xix. four champions?

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xix.
¿cuatro campeones?








Brigid no esperaba que Hermione Granger literalmente se abalanzara sobre ella y le preguntara si quería unirse a algo llamado ¿el pedo?

La Hufflepuff había reaccionado terriblemente mal: se había sonrojado y había comenzado a tartamudear. No había sido capaz de mirar a Hermione a los ojos. Del cuarteto de Gryffindor, era con ella con quien menos había hablado a solas y, si tenía que ser sincera, le intimidaba un poco.

Por suerte, Prim llegó poco después y ayudó a hacer la situación más relajada para ambas. Hermione sonrió y se disculpó por si había sido demasiado brusca. Brigid le quitó importancia.

Finalmente, había pagado dos sickles y había recibido una insignia donde se leía «P. E. D. D. O.». Hermione le explicó mejor lo que era la Plataforma Élfica de Defensa de los Derechos Obreros y se mostró increíblemente emocionada porque Brigid decidiera unirse.

—¡Eres la primera persona fuera de Gryffindor en hacerse miembro! —dijo, entusiasmada—. Por cierto, ¿podrías vender alguna insignia en tu sala común? Estoy segura de que habrá gente en tu casa que querrá unirse.

Y se había marchado junto a Prim, dejando a Brigid con una caja de insignias en la mano y con las mejillas más rojas que una quaffle.

Brigid apenas hablaba con gente de su casa. Susan, su hermano y, en alguna ocasión, Vega. ¿Cómo iba a vender las insignias?

—¿Por qué no le dijiste simplemente que no ibas a hacerlo? —preguntó Nova. Brigid se la había encontrado en su sala común, lugar que frecuentaba, junto a Susan, y la menor le había preguntado por las insignias.

Ambas estaban sentadas en unos sillones, en la sala común de Hufflepuff. Susan hacía un trabajo que Brigid tenía que empezar para Runas Antiguas.

—Me pilló por sorpresa, solo quería ser amable —aclaró la castaña, mirando con tristeza la caja llena de insignias—. Me encontré sola y con esto antes de darme cuenta de qué tenía que hacer.

—Puedo comprarte un par de docenas para que finjas haber vendido muchas —propuso Nova.

—Yo puedo comprarte otras dos más —aportó Susan.

—Tengo que apuntar los nombres de todos aquellos que se unan y dárselos a Harry. Es el secretario.

—Parece que va a ser complicado. En ese caso, será mejor que empecemos ya —dijo Nova, esbozando una sonrisa pícara.

—Nova —advirtió Susan, pero ya era tarde.

Se puso de pie de un salto y cogió la caja de insignias. Avanzó dando zancadas hasta el centro de la sala común, abarrotada de Hufflepuff, y soltó un silbido estridente que hizo que todas las conversaciones enmudecieran en el acto. Todos los presentes, fueran del curso que fueran, se giraron hacia Nova.

—Gracias por vuestra atención —fue lo primero que dijo ella, sonriendo inocentemente—. Necesito que me ayudéis con una cosita. ¿Quién está dispuesto a comprar por dos sickles unas insignias para una buena causa? Hay de varios colores, podéis elegir el que queráis.

Agitó la caja de insignias, aún sonriendo.

—¿Por qué íbamos a querer comprarlas? —preguntó alguien—. Tú ni siquiera eres de Hufflepuff.

—Son para una organización que busca que los elfos domésticos tengan más derechos —explicó Nova—. Hermione Granger, de Gryffindor, es la líder. Una amiga mía se comprometió a venderlas todas. Y en Hufflepuff os ayudáis entre nosotros, ¿no? Eso fue lo que me dijo mi prefecto en primer curso. Pues mi amiga necesita vuestra ayuda.

Nova señaló a Brigid y la chica se sonrojó hasta la raíz del cabello cuando todas las miradas se dirigieron hacia ella. Escuchó algunos murmullos, unos de "¿Sabes quién es?" y otros, en respuesta, de "La hermana de Diggory."

—¿Y si no queremos comprarlas? —preguntó Zacharias Smith, lanzando una mirada desdeñosa a Brigid.

