vii. friendship

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vii.
amistad








Brigid no se había atrevido a ir a la enfermería a visitar a Harry después de lo sucedido en el partido.

Creía que, tal vez, debía disculparse. ¿Y si el hechizo no había salido bien? Tal vez, Harry hubiera escuchado a los dementores o los avisos del público si no hubiera estado parcialmente sordo. Tal vez, se había paralizado porque el efecto del hechizo no había durado lo bastante.

Felicity le dijo que tenía una obsesión poco saludable con culparse por todo.

—Le ayudaste a poder jugar, no seas tonta, no está enfadado contigo —protestó—. Podrías ir a verle y hablar con él.

Pero Brigid no pensaba hacerlo. E incluso si se hubiera atrevido a ir, según le había contado Felicity, Vega y Nova apenas se despegaban de él. Brigid no sentía ganas de hablar con las hermanas Black, ni tampoco hubiera sabido qué decirle a Harry, de modo que optó por no visitarlo.

Tendría que encontrarse con él tarde o temprano, pero podía esperar hasta el lunes, cuando Hufflepuff y Gryffindor tenían Defensa Contra las Artes Oscuras.

Brigid esperaba que Lupin se hubiera recuperado de su enfermedad y volviera a dar clase para esa semana, porque no soportaría una lección más con Snape. Solo de pensar en los dos pergaminos sobre hombres lobo que tenía que añadir a su interminable lista de trabajos pendientes se mareaba. Todos los años se proponía llevar los deberes al día y organizarse bien y todos los años fracasaba en el intento y terminaba haciendo todo el día antes de la entrega.

Al menos, había podido hablar bastante con Felicity durante el domingo, mientras Brigid hacía las tareas en la biblioteca y la fantasma daba vueltas por el lugar y le contaba las cosas interesantes que escuchaba por ahí. Por ejemplo, había presenciado una ruptura y había ido a narrarle a Brigid tal y como había sucedido. La Hufflepuff no podía evitar divertirse por ello.

También había llegado a comprender mejor qué era Felicity y por qué solo Harry podía verla.

—Las maldiciones de sangre son bastante jodidas —había empezado diciendo cuando Brigid se atrevió a preguntarle por su condición. No se sentía tan tímida en compañía de Felicity, tal vez porque ésta no sentía vergüenza alguna y ya la trataba como si se conocieran de hacía años—. Mi madre tenía una. Es largo de explicar, pero básicamente ella debería haber muerto al dar a luz. Pero, ¡sorpresa!, fui yo la que murió. Aunque realmente no llegué a nacer, ¿cuenta como haber muerto?

—Esto...

Brigid no lo sabía y Felicity no se paró a reflexionar.

—No sé dónde debería haber ido yo, mi alma o lo que sea que tenga, pero simplemente volví junto a Harry. He crecido con él y ninguno de los dos recordamos haber estado sin el otro nunca. Es casi como si hubiera tenido una vida normal, excepto porque puedo atravesar paredes, no como ni duermo y solo mi hermano me ve. Y ahora tú. —Felicity la miró fijamente, curiosa, durante unos segundos—. Aún no sé por qué tú puedes. Es raro. Aunque tampoco me quejo, está bien hablar con alguien además de Harry.

—Créeme, yo sé menos que tú.

Brigid volvió la mirada al pergamino donde escribía. Algo inquietante aparecía en los ojos de Felicity cuando los miraba por varios segundos. El avellana se oscurecía y adquiría un tono algo siniestro. Brigid sospechaba que era porque se encontraba entre la vida y la muerte, un limbo extraño que le permitía vagar en el mundo de los vivos pero sin ser vista

¿Quién sabía cuántos espíritus más vivían de esa manera? Los magos y brujas sabían algo más de la muerte que los muggles, en parte a los fantasmas y a las investigaciones que los inefables del Departamento de Misterios hacían, pero al final sabían lo mismo que los no mágicos de la muerte: nada. Era el final, sí, y algunos podían llegar a profetizarla, pero no sabían nada de qué iba después.  Nada en absoluto.

Probablemente, ni siquiera sabían que casos como el de Felicity eran posibles.

—¿Crees que Harry saldrá de la enfermería hoy? —preguntó Felicity, distraídamente, interrumpiendo los pensamientos de Brigid—. Pomfrey dijo que quería que se quedara todo el fin de semana, pero...

—Si dijo eso, no cambiará de idea —comentó Brigid, distraídamente—. Nunca permitiría que un alumno saliera antes de tiempo de la enfermería.

—¿Y cómo voy a hablar con Harry entonces? —se lamentó Felicity—. Vega está ahí casi todo el tiempo, si Harry empieza a hablar solo, lo notará.

A Brigid aún le sorprendía que Harry no hubiera contado nada a sus primas de Felicity y que ellas tampoco hubieran notado nada. ¿Cómo era eso posible? Estaba bastante segura de que tendrían que haber visto que hablaba solo mientras estaba en el orfanato. Felicity le había contado algunas cosas de aquella época y, por lo que sabía, casi nunca se veía al trío separado, debido a que los otros niños les tenían miedo.

Tampoco entendía por qué no les había dicho nada de su miedo a las tormentas y que ella hubiera descubierto ambos secretos la misma noche le parecía aún más extraño. Todavía no llegaba a entender por qué motivo podía ver a Felicity. En los libros de la biblioteca no hablaban de hermanas mellizas fantasma invisibles para todo el mundo.

