lvi. if i killed someone for you

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lvi.
si matara a alguien por ti








Los días siguientes fueron como un sueño. La calma antes de la tormenta. Y, como en todo sueño, siempre llega el momento de despertar. Cuando el cielo celeste se llena de nubes oscuras y todos los peores presagios se hacen realidad al destello del primer rayo, al retumbar del primer trueno. Siempre llega el momento de enfrentarse a la cruda realidad y, por mucho que Brigid y Harry trataran de retrasarlo, sabían desde un principio que estaban condenados a que llegara.

Al menos, disfrutaron de las semanas anteriores. La victoria de Slytherin en la Copa de Quidditch, la fiesta que se había celebrado posteriormente en la sala común. Los plácidos días que habían seguido a aquello, tan solo interrumpidos por los castigos de Harry con Snape. Incluso se las ingeniaban para estudiar juntos, a veces en silencio, otras veces con Harry preguntándole Historia de la Magia a Brigid por el simple placer de escucharla hablar sobre ello o con Brigid tratando de entender los garabatos que Harry llamaba «apuntes de Pociones».

En su fuero interno, ambos sabían que las cosas no tardarían mucho en cambiar, de modo que pusieron todo su empeño en pasar el mayor tiempo posible juntos.

Precisamente por ello, Brigid ni siquiera se sorprendió cuando, una noche, Harry apareció corriendo por el pasillo, directo hacia ella, Mapa del Merodeador en mano, la tomó por las mejillas y la besó con una urgencia que hacía mucho que no experimentaba. Desde que ella regresó de San Mungo. Y Brigid supo que el momento había llegado.

—No tengo mucho tiempo, Bree —le dijo, al tiempo que la abrazaba y dejaba escapar un suspiro—. Tengo que irme con Dumbledore.

—Ha encontrado un Horrocrux —conjeturó ella. Harry asintió—. Vale. ¿Estarás seguro con él?

Él se esforzó por sonreír débilmente.

—Confía un poco en mí, anda. —Pero, súbitamente, se puso serio de nuevo—. Escucha, tienes que buscar a Ron y Hermione. Tienen Felix Felicis. Repartirlo como podáis. Si Nova, Susan y Prim consiguen tener...

Por la cara de Harry, quedaba claro que dudaba que la poción fuera a servir para seis personas. Brigid vaciló, pero terminó por no decir a Harry lo que pensaba. No necesitaba escucharlo, no en ese momento.

—¿No vas a tomar tú? —Él simplemente negó—. ¿Sabes dónde vas a ir?

—Tampoco. Pero eso no importa. —Harry dejó escapar otro suspiro antes de seguir hablando—. Creo que hoy va a pasar algo. Sé que Malfoy está involucrado, probablemente Snape también. Dumbledore no va a estar y van a aprovechar su oportunidad. Tienes que tener cuidado, Bree, por favor.

—Lo tendré —le aseguró ella, con más confianza de la que realmente sentía. Una voz dentro de ella gritó «Sabes que debe ser hoy»—. Más te vale volver ileso.

Harry rio suavemente.

—Lo haré.

Entonces, la besó nuevamente y, esta vez, Brigid detectó el regusto amargo que aquella despedida dejaba en ambos. Harry acarició suavemente su mejilla, sabiendo que tendría que haberse marchado hacía ya varios minutos.

—En caso de que algo salga mal, te quiero, ¿vale?

—No va a salir mal —replicó Brigid, sintiendo cómo un nudo se le formaba en el estómago tan pronto como Harry pronunció aquellas palabras—. Pero yo también te quiero.

Harry sonrió, besó su frente, haciéndole reír con suavidad, y luego soltó su mano. Brigid le vio marchar por el pasillo en silencio, tratando de aceptar lo que estaba por suceder. No era inesperado. Harry y ella lo habían comentado en varias ocasiones. Sabían que ambas cosas pasarían: sabían que Malfoy planeaba algo y sabían que Harry acompañaría a Dumbledore a encontrar los Horrocruxes. Pero Brigid hubiera deseado que el momento no hubiera llegado jamás.

Harry se volvió hacia ella justo antes de doblar la esquina, dirigiéndole una sonrisa torcida. La misma que a Brigid tanto le encantaba. Sus ojos azules chispeaban, claros como el hielo. Estaba preparado para lo que a él le esperaba. Pero no lo estaba para lo que a Brigid le esperaba. Y ella podía decir lo mismo con respecto a él.

Entonces, Harry dobló la esquina y se perdió de vista, dejando a Brigid sola en mitad del pasillo, aún contemplando el lugar por el que se había marchado. Con el Mapa del Merodeador en la mano, abierto y mostrando su nombre solitario. El cartelito que indicaba «Harry Potter» se alejaba cada vez más del de «Brigid Black».

—Va a ser hoy, ¿no es así? —masculló.

Selena la miró tristemente. Brigid había sentido su presencia al momento, sin necesidad siquiera de mirarla.

—No lo sé, Brigid. Pero sé que tienes que hacerlo pronto.

Y ella también lo sabía. La voz de Morrigan se volvía cada vez más insistente, una cuenta atrás que podía acabar por sorpresa en cualquier instante. A Vega no le quedaba mucho tiempo y ella ni siquiera lo sabía.

Brigid sentía la Muerte en el ambiente, un presagio de que algo horrible se acercaba. Su magia le llamaba a cumplir con su deber, con el compromiso que había adquirido al salvar la vida de Vega. «Tiene que ser hoy», se dijo. Le gustara o no.

Echando un vistazo al Mapa del Merodeador, se dio la vuelta para ir a buscar a sus amigos. Contempló un momento los pasillos desiertos de Hogwarts. Tras un solo parpadeo, ya no estaban tan vacíos como aparentaban. Parecían llenos de vida, pero realmente rebosaban muertos.

Brigid estaba aprendiendo a no verles, pero su presencia le seguía allá donde fuera. Siempre la sentía y siempre sabía cuán fuerte era. En Hogwarts, era aplastante la mayor parte del tiempo. Espíritus de todas las épocas se reunían en los pasillos del antiquísimo castillo. Fantasmas que solo ella era capaz de reconocer.

—¿Crees que me harán caso cuando les convoque? —le preguntó a Selena, echando a andar con decisión. Habían hablado de aquello ya. Preguntándose si Brigid podría repetir la hazaña que había llevado a cabo en el cementerio, incluso si Hogwarts no era propiamente un cementerio.

Querían creer que sí podía. Pero no podría saberlo hasta que sucediera realmente.

«Ciégate», se ordenó, poniendo todo su empeño en ocultar a los espíritus de su vista, en volverlos invisibles. Le costó varios minutos, que aprovechó para dirigirse en busca de Ron y Hermione, pero finalmente lo logró.

Para cuando llegó con éstos, se habían reunido ya con Prim, Nova y Susan. Los cinco estaban juntos en un aula desierta, muy serios y sumidos en el más absoluto de los silencios. Cuando entró, las miradas de todos fueron hasta ella. Nova se puso en pie al momento.

