xx. say you won't let go

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xx.
di que no te irás








Brigid había esperado que Harry actuara extraño después de haber sido seleccionado como campeón al mismo tiempo que el hermano de ella, pero no que directamente decidiera ignorarla.

Aunque tal vez debería decir que la gran mayoría de la casa Hufflepuff había hecho eso con los de Gryffindor. Estaban enfadados y Brigid podía llegar a comprender por qué, a pesar de no compartirlo. Hufflepuff nunca tenía nada especial y solía ser considerada la casa más débil. Ellos habían demostrado que no era así consiguiendo que el campeón del colegio fuera uno de los suyos. Y, de pronto, el famoso Harry Potter era el cuarto campeón.

En palabras de Ernie Macmillan, querían robarle a Cedric la gloria. De modo que Hufflepuff y Gryffindor eran enemigas desde ese momento.

Brigid había querido hablar con Harry y él prácticamente había huido en dirección contraria. También hacía un par de días que no veía a Felicity.

Con quien sí estaba pasando mucho tiempo era con Selena. La madre de Susan había demostrado ser tan amable como su hija en los últimos días, y aunque Brigid no sabía exactamente por qué ella era capaz de ver y hablar con alguien que estaba muerta, ella se lo había explicado sin necesidad de que ella le preguntara, comprendiendo que aquello debía resultar un poco confuso para ella.

—Cuando magos y brujas mueren, hay diferentes destinos para ellos. Aunque suele usarse el término fantasma para todos, no es cierto del todo. Fantasmas son los que hay en Hogwarts, muertos que no querían aceptar el fin de su vida y regresaron aquí como una sombra. No muchos lo eligen, ¿sabes? Es complicado. Luego, están los guardianes. Como tu amiga, Felicity.

—Ella es la guardiana de Harry —dijo Brigid, asintiendo pensativa—. Comprendo. ¿Por eso él puede verla?

—Ella es un caso especial —aclaró Selena—. Normalmente, los guardianes no son vistos por sus protegidos.

—¿Y todos los magos tienen un guardián?

Selena negó con la cabeza.

—Solo unos pocos. Suelen ser los que cargan con un linaje mágico poderoso y que puede llegar a ser peligroso para ellos y personas que conocieron a alguno de sus progenitores en vida y murió antes de su nacimiento decide protegerlo. Quedan ligados al alma de esa persona. Realmente, son bastante escasos, aunque en Hogwarts hay algunos.

—¿En serio? —se sorprendió Brigid—. ¿Quiénes?

Selena sonrió.

—No debería decírtelo yo, aunque sé de alguien que debes de conocer que tiene uno. Vega Black.

—¿Vega? —repitió Brigid—. ¿Quién es?

—Deberás preguntárselo tú a ella —dijo Selena—. No a Vega, a su guardiana. Los guardianes son los muertos con mayor responsabilidad en vuestro mundo y los demás somos inferiores a ellos. Los fantasmas, por lo general, no son capaces de ver a otros muertos que no sean los de su tipo, al no haber pasado nunca del mundo de los vivos, pero los demás sí que reconocemos a los otros. Y sabemos no meternos con los guardianes.

—Pero Felicity no ve a otros fantasmas que no sean los de Hogwarts —replicó Brigid, confusa—. Bueno, te vio a ti, pero...

—Como te dije, Felicity es un caso especial —respondió Selena, sonriendo—. Por la forma en la que ella se convirtió en guardiana y lo que llevó hasta eso. Aunque tú también eres un caso especial.

—¿Yo? —se sorprendió Brigid—. ¿Por qué?

—Porque puedes verme, básicamente —rio Selena—. Lo sentí nada más acercarme a ti: tienes un gran linaje de muerte que, por mal que suene, no significa que sea malo. Aún así, no creo que no me hubieras visto de no haber sido porque era Halloween y tu ánimo estaba por los suelos.

Brigid se quedó en silencio. Su mente se había quedado en la parte de un gran linaje de muerte. Sí, sonaba excesivamente mal.

—Puede que la presencia de Felicity también tuviera algo que ver —comentó Selena—. No lo sé, es la primera vez que hablo con alguien que está vivo. ¿Tú tampoco habías hablado con muertos antes?