—¿Qué escribes? —preguntó Felicity, distraídamente.

Brigid se sobresaltó y tapó el pergamino con la mano por reflejo, olvidando que la tinta no estaba seca aún y probablemente dejaría un manchurrón. Felicity la miró, extrañada.

—¿Estás bien? Parece que acabara de amenazar con matarte —comentó, divertida—. Puedes decir nada y dejar el tema, ¿sabes?

—¿Nada? —probó Brigid, aunque le salió un susurro apenas audible.

—Alto y claro —animó Felicity—. Te he escuchado gritar con la araña de antes, sé que tienes buenos pulmones.

—Nada —repitió Brigid, más alto, aunque no demasiado. No quería ser expulsada de la biblioteca por contentar a una fantasma.

—Supongo que es aceptable —dijo Felicity, encogiéndose de hombros—. ¡Oh, mira, es Susan! Esa chica me cae bien. ¿Sabes que cuando fuimos a casa de tío Jason por primera vez, ella quiso bajar del piso de arriba a saludar y se cayó por la escalera? Harry pensó que estaba loca. Se rompió la pierna y tía Mary tuvo que curársela ahí mismo.

A Brigid casi se le escapó una carcajada. Dejó escapar un ruido raro sin poder evitarlo, similar al gruñido de un cerdo, y Susan Bones la miró, preocupada.

—¿Te encuentras bien, Diggory? —le preguntó, con el ceño fruncido.

No fue fácil permanecer seria con Felicity riéndose a carcajadas tras Susan, pero Brigid se las arregló para hacerlo, más o menos.

—Sí, claro —dijo, carraspeando—. ¿Y tú?

Susan parpadeó, sorprendida.

—Bien, supongo.

Brigid sonrió y volvió a su pergamino. Susan, aún extrañada, se alejó. Brigid miró a Felicity, tratando de contener las risas.

—¡Seguro que ahora cree que estoy loca! —protestó, entre susurros.

—Si sigues hablando sola, todo el mundo lo creerá.

—Buen punto.

—¿Verdad? De todos modos, Sue lleva años aguantando escuchando a Harry hablar solo en su dormitorio, no creo que esto le extrañe especialmente. Eso sin olvidar que también habla con serpientes. Divertido, ¿verdad?

—Divertidísimo —asintió Brigid, irónica.

—Pronto verás que, teniendo de amigos a los Potter, nunca te aburres.

Brigid sonrió al escuchar aquello. ¿Realmente eran amigas? No había pensado nunca en convertirse en amiga de una fantasma invisible para casi todos, a excepción de Harry y ella. Era raro, estaba claro, pero aún así sintió una calidez en el pecho al escuchar la palabra. Amigos.

Hacía mucho tiempo que nadie decía que Brigid era su amiga y realmente se sentía bien escucharlo de nuevo.

—¿Te pasa algo? —preguntó Felicity.

—Solo estaba pensando en qué pasaría si un unicornio entrara ahora mismo por la ventana —improvisó Brigid, sonrojándose. Solía pensar cosas raras, así que no veía problema con compartirlo con Felicity.

La fantasma arqueó las cejas, no porque creyera que Brigid estaba loca, si no para imaginarse la situación que ésta acababa de plantearle.

—Probablemente, Madame Pince se desmaye. Sería divertido verlo, ¿no crees?

—¿Lo de Pince o el unicornio?

—El unicornio, ¿por quién me tomas? —bromeó Felicity.

—Bueno, yo...

—¿Hablas con alguien?

El susto terminó con otro tintero derramado y el pergamino de Brigid arruinado, de nuevo. ¿Por qué eso siempre le pasaba? Aunque, al menos, esta vez no había sido sobre su tarea de Pociones.

—Perdona —farfulló Ron Weasley, que se había puesto colorado—. Harry me dijo que intentara no asustarte, pero...

Felicity rio a espaldas de Brigid.

—Ronnie siempre me ha caído bien —comentó divertida—. Dile que ya nos veremos. Iré a ver si Harry está despierto.

Brigid no le respondió para que Ron no pensara que estaba loca, así que Felicity se marchó sin decir nada más. Brigid sonrió al pelirrojo, aunque debió parecer más una mueca.

—¿Necesitas algo? —le preguntó, curiosa.

—Harry me ha mandado a darte un mensaje —explicó él, avergonzado—. Dice que eres demasiado inteligente como para sentirte culpable de algo absurdo.

Así que Felicity le había ido con el cuento a Harry. Brigid arqueó las cejas, pero terminó asintiendo.

—¿Gracias? —probó, sin saber exactamente qué responder a eso.

—Un placer —farfulló Ron, para luego salir de la biblioteca a toda prisa.

Los de Gryffindor son muy raros, pensó distraídamente Brigid, volviendo a su arruinado pergamino. ¿Por qué Harry no esperaba para decirle aquello en persona el lunes, o le pedía a Felicity que se lo contara? ¿Y por qué Ron accedía a hacer de lechuza? Sí, definitivamente, eran raros.

Aunque ella tampoco era demasiado normal. Tenía de amiga a un fantasma, al fin y al cabo.

