido lo mismo que le había sucedido a Vega. Harry le había causado a Malfoy el mismo dolor que Callum Carrow le había producido a su prima. Harry veía a Malfoy tras ser alcanzado por la maldición y su figura se entremezclaba con la de Vega. Y luego volvía a ser Malfoy, moribundo, con Brigid haciendo lo posible por salvarle la vida y con Felicity a su lado, evitando a toda costa el dirigir la mirada a Harry...

«Lo siento.» Aquello era la frase que se repetía una y otra vez. Pero ni siquiera sabía a cuántos se lo decía exactamente.

Y el libro del Príncipe Mestizo... O, mejor dicho, el libro en el que había encontrado otro nombre escrito, estaba en ese momento oculto en la Sala de los Menesteres. Y ni siquiera sabía si podría recuperarlo. No mientras Snape siguiera tratando de husmear en su mente.

Se perdería el partido de quidditch de la semana siguiente por su castigo con su Jefe de Casa. Tendría que dejar a Nova de buscadora otra vez, como cuando le habían cesado el curso anterior, y buscar a alguien que la sustituyera en su puesto de cazadora. Harry hubiera deseado ser él; era el último partido, la oportunidad de ganar la Copa de Quidditch en su primer año como capitán. Le dolía renunciar a ello.

Unos dedos rozaron su mano derecha. De tan ensimismado como estaba, Harry ni siquiera había notado a Brigid aguardándole frente a la entrada de la sala común de Slytherin. Su rostro reflejaba cansancio, pero también comprensión. Harry aferró su mano y soltó un suspiro.

Ya había hablado de lo sucedido con Ron, Prim y Hermione. Ésta última no había dejado de echarle en cara el haber confiado tanto en el libro, aunque Harry sabía que sus reproches se debían en gran parte al hecho de que le había superado en Pociones aquel año. Prim había tenido que hacerla callar y, viendo que se avecinaba una pelea, Ron y él habían salido por patas. Prim y Hermione discutían en contadas ocasiones, pero era mejor no estar cerca cuando aquello sucedía.

Aún no había hablado con Nova ni Susan. No quería hacerlo, aunque sabía que debía. Ni siquiera le había contado a su prima lo que había descubierto sobre el libro. Hubiera podido entregárselo, hubiera sido lo correcto. Pero no lo había hecho, deseando guardar aquello para sí. Ahora, puede que Nova no fuera a tenerlo entre sus manos nunca.

—¿Cómo te encuentras? —susurró Brigid, acariciando el dorso de su mano.

—No lo sé —masculló Harry.

—¿Sacaste ese conjuro del libro del Príncipe Mestizo?

Él asintió muy despacio.

—Es con el que Carrow atacó a Vega, ¿no es así? —Brigid suspiró y aquello le sirvió como afirmación—. Por eso sabías el contrahechizo.

—Tu madre quiso enseñármelo, por precaución —admitió ella.

—Menos mal que lo hizo —masculló Harry.

Brigid le abrazó y él la rodeó con sus brazos, aunque no se sentía en absoluto merecedor de aquel gesto. Las manos de Brigid subían y bajaban por su espalda, tratando de ofrecerle consuelo. Harry cerró los ojos e inspiró lentamente, buscando perderse en Brigid durante unos instantes. Su perfume a jazmín, el mismo que había encontrado en su Amortentia. Su calor, su cuerpo contra el suyo, su pelo haciéndole cosquillas en la nariz.

—He tenido que esconder el libro —susurró él, abriendo finalmente los ojos. Brigid ya le contemplaba en silencio y Harry sabía que había estado aguardando a que él estuviera listo para hablar.

—Puede que sea lo mejor —respondió ella con suavidad. Harry negó—. El príncipe no podía ser buena persona si jugaba con magia oscura, Harry.

—No era el libro del príncipe, Bree —confesó Harry, hablando de su descubrimiento por primera vez en voz alta. Ella le miró, desconcertada—. No por completo, al menos. Tardé un tiempo en darme cuenta de que había dos caligrafías muy parecidas. El príncipe fue el segundo dueño del libro. Hubo otra antes.

Brigid arqueó las cejas.

—¿Qué quieres decir? ¿Sabes quién es?

—Cuando Slughorn dijo que tenía el talento de mi tía, dudo que supiera que usaba los mismos trucos que ella. —La comprensión apareció al momento en el rostro de Brigid—. Habían intentado tapar el nombre de Arión en una de las páginas. También encontré las iniciales de tío Jason, tía Mary y Selena, la madre de Susan. Empecé a buscar señales cuando mi padre me dijo que mi tía tenía un libro como el mío en el que anotaba de todo. Sirius y él se lo pedían siempre prestado para estudiar Pociones.

—El príncipe tuvo el libro después de que Aura lo perdiera o algo similar —concluyó Brigid con tristeza.

—Quedó claro que tenía un gran talento para las pociones, como decía Slughorn —rio secamente Harry.

—Desde luego que lo tenía.

Harry y Brigid casi olvidaron de qué estaban hablando al escuchar aquella voz. Él, que había mantenido la vista fija en ella, pudo ver la incredulidad atravesar su rostro, antes de que girara la cabeza con brusquedad a su izquierda.

Selena Ross, Lily Evans y Melina Nott les sonreían junto a ellos. A Brigid se le escapó un ruidito del que Harry se hubiera reído en otro momento; sus ojos brillaban de alegría.

—¡Por Merlín! —exclamó, echándose hacia atrás, pero manteniendo su mano unida a la de Harry para que él pudiera seguir viendo a las tres mujeres—. No me lo puedo creer. Estáis aquí. Había empezado a creer...

—Te dijeron que volverías a ver, ¿no? —preguntó Lily, en cuyas mejillas se formaban hoyuelos gracias a su sonrisa—. Pero ha tardado un poco más de lo esperado.

Harry vio cómo Brigid tragó saliva. Su alegría disminuyó un poco, mientras caía en la cuenta de que aquello significaba que ya no podría ser ciega a aquel mundo más. Harry lo comprendió tan solo un poco antes que ella.

—Ha sido bastante tiempo —asintió ella tras unos momentos. Intercambió una rápida mirada con Harry, antes de animarse a decir—: ¿Sabéis dónde está Felicity?

La sonrisa de Selena se volvió triste.

—No tenemos idea, Brigid. Lo siento. Las cosas han estado un poco complicadas en nuestro lado.

—Culpa mía, supongo —masculló ella con desánimo.

—En gran parte, sí —asintió Melina. A Harry le asustó la compasión con la que miraba a Brigid—. No podrás retrasarlo por mucho más tiempo, lo sabes, ¿no?

Harry frunció el ceño ante aquellas palabras y se volvió hacia Brigid de inmediato. Ésta asentía en silencio, con los labios crispados y sin mirar a nadie ni nada en concreto.

—¿Qué no puedes retrasar, Bree? —preguntó él, dubitativo.

La mirada gris de Brigid se oscureció.

—Es mejor que no lo sepas, Harry —musitó, aún sin mirarle—. Te lo diré cuando llegue el momento, pero... Aún no.

Y Harry no insistió. Él mismo cargaba con un gran secreto a sus espaldas, uno que solo él, sus padres, Dumbledore y Voldemort parecían conocer. Quería decírselo a Brigid, igual que sabía que su madre se lo había dicho a su padre... Pero aún no era el momento, igual que para Brigid.

—Está bien —susurró. Brigid apretó con algo más de fuerza su mano en torno a la de él. Un agradecimiento silencioso que él interpretó con rapidez—. No tengo prisa por saberlo.

—¿Te ves capaz? —le preguntó Selena, en tono cauto. Brigid dejó escapar un largo suspiro.

—Sé que tengo que hacerlo. Ya no depende de si me veo capaz o no... Tengo que serlo.

Harry no podía negar que estaba preocupado, pero se lo guardó para sí. Brigid se lo contaría, llegado el momento. Mientras tanto, tendría que confiar en ella.

—Hay quienes os mandan saludos, por cierto —dijo entonces Lily, volviendo la mirada hacia Harry.

«Tío Jason. Tía Amelia. Puede incluso que tía Aura.» Él no pudo evitar sonreír débilmente.

—Gracias. ¿Les daréis de nuestra parte?

Selena asintió.

—Claro.

—Estaremos cerca, de todos modos —apuntó Melina, intercambiando una mirada con Lily—. Por precaución. Podemos tener un ojo encima de quien necesitéis.

—Estamos bien —aseguró Brigid, negando—. No os preocupéis.

De un momento a otro, las tres fantasmas ya no estaban. Y, cuando Brigid se volvió hacia Harry, probablemente con intención de despedirse, él soltó, sin pensarlo demasiado:

—Hay tormenta esta noche. ¿Te quedas conmigo?

Brigid se le quedó mirando, algo sorprendida, antes de dejar escapar una leve risa.

—¿Realmente hay tormenta?

—No tiene por qué ser eléctrica para asustar —comentó él suavemente, trazando círculos en el dorso de la mano de Brigid mientras hablaba—. Creo que es bastante apropiado decir que hay tormenta en nuestra vida ahora mismo. Al menos Voldemort aún nos permite usar metáforas, ¿no?

Brigid volvió a reír, en esta ocasión de un modo menos triste.

—Vale.

—¿Vale qué? —cuestionó él, esbozando una sonrisa burlona.

Brigid soltó un resoplido antes de responder:

—Me quedaré contigo.

Esas palabras englobaban mucho más para ambos de lo que únicamente representaban dentro de la conversación, pero Harry se limitó a asentir, sonriendo ampliamente. Una noche juntos eran todo lo que necesitaban. Porque, incluso aunque hubiera pesadillas, tendrían el uno al otro para consolarse.

Más tarde, mientras Harry estrechaba a Brigid entre sus brazos, sintiendo su respiración ralentizarse y la angustia de su rostro ser sustituida por la calma del sueño, se dijo que podría quedarse así por mucho tiempo. Puede que incluso por el resto de su vida.

Deseó con todas sus fuerzas que, en un futuro no demasiado lejano, pudiera ser así para siempre.














creo que nunca voy a tener tanto cariño a una pareja que escriba como el que le tengo a estos dos, les quiero tantísimo 😭😭😭😭

2 capítulos para acabar el acto??? ojo que a este paso consigo terminarlo antes de que llegue 2024 🥳

pd: mil millones de gracias por los 11k votos <3

ale.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro