lxiv. my tears ricochet

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lxiv.
mis lágrimas rebotan








Brigid no podía dormir. No era nada nuevo. Pese al cansancio acumulado de días agotadores, el sueño nunca llegaba. Parecía haberse marchado junto a Nova y Luna.

Se había acostumbrado a vagar de un lado para otro de la casa donde Sirius y Remus llevaban varios meses ocultos. Regulus se había unido a ellos durante la Navidad, con el objetivo de pasar tiempo con Brigid, pero ambos apenas habían intercambiado palabra en el tiempo que llevaban allí.

Brigid pasaba la mayor parte del tiempo con Susan, aunque ni siquiera entre ellas hablaban. El cansancio después de los meses de locura en Hogwarts, unido al secuestro de Nova y Luna, las tenía como entumecidas. Brigid se sentía incapaz de pensar con claridad.

Las noticias y visitas llegaban a ratos. James, Ariadne y Medea fueron a ver a las dos estudiantes. Brigid trató de mantener la conversación viva, pero no hubo mucho éxito. Podía ver al matrimonio pálido y ojeroso, indudablemente por la preocupación. Brigid les comprendía bien.

También vieron a Tonks, junto a su madre, Andromeda. Ni siquiera la usualmente animada Tonks pudo hacer chistes. Con su padre a la fuga, perseguido como otros tantos hijos de muggles, no parecía estar por la labor.

Mary Macdonald también había huido, marchándose del país junto a sus hijos y marido. Según Sirius, sabían que estaban bien, pero no habían tenido demasiadas noticias suyas desde su partida.

—Ojalá saber cómo está Prim —comentó Susan en una de estas.

—Está viva —aseguró Brigid casi al momento—. No podrá contactar. Será eso.

Vega no fue hasta Nochebuena. Tampoco Jessica. Brigid pudo ser testigo de cuánto aquello inquietó a Susan, que parecía dormir incluso menos que ella. Y Brigid no sabía cómo ayudarle.

Brigid había vivido Navidades deprimentes en los años anteriores. Para empezar, ni siquiera había podido celebrar las del año anterior, estando ingresada en San Mungo por aquellas fechas. Antes que esas, había pasado las fiestas en Grimmauld Place. Fue cuando se enteró de que Vega estaba embarazada, después del ataque de Nagini a Jason. Todo aquello parecía haber pasado siglos atrás.

Realmente, si se ponía a pensar en ello, no había transcurrido tanto tiempo desde que todo comenzara a desmoronarse. Desde la muerte de Cedric y el regreso de Voldemort tan solo habían pasado dos años y medio. Resultaba absurdo. Brigid sentía que había vivido una vida entera desde aquello.

—¿Cómo te encuentras?

La aparición de Vega le hizo pegar un pequeño bote. Se volvió hacia ella a toda prisa, sintiendo rápidamente la vergüenza y el arrepentimiento volver. La mayor le observaba desde el umbral de la habitación que Brigid había usado en los últimos días. Pese a las profundas ojeras bajo sus ojos, le sonreía.

—Debería preguntártelo yo a ti —opinó Brigid, apartándose de la ventana. Había estado contemplando por ella el cielo nublado durante lo que bien podrían haber sido horas—. ¿Has venido sola?

—Jess está con Sue —aclaró Vega, entrando en la habitación y sentándose sobre la cama—. He dejado a Teddy con Fred en casa.

Brigid asintió, tomando asiento junto a Vega.

—Tú tampoco puedes dormir últimamente, ¿no? —preguntó, a lo que la otra negó—. ¿Cómo lo estás llevando?

—He intentado contactar con ella —explicó Vega tras unos segundos—. Con los galeones del ED. Pero no ha habido suerte.

—Estoy tratando de localizarla —susurró Brigid al cabo de unos segundos. No quiso mencionar el hecho de que Aura Potter estaba participando en la búsqueda—. Aunque no ha habido suerte por ahora. Lo único que sé con seguridad es que está viva.

—Que ya es un alivio —murmuró Vega, aunque su tono sombrío daba a entender que no le consolaba en absoluto—. Puede que solo las estén reteniendo, nada más. Nadie se ha puesto en contacto con la Orden o mi padre para pedir ningún tipo de rescate. Tampoco Xenophilius Lovegood nos ha dicho nada. Solo podemos... esperar.