—Felicity, solamente —dijo Brigid—. Nunca supe por qué podía hablar con ella. Simplemente me acostumbré, pero ahora estás tú, lo cuál es raro porque ni siquiera eres el mismo tipo de fantasma o lo que sea, así que...

Selena negó con la cabeza.

—Tienes un gran linaje de muerte, pero no sé hasta qué punto puede llevar eso. Hay diferentes linajes, diferentes dinastías que llevan la magia de la muerte en su sangre. No sé cuánta llevas en la sangre ni de quién desciendes, únicamente sé que es poderosa.

Brigid asintió lentamente.

—¿Cómo se obtiene la magia de la muerte? —preguntó, confusa.

Selena hizo una mueca.

—A través de la práctica de la magia tabú, de la más oscura de las artes: la nigromancia. Deja restos en quien la practica y en sus descendientes que nunca desaparece. Una oscuridad que los muertos sentimos pronto. Hay familias, como los Black o los Malfoy, que están irremediablemente ligados a esa magia. También hay unos pocos, denominados Maestros de la Muerte, que obtienen la magia de la muerte de manera diferente, pero nunca han acabado bien.

—Entonces, alguno de mis antepasados practicó la nigromancia. —Brigid hizo una mueca. Aquella rama de la magia era completamente tabú, como había dicho Selena. En Hogwarts ni siquiera se hablaba de ella—. Vaya. Y yo que creía que los Diggory no tenían nada de problemáticos.

—¿Tu familia materna? —probó Selena.

Brigid negó con la cabeza.

—No creo. Pero tampoco es que crea que mi familia paterna pueda serlo y alguna de las dos tiene que traer la magia de la muerte esa. Puede que incluso las dos. —Lo pensó un segundo, antes de preguntar—: ¿Eso significa que mi hermano también tiene contacto con los muertos?

—No he sentido una magia tan poderosa a su lado como al tuyo —respondió Selena, encogiéndose de hombros—. Pero estos dones suelen afectar más a brujas que a magos. Ignoro el motivo.

—Entonces, ¿soy algo como una médium? —quiso saber Brigid.

Aquella palabra sonaba incluso fantástica en el mundo mágico. No había médiums reales, únicamente muggles o magos que se hacían pasar por tales para estafar a otros.

Selena la observó unos instantes.

—No tengo ni idea, pero no creo. Los médiums no son más que una invención para engañar a otros.

—Entonces, ¿qué soy?

—Tienes un don especial —respondió Selena—. Hay otros con esos. Una amiga mía, Ari, tenía uno bastante único. Apuesto a que su hijo también lo tiene.

Brigid la miró, frunciendo el ceño.

—¿Harry?

—Es bastante probable —admitió Selena—. Aunque no tengo claro cómo funciona eso. Podrías preguntarle. Sois amigos, ¿no? Por lo que me has contado de él...

—Bueno, lleva unos días ignorándome —dijo Brigid, bajando la mirada—. Desde que fue elegido campeón, igual que mi hermano.

—Apuesto a que heredó eso de su madre —bufó Selena—. Déjame darte un consejo... Ariadne se apartaba de alguien cuando creía que era mejor para esa persona estar sin ella. No digo que Harry sea igual, pero es probable que él esté haciendo lo mismo. No dejes que lo haga. Háblale.

Brigid se mordió el labio, nerviosa.

—¿Y si no quiere verme? No quiero incomodarle ni nada parecido, ya tiene suficientes problemas sin que yo...

—Eh, eh, para —la interrumpió Selena, esbozando una sonrisa casi maternal. Se detuvo frente a Brigid y la observó unos instantes, en silencio—. Lo piensas demasiado, y no digo que esté mal pensar antes de actuar, pero hay que saber cuándo parar de sobrepensar las cosas. Este es uno de esos momentos. Ve y háblale. Si te ignora por el motivo que creo que es, está deseando hablar contigo, pero se obliga a no hacerlo.

Brigid asintió lentamente.

—Tengo clase de Defensa Contra las Artes Oscuras con Gryffindor más tarde. Intentaré hablar con él.

