xlii. the only thing that i think i got right

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng








xlii.
lo único en lo que creo que acerté








El solo mirar las cicatrices en el dorso de su mano le producía malestar a Brigid.

Calladita estoy más guapa.

Brigid había escuchado aquella frase dirigida hacia ella en varias ocasiones en su vida y ninguna de ellas las recordaba con cariño. El pensamiento de tener aquellas marcas con ella el resto de su vida le daba náuseas.

Umbridge le había hecho copiar aquella frase hasta que había sufrido calambres en la mano que escribía y la mano donde se abría la herida se había llenado de sangre. Lo que Brigid no sabía era a qué se había debido aquel súbito interés de la profesora en ella.

Puede que el corte de pelo hubiera sido la excusa que necesitaba para finalmente echársele encima. Puede que solo hubiera tenido mala suerte. Siendo sincera, Brigid no había tenido más incidentes con Umbridge desde la primera clase del curso. Prefería pasar desapercibida, no solo con ella, sino en general. Aunque suponía que eso solo iba a ir haciéndosele más y más difícil.

—Ojalá la echen pronto —bufó Ron, furioso; era la primera vez que Brigid se atrevía a mostrarle las cicatrices que Umbridge le había dejado—. La echaré yo mismo si hace falta. Primero Harry, luego tú...

Brigid se encogió de hombros. Estaba demasiado agotada como para querer hablar de Umbridge.

—No estará al curso siguiente —declaró, desviando la mirada—. Ojalá eso llegara más pronto. Estoy harta de todo. Nunca me había gustado tan poco Hogwarts.

—Hace tiempo que dejó de ser lo que era —masculló Ron, desviando la mirada. Hizo una mueca al dirigirla al pasillo oscuro a su derecha—. No pienso pasar por ahí, no me importa que tengamos que hacer guardia.

—No planeaba entrar, no te preocupes —repuso Brigid.

Era la primera guardia que hacía junto a Ron, excluyendo las dos primeras realizadas a inicios de curso. Brigid detestaba todo lo relacionado con su título de prefecta: era algo que nunca había deseado. Había intentado hacer como que no era así. Ron se lo había permitido.

Ahora, las marcas en su mano estaban ahí en parte por ello.

—No es solo que se haya atrevido a haceros... eso —declaró Ron con repugnancia—. Es que ¿por qué mierda esa frase? Es solo humillante y... Recuerdo que, una vez, mamá se la dijo a Gin... Se puso echa una furia. Es repugnante.

—Umbridge es repugnante —masculló Brigid con desgana—. No hay muchas vueltas que darle al asunto. Ella disfruta de esto.

—Es sádicamente asquerosa —opinó Ron, negando con la cabeza—. Mira, Bree, sé que no es algo que quieras hacer, pero ¿por qué no avisas a tus padres? Puede que ellos puedan hacer algo con esto y...

Pero ella ya estaba negando, cabizbaja.

—No puedo, Ron. Lo digo de verdad.

—¿Por qué? —preguntó él y, más que molesto, sonaba preocupado—. ¿Qué pasó que...?

La súbita aparición de Michael Nott le hizo enmudecer al instante. Brigid se detuvo, desconcertada. El Slytherin les miró, asustado por unos momentos, antes de reconocerles y respirar tranquilo.

—¿Qué haces aquí? —dijo Ron en un susurro nervioso.

Michael le chistó, aunque parecía divertido.

—Me encargaron echarle un ojo a Carrow —explicó con simpleza—. Siempre que sale de la sala común veo a ver dónde va.

—¿Por qué a Carrow? —dijo Brigid, desconcertada. Un timbre de alarma apareció en su voz.

—Porque su madre está loca y él parece que él quiere seguir sus pasos —aclaró Michael—. Pero es más bien una distracción que otra cosa, porque ese tonto lo único que hace es fastidiar a otros. De todos modos, no es como si tuviera otra cosa que hacer.

—¿Y estás siempre... solo siguiendo a ese tipo? —Ron parpadeó—. Vaya mierda.

—Un poco —admitió Michael—. Si quieres acompañarme en las guardias, Weasley, no voy a quejarme.

Ron se quedó boquiabierto, casi igual que Brigid. La mirada de ésta fue hasta el pelirrojo, conforme una sonrisa iba formándose en su rostro.

—Apuesto a que a Ron le encantará perseguir a Carrow —comentó, juntando las manos a su espalda—. ¿No es cierto, Ron?

—Esto... Claro, sí —farfulló él.

Más tarde, cuando Brigid le contaba aquello a Prim y Susan, ambas ahogaban gritos de sorpresa. La rubia se echó a reír y comentó que ya era hora de que algo así pasara: Ron llevaba meses babeando por Nott —aunque de manera discreta—. Susan dijo que tenían que mantener a Nova lejos de aquello si no querían que empezara otra apuesta. Luego, le lanzó una mirada significativa a Brigid.

En los últimos días, ella y Harry se habían vuelto cada vez más unidos a ojos de todos, aunque aún no se habían atrevido a hacer nada que anunciara oficialmente que estaban juntos. Mejor dicho, Brigid aún no se había atrevido.

No es que tuviera nada en contra de Harry: simplemente, eran demasiadas las cosas en su vida que le preocupaban en el momento. Quería que lo mejor que tenía —Harry— no se estropeara. No necesitaba a otros opinando sobre su relación, porque ya no sabía ni qué esperar de ellos.

El primer desastre, la primera vez que ambos habían olvidado por completo que había otros alrededor y se habían mantenido casi todo el día juntos, fue cuando El Profeta anunció una terrible noticia.


FUGA EN MASA DE AZKABAN EL MINISTERIO TEME QUE BLACK SEA EL «PUNTO DE REUNIÓN» DE ANTIGUOS MORTÍFAGOS

El Ministerio de Magia anunció ayer entrada la noche que se había producido una fuga en masa de Azkaban.

Cornelius Fudge, ministro de Magia, fue entrevistado en su despacho y confirmó que once prisioneros de la sección de alta seguridad escaparon a primera hora de la noche pasada, y que ya ha informado al Primer Ministro muggle del carácter peligroso de esos individuos.

«Desgraciadamente, nos encontramos en la misma situación en que estábamos hace dos años y medio, cuando huyó el asesino Sirius Black —declaró Fudge ayer por la noche—. Y creemos que las dos fugas están relacionadas. Una huida de esta magnitud sugiere que los fugitivos contaron con ayuda del exterior, y hemos de recordar que Black, el primer preso que logró huir de Azkaban, sería la persona idónea para ayudar a otros a seguir sus pasos. Creemos también que esos individuos, entre los que se encuentra la prima de Black, Bellatrix Lestrange, han acudido a ofrecer apoyo a Black, al que han erigido líder. Tampoco podemos olvidar que entre ellos se encuentra Barty Crouch Jr., que ya escapó el año pasado y había sido devuelto a la prisión en julio. Sin embargo, estamos haciendo todo lo posible para capturar a los delincuentes, y pedimos a la comunidad mágica que permanezca alerta y actúe con prudencia. No hay que abordar a ninguno de estos individuos bajo ningún concepto.»


Cuando Brigid lo leyó desde la mesa de Hufflepuff, con Ron, Prim y Susan leyendo por encima de su hombro, ni uno de ellos daba crédito a lo que leía.

A excepción de Prim, de familia muggle, todos ellos habían crecido escuchando esos nombres ser pronunciados casi con el mismo temor que el de Voldemort.

Bellatrix Lestrange, Rodolphus Lestrage, Rabastan Lestrange, Antonin Dolohov, Augustus Rookwood, Torquil Travers II, Cabei Mulciber, Thorfinn Rowle, Bale Jugson, Argo Pyrites, Barty Crouch Jr.

Brigid tuvo la horrible necesidad de huir tras escuchar aquellos nombres. En su mente, apareció instantáneamente el aspecto que el boggart había adoptado al verla en Grimmauld Place. Barty Crouch Jr. no podía haber vuelto a ser libre.

Susan se había quedado leyendo la lista sin dar crédito, tan pálida que todas sus pecas se marcaban con claridad sobre su piel. Jessica, que llegaba entonces, se asomó por encima del hombro de su prima y, al echar un rápido vistazo a la noticia, ahogó un grito.

Muchos en Hogwarts conocían la triste historia de Jessica Bones, cuyos padres y hermanos mayores habían sido asesinados por mortífagos. Solo ella había sobrevivido, a la edad de tres años, después de que su madre la ocultara. Junto a los nombres de los mortífagos se podía leer por qué crímenes habían sido encarcelados. Asesinato de la familia Bones se leía claramente junto a uno de ellos.

El caos reinaba en el Gran Comedor. Susan se levantó bruscamente y se giró hacia Jessica, con rostro desencajado. Brigid escuchó un grito desde la mesa de Slytherin: Michael sacaba a rastras a Nova, que pataleaba y profería insultos, de la estancia. Alcanzó a escuchar la aguda voz de Umbridge gritando «¡Castigada, señorita Black!», pero no conseguía entender cómo lo había distinguido entre los gritos y exclamaciones de horror que se oían por todos lados.

Las primas Bones salieron rápidamente del Gran Comedor, siguiendo a Michael y Nova. Neville Longbottom las siguió. Brigid permaneció inmóvil, negando un poco con la cabeza.

Aquello no podía estar pasando.

Alguien le puso la mano en el hombro. Levantó la cabeza y encontró a Prim, con Ron detrás. Brigid tragó saliva.

—Salgamos de aquí —propuso la rubia.

Brigid, temblorosa, se puso en pie. No notó sus mejillas húmedas hasta que Ron le secó una de las lágrimas que caían por ellas con el pulgar.

Fue un día difícil para muchos en Hogwarts. Brigid se reunió con Susan, Jessica y Nova en el vestíbulo y se llevó una buena sorpresa al encontrar a la última de éstas llorando mientras abrazaba a Jessica, que estaba muy pálida. Neville se mantenía algo apartado, con expresión desorientada.

Hermione llegó poco después. Harry apareció tan solo unos minutos más tarde, con el rostro enrojecido por la rabia y acariciándose el puño izquierdo. Se limitó a decirle a Nova que, al parecer, iban a compartir castigo. Luego, había abrazado a Brigid como si así pudiera evitar que aquella noticia fuera real.

—Se ha escapado, Harry —susurró Brigid, aún sin dar crédito.

Harry suspiró lentamente.

—No voy a dejar que se acerque a ti, Bree —prometió, temblando de rabia—. ¿De acuerdo?

No se dejó de hablar de ello en el castillo por días. La mayoría del alumnado estaba aterrado. Aquellos que tenían algún familiar que había sido víctima de alguno de esos mortífagos, sufrían a partes iguales un acoso y un vacío inexplicable. Brigid odió cada segundo de los siguientes días, incluso cuando no fue ella la que se llevó la peor parte.

Jessica, Susan, Nova, Neville, entre otros, fueron los que más lo sufrieron. No era raro encontrar a la menor de las Black acompañada de Ginny Weasley, que comenzaba a gritar a cualquiera que se atreviera a decirle cualquier cosa. Incluso Luna Lovegood salió a defenderla en más de una ocasión. Nova, inexplicablemente, parecía haber perdido toda la labia y agresividad que había tenido para defender a su hermana o primo en el pasado.