—¿Has hablado con él? —preguntó, con un hilo de voz. Brigid asintió y vio perfectamente cómo la mandíbula se le tensaba—. Entonces se ha ido ya. No he podido despedirme.

Se dejó caer de nuevo en la silla, con un aspecto derrotado que no cuadraba nada con cómo era Nova Black. Susan, tan pálida que sus pecas se notaban el doble, tomó su mano con cariño. Prim se cruzó de brazos.

—¿Qué te ha dicho?

—Malfoy, Snape, Felix Felicis. —Dirigió una mirada a Ron y Hermione—. Supongo que lo mismo que a vosotros.

Ambos asintieron. Brigid soltó un suspiro.

—No habrá poción para todos. No voy a tomar.

—Ni hablar —saltó Ron, frunciendo el ceño—. Habrá algún modo de repartirla entre todos. No podemos...

—Ron —le interrumpió Prim seriamente—. Con suerte, podremos repartirla entre cuatro. Lo sabes. Dos de nosotros tendremos que quedarnos fuera.

—¿Y por qué suena como si asumieras que tú vas a ser una de esas? —cuestionó Hermione, frunciendo el ceño. Prim sonrió débilmente.

—Porque es la opción más sensata.

—Ni hablar —soltó Susan, frunciendo el ceño—. Prim, seguramente podamos repartirla. Bree, no puedes quedarte sin tomar, ¿y si...?

—No olvidéis lo que yo soy capaz de hacer —interrumpió Brigid con suavidad. Esperaba parecer tan segura de sí misma como pretendía; había sabido desde un inicio que no tomaría de la poción. Pero no había podido decírselo a Harry—. Estoy más segura que cualquiera de vosotros, chicos. Vosotros necesitáis el Felix Felicis más.

—No hay suficiente —insistió Prim, contemplando la pequeña botellita. Brigid se aproximó a verla mejor y, para sus adentros, estuvo de acuerdo con Prim. Pero no hizo comentario alguno y trató de mantener la expresión tranquila en la medida de lo posible. Habría suficiente poción para tres personas. Cuatro, a lo sumo. Pero ¿dividirla entre cinco? Parecía difícil—. Nova y Susan van a tomar, eso es evidente.

—Podemos... —empezó Nova, pero Prim ni siquiera la dejó continuar.

—No es asunto para discutir —replicó la rubia. Su mirada fue a Ron y Hermione—. Os la dio a vosotros. Ninguno deberíais renunciar a ella. Yo estaré bien.

—No, Prim —trató de protestar Hermione—. No puedo dejarte sin tomarla. Si pasara algo...

—Mione —interrumpió con suavidad Prim, tomando su mano y sonriéndole de manera tranquilizadora—, por esa misma regla de tres, tendríamos que darle poción a Michael y a Ginny. Y no digo que no quiera dársela, ojalá poder repartirla entre todos nuestros amigos. Todos los alumnos. Pero no podemos y lo sabes. Tenemos que hacerlo así. Y yo me quedaré fuera.

El silencio cayó sobre los seis. Brigid pasó la mirada de Nova a Susan, luego a Ron, Hermione y Prim. Nadie quería hablar. Nadie quería aceptar aquello, pero no había más remedio que hacerlo. Brigid dejó escapar un largo suspiro.

—Tenemos mucho que hacer antes de decidir quién va a tomar la poción —intervino, extendiendo el mapa sobre la mesa. Sus ojos rápidamente buscaron el cartel de «Draco Malfoy»—. Tenemos que estar preparados. No podemos quitarle los ojos de encima a Malfoy.

Pero no había ni rastro de Malfoy en el mapa. Brigid tomó aire lentamente y asintió, frunciendo el ceño.

—Llamad al ED —dijo, en voz baja—. Me he equivocado. No tenemos tanto tiempo. —Su mirada fue a Prim, que se la devolvió obstinadamente—. ¿Estás segura de que quieres no tomarla?

—Completamente —asintió ella. Se le veía decidida, pero un débil temblor en su barbilla le hacía saber a Brigid que estaba aterrada. Pero no era como si tuvieran demasiadas opciones. Brigid asintió, deseando de corazón no estar tomando una decisión equivocada—. Vale. Nova, Su, Ron, Hermione, tomaros el Felix Felicis. Tenemos que prepararnos ya.


























«Va a salir bien», se dijo, nerviosamente, con la mirada fija en la pared frente a ella. Llevaban cerca de una hora haciendo guardia y nada había sucedido aún, pero el terror no hacía sino aumentar y, en lugar de aburrirse, estaba cada vez más y más despierta. Imágenes terribles se formaban en su cabeza, en las que veía a los mortífagos atacando el castillo, a sus amigos siendo víctimas de sus ataques, a Harry arriesgando su vida por algún Horrocrux muy lejos de allí... Y a ella matando a uno de los atacantes para poder salvar la vida de Vega.

Ron, Nova, Michael, Neville y Ginny le acompañaban. Hermione, Susan, Prim y Luna estaban vigilando el despacho de Snape, a quien Brigid veía en ese momento desde el Mapa del Merodeador. Theodore Nott, Blaise Zabini y Astoria Greengrass se mantenían cerca, atentos a cualquier posible dificultad. Ningún otro miembro del ED había respondido a su llamada. Brigid suponía que era lo normal; muchos de ellos ya no llevaban el galeón falso encima. Por el momento, quería creer que eran suficientes.

Lily y Melina le acompañaban. Selena había querido estar con ella, pero Brigid había advertido pronto cuánto deseaba marcharse con Susan y le había pedido que se fuera, asegurándole que estaría bien. Sentía la presencia de los espíritus con más fuerza. Se preguntaba si estaría llamándolos involuntariamente. «Tengo que esperar al momento correcto», se recordó. Ya no tendría a la voz de su madre para indicarle cuándo dar la señal, o eso creía. Todo dependía de ella; sabía que los espíritus aguardaban a que los llamara... O eso esperaba.

—Esto es absurdo —masculló Nova, apoyada en la pared. Movía la varita nerviosamente entre sus dedos—. Tendríamos que intentar entrar y...

Entonces, Brigid le vio. Se irguió al momento y su mirada se cruzó con la de Draco Malfoy durante un segundo completo. Pálido, aterrado y sosteniendo una mano reseca. Felicity estaba a su lado. La vio mover los labios. La vio pronunciar «no».

Entonces, Malfoy movió con rapidez la otra mano, lanzando algo al aire. Y la oscuridad más absoluta les rodeó al cabo de un instante. Alguien dejó escapar un grito ahogado —pudo ser la misma Brigid—, pero entonces Nova susurró:

—¡Ni una palabra! ¡Daos las manos, si podéis!

—¡Intentad hacer encantamientos no verbales! —sugirió rápidamente Ron.

Brigid no tenía a nadie cerca y le aterraba moverse para buscarlo. Ni siquiera recordaba dónde estaba la pared en ese momento. Los otros guardaron silencio y, como la propia Brigid estaba haciendo, trataron de disipar la oscuridad. Lumos, Incendio, Finite Incantatem... Brigid se estrujó la cabeza, tratando de probar otros hechizos, al tiempo que repetía una y otra vez los mismos. Pero era inútil. La oscuridad no se iba.

Entonces, la escuchó. Una risa grave que le heló la sangre y le hizo estar a punto de soltar la varita. Retrocedió un paso y chocó contra alguien. Quiso chillar, aterrada, al notar los brazos de la otra persona rodearla. Trató de darle un pisotón, pero entonces le susurraron al oído:

—¡Soy Ron!

Brigid se quedó inmóvil. Intentó calmar su respiración, pero la oscuridad y el silencio que trataba de mantener, unido al hecho de que Ron estuviera pegado a ella y acabara de escuchar aquella risa...

Barty Crouch Jr. estaba en Hogwarts, con Draco Malfoy y quién sabía cuántos mortífagos más. No solo eso; estaba a pocos metros de ella, pasando en ese momento junto al resto de mortífagos, guiados por Malfoy a través de la oscuridad. Estaban justo a su lado y no podían hacer nada por impedir su paso, porque ¿y si se daban accidentalmente unos a otros?

—¿No está Hogwarts precioso en esta época del año? —A Brigid se le heló la sangre al reconocer aquella voz, que llevaba ya cerca de un año sin oír. Casi parecía que su propia presencia despertara algo en Brigid, puede que la respuesta al peculiar don que Maya poseía. Aquel que sometería a Brigid a su voluntad si no fuera por la poción de Aura Potter.

—¡Cierra el pico, Maya! —Brigid no reconoció la voz de la mujer que espetó a la mortífaga.

—No te dirijas a mí así, Alecto. Recuerda a quién el Señor Tenebroso ha considerado indispensable...

—¡Silencio! —Aquella voz, de hombre, sonó más parecida a un gruñido que a otra cosa.

—¿Estás seguro, Malfoy —dijo una cuarta voz, y aquella hizo a Brigid dejar escapar un jadeo—, de que esta oscuridad es necesaria? No tratarás de ocultar a nadie que tengas escondido por aquí, ¿no? Recuerda a quién deseo ver.

—Os escondo a vosotros de ellos, Crouch, no al revés —respondió la débil voz de Draco Malfoy—. Y ya te dije que Diggory podría ni siquiera aparecer. Potter probablemente la tendrá escondida en alguna parte.

«Está mintiendo», se dijo Brigid, sin comprender. Escuchaba a los mortífagos cerca, demasiado. «¿Por qué?»

—Si aparece... —empezó a decir Crouch.

—Recuerda nuestra prioridad, Barty —le cortó Maya, en un tono malicioso que a Brigid le puso los pelos de punta—. Aunque... avisa si ves a la niña.

Los brazos de Ron se tensaron en torno a ella en ademán protector. Brigid tomó aire lentamente y aferró su varita con más fuerza.

—No pasa nada —le susurró—. No va a pasarme nada.

—Si hubieras tomado la poción... —masculló Ron. Brigid no dijo nada. No había necesidad de darle más vueltas al tema. Lo hecho, hecho estaba. Solo podían seguir con el plan, aunque ya podía considerarse un fracaso.

Tuvieron que aguardar varios minutos, asegurándose de que los mortífagos se habían alejado definitivamente, antes de hablarse y tratar de salir del oscuro pasillo a tientas. Ron maldecía a Fred y George, vendedores del polvo peruano de oscuridad instantánea que Malfoy había empleado contra ellos. Nova insistía en que tenían que encontrar la manera de localizar a Theo, Blaise y Astoria. Michael preguntó si alguien podía hacerse a la idea de cuántos mortífagos eran exactamente, pero lo único que tenían por seguro era que se trataba de un grupo numeroso. Nada más.

Cuando Brigid recuperó finalmente la visión, una vez salieron de la zona afectada por el polvo instantáneo, se volvió hacia los otros, con expresión angustiada. Sacó el Mapa del Merodeador y le echó un rápido vistazo. No le costó demasiado encontrar a Malfoy y al numeroso grupo de mortífagos.

Crouch. Greyback. Yaxley. Gibbon. Rowle. Y los Carrow: Amycus, Alecto, Amaya y Callum. Dirigiéndose, en un principio, a la Torre de Astronomía.

—Son nueve, diez si contamos a Malfoy y once si añadimos a Snape, que sigue en el despacho —dijo lentamente—. No podemos ir tras ellos.

Solos y en minoría. Aquello no saldría bien, ni siquiera con Ron y Nova bajo los efectos del Felix Felicis. Era una misión destinada al fracaso.

—Tenemos que intentarlo —repuso Ron, aunque estaba muy pálido. Michael le dirigió una mirada tensa.

—Es una misión suicida —dijo el mayor, con extremada seriedad—. No podemos ir sin más. Estamos en inferioridad y faltos de experiencia en combate. No haríamos nada.

—Necesitamos ayuda —murmuró Nova—. No podemos hacer nada solos.

—Busquemos a los profesores —dijo entonces Ginny, decidida—. Flitwick es experto en combate, McGonagall está en la Orden. Nos ayudarán. Si les avisamos...

—¡Nova, Brigid!

Brigid lo vio primero en el mapa, sin necesidad de girarse. Hubiera reconocido aquella voz a pesar de todo, pero el alivio que sintió al ver el cartel que indicaba el nombre de «Sirius Black» aproximándose a ellos fue indescriptible. Y no estaba solo.

Le acompañaban James y Ariadne Potter, Regulus y Vega Black, Bill Weasley, Remus Lupin y Nymphadora Tonks. A Brigid se le escapó una exclamación de sorpresa y a punto estuvo de estallar en llanto allí mismo. Nova tardó tan solo un segundo en echar a correr hasta su hermana y envolverla en un fuerte abrazo. Brigid dio un paso al frente, intercambiando una rápida mirada con su padre.

—¿Qué hacéis aquí? —preguntó, con voz temblorosa.

Había creído que iban a tener que enfrentarse a aquello solos. Y, de buenas a primeras, se habían encontrado con una buena parte de la Orden del Fénix que, por lo que parecía, venían dispuestos a pelear.

—No creerías que dejaríamos el colegio sin vigilancia a sabiendas de lo que iba a ocurrir, ¿no? —preguntó Lupin, sonriendo de manera tensa.

James se adelantó, con expresión seria pero tranquilizadora. Brigid se preguntó dónde habrían dejado a Teddy y Medea. Indudablemente, estarían bien cuidadas, pero ¿cómo debían sentirse James, Ariadne, Vega, dirigiéndose allí, sabiendo que podrían no volver...? «No pienses eso», se recriminó al momento. No había necesidad alguna de aumentar la preocupación que ya de por sí sentía.

—¿Me permites? —pidió, señalando el mapa. Brigid se lo dio sin decir palabra.

—¿Dónde está Harry, Brigid? —preguntó entonces Ariadne.

—Con Dumbledore —respondió ella, agachando la cabeza—. No sé dónde han ido. ¿No sabíais que iría con él?

James y Ariadne intercambiaron una mirada cargada de preocupación que sirvió como suficiente respuesta. Vega frunció el ceño.