Selena sonrió. Fuera lo que fuera que estuviera pensando, no lo compartió con Brigid.


























Había quedado aún más claro que Harry la evitaba en la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras. Él apenas la había mirado cuando entró en el aula, aunque Brigid tenía los ojos fijos en él.

Se sentó junto a Prim, que la saludó con una sonrisa, y tuvo que soportar a Moody gritando ALERTA PERMANENTE cada cinco minutos durante lo que duró la clase. Solo quería que ésta terminara para hablar con Harry, además del hecho de que a Brigid no le agradaba especialmente el método de enseñanza de Moody.

—Todavía nos quedan quince minutos —observó el profesor—. ¿Y si aprovechamos para volver a practicar el cómo resistir a los efectos de la maldición imperius? Recuerdo que hubo algunos que no alcanzaron a hacer esa práctica.

Brigid se puso rígida. Intercambió una mirada con Prim. La rubia no tenía buena cara. Ella sí había llegado a recibir la maldición la última vez y no le había gustado. A ninguno, de hecho.

—¿Quién no llegó a poder hacerlo? —El ojo normal de Moody recorrió la clase. Su mirada se detuvo en Brigid—. ¿Diggory? Recuerdo que tú no tuviste tiempo. ¿Vienes?

Todos la observaban en silencio. Brigid se levantó y se colocó donde Moody le indicaba, junto a su escritorio. Se preguntaba qué vendría a continuación.

—Recuerdas cómo se resiste, ¿no? —preguntó el profesor. Brigid asintió—. Intenta hacerlo como Potter. Fue el mejor la última vez. Muy bien, prepárate. ¡Imperio!

El nerviosismo de Brigid se desvaneció al instante. Fue una sensación liberadora. Súbitamente, su mente estaba en blanco. Se sentía como si estuviera flotando.

Canta.

¿Que cantara? Muy bien. Brigid no vivía escuchando música en el viejo cassette que había obtenido en un mercadillo muggle para nada.

Había cantado hasta dos estrofas de Losing My Religion, de R.E.M., cuando las órdenes cambiaron.

Cállate, niña.

Brigid enmudeció al instante. En algún lado de su mente en blanco, una vocecita dijo que aquello le resultaba familiar.

Mucho mejor. Será mejor que te estés quieta, niña...

Los músculos de Brigid se quedaron inmóviles. La vocecita gritó con más fuerza. Brigid no quería quedarse quieta. No quería callarse. Tenía los labios completamente sellados.

Trató de resistirse, pero la voz de Moody le ordenó permanecer inmóvil. Brigid comenzó a angustiarse. No quería, quería marcharse.

Afortunadamente, el efecto del hechizo sobre ella se disipó. Brigid jadeó y dio dos pasos atrás. Los dos ojos de Moody, el mágico y el normal, la observaban fijamente.

—Puedes sentarte, Diggory —se limitó a decir el profesor. Ella obedeció al instante—. ¡Finnigan, te toca!

Prim se le quedó mirando cuando se sentó a su lado.

—¿Estás bien? Te has puesto blanca.

—No ha sido agradable —se limitó a decir Brigid.

—Por lo menos, no te ha hecho saltar el escritorio o algo parecido —observó la rubia, tratando de animarla—. Podría haber sido peor, ¿no?

Brigid hizo una mueca.

—Sí, podría haber sido mucho peor.

Puede que solo hubiera sido casualidad. El hombre de los Mundiales no tenía nada que ver con Moody. Además de las claras diferencias físicas, aquel hombre era un mortífago. Moody era cazador de magos tenebrosos. No podían ser el mismo.

Ese pensamiento no evitó que Brigid fuera la primera en abandonar el aula en cuanto la clase terminó.

Harry salió justo tras ella. Brigid no desaprovechó la oportunidad. Apartó a Moody de su mente, temporalmente, y se colocó junto a Harry, sonriendo.

—Hace unos días que no hablamos —comentó, preguntándose cómo se suponía que debía iniciar aquella conversación. Normalmente, era Harry quien se ocupaba de eso—. ¿Cómo estás?

Harry la miró, confuso.

Hey —saludó, sonriendo casi tímidamente—. He estado mejor. ¿Tú?