—Sufriréis mi ira —respondió Nova, en tono amable—. Ya sabes qué significa eso, Smith: bromas, bromas y más bromas. ¿Sabes que tengo un bumerang porrazo reservado para una ocasión especial? Podría usarlo contigo...

Poco después, Brigid ya había vendido todas las insignias de la caja y tenía una lista de cincuenta nombres, además de cien sickles guardados en una hucha que alguien le había prestado. Nova parecía increíblemente satisfecha.

—Tengo un futuro como empresaria —decidió, enrollando el pergamino con los nombres de los nuevos miembros—. ¿Sortilegios Black suena bien? Podría robarles la idea a los gemelos Weasley...

—Mejor no lo hagas —rio Brigid, cogiendo el pergamino y la hucha—. Muchas gracias, Nova.

—No es nada. ¿Vas a ver a Harry? —preguntó Nova, con una expresión similar a la de un duende travieso de algún cuento muggle—. Dile que quiero hablar con él, si te acuerdas.

Brigid salió de la sala común llevando el pergamino y la hucha, que iba emitiendo un tintineo a cada paso que ella daba. No sabía dónde estarían Hermione, Prim, Harry o Ron, por lo que se dirigió a la Torre Gryffindor con la esperanza de encontrar a alguno del cuarteto.

Pero fue uno de ellos quien la encontró a ella.

—Eh, Bree, ¿dónde vas?

Brigid se giró y, en mitad del pasillo desierto, vio a Harry, observándola con una sonrisa. Otra similar apareció en el rostro de ella.

—Bonita insignia —comentó él, con cierta ironía—. ¿Hermione también te ha obligado a unirte a la P. E. D. D. O.?

—He tenido que vender insignias en mi sala común —respondió Brigid, tendiéndole el pergamino y la hucha—. Me dijo que tenía que darte a ti la lista de nombres y a Ron, el dinero.

Harry cogió el pergamino y abrió mucho los ojos al desenrollarlo.

—¿Todo esto lo has vendido tú? —preguntó, impresionado.

—Nova me ha ayudado mucho —se apresuró a decir—. Yo no hubiera sido capaz de vender ninguna.

Harry tomó también la hucha y sonrió.

—Bueno, Hermione se pondrá loca de contento. Gracias, Bree.

—No es nada —respondió ella, tímida—. ¿Puedes darle la hucha a Ron?

—Claro. —Hubo un breve silencio, donde ninguno supo qué decir—. Dime, ya que tienes tanta imaginación. ¿Se te ocurre algún suceso horrible que pueda ocurrir en el colegio? Tengo que hacer el trabajo de Adivinación. Me he quedado sin cosas malas que puedan pasarme para ponerlas.

Brigid rio.

—¿Qué tal que te comerá un dragón?

—Rebuscado —opinó Harry—. Me gusta. Apuesto a que a Trelawney le encanta.

—Recuerdo que me dijiste que morirías la semana pasada. ¿Cómo sigues vivo?

—La muerte me persigue, pero yo soy más rápido —bromeó Harry—. Imagino que estarás terriblemente decepcionada por verme aunque vivito y coleando.

Ella rio de nuevo y se encogió de hombros.

—No exactamente. En realidad, me alegro de verte. Estos últimos días no hemos coincidido mucho.

—Nos vimos en Defensa Contra las Artes Oscuras —recordó Harry.

Brigid hizo una mueca.

—Hubiera preferido saltarme esa clase —admitió—. Moody está loco.

—No voy a discutirte eso —suspiró Harry—. Aunque es raro. Le conozco desde hace mucho. Nunca creí que fuera a... lanzarme la maldición imperius en clase. Siempre está con lo de ¡Alerta permanente!, pero eso fue excesivo. Aunque lo de convertir a Malfoy en hurón no estuvo mal.

Brigid rio.

—Me perdí eso. Bueno, ambas cosas. Es una suerte que no le diera tiempo a hacer lo de la maldición imperius a todos. No sé qué hubiera hecho.

