( they're only where they are now, regardless of their fight )

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extra iv.
the ruins of a dynasty, pt. 3










A veces, aún resultaba confuso diferenciar entre el pasado y el presente. Cuando una se despierta y descubre que ha perdido ni más ni menos que —casi— catorce años de su vida, puede llegar a ser confuso.

Puede que otra persona hubiera perdido la cabeza. No estaba segura. Ariadne estaba aguantando el tipo, pero admitía que no estaba siendo fácil en absoluto.

Por suerte, era experta en fingir que todo iba bien cuando, evidentemente, no era así. Lo había sido desde que recordaba y eso le había servido toda su vida. Nadie sabía cuándo realmente estaba fingiendo.

Nadie, excepto James.

Que él la conociera tan bien como ella misma se conocía le había irritado en ciertos momentos. Pero, siendo totalmente honesta, era un alivio tener a alguien que supiera exactamente qué sonrisa era falsa, en qué momento una llegaba a su límite y cuando necesitaba estar totalmente apartada de los demás o mataría a alguien, se echaría a llorar o ambas.

Alguien que supiera cuándo necesitaba estar abrazados en silencio, sintiéndose el uno al otro mientras trataban de olvidar todo lo demás.

Con James, se sentía segura. Protegida. Él era su hogar, incluso cuando ambos tenían que estar viviendo encerrados en un lugar tan triste como el número 12 de Grimmauld Place.

La situación con Sirius era más complicada. A pesar de la inmensa felicidad que él había sentido con el regreso de entre los muertos de James y Ariadne, habían cambiado muchas cosas en esos años que ellos nunca hubieran podido imaginar.

Doce años en Azkaban. Cuando James se enteró, Ariadne había estado bastante segura de que iba a cometer asesinato. Pero el saber de la traición de Peter había sido igual de malo.

Ariadne había apreciado mucho a Pettigrew antes de todo, pero sabía que eso no se acercaba en absoluto a lo que había sido para James. Peter era un merodeador, un hermano.

Y les había vendido a Aura y a ellos dos a Voldemort. Fue duro enterarse de todo aquello. No tanto para Ariadne como para James, desde luego.

James... Ariadne sabía que estaba siendo más difícil para él. Extrañaba inmensamente su sonrisa, que antes siempre mostraba a todos y que en el momento se guardaba para mostrar en contadas ocasiones. Sus ojos avellana antes resplandecían como pequeños soles, pero aquel brillo se había extinguido.

Perder a Aura no era fácil, sobretodo porque James ahora vivía en un mundo donde su hermana llevaba muerta catorce años y todos habían encontrado un modo de seguir adelante en ese tiempo.

Pero James no había tenido ese tiempo. Para él, Aura llevaba tan solo semanas muerta.

Ariadne recordaba con claridad cómo fue cuando se enteraron de la fatal noticia. Cómo Sirius había llegado destrozado a su casa, con sus hijas en brazos. Cómo Vega no podía parar de llorar, cómo el mundo pareció tambalearse para ellos. Ariadne había estado con James aquella noche, tras acostar a los tres niños, y lo único que éste había podido decir era no. Con el rostro oculto en el pecho de Ariadne, mientras ella le abrazaba y trataba de protegerle de todo lo malo que sucedía en el exterior.

No, no, no, no, no. Una y otra vez, a cada cual más desesperado y roto. Ariadne jamás había sentido mayor impotencia que en aquel momento.

—No fuimos al funeral —fue de las primeras cosas que dijo James en torno al tema de Aura.

—Yo tampoco —susurró Sirius, agachando la cabeza.

Remus, Mary y Jason se miraron entre ellos, el dolor palpable en sus expresiones. Todos ellos habían ido a demasiados funerales. Marlene, Dorcas, Selena, Lily, los Bones, un largo etcétera. Pero el de Aura era diferente para James y Sirius, eso estaba claro.

No habían podido estar para despedirla y eso les iba a pesar por siempre.

—Tampoco fue algo... agradable —terminó diciendo Jason, que abría y cerraba el puño derecho sobre la mesa, aparentemente sin advertirlo.

Ariadne no lo dudaba.