—He estado peor —respondió Brigid. Harry casi rio ante aquello—. Llevo días intentando hablar contigo, ¿sabes?

—¿En serio? —se sorprendió Harry.

—Pues claro. No he podido preguntarte por todo lo que ha pasado desde que te convertiste en campeón. Me tienes preocupada, ¿sabes? La primera prueba es en nada. ¿Cómo llevas todo eso?

Harry sonrió al ver que ella trataba de mantener el contacto visual, sin demasiado éxito. Sus ojos viajaban en varias direcciones, antes de volver a mantenerse sobre los suyos por unos segundos y volver a mirar a otro lado.

—Creí que, después de que todos los de Hufflepuff del curso menos Sue comenzaron a ignorarme... Y como Cedric es tu hermano, pensé...

—Bueno, yo no quería ignorarte —respondió Brigid, casi tímida—. Quería saber cómo estabas. No me importa lo que digan los demás sobre que intentes robarnos la gloria. Y que Cedric sea mi hermano no cambia nada. Somos amigos, ¿no? Confío en ti.

Tras unos segundos de sorpresa, Harry sonrió ampliamente y sus ojos, aquel día del color del cielo despejado, parecieron relucir tras los cristales redondos de las gafas.

—Gracias —dijo, tratando de sonar lo más sincero posible—. Y lo siento por haber sido un idiota.

Brigid rio.

—Tenías tus motivos. Prim me dijo algo de que Ron y tú habéis peleado.

Harry hizo una mueca.

—Precisamente por el Torneo. Cree que metí mi nombre en el cáliz. Por eso pensé que tú podías pensar lo mismo.

—Podrías haberme preguntado antes —comentó Brigid.

—Lo haré a la próxima —decidió Harry.

—¿Planeas ser campeón del Torneo de los tres magos de nuevo en un futuro próximo?

—Con mi suerte, nunca se sabe.

Brigid rio de nuevo, muy a su pesar. Harry la imitó.

—¿Acaso pensabas que yo me pondría una de esas insignias de Potter apesta? —preguntó Brigid.

—Apuesto a que te ofrecieron alguna —la pinchó Harry—. A Susan sí que se la dieron.

—Que Susan sea amiga del resto de Hufflepuff del curso no significa que yo sí —comentó Brigid, encogiéndose de hombros—. Ofrecieron algunas en la sala común, pero no me dijeron nada directamente a mí. Aunque la gente ahora empieza a saber de quién soy hermana. Unas chicas me pidieron ayuda para conseguir una cita con Ced.

Harry frunció el ceño.

—¿No saben que Vega es su novia o lo ignoran a propósito?

Brigid decidió no responder a esa pregunta.

—¿Qué tal te fue en la revisión de varitas? —preguntó, en cambio—. Ced me dijo que estuvo bien. Y leí el artículo de Rita Skeeter.

Su padre le había mandado una carta a Cedric bastante enfadado. A él ni le habían mencionado.

—Ah, ese artículo —bufó Harry—. Vaya sarta de estupideces. No podía esperar mucho de Rita Skeeter y aún así me sorprendió. La parte de mis padres... Maldita arpía. Ojalá una de las pruebas sea enfrentarme a Skeeter. Ni siquiera sé por qué habló de ellos.

Por lo que Brigid sabía, algunos alumnos habían citado frases de aquel artículo a Harry, con la intención de molestarle. Le habían preguntado si quería un pañuelo para llorar por sus padres o cuándo él y Prim —al parecer, eran pareja para Rita Skeeter— tenían su siguiente cita romántica.

—Tendrías que ver cómo se rio Prim al leerlo —comentó Harry—. Sus comentarios han convertido ese artículo en una comedia. Deberías escucharlos.

Brigid rio.

—Lo imagino. Y... —Bajó la voz, tras asegurarse de que no había nadie demasiado cerca—. ¿Has hablado con Sirius?

—Me pidió que estuviera solo en la sala común el día 22 por la noche y, por lo que me dijo Vega, creo que usará la red Flu. Me preocupa, pero sé que lo hará a pesar de todo, así que no me queda más que aceptar.