Sin embargo, tras la entrevista que Harry realizó con Rita Skeeter para hablar de su verdad sobre lo sucedido en el cementerio —Brigid no había querido ni siquiera ir, creyéndose incapaz de mirar a aquella mujer a la cara—, las cosas habían comenzado a cambiar en Hogwarts. Era un buen cambio, pero no lo suficiente para olvidar todos los meses que habían estado acusando a Harry de mentiroso y loco, además de dejar atrás el tema de los mortífagos fugados, aunque éste no desapareció de la mente de los más afectados.

Mientras tanto, los TIMOs cada vez estaban más cerca y Brigid comenzaba a arrepentirse de no haber hecho más antes. El estrés a los que los profesores les sometían era cada vez mayor y sentía que, más pronto que tarde, la carga de trabajo la consumiría.

—¡Estoy harta! —declaró Brigid, cerrando con fuerza su libro de Historia de la Magia y apartándolo. A continuación, ocultó el rostro entre las manos, tratando de calmarse—. Por Merlín, odio los exámenes.

Harry le pasó un mechón por detrás de la oreja con cariño, sonriendo con ternura.

El estrés de Brigid solo había ido a más en los últimos tiempos. El de Harry también, pero éste era debido a las insufribles clases de Oclumancia con Snape, de las que no había dicho demasiado a Brigid.

—Creo que la sesión del ED de hoy te vendrá bien —opinó, mientras Brigid se giraba a mirarle—. Tengo algo especial pensado.

—¿Qué es? —preguntó ella, haciendo un mohín.

—Una sorpresa —respondió Harry, divertido. Estaba tan cerca que sus narices casi se rozaban. A Brigid aquello no le disgustó en absoluto—. Hazme caso, te va a encantar. Creo que todos necesitamos algo así ahora mismo.

Brigid quiso decir algo, pero Harry la besó y casi consiguió que olvidara cómo hablar. Brigid sonrió sobre sus labios y dejó que Harry la rodeara entre sus brazos, olvidando durante unos minutos los exámenes, el agobio, el ED y cientos de problemas más.

Cuando Harry anunció aquella tarde en la Sala de los Menesteres que practicarían el encantamiento patronus, hubo una gran excitación instantánea. Todos querían saber qué forma adoptaría el animal plateado que debía aparecer si se realizaba correctamente.

Brigid, sin embargo, se quedó en blanco durante los primeros segundos en los que todos comenzaron a practicar fervientemente. Nova soltó una carcajada cuando fue la primera en conseguirlo: el caballo plateado que salió de la punta de su varita galopó a su alrededor tan pronto se formó.

Jessica, que había acabado cerca de Brigid, rio y negó con la cabeza. La castaña le dirigió una mirada.

—¿Estás bien? —quiso saber, frunciendo el ceño.

—Pensaba en Vega —admitió ésta, encogiéndose de hombros—. Y en Teddy.

Brigid recordaba con claridad cada una de las palabras de la carta que había llegado hasta ella solo unas semanas atrás, el día del cumpleaños de Brigid. No era muy larga, pero había cambiado mucho.

Querida Brigid:

La niña ha nacido hoy. Aún no podemos creerlo. Tanto ella como la madre están bien. Le han puesto Anthea, Teddy para abreviar. Aura de segundo. Esperamos poder daros más noticias pronto.

Con cariño,
señora Cornamenta

La había escrito Ariadne, claro, y lo había hecho de la manera más discreta posible para evitar que el mensaje fuera interceptado. Nadie sabía que Vega había tenido una hija: a ojos de todos en Hogwarts, se había visto obligada a quedarse en casa, enferma de spattergroit.

—Las veremos pronto —dijo Brigid, tratando de sonar convencida.

Jessica suspiró y miró hacia adelante.

—Hogwarts se ha vuelto tan asfixiante últimamente —masculló, desganada—. Estoy harta de este sitio. No se siente como Hogwarts sin Vega.

Brigid no supo qué responder a eso. Jessica se limitó a negar con la cabeza.

—Las veremos pronto —terminó diciendo la rubia, repitiendo lo que Brigid había dicho antes. Esbozó una pequeña sonrisa—, ¿no es así?

—Eso espero —admitió Brigid. Ya no por ella: por Harry. Por Nova. Por Susan. Por Jessica. Necesitaban volver a ver a Vega.

—Me sirve, por ahora —suspiró Jessica. Sujetó con mayor firmeza la varita e inspiró hondo—: ¡Expecto patronum!

Un hermoso zorro plateado apareció ante ellas. Brigid sonrió, mientras Jessica dejaba escapar una carcajada incrédula.

—¡No pensaba que fuera a salir! —exclamó, fascinada. Su sonrisa solo se amplió cuando George se acercó a ella y apoyó la cabeza en su hombro—. ¿Qué? ¿Ya te has cansado de intentarlo?

—Ahora seguiré un poco más —respondió éste—. Por ahora, prefiero verte sonriendo.

Brigid decidió que aquel era el momento de alejarse discretamente. Buscó con la mirada a cualquier amigo que tuviera cerca y, al ver a Harry a pocos metros —mirándole directamente a ella, además—, no tuvo más remedio que ir en su busca. Él la recibió con una gran sonrisa.

—¿Qué tal va?

—Aún ni lo he intentado —admitió. Fue al decirlo cuando cayó en la cuenta de cómo se realizaba el encantamiento: con un recuerdo feliz, el más feliz que poseyera.

Brigid tenía bastante claro cuál era ése, pero una sombra cubrió esa alegría cuando, irremediablemente, sus pensamientos fueron a parar en Cedric. Brigid bufó y negó con la cabeza.

—¿Todo bien? —preguntó Harry, frunciendo el ceño con preocupación.