No cambió de idea sobre los Gryffindor el lunes, cuando Harry se sentó a su lado en Defensa Contra las Artes Oscuras y Felicity apareció entre ellos, bastante animada.

A Brigid realmente le alegró ver a Lupin y no a Snape en el aula. A pesar de que el maestro no tenía el mejor aspecto, sonrió a los alumnos mientras se sentaban, y ellos prorrumpieron inmediatamente en quejas sobre el comportamiento de Snape durante la enfermedad de Lupin.

Escuchar al profesor de Pociones hablando del pésimo trabajo que hacía su compañero y de lo atrasados que iban en la materia había sido realmente desagradable, sobretodo cuando éste decidió adelantar temario y mandarles hacer una redacción de dos pergaminos sobre los hombres lobo fue peor. Snape había castigado a Ron por defender a Hermione después de que el maestro la llamara sabelotodo insufrible.

—No es justo. Sólo estaba haciendo una sustitución. ¿Por qué tenía que mandarnos trabajo?

—Porque es un idiota —respondió Felicity. Harry y Brigid, los únicos que podían escucharla, rieron.

—No sabemos nada sobre los hombres lobo... —Harry puso mala cara al escuchar eso y Brigid lo notó.

—¡... dos pergaminos!

—¿Le dijisteis al profesor Snape que todavía no habíamos llegado ahí? —preguntó el profesor Lupin, frunciendo un poco el entrecejo.

Volvió a producirse un barullo. Harry aprovechó para susurrarle a Brigid:

—Ron te dio mi mensaje, ¿verdad?

Brigid asintió, sonrojándose levemente al notar los ojos de Harry fijos en ella.

—Entonces, supongo que no seguirás creyendo que tienes la culpa, como me dijo Felicity... —continuó Harry, tranquilamente.

—Podría tenerla —protestó Brigid—. El hechizo podría haberte perjudicado para...

—Sin hechizo, los dementores me hubieran atacado igual —declaró Harry—. De hecho, sin el hechizo, hubiera sido incapaz de jugar. No es tu culpa, Brigid.

—No estoy tan segura de ello —farfulló Brigid.

—Yo sí —terció Harry—. Por cierto, tienes que enseñármelo. Es lo mejor que han inventado hasta ahora.

Dejaron la conversación cuando Lupin habló de nuevo.

—No os preocupéis. Hablaré con el profesor Snape. No tendréis que hacer el trabajo.

Brigid suspiró, aliviada. Algo que podía tachar de su lista de tareas.

—¡Oh, no! —exclamó Hermione, decepcionada—. ¡Yo ya lo he terminado!

Tuvieron una clase muy agradable. El profesor Lupin había llevado una caja de cristal que contenía un hinkypunk, que a Brigid le pareció interesante, siempre que se mantuviera dentro de su pecera y lejos de ella.

Felicity aparecía de vez en cuando, para soltar algún que otro comentario, y luego volvía a irse. Brigid aún no llegaba a comprender por qué no la había notado nunca antes.

Al sonar el timbre, Brigid ya tenía sus cosas preparadas para salir a toda prisa del aula y evitar que Lupin hablara con ella. Había notado las intenciones del profesor desde el incidente con el boggart y no estaba dispuesta a hablar de ello. Habían pasado ya dos meses y ella casi lo había olvidado.

—Entonces —le dijo Harry, deteniéndola antes de que pudiera marcharse—, ¿sigues sintiéndote culpable?

Brigid vaciló.

—Me alegro de que pudieras jugar el partido —terminó diciendo, sin mirarle a los ojos—. Me alegro de haber podido ayudarte, de verdad. Pero no puedo evitar pensar...

—No tienes que pensar nada, Brigid —interrumpió Harry—. De verdad. No fue culpa tuya. Sentí a los dementores venir, tu hechizo no impidió eso. No tuvo nada que ver en mi caída. ¿Me crees?

Brigid se atrevió a levantar la mirada y observar los ojos azules de Harry, que en ese momento eran del color del cielo despejado. Algún día, tendría que preguntarle si cambiaban por algo concreto.

Asintió.

—Te creo —murmuró.

Harry sonrió.

—Me alegra oír eso. Me ayudaste de verdad. No sé si ya lo dije, pero gracias.

Brigid no pudo evitar sonreír también.

—No fue nada. No hace falta decírmelo otra vez.

—Bueno, somos amigos, ¿no? Nova me hubiera pedido esclavitud eterna a cambio de eso. Unos cuantos agradecimientos no son tanto.

Amigos. Sintió una sensación cálida en el pecho. Entonces, sí que eran amigos. El propio Harry se lo había dicho. La sonrisa de Brigid se amplió.

—Supongo que no.

Ambos se dirigieron a la puerta juntos, pero...

—Espera un momento, Brigid —le dijo Lupin—, me gustaría hablar contigo. Y Harry, contigo también.

Brigid perdió la sonrisa al instante. Demasiado tarde para huir. El pánico la invadió. Sabía que Lupin le iba a preguntar por su boggart, pero no sabía qué podía responder ella. Su padre no era su boggart, solo representaba su miedo. Lupin entendería eso, ¿no?

Miró al profesor con incomodidad, mientras un nudo de nerviosismo se formaba en su estómago. Ella odiaba tanto hablar con los profesores.