—No creo que nada malo, pero no hubiera sido agradable —admitió Harry, haciendo una mueca—. ¿Crees que volverá a hacerlo?

—Espero que no —admitió Brigid—. Por cierto, has visto el cartel del vestíbulo, ¿no? Beauxbatons y Durmstrang llegan en una semana.

—Lo he visto. Sinceramente, espero que este Torneo vaya bien. Estaría bien tener un año tranquilo, para variar. Después de los Mundiales, creo que podía acostumbrarme a ser espectador.

—Creo que te has ganado un año de descanso, sí.

—Varios de Hufflepuff estaban hablando de ir a avisar a tu hermano cuando pasamos por allí —comentó Harry—. ¿Va a participar?

Brigid sonrió, emocionada.

—¡Sí! Me dijo que está bastante seguro de que lo hará. Sería increíble si lo eligieran. Creo que tiene posibilidades, ¿sabes?

—Puede que sí —admitió Harry—. Por lo que sé, Nova ya está apostando por él.

Brigid rio.

—Sí, lo sé. Planea llevaros a toda la familia de vacaciones a Estados Unidos o algo así.

—Lo dices como si fuera una broma, pero Nova es bien capaz de ello —comentó Harry, divertido—. Ya veremos. Mientras tanto... —La mirada azul del chico se detuvo en su mano, intrigada—. ¿No llevas el anillo?

Brigid se sonrojó y bajó la mirada.

—Yo... creo que lo perdí en el bosque aquella noche —admitió, avergonzada—. Estoy segura de que lo tenía al salir del partido, pero luego... Creo que se me cayó cuando...

Se desesperó al notar que los ojos le picaban por las lágrimas. Oh, no, ni hablar. No pensaba echarse a llorar ahí en medio.

Esbozando una sonrisa falsa, se pasó el dedo por los ojos.

—Perdón, creo que me ha entrado polvo.

Harry apretó los labios y asintió.

—No te preocupes —terminó diciendo, sonriendo forzosamente—. Encontraré algún otro mejor para regalártelo estas Navidades.

—¿Sabes que sería feliz con un libro o una pulsera de tela?

—No tiene por qué ser un anillo, pero la tienda donde lo encontré tiene cientos de cosas. Te llevaré en la próxima visita a Hogsmeade. Ahora puedo ir legalmente, ya sabes.

Brigid rio, olvidando el bosque y los Mundiales. Lo que Harry quería.

—Suena bien —asintió—. Siento haber perdido el anillo.

—Bah, las cosas se pierden. —Harry se encogió de hombros—. Prefiero que tú estés bien.

Brigid sonrió.

—Lo estoy —aseguró.

Los días pasaron y cada vez estaba más cerca la llegada de los estudiantes de otros colegios que llegarían a Hogwarts. Siempre que Brigid intentaba hablar con su hermano a solas, eran interrumpidos una docena de veces por algún Hufflepuff que animaba a Cedric a apuntarse.

Brigid no podía estar más orgullosa de su hermano mayor.

Las clases se interrumpieron el treinta de octubre, puesto que debían recibir a los estudiantes de Durmstrang y Beauxbatons que irían a Hogwarts para tratar de participar en el Torneo. Los alumnos de Hufflepuff se reunieron con la profesora Sprout en la sala común, donde ella los separó por cursos y los hizo ir en fila a la escalinata de la entrada.

Ambos colegios realizaron grandes entradas, sin duda. Después de hacer aguardar durante lo que pareció una eternidad a los alumnos de Hogwarts, el gran carruaje de Beauxbatons, tirado por pegasos, aterrizó frente al castillo, seguido por el majestuoso barco de Durmstrang, que emergió del Lago Negro y trayendo, para sorpresa de todos, a Viktor Krum en él.

Aquel fue el mayor tema de conversación entre los alumnos durante el banquete de bienvenida a los alumnos extranjeros, al menos hasta que Dumbledore se puso en pie y dio otro de sus discursos, anunciando cómo los campeones del Torneo serían seleccionados.