Le tembló ligeramente la barbilla al pronunciar aquella última palabra. Brigid vaciló, pero tras unos segundos tomó su mano y la apretó entre las suyas, tratando de transmitirle algún tipo de apoyo. Vega soltó un suspiro y apoyó la cabeza en su hombro.

—Les echo de menos —susurró la mayor, con voz débil. Brigid contempló cómo cerraba sus ojos grises, con gesto cansado.

—Yo también —respondió Brigid—. A cada momento. Ojalá pudiera hablar con ellos, al menos.

Vega asintió lentamente, aún sin abrir los ojos.

—Y ojalá pudiera hacer más desde aquí.

—Todos hacemos lo que podemos, Vega.

—No parece suficiente.

Brigid se abstuvo de decir que se sentía del mismo modo. Acarició el hombro de Vega con cariño.

—Estoy planteándome no regresar a Hogwarts —confesó al cabo de unos instantes—. Es posible que sea más útil aquí de lo que he acabado siendo allí. —Aislada, torturada. Y también estaba la advertencia de Malfoy—. Pero tampoco sé hasta qué punto serviré de algo. Si me dejan hacer guardias...

—No estamos haciendo ninguna ni siquiera nosotros —explicó Vega, en tono cansado—. La Orden es un desastre desde que Ojoloco... —Le falló la voz—. Estamos dedicándonos principalmente a ocultarnos. No hay misiones, o al menos nosotros no hemos sido informados de ello. Fred y George trataron de contactar con Kingsley, pero les pidió paciencia. Jessica ha tenido que abandonar su puesto temporal en San Mungo porque estaba en constante peligro, ya no podemos apenas abrir Sortilegios Weasley más que unas horas al día y nunca solos... —Vega dejó escapar un suspiro—. Queremos ayudar. Ya sabes que hemos empezado con el programa de radio, con ayuda de Lee. Fue idea de Fred, George y él. Por ahora, es algo. Pero aún así, nada parece suficiente.

Había una enorme amargura en su voz. Brigid se dio cuenta de que temblaba ligeramente. Ambas lo hacían, de hecho.

—A veces me sorprende el modo en que tú y yo acabamos compartiendo tanto —comentó Vega al cabo de unos segundos—. Es como que siempre estuviste ahí, en todo, pero tardamos mucho en verlo.

—¿A qué te refieres?

—Nos unen las mismas personas —explicó Vega—. Harry. Cedric. Nova. Tu hermano entró a mi vida por completo al mismo tiempo que mis hermanos llegaron a la tuya, ¿no? Y desde entonces, siempre hemos estado recorriendo caminos parecidos. —La mayor había abierto los ojos, vidriosos—. Perdona, estos días me he estado poniendo filosófica. Fred no para de repetírmelo.

—Pero tienes razón —respondió suavemente Brigid—. Siempre ha sido así. Como líneas paralelas. —Sonrió débilmente, aferrando la mano de Vega—. Supongo que esta vez nos tocará pasarlo de la misma manera.

—No me importaría que fuera algo más cerca, si te soy sincera —opinó Vega—. Te aprecio mucho, Brigid. Y agradezco infinitamente todo lo que has hecho por mi familia. Sea lo que sea que espere, me alegra de tenerte aquí. —Con voz sombría, añadió—: Si toca luchar, espero hacerlo a tu lado.

—Espero hacerlo bien, entonces —comentó Brigid. Vega rió débilmente.

—Sí, yo también.

Brigid suspiró, desviando la mirada hacia la pared opuesta. Sus ojos creyeron distinguir, aunque tan solo fue por un instante, una silueta que no tardó en reconocer. El corazón se le aceleró y, pese a que cuando volvió a mirar no había nadie, algo le aseguró que no lo había imaginado.

Había visto a su hermano. Cedric había estado ahí. Estaba segura. Pero Vega no parecía haberse dado cuenta. Quizá fuera lo mejor, pensó Brigid, mientras la mayor le apretaba con fuerza la mano. No lo mencionaría.

Sería su secreto, solo suyo, que guardaría en el corazón por siempre. Cedric había ido a verla. Tal vez, no era ni siquiera la primera vez que la visitaba. Tal vez, volvería en otra ocasión.