—¿Qué vamos a hacer con Harry? —le había preguntado a James, horas después, en la soledad de su habitación—. ¿Con las niñas?

—No lo sé —admitió su esposo, pasándose la mano por la cara. Estaba agotado—. Siento que no sé nada, Ari.

Ella lo sabía, porque se sentía exactamente igual. Durante bastantes días, su único consuelo fue dormir entre los brazos de James, deseando que las cosas mejoraran.

Sorprendentemente, eso sucedió gracias a Bill. Su pequeño Bill: el último recuerdo que tenía Ariadne de su sobrino había sido poco antes de que ésta asistiera a su primer curso en Hogwarts.

Cuando le había tenido enfrente, siendo bastante más alto con ella y ya sin rastro alguno del rostro infantil que Ariadne recordaba, había sido una enorme sorpresa. En un inicio, ella no había tenido idea de qué hacer.

Entonces, Bill le había abrazado. En medio del pasillo del 12 de Grimmauld Place, justo antes de la primera reunión de la renovada Orden del Fénix. Delante de Harry, Nova y los niños Weasley menores.

—Tía Aria —había dicho el mayor de sus sobrinos, en medio de una carcajada incrédula.

—Billy —rio ella, al borde del llanto, observando su aspecto. El pelo largo, el pendiente de colmillo de dragón. No había ni rastro de aquel niño tímido y nervioso—. Me siento como una vieja al decir eso, pero cuánto has crecido.

A partir de ahí, todo mejoró en cuanto a la relación con sus sobrinos —por lo menos, la tensión inicial desapareció—, en especial con Nova. La primera vez que ésta dijo tío James, Ariadne estuvo bastante segura de que su esposo iba a desmayarse.

Pero cuando Harry finalmente se acercó a ellos por primera vez desde que aparecieron en aquel bosque fue el momento en que realmente Ariadne creyó que las cosas podían mejorar.

Ante la atenta mirada de Jason, que había estado junto al matrimonio Potter charlando en el salón, Harry había entrado con aspecto algo tenso. Jason se había puesto de pie al instante, dispuesto a marcharse y le dio había dado palmada a Harry en la espalda al pasar junto a él, consiguiendo sacarle una sonrisa antes de irse.

Harry se había sentado con sus padres en silencio por casi un minuto entero en el que Ariadne había sufrido cada segundo. Jamás, jamás, se había imaginado en aquella situación con su hijo. Desde el momento en que había vivido para verle crecer, tras dar a luz, Ariadne se había prometido que iba a hacer lo imposible por ser la mejor madre para aquel niño.

Pero ahí estaban, siendo simples desconocidos, todo por algo totalmente ajeno a la voluntad de ellos tres.

—He estado toda mi vida queriendo tener a mis padres de vuelta —terminó diciendo Harry, levantando la cabeza y dirigiendo la mirada a James y Ariadne. Sus ojos eran idénticos a los de su madre: una señal del peculiar don que había heredado de ella—. No quiero actuar como si nada pasara ahora que eso se ha cumplido. Es solo que no sé qué hacer.

Además, estaba lo sucedido en el cementerio. Ariadne no se sentía con derecho para preguntar sobre ello; sin embargo, incluso sin conocer a Harry sabía cuán difícil tenía que ser eso. Odiaba el no poder hacer nada por ayudarle.

—Nosotros solo queremos que tú te sientas cómodo, Harry —respondió James, tomando la mano de Ariadne. Solo ella pudo ver el leve temblor de ésta—. Como quieras que esto sea... Solo tienes que decirlo.

Harry vaciló.

—Pues... —Casi parecía darle vergüenza lo que iba a decir, pero sonrió levemente—. Podríamos hablar de quidditch, antes de pasar a otros asuntos.

—¿Qué tal una partida de snap explosivo mientras tanto? —propuso Ariadne, imitando la sonrisa de su hijo.

Iba a ser un proceso lento, eso lo tenía claro. Pero no le importaba, con tal de que aquello siguiera adelante. Harry era la principal preocupación de Ariadne, no solo por el hecho de ser el héroe del mundo mágico, sino por no saber cómo actuar de madre.