Todos los alumnos de las tres escuelas mayores de diecisiete años que desearan participar tendrían que meter un trozo de pergamino con su nombre escrito en él en el cáliz de fuego, un artefacto mágico que escogería a un campeón de cada escuela. Para asegurarse de que nadie incumplía la norma de tener diecisiete o más, Dumbledore trazaría una línea de edad alrededor del cáliz.

Brigid fue junto a Cedric tan pronto terminó el banquete, esquivando a los demás alumnos que intentaban hablar con su hermano.

—¿Lo harás? —quiso saber.

Cedric sonrió.

—Creo que sí —admitió—. Sí, estoy bastante seguro de que lo haré.

Brigid rio, emocionada, y le abrazó.

—Sé que serás tú —aseguró—. Confío en ti. ¡Serás un campeón increíble, Cedric! El mejor que Hogwarts podría tener.

El chico también rio.

—Aún ni siquiera he metido mi nombre en el cáliz, Bree.

—Pero sé que lo harás —replicó ella, divertida—. Cuando dices que crees que harás algo con esa sonrisa, significa que lo harás. Y yo seré la hermana pequeña que más presume de hermano del mundo.

Él le revolvió el pelo cariñosamente.

—Ya veremos, ya veremos —rio Cedric—. Tengo que hablar con Vega, ¿nos vemos luego?

—Claro —asintió Brigid, pero se detuvo antes de irse—. Si no lo haces, seguiré siendo siendo la hermana pequeña que más presume de hermano del mundo, ¿lo sabes?

Cedric le dio un beso en la frente, como un recordatorio burlón de cuántos centímetros le sacaba en altura.

—Lo sé, Bree —dijo, sonriendo—. Lo sé.


























El banquete de Halloween se le hizo a Brigid mucho más largo de lo habitual. Quizá porque era su segundo banquete en dos días, no disfrutó la insólita comida tanto como la habría disfrutado cualquier otro día. Como todos cuantos se encontraban en el Gran Comedor, Brigid sólo deseaba que la cena terminara y anunciaran quiénes habían quedado seleccionados como campeones.

Se había sentado junto a Cedric, quien tenía a Vega al otro lado, porque, en el caso de que saliera como campeón —finalmente, sí que había echado su nombre—, Brigid quería ser la primera en saltar a abrazarle y felicitarle.

Ella confiaba ciegamente en su hermano y sabía que él era uno de los alumnos más brillantes de Hogwarts. Era de los mejores candidatos. Brigid creía firmemente que saldría elegido.

Por fin, los platos de oro volvieron a su original estado inmaculado. Se produjo cierto alboroto en el salón, que se cortó casi instantáneamente cuando Dumbledore se puso en pie. Junto a él, el profesor Karkarov y Madame Maxime parecían tan tensos y expectantes como los demás. Ludo Bagman sonreía y guiñaba el ojo a varios estudiantes. El señor Crouch, en cambio, no parecía nada interesado, sino más bien aburrido.

—Bien, el cáliz está casi preparado para tomar una decisión —anunció Dumbledore—. Según me parece, falta tan sólo un minuto. Cuando pronuncie el nombre de un campeón, le ruego que venga a esta parte del Gran Comedor, pase por la mesa de los profesores y entre en la sala de al lado —indicó la puerta que había detrás de su mesa—, donde recibirá las primeras instrucciones.

Sacó la varita y ejecutó con ella un amplio movimiento en el aire. De inmediato se apagaron todas las velas salvo las que estaban dentro de las calabazas con forma de cara, y la estancia quedó casi a oscuras. No había nada en el Gran Comedor que brillara tanto como el cáliz de fuego, y el fulgor de las chispas y la blancura azulada de las llamas casi hacia daño a los ojos. Todo el mundo miraba, expectante. Algunos consultaban los relojes.

De pronto, las llamas del cáliz se volvieron rojas, y empezaron a salir chispas. A continuación, brotó en el aire una lengua de fuego y arrojó un trozo carbonizado de pergamino. La sala entera ahogó un grito.