No había llegado a ver su expresión. Puede que fuera mejor así, porque podía imaginarla ella. Podía verle sonriendo, porque prefería pensarle así que triste. Podía sentirle más cerca.

Una lágrima traicionera se le escapó y se abrazó con más fuerza a Vega.

—Estaremos bien —susurró la mayor, acariciando su brazo.

Brigid asintió una única vez, cerrando los ojos y deseando con todas sus fuerzas que así fuera, sin saber que Cedric Diggory, que había escuchado esas palabras, estaba rogando por exactamente lo mismo.


























Pareció que la pesadilla era un adelanto de lo que pasaría aquel día, el de Navidad.

En el mismo momento en que Brigid se despertó chillando, aún viendo con perfecta claridad el cuerpo de inerte tendido a sus pies, se dobló sobre sí misma y rompió en llanto, mientras su cerebro trataba de hacerle saber que nada de aquello había sido real. Tan solo otro mal sueño.

Pero vaya sueño.

—¿Deneb? —Su padre golpeó la puerta de su dormitorio—. ¿Estás bien? ¿Puedo entrar?

Brigid se tomó unos segundos para tratar de calmar su llanto, aunque la voz le salió rota y demasiado chillona cuando dijo:

—Sí, pasa.

Pero fue Ariadne quien asomó la cabeza primero y, tan pronto como la vio, casi corrió a su cama y la abrazó. Brigid dejó escapar un suspiro y ocultó el rostro entre las manos.

—Perdón —farfulló—. Ha sido una pesadilla.

—No hay nada por lo que pedir perdón —respondió la voz de su padre.

Brigid asintió, aunque no debió de notarse estando en aquella posición. Sin embargo, aún no quería abandonar los brazos de Ariadne.

—No sabía que estabas aquí —murmuró.

—James, Medea y yo hemos venido de visita —explicó con suavidad—. Los dos están abajo con Sirius, Remus y Susan.

—Ahora bajaré —dijo Brigid, aún llorosa—. En un ratito.

—Y mejor que sea un ratito largo —opinó Ariadne.

Brigid se encontró riendo casi sin saber por qué. Ariadne le acarició la espalda.

—Es normal —le aseguró—. Lo raro sería que no te pasara.

Brigid se mantuvo unos minutos en silencio, protegida por el abrazo de Ariadne. No se sentía con fuerzas para mostrar el rostro aún, pero por suerte ni ella ni su padre le presionaron para ello. Le dieron el tiempo que necesitaba y, cuando finalmente se incorporó y se secó las lágrimas, su padre le sonrió y le tomó la mano.

—No pasa nada —le aseguró. Brigid asintió, aunque aún sentía el miedo palpitándole en el pecho—. Era una pesadilla, ¿no?

—Sí —suspiró ella—. Y bastante... —La voz le murió. Negó lentamente—. No era bonita.

Los ojos azules de Ariadne, tan vibrantes como los de su hijo, la contemplaban como si supiera exactamente con qué había soñado. Le acarició el hombro cariñosamente.

—Vienen y van —le aseguró—. Mejorarán en algún momento.

—Cuando todo esto pase, supongo —respondió Brigid—. ¿Las... Las tuyas han mejorado?

Ariadne apretó los labios y al cabo de unos segundos negó.

—Supongo que lo harán cuando todo esto pase —medio bromeó, intercambiando una mirada con Regulus—. ¿No crees, Reg?

Él se encogió de hombros, aunque su rostro sombrío lo decía todo. Brigid dejó escapar otro suspiro. Pese a haber dormido bastante para lo que solía, estaba agotada.

—¿Quieres hablar de ello? —preguntó suavemente Ariadne.

Brigid bajó los ojos. No, no podía contarle lo que había visto. Lo que menos necesitaba Ariadne en ese momento era que le hablara de que había visto a su hijo morir en sueños.

—Echo de menos a Harry —fue todo lo que dijo.

La sonrisa de Ariadne se volvió aún más triste.

—Sí, yo también.