—Se las apañará —dijo, con voz queda—. Siempre lo hace. Mientras tanto, tenemos que ocuparnos de lo que ocurre aquí.

—Van hacia la Torre de Astronomía —indicó James, lanzándole una rápida mirada al mapa—. Nueve, diez si contamos a Malfoy.

—¿Servirá de algo disuadiros de que vengáis? —cuestionó Remus, dirigiéndoles una rápida mirada. Concretamente, posó la vista en Nova, que se limitó a negar con la cabeza—. Lo suponía.

—Ginny, Ron... —empezó Bill, dubitativo.

—No es el momento, Bill —interrumpió su hermano, muy serio—. Estamos metidos en esto. No hay más que hablar.

Bill dejó caer los hombros, pero se limitó a asentir. Brigid dirigió la mirada a Regulus Black, que aún no había dicho palabra. Su padre le dirigió un asentimiento.

—Si está decidido —dijo, con voz tranquila, aunque su postura ya indicaba que se preparaba para entrar en duelo en cualquier momento—, será mejor que intentemos interceptarlos antes de que lleguen a la Torre de Astronomía.

James asintió. Hizo ademán de devolver el mapa a Brigid, pero ésta negó con la cabeza. No hacía falta, ya sabían dónde iban y a cuántos se enfrentaban. Solo les quedaba ir y tratar de impedir que los mortífagos lograran su objetivo.

Brigid sentía la presencia de los espíritus. Iba a permanecer allí, no iba a dejarla marchar. Cuando llegara el momento, un buen número de fantasmas se unirían a la batalla. «No tienes mucho tiempo.» Sus ojos fueron a Vega y lo supo. Supo que todo dependería de ella.

Si cumplía su parte del trato, Vega sobreviviría. De no hacerlo... La mirada funesta de Thea tras ella fue suficiente advertencia. Tenía que ser esa noche. Tenía que convertirse en asesina o dejaría a Vega morir.

Con esa idea en mente, apartó la mirada de ella y se dispuso a seguir a los miembros de la Orden. Se encontró a sí misma repitiéndose mentalmente todos los maleficios y maldiciones que conocía, cualquier hechizo que pudiera servirle en un duelo, y pensó con ironía que casi parecía que estuviera por presentarse a un examen de Defensa Contra las Artes Oscuras y no lanzarse al combate real contra los mortífagos.

Ariadne le puso la mano sobre el hombro momentáneamente, sonriéndole tranquilizadora. Brigid trató de devolverle la sonrisa, sin éxito. Por el rabillo del ojo, vio a Sirius rodeando con cada brazo a Vega y Nova por unos segundos, con el rostro muy serio. Samuel le susurraba algo a Michael, Bill caminaba en silencio junto a Ron y Ginny. Ariadne buscó la mano de James. Y Regulus se acercó a Brigid y ambos intercambiaban un asentimiento, sin necesidad de decir nada.

Brigid nunca se había visto en aquella situación. La última vez que se había lanzado a una batalla contra los mortífagos, había ido acompañada únicamente de Michael y Linette. Ahora, una buena parte de sus amigos y familia iba con ella.

—Deneb. —Esperaba que su padre le hablara antes de lanzarse al combate, pero aún así sintió cierto alivio al ver que lo hacía—. Prométeme que tendrás cuidado.

La habitual seriedad de su expresión no se había sino acentuado. Brigid asintió una única vez.

—Sé luchar, papá, estaré...

—Con tu don también, Deneb —interrumpió él gravemente—. No traspases ningún límite. No sabemos qué puede pasar. Sé cuidadosa, ¿vale?

La chica volvió a asentir. Regulus la contempló un momento antes de suspirar y decir:

—Desearía que no tuvieras que pasar por esto.

—Lo sé —masculló ella.

No dijeron más. El trayecto, después de todo, no era tan largo. Ron se acercó un momento a Brigid y la abrazó con fuerza. No quedaba mucho para llegar.

Interceptar a los mortífagos no fue difícil. Malfoy, que sin duda no había esperado enfrentarse a un grupo tan numeroso, no parecía tener más polvo peruano, de modo que no quedó más opción que lanzarse al combate.

Los mortífagos se dividieron y los hechizos no tardaron en volar. Y Brigid se vio envuelta en aquel caos una vez más.

Sentía su poder como un segundo latido, palpitando bajo su piel a cada hechizo que lanzaba. Veía a Selena, Lily y Melina cerca, atentas y contemplando la situación con rostro preocupado. Pero no podían hacer nada; Brigid sí.

Los rayos verdes volaban en todas direcciones. A Brigid no se le pasó por alto que su padre fuera directo hacia Crouch, que dejó escapar una carcajada cargada de lo que parecía ser locura y dolor.

Vega atacó a Callum y éste apenas tuvo tiempo de detenerlo. Entonces, Brigid vio la primera maldición asesina ir en dirección a ella y la esquivó a toda prisa. Maya Carrow, frente a ella, rio entre dientes.

—¡Mira quién está aquí! —se burló—. ¿No deberías estar durmiendo como una niña buena, Brigid? Tendrías que haberte quedado en San Mungo.

Brigid apretó la mandíbula y movió la varita, sin necesidad de pronunciar conjuro alguno. Maya detuvo su rayo morado con un simple gesto, pero Brigid ya estaba lanzando otro. Y otro. Y uno más.

Pronto, las maldiciones volaban en ambas direcciones. Tuvo que detener más de una verde, pero pronto se dio cuenta de que estaba a la altura de Maya. Igual no como para ganar, pero sí para resistir durante un largo tiempo. El suficiente, o eso esperaba. «Espera», se decía, en ocasiones. «Espera.»

—Parece ser que has practicado, ¿eh, Diggory? —se burlaba Maya, mientras Brigid ponía toda su atención en detener sus ataques—. Nada que ver con la niñita del cementerio. ¡Ni siquiera necesitas de fantasmas para salvarte! Dime, ¿has logrado ver ya el de tu hermano o aún no?

Aquellas palabras le hicieron apretar la mandíbula, pero se concentró en lanzar una maldición. Maya rio y contraatacó sin apenas esfuerzo.

—¡Gibbon ha subido! —escuchó gritar a alguien; Tonks, le pareció.

Brigid no pudo siquiera buscar con la mirada al mortífago: tuvo que agacharse para esquivar por los pelos una maldición que Rowle le había lanzado. Ron y Ginny se apresuraron a atacar al mortífago y la atención de Brigid regresó a Maya, que no le daba ni un momento para respirar.

—Podrías haberte quedado durmiendo, ¿sabes, Diggory? —dijo ésta, burlona—. Igual con tu noviecito. ¿Dónde está, por cierto?

—No te interesa, Carrow —bufó Brigid, lanzando una nueva maldición que ni siquiera rozó a la mortífaga. Comenzaba a notar un cansancio que era evidente que ella no sentía.

—¡Por fin hablas! —rio Maya, satisfecha—. Así que solo hay que hablar de Potter para tirarte de la lengua, ¿no, Diggory?

