xl. christmas must be something more

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xl.
la navidad debe ser algo más








—Feliz Navidad. Aunque es algo infeliz por aquí. No sé en tu caso.

Brigid no se sorprendió del todo al ver a Cassiopeia en su dormitorio.

—Hacía un tiempo que no te veía —comentó distraídamente—. Casi comenzaba a pensar que te había soñado o algo por el estilo.

Cassiopeia se encogió de hombros.

—No sé por qué, me cuesta mucho más comunicarme contigo que con Atlas. Es molesto, la verdad. Siento que no debería olvidarme de ti. Aunque pareces estar bien con este universo.

Brigid se encogió de hombros.

—¿Siendo sincera? No he pensado ni una vez en que ha cambiado —admitió—. No lo sé. Se siente... natural. O igual soy yo que estoy tan rara que no me parece raro nada más. No lo sé.

Cassiopeia le dirigió una larga mirada.

—¿Ha pasado algo?

Brigid suspiró y se restregó los ojos con el dorso de la mano.

—Lo siento. Han sido días difíciles.

Los Weasley, Prim y Hermione llegando a pasar las Navidades en la casa. Las visitas de los miembros de la Orden. Carla Valverde y Linette Carrow apareciendo de la nada. El embarazo de Vega. Anthea. Harry ignorándola a cada segundo.

No estaban siendo las mejores Navidades. Mucho menos, sin Cedric allí.

En aquel momento, solo ella, Sirius, James y Ariadne estaban en la casa. Todos se habían ido a visitar a Jason a San Mungo. Brigid se había quedado con la esperanza de poder dormir lo que no estaba durmiendo por las noches.

Faltaba decir que había fracasado estrepitosamente en ello. El sueño, simplemente, huía de ella.

—¿Tienes algo que decirme o solo quieres charlar? —quiso saber Brigid—. No va a malas, es curiosidad.

—No lo sé —admitió Cassiopeia, paseándose por la habitación—. Es solo que siento que tengo que seguir viniendo, aunque no sepamos aún nada sobre el multiverso ni qué pasó exactamente. —Le contempló en silencio—. Atlas dice que tú eres importante. Te llama Persephone. No sé más y, si él sabe más, no me lo quiere decir.

—Me gustaría conocer a Atlas —masculló Brigid—. Parece un tipo interesante.

—Créeme, lo es, aunque está bastante amargado últimamente —admitió Cassiopeia, yendo a sentarse junto a Brigid—. Su universo se ha ido a la mierda, o por lo menos su vida en él. La mía sigue bastante igual, para ser sincera. Eh, ¿tú crees que puedes tocarme?

—¿Qué clase de pregunta es esa? —exclamó Brigid, totalmente sorprendida.

—Venga, inténtalo —propuso Cassiopeia, extendiendo la mano—. Estoy aburrida. Quiero probar esto.

Brigid, vacilante, alargó el brazo y unió su mano con la de Cassiopeia. En lugar de atravesarla, como hubiera esperado, rozó su piel como la de cualquier otra persona. La rubia soltó un silbido.

—Vaya, esto es nuevo, ¿qué...?

El resplandor cegó a Brigid. Fue solo un instante. Una visión de milésimas de segundo, pero que se le quedó grabada a fuego en la retina: tres tronos en una sala circular, con una mesa redonda en el centro. Dibujos de constelaciones estaban grabados en las paredes y en los propios tronos. Una luz azul flotaba en medio de la mesa.

Cassiopeia se apartó de golpe y ambas se miraron, demasiado sorprendidas como para decir nada. La rubia abrió la boca para hablar y volvió a cerrarla, aún con los ojos muy abiertos. Brigid se puso en pie, sin saber muy bien qué hacer.

—¿Q-qué era eso? —terminó diciendo, con voz temblorosa.

—No lo sé —admitió Cassiopeia—. Espero que algo bueno, porque... ¡Ay!

Fue cuestión de parpadear: de un segundo a otro, de la chica no quedaba ni rastro. Brigid chasqueó la lengua, molesta. Otra vez no.

Como siempre, las visitas de Cassiopeia solo la dejaban más confundida de lo que ya estaba antes de ella. Brigid ya ni siquiera pensaba en que hubieran roto el multiverso o algo similar.

