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En los días siguientes a Halloween, el principal tema —y único, en realidad— de conversación de todos los alumnos fue Sirius Black.

Algo que irritaba especialmente a Harry.

Después del año anterior, durante el cual la que la mayor parte del colegio le tomó por el heredero de Salazar Slytherin y se dedicaron a murmurar sobre él y apartarse de su camino, temiendo ser petrificados, había esperado que le dieran un respiro.

Y lo había tenido, si olvidaba el desmayo a principio de curso, pero ahora Vega y Nova eran el blanco de los rumores.

Lo que era incluso peor.

Ninguna le daba demasiada importancia, pero Harry estaba completamente seguro de que, tras esa capa de indiferencia, a Vega le estaban afectando los absurdos cuentos que muchos contaban, afirmando que ella era cómplice de su padre.

¡Si incluso Snape la había acusado de ayudarlo frente a Dumbledore y Percy Weasley en el Gran Comedor, en Halloween!

Harry había escuchado la conversación aún sabiendo que no debería hacerlo. Había tratado de hacerse el dormido mientras el director hablaba con Snape, Percy y la propia Vega, pero le había costado continuar tranquilo e inmóvil al escuchar al profesor de Pociones decir que Black podría haber tenido ayuda del interior.

Quedó claro que se refería a Vega o, en todo caso, a Remus, lo que indignaba a Harry. Pero, como le había dicho su tío Jason, Snape era un viejo amargado y lo único que podían hacer era ignorarlo y esperar a que le despidieran, abandonara el colegio o muriera.

A veces, daba la sensación de que lo que más quería Jason era lo último.

Pero Harry no podía considerarse especialmente paciente y la perspectiva de tener que soportar durante varios años más al maestro de Pociones no le entusiasmaba.

—¿Cómo llevas los entrenamientos?

Harry hizo una mueca al pensar en eso. Tampoco era algo que le entusiasmara especialmente.

—Solo llueve y llueve y llueve —dijo, molesto—. Aunque es una suerte que no haya habido aún tormenta.

Nova no notó la mueca de desagrado que apareció en su cara al decir eso, pues estaba ocupada mirando por la ventana, aunque Susan sí que la vio.

—No te preocupes, Harry, el tiempo mejorará —aseguró—. Dudo que para el partido siga haciendo tan malo.

Harry sonrió y le revolvió el pelo a Susan.

—Siempre tan positiva, la pequeña Sue —dijo, empleando un cariñoso tono burlón—. Probablemente, solo por decir eso, mañana caiga el diluvio universal.

Nova le miró fijamente, esbozando una sonrisa maliciosa.

—Ojalá pudiera animarte, primo. Pero ya sabes que Slytherin os pateará el trasero. Si no es este año, con el idiota de Malfoy, será el que viene conmigo de jugadora. Os aplastaremos.

—Es encantador ver cuánto me apoya mi prima —replicó Harry, sarcástico—. Aunque has sido incluso más positiva que Sue. No vais a ganar porque Gryffindor quedará primero.

—¿Ya estáis otra vez discutiendo?

Remus había vuelto, con una tetera en las manos y varias tazas flotando tras él gracias a un sencillo hechizo.

—No discutimos, solo conversamos —respondió Nova, sentándose junto a Susan—. Sue es testigo.

—¿Por qué siempre me metéis en vuestras discusiones? —protestó la pelirroja.

—No creo que puedan evitar hacerlo —le dijo Remus, en tono cómplice—. ¿Azúcar, Susan?

El hombre les sirvió té a cada uno y luego él mismo se preparó una taza. Quedaron dos vacías sobre la mesa, una para Vega y otra para Jessica, que aún no habían llegado.

—¿Sabéis sí vendrán? —preguntó Remus, en tono distraído.

—Dijeron que estarían aquí —comentó Harry, encogiéndose de hombros—. O eso entendí yo.

—¿Os gritasteis de un lado al otro del pasillo otra vez y terminasteis sin entenderos ninguno? —quiso saber Susan.

—Ajá.

—Entonces, no vendrán —concluyó Nova—. Una lástima, pero más comida para nosotros. ¿Queréis una galleta antes de que me las termine?

Harry decidió aceptar una, a pesar de que la mirada de Nova decía dejadme comerme todas mis galletas tranquila. Por supuesto, lo hizo solo con objetivo de molestarla.

—¿Eso es El Profeta? —preguntó de pronto Susan, frunciendo levemente el ceño.

Harry advirtió que lo era. Remus tenía el periódico extendido sobre el escritorio, aunque algo apartado. La foto de Sirius Black destacaba en la portada, como siempre desde hacía unos meses.

—Está claro que heredé su sonrisa —se burló Nova, echándole un breve vistazo a la primera plana y luego regresando a sus galletas.

Remus dejó escapar un ruido raro, algo similar a un bufido, una risa y un suspiro. Los tres le miraron, interrogantes.