—Es Black —espetó Brigid, concentrándose en pronunciar mentalmente «Depulso». Pero nada parecía llegar hasta Maya.

Aquello pareció divertir aún más a la mujer.

—Así que te has decidido a reclamar tu apellido —comentó—. Los Black no sois más que una plaga, ¿lo sabías?

—Podría decir eso de tu familia —replicó Brigid, pese a que no paraba de decirse que debía dejar de hablar. Maya estaba intentando distraerla—. Pero Linette me cae bien.

Entonces, Maya se puso lívida. Todo rastro de burla se disipó de su rostro, dando paso a la más pura ira. Brigid supo que había cometido un error. Entonces, escuchó el grito.

Fue la voz de Crouch. Brigid la hubiera reconocido en cualquier parte. Pronunció una maldición imperdonable, pero no era ni de lejos la asesina, a la que hubiera sido más fácil repeler.

Cuando la maldición imperius alcanzó a Brigid, sintió al momento la mente quedársele en blanco. «¡No, no!», se dijo a sí misma. Pero la voz de Crouch en su cabeza acalló todo pensamiento.

Se sentía flotando en una nube. Escuchaba a Crouch y, por mucho que tratara de hacer oídos sordos, sabía que sus músculos respondían a sus órdenes pese a ello. Llegó un momento en que ésta no fue más de un susurro apenas perceptible, pero eso no impidió que su cuerpo continuara reaccionando a ellas. Tan solo, dejó de oírlas. Dejó de oír y sentir todo.

Al principio, fue casi agradable. Escuchaba gritos acallados, pero ni siquiera sabía de qué eran. Estaba en medio de un agradable sueño, de esos en los que apenas eres consciente. Ni un solo pensamiento atravesaba su mente. Tan solo había calma, seguridad. Nada más que eso. Sus latidos se ralentizaron. ¿Por qué siquiera habían sido tan rápidos? ¿Por qué había estado asustada? No era capaz de recordarlo.

Estaba somnolienta. Muy, muy cansada. Extenuada, de hecho. Estaría bien descansar. Llevaba demasiado tiempo cargando con aquel agotamiento. Si tan solo pudiera descansar durante unas horas, puede que aquello dejara de importar. Solo tenía que apartarse y dejar que Crouch dirigiera sus movimientos. No tenía siquiera que...

El dolor le atravesó como un cuchillo. Sintió un fogonazo en el pecho y a punto estuvo de gritar. ¿Qué era aquello? ¿Qué estaba...?

Ahogó un nuevo grito al comprender. Los muertos. Crouch estaba obligándola a invocarlos. Hacerlos luchar contra los miembros de la Orden. La Torre de Astronomía. La batalla. Los mortífagos, sus amigos. La voz de Crouch le instaba a seguir acallando todo aquello, a ignorarlo, pero Brigid trató de apartarla.

«¿Para qué? ¿Acaso quieres ver lo que has causado?» El regocijo en sus palabras asustó a Brigid. «Hay un muerto, al menos del que yo sepa, entre tus amigos. La Marca Tenebrosa brilla sobre Hogwarts. ¿Estás segura de querer verlo, niña?»

Un muerto. Aquellas palabras golpearon a Brigid. No podía ser. Era imposible. Ella lo hubiera notado. Hubiera notado la muerte... ¿no? ¿O Crouch se las había ingeniado para acallarlo? Brigid trató de concentrarse, trató de sentir algo, lo que fuera... La muerte inundaba todo, pero aquella era la que Hogwarts guardaba desde hacía cientos de años. Reciente no había ninguna. No podía haber...

Pero la sintió. Sus temores se hicieron realidad al descubrirlo. Escuchó la carcajada de Crouch incluso en su cabeza; él sabía que ella lo había sentido.

«Y es todo culpa tuya, niña. ¿Quieres realmente descubrir quién ha sido? ¿Ron, Nova, Vega? ¿O puede que tu querido papá o los de tu Harry? ¿Estás preparada para verlo?»

«Cállate», le dijo Brigid, pero sonaba poco convencida hasta para ella. Trató de hacerse consciente de su entorno, ver lo que sucedía, pero el hechizo de Crouch le echaba hacia atrás como si estuviera sujeta por cadenas. Tuvo deseos de gritar de pura frustración.

«Tus muertos inundan todo ahora mismo, Brigid. Y están abajo, luchando contra tus amigos. ¿Sabes lo que está sucediendo ahora mismo?»

Tan pronto lo dijo, Brigid sintió una nueva muerte. Quiso gritar, pero unas carcajadas ahogaron su propia voz. Y no eran las de Crouch; eran las de Maya Carrow, que sonaba aterradoramente cercana.

«¿Quién ha sido?», exigió saber. Crouch no respondió, pero Brigid notó una mano envolviendo su muñeca. «Cállate, niña.»

Aquellas palabras. Aquella voz áspera. Aquel tacto, la fuerza con la que la sujetaban. El hecho de que se encontró incapaz siquiera de formular una frase completa tras aquello. Brigid lo sintió todo como si de la primera vez se tratara.

Crouch, su máscara de mortífago. El bosque, el ataque durante los Mundiales. Ella sola, enmudecida. Sin tener idea de cómo escapar, incapaz de pedir ayuda. Y él sujetándola, callándola, dispuesto a aprovecharse de su debilidad. Porque ella no tenía a nadie. Nunca lo había tenido.

«Mucho mejor.» Estaba recreándolo, palabra por palabra. Brigid podía ver cada instante sucediendo en su mente, como si estuviera pasando en ese preciso instante. ¿O estaba pasando verdaderamente? ¿Y su Crouch se la había llevado a otro lugar? ¿Y si la batalla ya había acabado y ella ni siquiera lo sabía? ¿Y si...? «Será mejor que te estés quieta, niña, o será peor para ti.»

Brigid quería sollozar. Estaba sola. No había nadie para ayudarle, ni lo habría. La presencia de Crouch, la burla en cada una de sus palabras, se lo aseguraban. No había escapatoria, no esta vez. Harry no estaba ahí para ayudarla, no de nuevo. Y ella no podía sola.

«Así me gusta, niña.» Aquello era nuevo. Como si la pesadilla hubiera sido interrumpida en otro momento, pero ya no pudiera hacer nada por detenerla. Como si no...

—¡BREE!

Aquel grito acalló momentáneamente los susurros de Crouch y la hizo jadear como si acabara de salir del agua tras estar sumergida un largo tiempo. La mano en torno a su brazo ejerció más fuerza, pero Brigid se aferró a aquel breve instante de consciencia.

No estaba sola; aquella había sido la voz de Harry. «¿Estás segura? ¿O solo te lo has imaginado?» Crouch parecía enormemente divertido. Brigid se obligó a ignorarle, o al menos eso intentó. Estaba bastante segura de que había sido Harry... e, incluso si no había sido más que producto de su imaginación, le había devuelto la suficiente voluntad como para tratar de liberarse de nuevo de la maldición de Crouch.

«Sigue soñando, niña.» El matiz burlón seguía ahí, pero ahora había también una ira bajo él. «Cállate y haz lo que se te ordena.»