Con que él aprendiera a confiar en ellos, poco a poco, a Ariadne le bastaba.

Nova también fue abriéndose, al tiempo que lo hacía con Sirius. Le pidió consejos para un nuevo look a Ariadne y ambas estuvieron casi toda la tarde ideando peinados. Comenzó a compartir con su padre algunas experiencias y anécdotas divertidas en Hogwarts.

Vega era el verdadero problema. Solo Sirius podía tratar con ella, pero todos eran conscientes de lo difícil que estaba resultando aquello. Ariadne encontró a Jessica sollozando un día frente a la puerta del dormitorio de su mejor amiga; tuvo que hacer lo posible por consolar a la sobrina de Jason de la mejor manera. Algo bueno de haber pasado por una guerra era que era mucho más sencillo empatizar.

Pero para Ariadne era imposible olvidar que eran extraños en una casa donde deberían haber sido familia.

El verano fue transcurriendo con lentitud, cosa que Ariadne agradeció. Si hubiera ido demasiado rápido, hubiera supuesto el doble de dificultad para adaptarse.

Sin embargo, no fue hasta el último día de verano, después de ya haber estrechado su relación con Harry y Nova, cuando Ariadne finalmente se atrevió a hablar con Vega.

Ariadne nunca olvidaba un cumpleaños. Había felicitado a Harry cuando había llegado el día, había hecho lo mismo con Ginny. Le había dolido no haber podido hacer lo mismo con Percy. Y se había levantado aquel día siendo plenamente consciente de que era el cumpleaños de Vega.

También de que lo que menos querría la chica era celebrarlo aquel día.

Pero Ariadne estaba cansada de ignorar a la joven. Incluso si ella no iba a poder ayudar de ningún modo, necesitaba saber que lo había intentado. Necesitaba hacerlo antes de que Vega se marchara a Hogwarts y perdiera la oportunidad.

Golpeó a la puerta con sus nudillos. Un vacío Adelante le respondió.

Vega estaba tumbada sobre la cama, mirando a la pared opuesta. Levantó levemente la vista para ver quién había entrado y se irguió bruscamente al reconocer a Ariadne, con los ojos muy abiertos.

Ariadne fingió no darle importancia a su aspecto descuidado, las profundas ojeras bajo sus ojos y su rostro huesudo, por mucho que aquella visión le doliera. En sus memorias, Vega era la alegre niña de cabello oscuro y rizado y rostro infantil, siempre aferrada a su peluche favorita. Pero de ella solo quedaba el recuerdo.

Amor post mortem. Como todo miembro de la familia Potter, Vega lo poseía. Ariadne no podía hacer nada por ello.

—Hola —saludó, parada en el umbral. Necesitaba que fuera Vega quien le dijera si podía pasar o no: lo que menos hacía falta en ese momento era que la chica se sintiera incómoda.

—H-hola —musitó Vega—. Esto... ¿Quieres sentarte?

Ariadne hizo caso, sonriendo levemente. Vega se arrastró hasta el borde de la cama, quedando frente a Ariadne. La mujer advirtió que evitaba mirarle a los ojos.

—Supongo que lo que menos necesitas ahora es esto —comentó Ariadne, sonriendo levemente—. Pero feliz cumpleaños.

Vega le dirigió una mirada levemente desconcertada.

—¿Te lo ha dicho mi padre?

—¿Bromeas? —Ariadne rio—. No olvides que yo estuve cuando naciste. Sirius casi se desmaya. No es una fecha que se olvide con facilidad.

Vega apretó los labios, asintiendo. Ariadne vaciló: aquella era de las pocas veces en su vida en las que no sabía qué hacer.

Le estaba pasando mucho últimamente. No debía de haberle extrañado, pero le inquietaba de todos modos, porque eso solo reflejaba cuánto le estaba costando adaptarse a la nueva vida que le estaban ofreciendo.

—Gracias —balbuceó Vega—. No es que... —Carraspeó y negó con la cabeza.

No dijo nada para aclarar aquello. Ariadne dudó, siendo perfectamente consciente de que debía actuar con gran cuidado.

—Harry, Nova, Jessica y Susan me dijeron que querían prepararte una tarta de chocolate. ¿Te lo han dicho?