Ambos abandonaron su dormitorio poco después, dejando a Brigid a solas para cambiarse y poder bajar a desayunar. Se tomó algo más de tiempo para tranquilizarse un poco más. Después de ello, permaneció lo que bien hubieran podido ser horas contemplando con tristeza la fotografía que tenía en la mesilla de noche.

James la había encontrado entre las cosas de Harry en la Madriguera y se la había llevado en una de sus visitas durante las vacaciones. Era del Baile de Navidad. A Brigid le sorprendía verles a ambos tan jóvenes. Solo tenían catorce; resultaba chocante. No eran más que niños. Ella aún ni siquiera había sido consciente de sus sentimientos hacia Harry en aquel momento.

Se le escapó una sonrisa al ver cómo, en la fotografía, ella estiraba el brazo y le colocaba bien las gafas a Harry que, como de costumbre, tenía torcidas. También llevaba el pelo completamente alborotado y demasiado largo. Brigid recordaba haberle insistido en algún momento sobre cortárselo, cosa que no sucedió hasta verano. El verano en que ella acabó en Grimmauld Place, después del cementerio, después de la muerte de Cedric.

Volvió a ver nuevamente cómo la Brigid de catorce años le ponía bien las gafas. La sonrisa que él le dirigía... Lo que hubiera deseado Brigid tenerle a su lado en ese momento y que le sonriera así. Le echaba de menos. Demasiado.

Tan ensimismada estaba que hasta que escuchó una voz conocida, no advirtió la presencia del patronus que acababa de aparecer en su habitación.

Bree. —Pegó un bote al escuchar a Ron tan cerca después de meses sin saber nada de él. Se volvió a toda prisa, llevando la mirada al perro plateado del que acababa de salir la voz de su mejor amigo—. Ni siquiera debería hablarte, pero no aguanto más sin decir nada. Fui un idiota, Bree. Me marché, hace semanas, dejé a Harry y Hermione solos y luego no pude volver a encontrarlos. Lo siento, Bree. No he dicho nada a nadie, solo lo saben Bill y Fleur. Ni siquiera a Michael. No puedo. Estoy en casa de mi hermano, en el Refugio. Si quieres venir... Bueno, ojalá vengas. Puedes quedarte. Lo que quieras. Me lo ha dicho Bill. Ven, por favor, Bree. Te echo de menos. Ya no sé qué hacer. Lo siento.

Brigid tragó saliva al ver el patronus desaparecer. Incluso después de eso, aún se quedó contemplando el lugar donde había estado durante unos segundos, tratando de decidir qué hacer. Aunque pronto se dijo que no había mucho que decidir.

Tenía el baúl sin deshacer. Tan solo tenía que meter la ropa que había usado durante esos días. No tardaría mucho. Le dolía dejar a su familia, en especial en ese momento. Sobretodo a Susan. Pero si Ron había dicho que no le había contado nada a nadie...

¿Qué diría, para marcharse sin más, llevándose todo? No podía pensar en ninguna excusa suficientemente buena. Querrían ir con ella. Podría ir una vez empezara el curso, decir que iría a Hogwarts y luego escaparse... Pero aún quedaba mucho para eso, y sería más difícil marcharse desde el Expreso de Hogwarts.

Solo se le ocurría una cosa lo suficientemente rápida y que no supondría dar explicaciones. Pero no podía hacerles eso. No podía escaparse, menos aún en mitad de la guerra, menos aún en Navidad. No podía.

Cerró los ojos y se masajeó las sienes. Quería ver a Ron. Quería saber exactamente qué había pasado, que le contara lo sucedido en el tiempo en que había estado con Harry y Hermione y ver que estuviera bien. Sonaba necesitado. Brigid no quería dejarle solo. No después de todo el tiempo que llevaba sin saber nada de él.

Pensó en su padre y Ariadne, que estarían esperando a que bajara pronto para asegurarse de que se había calmado después de la pesadilla. En Susan, que se había quedado sola en tan poco tiempo. En Sirius, que acababa de perder a su hija y no sabía nada de ella. En James, que estaría deseando dejarle a Medea para que jugara un rato con ella. En Remus, que trataba de mantener a todos a flote.