«No», replicó Brigid, con tanta seguridad como fue capaz de reunir. Notaba la muerte rodeándoles. Notaba a sí misma controlando a los muertos. Lanzándoles contra sus propios amigos. Pero aquello no era lo que ella quería, era lo que Crouch quería. Una lástima que los muertos la obedecieran a ella y no a él...

«Ayudadme», gritó Brigid a todo aquel que respondiera a su poder. Y así sucedió.

De un momento a otro, Brigid cayó de rodillas al suelo, jadeante. Crouch, frente a ella, la contemplaba con ojos desorbitados. Pero no era a ella a quien miraba, comprendió, sino a su espalda.

Un rápido vistazo a su alrededor le hizo ver dónde se encontraba. En lo alto de la Torre de Astronomía. Rodeada de mortífagos. Y muertos.

—¡Eres un inútil, Crouch! —escuchó gritar a una voz que conocía bien. Snape—. Fuera de aquí, rápido.

Agarró a un palidísimo Draco Malfoy por la nuca y lo empujó hacia la puerta. Felicity, junto a él, no se movió, sino que se le quedó contemplando con expresión aturdida. Brigid miró a su alrededor. La mayoría de las personas en torno a ella le eran desconocidas, pero sus ojos recayeron de pronto en uno que le resultaba familiar: un impasible Bartemius Crouch Sr., que contemplaba a su hijo con fijeza. Junto a él, había una mujer de aspecto desdichado que compartía varios rasgos con el mortífago; no cabía duda de que era su madre.

—¡Vamos, Crouch! —gritó Maya, tirando de su brazo—. Ya nos ocuparemos de la niña en otro momento.

Los muertos habían formado una barrera entre Brigid y los mortífagos, que avanzaban hacia la puerta con cautela, sus ojos fijos en las siluetas translúcidas pero que definitivamente aparentaban más vida que los fantasmas que acostumbraban a ver en Hogwarts.

Entonces Brigid comprendió que los muertos estaban aguardando órdenes. Sus órdenes.

—Detenedles —dijo entonces, con una voz más dura y severa de la que jamás se había escuchado emplear.

Los mortífagos ya corrían hacia la puerta. Únicamente uno, cuyo nombre Brigid no recordaba, aún no había traspasado su umbral. El «Petrificus totalus» de una voz conocida lo alcanzó antes que los muertos. Brigid echó a correr junto a Harry sin siquiera pensarlo, rodeada de aquellas almas que responderían a ella y solo a ella si así les ordenaba.

—¿Estás bien? —le gritó Harry, mientras corrían por las escaleras de la Torre de Astronomía. Había miedo en su voz; Brigid no era capaz de saber qué había sucedido en el tiempo en que Crouch le había tenido bajo su control.

—Sí. ¿Tú?

Harry no respondió. Brigid se detuvo al llegar al pie de la escalera, varita en ristre, al igual que Harry. Los muertos no se detuvieron. El matrimonio Crouch y el resto de espíritus ya les habían adelantado hacía rato y se perdían de vista ya, doblando el recodo al final del pasillo, cuyo techo se había derrumbado parcialmente. Figuras peleaban unas contra otras. Brigid se concentró y llamó a más muertos. El polvo rodeaba todo, pero los rayos de los hechizos iluminaban lo suficiente como para reconocer algunos rostros. Pronto, una nueva marea de espíritus se apareció en el lugar, abalanzándose sobre los mortífagos.

—¡Ya está, tenemos que irnos! —Aquel era nuevamente Snape. Y había quedado más que claro que estaba con el enemigo.

—Quédate aquí —le susurró Harry.

—Ni de coña —replicó Brigid.

Ambos se sumergieron en la pelea sin decir más. Brigid lanzó una maldición en dirección a uno de los hermanos Carrow, mientras los muertos se alzaban a su alrededor y atacaban a los mortífagos, desviando sus hechizos o simplemente aterrándolos. Brigid no tenía claro a quiénes había llamado, pero saltaba a la vista que muchos rostros eran familiares para los seguidores de Voldemort.

Y también parecía serlo para los miembros más veteranos de la Orden, porque Brigid vio a Sirius ahogar un grito al ver a una mujer rubia aparecer junto a él y Ariadne a punto estuvo de recibir una maldición al pararse más de un segundo a contemplar a un hombre de pelo oscuro y piel pálida.

Brigid había traído de vuelta, entre otros, a los caídos de la guerra, que en ese momento se abalanzaban contra los mortífagos contra los que, sin duda, anteriormente lucharon.

—¡Brigid! —La voz de Ron le hizo girarse. Su amigo le contemplaba con desconfianza—. ¿Vuelves a...?

—¿Quién crees que ha hecho que los muertos os ayuden, Ron? —cuestionó, con cierta nota de histeria en la voz—. ¿Qué ha pasado cuan...? ¡Depulso!

Se quedó sin aliento tras atacar a Alecto Carrow, que había estado a punto de atacar a Ron por la espalda. Ron le gritó un «gracias» antes de girarse a hacer frente a la mortífaga. Brigid quiso ir junto a él, pero divisó a Harry, que trataba por todos los medios de avanzar hacia los mortífagos que ya escapaban. Snape. Malfoy. Crouch.

—¡Toma ésa! —escuchó gritar a la profesora McGonagall, a quien Brigid no había advertido hasta ese mismo momento.

Escuchó a Sirius llamarla, pero Brigid no se detuvo, decidida a seguir a Harry. No sabía qué había sucedido, pero la expresión que había visto en su rostro al llegar al bajo de la escalera no le había gustado nada. Había furia, shock y odio. Mala combinación.

¡Petrificus totalus! —gritó, librando a James de uno de los dos mortífagos que luchaban contra él. ¿Era impresión suya o habían llegado más? No podía saberlo.

—¡Brigid! ¿Dónde vas? —le escuchó gritarle, pero ella ya se alejaba.

Corrió, evitando hechizos y resbalando en lo que pronto descubrió era sangre. Había dos cuerpos, advirtió. Su corazón se encogió. ¿Quién no estaba luchando? ¿Quién de todos ellos había caído?

—Brigid. —Se giró con brusquedad al ver a Lily aparecer a su lado—. Están escapando. Han visto que no pueden con todos y los muertos les hemos asustado, pero no podemos hacer más si no nos dices...

—¡Detenedles! ¡Asustadles, lo que haga falta! ¡No pueden irse! —jadeó Brigid, sin interrumpir su carrera—. ¡Ve tú con Harry, por favor!

Se le había adelantado demasiado. Ya no le veía, pero sí escuchaba los gritos de sus amigos tratando de pararla. Brigid no hizo caso. Pronto, corría entre jadeos por los pasillos de Hogwarts, esquivando a alumnos de todos los cursos que la contemplaban asustados. Brigid se las ingenió para abrirse paso hasta las destrozadas puertas de entrada, llenas de sangre. ¿Qué había pasado?