Su universo estaba casi igual. Brigid ni siquiera se había parado a pensar en que, antes, había sido de otro modo. Como le había dicho a Cassiopeia, lo sentía natural. Solo había sentido desconfianza de Harry en un inicio, antes de comprobar que él seguía siendo exactamente el mismo que antes.

—¿Se puede?

Brigid había olvidado que había dejado la puerta abierta. Si alguien hubiera pasado y la hubiera visto hablando sola...

Aunque, siendo sincera, la que menos le importaba que le viera hablando sola era Ariadne.

—Adelante —invitó, preguntándose a qué venía aquella visita.

La mujer entró, dirigiéndole una sonrisa. Brigid se preguntó a qué venía aquello.

—¿Cómo estás, Brigid? —fue lo primero que le preguntó la madre de Harry.

Brigid abrió la boca para decir el bien que siempre daba a aquella pregunta y se sorprendió cuando la palabra se le quedó atascada en la garganta.

—Yo... —Brigid dudó. Los brillantes ojos azules de Ariadne, que Harry tenía iguales, parecían leer a través de ella—. Sinceramente, no lo sé.

—Lo imaginaba —asintió Ariadne—. ¿Puedo pasar?

Brigid hizo un gesto hacia la cama y la mujer avanzó hasta sentarse en ella, junto a Brigid. Le observó, pensativa.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —quiso saber.

Brigid asintió.

—¿Sentiste la vida de Jason en peligro?

La expresión de Ariadne parecía decir que sabía mucho más de lo que aparentaba. Brigid abrió la boca para responder, pero no sabía qué palabras emplear. ¿Cómo explicar aquel sueño extraño, que había terminado siendo verdad? ¿Cómo hablar de la balanza que había representado el equilibrio entre Vida y Muerte? ¿Cómo decirle que ella la había manipulado y que, probablemente, había salvado a Jason, pero sentía que había sido un error?

Asintió de nuevo.

—Gwen podía hacer lo mismo, ¿verdad? —Fue el turno de Brigid de preguntar.

Ariadne asintió con la cabeza.

—Es extraño que tú tengas el ubi sunt. Los dones, así como las maldiciones, suelen pasarse de madres a hijos, ¿sabes? Hay excepciones, pero... —Se encogió de hombros—. Harry tiene el delectare et prodesse por mí. Sus ilusiones son por mí. Del mismo modo en que yo obtuve mi otro don por mi madre.

Estaba claro que Ariadne sabía la verdad. Lo había insinuado claramente. Solo quedaba la confirmación de Brigid.

Se dio cuenta de que no le importaba decírselo a Ariadne. Cada vez le importaba menos guardar el secreto, siendo sincera. Sirius, Harry y Vega se lo habían tomado bien. No había cambiado mucho. Puede que tampoco cambiara cuando todos lo supieran.

—Lo sé —murmuró Brigid—. Gwen es mi madre y Regulus Black es mi padre. Supongo que es algo que ya sabías.

—Desde el momento en que te vi en el bosque lo sospeché —admitió Ariadne, con una chispa de algo que Brigid no pudo identificar apareciendo en su mirada—. Aunque no tenía claro lo de Regulus. Lo que aún no entiendo es cómo nunca supe de tu existencia. Gwen siempre fue mi confidente; creí que yo siempre sería la suya. Pero es cierto que la guerra nos alejó mucho cuando nos graduamos. Tomamos caminos diferentes.

—¿Ella era mortífaga? —se horrorizó Brigid; se tranquilizó un poco al ver a Ariadne negar con la cabeza.

—Gwen no participó directamente en la guerra, pero te aseguro que no era mortífaga.

—Mi padre sí lo fue —masculló Brigid, agachando la cabeza—. Sirius me lo dijo.

—No conocía a Regulus —admitió Ariadne, haciendo una mueca—. Pero es cierto que muchos en la familia Black se acercaron al lado de Voldemort. No todos, como Sirius y Andromeda, pero es cierto que en esta familia se inculcaban los mismos pensamientos que en otras de sangre limpia, como los Malfoy. Conoces a su hijo, ¿no? Dicen que los Black eran incluso peores.