—Es solo que tú tienes la sonrisa de tu madre, Nova —explicó Remus, tras un momento de vacilación—. Si una de las dos heredó la sonrisa de vuestro padre, esa fue Vega, sin duda.

Eso siempre decían todos. La mayoría tomaba a Vega como una copia de su padre en versión femenina, al menos físicamente, hasta que notaban el notable parecido que Harry, Nova y ella compartían.

Vega y Nova eran tanto Black como Potter, aunque muchos pasaban lo segundo por alto y se centraban únicamente en su apellido. Especialmente, la mayor era la que más comentarios sobre ello recibía.

Harry no sabía por qué, pero tenía la sensación de que la edad influía en eso, al menos en parte. Ya no podía decirse que Vega fuera una niña. Sus ojos, de un gris acero, gritaban Black donde quiera que mirase. Su sonrisa era idéntica a la del hombre en los carteles. Su postura mostraba altivez, aunque no fuera en absoluto la realidad.

Vega era como una Black debía ser, mientras Nova, aún más joven, tenía la dulzura de su madre en sus facciones y unos ojos avellana idénticos a los que el padre de Harry poseía. Era una Black, sí, y eso su actitud lo mostraba, pero se diluía con su sangre Potter.

Pero eso no pasaba con Vega.

—¿Dejarás de ir a clase pronto? —preguntó Susan a Remus, probablemente queriendo dejar a un lado el tema de Sirius Black.

Era una costumbre que todos habían adoptado en verano, sabiendo que no era especialmente agradable para ninguna de las dos hijas del fugitivo.

—Probablemente, mañana o pasado —confirmó Remus, con pesadez—. La luna llena siempre llega en el momento menos oportuno.

¿Y realmente hay un momento oportuno para convertirse en hombre lobo?, pensó Harry. Lo dudaba, pero tampoco iba a preguntárselo a Remus.

Alguien golpeó la puerta y el hombre respondió con un Adelante.

Harry creyó que serían Vega o Jessica —podían haber entendido sus gritos en el pasillo, después de todo—, pero se llevó una sorpresa al ver a una sonrojada Brigid Diggory en el umbral.

No le sorprendía que estuviera sonrojada, sino su presencia. A fin de cuentas, ella siempre tenía las mejillas rojas, y a Harry le divertía contribuir a darles ese tono desde que la conoció.

—Profesor Lupin —saludó la chica, en apenas un susurro. La presencia de Harry, Nova y Susan pareció incomodarla aún más—, la profesora Sprout me pidió que le diera esto...

Remus se levantó para recoger el pedazo de pergamino que ella le tendía, agradeciéndole con una sonrisa cálida.

—Gracias, Brigid —dijo el hombre, a lo que ella asintió lentamente—. ¿Quieres una taza de té?

—No, gracias —se apresuró a decir ella—. Yo... Mi hermano está esperándome.

No se le daba bien mentir, Harry lo notó. Miraba a la derecha o al suelo y no a los ojos de la otra persona al hacerlo.

Remus también debió notarlo, pero decidió pasarlo por alto.

—Saluda a Cedric de mi parte, entonces —respondió—. Y gracias por traerme esto.

Brigid asintió con la cabeza y salió rápidamente de la sala, tras dirigirles una leve sonrisa a Harry, Susan y Nova.

—Me cae bien, ¿sabéis? —comentó Nova, en cuanto la puerta se cerró.

Harry sonrió para sí mismo. Felicity había dicho algo parecido tan solo unos días antes.

—A mí también —respondió, tras beber un poco más de té—. Aunque no parece disfrutar demasiado de mi agradable compañía.

—En primer lugar, nadie disfruta realmente de tu compañía, solo fingimos tolerarte —dijo Susan, ganándose una mirada helada por parte de Harry, que se intensificó por lo claros que sus ojos estaban aquel día—. En segundo lugar, Diggory solo parece disfrutar de la compañía de su hermano.

—Ron me dijo que el otro día se lo pasaron bien en Hogsmeade —comentó Harry.

Susan pareció sorprendida.

—¿Estuvo con Ron?

—Y con Prim y Hermione.

—Eso es nuevo —admitió Susan.

Harry asintió.

—Me gustaría hablar con ella algún día —comentó Remus, pensativo—. Su boggart me preocupó. Pero parece que huye en cuanto la clase termina.

—Se ríe de mis bromas —comentó Nova, distraídamente—. Y de mis chistes malos.

—¿Y eso tiene algo que ver con el boggart? —preguntó Susan, divertida.

—Nada en absoluto.

—Eso imaginaba —comentó Remus, ocultando una sonrisa.

El ruido de las gotas al chocar contra los cristales de la ventana distrajo a Harry. Con resignación, comprobó que llovía de nuevo, aunque eso no impediría a Wood entrenar.