Brigid fue a responder, pero no tuvo oportunidad de hacerlo. En ese momento la puerta de la Sala de los Menesteres se abrió y volvió a cerrarse. Harry se dio la vuelta para ver quién había entrado, pero no vio a nadie. Brigid tardó un instante en darse cuenta de que los alumnos que estaban cerca de la puerta se habían quedado callados. Entonces Harry miró hacia abajo y Brigid le imitó. Se llevó una sorpresa al ver a un elfo doméstico, que contemplaba a Harry desde debajo de los ocho gorros de lana que no se quitaba ni para dormir. Tardó un momento en identificarle como Dobby.

—¡Hola, Dobby! —exclamó Harry—. ¿Qué haces? ¿Qué pasa?

El elfo lo miraba con ojos desorbitados; estaba temblando de miedo. Los miembros del ED que estaban más cerca de Harry se habían quedado mudos y todos contemplaban a Dobby. Los pocos patronus que los alumnos habían conseguido se disolvieron en una neblina plateada, y la habitación quedó mucho más oscura que antes.

—Harry Potter, señor... —chilló el elfo, que temblaba de pies a cabeza—. Harry Potter, señor... Dobby ha venido a avisarlo..., pero a los elfos domésticos les han advertido que no digan...

Se lanzó de cabeza contra la pared. Harry intentó sujetarlo, pero el elfo rebotó en la piedra, protegido por sus ocho gorros. A Brigid casi se le escapó un grito de horror y pena. Nunca había soportado los castigos que eran obligados a autoinfligirse los elfos domésticos.

—¿Qué ha pasado, Dobby? —le preguntó Harry mientras lo agarraba por el delgado brazo y lo apartaba de cualquier cosa con la que pudiera intentar hacerse daño.

—Harry Potter, ella..., ella...

Dobby se golpeó fuertemente la nariz con el puño que tenía libre y Harry se lo sujetó también.

—¿Quién es «ella», Dobby?

El elfo levantó la cabeza, lo miró poniéndose un poco bizco y movió los labios, pero sin articular ningún sonido.

—¿La profesora Umbridge? —preguntó Harry, horrorizado. Dobby asintió, y a continuación intentó golpearse la cabeza contra las rodillas de Harry, pero él estiró los brazos y lo mantuvo alejado de su cuerpo—. ¿Qué pasa con ella, Dobby? ¿Estás insinuando que ha descubierto esta..., que nosotros..., el ED? —Leyó la respuesta en el afligido rostro del elfo. Como Harry seguía sujetándole las manos, Dobby intentó darse una patada y cayó al suelo de rodillas—. ¿Viene hacia aquí? —inquirió Harry rápidamente.

Dobby soltó un alarido y exclamó:

—¡Sí, Harry Potter, sí!

Harry se enderezó y echó un vistazo a los inmóviles y aterrados alumnos que miraban al elfo, que no paraba de retorcerse. Brigid dio un paso atrás, aterrada. Aquello no podía estar pasando.

—¿A QUÉ ESPERÁIS? —gritó—. ¡CORRED!

Entonces todos salieron disparados hacia la puerta, formando una marabunta, y empezaron a marcharse precipitadamente de la sala. Brigid los oyó correr por los pasillos y confió en que tuvieran la prudencia de no intentar llegar hasta sus dormitorios. Sólo eran las nueve menos diez; ojalá se refugiaran en la biblioteca o en la lechucería, que quedaban más cerca...

—¡Vamos, Harry! —gritó Hermione desde el centro del grupo de alumnos que peleaban por salir—. ¡Brigid!

Harry levantó en brazos a Dobby, que todavía intentaba lastimarse, y corrió con él para unirse a sus compañeros.

—Dobby, esto es una orden: baja a la cocina con los otros elfos, y si ella te pregunta si me has avisado, miente y di que no —dijo Harry. Brigid le tomó por la muñeca y echó a correr, arrastrándole con ella—. ¡Y te prohíbo que te hagas daño! —añadió, y cuando por fin cruzó el umbral, soltó al elfo y cerró la puerta tras él.

—¡Gracias, Harry Potter! —chilló Dobby, y echó a correr a toda pastilla.

Brigid miró a derecha e izquierda; los otros corrían tanto que sólo alcanzó a ver un par de talones que doblaban cada una de las esquinas del pasillo antes de desaparecer. Brigid se dirigió velozmente hacia la derecha, recordando que un poco más allá había unos lavabos... Casi se sonrojó solo de pensarlo, pero la idea que se le había ocurrido era buena: no había nada mejor que una situación embarazosa para evitar demasiadas preguntas. Si les encontraban a los dos juntos ahí...

—¡Harry, Bree! —El chillido de Felicity casi les hizo pegar un brinco—. ¡Es una trampa!

Brigid había olvidado lo rápido que Harry podía llegar a reaccionar, gracias a sus reflejos de buscador: tiró de ella con fuerza hacia atrás casi instantáneamente, dejándola sin tiempo siquiera a pensar en qué sucedía.

—¡AAAYYY!

Harry cayó estrepitosamente al suelo y resbaló boca abajo unos dos metros antes de detenerse. Brigid, que había caído producto del empujón, se levantó de un salto. Escuchó que alguien reía detrás de ellos. Brigid vio a Draco Malfoy escondido en una hornacina, bajo un espantoso jarrón con forma de dragón.

—¡Embrujo zancadilla, Potter! —dijo—. ¡Eh, profesora! ¡PROFESORA! ¡Ya tengo a uno!

¿Uno?

Brigid tardó un segundo en comprender que Harry había usado sus ilusiones para volverla invisible. Pero únicamente a ella. La última vez que aquello había sucedido, las cosas habían acabado mal.

—Ni se te ocurra —chistó Felicity, viéndola abrir la boca. No la veía tan seria desde el cementerio—. ¿Acaso olvidas el nombre completo del ED? A Umbridge le encantaría castigarte si te pillan. Harry puede librarte de ello.