—Pero Sirius pudo salir de esos ideales —masculló Brigid—. Y Andromeda. Mi padre no lo hizo. Fue mortífago y terminó muriendo por ello. Es...

—La guerra tiene muchas historias mal contadas, Brigid —respondió Ariadne—. No puedo hablar por Regulus, porque no sé cómo era, pero sí sé que muchos de los que luchamos, ya fuera de un bando u otro, no éramos más que niños. Aquella fue de las mayores atrocidades de la guerra. Luché más veces de las que puedo contar contra personas con las que solo dos años antes había compartido clase de Encantamientos o Pociones. Aún no me cabe en la cabeza que eso se permitiera. —Miró con pesar a Brigid—. Y, por lo que sé, puede que se repita. Hacéis bien en prepararos con el ED, pero me gustaría que no hiciera falta. No quiero que la historia se repita.

—Me aterra la guerra —admitió Brigid, en voz baja—. Me aterra perder a alguien. Me aterra la idea de tener que pelear por mi vida. Me aterra la idea de matar a alguien. Pero... sé que tengo que luchar. Si volviera a haber una guerra abierta, pienso luchar.

—Lo sé —asintió Ariadne—. Yo también me sentía así. Sigo sintiéndome así. Pero sé que, cuanto más ganas, más cosas puedes perder en la guerra. Lo supe cuando James y yo empezamos a salir, lo supe cuando Harry nació. Ellos dos son lo más importante que tengo y pensé que me los iban a quitar para siempre. —Ariadne bajó la mirada—. También perdí demasiados amigos. Se fueron demasiadas vidas, Brigid. Sé el sentimiento que se tiene con respecto a la guerra, el de querer luchar, pero a veces se hacen mayores sacrificios de lo que una puede creer.

—Perdí a mi hermano —dijo Brigid, con voz temblorosa—. Ya no tengo casa, he descubierto que a quienes llamé padres toda mi vida no son realmente mis padres, tengo un don raro que me deja ver, hablar e invocar muertos... Desde el primer momento, esta guerra ha empezado quitándome cosas. Quiero luchar.

Ariadne sonrió.

—Me recuerdas un poco a mí —admitió, pillando totalmente por sorpresa a Brigid—. Es decir, yo no era en absoluto como tú de personalidad. Era alocada e irresponsable, cometí cientos de miles de errores. Pero sí recuerdo el resentimiento que le tenía a la guerra. Mis ganas de pelear, que no se apagaban por mucho que otros me lo dijeran. Sé que eres fuerte, Brigid, pero tan solo tienes quince años. Aprendí de mala manera cómo puede ser la guerra. Peor incluso de lo que crees. Solo espero que tú no pases por lo mismo.

Brigid asintió lentamente.

—Quiero estar preparada.

—Lo estarás —afirmó Ariadne—. Porque siempre se puede encontrar la fuerza dentro de una. Solo me duele saber que habrá otra guerra con niños soldados.

Brigid levantó la cabeza y vio a Selena, que las observaba en silencio a ambas. Había avanzado hasta Ariadne y permanecía muy cerca de ella, mirándola con la tristeza marcada en el rostro.

—En fin —terminó diciendo Ariadne. Observó en silencio la pila de paquetes que Brigid tenía a los pies de la cama—. ¿No los vas a abrir?

Brigid agachó la cabeza, casi avergonzada.

—No hay ninguno de mis pa... Amos y Charlotte. Supongo que era una estupidez esperar uno, pero...

—Pero es inevitable desear que aparezca uno —concluyó Ariadne, con comprensión. Una sombra había cruzado su rostro—. Siento no poder hacer nada por eso, Brigid.

—No tiene importancia —masculló ésta—. No los hubiera abierto ni aunque hubiera habido uno suyo, creo. Es que... No me apetece celebrar la Navidad sin mi hermano.

Se restregó los ojos tan pronto sintió el picor de las lágrimas. No pensaba llorar. Estaba cansada de hacerlo.

—Gracias por el regalo, de todos modos —continuó, tratando de mantener la voz firme y sin mirar a Ariadne—. No lo he abierto, pero... Gracias.

Le había sorprendido mucho recibir un regalo de James y Ariadne.