El partido era al día siguiente y el capitán de Gryffindor estaba decidido a ganarlo.

—Tengo entrenamiento ahora —comunicó, en un suspiro—. Wood planea que muramos ahogados antes del partido, me temo.

—¿Se puede morir ahogado montando en escoba? —preguntó Nova, sarcástica—. Vaya, no lo sabía.

—Una cosa nueva que has aprendido hoy, pequeña Altair —dijo su primo, burlón—. Después de todo, soy el mayor y mi deber es enseñarte nuevas cosas.

—No me llames Altair —protestó ella, haciendo un mueca.

—Oh, por Merlín, ya empiezan —suspiró Susan, con excesivo dramatismo—. Ahora, no pararán en horas.

—¿Crees que estamos a tiempo de huir? —preguntó Remus, medio en broma, medio en serio.

Harry alzó una ceja, claramente divertido. Nova y él intercambiaron una idéntica mirada perversa. Ambos podían empezar la discusión que desencadenara la Tercera Guerra Mundial y lo sabían.

Si no fuera porque Harry no deseaba una muerte prematura a manos de Oliver Wood por llegar tarde al entrenamiento, hubiera estado encantado de quedarse en el despacho de Remus. Pero tenía que marcharse, de modo que se despidió, resignado, y se preparó para enfrentarse a la lluvia y el viento.

Solo esperaba que no hubiera tormenta eléctrica.



























Brigid se llevó una buena sorpresa cuando Cedric le llamó en mitad del pasillo y le contó rápidamente que Gryffindor jugaría contra Hufflepuff y no contra Slytherin, como estaba previsto.

—Al parecer, Flint dice que su buscador sigue lesionado —explicó su hermano.

Brigid frunció el ceño al escuchar aquello.

—Malfoy es un mentiroso —dijo, desdeñosa—. Ya estará curado, pero no quiere jugar. Esto es para fastidiar a los de Gryffindor.

—Sí, Flint nos lo ha dado a entender a Wood y a mí —respondió Cedric, encogiéndose de hombros. No parecía especialmente contento y Brigid sabía por qué: Cedric siempre intentaba jugar limpio. Aquello debía parecerle algún tipo de trampa, y aunque él no la hubiera planeado, no le gustaba verse metido en ella—. Pero no podemos hacer otra cosa que jugar. Snape le respalda.

—No me negaría, no —admitió Brigid, haciendo una mueca—. Probablemente os envenenase o algo así. A saber qué hace tanto tiempo encerrado en las mazmorras.

Cedric negó con la cabeza, sonriendo al escuchar aquello.

—Nada bueno, probablemente. —Miró a su alrededor. Se habían detenido en mitad del pasillo, no muy lejos de la entrada a la sala común de Hufflepuff—. Iré a avisar al equipo. Aún no he podido decírselo. ¿Tú ibas a algún lado?

—A la biblioteca. Es imposible concentrarse en la sala común —explicó, casi con fastidio—. Demasiada gente. Demasiado ruido. No se puede hacer la tarea tranquilamente.

—No te quedes hasta muy tarde —recomendó Cedric—. E intenta no ir sola.

Brigid arqueó las cejas. Ella siempre iba sola. Cedric pareció comprenderlo y suspiró.

—Solo ten cuidado, ¿vale? Lo de Black me preocupa.

—A todos les preocupa, creo. Estaré bien —prometió Brigid—. Volveré antes de que anochezca.

La biblioteca estaba casi desierta cuando llegó. Unos alumnos de séptimo estudiaban en un rincón, dos de quinto parecían estar tratando de traducir runas y Hermione Granger escribía a la velocidad de la luz sobre un pergamino.

Brigid decidió sentarse lo más lejos posible de esta última, con quien no había hablado desde la visita a Hogsmeade. Para ser justa, no había hablado tampoco con Ron, Primrose ni Harry. Pero Hermione era la que más le intimidaba de ese grupo.

Parecía querer todo bajo control y estaba claro que Brigid no entraba dentro de su orden.

Ella intentó no pensar en Hermione y centrarse en su tarea. Tenía que hacer una redacción para Pociones que Snape había mandado para entregar el lunes. Si Brigid era sincera, la poción vigorizante no le interesaba en lo más mínimo, pero tenía que hacer la redacción si no quería ganarse un castigo de Snape.

Y él la castigaría de la manera más humillante posible.

Estaba claro que el profesor adoraba humillarla. Probablemente, porque era la única de la clase a la que realmente afectaba con sus palabras. En primero eso quedó demostrado, cuando se echó a llorar en medio de la clase después de que el profesor le gritara por haber hecho estallar accidentalmente su poción.

Si a Brigid no le gustaba en sí la asignatura, el profesor la hacía odiarla por completo. No veía la hora de llegar a sexto y poder dejarla.