Vega vaciló.

—Esto... Les he dicho que no quería nada relacionado con mi cumpleaños. No hoy. —Esbozó una mueca que podía interpretarse como una sonrisa irónica—. Mejor dicho, no este año.

—Lo entiendo —suspiró Ariadne, echándose hacia atrás en la silla.

Vega la miró, no sin algo de desconcierto.

—¿En serio? Todos los demás prácticamente me han llamado tonta por querer eso.

—No creo que hayan usado esas palabras —comentó Ariadne, con un atisbo de sonrisa en sus labios—. Pero claro que lo entiendo. Hay momentos en los que es imposible celebrar algo, sea un cumpleaños, una boda o un nacimiento. No tienes que sentirte culpable por ello.

Vega asintió lentamente.

—Gracias —masculló la joven, agachando la cabeza—. No quiero ser egoísta, pero... Si lo celebro hoy, sería por ellos. No quiero obligarme a pasar por eso, no...

—No tienes que darme explicaciones —respondió Ariadne, ladeando la cabeza—. Ni a mí ni a nadie.

Vega se quedó en silencio, pensativa. Finalmente, Ariadne se había marchado, consciente de que James, Sirius, Remus y Jason le aguardaban en la cocina, impacientes por saber cómo había ido.

Sin embargo, no había siquiera terminado de hablar cuando la misma Vega entró en la cocina con un pergamino en la mano.

—Hola —saludó, en tono tranquilo.

Los adultos respondieron rápidamente, tratando de actuar con normalidad. Sirius le preguntó si quería café y su hija asintió al momento. No fue hasta que ya había dado un sorbo a su taza cuando anunció que le habían nombrado Premio Anual.

Aquel día, pese a que no hubo mención alguna del cumpleaños de Vega, Ariadne la vio sonreír más que durante todo el verano. Y, con ello, a Sirius, Jason, Remus y James, así como a los niños.

Ariadne creyó que sería un buen día, pero tuvo el peor final de los posibles.

Todo por aquel maldito boggart.

—Ari...

Detuvo a James con un gesto, inspiró profundamente y se giró hacia él como quien no quiere la cosa.

—Solo ha sido un fallo, no pasa nada.

Le vio arquear la ceja.

—Hace tiempo que no me engañas con tus ilusiones, Ari —dijo él, en tono bajo. Ariadne dejó caer los hombros y se secó con el dorso de la mano el rostro de lágrimas.

—No hay ninguna ilusión, James —masculló ella—. Ya no puedo crearlas.

Le vio parpadear, desconcertado.

—¿Cómo...? —Pero Ariadne no podía hablar de aquello en ese momento.

Él suspiró al estrecharla entre sus brazos. Ariadne apoyó la cabeza en su hombro, cerrando los ojos.

—Estoy harta de la guerra —masculló—. No puedo aguantarla más. Es todo lo que hemos conocido, James. ¿Por qué no pudimos disfrutar de la paz? ¿Por qué no pudimos criar en ella a nuestro hijo?

—Lo sé —susurró James, cerrando los ojos—. Yo también me lo pregunto. La guerra nos persigue incluso ahora. No debería ser así.

—Tenemos la oportunidad de recuperar lo que se nos quitó —masculló Ariadne—. Pero me aterra que, en vez de eso, solo perdamos más. Harry, tú, las niñas, nuestros amigos...

No sabía en qué momento aquel se había convertido en su mayor duda, pero no cabía duda de que lo era. Ariadne inspiró.

—Lo sé —murmuró James. Y ella sabía que era verdad, que él se sentía exactamente igual—. Pero solo podemos intentar seguir adelante con lo que nos ha tocado. Ojalá pudiéramos hacer otra cosa.

—No sé si quiero intentarlo. —La voz de Ariadne temblaba—. Al menos, no esta noche.

De modo que, aquella noche, James la abrazó un poco más fuerte mientras dormían, se quedó más tiempo de lo normal esperando a que durmiera, le susurró más canciones de las que solía tararearle.

Porque sabía que, cuando Ariadne Potter decía que no sabía si quería hacer algo, significaba que estaba realmente aterrada. Y él sabía cuán vulnerable el miedo le hacía sentir y cuánto odiaba aquella sensación.