—No es nada. Y no te preocupes por no estar preparada para celebrar la Navidad, Brigid. Nadie te culparía por ello. —Le puso la mano en el hombro. Brigid asintió, deseando dejar a un lado el tema. Ariadne, que debió comprender aquello, echó un vistazo a su alrededor, antes de añadir, en voz baja—: Espero que los chicos no tarden mucho. Vega quería ir con ellos y no dije nada, pero admito que estoy preocupada por ella.

Un simple intercambio de miradas bastó para que Brigid supiera que Ariadne sabía del embarazo de Vega. También de que Brigid estaba al corriente de él.

—¿Te lo dijo, entonces? —preguntó Brigid, recibiendo un asentimiento por parte de Ariadne—. Yo también estoy preocupada. Pero no sé qué hacer para ayudar. Tú sí que puedes hacer algo.

La mujer sonrió.

—No te subestimes, Brigid. Tú puedes ser incluso de más ayuda que yo.

Brigid dejó escapar una risa sarcástica.

—Sí, seguro.

Ariadne se encogió de hombros.

—Créeme, ayudaste a Vega mucho más de lo que imaginas. Ella me lo dijo.

—No estoy segura de ello —admitió Brigid.

—Yo sí. —La sonrisa de Ariadne inspiraba confianza—. Y, antes de que lo olvide, hay algo que creo que debes tener.

De su bolsillo sacó un vial de poción. El líquido era casi transparente, como el agua, pero había algo extraño en él. Brigid lo percibía solo con mirarlo.

—Esta poción —empezó Ariadne—. La creó Aura para proteger a Sirius del don de Maya. Oculos sicarii.

—Los dones tienen nombres muy extraños —opinó Brigid, en voz baja.

Ariadne medio sonrió.

—Lo sé. El origen de muchos de los dones es desconocido y se remonta a la Edad Media o incluso antes. Mi maldición de equilibrio proviene de la Antigua Grecia.

—¿Maldición de equilibrio? —repitió Brigid, sin entender.

—Cada mago que cuenta con un don o maldición, trae consigo una maldición o don de equilibrio —explicó la mujer—. Se asentó así hace siglos. Incluso llegaron a crearse nuevos dones o maldiciones para equilibrar otras. La magia es frágil, Brigid. Si la balanza de poder se inclinara mucho a un lado, podría suceder una catástrofe.

—¿Todos los magos y brujas tiene un don o maldición? —quiso saber Brigid, a quien todo aquello solo le estaba confundiendo, pero que sabía que necesitaba respuestas.

—Son bastante extrañas, siendo sincera. Muchas pierden fuerza con el paso de las generaciones y desaparecen. Solo los descendientes de los linajes más poderosos las conservan en la actualidad.

—Pero mi madre tenía mi don —dijo Brigid, frunciendo el ceño—. Y los Diggory no son una familia poderosa. Apenas es conocida.

—Tu abuela materna sí tenía un linaje poderoso, Brigid —aclaró Ariadne—. Un linaje que Amos no posee porque él no era su hijo. Gwen y él solo compartían padre.

Brigid asintió lentamente. Ariadne negó con la cabeza, sonriendo levemente.

—Y esto solo iba porque quería explicarte lo del don de los Carrow. Es uno de los más recientes: apareció porque Phineas Nigellus Black hizo un trato con Amaya Carrow, la original, para devolver a la vida de su primogénito, Sirius II, que había nacido sin vida. Carrow practicaba la necromancia, una rama de la magia prohibida. No era excesivamente buena y no tenía ni de lejos el don que tú posees, pero bastó para devolver a la vida al niño.

»Pero Carrow no quería hacer un simple favor a los Black. Su familia no era poderosa, apenas tenía dinero y les repudiaban en la alta sociedad mágica. De modo que, antes de devolver a la vida a Sirius II, encadenó la de éste a la suya, creando así el don que solo unos pocos Carrow han poseído desde entonces.

»Este don les ha permitido mantener el control sobre los cabezas de la familia Black, la más poderosa de la sociedad mágica hasta hace un par de décadas. Ya solo quedan tres personas que usen el apellido Black y son todas consideradas traidores. Maya ya no usa su don para ganar poder, lo usa para cobrar venganza. Eso nos dio bastantes problemas en la guerra, con Sirius. Al menos, hasta que Aura creó esto.