—No creo que pase nada, ¿no? —dijo Brigid, tranquilizadora.

—Eso espero. —Harry sacudió la cabeza—. Pero ya hemos hablado bastante de mí. ¿Y tú? ¿Cómo has estado esos días?

Lo preguntó como si de verdad le importara, no como si lo dijera por cortesía. Brigid sonrió. Pensó en Selena y todo lo que le había estado contando sobre muertos y fantasmas, nigromantes y linajes de muerte. Sobre el don que Ariadne Potter tenía y Harry podría haber heredado. En Moody y el déjà vu que había sentido estando bajo la maldición imperius.

Se encogió de hombros, sonriendo.

—Estos días han sido una locura —declaró—. Harry, ¿tú confías en Moody?

Él arqueó las cejas, intrigado por la pregunta.

—Mis tíos siempre han hablado genial de él. Fue un gran auror. Confío en ellos, pero admito que hay algo raro en Moody. No lo sé. ¿Por qué preguntas?

Ella apretó los labios.

—Cuando ha usado la maldición imperius conmigo ha sido... ha sido... ha sido como... —Tragó saliva al darse cuenta de que era incapaz de hablar. Y aquello iba mucho más allá de los malos recuerdos: parecía que las palabras se le atascaban en la garganta—. No lo sé. No creo que sea importante.

Brigid parpadeó. ¿Por qué había dicho eso? Ella ni siquiera había querido decir...

—¿Estás segura de que no es nada? —insistió Harry.

Brigid dudó, pero sus dudas se evaporaron pronto. Casi olvidó qué era lo que quería decirle a Harry. Sonrió.

—No te preocupes. Todo va bien.


























Que Harry volviera a hablarle mejoró notablemente el humor de Brigid en los siguientes días, incluso con la primera prueba acechando. Los campeones no sabían qué les esperaba y eso comenzaba a poner nerviosa a Brigid.

No es que no creyera que Cedric o Harry no fueran capaces, todo lo contrario. Pero no saber a qué iba a tener que verlos enfrentarse le llenaba de ansiedad. Quería saber para poder ayudarles, por mucho que la ayuda a los campeones estuviera prohibida. Quería sentirse útil.

Pero cuando Cedric fue hasta ella —¡el maldito día antes de la prueba!— diciéndole que lo que le esperaba eran dragones, Brigid deseó no haber sabido de eso nunca.

—¿Dragones? —exclamó, sin dar crédito.

Cedric asintió, con expresión grave.

—Me lo ha dicho Potter.

—Dragones —volvió a decir Brigid, aún asimilándolo —. Dragones. DRAGONES.

—Ya lo has dicho varias veces, Bree. ¿Puedes no gritar? Se supone que...

—¿CÓMO QUE MALDITOS DRAGONES? —gritó ella, sin poder creérselo—. ¿ES QUE CREEN...?

Cedric tuvo que cubrirle la boca con la mano para hacerla callar. Aquello llevó a la mente de Brigid tan rápidamente al bosque que apenas se dio cuenta de que los Mundiales eran un recuerdo y no lo que pasaba en ese preciso instante.

Empujó a Cedric hacia atrás con fuerza, tratando de liberarse del agarre. Su hermano, confundido, no esperaba aquello y la soltó al instante.

Brigid tardó unos segundos en darse cuenta de lo que acababa de suceder.

—¿Bree? —preguntó Cedric, con cautela. Brigid vio la preocupación reflejada en sus ojos y odió aquello—. ¿Estás bien?

—Estupendamente —suspiró ella—. Perdona, me has pillado por sorpresa. ¿Q-qué estabas diciendo de los dragones?

Su hermano la miró con fijeza y Brigid temió que no se creyera lo que acababa de contarle y comenzara a preguntarle. Ella no tardaría en llorar y él tenía que aprender a evitar que un dragón se lo comiera en menos de veinticuatro horas.

No había tiempo para ambas cosas y el asunto de Cedric preocupaba más.

Y Harry. Harry también iba a enfrentarse a un maldito dragón.

Brigid se recordó respirar.

—¿Qué vas a hacer con un dragón? —suspiró, aún asimilándolo.