Si había algo en su mano que pudiera hacer para hacer sentir mejor a su esposa, lo que fuera, él lo haría. Había sido así desde el primer momento en que sus miradas se encontraron.

Ambos ardían del mismo modo. Eran tan perfectos uno para el otro que no cabía en la cabeza de nadie que pudieran no estar juntos. James lo sabía desde hacía ya mucho tiempo.

Era Ariadne, siempre sería ella. Puede que ella lo llamara maldición, pero el hecho de que sus almas fueran gemelas, por aterrador que volviera el pensamiento de separarse, era reconfortante para él.

Porque significaba que pertenecía junto a ella y ella junto a él. Que siempre tendría un lugar al que acudir y sentirse amado.

James y Ariadne Potter estaban destinados a juntarse y no separarse jamás.

—¿Cómo protegeremos a todos? —preguntó Ariadne, meses después.

James no sabía cómo, solo sabía que lo harían. Así lo dijo. Y así lo repitió cuando una desesperada Vega Black acudió en busca de su ayuda.

—Estoy embarazada —dijo. Sin nada de por medio, sin andarse con rodeos. Manteniendo la cabeza gacha y las manos en los bolsillos de su sudadera, al borde de las lágrimas, y con el brazo de Ariadne sobre sus hombros.

Se lo dijo a todos ellos al mismo tiempo. A James, a Jason, a Remus, a Mary. Y a Sirius.

Se sintió como regresar casi dos décadas atrás en el tiempo. A aquel día en que Aura le había dicho, en los jardines de Hogwarts, que estaba embarazada de Sirius. James había sabido que protegería a aquel bebé, su sobrino o sobrina, con su propia vida si fuera necesario. Había cumplido con aquello.

Y ahí estaba aquel bebé, ahora en camino de convertirse en madre, pero tan inexperta y asustada como había sido su propia madre. Tan asustada como ella, también envuelta en una guerra que amenazaba a sus seres queridos.

James deseó poder hacer algo, lo que fuera, por evitar que aquello se repitiera. Ya había vivido aquella historia en una ocasión y no le gustó el final.

El recuerdo de Aura aún escocía y probablemente lo haría por siempre.

Pero fue, dejándose llevar por aquel recuerdo, que James supo cómo actuar. Ya había vivido aquello, después de todo. Había aprendido a manejar una situación similar.

—¿Sabes lo que quieres hacer? —había preguntado Jason. Vega había tragado saliva.

—E-es lo último que queda de Cedric —terminó respondiendo, con voz rota—. Quiero... Quiero...

Y ellos comprendieron. Entre los allí presentes, mientras intercambiaban miradas, se estableció el silencioso juramento de que protegerían a Vega y su hijo o hija, del mismo modo que habían protegido a la propia Vega y a los otros niños años atrás.

—Ven aquí, anda —había musitado James, del mismo modo en que había hecho con su hermana.

Vega le había abrazado, dejando escapar algunas lágrimas. James había besado su cabeza y cerrado los ojos, tan solo un momento, haciéndose a la idea de lo que les esperaba.

«Ojalá estuvieras aquí, Ra.»

Y Aura Potter suspiró a su vez y contempló con ojos tristes a su hermano y su hija, a su esposo, a sus amigos, deseando más que nunca poder hablar con ellos una última vez.

Sabiendo que tendría que marcharse antes de ser vista por aquella que cargaba con el legado de Morrigan a sus espaldas.

—Oh, estrellita —musitó, con dolor—. Cuánto siento no poder estar contigo.

Pero sabía que estaba en buenas manos. Se secó las lágrimas y sonrió entre ellas a James, que se había hecho atrás y permitía que Sirius abrazara a su hija.

Con aquella imagen, Aura Potter regresó al lugar donde pertenecía.




















qué llevo un mes sin actualizar? sí

que llevo intentando escribir este extra desde agosto? sí

que la última parte no estaba planeada? sí

que estoy conforme con el resultado? sí

que espero publicar pronto el nuevo cap? también

eso es todo jsjs, besitos <3

ale.

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