Suspiró con resignación mientras observaba el pergamino en blanco que había extendido sobre la mesa. Estaba claro que no iba a escribirse solo, de modo que tomó su pluma, la mojó en el tintero y trató de lograr una caligrafía decente, al menos para el título.

Despertó horas después con un manchurrón de tinta sobre el pergamino, la biblioteca desierta y la lluvia golpeando con fuerza contra las ventanas.

Brigid no comprendió qué le había despertado hasta que un rayo iluminó por completo la estancia, seguido al de unos segundos por un trueno que hizo estremecer hasta los muros del castillo, o eso le pareció a Brigid.

Según su reloj, eran las dos y media. Maldijo al recordar que le había prometido a Cedric que volvería pronto a la sala común. Con un poco de suerte, no le habría dado demasiada importancia a su retraso y se hubiera ido a la cama sin saber que se había quedado dormida en la biblioteca.

Bostezó y recogió sus cosas lo mejor que pudo. El pergamino de Pociones tendría que tirarlo a la basura, porque era más negro que de otro color. Brigid no se detuvo a comprobarlo, pero sabía que seguramente tendría una gran mancha de tinta en la cara.

Parecía que el universo estaba decidido a no dejarle hacer una redacción de Pociones a la primera en todo el curso. O la tinta. Recordó el día que Harry fue a hablarla a la biblioteca y soltó un suspiro. Sí, aquello seguía avergonzándole.

Se cargó la mochila en la espalda en el preciso momento en que el rugido de otro trueno se escuchaba, haciéndola estremecerse. Las tormentas eléctricas no le asustaban, pero no se le hacían precisamente agradables tampoco. Demasiado ruido.

Asomó la cabeza por la puerta de la biblioteca lentamente antes de salir. Sabía que llegar hasta la sala común sin ser vista era posible, pero aún así difícil. Filch y su gata podían aparecer en cualquier momento. Los prefectos y Premios Anuales ya debían haber terminado sus guardias, pero nunca podía estar segura de nada.

Una vez se aseguró de que no había nadie cerca, salió al pasillo y echó a andar lo más rápidamente posible hacia la sala común de Hufflepuff, intentando no tropezar con sus propios pies y hacer el mínimo ruido, algo complicado.

Espero no perderme, pensó, preocupada. Hogwarts de día podía ser confuso, pero de noche era mil veces peor. Brigid no se atrevía a iluminar su varita y solo tenía para guiarse la luz que entraba por las ventanas cada vez que un relámpago rasgaba el cielo.

Un trueno retumbó con más fuerza que los anteriores, o eso pensó Brigid, un segundo antes de que ella escuchara un extraño ruido a su derecha.

Se detuvo, sorprendida y algo asustada. Estaba en mitad de un pasillo desierto. Miró a su alrededor, para asegurarse de que la gata de Filch no estaba por los alrededores, pero estaba completamente sola. Al menos, eso le parecía en la oscuridad.

La Señora Norris no hubiera hecho un ruido así, de todos modos. No había sonado como un maullido ni nada similar; más bien, había parecido un sollozo.

Brigid se quedó quieta, dudando. Estaba completamente segura de que había escuchado algo. ¿Se lo habría imaginado? Tenía tanto sueño que no podía estar segura de ello.

Aguardó unos segundos, con la esperanza de escuchar de nuevo el sonido. Un rayo iluminó de nuevo todo durante un instante y Brigid alcanzó a vislumbrar la punta de una zapatilla blanca. Pero solo eso.

¿Qué demonios?

Brigid dudó. ¿Qué se suponía que debía hacer?

—Harry, se te ve la zapatilla, si tanto quieres esconderte, métela debajo de la capa. Te va a descubrir.

Un momento, ¿qué?

Brigid, buscando a la persona que había dicho eso, miró a su izquierda y soltó un fuerte chillido que hizo que la otra la imitara.

Frente a ella, había una chica que un momento antes no estaba allí. De eso Brigid estaba segura.

Tenía el pelo pelirrojo, ondulado y bastante largo, de un tono similar al fuego de la chimenea de Hufflepuff. Sus ojos azules brillaban, literalmente brillaban. Igual que su piel, completamente blanca. De hecho, toda ella brillaba, un tenue resplandor plateado la rodeaba. Pero era una luz tan débil que no iluminaba apenas nada.

No fue solo eso lo que asustó a Brigid, sino también el hecho de que podía ver a través de ella.

Estaba claro que era un fantasma. Pero había algo distinto en ella. No se parecía a los fantasmas de Hogwarts, que eran de un gris plata, transparentes y claramente muertos. Ella casi parecía viva.

Casi.

Ambas se quedaron contemplándose fijamente lo que parecieron horas. Brigid no se sentía capaz de hablar —tampoco se le ocurría qué decir en una situación como aquella— y la chica, fuera quien fuera, no decía nada por el momento.

De modo que Brigid la miró y ella miró a Brigid durante un tiempo interminable.