Se detuvo un momento al pisar el exterior, contemplando con incredulidad la escena. La Marca Tenebrosa brillaba en el suelo, iluminando todo de verde. Los muertos plagaban los jardines. La cabaña de Hagrid ardía. Varias figuras oscuras escapaban hacia el bosque: mortífagos. Y, entonces, divisó a Harry corriendo tras ellos. Tras Snape y Malfoy, concretamente. El resto de ellos se desplegaba por los jardines, tratando de esquivar los espíritus que aparecían sin cesar. Debían de haberse dado cuenta ya de que no podían hacerles daño, pero no parecían tampoco dispuestos a acercarse demasiado a ellos. Maya y Callum Carrow corrían hacia el lago.

Entonces, como si ésta hubiera notado su presencia, volvió la cabeza hacia ella. «Mátala», escuchó gritarle la voz de Morrigan. Y recordó el trato.

No había visto a Vega entre los combatientes que seguían arriba. ¿Y si llegaba demasiado tarde? ¿Y si ella era uno de los dos cuerpos en el suelo, aquella cuya sangre la propia Brigid había pisado? ¿Y si Vega Black se había ido para siempre?

No, Morrigan no le estaría ordenando que matara a Maya si así fuera. Brigid tuvo que aferrarse a aquello, porque lo cierto era que no podía saber si Vega era la que había muerto o no. Había sentido dos muertes. ¿Y si ella...?

Entonces, escuchó el grito de Harry. Alto y claro en medio de la noche, atravesando el aire como un cuchillo. Ni siquiera pensó: sus pies echaron a correr al momento. Sus dedos apretaron con mayor fuerza su varita. Los muertos parecieron congregarse en torno a ella; puede que los hubiera llamado sin siquiera advertirlo. No importaba.

Era Barty Crouch el que se levantaba sobre Harry, varita en ristre. Una sonrisa maníaca cubría su rostro. Se volvió hacia Brigid como si hubiera estado esperándola y, con burla, pronunció nuevamente:

¡Crucio!

Harry volvió a gritar, retorciéndose de dolor ante la maldición. No había más mortífagos a la vista; tan solo quedaba Crouch. Aún así, Brigid se detuvo, cautelosa. La varita del hombre apuntaba directamente al pecho de Harry.

—No estaba seguro de si llegarías —comentó Crouch, en un tono tan calmado que erizó los pelos de Brigid. Los muertos les rodeaban, muy despacio, aunque ella no les hubiera ordenado seguirla. Brigid sentía la muerte. Tragó saliva, comprendiendo. «Hazlo», la instó Morrigan—. Mi señor desea disfrutar él mismo del placer de quitarle la vida a Potter, pero ¿sabes? Ya estuve seguro una vez de que no le importaría si fuera yo quien se ocupara de ello y estoy convencido de que seguirá siendo del mismo modo ahora. —Había una expresión ávida en sus ojos, que no se apartaban de Brigid. Harry musitó su nombre y Crouch le acalló con un nuevo «¡Crucio!». Brigid jadeó—. Especialmente si te llevo a ti como premio.

—Déjale, Crouch —advirtió Brigid, muy despacio. La muerte crecía y crecía. Brigid sentía su magia envolverla cada vez más—. Ahora mismo.

Como toda respuesta, éste tomó a Harry por la sudadera y le hizo ponerse en pie, apuntando con la varita directamente a su sien. Brigid advirtió el hilo de sangre que caía por el rostro de Harry, que tenía la mirada desenfocada. Apretó los dientes, sintiendo la ira alimentar su magia. ¿Qué le había hecho Crouch?

—He descubierto lo fácil que es controlarte si él no está de por medio, niña —continuó, triunfante—. De modo que...

Fuera lo que fuera que Crouch pensara decir a continuación, quedó acallado cuando la magia que Brigid había acumulado estalló como una sombra negra, cerniéndose sobre el mortífago en cuestión de segundos. Brigid lo veía todo rojo. Habló, pero la voz que salió de su boca no era la suya. Era una mucho más antigua y temible.

—Bartemius Crouch. —Morrigan parecía saborear cada una de aquellas palabras, mientras Brigid las pronunciaba sintiendo casi el mismo placer. El hombre se quedó inmóvil. La varita se le cayó de la mano. Levantó los brazos lentamente, liberando a Harry, que cayó a sus pies, con apenas fuerza para alejarse unos pocos metros. Pero eran suficientes. Brigid no iba a dejar que le pasara nada. Nunca—. Has cometido un grave error.

La muerte la envolvía. Le fortalecía. Brigid se sentía invencible en ese momento. Los muertos se movieron como uno solo, siguiendo sus deseos. Sus ojos grises contemplaban con impasibilidad al hombre que permanecía paralizado frente a ella.

«Hazlo», la instó Morrigan. «Hazlo y Vega estará a salvo. Hazlo y no podrá hacer daño a Harry nunca más. Hazlo y tendrás tu venganza.»

Puede que Brigid se hubiera resistido si el poder no la estuviera llevando al límite. Aquel en el que el dolor aún es soportable y el deseo de matar casi imposible de ignorar. Aquel en el que la locura del don de Morrigan le hacía actuar de un modo que jamás hubiera imaginado.

Brigid levantó la mano y los espíritus se abalanzaron sobre Crouch, que dejó escapar un grito del más puro terror. Las sombras se cernían sobre ellos como una cúpula. Harry se incorporó lentamente y contempló con horror la escena. Si dijo algo, Brigid no pudo escucharlo. Toda su atención recaía en Barty Crouch y sus gritos.

No supo cómo lo hizo ni cuánto de su poder consumió. En aquel momento, Brigid apenas era capaz de sentir nada. Pero, en pocos segundos, la grieta negra comenzó a abrirse bajo los pies de Crouch, que se encontraba inmovilizado por la marea de muertos. Brigid no sabía si sus padres se encontraban entre ellos, pero no podía importarle menos.

—¡Para! —escuchó gritar al hombre—. ¡Por favor!

La carcajada que salió de su garganta tenía un punto de locura que pareció asustar más incluso al mortífago.

—¿Pararías tú, Crouch? —se burló. Era su turno de reír, porque ahora era ella la que estaba en superioridad. Y porque era ella la que iba poner fin a todo aquello—. Permíteme dudarlo.

La grieta se abrió y el horror en el rostro del hombre reflejó que comenzaba a comprender su destino. Dejó escapar un alarido. Los muertos comenzaron a salir de la grieta, pero aquellos no eran como los que apresaban a Crouch; aquellos espíritus no habían alcanzado la Otra Vida, no aún. Eran presos del lugar al que Crouch iría, uno que Brigid ya conocía, pues era el mismo que se ocultaba tras el Velo de la Muerte. La nada más absoluta, la oscuridad más negra. Ahí iban aquellos a los que la muerte condenaba, ya fuera por castigo o coincidencia. Ahí hubiera acabado Sirius si Brigid no le hubiera sacado del Velo. Ahí había permanecido Regulus Black durante años después de ser ahogado en el lago de los inferi, tras su intento de destruir uno de los Horrocruxes de Voldemort.

Morrigan se lo revelaba ahora a Brigid, para que supiera el destino que aguardaba a Crouch. Para que ella se asegurara de que no escaparía nunca de aquel lugar.