Brigid examinó el vial de poción con ojo atento. No parecía convencida de que aquello fuera a funcionar.

—¿De verdad esto evitará que Maya me controle? —preguntó, en voz baja—. Cuando ella ha intentado controlarme, no he podido ofrecer ninguna resistencia. Ni siquiera puedo pensar en ese momento, soy solo...

—Una marioneta —asintió Ariadne, en voz baja—. Lo sé. Sirius nos ha hablado alguna vez de ello. Pero, créeme, esto funciona. Remus y Jason fueron a recuperarlo de la antigua casa de Aura. No queríamos que fueran ellos, porque sabemos que no es fácil. Pero es cierto que nadie, a excepción de James, Sirius y yo misma, conocía la casa tan bien como ellos. —Ariadne agachó la cabeza—. Todos aún seguimos sanando heridas y esa es una que hizo mucho daño. Como Selena, como Lily, como Marlene y Dorcas, como Gwen y muchos más. Si lo que pasó se repitiera... Solo espero que nunca tengáis que enfrentaros a ello.

—¿Cómo murió mi madre? —preguntó Brigid, en voz baja.

Ariadne apretó los labios.

—Murió al dar a luz, por lo que sé. Es posible que fuera consumida por su propio don; no es algo raro entre quienes poseen el ubi sunt.

Brigid tardó un momento en comprender que eso era algo que podía sucederle a ella. Morir consumida por su propio don, por su propia magia. Había leído en una ocasión sobre aquello.

Cuando todo lo que vuelve a un mago o bruja lo que es se vuelve contra él mismo y comienza a destruirlo desde dentro...

—Entonces, ¿murió cuando yo nací? —preguntó Brigid, con un hilo de voz—. ¿Podría eso ser mi...?

La palabra culpa pareció resonar en el silencio que siguió. Ariadne vaciló.

—No...

Alguien golpeó la puerta entreabierta y Brigid se puso de pie con brusquedad al ver a Harry en el umbral. Ariadne ocultó una sonrisa y se levantó de manera más calmada.

—¿Habéis vuelto todos juntos? —le preguntó a su hijo. Harry asintió—. Iré a ver a las chicas, entonces. ¿Jason estaba bien?

—Recuperándose —se limitó a decir Harry.

Su madre suspiró, aliviada.

—Es lo mejor que podemos esperar, teniendo en cuenta cómo fue todo. ¿Querías algo?

—Molly me ha pedido que te avise para que bajes —explicó Harry—. Te está esperando.

Brigid había esperado que Harry hubiera ido allí a hablar con ella. Comprendía en ese momento por qué ni siquiera le dirigía una mirada: continuaba ignorándola.

Ariadne también pareció ligeramente confundida por la respuesta de su hijo.

—Será mejor que vaya, entonces —comentó, saliendo con tranquilidad de la habitación—. Hasta luego, Brigid.

—Adiós y gracias —susurró ella.

La puerta se cerró sin que Harry le hubiera dirigido una sola mirada. Brigid volvió a dejarse caer sobre la cama y observó los regalos que descansaban a los pies de ésta.

Se puso en pie tras un momento y salió de la habitación, enfadada. Por un momento, pensó en ir en busca de Harry. La aparición de Ron le hizo cambiar de idea.

—Hola, Bree —saludó él, algo sorprendido—. ¿Pasa algo?

Brigid dudó y terminó negando con la cabeza.

—¿Qué tal en San Mungo? ¿Estaba Jason bien? —preguntó, por cambiar de tema.

—Se lo tomaba con bastante humor, siendo sincero —admitió Ron—. Hermione, Prim y yo solo entramos un momento, pero creo que estaba bien. Los sanadores dicen que se recuperará. Ah, feliz Navidad, por cierto. —Una sonrisa apareció en su rostro—. Gracias por el regalo.

Había sido difícil encontrar regalos para otros. Brigid apenas tenía dinero, más del que había guardado ahorrado desde que era pequeña. Pero había hecho lo imposible por conseguir algo para los demás, aunque fueran pequeños detalles.

—No ha sido nada, Ron. Gracias por el tuyo.

Ni siquiera lo había abierto, pero no quería decirle aquello. Ron se veía demasiado feliz como para confesárselo.

La sonrisa de Ron decayó.