—¿Puedes verme? —exclamó finalmente la chica fantasmal, con voz aguda por la impresión.

Brigid tragó saliva y asintió lentamente. ¿Qué se suponía que debía hacer al ver un fantasma diferente a los demás? ¿Gritar? ¿Ir corriendo a por ayuda? Estaba segura de que el Fraile Gordo le aconsejaría en una situación como aquella.

—¿Cómo? —preguntó ella, sin dar crédito—. Nadie ha podido nunca. Tú no deberías poder tampoco.

Un nuevo trueno retumbó y Brigid volvió a escuchar el ruido de antes, a medio camino entre un sollozo y un gemido. Volvió su vista a donde antes estaba la punta de la zapatilla, pero había desaparecido de la vista.

Volvió a mirar a la chica fantasmal, cada vez más confundida. Tan confundida que incluso olvidó su timidez.

—¿Qué está pasando? —preguntó, sin entender absolutamente nada—. ¿Quién eres tú?

Ella la analizó por unos segundos, antes de decidir hablar.

—Felicity. Felicity Potter. —Tras una pausa, al ver que Brigid no decía nada, añadió—: Hermana de Harry Potter.

La boca de Brigid se abrió de la sorpresa. ¿De modo que Harry tenía una hermana fantasma? Definitivamente, aquello no era algo normal.

—¿Ha-Harry? —tartamudeó, sin saber qué más decir.

—Sí —respondió Felicity, con una tranquilidad que un segundo antes estaba lejos de alcanzar—. Sorpresa, supongo. No sé muy bien cómo actuar ahora, nunca nadie me había visto.

Un trueno retumbó de nuevo y el sonido de antes volvió a escucharse. Felicity esbozó una mueca preocupada.

—Deberías irte, Brigid —dijo, mirándola con seriedad.

—¿Por qué? —preguntó ella. Miró al lugar donde antes había estado la zapatilla—. Harry está ahí, ¿verdad? Antes le has hablado. ¿Es... invisible?

Casi se sintió tonta al preguntar eso, pero teniendo en cuenta cómo era Hogwarts y el hecho de que en ese preciso instante estaba hablando con la hermana fantasma de Harry de la que nunca había oído hablar, aquello no sonaba del todo imposible.

Felicity dudó antes de responder. Parecía estar evaluándola, decidiendo si confiar en ella o no.

—Sí —dijo finalmente, con bastante lentitud—. Debajo de una capa invisible.

Una hermana fantasma y una capa invisible. Brigid cada vez estaba más impresionada. Si no hubiera sido porque estaba claro que algo malo pasaba, habría dicho algo sobre ello.

En cambio, miró al lugar donde debía estar el chico, buscando algún indicio de su presencia, aunque no encontró nada.

—¿Harry? —llamó, con voz suave.

Dio un paso al frente con cuidado, temiendo pisarle. No sabía qué le pasaba y, seguramente, estaba metiéndose donde no le llamaban. Pero quería asegurarse de que él estuviera bien y, por la expresión de Felicity, no lo estaba.

Un relámpago iluminó todo y ayudó a Brigid a distinguir, por un instante, una varita mágica caída, a pocos metros de ella.

El trueno sonó en el instante en que se agachó a recogerla. Harry produjo el mismo sonido que antes y Brigid, que había estado esperándolo con más atención que antes, casi notó la angustia que él sentía.

—Está ahí —murmuró Felicity, señalando justo al lado de una armadura. Brigid casi había olvidado que ella seguía allí—. Sentado.

Debía haberse deslizado a un lado para evitar que ella le pisara o, simplemente, para evitarla a ella.

La castaña miró a la chica fantasma y Felicity asintió, animándola a hacer algo. Brigid dudó. No sabía qué le pasaba exactamente a Harry, pero estaba claro que no estaba bien. Y ella no iba a dejarlo allí en ese estado.

Pero también estaba claro que no deseaba su compañía.

Lentamente, fue hacia donde Felicity había señalado. La respiración de Harry sonaba entrecortada. Con la lluvia, antes no la había escuchado, pero en ese momento estaba más atenta y logró distinguirla.

Se sentó a una distancia prudencial de la armadura, para asegurarse de que no acababa sobre Harry. No otra vez. Con mano temblorosa, estiró la mano hasta que sintió el tacto de una tela y tiró de ella.

Harry apareció junto a ella, hecho un ovillo contra la pared, con las manos en los oídos, la cara oculta entre las piernas y temblando violentamente.

El trueno volvió a hacerse escuchar y Harry profirió el mismo sonido que antes. Esta vez, Brigid lo notó perfectamente. Era puro pánico lo que su voz dejaba escapar.

Brigid no tenía ni idea de qué hacer. No había esperado encontrarse a Harry en aquel estado. No sabía si extender la mano y tocarle el hombro, no sabía si hablarle, no sabía si avisar a algún profesor...

—¿Harry? —llamó, finalmente.

Él no dio señal alguna de haberla escuchado. Volvió a repetir su nombre, obteniendo el mismo resultado.

Miró a Felicity, en busca de ayuda, pero ella ya no estaba allí. Brigid regresó su vista a Harry y, finalmente, se atrevió a extender la mano y tocarle el hombro con suavidad.

Él saltó de la manera que otro hubiera hecho al ser apuntado con una varita en el cuello. Pero, al menos, apartó las manos de sus orejas y volvió el rostro hacia Brigid.

Estaba mucho más pálido de lo que ella hubiera imaginado. Sus ojos estaban oscuros, casi completamente negros, y las lágrimas le manchaban las mejillas.

Por Merlín.

—Harry —volvió a decir Brigid, tratando de que no le temblara la voz—, escúchame, ¿vale?

Tras decir aquello, se dio cuenta de que no sabía qué más debía decir. Harry la miró, aterrado y espectante. Estaba empapado en sudor, notó Brigid. ¿Cuánto podía llegar a asustar a alguien una tormenta?

—La tormenta va a pasar —prometió—. El rayo y el trueno llegan casi al mismo tiempo, de modo que ahora la tenemos cerca. Pero se alejará. Ya verás.

Esa idea no pareció calmar demasiado a Harry, que volvió a taparse los oídos y dejar escapar un sollozo cuando un nuevo trueno hizo temblar el suelo.

Brigid se sintió estúpida.

Harry se tapaba las orejas con tal fuerza que parecía estar a punto de partirse a sí mismo. Todo su cuerpo estaba en tensión, temblando constantemente. Había cerrado los ojos para no ver la luz del rayo.

Verlo tan frágil le rompía el corazón a Brigid. Nadie debía sufrir así. Casi le dolía físicamente.

—Harry —murmuró, volviendo a tocarle el hombro—. Oh, Harry. Estoy aquí, ¿vale? Estoy aquí. Te prometo que esto va a terminar y voy a quedarme aquí hasta que acabe. No va a pasarte nada.

Siguió murmurando cosas así, hasta que se decidió a apartarle con suavidad las manos que seguía teniendo cubriendo las orejas.

Sus músculos se habían relajado mientras ella hablaba, pero continuaba tenso, de modo que le llevó algo de tiempo conseguir que bajara los brazos.

—Harry —volvió a decir. Esta vez, él la miró, con los ojos anegados de lágrimas. Se le veía tan frágil, tan pequeño. Brigid tragó saliva—. ¿Quieres que hable?

Él asintió lentamente, tras dudar unos instantes. Un trueno volvió a retumbar y él hizo ademán de cubrirse de nuevo, pero Brigid le sujetó la mano con más firmeza de la que creía tener y se lo impidió.

—¿De qué quieres que hable? —preguntó, sin perder el tono suave.

Harry dudó de nuevo. Un nuevo relámpago rasgó el cielo y su luz atravesó las ventanas. Harry cerró de nuevo los ojos, aunque no con tanta fuerza como antes y, cuando Brigid ya creía que no hablaría, se las arregló para murmurar:

—¿Qué te gusta?

Brigid sonrió levemente al escucharle. Sonaba estrangulado, tenso. Pero había hablado. Había conseguido decir unas palabras y, es más, eso demostraba que la había estado escuchando.

Tal vez, ella estaba ayudándole.

—Me gusta leer —respondió, cambiando la postura para estar más cómoda. Estaba dispuesta a pasarse ahí toda la noche, si era necesario, con tal de conseguir que Harry dejara de lucir tan miserable. Era horrible verlo así, cuando habitualmente lucía despreocupado y tranquilo—. Sobretodo, los libros muggles. Mi hermano me compra alguno siempre que va al pueblo que hay cerca de nuestra casa. También me gusta la historia, por raro que suene. Creo que es fascinante. No solo la mágica, también la muggle. Las civilizaciones antiguas son indescriptibles. Me encanta aprender de ellas. Es una lástima que no las estudiemos en Historia de la Magia.

—Dudo que Binns las hiciera interesantes —murmuró Harry.

Brigid sintió algo cálido en el pecho cuando él habló. Estaba escuchándola. Y estaba calmándose lo suficiente como para hablar y tomar una parte activa en la conversación.

Brigid hizo una pequeña pausa. Hablar de sí misma nunca había sido algo demasiado fácil, pero cuando empezaba, le costaba detenerse. No quería sobrecargar a Harry de información, menos estando como estaba en ese momento, y tampoco quería dejar escapar algo que era mejor mantener en secreto.

Pero sentaba tan bien ser escuchada que se le hacía difícil.

—En el colegio es un aburrimiento —aceptó—. Aprovecho la clase para leer los próximos temas del libro. Pero la historia en sí es alucinante. Conocer el pasado es algo fundamental para... todo. Te lleva a entender por qué hoy vivimos como vivimos, conoces a personas que contribuyeron a ello, y también aprendes de los errores que se cometieron en el pasado y nunca deben repetirse. Caeríamos en ellos con más frecuencia de lo que ya hacemos si no fuéramos conscientes de que existen.

—Te apasiona, ¿verdad? —murmuró Harry.

Brigid asintió lentamente. Al darse cuenta de que él no la miraba, susurró un .

—También me gusta el quidditch —dijo, tras pensar un momento—. No lo consideraría mi cosa favorita en el mundo, pero sí lo disfruto. Juego a menudo con mi hermano en vacaciones.

—¿Cuál es tu equipo? —preguntó Harry, levantando la mirada por primera vez en unos minutos.

Brigid casi sonrió cuando sus ojos encontraron los de él.

—Montrose Magpies.

—Como Nova —suspiró él, casi con resignación.

Volvió a apartar la mirada cuando el rugido del trueno se escuchó de nuevo.

—¿Nova es de fan de las Magpies? —preguntó Brigid, decidida a no dejar la conversación morir—. Cada día me cae mejor.

Casi vio la sonrisa aparecer en los labios de Harry.

—Quiere ser jugadora cuando tenga la edad suficiente. Esa chica es la mejor cazadora que he visto en Hogwarts. Supongo que vendrá de familia.

—¿Sus padres jugaban? —se interesó Brigid, aunque recordó tarde quién era el padre de Nova y se arrepintió de haber preguntado.

Sin embargo, Harry no lo había notado siquiera.

—Creo que su padre fue guardián —dijo—. Aunque no estoy seguro. Y su madre, mi tía, no jugaba. Yo hablaba de mi padre.

—También fue cazador. —No era una pregunta—. Lo había olvidado. Lo vi en la sala de trofeos.

Harry asintió lentamente.

—Mi tío Jason dice que era el mejor cazador de Hogwarts. Y tío Remus y tía Mary también.

—Eso he escuchado alguna vez. Parece que tú lo has heredado, ¿no?

La sonrisa de él se amplió solo un poco, aunque también se volvió melancólica, al tiempo que negaba con la cabeza.

—Eso viene de mi madre —respondió Harry, en voz más baja que antes—. Fue buscadora durante años en el equipo de Hufflepuff.

Brigid hizo memoria y asintió lentamente al recordar haber visto el nombre de la madre de Harry en las placas de la Sala de Trofeos. Claro, su apellido en aquel momento no era Potter, pero no había más que una Ariadne en el equipo y tenía que ser ella.

—En la sala común, tenemos una foto del equipo de 1976 —comentó—. Cuando ganaron la Copa de Quidditch.

—Ella está ahí —aseguró Harry—. Vega me enseñó la foto en primero.

—Dicen que fue la mejor capitana que Hufflepuff tuvo —comentó Brigid—. Pero en su último año dejó el equipo.

La sonrisa de Harry desapareció tan rápido como había llegado.

—Tío Jason también me habló de ello. En el último partido que jugó en sexto, la tiraron de la escoba. Una bludger directa a la cabeza. No pudo volver a jugar.

—No lo sabía —admitió Brigid y, casi por inercia, añadió—: Lo siento.

Él se encogió de hombros.

—No tienes nada que sentir. No fue culpa tuya. Tú ni siquiera habías nacido.

—Lo sé.

Tras eso, surgió el silencio. La tormenta había disminuido su fuerza, pero aún se escuchaban los truenos en la distancia. Brigid se temía que no tardara en regresar otra, y peor. Cedric se lo había comentado por la mañana y el pronóstico del tiempo no solía fallar cuando de eso se trataba. Además, el clima de Escocia en noviembre era bastante predecible.

—Tal vez, deberíamos volver a la sala común —dijo, mirando al chico—. Mañana tienes partido y deberías descansar algo.

—No creo que pueda descansar nada —admitió Harry, aunque decididamente tenía mejor aspecto que antes. Aún así, al ver la expresión de Brigid, se apresuró a corregirse—: Quiero decir, no tanto como debería. Pero unas horas de sueño me vendrán bien.

Brigid se puso de pie y le tendió la mano para ayudarle. Harry la aceptó y, una vez en pie, recogió su capa invisible y su varita y miró a Brigid, seriamente.

—¿Quieres que te acompañe? —preguntó ella.

—Estaré bien —prometió—. No creo que quieras subir y bajar todas las escaleras de la torre Gryffindor solo para llevarme hasta la sala común. No es algo que yo haría por gusto, si te soy sincero. Esas escaleras son horribles.

Tenía razón, claro. Subir y bajar decenas de peldaños no era algo especialmente atractivo para Brigid. Pero no le hacía gracia la idea de que se marchara solo después de haber visto su aspecto media hora antes. Si se acercaba otra tormenta, como se temía, ¿qué haría él?

—De verdad, Brigid, estaré bien.