—Pero... —protestó Brigid, llevando la mirada al rostro furibundo de Harry al victorioso de Malfoy.

—Le escupiría si pudiera —exclamó Felicity, en voz alta, mirando directamente a Draco.

La profesora Umbridge apareció jadeando por un extremo del pasillo, pero con una sonrisa de placer en los labios.

—¡Es él! —exclamó con júbilo al ver a Harry en el suelo—. ¡Excelente, Draco, excelente! ¡Muy bien! ¡Cincuenta puntos para Slytherin! —«Acaba de darle puntos a Harry también», masculló Felicity—. Voy a sacarlo de aquí... ¡Levántate, Potter! —Harry se puso en pie y los miró con odio a los dos. Jamás había visto tan feliz a la profesora Umbridge, que lo agarró fuertemente por un brazo y se volvió, sonriendo de oreja a oreja, hacia Malfoy. Brigid contuvo las ganas de abalanzarse sobre ella—. Corre a ver si atrapas a unos cuantos más, Draco —le ordenó—. Pon especial atención en la señorita Diggory. Di a los otros que busquen en la biblioteca, a ver si encuentran a alguien que se haya quedado sin aliento. Mirad en los lavabos, la señorita Parkinson puede encargarse del de las chicas. ¡Deprisa! Y tú —añadió adoptando un tono aún más amenazador de lo habitual, mientras Malfoy se alejaba—, tú vas a venir conmigo al despacho del director, Potter.

—Espero que nadie se quedé atrás. Sería una lástima si pudieran llegar a sus salas comunes —replicó insolentemente Harry, dirigiendo una mirada elocuente al lugar donde Brigid permanecía; ésta estuvo a punto de chillar cuando Umbridge le propinó una bofetada con su mano repleta de anillos. Harry puso la misma cara que cuando se lesionaba en quidditch pero trataba de disimular el dolor a toda costa—. Auch. ¿Quiere la otra mejilla?

Brigid tuvo que respirar hondo para evitar perder el control. Se había sonrojado y esta vez la vergüenza no tenía nada que ver: era ira todo lo que sentía. Felicity le chistó, preocupada por su reacción.

—No me tientes, Potter —casi escupió Umbridge—. Andando.

Brigid hizo amago de seguirles; Felicity se puso delante a ella.

—¡No! —exclamó, exasperada—. Harry saldrá de ésta; siempre se las arregla para conseguirlo. Pero no puedes dejar que te atrapen; no sabemos cuánto durará el efecto de la ilusión.

Brigid vio marchar a la profesora y a Harry con aprensión. Felicity insistió.

—Brigid, hazme caso cuando te digo que el ir con mi hermano solo empeorará las cosas para las dos —dijo la fantasma, negando con la cabeza—. Escucha, iré a ver cómo le va, ¿vale? Mientras, por favor, vete a tu dormitorio.

No aguardó a que Brigid dijera nada. Se marchó instantáneamente y dejó a la castaña sola en mitad del pasillo. Brigid vaciló, frustrada por toda la situación. Sabía que Felicity tenía razón —¿desde cuándo se había vuelto tan prudente?—, pero se sentía incapaz de marcharse como si nada.

—Esto es un desastre.

Cuando Brigid posó la mirada en Cassiopeia, poco le faltó para soltar un grito. La otra chica apretó los labios y asintió, tratando de quitarle importancia al hecho de que estaba llena de magulladuras y arañazos. Sangre caía por su orificio derecho.

—He tenido un pequeño incidente —masculló Cassiopeia, limpiándose la sangre con el dorso de la mano—. Me han lanzado contra una pared. Bonito corte de pelo, por cierto. Te sienta bien.

—¿Qué...? —casi gritó Brigid; escuchó pasos a su espalda y poco le faltó para entrar en pánico: echó a correr de inmediato, y una desconcertada Cassiopeia le siguió.

—¿Dónde vas? —preguntó, sorprendida.

—A mi sala común —respondió Brigid. Aún sentía la ilusión de Harry cubriéndola, pero no sabía cuánto duraría aquello—. O me atraparán.

—¡Ah, aquí también estáis huyendo! —exclamó alegremente Cassiopeia—. Sí, por mi lado estamos igual. Fue ahí donde me hice esto.

—Eso no es tranquilizador.

—No, pero cuando me quedé inconsciente vine aquí, así que de algo me sirvió. Es mucho más difícil comunicarme contigo que con Atlas.

Brigid, sin aliento, se detuvo a respirar tras asegurarse de que estaba lo bastante lejos de la Sala de los Menesteres. Correr nunca había sido lo suyo. Se sentía tan frustrada que podría echarse a llorar en cualquier momento. Cassiopeia se apoyó en la pared, cerca de ella.

—Puede que no sea el mejor momento para decírtelo, pero no sé cuándo volveré a verte —dijo Cassiopeia, sacudiendo la cabeza—. Hay un modo de poder arreglar lo de los universos rotos.

—¿C-cómo que universos rotos? —jadeó Brigid, más confundida incluso que al principio.

—Mierda, no pude contártelo —se lamentó Cassiopeia, golpeándose la mano con la frente—. Verás, en el cementerio la liamos. Demasiado. No sé qué hiciste tú y Atlas no quiso decirme qué hizo exactamente él, pero yo tuve que hacer de ancla y eso casi me mata. De hecho, me hubiera matado si no hubiera... Encontrado un hilo del que tirar. —Miró con los ojos muy abiertos a Brigid—. También escuchaste los cristales rotos, ¿no?

La castaña se quedó inmóvil, con la boca levemente abierta. El hilo, el hilo del que había tirado para que la magia de muerte no la consumiera, para que aquel peso no le aplastara. Los cristales fragmentándose, que había creído que no eran más que un producto de su imaginación. La imagen de una chica rubia gritando...