Dumbledore cogió el trozo de pergamino y lo alejó tanto como le daba el brazo para poder leerlo a la luz de las llamas, que habían vuelto a adquirir un color blanco azulado.

—El campeón de Durmstrang —leyó con voz alta y clara— será Viktor Krum.

Una tormenta de aplausos y vítores inundó el Gran Comedor. Brigid vio a Krum levantarse de la mesa de Slytherin y caminar hacia Dumbledore. Se volvió a la derecha, recorrió la mesa de los profesores y desapareció por la puerta hacia la sala contigua.

—¡Bravo, Viktor! —bramó Karkarov, tan fuerte que todo el mundo lo oyó incluso por encima de los aplausos —. ¡Sabía que serías tú!

Se apagaron los aplausos y los comentarios. La atención de todo el mundo volvía a recaer sobre el cáliz, cuyo fuego tardó unos pocos segundos en volverse nuevamente rojo. Las llamas arrojaron un segundo trozo de pergamino.

—La campeona de Beauxbatons —dijo Dumbledore—es ¡Fleur Delacour!

Una de las francesas se puso en pie elegantemente, sacudió la cabeza para retirarse hacia atrás la amplia cortina de pelo plateado, y caminó por entre las mesas de Hufflepuff y Ravenclaw.

Brigid se quedó boquiabierta al verla pasar junto a ella. La había notado la noche anterior, pero vista de cerca impresionaba mucho más. Era preciosa.

Cedric contuvo una risa a su lado y le dio un codazo.

Cuando Fleur Delacour hubo desaparecido también por la puerta, volvió a hacerse el silencio, pero esta vez era un silencio tan tenso y lleno de emoción, que casi se palpaba. El siguiente sería el campeón de Hogwarts...

Brigid apretó con fuerza la mano de Cedric.

Y el cáliz de fuego volvió a tornarse rojo; saltaron chispas, la lengua de fuego se alzó, y de su punta Dumbledore retiró un nuevo pedazo de pergamino.

—El campeón de Hogwarts—anunció— es ¡Cedric Diggory!

—¡Sí! —gritó Brigid, pero nadie pareció escucharla, ni siquiera Cedric: el jaleo proveniente de la mesa era demasiado estruendoso.

Todos y cada uno de los alumnos de Hufflepuff, incluida Brigid, se habían puesto de repente de pie, gritando y pataleando, mientras Cedric, después de haber abrazado con fuerza a Brigid y haber recibido un beso de Vega, se abría camino entre ellos, con una amplia sonrisa, y marchaba hacia la sala que había tras la mesa de los profesores. Naturalmente, los aplausos dedicados a Cedric se prolongaron tanto que Dumbledore tuvo que esperar un buen rato para poder volver a dirigirse a la concurrencia.

Brigid se sentía que podía explotar de orgullo. ¡Su hermano! ¡Su hermano era el campeón de Hogwarts! Podría ponerse a dar saltos de alegría. Todos cuantos estaban a su lado comenzaron a felicitarla y darle palmadas en la espalda: sabían que era la hermana del campeón de la escuela.

—¡Estupendo! —dijo Dumbledore en voz alta y muy contento cuando se apagaron los últimos aplausos—. Bueno, ya tenemos a nuestros tres campeones. Estoy seguro de que puedo confiar en que todos vosotros, incluyendo a los alumnos de Durmstrang y Beauxbatons, daréis a vuestros respectivos campeones todo el apoyo que podáis. Al animarlos, todos vosotros contribuiréis de forma muy significativa a...

Pero Dumbledore se calló de repente, y fue evidente para todo el mundo por qué se había interrumpido.
El fuego del cáliz había vuelto a ponerse de color rojo. Otra vez lanzaba chispas. Una larga lengua de fuego se elevó de repente en el aire y arrojó otro trozo de pergamino.

Dumbledore alargó la mano y lo cogió. Lo extendió y miró el nombre que había escrito en él. Hubo una larga pausa, durante la cual Dumbledore contempló el trozo de pergamino que tenía en las manos, mientras el resto de la sala lo observaba. Finalmente, Dumbledore se aclaró la garganta y leyó en voz alta:

—Harry Potter.