—Por favor. —Crouch ya no gritaba. Solo suplicaba entre susurros, mientras luchaba contra los muertos que le arrastraban a lo más profundo. Pero no había escapatoria para él. Ni clemencia por parte de Morrigan.

—No debiste haber lastimado a mi protegida. —Fue la voz de la antigua hechicera, saliendo nuevamente de la boca de Brigid, quien le respondió—. Para quien osa hacer eso siempre guardo un castigo especial.

Brigid comprendió que Crouch siempre había sido quien Morrigan planeaba matar para saldar la deuda de Vega. Había estado destinado a ello desde el momento en que había tocado a Brigid durante los Mundiales.

La chica contempló fijamente a Barty, que ya apenas era capaz de oponer resistencia. Sus ojos brillaban, llenos de pánico. Brigid sintió parte del poder que le rodeaba resquebrajarse ante aquella mirada. La compasión le hizo vacilar, le hizo dejar a un lado la locura que había tomado el control de sus actos.

«No vaciles», le ordenó Morrigan. Brigid dudó. Pero ya de nada servía, pues era demasiado tarde. Con un alarido desgarrador, Barty Crouch Jr. fue arrastrado por los muertos a lo más profundo de la oscura grieta que se había abierto a sus pies. Brigid le contempló en silencio hasta que desapareció de la faz de la tierra, hasta que dejó escapar un último grito. Su varita quedó abandonada en el suelo, junto a una zona de tierra muerta en la que minutos antes había crecido la más verde hierba.

Las sombras se disiparon y Brigid se dejó caer al suelo de rodillas. Sus ojos contemplaron con horror el lugar donde había muerto Barty Crouch, del que ya solo quedaba el recuerdo. Un sollozo escapó de su garganta.

«Tu deuda queda saldada», escuchó susurrar a Morrigan. Pero Brigid no pudo alegrarse. No mientras los gritos de Crouch seguían resonando con fuerza en su memoria.

¿Qué acababa de hacer? Las manos le temblaban. No, ella temblaba, desde las rodillas hasta los hombros. Se cubrió la boca con la mano, horrorizada. Aquello no podía haber sucedido. Ella no podía haber hecho aquello.

Los muertos se desvanecieron, dejándola tan solo a ella junto a Harry, que la contemplaba desde el suelo con los ojos muy abiertos. Las sombras aún no se marchaban, rodeándola como un escudo. Brigid pudo ver a la perfección el destello de terror en su mirada. Un nuevo sollozo se le escapó.

Harry logró incorporarse y, despacio y con cautela, gateó hasta ella. Su rostro estaba perlado de sudor y la sangre aún manaba de su cabeza, pero estaba vivo. Y Vega también. Brigid tuvo que repetirse aquello una y otra vez, mientras él llegaba hasta ella, para tratar de creerse que aquello había sido lo correcto.

Pero no podía dejar de ver el rostro aterrado de Crouch antes de ser arrastrado por los muertos. Harry le puso la mano en el hombro lentamente, produciendo que saltaran chispas tan pronto atravesó la sombra que había en torno a Brigid. Ella se dobló y comenzó a llorar tan pronto como él la tocó.

—H-Harry —tartamudeó—, Harry, y-yo... Yo...

Y él la abrazó, sosteniéndola como si así fuera a impedir que se rompiera. Porque Brigid se sentía muy, muy cerca de quebrarse en ese momento.

—No quería... No c-creí que esto... —Brigid apenas respiraba entre sollozo y sollozo, mientras trataba de expresar en palabras el caos que sentía dentro. Cientos de chispas estallaban a su alrededor, pero Harry no se movió ni un centímetro—. Morrigan me dijo... Vega... Y t-tú... Yo no sabía...

—Bree —le susurró Harry, con la voz rota, mientras la abrazaba con fuerza, acariciando su espalda, soportando sus temblores, las sombras que les rodeaban, todo—. Respira. Solo respira, ¿vale?

Pero Brigid apenas podía por culpa de los sollozos. Sentía deseos de vomitar. Se estremeció, pero Harry permaneció allí, tratando de calmarla. Llegaban sonidos del colegio. Gritos. La Marca Tenebrosa brillaba aún en el cielo.

—¡Harry! ¡Brigid!

Aquella era la voz de Hagrid, que se acercaba con su perro, Fang. Brigid sollozó con mayor intensidad. Las sombras parecían negarse a marcharse. Harry le susurraba palabras tranquilizadoras, una y otra vez, mientras Brigid hacía lo posible por hacerle caso, por controlarse, pero no podía.

—Bree —susurró él—. Estoy aquí. Estoy bien. Estamos bien. Respira conmigo, ¿vale? Respira.

—Harry —respondió ella. Las sombras se disipaban poco a poco, mientras Brigid sentía su poder desvanecerse junto a ellas. Un gran cansancio la invadió—. Harry, creo que voy a desmayarme.

Él la miró fijamente. Su rostro, pálido como el de un muerto. Sus ojos enrojecidos. Su respiración irregular. Acarició con suavidad su mejilla.

—Ahí estaré cuando despiertes, entonces —murmuró.

No pudo decir que sonriera, porque definitivamente no lo hizo. Brigid no estaba en condiciones de hacerlo. Pero sí vio algo de la angustia de su rostro desvanecerse y, cuando ella se desplomó sobre su pecho, tras desaparecer por completo las sombras, Harry suspiró y la abrazó con ternura.

—Vamos a llevarte dentro —susurró, con la voz rota.

—Será lo mejor. —Harry se volvió a contemplar el fantasma de la mujer que había aparecido a su lado. Ya la había visto en una ocasión e, incluso si no hubiera sido así, le hubiera reconocido por las cientos de fotos que le habían mostrado de ella. Pelo oscuro, ojos azules, sonrisa triste. Aura Potter contemplaba a Brigid con preocupación—. Estoy segura de que la señora Pomfrey podrá ayudarla.

—¿Qué haces aquí? —le susurró Harry. Su tía le contempló con cariño.

—Ella ha llamado a muchos de nosotros —explicó—. Tan solo quise asegurarme de que estabais bien después de que os marcharais.

—¿Te marchas otra vez, entonces?

Aura se limitó a sonreír.

—Yo nunca me he marchado, Harry. No del todo, al menos. Tampoco Jason o Amelia. —Harry tragó saliva al escuchar aquellos nombres—. Pero, por ahora, será mejor que te ocupes de ella.

Harry asintió. De un momento a otro, Aura Potter ya no estaba allí. El chico se puso en pie con esfuerzo y, tras asegurarse de tener bien sujeta a Brigid, echó a andar hacia la enfermería. Incluso inconsciente, Brigid tenía el ceño fruncido y, en ocasiones, murmuraba algo o se agitaba. Harry contempló con tristeza su rostro angustiado, deseando poder hacer algo por ayudarla. Por protegerla de todo aquello.

Por el momento, solo podía quedarse a su lado hasta que despertara, como le había prometido. Y Harry no iba a dejar ni que el mismísimo Voldemort le apartara de la cama de Brigid hasta entonces.














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