—Te vi —murmuró, en voz muy baja. Incrédula—. Gritabas, estabas rodeada de gente. También vi...

—Ese era Atlas —asintió Cassiopeia—. Yo también os vi. Ahí fue cuando nos cargamos todo. Cuando los universos se rompieron. Chocaron. Ese choque provocó todo el caos que hay ahora. Los cambios de casas y quién sabe qué hechos más. También lo que permite que yo pueda hablar con vosotros. Nuestros universos han conectado, de algún modo. Según dijo Atlas, hasta muertos que no se habían ido del todo volvieron a la vida.

Brigid ahogó un grito de sorpresa al comprender. James y Ariadne. Cassiopeia asintió lentamente.

—Aquí... Bueno, hay una posibilidad de que haya pasado. Aún estamos estudiándolo. Es complicado, pero... Sí. —Cassiopeia la miró fijamente—. Sé que en el universo de Atlas pasó y, deduzco por tu expresión, aquí también.

—Entonces, ¿mi universo ahora tiene cosas de tu universo o...? —Brigid casi se sentía mareada—. ¿Mi Harry ahora es tu Harry o el de Atlas y el que está aquí es...?

—¡No, no! —exclamó rápidamente Cassiopeia, mirando a un lado y otro del pasillo—. Tu Harry sigue siendo tu Harry. Siempre lo ha sido, incluso aunque los universos chocaran. ¿Cómo te explico...? —masculló, molesta.

Se paseó de un lado a otro frente a una Brigid cada vez más confundida. Cassiopeia fruncía el ceño, pero de pronto sus brillantes ojos verdes se abrieron de par en par.

—¡Una cebolla! —exclamó, y Brigid decidió que se había vuelto completamente loca. Cassiopeia negó bruscamente al ver su expresión—. No, no, escucha. Mira, imagina que los universos son cebollas, con infinitas capas una sobre otra. Cada capa se forma cuando se toma una decisión. Por ejemplo, cuando Harry fue enviado a Gryffindor en vez de a Slytherin, ¿vale? Fue una decisión que condicionó tu línea temporal de tu universo. —Señaló a Brigid para dar más énfasis a sus palabras—. En otra capa de este mismo universo, en otra linea temporal, Harry era Slytherin. Igual todo lo demás era exactamente igual a tu línea, solo era esa diferencia. No lo sé. Lo que sé es que, al chocar nuestros universos, esas capas colapsaron. —Brigid ahogó un grito de sorpresa al entenderlo. Cassiopeia asintió—. Tu Harry sigue siendo tu Harry, por ello apenas has notado diferencia. Eso es lo único que cambió en el Colapso. En mi caso, fue al revés. De Harry en Slytherin a Harry en Gryffindor.

—¿Y en el de Atlas? —preguntó Brigid, frunciendo el ceño.

Cassiopeia chasqueó la lengua.

—Es algo más complicado. Da igual. —Negó con la cabeza—. Atlas dice que podremos arreglarnos cuando estemos todos juntos en el lugar que vimos la última vez, ¿recuerdas? Los tronos...

—Sí —murmuró Brigid—. Pero ¿cómo podremos ir?

—Tengo que averiguarlo —admitió Bella—. Pero estoy trabajando en ello.

La castaña guardó silencio unos segundos, antes de terminar diciendo:

—Si arreglamos esto... ¿Los que regresaron a la vida volverían a estar muertos?

—Atlas no lo sabe —respondió Cassiopeia—. Y, si no lo sabe él, menos aún yo.

—¿Y lo que me has contado de los universos y tal? —preguntó Brigid, frunciendo el ceño—. ¿Todo eso te lo ha dicho Atlas?

—Esto... —Cassiopeia titubeó—. Es complicado. No sé muy bien cómo explicártelo.

Brigid miró a la pared opuesta. Harry volvería a ser Gryffindor, al igual que Ron, Prim, Hermione y quién sabía quién más. Todo volvería al orden que tenía antes. Incluso aunque Brigid hacía mucho que había dejado de diferenciar entre el antiguo Harry y el nuevo Harry, sería bueno volver a lo de antes, ¿no?

Lo de antes... Antes, cuando Harry y ella aún no eran nada. Eran amigos. ¿Cómo habrían sido las cosas si no se hubieran roto los universos? Brigid seguiría teniendo a Harry cuando los recuperaran. Tendría a Ron, aunque ya no compartieran casi todas las clases, ni las guardias de prefectos. Tendría a Prim, aunque ya no compartieran habitación... ¿verdad?

Y eso ni siquiera era lo más importante: James y Ariadne. Ellos no podían irse, no otra vez. Merecían vivir. Harry merecía tener a sus padres, Vega y Nova merecían tener a sus tíos, Remus y Sirius merecían tener a sus mejores amigos.

¿Valía la pena arriesgarse a perder tantas cosas por algo que ni sabía si era posible?

—No sé si... deberíamos hacerlo —terminó diciendo Brigid.

Cassiopeia había fruncido los labios, pensativa, hacía ya un buen rato. Asintió lentamente.

—Ya. Atlas es el que ha salido más jodido de nosotros con esto, por lo que sé. Pero si yo... Harry... Me gusta este Harry —terminó admitiendo—. Es... igual pero distinto. Incluso le hice sonrojarse... ¡A Harry! ¿Puedes creerlo? —Soltó una carcajada—. Es más gruñón y confiado, pero hay algo... Sigue siendo Harry, claro. E incluso si no fuera por Harry... Hay algo que no puedo arriesgarme a perder.

Brigid advirtió que Cassiopeia aferraba con fuerza su muñeca derecha. La mirada de la castaña fue irremediablemente al lugar donde antes había llevado el anillo de Harry. Hacía más de año y medio que lo había perdido y aún así lo extrañaba.