—¿Qué? —exclamaron dos voces al mismo tiempo.

Vega y Brigid intercambiaron una mirada de incredulidad.

Aquello era imposible.

Nadie aplaudía. Un zumbido como de abejas enfurecidas comenzaba a llenar el salón. Algunos alumnos se levantaban para ver mejor a Harry, que seguía inmóvil, sentado en su sitio.

En la mesa de los profesores, la profesora McGonagall se levantó y se acercó a Dumbledore, con el que cuchicheó impetuosamente. El profesor Dumbledore inclinaba hacia ella la cabeza, frunciendo un poco el entrecejo.

Los ojos de Brigid volaron hasta Harry, sentado con Ron, Prim y Hermione, como siempre. El chico la miró y Brigid leyó la completa confusión en su rostro incluso pese a la distancia que había entre ellos.

Aquello no podía estar pasando.

En la mesa de los profesores, Dumbledore se irguió e hizo un gesto afirmativo a la profesora McGonagall.

—¡Harry Potter! —llamó—. ¡Harry! ¡Levántate y ven aquí, por favor!

Harry se puso en pie, se pisó el dobladillo de la túnica y se tambaleó un poco. Avanzó por el hueco que había entre las mesas de Gryffindor y Hufflepuff, con cara de completo desconcierto.

Su mirada alternaba entre Vega, Brigid y la mesa de los profesores.

Cuando Harry pasó junto a Vega, ésta hizo algo completamente inesperado: se puso en pie y sujetó al chico por el hombro.

—No —dijo, casi en un susurro, pero se escuchó claramente debido al silencio—. Es un error. No pueden hacerte participar.

—¡Harry Potter! —insistió Dumbledore. Miraba con fijeza a los dos primos—. Y usted también puede venir, señorita Black.

La simple mención del apellido Black prendió en el Gran Comedor: los alumnos comenzaron a susurrar de inmediato. Harry y Vega seguían de pie, inmóviles, indecisos.

Harry miró a Brigid, como esperando que ella pudiera salvarlo de aquella. Sus ojos, azul oscuro y turbulento, le recordaron al mar en mitad de una tormenta. Eso le puso los pelos de punta a Brigid.

—¡Harry Potter! ¡Vega Black! —llamó Dumbledore.

Brigid tragó saliva.

—Ve —le dijo a Harry, en voz baja—. Ve, verán que todo fue un error, lo... lo arreglarán, tienen que arreglarlo, tú solo... Ve.

Harry asintió lentamente. Vega apretó la mandíbula y, sin quitar la mano del hombro de su primo, ambos avanzaron hacia la mesa de los profesores, bajo la mirada de cientos y cientos de ojos.

Ambos se detuvieron delante de Dumbledore. Harry seguía desconcertado, pero se esforzaba por ocultarlo. Vega tenía una completa y total expresión de desafío.

—Bueno... cruza la puerta, Harry —dijo Dumbledore, sin sonreír—. Puedes acompañarle, Vega.

Ambos pasaron por la mesa de profesores, salieron del Gran Comedor y se perdieron de vista para el alumnado.

El susurro continuo se convirtió en poco tiempo en gritos. Brigid se encontró a sí misma entre dos preocupadas primas Bones que no sabían qué hacer y una casa que, súbitamente, detestaba a Harry Potter.

—Tiene que ser un error —dijo Jessica, negando con la cabeza—. No es posible que él haya entrado.

—¿Qué crees que les estarán diciendo a los dos? —preguntó Susan, tan preocupada como su prima.

Dumbledore les dio permiso para retirarse. Casi todo el Gran Comedor obedeció. Brigid, sin embargo, permaneció sentada, aún tratando de entender lo que acababa de suceder.

Harry era el cuarto campeón del Torneo. Eran ¿cuatro campeones? En una competición que se llamaba Torneo de los tres magos. Oh, por Merlín.

La noche anterior, Dumbledore había admitido del contrato mágico que se establecía entre el campeón elegido y el cáliz de fuego. Si Harry estaba unido mediante ese contrato, él estaría obligado a participar.

Y ella tendría que verle ir como enemigo de su hermano y, aparentemente, de su casa.

—¿Brigid?

Prim la miraba, confusa. Brigid sacudió la cabeza.

—Perdón —masculló—. ¿Decías algo?

—Te he llamado tres veces, Bree —observó Prim, preocupada—. ¿Estás bien?

Brigid asintió. Susan también estaba ahí, mirándola de la misma manera que Prim.

—Perdón, sí. Estoy bien. Es que... me duele un poco la cabeza. Nada grave. Creo que deberíamos ir a nuestra sala común, ¿no? —comentó, mirando a Susan.

La pelirroja dudó.

—Yo... prefiero quedarme a esperar con Jessica y Nova —admitió.

—Sí, claro, no te preocupes —se apresuró a decir Brigid—. Nos vemos luego, no hay problema.

Prim y ella salieron juntas de un Gran Comedor casi totalmente vacío, a excepción de las dos Bones y Nova. Prim la miró, preocupada.

—¿Seguro que estás bien?

Brigid asintió.

—Estoy agotada, nada más. Iré a descansar un poco. Estaré bien.

Felicity apareció junto a ella cuando comenzaba a bajar hacia las mazmorras. Brigid la miró, preocupada.

—¿Va a tener que participar? —preguntó, temiendo la respuesta.

Felicity suspiró.

—Vega ha intentado tomar su lugar, pero... Sí, va a participar.

Brigid se apoyó contra la pared, molesta. Aquello no podía estar pasando.

—¡No pueden obligarle a participar! —protestó—. ¡Es como si a mí me obligaran a participar! ¡Tiene catorce años! ¡Él ni siquiera ha metido su nombre en el cáliz!

—¿Cómo estás tan segura de que no lo ha metido? —preguntó Felicity.

Brigid le miró, sin entender.

—¿Lo ha hecho?

—No, pero nadie parece creer eso.

Brigid se encogió de hombros.

—Harry me dijo que quería un año tranquilo y sé que estaba siendo sincero. Además, no creo que él vaya a hacer quién sabe qué hechizos complicados para entrar en un maldito Torneo. que no lo ha metido.

Felicity sonrió.

—¿Sabes? A veces, pienso que...

Pero no pudo terminar la frase. Brigid se puso rígida y se apartó de la pared al notar una figura que se acercaba.

No parecía un fantasma. Se veía como una persona completamente normal. Alguien que, si se hubiera cruzado por la calle, no se hubiera parado a mirar dos veces.

Pero había algo diferente en ella; Brigid podía sentirlo. Estaba muerta. No sabía por qué estaba tan segura de ello, pero lo estaba.

Tal vez fuera por lo borroso en los bordes de su silueta. Tal vez, porque cuando pasó junto una antorcha, el rayo de luz que desprendía le atravesó parcialmente. Tal vez tuviera algo que ver la extraña luz en sus ojos, mejor dicho, la falta de luz, que les hacía verse apagados, misteriosos.

Una mujer fantasma se detuvo frente a ella. Tenía el pelo rubio, liso y largo y una flor amarilla tras la oreja, dos ojos verdes e inquisitivos y una sonrisa que resultaba extrañamente familiar. Vestía con ropa casi actual, vaqueros y chaqueta, de modo que no podía ser como los fantasmas del colegio, la mayoría de ellos originarios de la Edad Media.

Brigid la observó fijamente. La fantasma le devolvió la mirada, sonriendo.

—Así que puedes verme —comentó, no demasiado impresionada.

Al menos, no lo aparentaba.

—¿Quién eres? —preguntó Brigid.

—Me llamo Selena —se presentó—. Selena Ross. Creo que conoces a mi hija, Susan.

Brigid se quedó de piedra.

—¿Eres la madre de Susan? —dijo, sorprendida—. ¿Y por qué...?

Selena se encogió de hombros. Miró a Felicity, su sonrisa volviéndose algo más triste.

—Tú eres la hija de Ari, ¿verdad?

Ninguna de las dos supo qué contestar.

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