—Harry, ¿por qué no esperas fuera un momento?

El chico asintió y abandonó el aula sin decir nada. Brigid se entretuvo examinando con atención sus zapatos.

—Brigid, supongo que ya sabes de qué quería hablar contigo —dijo Lupin, en tono amable.

—Sí —murmuró Brigid, vacilando antes de añadir—, señor. Sobre lo sucedido con el boggart, ¿no?

Una sonrisa apareció en el rostro de Lupin, aunque ella no lo notó.

—Enfrentarse a un boggart es algo que, con toda seguridad, caiga en el examen de final de curso. Es uno de los temas más importantes de tercero. No quiero que te perjudique a tu nota.

Brigid levantó un poco la cabeza, sin entender. ¿Era de eso de lo que quería hablarle? ¿No interrogarle sobre la forma del boggart? ¿No preguntarle por su reacción?

—Yo... yo pensé... —empezó, sorprendida—. Yo creí que usted...

Lupin arqueó las cejas.

—Me preocupa tu bienestar, Brigid, pero no voy a obligarte a hablar de algo que no quieres —dijo, tajante—. Es evidente que no quieres hablar del boggart, ya que has estado dos meses evitándolo. Soy profesor y he de velar por ti, pero también ayudarte con los temarios. —Le dirigió una larga mirada—. De modo que, de manera únicamente académica, ¿crees que podrías enfrentarte a un boggart y derrotarlo?

Brigid dudó. ¿Volver a enfrentarse a un boggart? No, no estaba lista. Lo sabía. Pero iba a tener que hacerlo, tarde o temprano. Si era verdad y eso entraría en el examen final, no podía permitirse fallar en ello. No quería bajar sus notas.

—¿Cree que tendría la oportunidad de practicar con un boggart, señor? —preguntó, tímidamente.

Lupin asintió.

—Si eso quieres, sí. Podría darte alguna sesión privada para que puedas enfrentarte al boggart. Pero me temo que tendría que ser después de Navidad.

El alivio inundó a Brigid. Lupin iba a ayudarla. Podría enfrentarse al boggart y ser capaz de derrotarlo, tal vez. Al menos, tendría que intentarlo, ¿no?

—Muchas gracias, profesor —dijo. Le dirigió una tímida sonrisa al maestro, pero sincera. Lupin negó con la cabeza.

—No es nada, Brigid. Te avisaré cuando pueda, ¿te parece bien?

Ella asintió de inmediato.

—Muy bien. ¿Le dirías a Harry que ya puede entrar, por favor?

—Claro. —Brigid se colgó la mochila a la espalda y recogió los libros más pesados de la mesa—. Gracias, señor. Hasta pronto.

—Adiós, Brigid.

Salió del aula sonriendo y encontró a Harry aburrido en el pasillo, aparentemente tratando de atravesar a Felicity con sus plumas, mientras ella las esquivaba, burlándose de él y su mala puntería.

—Lupin dice que ya puedes entrar —comunicó, deteniéndose en la puerta.

Harry la miró y sonrió levemente.

—Genial. —Recogió sus plumas y se detuvo un momento en la puerta para mirarla—. Nos vemos, Brigid.

—Hasta luego, Harry.

Era extraño escuchar a Harry llamarla por su nombre y no su apellido. Más extraño aún llamarlo a él por su nombre. Pero eso hacían los amigos, ¿no?

Harry entró en el aula y cerró la puerta tras él, dejándola sola en el pasillo.



























La última visita programada para Hogsmeade aquel trimestre fue poco antes de las vacaciones. Brigid fue con Cedric al pueblo, como la última vez, y los dos hermanos disfrutaron haciendo las compras navideñas. Cedric aún estaba algo desanimado por la derrota que Hufflepuff había sufrido contra Ravenclaw a finales de noviembre, pero seguía manteniendo la esperanza de poder ganar la copa, a pesar de que seguía sin considerar justa la victoria contra Gryffindor.

—Deberían haber repetido el partido —le había dicho en varias ocasiones a Brigid—. No sé, siento que no ganamos limpiamente. Potter se cayó de la escoba, después de todo. Si no hubiera sido por los dementores, él podría haberla atrapado...

Brigid prefería no hablar de aquel partido y solía cambiar de tema cuando Cedric lo sacaba.

Hacía bastante frío y, a pesar de su capa gruesa, a Brigid le castañeaban los dientes. Cedric le propuso ir ambos a Las Tres Escobas, pero Brigid sabía que no les daría tiempo a terminar las compras si entraban en el pub. Era imposible estar sentando en una mesa allí menos de una hora, algo en su ambiente te animaba a quedarte un largo rato charlando. Puede que hubiera algún tipo de magia en todo eso, pero Brigid lo ignoraba.

—Iré yo a por dos cervezas de mantequilla para llevar, volveré en seguida —resolvió, tras una pequeña discusión entre ella y Cedric—. Es lo más rápido. Mientras, tú puedes ir a comprarle la bufanda a mamá.

—¿Estás segura? —había preguntado Cedric. Brigid había asentido.

Hubiera tardado poco más de cinco minutos en pedir las dos cervezas de mantequilla en la barra, pero se encontró con Harry, Ron, Primrose y Hermione al llegar al pub. ¿Qué estaba haciendo Harry ahí? Que ella supiera, seguía sin permiso para ir al pueblo.

—¡Brigid! —saludó Harry, al verla.

Felicity le sonrió. Brigid se acercó a la mesa, dudosa.

—Pensaba que no podías venir a Hogsmeade —comentó, tras dirigir una sonrisa a los otros tres.

—Poder, no puedo, pero...

—Veo que has llegado bien, primo.

La voz de Vega sorprendió a Brigid. La prefecta parecía algo cansada, pero de todos modos sonreía.

—Sí, no había ningún monstruo en el pasadizo —respondió Harry, en tono bromista—. Creo que te equivocaste.

—No estés tan seguro. Además...

Pero nunca terminó la frase. La puerta del pub se abrió y los seis fueron testigos de la llegada de la profesora McGonagall, el profesor Flitwick, Hagrid y el propio Ministro de Magia al establecimiento.

—Mierda —masculló Vega, al tiempo que empujaba a Harry bajo la mesa y hacia a Brigid tomar asiento, para luego ella misma sentarse—. ¡Mobiliarbo!

El árbol de Navidad que había junto a la mesa se levantó un poco del suelo y se corrió hasta tapar la mesa donde estaban sentados, para luego posarse de nuevo. Vega se llevó el dedo a los labios, mandándoles guardar silencio.

—Una tacita de alhelí... —escucharon decir a madame Rosmerta, la dueña del establecimiento, que volvía con las bebidas que habían pedido los profesores.

—Para mí —dijo McGonagall.

—Dos litros de hidromiel caliente con especias...

—Gracias, Rosmerta —respondió Hagrid.

—Un jarabe de cereza y gaseosa con hielo y sombrilla.

—¡Mmm! —exclamó Flitwick.

—El ron de grosella tiene que ser para usted, señor ministro.

—Gracias, Rosmerta, querida —dijo Fudge—. Estoy encantado de volver a verte. Tómate tú otro, ¿quieres? Ven y únete a nosotros...

—Muchas gracias, señor ministro. —Rosmerta fue a la barra y regresó poco después con su bebida—. ¿Qué le trae por estos pagos, señor ministro?

—¿Qué va a ser, querida? Sirius Black. Me imagino que sabes lo que ocurrió en el colegio en Halloween.

—Sí, oí un rumor.

—¿Se lo contaste a todo el bar, Hagrid? —preguntó McGonagall.

—¿Cree que Black sigue por la zona, señor ministro? —susurró Rosmerta.

—Estoy seguro.

—¿Sabe que los dementores han registrado ya dos veces este local? Me espantaron a toda la clientela. El fatal para el negocio, señor ministro.

—Rosmerta, querida, a mí no me gustan más que a ti. Pero son precauciones necesarias... Son un mal necesario. Acabo de tropezarme con algunos: están furiosos con Dumbledore porque no los deja entrar en los terrenos del castillo.

—Menos mal —dijo McGonagall—. ¿Cómo íbamos a dar clase con esos monstruos rondando por allí?

—Bien dicho, bien dicho —apoyó Flitwick.

—De todas formas, están aquí para defendernos de algo mucho peor —respondió Fudge—. Todos sabemos de lo que Black es capaz...

—¿Sabéis? Todavía me cuesta creerlo —dijo Rosmerta—. De toda la gente que se pasó al lado Tenebroso, Sirius Black era el último del que hubiera pensado... Quiero decir, lo recuerdo cuando era un niño en Hogwarts. Si me hubieriais dicho entonces en qué se iba a convertir, habría creído que habíais tomado demasiado hidromiel.

—No sabes la mitad de la historia, Rosmerta —contestó Fudge—. La gente desconoce lo peor.

—¿Lo peor? ¿Peor que matar a toda esa gente?

—Desde luego, eso quiero decir.

—No puedo creerlo. ¿Qué podría ser peor?

—Dices que te acuerdas de cuando estaba en Hogwarts, Rosmerta —susurró McGonagall—. ¿Sabes quiénes eran su mejor amigo y su novia?

—Pues claro. Nunca se veía al uno sin el otro. ¡La de veces que estuvieron aquí! Siempre me hacían reír. ¡Un par de cómicos, Sirius Black y James Potter! —Brigid escuchó un fuerte sonido metálico y supuso que a Harry se le había caído la jarra de cerveza de mantequilla—. Y también recuerdo muy bien a la hermana melliza de Potter, Aura. Siempre fue una chica muy agradable. Ella y Black hacían una bonita pareja.

—Exactamente. Black y los Potter. James y Sirius eran los cabecillas de su pandilla. Los dos eran muy inteligentes. Excepcionalmente inteligentes. Y Aura siempre iba con ellos. Ella solía ser el cerebro de las bromas, pero nunca participaba en ellas. Creo que nunca hemos tenido unos alborotadores como Black y Potter.

—No sé —comentó Hagrid, riendo—. Fred y George Weasley podrían dejarlos atrás. Y Nova también es una gran bromista, al igual que su padre.

—¡Cualquiera habría dicho que Black y Potter eran hermanos! —dijo Flitwick—. ¡Eran inseparables! ¡Y Black y Aura se veían tan enamorados, como solo los jóvenes pueden estarlo...!

—¡Por supuesto que eran inseparables! —dijo Fudge—. Potter confiaba en Black más que en ningún otro amigo. Nada cambió cuando dejaron el colegio. Black fue el padrino de boda cuando James se casó con Ariadne. Luego fue el padrino de Harry. Harry no sabe nada, claro. Ya te puedes imaginar cuánto se impresionaría si lo supiera. —Fudge hizo una pausa—. En cuanto a Aura, tuvieron una hija, Vega, poco después de graduarse, y otra, Nova, un par de años después. No había muchos que supieran que Black formó una familia, al menos hasta que las niñas comenzaron a estudiar en Hogwarts.

Brigid evitaba mirar a Vega, junto a ella, pero le había notado tensarse. Tenía los puños fuertemente apretados sobre la mesa y estaba totalmente inmóvil, casi sin respirar. Deseó poder decir algo a Ron, Primrose y Hermione, que la miraban fijamente y con los ojos muy abiertos.

—¿Porque Black se alió con Quien-ustedes-saben? —preguntó Rosmerta.

—Aún peor, querida... Los Potter no ignoraban que Quien-tú-sabes iba tras ellos. También iba a por Aura. Incluso llegó a tenerla secuestrada unos meses, ¿sabes? Dumbledore, que luchaba incansablemente contra Quien-tú-sabes, tenía cierto número de espías. Uno le dio el soplo y Dumbledore alertó inmediatamente a James y a Ariadne. Les aconsejó ocultarse. Aura ya estaba escondida para aquel entonces, con Vega y Nova. Bien, por supuesto que Quien-tú-sabes no era alguien de quien uno se pudiera ocultar fácilmente. Dumbledore les dijo que su mejor defensa era el encantamiento Fidelio.

—¿Cómo funciona eso? —preguntó Rosmerta.

—Es un encantamiento tremendamente complicado —explicó Flitwick— que supone el ocultamiento mágico de algo dentro de una sola mente. La información se oculta dentro de la persona elegida, que es el guardián secreto. Y en lo sucesivo es imposible encontrar lo que guarda, a menos que  el guardián secreto opte por divulgarlo. Mientras el guardián secreto se negara a hablar, Quien-tú-sabes podía registrar el pueblo en que estaban James y Ariadne o Aura sin encontrarlos nunca, aunque tuviera la nariz pegada a la ventana de la salita de estar de la pareja o de la cocina de la chica.

—¿Así que Black era el guardián secreto de los Potter y de Aura? —preguntó Rosmerta.

—Naturalmente —dijo McGonagall—. James y Aura le dijeron a Dumbledore que Black daría su vida antes de revelar dónde se ocultaban, y que Black estaba pensando en ocultarse él también con su familia... Y aun así, Dumbledore seguía preocupado. Él mismo se ofreció como guardián secreto de los Potter y Aura.

—¿Sospechaba de Black? —preguntó Rosmerta.

—Dumbledore estaba convencido de que alguien cercano a los Potter y Aura había informado a Quien-tú-sabes de sus movimientos —respondió McGonagall—. De hecho, llevaba algún tiempo sospechando que en nuestro bando teníamos un traidor que pasaba información a Quien-tú-sabes.

—¿Y a pesar de todo James y Aura Potter insistieron en que su guardián secreto fuera Black?

—Así es —respondió Fudge—. Y apenas una semana después de que se hubiera llevado a cabo el encantamiento Fidelio...

—¿Black los traicionó?

—Desde luego. Black estaba cansado de su papel de espía. Estaba dispuesto a declarar abiertamente su apoyo a Quien-tú-sabes. Y parece que tenía la intención de hacerlo en el momento en que murieran los Potter, Aura y sus propias hijas. La esposa de Black fue asesinada un día antes de que Quien-tú-sabes fuera al hogar de los Potter dispuesto a acabar con ellos también. Vega y Nova consiguieron huir con ayuda de Peter Pettigrew, que las llevó a casa de sus tíos, los Potter, donde habrían muerto si no hubiera pasado lo que pasó. Como sabemos todos, Quien-tú-sabes sucumbió ante el pequeño Harry Potter. James y Ariadne murieron, pero Vega y Nova sobrevivieron. En cuanto a Quien-tú-sabes, con sus poderes destruidos, completamente debilitado, huyó. Y esto dejó a Black en una situación incómoda. Su amo había caído en el mismo momento en que Black había descubierto su juego. No tenía otra elección que escapar...

—Sucio y asqueroso traidor —exclamó Hagrid.

—Chist —dijo McGonagall.

—¡Me lo encontré, seguramente fui el último que lo vio antes de que matara a toda aquella gente! —gritó Hagrid—. ¡Fui yo quien quien rescató a Harry de la casa de Ariadne y James, después de su asesinato! Vega estaba abrazando a su hermana y a su primo y estaba esperando a que alguien llegara entre las ruinas, pobrecitos. Harry tenía una herida grande en la frente y sus padres habían muerto, Nova berreaba y Vega tenía varios cortes y no podía dejar de llorar después de ver a Quien-vosotros-sabéis matar a su madre y a sus tíos con menos de dos días de diferencia entre los asesinatos... Sin embargo, hacía todo lo posible por tranquilizar a su hermana, a pesar de que ella misma no era capaz de dejar de llorar. Y Sirius Black apareció en aquella moto voladora que solía llevar. No se me ocurrió preguntarle lo que había ido a hacer allí. No sabía que él había sido el guardián secreto de Ariadne y James, ni de Aura. Pensé que se había enterado del ataque de Quien-vosotros-sabéis y había acudido para ver en qué podía ayudar. Estaba pálido y tembloroso. ¿Y sabéis lo que hice? ¡ME PUSE A CONSOLAR A AQUEL TRAIDOR ASESINO!

—Hagrid, por favor, baja la voz —pidió McGonagall.

—¿Cómo iba a saber yo que su turbación no se debía a lo que les había pasado a Ariadne, a James y a Aura? ¡Lo que le turbaba era la suerte de Quien-vosotros-sabéis! Y entonces me dijo: «Dame a Vega, Nova y Harry, Hagrid. Soy su padre y su tío, su padrino. Yo cuidaré de ellos...» ¡Ja! ¡Pero yo tenía órdenes de Dumbledore y le dije a Black que no, que podía llevarse a sus hijas, pero no a Harry! Dumbledore me había dicho que Harry tenía que ir a casa de sus tíos. Black discutió, pero al final tuvo que ceder. Me dijo que cogiera su moto para llevar a Harry hasta Hogwarts. «No la necesito ya», me dijo. Tendría que haberme dado cuenta de que había algo raro en todo aquello. Adoraba su moto. ¿Por qué me la daba? ¿Por qué decía que ya no la necesitaba? La verdad es que una moto deja demasiadas huellas, es muy fácil de seguir. Dumbledore sabía que él era el guardián de los Potter y Aura. Black tenía que huir aquella noche. Sabía que el Ministerio no tardaría en perseguirlo. Pero, ¿y si le hubiera entregado a Harry, eh? Apuesto a que lo habría arrojado de la moto en alta mar. ¡Al hijo de su mejor amigo, a su sobrino! Y es que cuando un mago se pasa al lado tenebroso, no hay nada ni nadie que le importe...

»Es una sorpresa que no matara a Vega y Nova en ese mismo momento, teniendo en cuenta que quiso vendérselas a Quien-vosotros-sabéis. ¿Qué más le hubiera dado, después de todo? Si los rumores de sus aventuras son ciertos, debe de tener varios críos suyos por ahí. Dudo que ellas le importaran en lo más mínimo, igual que Aura. Aún no me creo que se atreviera a hacerle eso a la hermana de su mejor amigo, no después de todo lo que pasaron.

Brigid escuchó a Vega inspirar sonoramente. Se atrevió a echarle un vistazo y vio que estaba completamente pálida. Permanecía inmóvil, con la mirada fija en el árbol de Navidad que los ocultaba.

—Pero no consiguió huir, ¿verdad? —dijo Rosmerta—. El Ministerio de Magia lo atrapó al día siguiente.

—¡Ah, si lo hubiéramos encontrado nosotros...! —dijo Fudge—. No fuimos nosotros, fue el pequeño Peter Pettigrew, el mismo que salvó a Vega y Nova tras el asesinato de su madre: otro de los amigos de los Potter. Decían que estaba enamorado de Aura. Enloquecido de dolor, sin duda, y sabiendo que Black era el guardián secreto de los Potter y Aura, él mismo lo persiguió.

—¿Pettigrew...? ¿Aquel gordito que lo seguía a todas partes? —preguntó Rosmerta.

—Adoraba a Black y a los Potter. Eran sus héroes. Pettigrew no era tan inteligente como ellos y a menudo yo era brusca con él. Podéis imaginaros cómo me pesa ahora... —se lamentó McGonagall.

Dio la sensación de que necesitaba un pañuelo.

—Venga, venga, Minerva —la tranquilizó Fudge—. Pettigrew murió como un héroe. Los testigos oculares (muggles, por supuesto, tuvimos que borrarles la memoria...) nos contaron que Pettigrew había arrinconado a Black. Dicen que sollozaba: «¡A Ari y a James, Sirius! ¡Y a Aura! ¿Cómo pudiste...?» Y entonces sacó la varita. Aunque, claro, Black fue más rápido. Hizo polvo a Pettigrew.

—¡Qué chico más alocado, qué bobo! —exclamó McGonagall—. Siempre fue muy malo en los duelos. Recuerdo que Aura era la única con paciencia suficiente como para ayudarle con los hechizos. Tenía que habérselo dejado al Ministerio...

—Os digo que si yo hubiera encontrado a Black antes que Pettigrew, no habría perdido el tiempo con varitas... —gruñó Hagrid—. Lo habría descuartizado, miembro por miembro.

—No sabes lo que dices, Hagrid —dijo Fudge—. Nadie salvo los muy preparados Magos de Choque del Grupo de Operaciones Mágicas Especiales habría tenido una oportunidad contra Black, después de haberlo acorralado. En aquel entonces yo era el subsecretario del Departamento de Catástrofes en el Mundo de la Magia, y fui uno de los primeros en personarse en el lugar de los hechos cuando Black mató a toda aquella gente. Nunca, nunca lo olvidaré. Todavía a veces sueño con ello. Un cráter en el centro de la calle, tan profundo que había reventado las alcantarillas. Había cadáveres por todas partes. Muggles gritando. Y Black allí, riéndose, con los restos de Pettigrew delante... Una túnica manchada de sangre y unos... unos trozos de su cuerpo. Y lo peor era que Vega y Nova estaban allí. La menor estaba en brazos de su padre y era demasiado pequeña para comprender lo sucedido, pero Vega lo había presenciado todo...

Hubo una pausa en la que todos se sonaron las narices y se secaron algunas lágrimas. Brigid no miró a Vega, pero temía su reacción. Por la forma en que sus manos temblaban, no esperaba nada bueno.

—Bueno, ahí lo tienes, Rosmerta —dijo Fudge con la voz tomada—. A Black se lo llevaron veinte miembros del Grupo de Operaciones Mágicas Especiales, y Pettigrew fue investido Caballero de primera clase de la Orden de Merlín, que creo que fue de algún consuelo para su pobre madre. Black ha estado desde entonces en Azkaban.

—¿Es cierto que está loco, señor ministro? —preguntó Rosmerta.

—Me gustaría poder asegurar que lo estaba —dijo Fudge—. Ciertamente creo que la derrota de su amo lo trastornó durante algún tiempo. El asesinato de Pettigrew y de todos aquellos muggles fue la acción de un hombre acorralado y desesperado: cruel, inútil, sin sentido. Sin embargo, en mi última inspección de Azkaban pude ver a Black. La mayoría de los presos que hay allí hablan en la oscuridad consigo mismos. Han perdido el juicio... Pero me quedé sorprendido de lo normal que parecía Black. Estuvo hablando conmigo con total sensatez. Fue desconcertante. Me dio la impresión de que se aburría. Me preguntó si había acabado de leer el periódico. Tan sereno como os podáis imaginar, me dijo que echaba de menos los crucigramas. Sí, me quedé estupefacto al comprobar el escaso efecto que los dementores parecían tener sobre él. Y él era uno de los que estaban más vigilados en Azkaban, ¿sabéis? Tenía dementores ante la puerta día y noche.

—Pero ¿qué pretende al fugarse? —preguntó Rosmerta—. ¡Dios mío, señor ministro! No intentará reunirse con Quien-usted-sabe, ¿verdad?

—Me atrevería a afirmar que es su... su... objetivo final —respondió Fudge—. Pero esperamos atraparlo antes. Tengo que decir que Quien-tú-sabes, solo y sin amigos, es una cosa... pero con su más devoto seguidor, me estremezco al pensar lo poco que tardará en volver a alzarse...

—¿Y qué pasó con sus hijas? —preguntó Rosmerta—. Usted ha dicho que estaban con Black cuando mató a Pettigrew y a aquellos muggles, pero ¿qué fue de ellas?

—Vega tenía tres años cuando Black fue detenido, Nova solo uno —dijo Fudge—. La mayor no paraba de gritar que quería ir con su padre, a pesar de que había estado allí cuando asesinó a Pettigrew y a los muggles. Ella decía que no había sido su padre, sino Pettigrew. Era evidente que Black había jugado con su mente y le había hecho creer lo que no era.

—Pobres niñas... —murmuró Rosmerta.

—Ninguno de los parientes de Black quisieron hacerse cargo de ellas. Su abuela dijo que su hijo no tenía derecho al apellido Black, ni tampoco las niñas. La prima de Black no estaba en condiciones de hacerse cargo de ellas. Jason Bones, el padrino de Vega, solicitó la custodia, pero se la negamos porque ya tenía una hija y una sobrina de la que ocuparse. Dumbledore nos aconsejó llevarlas a un orfanato, junto al pequeño Harry, y dejar a los tres allí hasta que Vega tuviera la edad suficiente para ir a Hogwarts.

»Hubiera sido peligroso dejar a las niñas bajo su apellido. Había muchos que buscaban venganza contra Black y podrían haber ido tras ellas. Tuvimos que modificar los recuerdos de Vega y hacerle olvidar lo sucedido en los últimos días. La niña estaba sufriendo mucho. El hechizo que Black le había lanzado era muy fuerte. Las dos niñas crecieron creyendo que su apellido era Wright, hasta que Vega recibió su carta de Hogwarts y Jason Bones acogió a los tres en su hogar.

—Vega estudia ahora quinto curso en Hogwarts, y es tan inteligente como lo fue su madre. También está en Hufflepuff y es prefecta, igual que Aura —añadió Flitwick—. Nova está en segundo y en Slytherin, pero se parece mucho a su padre en carácter. Tendrías que escuchar algunas de las contestaciones que me ha dado en clase. Ella y los gemelos Weasley tienen a Filch loco con sus bromas.

—Nunca perdonaré lo que les hicisteis, Cornelius —dijo McGonagall—. Yo misma podría haberme ocupado de Vega y Nova. Sentía un gran cariño por su madre. Quitarle así sus recuerdos a Vega, hacerla olvidar quién es y obligarnos a no poder decirle nada... No creo que fuera la manera correcta de ocuparse del asunto.

—Consideramos que era lo mejor —respondió Fudge, a la defensiva—. Además, le hicimos un favor a la pequeña Vega. Ninguna niña debería tener esos recuerdos tan horribles. Ambas viven felices en la ignorancia.

Sobrevino un silencio. Vega se echó hacia atrás en su silla y se llevó una mano a la boca.

—Si tiene que cenar con el director, Cornelius, lo mejor será que nos vayamos acercando al castillo.

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