—Lo que no entiendo es por qué nosotros tres —farfulló la castaña.

—Si has pasado toda tu vida creyendo ser hija de quien realmente no eran tus padres o sin saber exactamente quiénes eran ellos, cuidada por un tío o familiar... Podría seguir un patrón. —Cassiopeia rio por lo bajo—. Yo hasta he cambiado de apellido. Aunque, claro, ¿cuáles son las posibilidades de...?

Se detuvo al ver el rostro conmocionado de Brigid. La rubia ahogó un grito de sorpresa.

—¡No me jodas! ¡No me digas que tú también! —Negó con la cabeza—. Esto es surrealista.

Brigid guardó silencio. Cassiopeia lo había descrito todo a la perfección sin siquiera proponérselo. El asunto de Regulus Black y Gwen Diggory. Excepto en lo del cambio de apellido, lo había acertado absolutamente todo. Criada por sus tíos, sin saber que ellos no eran sus padres biológicos...

Cassiopeia carraspeó.

—Seguiré investigando —terminó diciendo la rubia, sacudiendo la cabeza—. Cuando estemos con Atlas, podremos hablarlo con calma los tres.

—¿Tan segura estás de que podremos verle? —preguntó Brigid, escéptica.

Cassiopeia esbozó una sonrisita.

—Él asegura que sí. Yo le creo. Ya verás, pasará. Está escrito en las estrellas, por lo que sé.

Se desvaneció en el aire. Brigid masculló por lo bajo. Cassiopeia era desconcertante. A cada visita, lo era más.

—¡No me puedo creer que hayas sido tan idiota!

Brigid se quedó inmóvil. La voz le sonaba; lo que no sabía era a quién pertenecía. Si era un miembro de la Brigada...

—¡Tú sí que eres un idiota! ¿Por eso no viniste a la reunión de hoy? ¿Qué hacías con esa gente?

Ron. Al reconocerle, Brigid frunció el ceño. ¿Habían atrapado a Ron? Buscó su varita. Igual un embrujo zancadilla como el de Malfoy servía en aquel momento.

—¡Salvaros el culo! ¿Qué hacías tú?

Era Michael Nott, comprendió Brigid, sorprendida. Relajó la postura. Michael no era una amenaza, ¿no?

—¡Intentaba ayudar a los otros! ¿Por qué has tenido que sacarme de allí?

—¡Porque si no te sacaba yo, sería uno de los idiotas del grupo quien lo haría y a saber qué podría hacerte Umbridge! —Brigid escuchó al Slytherin jadear—. No quería que te pasara nada, ¿vale?

Escuchó el sorprendido oh de Ron. Tardó un segundo más en llegar a la conclusión de que lo mejor sería irse de allí. No quería escuchar la conversación de ambos chicos, no a escondidas.

En realidad, sí que le intrigaba, pero se sentía mal espiando. Podría convencer a Ron de que se lo contara más adelante, después de todo. Apostaba a que Prim también deseaba escuchar qué había pasado por boca de su amigo.

—Nos has llamado.

—Mierda, otra vez —masculló Brigid. Era consciente de que las lecciones navideñas con Thea no habían surtido el efecto necesario: aún atraía a fantasmas cuando estaba frustrada. Nada había cambiado, pero al menos le había dado entretenimiento, por mucho que le confundiera que Thea le llamara Morrigan y por mucho que le irritara que no le explicara a qué venía aquello.

—Dumbledore se ha ido. —Al escuchar aquello, Brigid giró la cabeza hacia Lily, incrédula. Selena estaba a su lado.

—¿Qué? —exclamó, sin dar crédito.

Las dos mujeres asintieron lentamente. Brigid se mordió el labio inferior. Hogwarts sin Dumbledore significaba un Hogwarts totalmente controlado por Dolores Umbridge. Las cicatrices en su mano ardieron cuando apretó los puños.

—Va a ser una pesadilla —masculló.

Así se lo confirmó Harry más tarde, cuando fue a verla a la sala común de Hufflepuff. Tumbado cuan largo era en el sofá, con la cabeza apoyada en el regazo de Brigid, que escribía en un pergamino, le fue relatando lo sucedido en el despacho de Dumbledore. Cómo el director había huido, cómo Harry había mentido descaradamente diciendo que el nombre del ED se debía a un tributo a la memoria de Cedric y no tenía relación alguna con Brigid.

—No sé si Umbridge se lo ha creído —admitió con desgana—. Espero que sí.

Brigid le acarició distraídamente el alborotado cabello.

—Supongo que lo comprobaremos pronto —masculló—. Por lo menos, no te han echado la culpa a ti. No directamente, al menos. Si se hubiera llamado Ejército de Potter...

—Lo sé —suspiró Harry—. Eso no quita que sea una mierda.

Brigid dejó pergamino y pluma y miró a Harry directamente a los ojos, pensativa. Él fue sonriendo poco a poco, terminando por incorporarse.

—¿Qué?

Brigid se puso en pie y le tendió la mano. Harry la tomó sin dudarlo dos segundos.

—¿Tienes la capa o prefieres ilusión?

—La capa me da una excusa mejor para estar cerca tuya —bromeó Harry, Brigid caminó directamente hacia la salida de la sala común, tirando de Harry con la mano y una gran sonrisa en el rostro.

Miradas curiosas les siguieron. Brigid alcanzó a ver a Ron dándole un codazo a Prim, mientras ésta le mostraba a Brigid un pulgar hacia arriba. Si supieran...

Harry la besó tan pronto estuvieron fuera de la sala común. Brigid rio contra sus labios, pero se apartó pronto, aún sujetando la mano de Harry.

—Coge la capa —dijo.

Cubiertos con ella, se encaminaron por los pasillos de Hogwarts, Brigid guiando en todo momento. Harry se sorprendió al ver cómo ella parecía dirigirles al Bosque Prohibido.