—Tengo una idea —se apresuró a decir Cedric—. No te preocupes, Bree. Me las apañaré.

—¿Cómo que te las apañarás? Ced, vas a enfrentarte a un maldito dragón. ¿Sabes lo que hacen los dragones? Escupen fuego, son enormes y vuelan. ¿Y me pides que no me preocupe? ¡Y también Harry...!

Cedric se encogió de hombros.

—Es lo que hay —suspiró—. Tengo que practicar.

—Te ayudo —dijo instantáneamente Brigid—. ¿Qué vas a hacer? ¿Qué hechizos necesitas?

Brigid pasó casi media hora planeando una estrategia con Cedric, mientras trataba de hacerse a la idea de que él tendría que enfrentarse a un dragón en menos de veinticuatro horas.

Y Harry también.

¿Qué hacía? ¿Ayudar a su hermano o a su amigo? Cedric podía necesitar ayuda, pero Harry estaba en desventaja aparente al ser el menor de todos los campeones. Pero Cedric era su hermano. La persona que más le importaba. No podía dejarle solo. Pero ¿y si Harry no sabía qué hacer? ¿Y si necesitaba ayuda? Brigid no sabía qué hacer contra un dragón, pero igual en la biblioteca podía encontrar algo, y...

—Bree, respira o vas a explotar —dijo Cedric, asustándola. Casi había olvidado que él estaba ahí—. Estoy bien y sé qué es lo que voy a hacer. Ve a ayudar a Potter, sé que estás deseando hacerlo.

Brigid titubeó.

—Pero puedo ayudarte...

Cedric rio.

—Créeme, lo tengo controlado. He hecho el hechizo decenas de veces. No sé si es lo que quieren para la prueba, pero servirá. Ahora, ¿vas a seguir aquí o vas a ir a ayudar a tu amigo?

Brigid saltó al cuello de su hermano y le abrazó con fuerza, casi tirándolos a ambos al suelo. Cedric estalló en carcajadas y le revolvió cariñosamente el pelo.

—Eres el mejor hermano del mundo, ¿lo sabías? —dijo Brigid.

Cedric esbozó una sonrisa algo melancólica.

—Tú sí que eres la mejor —respondió—. Y, ahora, ve con Potter o yo mismo te arrastraré hasta él.

Brigid rio con ganas y obedeció.

Felicity salió a su encuentro cuando se dirigía a la sala común de Gryffindor.

—¡Bree! ¿Vas a ver a Harry? —preguntó la fantasma, sonriendo con picardía.

—Ajá. Ced acaba de decirme lo de la prueba. ¿Estáis en la sala común?

Nop. Ven conmigo.

Felicity la llevó a un aula vacía, donde estaban Hermione, Prim y Vega, además de Harry. Los cuatro se giraron bruscamente cuando abrió la puerta, mostrándose aliviados al ver que solo era Brigid.

—¿Cómo nos has encontrado? —preguntó Prim, sorprendida.

Brigid intercambió una mirada con Harry y Felicity.

—Intuición, supongo —se limitó a decir—. Ced me ha dicho lo de la prueba. Dragones.

—Pensaba que tú te quedarías con él —comentó Vega, mordiéndose el labio.

—Me dijo que viniera con Harry —respondió Brigid, en voz baja.

—A mí también —dijo Vega, poniéndose en pie—. Harry, voy un rato con Cedric. Podemos seguir después de cenar, si quieres. Come algo, por favor te lo pido, y no te pongas nervioso. Podrás hacerlo.

El chico se limitó a asentir. Brigid advirtió que mantenía la mandíbula tensa por los nervios. Felicity le susurró algo al oído.

—Vega se parece a su madre —comentó Selena, apareciendo de la nada. Brigid ya ni siquiera se asustó por ello—. Aunque también tiene mucho de Sirius.

—Eso me han dicho —masculló Brigid, asegurándose de que nadie la veía ni escuchaba hablando sola.

Vega abandonó la sala y los cuatro alumnos de cuarto —más la fantasma que solo dos de ellos podían ver y la otra fantasma que solo una podía ver— se quedaron a solas.

—¿Seguimos? —propuso Prim, tras unos segundos.