—¿Seguro que estás bien, Bree?

—Sí, yo... —Brigid se odió al notar que su voz temblaba. Frustrada, apartó los ojos de Ron—. Por Merlín, ¿podéis dejar todos de preguntarme si estoy bien? Es estresante.

Sonó tan cortante que él incluso retrocedió un paso.

—P-perdón —murmuró Ron, avergonzado—. Solo quería saber si podía ayudar en algo.

Pero Brigid ignoró totalmente las buenas intenciones del chico. Estaba hecha un lío por dentro. Estaba triste, estaba furiosa, estaba confundida. Estaba aguantando demasiada carga.

Tenía que desahogarse de algún modo y Ron había elegido el peor momento para aparecer.

—No lo sé —dijo Brigid, casi burlona—, ¿puedes hacer que Harry me explique qué mierda le pasa? ¿Puedes hacer que los idiotas de mis padres me escriban? Mejor aún, ¿puedes hacer que mi hermano no esté muerto? ¿No? Entonces no, Ron, no puedes ayudar en nada.

La expresión herida del pelirrojo lo decía todo. Ron dio otro paso hacia atrás, sin dar crédito a lo que ella acababa de decir. Lo veía en su rostro: le había hecho daño. Y Brigid casi sintió satisfacción al notar aquello, porque eso significaba que ella ya no era la única sufriendo.

Aquel pensamiento le asustó. ¿Qué estaba haciendo? Ella no era así. Ella no hacía daño a otros por diversión, nunca había disfrutado de ello. Miró a Ron, dispuesta a disculparse tanto como fuera necesario. Acto seguido, rompió en llanto, lo que solo empeoró la concepción que tenía de sí misma en el momento.

—Por Merlín, Ron, lo siento mucho —dijo, sin atreverse a mirarle—. N-no te merecías eso, solo estoy enfadada y frustrada y...

Se sorprendió cuando él la abrazó. Con cierta ironía y sobretodo frustración hacia sí misma, advirtió que era la segunda vez que tenía que ser consolada en menos de ¿diez minutos?

No había llorado con Ariadne, pero definitivamente lo había hecho con Ron. Brigid aún no entendía que era lo que le había llevado a hablarle de aquel modo, pero eso no quitaba que se sintiera horrible por ello.

—Lo siento, lo siento —repitió, en voz baja.

—No pasa nada, Bree —susurró él, aún abrazándola.

Pero sí que pasaba. El problema era que ella no tenía ni idea de qué era, pero estaba claro que había algo mal con ella.

—Lo siento —repitió ella.

—Eso ya lo has dicho. —Ron sonrió levemente—. No es nada, Bree. No estoy enfadado. Todos estamos mal últimamente. Y tú...

—Pero no quiero ir descargando mi mal humor en otros —masculló Brigid—. Yo no soy así, yo no...

—Todos tenemos malas rachas —le cortó Ron—. No te comas la cabeza, Brigid. Has pedido perdón y yo te perdono. Ya está.

Brigid dejó escapar un ruido que sonó a algo a medio camino entre una risa y un sollozo.

—Soy estúpida.

—No, no lo eres —protestó Ron—. Venga ya, Bree, eres más inteligente que yo con seguridad. Eres buena persona, y todas las buenas personas pueden permitirse un momento malo, ¿vale? No te preocupes más por eso.

Sirius y James apareciendo en lo alto de las escaleras cantando Hacia Belén va un hipogrifo a pleno pulmón los pilló totalmente desprevenidos.

—¡Ah, per...! Vaya, y yo qué pensaba que era con Harry con quien iba a estar. Qué decepción.

Brigid se giró a ver a Sirius, quien había hablado. James le dio un codazo a su amigo, divertido.

—¿Quién de los dos iba a estar con Harry? —preguntó—. Porque veo gran futuro a ambas relaciones.

Brigid, aún con las mejillas húmedas, se echó a reír con fuerza. Ron la imitó a los pocos segundos. Si Harry me hablara..., pensó irónicamente Brigid.

—No, nada de eso —protestó Sirius, y señaló a Ron—. Él tiene que estar con el chico Nott. ¿No has visto cómo se miran? Eso es amor.

—Se han mirado un total de dos veces, Canuto —protestó James—. No es amor.