Dejó una nota. Pidiendo disculpas. Sabía que el haberlo hecho le haría sentir infinitamente culpable, pero decidió actuar por impulso. Metió toda su ropa en el baúl, lo cerró y guardó la foto de Harry y ella en su bolsillo. Después, tomando el arcón por el asa, dejó escapar un profundo suspiro. No podía plantearse arrepentirse porque, si lo hacía, no dejaría la casa nunca.

Así que se desapareció sin un segundo más de duda, sabiendo que no podría regresar a la casa con aquella facilidad debido a sus protecciones. Con el Refugio como destino, Brigid apareció en una playa solitaria. Contempló el lugar con ojos entrecerrados, tratando de encontrar la casa de Bill y Fleur. Sabiendo que estaría protegida, decidió que lo mejor sería contactar con Ron, de modo que le mandó un patronus y aguardó.

Apenas un minuto después, le vio corriendo hacia ella. Daba la sensación de que tan solo se había echado un abrigo por encima del pijama. A Brigid se le escapó una carcajada y, olvidando momentáneamente el baúl y sus pertenencias, echó a correr hacia él tan rápido como las piernas le permitían.

Ron la recibió con los brazos abiertos y Brigid saltó a estos sin dudar, riendo de pura alegría. El pelirrojo la giró en el aire, también riendo con fuerza. A punto estuvo de hacer caer a ambos, pero se las arreglaron para mantener el equilibrio de algún modo. Brigid examinó el rostro de Ron: algo pálido, con unas ojeras que delataban la falta de sueño, pero nada que ella misma no estuviera viviendo. Parecía estar perfectamente bien, para su alivio.

—¡Te he echado de menos! —exclamó, abrazándole con fuerza.

—Y yo a ti —suspiró el pelirrojo—. Joder, Bree, gracias por venir. No pensé que aparecerías tan rápido.

—Sonabas desesperado —comentó ella.

—Lo estaba. Lo estoy. —Ron negó con la cabeza—. Fui un idiota, Bree. No puedes imaginarte hasta qué punto.

—Bueno, me lo contarás y yo juzgaré —decidió Brigid—. Pero, antes de todo, ayúdame a llevar mis cosas a... ¿Dónde está la casa?

—Yo me ocupo de eso. —Brigid y Ron se volvieron hacia Bill Weasley, que permanecía junto al baúl de ésta y les sonreía alegremente—. Un placer verte, Brigid. Ya te llevo yo esto.

—Gracias, Bill —respondió ella, algo cohibida.

Fleur la recibió en la casa con un enorme abrazo y dos sonoros besos en sus mejillas, al tiempo que parloteaba a toda prisa sobre lo contenta que estaba con su visita y se excusaba por no tener una habitación bien preparada. Brigid insistió en que no había problema y que ella misma era la que se había presentado sin avisar. Prometió a Fleur que le ayudaría a preparar cualquier dormitorio que tuviera libre. La que fue campeona de Beauxbatons le llevó a la habitación «más grande que había vacía», antes de decirle que, si necesitaba más espacio, no tendría problema en pedir a Ron que se intercambiara con ella. Brigid le aseguró que no sería necesario.

Fleur le bombardeó a preguntas sobre cómo habían ido aquellos meses mientras arreglaban el dormitorio. Resultaba cómico ver su indignación y escucharla farfullar en francés a cada cosa que explicaba sobre los Carrow o Snape. Brigid incluso conversó un poco en el idioma natal de Fleur, aunque pronto se dio cuenta de que su francés estaba algo oxidado.

Sin embargo, cuando explicó lo sucedido en el tren de regreso a casa, hablándole del secuestro de Nova y Luna, poco le faltó a Fleur para echarse a llorar.

—Vega me lo contó —explicó con tristeza—. Tgatamos de mantenegnos infogmadas de casi todo lo que pasa. Pero no sabía que había sido así. Pobges niñas... Ojalá las guescaten pronto. ¿Sabes cómo está Vega?

—No está bien —respondió Brigid amargamente—. Sin saber nada de Nova ni Harry... —Dejó la frase en el aire—. Ojalá Nova consiguiera contactar con nosotros. Aunque fuera para decirnos que está bien.

—Es una chica lista —opinó Fleur—. Y Luna debe de seglo también. Encontagán algún modo de avisag, estoy seguga.

Cuando se reunió con Ron, en el salón, él ya se había cambiado de ropa y la esperaba sentado en el salón, jugueteando nerviosamente con lo que Brigid reconoció como el desiluminador, el regalo que le había dejado Dumbledore como herencia. Ron se lo había mostrado entre sorprendido y orgulloso antes de la boda de Bill y Fleur.

—¿Cómo estás? —quiso saber Brigid, tomando asiento a su lado.

Ron suspiró; llevaba uno de los jerséis navideños de su madre, pero no debía ser de aquel año, puesto que estaba algo despeluchado.

—Bien, al menos físicamente —le aseguró—. ¿Y tú, Bree? Me he enterado de algo de lo que ha pasado en Hogwarts. Me cuesta creerlo.

—Créetelo —respondió amargamente Brigid—, porque estoy segura de que todo lo que has escuchado es verdad. Hogwarts es un infierno ahora mismo. Me dijeron que no vuelva después de vacaciones. Que sería demasiado peligroso.

Ron abrió los ojos, asustado.

—Maldito Snape y malditos Carrows, vaya panda de... —Ron tomó aire y trató de calmarse. Brigid asintió.

—Sí, estoy de acuerdo. —Le dedicó una leve sonrisa resignada—. ¿Y tú, Ron? ¿Qué haces aquí, por qué no has avisado a nadie? ¿De verdad ni siquiera Michael lo sabe?

—No, no lo sabe nadie —suspiró Ron. Temeroso, preguntó—: ¿Antes de venir le has dicho a alguien...?

—No —dijo simplemente Brigid—. Aunque he de decir que me encantaría saber qué ha pasado. Pero, antes de nada, ¿sabes algo de Prim?

—¿Por qué debería saber yo algo de Prim? —Ron la miró alarmado. Brigid dejó caer los brazos.

—Porque nadie parece saber nada tampoco, más allá de que está viva. Me preguntaba si vosotros... —Dejó escapar un suspiro—. Ya se pondrá en contacto, espero. Puede que haya salido del país. Hubiera sido lo mejor. ¿Hermione no mencionó nada?

—Solo que la echaba de menos, nada más —masculló Ron.

Permanecieron en silencio unos instantes en los que quedó claro que ambos trataban de pensar en el lugar donde podría estar su amiga. Brigid terminó negando con la cabeza.

—Aparecerá —dijo, tratando de sonar confiada—. Por ahora, me gustaría saber qué pasó para que tu hayas acabado aquí, Ron.

El pelirrojo agachó la cabeza y asintió.

—Fui un completo idiota. Lo siento.

—No es a mí a quien tienes que pedirme perdón —le respondió ella—. Solo quiero saber qué ha pasado. Pero no solo por qué te fuiste, todo, desde que desaparecisteis en la boda. Quiero saber qué habéis hecho.

—Creo que es lo justo —asintió Ron.

Suspiró y se colocó bien en el sillón, antes de comenzar su relato, contándole lo sucedido en aquellos meses en los que, desde luego, no había faltado de nada para el desafortunado trío. Con cuidado de no dejarse ningún detalle y respondiendo a las preguntas puntuales de Brigid, ésta pronto pudo hacerse a una idea de lo que habían estado haciendo y dónde. También de todas las dificultades que habían pasado y, en especial, de la influencia que el guardapelo de Slytherin, convertido en Horrocrux, había tenido en ellos, hasta el punto de que había llevado a Ron a abandonar a sus otros dos compañeros.

Cuando le contó, al borde de las lágrimas, cómo había sido capturado por carroñeros y no había podido regresar al lugar donde habían acampado hasta demasiado tarde, Brigid tomó su mano y dijo:

—Estoy segura de que encontrarás la manera de regresar con ellos.

—¿Sí? —preguntó él, desanimado—. ¿Cómo, Bree? Lo he intentado ya. Estamos hablando de protecciones hechas por Hermione. Son prácticamente indetectables.

Brigid cabeceó, pensativa.

—Estoy segura de que habrá algún modo de localizarles. Descubriremos cómo, te lo aseguro.

—¿Vendrás conmigo? —preguntó Ron, entre sorprendido y esperanzado.

Una chispa de seguridad se encendió tras los ojos grises de Brigid, que se inclinó ligeramente hacia adelante y dijo:

—Claro, ¿por qué no?














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