Vagamente, notó que era la primera vez que él la llamaba por su nombre. Fue entonces cuando se dio cuenta de que ella le había llamado Harry durante todo el tiempo que había estado con él. Ni siquiera se había parado a pensarlo hasta ese momento.

—¿Felicity irá contigo? —quiso saber.

La sonrisa tranquilizadora de Harry fue sustituida por una expresión sorprendida.

—¿Cómo...?

Estaba claro que no había escuchado nada de la conversación entre ambas.

—Ella me ve. —Felicity había vuelto a aparecer. Al verla junto a su hermano, Brigid notó que había cierto parecido que compartían—. No sé por qué.

Harry asintió, claramente sin querer darle muchas vueltas al asunto en ese momento. Debía estar demasiado agotado para eso.

—¿Seguro que estarás bien? —insistió Brigid. Aunque le avergonzaba preguntarle, seguía preocupada y no iba a dejarlo irse después de verlo en ese estado—. ¿Y si vuelve la tormenta?

—Con un poco de suerte, ya estaré dormido y solo tendré pesadillas —dijo, aunque con poca seguridad.

—Pero...

—¿Acaso planeas dormir conmigo para vigilarme? —preguntó Harry, cortante.

Brigid enmudeció, al tiempo que sus mejillas se tornaban completamente rojas. Dio un paso atrás, aunque más por su hiriente respuesta que por la vergüenza.

—Solo estoy preocupada —protestó—. Nunca había visto a nadie así por una tormenta y...

—Tienes razón —murmuró él de inmediato, avergonzado—. Perdona. Es que... nadie sabe de esto, ¿vale? Nadie. Nunca se lo he contado a nadie. Es raro que lo sepas tú y... Ni siquiera Vega y Nova lo saben. Ellas nunca...

Brigid comprendió. Harry odiaba verse vulnerable. Ella misma lo había presenciado en el Expreso de Hogwarts, cuando sucedió lo del dementor.

No le gustaba que otros le vieran como alguien débil. Ni siquiera su familia.

De hecho, mucho menos, su familia.

Él no quería decepcionarles, Brigid lo supo al mirarle. Tal vez, temía que le abandonaran. Que no quisieran volver a verle. Era bastante drástico, pero Brigid no conocía bien la infancia que el chico frente a ella había tenido.

Y no parecía ser un tema para preguntar, mucho menos en ese momento. No después de la experiencia con la tormenta. Mucho menos, cuando ellos aún no se conocían bien. Era algo demasiado íntimo como para compartirlo por las buenas.

—Entiendo —masculló Brigid, asintiendo con la cabeza—. De todos modos, si te preocupa que se lo cuente a alguien...

—No creo que hagas eso —interrumpió Harry.

A Brigid le sorprendió lo convencido que sonaba. Él sonrió débilmente.

—Pareces alguien de fiar, Brigid Diggory.

—Gracias —murmuró ella, sin saber si debía devolver el cumplido o no.

La sonrisa de Harry se ensanchó.

—Iré a dormir —decidió—. Tienes razón, mañana tengo partido. Intentaré descansar un poco. —Ella abrió la boca para decir algo, pero Harry fue más rápido—. Y estaré completamente bien. De verdad.

Brigid decidió no seguir insistiendo.

—Está bien. Yo también iré a dormir, supongo.

Harry asintió y se dio la vuelta, para marcharse. Brigid le imitó tras un segundo.

Sin embargo, su voz la detuvo.

—Ah, por cierto. —Brigid giró la cabeza y le miró. Ya no sonreía. Estaba serio, casi solemne. Sus ojos parecían brillar bajo la tenue luz de las velas, incluso cuando continuaban siendo oscuros—. Gracias por quedarte conmigo, Brigid. No tenías por qué.

Ella sonrió débilmente.

—No podía dejar a nadie ahí —se limitó a responder—. No ha sido nada, Harry.

Él asintió.

—Buenas noches.

—Buenas noches.

—Buenas noches —añadió Felicity, que había vuelto a aparecer.

Brigid ni siquiera se había enterado de cuándo había desaparecido. Todo el asunto de la hermana fantasma era realmente extraño, pero decidió seguir el ejemplo de Harry y no preocuparse por él en ese momento. Al día siguiente, podría investigarlo en la biblioteca.

Un trueno resonó a lo lejos, recordándole que probablemente en unas horas hubiera una tormenta similar a la de esa noche cayendo sobre ellos. ¿Cómo se las arreglaría Harry para jugar el partido contra Hufflepuff si estaba como cuando le encontró?

Brigid se detuvo en mitad del pasillo, pensativa. Una idea había aparecido en su mente. Filch y su gata no debían estar por los alrededores, ya que no los habían descubierto en todo el tiempo que habían estado en el pasillo.

Tal vez, podría pasarse un momento por la biblioteca y consultar rápidamente los libros de encantamientos.

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