Las orejas de Ron se habían puesto rojas. Brigid rio de nuevo.

—En fin, feliz Navidad —terminó diciendo Sirius, haciendo un gesto despectivo hacia James. Su mirada fue a Brigid—. ¿Te ha dado Ari la poción? Pensaba dártela yo, pero creí que era mejor que fuera ella. Siempre parece saberlo todo.

Brigid dio un simple asentimiento de cabeza.

—No sabes lo bien que hace —afirmó Sirius—. Créeme, lo agradecerás. La primera vez que la tomé... Me da miedo el pensar qué hubiera pasado de no haberla tenido.

Sacudió la cabeza. James había esbozado una mueca casi imperceptible. Ron parecía totalmente confundido, pero decidió que no era el momento de preguntar. Brigid supuso que porque se sentía intimidado por la presencia de los dos adultos.

—Gracias, Sirius —dijo simplemente ella.

—Es más útil de lo que piensas. —La voz de Anthea la sorprendió y casi asustó. Brigid trató de mantener la calma y fingir no notar su presencia, para que los otros tres no la miraran como si estuviera loca—. Aura hizo un gran trabajo con ella.

—No es nada —respondió, ajeno a la presencia de Anthea, su tío.

Su tío. A Brigid aún se le hacía raro pensar en Sirius de ese modo. Pensar en ella de ese modo. Como una Black. Sonaba demasiado disparatado en su cabeza. Como si solo fuera un sueño. No tenía claro si bueno o malo.

Aquella no se suponía que era su vida. Ella era simplemente Brigid Diggory. Le había gustado ser normal, incluso invisible. Pero todo había cambiado radicalmente en el último año.

Pensar en ello le trajo una horrible sensación de asfixia.

Masculló una excusa y regresó a su cuarto sin mirar a ninguno de los otros a la cara. Necesitaba estar sola. O puede que simplemente no quisiera estar cerca de otras personas. No lo tenía claro.

Lo primero que vio al entrar en su dormitorio fue la pila de regalos sin abrir y eso le hizo tener ganas de golpear algo.

—Vaya mierda de Navidad —soltó, cruzando los brazos.

—Las ha habido peores —comentó una voz a su izquierda.

Brigid le dirigió una simple mirada a Anthea, antes de volver a agachar la cabeza. Alguien llamó con los nudillos a la puerta entreabierta y Brigid se giró, encontrándose cara a cara con Sirius.

Carraspeó, levemente incómoda, cayendo en la cuenta de que no había hablado a solas con él desde que se enteró de la verdad de sus orígenes. Le saludó con un asentimiento de cabeza y al instante se arrepintió, considerando aquello una estupidez.

A Sirius, sin embargo, no pareció importarle.

—Solo pasaba a ver que estuviera todo bien —dijo, echando un vistazo al dormitorio—. Llevo queriendo hablar contigo desde que llegasteis.

Brigid le hizo un gesto para que pasara. Sirius cerró la puerta a su espalda y recorrió, de nuevo, la habitación con la mirada.

—Hacía casi veinte años que no entraba aquí —admitió—. Es raro.

—¿Mucho de Slytherin para tu gusto? —preguntó ella, en voz baja—. A Harry y Nova les gusta bastante, a mí me falta algo de amarillo.

—Yo opino que así está bastante bien —escuchó decir a sus espaldas a Anthea.

—No sé —comentó Sirius, ajeno al comentario de la mujer—. Regulus y yo siempre fuimos muy diferentes.

—Bueno, teniendo en cuenta que era un mortífago... —murmuró Brigid amargamente.

Sirius inspiró profundamente.

—Hay muchas acciones de mi hermano que nunca podré justificar, Brigid —admitió, en voz baja—. Esa es, sin duda, la primera de ellas. Pero sí recuerdo bien al chico que fue antes de que yo me fuera y me niego a creer que él desapareció del todo. Tengo muy claro que él amaba de verdad a Gwen. Y sé que a ti te hubiera amado más que a nada, porque es así como me siento yo con respecto a Vega y Altair. Porque sé cómo amaba él. —Le dirigió una larga mirada a Brigid—. Puede que nos parezcamos más de lo que pensé en su momento. No lo sé. Veo mucho de él en Vega y también lo veo en ti. Lo mejor de él.

»No voy a pretender saber qué pasó con Regulus después de que yo me marchara, pero sí sé con total seguridad que Gwen tuvo que conocer lo mejor de él también. —Una sonrisa cargada de melancolía se había ido formando lentamente en su rostro—. Porque ella siempre encontraba lo bueno de cada persona y lo hacía salir a la luz. Apuesto a que eso hizo con Reg. Así era Gwen.

»Con todo esto, solo quería decirte que... Sé lo que es estar en una casa donde te sientes acogido y a la vez totalmente solo, como un extraño. Los motivos por los que yo me fui de aquí con James no son los mismos que los tuyos, pero ambos nos fuimos al fin y al cabo. —Sirius la miró directamente, esta vez con expresión seria—. Tienes familia que se preocupa por ti, Brigid. Tienes a Altair y a Vega, y me tienes a mí si en algún momento lo necesitaras. No tengas miedo de pedir ayuda si lo necesitas, Brigid. Solo quiero que lo sepas. No estás ni vas a estar sola.

Brigid sentía un nudo en la garganta. Asintió repetidas veces con la cabeza, sintiéndose incapaz de hablar. Sirius esbozó una pequeña sonrisa.

—Creo que eso es todo. En fin, feliz Navidad.

Brigid volvió a asentir, siendo consciente de que podría romper en llanto. No estás ni vas a estar sola. No podría haber escogido unas palabras que llegaran mejor a Brigid.

Todo lo que Sirius había dicho, en general. Sobre sus padres. Sobre su familia, sobre Sirius, Vega y Nova. No estás ni vas a estar sola.

—Gr-gracias, Sirius —acertó a decir, sin atreverse a levantar la mirada.

—No hay de qué —fue la respuesta del hombre—. James está esperándome, pero si en algún momento necesitas algo, sabes donde encontrarme. Feliz Navidad, Brigid.

Salió de la habitación dejando la puerta cerrada y Brigid se dejó caer sobre la cama. Tragó saliva y trató de no echarse a llorar, porque realmente lo que le había dicho Sirius no era algo que mereciera llorar: debía darle consuelo.

No estás ni vas a estar sola.

Brigid no había tenido la sensación de que estaba donde debía estar desde que llegó a Grimmauld Place. No hasta ese momento.

Un movimiento a su izquierda la distrajo de aquellos pensamientos. Miró en dirección al fantasma que la observaba de manera expectante.

—¿Quieres algo, Thea?

—Enseñarte —respondió ésta con tranquilidad—. La frustración que sientes ahora mismo es lo que me ha atraído aquí. Me has llamado de forma involuntaria, de la misma forma en la que podrías atraer a cientos de espíritus al mismo tiempo. Créeme, no es algo que quieras.

—Yo no veo a ningún espíritu —gruñó Brigid. Lo último que tenía en la cabeza en aquel momento era aprender sobre sus poderes—. No será para tanto.

—No ves porque te niegas a mirar —replicó Anthea—. Estás ciega ante nuestro mundo y, créeme, es lo mejor por el momento, pero ¿cuánto crees que durará esto, sobretodo si sigues sin aprender a controlar tu don? Puedes poner en peligro a otros. —Le dirigió una larga mirada—. Puedes poner en peligro a Vega y, como su guardiana, es mi deber protegerla. No puedo dejar que arriesgues vidas, Brigid, mucho menos la suya.

Brigid vaciló. Recorrió la habitación, aparentemente desierta, preguntándose si realmente allí había muertos que no podía ver. Aquel pensamiento no era tranquilizador.

—El mal humor de estos días es un efecto secundario de lo que ha ocurrido —continuó Anthea—. Sentiste la muerte de Jason. Intercediste en ella. Estuviste a punto de cruzar un límite, Brigid. Eres mucho más poderosa de lo que crees, y por ello podrías terminar haciendo mucho más daño del que eres capaz de imaginar.

Sentía la familiar sensación de ahogo que aparecía cada vez que hacía uso de su don. Se giró hacia Anthea.

—No tengo mucho que hacer estas Navidades —admitió—. ¿Me ayudarás?

La fantasma sonrió y le dirigió una leve reverencia.

—Será un placer, lady Morrigan.

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