Cuando le dijeron a Brigid que el encantamiento convocador era la gran idea que habían tenido, tuvo que obligarse a mantener la calma y escuchar el resto de la explicación.

—¿Qué opinas? —preguntó Harry, cuando terminó de contarle cómo planeaba hacer llegar su Saeta de Fuego hasta donde se hiciera la prueba.

Brigid parpadeó.

—Es una locura —comentó Selena—. Hijo de James y Ari tenía que ser.

—Puede funcionar —protestó Felicity.

—Creo que has hecho cosas peores —terminó por decir Brigid—. Puede salir bien, pero creo que hace falta practicar. Tenemos tiempo, ¿no?

—Si nos saltamos las clases de la tarde... —probó Harry.

—No —cortó Hermione—. No voy a perderme Aritmancia. Venga, tenemos que seguir intentándolo.

Harry puso todo su empeño en atraer objetos. Seguía costándole trabajo: a mitad del recorrido, los libros y las plumas perdían fuerza y terminaban cayendo al suelo como piedras.

—Concéntrate, Harry, concéntrate... —decía Hermione.

—¿Y qué crees que estoy haciendo? —contestó él de malas pulgas—. Pero, por alguna razón, se me aparece de repente en la cabeza un dragón enorme y repugnante... —Prim le dio un codazo—. Vale, vuelvo a intentarlo.

Fueron a clase y cenaron algo después. Poniéndose la capa invisible para que no los vieran los profesores, los cuatro volvieron al aula vacía, esta vez junto a Vega y Nova, que había decidido unirse a ellos. Siguieron practicando hasta pasadas las doce. Se habrían quedado más, pero apareció Peeves, quien pareció creer que Harry quería que le tiraran cosas, y comenzó a arrojar sillas de un lado a otro del aula. Tuvieron que salir a toda prisa antes de que el ruido atrajera a Filch, y regresaron a la sala común de Gryffindor, que afortunadamente estaba ya vacía.

A las dos en punto de la madrugada, Harry se hallaba junto a la chimenea rodeado de montones de cosas: libros, plumas, varias sillas volcadas, un juego viejo de gobstones, Trevor, el sapo de Neville, y Aslan/Crookshanks. Harry incluso había probado el conjuro con Nova. Sólo en la última hora le había cogido el truco al encantamiento convocador.

—Eso está mejor, Harry, eso está mucho mejor —aprobó Hermione, exhausta pero muy satisfecha.

—Te va a ir bien —asintió Vega, dándole un abrazo—. Estoy segura.

—Bueno, ahora ya sabes qué tienes que hacer la próxima vez que no sea capaz de aprender un encantamiento —dijo Harry, tirándole a Hermione un diccionario de runas para repetir el encantamiento—: amenazarme con un dragón. Bien... —Volvió a levantar la varita—. ¡Accio diccionario!

El pesado volumen se escapó de las manos de Hermione, atravesó la sala y llegó hasta donde Harry pudo atraparlo.

—¡Creo que esto ya lo dominas, Harry! —dijo Hermione, muy contenta.

—Yo no lo creo, estoy segura —asintió Prim, sonriendo.

—Espero que funcione mañana —repuso Harry—. La Saeta de Fuego estará mucho más lejos que todas estas cosas: estará en el castillo, y yo, en los terrenos allá abajo.

—Va a funcionar —dijo Brigid—. La distancia no influirá, si el encantamiento sale bien.

—Tiene razón, no importa —declaró Hermione con firmeza—. Siempre y cuando te concentres de verdad, la Saeta irá hasta ti. Ahora mejor nos vamos a dormir, Harry... Lo necesitarás.

Vega abrazó a fuerza a su primo otra vez.

—Te veo mañana —prometió.

Nova le dio un golpe en la espalda.

—No mueras —se limitó a decir.

Brigid le sonrió.

—Vas a hacerlo bien —aseguró.

—Gracias, Bree —respondió él, sonriendo levemente.

Ahora, le quedaba ir a ver si a Cedric le iba a ir bien. Sabía que Vega estaba pensando en lo mismo que ella.

Aquello era un caos y, de un modo u otro, tendrían que aprender a lidiar con ello.

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