—Bree —advirtió, frunciendo el ceño—. Escucha, el bosque no es seguro y...

—No vamos al bosque, tranquilo.

Se sorprendió aún más cuando ella se encaminó a la orilla del Lago Negro. Brigid se detuvo cerca del agua y tomó asiento sobre una roca. Harry la imitó, preguntándose qué hacían ahí.

—Sabes que eso de ahí —dijo, señalando la superficie plana del lago con el dedo—. Me da pánico.

—Sí —murmuró Harry.

—Pensaba que había sido por casi ahogarme cuando era pequeña en la playa —continuó Brigid—. Pero Cedric me dijo el año pasado que nosotros nunca habíamos ido a la playa. Comencé a preguntarme hace poco el porqué de esa fobia, si aquello nunca había sucedido. —Suspiró—. Aún no sé cuál es, pero he venido aquí varias veces a intentar superarlo. Estoy trabajando en ello.

Harry asintió lentamente, sin saber a dónde conduciría aquello. Brigid apartó sus ojos grises de la superficie del lago y los dirigió a Harry.

—Quiero intentar hacer un patronus. Aquí. —Desconocía de dónde surgía aquel impulso, pero había decidido hacerle caso—. Contigo. Estoy harta de estar asustada. Desde la fuga de los mortífagos, de Crouch, ha sido peor. Y no quiero estar asustada. Quiero saber que puedo luchar si ese asqueroso viene a por mí. Y para saber que puedo hacer eso, necesito saber que puedo hacer esto. Y necesito que tú estés aquí para eso.

Porque no sabía si sola sería capaz de hacerlo, pero estaba convencida de que la presencia de Harry le ayudaría. Él sonrió lentamente.

—Adelante.

Brigid lo intentó. Lo intentó en numerosas ocasiones, todas con diferentes recuerdos: algunos con Cedric, otros con Harry, otros con sus amigos. Era tan indecisa que no sabía cuál elegir. Su propia indecisión contribuía a que le costara más conjurar el patronus.

Pero Harry se quedó en todo momento y, tal vez, fuera por eso por lo que Brigid no dejó que la frustración la superara: todo lo que hizo fue intentarlo, intentarlo, intentarlo.

Cuando Harry tomó su mano, sonriendo de tal manera que casi la dejó sin respiración, Brigid se detuvo momentáneamente. Había una chispa de determinación en los ojos de Harry.

—¿Lo hacemos juntos? —propuso.

Brigid asintió. Inspiró con fuerza. Tenía que escoger un solo recuerdo y aferrarse a él con todas sus fuerzas. Su mente viajó hasta la noche después de la Casa de los Gritos. Ella contando un cuento, Harry escuchándola. Solo paz y felicidad, porque aún la tragedia no les había golpeado con tanta fuerza. Sirius había huido y estaba a salvo con Buckbeak. Los demás descansaban en sus camas, ninguno especialmente grave. Estaban todos felices.

—¿Lista? —susurró Harry.

Brigid le miró. Pensó en cómo habían estado ellos hacía poco menos de dos años atrás, en aquella enfermería, sin tener idea de lo que les esperaba. Pero habían estado juntos y seguían juntos.

Brigid se inclinó un poco y besó a Harry con suavidad.

—Lista —respondió.

Al grito de Expecto patronum, los dos animales plateados danzaron sobre la superficie del lago, su luz reflejándose bajo sus majestuosas figuras. Ambos intercambiaron una mirada de feliz incredulidad.

El ciervo y la cierva juntaron los hocicos antes de desvanecerse en el aire. Brigid dejó escapar una alegre carcajada. Harry la rodeó con el brazo.

—¿Sabes cómo mejorar esta noche? —preguntó, exultante.

Cuando él abrió la palma de su mano y mostró el anillo que le había regalado dos Navidades atrás, Brigid a punto estuvo de chillar. Harry rio con fuerza, al tiempo que se lo ponía en el dedo donde antes siempre lo había llevado.

—Fely estaba por matarme sabiendo que lo tenía y aún no te lo daba —confesó.

Brigid volvió a besarle, con una amplia sonrisa en el rostro. Harry la estrechó entre sus brazos, aún con la imagen de los dos ciervos y la amplia sonrisa de Brigid muy viva en su cabeza.

—Te quiero, Bree —susurró, sin siquiera pensarlo. Las palabras salieron solas porque se sentían correctas. Porque necesitaba que ella lo supiera.

Brigid acunó el rostro de Harry entre las manos, sonriendo ampliamente. Sus ojos brillaban más que cualquier estrella del firmamento nocturno.

—Yo también te quiero, Harry.

Eran en momentos como aquellos, cuando solo eran Bree y Harry, cuando ella contaba un cuento y él escuchaba embelesado, cuando reían a solas, cuando simplemente disfrutaban el uno del otro. Paz y felicidad. Nada de problemas; éstos se desvanecían de la mente de ambos.

Harry cerró los ojos y la estrechó entre sus brazos. Sintió a Brigid reír. Él también lo hizo.

Eres lo único en lo que creo que acerté. Aquellas palabras resonaron en la mente de Harry. No importaba cuántos errores pudiera haber cometido: Brigid nunca sería uno.

Ella le estrechó más fuerte. No hacía falta decir mucho más. Ellos ya lo sabían, sin necesidad de hablar.

Cuando dos almas que estaban hechas una para la otra se encontraban, ¿acaso había que decir algo más?




















hola wenas, capítulo cargado, no? jsjs, perdón pero se me fue un poco de las manos y ya quise dejarlo así

cómo andan? espero que bien, aquí hoy es fiesta y mi plan era estudiar para los dos exámenes que tengo mañana, pero me alcanzó a terminar esto por fin jé, espero que les guste <3

ale.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro