xxii. this town, pt. 2

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xxii.
este pueblo, pt. 2








Brigid despertó el día de Navidad con más emoción que de costumbre.

Susan ya estaba despierta y abriendo sus regalos con ilusión. La saludó alegremente, con una rana de chocolate en la boca y una nueva bufanda al cuello. Brigid sonrió y salió de la cama.

El pequeño montón de regalos que había a los pies de ésta le emocionó. Había dos de sus padres, otro de Cedric, uno de Harry y otros pequeños detalles más.

Los regalos de sus padres eran un suéter de lana beige y una bufanda roja, algo que Brigid sabía que se pondría mucho. Cedric le había regalado un libro muggle que llevaba queriendo comprarse desde verano. El de Harry era una pequeña cadena de plata con una B que podía colgarse del cuello. Ron le había regalado una gran caja de ranas de chocolate, Prim y Hermione le habían comprado unos vinilos muggles. El de Nova y Susan parecía ser un surtido de todo lo que podía comprarse en Honeydukes. Había un regalo de un tal Hocicos que incluía un álbum de fotos de su tía Gwen.

Brigid imaginó que se trataba de Sirius por la gran cantidad de fotografías en las que éste aparecía.

Susan y ella fueron juntas a desayunar, encontrándose a Cedric, Vega y Jessica en la sala común. Los cinco Hufflepuff llegaron juntos al Gran Comedor. Harry, Ron, Prim y Hermione ya estaban allí.

Se produjo un intercambio de felicitaciones y agradecimientos entre el grupo, especialmente entre los Black-Potter-Bones cuando Nova se unió al grupo. Brigid sonrió a Harry al tenerle enfrente y ambos se abrazaron sonriendo.

—Me ha encantado el regalo —dijo Brigid—. Gracias.

—Lo encontré entre cosas viejas de mi madre y pensé en ti enseguida —admitió Harry, quitándole importancia—. No sé a qué vendría la B, pero me gustó. El tuyo sí que ha sido increíble.

—Tenía que equilibrar el regalo del año pasado, ¿no? —rio ella. Harry también rio—. Aún no entiendo de dónde lo sacaste.

—Ya te dije, una tienda de segunda mano de Hogsmeade. Recuérdame que te lleve. Es una pena que no haya encontrado nada parecido a aquel anillo.

—No pasa nada —respondió Brigid, sonriendo—. Me ha encantado el regalo, en serio.

—Dejad el coqueteo para esta noche, pareja —se burló Felicity, haciendo reír a ambos. Brigid se sonrojó levemente—. Sois adorables, ya todos lo sabemos. Bree, ¿cómo es que aún no me has enseñado el vestido? ¡Estoy deseando verlo!

—Ven esta tarde —le propuso Brigid—. No es para tanto.

—Apuesto a que es fantástico.

Brigid no creía que su vestido fuera nada de otro mundo, pero le gustaba. Era bonito y, teniendo en cuenta que había sido en su mayor parte elección de su madre, entraba dentro de lo que Brigid aceptaría ponerse.

Cuando llegaron las cinco de la tarde, Susan prácticamente la arrastró a su dormitorio para que ambas pudieran comenzar a cambiarse y Brigid no protestó. Le alegraba tener a alguien en el dormitorio con quien charlar mientras se preparaban.

El vestido de Brigid era de un bonito verde botella. Era liso y le llegaba hasta debajo de los tobillos, sin ningún cinturón ni adorno para acompañarlo. En la parte superior tenía dos volantes, siendo una de las telas de un tono más claro y grisáceo que el vestido. El escote era asimétrico, dejando al descubierto su hombro izquierdo.

Era simple, pero bonito. Brigid sonrió con timidez al verse en el espejo. Susan, que llevaba un traje dorado que hacía a su pelo rojizo brillar como el fuego por el contraste, soltó una exclamación.

—¡Estás preciosa, Brigid! —declaró.

Aquello bastó para que ésta se sonrojara. Susan ayudó a Brigid a recogerse un poco el pelo, aunque dejando la mayor parte de su melena suelta, y luego sacó con gesto ceremonioso su caja de maquillaje. La pelirroja se hizo un moño bajo, que dejaba algunos mechones sueltos y le daba un aspecto desenfadado.

En opinión de Brigid, iba guapísima. Ambas se maquillaron —Brigid con algo menos de experiencia que Susan— y rieron mirándose en el espejo mientras ponían caras graciosas. Las otras chicas del dormitorio, Hannah, Sally-Anne y Megan terminaron de prepararse casi al mismo tiempo y las cinco intercambiaron cumplidos, todas increíblemente emocionadas por el baile.

A Brigid fue contagiándose aquella emoción poco a poco y, después de un rato, no comprendía cómo había pensado en no ir al baile. Estaba deseando que comenzara. Prometía ser divertido.

Las cinco abandonaron la sala común juntas, con Susan tomada del brazo de Brigid. En el vestíbulo aguardaban ya varios alumnos que habían quedado con sus parejas de otras casas. Susan distinguió a Michael en la distancia y Brigid y ella se despidieron cuando localizaron a Harry.

—Nos veremos luego —aseguró Susan, antes de ir al encuentro de su acompañante.

—¡Vas preciosa, Sue! —escucharon decir a alguien.

Susan, a mitad de camino, se giró sin detenerse, riendo.

—Tú genial, como siempre, Nova. ¡Te veo luego!

Nova vestía un bonito traje rojo sin demasiados adornos. Caía liso hasta el suelo, con pequeños grabados apenas perceptibles cosidos por toda la tela. Llevaba un chal dorado para cubrirse, puesto que llevaba tirantes.

—No me gusta demasiado, pero era de mi madre —aclaró, notando la mirada de Brigid—. Y dicen que me queda bien, aunque todo me queda bien. Qué injusto que no pueda ir con pantalones.

Harry y Ron habían llegado hasta ellas. Ambos vestían túnica de gala, aunque la de Ron era algo... peculiar. Tenía los puños y el cuello deshilachados, a saber por qué.

—Estás... guapa —dijo Harry algo cohibido.

—Gracias —respondió Brigid, notando que se sonrojaba—. Te queda bien la túnica.

—Bien —contestó Ron, mirando a su alrededor—. ¿Dónde están Hermione y Prim?

Nova se encogió de hombros.

—Acabamos de llegar. Ahora vendrán.

—Vale —contestó Ron sin mirarla, pues seguía buscando entre la multitud—. ¡Oh, no...!

Se inclinó un poco para ocultarse detrás de Harry porque pasaba por allí Fleur Delacour, imponente con su túnica de satén gris plateado y acompañada por Roger Davies, el capitán del equipo de quidditch de Ravenclaw. Brigid soltó un suspiro al ver a la francesa. Cuando pasaron, Ron volvió a enderezarse y a mirar por encima de las cabezas de la multitud.

—¿Dónde estarán las chicas? —repitió.

Llegaron unos cuantos de Slytherin subiendo la escalera desde su sala común, que era una de las mazmorras. Malfoy iba al frente. Llevaba una túnica negra de terciopelo con cuello alzado, y Harry pensó que le daba aspecto de cura. De su brazo iba Pansy Parkinson, con una túnica de color rosa pálido con muchos volantes. Tanto Crabbe como Goyle iban de verde: parecían cantos rodados cubiertos de musgo, y ninguno de ellos había logrado encontrar pareja.

Se abrieron las puertas principales de roble, y todo el mundo se volvió para ver entrar a los alumnos de Durmstrang con el profesor Karkarov. Krum iba al frente del grupo, acompañado por una muchacha preciosa vestida con túnica azul. Brigid entrecerró los ojos para tratar de distinguirla. Se le hacía conocida, pero no era capaz de enfocarla. Puede que necesitara gafas.

Por encima de las cabezas pudo ver que una parte de la explanada que había delante del castillo la habían transformado en una especie de gruta llena de luces de colores. En realidad eran cientos de pequeñas hadas: algunas posadas en los rosales que habían sido conjurados allí, y otras revoloteando sobre unas estatuas que parecían representar a Papá Noel con sus renos.

En ese momento los llamó la voz de la profesora McGonagall:

—¡Los campeones por aquí, por favor!

Dejando a un lado la vergüenza que pasó al tener que entrar de entre los primeros al Gran Comedor, junto a los otros campeones y sus parejas —Cedric y Vega, que los saludaron con alegría, Fleur y Davies, Krum y su acompañante, que resultó ser Hermione—, Brigid realmente disfrutó la cena, incluso cuando eso significó sentarse en la mesa principal, junto a los directores de los tres colegios y los representantes del Ministerio: Ludo Bagman y...

—¡Tío Jason! —exclamó Harry al reconocer al hombre.

Jason Bones les señaló las dos sillas a su lado, sonriendo ampliamente. Estaba claro que aquella visita sorpresa le divertía.

—¿Qué tal, Harry? —saludó—. Hola, Brigid. Me alegra verte.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Harry.

—Crouch no va a venir, así que pedí que me mandaran a mí —explicó el hombre, sonriente—. Veo que ni siquiera has intentado peinarte. No esperaba menos de ti.

—Lo he intentado, otra cosa es que haya salido bien —protestó Harry.

—La intención es lo que cuenta —masculló Brigid, haciendo reír a ambos.

—¡Tío Jason! —exclamó Vega, sentándose junto a Brigid. Sonreía ampliamente—. ¿Qué estás haciendo aquí?

Cedric se sentó al lado de su novia, con aspecto tan feliz como ella.

Brigid disfrutó la comida conversando junto a Harry, Jason, Vega y Cedric, aunque en ocasiones se sintiera un poco como una intrusa en la conversación de los primos y el señor Bones, por mucho que éstos intentaran incluirles a ella y Cedric en la charla.

Estaba claro que los tres se entendían muy bien.

Cuando se acabó la cena, Dumbledore se levantó y pidió a los alumnos que hicieran lo mismo. Entonces, a un movimiento suyo de varita, las mesas se retiraron y alinearon junto a los muros, dejando el suelo despejado, y luego hizo aparecer por encantamiento a lo largo del muro derecho un tablado. Sobre él aparecieron una batería, varias guitarras, un laúd, un violonchelo y algunas gaitas.

Las Brujas de Macbeth subieron al escenario entre aplausos entusiastas. Cogieron sus instrumentos, y Brigid, que las miraba con tanta emoción que no advertía lo que se avecinaba, comprendió de repente que los farolillos de todas las otras mesas se habían apagado y que los campeones y sus parejas, a excepción de Harry y ella, estaban de pie.

Ambos intercambiaron una mirada de horror.

—¿Se supone que tenemos que bailar? —susurró Brigid.

Jason dio un empujoncito a su sobrino para que se pusiera en pie. Al levantarse, Harry tropezó con la túnica. Brigid casi se echó a reír a carcajadas, poniéndose también de pie.

Las Brujas de Macbeth empezaron a tocar una melodía lenta, triste. Harry y Brigid caminaron tras los otros campeones hasta la parte más iluminada de la sala, con Brigid tratando de no lucir demasiado asustada.

—Olvidé decirte que no sé bailar —comentó Harry, posicionándose frente a ella cuando las otras parejas se colocaron frente a frente.

Brigid no pudo menos que sonreír, a pesar de su nerviosismo.

—Tenemos el mismo problema, entonces —dijo, haciendo sonreír a Harry.

Él colocó sus manos alrededor de su cintura, como las otras parejas, y Brigid, lentamente, unió las suyas por detrás del cuello del azabache. Su postura era algo más tensa y torpe que la de las demás parejas, pero al menos estaban haciendo lo que se suponía que debían hacer.

Después de eso, solo les quedó una cosa: bailar. Ambos consiguieron no pisarse y, después de unos cuantos pasos torpes, comenzaron a tratar de disfrutar aquello.

—Apuesto a que me caigo y hago el ridículo —masculló Brigid.

Harry sonrió de nuevo.

—Yo apuesto a que no.

Si el mundo entero estuviera mirando, yo todavía bailaría contigo.

Era raro sentir a Harry tan cerca y en aquella postura, pero Brigid sabía que hubiera sido peor con cualquier otra persona. Estar con él le daba algo de calma, incluso cuando se sentía muriendo por los nervios y la vergüenza. No dejaba de imaginarse resbalando y cayendo al suelo en mitad de toda aquella gente.

La sonrisa tranquilizadora de Harry le ayudaba.

—No lo estamos haciendo tan mal, ¿no? —murmuró él. Su intención era hacerla sonreír y lo consiguió.

Muy pronto la gente empezó a unirse al baile, de forma que los campeones dejaron de ser el centro de atención y Brigid comenzó a disfrutar un poo más la experiencia. Neville y Prim bailaban junto a ellos: la rubia les sonrió y les saludó con la mano. Susan y Michael daban vueltas en el extremo de la pista. Nova arrastraba a Ron hasta el centro de ésta. Vega y Cedric parecían estar disfrutando mucho.

—Bonitos calcetines, Potter —le dijo Moody al pasar a su lado, viendo con su ojo mágico a través de la túnica de Harry. Brigid ocultó como pudo su incomodidad.

—¡Eh... sí! Dobby el elfo los tejió para mí —le respondió Harry, sonriendo.

—Disfruta del baile, Diggory —agregó el hombre, alejándose junto a la profesora Sinistra, su pareja.

Brigid había perdido toda la emoción en un momento y Harry se lo vio en la cara. La observó, preocupado.

—¿Bree, estás bien?

—Sí —dijo ella, y casi se sintió como si fuera otra persona la que hablara—. ¿Nos sentamos?

La canción acababa de terminar. Harry parecía confuso, pero aceptó. Pasaron por al lado de Fred Weasley y Angelina Johnson, los cuales bailaban de forma tan entusiasta que la gente se apartaba por miedo a resultar herida, y se acercaron a una mesa libre para tomar asiento.

—¿Seguro que estás bien? —preguntó Harry, no muy convencido.

Y quiero decirte todo, las palabras que nunca tuve que decir la primera vez.

—Voy a dar una vuelta —masculló la castaña, alejándose sin decir más.

Harry, frunciendo el ceño, se levantó para seguirla, pero chocó de pronto con una mujer que apareció de la nada y tuvo que retroceder rápidamente, murmurando una disculpa.

—No te preocupes, cariño —escuchó decir, y al mirarle, encontró unos ojos verdes acompañados de un cabello rubio recogido en un moño algo. Harry reconoció a una de las profesoras de Durmstrang, que aquel año impartía Alquimia en Hogwarts. Vega le había hablado de ella; recordaba que se apellidaba Dolohova—. ¿Tenías prisa?

Brigid había desaparecido entre la multitud. Harry suspiró y negó con la cabeza, regresando a la mesa.

Ella, mientras tanto, paseaba por los jardines sintiéndose confusa. No comprendía qué había pasado. La cabeza le daba vueltas.

¿Por qué había huido de Harry? ¿Por qué de la nada había querido salir corriendo?

Se lo había estado pasando bien, había estado disfrutando con Harry. No entendía por qué había tenido ganas de irse tan bruscamente.

Habían decorado los jardines con arbustos y figuras de piedra. Numerosos bancos ocupados por parejas estaban situados a los lados de los senderos. Brigid caminó durante aproximadamente cinco minutos, sin saber exactamente qué hacer ni dónde ir, antes de encontrarse con una cara conocida.

Primrose Jones estaba sentada bajo una estatua, con los brazos abrazando sus rodillas y expresión en parte enfadada y en parte triste. La rubia puso cara de susto al escuchar a alguien acercarse, pero se tranquilizó al reconocer a Brigid.

—Hey —saludó, con voz un tanto ronca—. Pensaba que estarías con Harry.

—Yo también pensaba que estaría con él —masculló Brigid—. ¿Y tú? ¿No estabas con Neville?

—Creo que le dejé bailando con Nova, así que estará bien —dijo Prim, en voz baja—. Quería salir de allí.

—¿Ha pasado algo? —preguntó Brigid, tras dudar un poco.

Se atrevió a sentarse junto a Prim en el suelo, mientras la rubia suspiraba.

—¿Qué piensas sobre que a una chica le guste otra chica? —dijo finalmente ella, sin atreverse a mirarle a la cara.

Brigid parpadeó, sorprendida. ¿Que qué pensaba? Bastaba con verla cerca de una veela. Se sonrojó.

—S-supongo que no está mal, ¿no? —tartamudeó.

Esperaba que no lo estuviera. Había escuchado cosas realmente horribles sobre las personas a las que le gustaban los de su mismo sexo. Pero también sabía que había mucha gente que defendía que no estaba mal.

Era un tema más importante en el mundo muggle. En el mágico casi parecía tabú, como tantas otras cosas.

—¿Qué piensas sobre que a mí me guste Hermione? —continuó Prim, en voz aún más baja.

Brigid tardó un segundo en comprender que Prim acababa de confesarle que le gustaban las mujeres. Sonrió levemente, sintiéndose halagada por aquello. Prim confiaba en ella para decirle que le gustaba Hermione.

—No es algo que me incumba, así que no debería decir nada —terminó diciendo—. ¿Qué piensas tú sobre que a ti te guste Hermione?

La rubia se quedó en silencio, dudando.

—Es mi mejor amiga —dijo, casi molesta—. Tantas chicas en Hogwarts... Y tiene que gustarme Hermione. No es que sea chica, es que es mi mejor amiga. Es molesto, es... —Suspiró—. Pero es la verdad. Y odio verla con ese bobo de Krum. Él prácticamente tiene dieciocho, ew. Es casi un señor.

Brigid rio en voz baja.

—¿Un señor?

—Sí —protestó Prim, sonrojándose—. Ella podría pasárselo mejor conmigo. Tomaríamos cerveza de mantequilla, bailaríamos... Además, yo por lo menos sé pronunciar bien su nombre. Ese búlgaro solo sabe subirse a una escoba.

—¿Por eso has salido del Baile? —preguntó Brigid.

La rubia agachó la cabeza.

—Puede que hayamos discutido un poco... Ya sé que soy tonta. Pero me molesta tanto que haya ido con Krum, agh. Al menos, podría haber acompañado a alguno de Hogwarts, de nuestro curso. Que hubiera ido con Harry, con Ron, con Dean... ¿Pero Krum?

—Entonces, ¿es Krum el que te molesta? —dijo Brigid, frunciendo el ceño—. Pensaba que solo estabas celosa.

—Se me hace incómodo que sea él, tal vez porque es mayor y no un moco como los chicos de nuestro curso —admitió Prim—. Además, es famoso.

—Pero tú conoces mejor a Hermione —trató de animarla Brigid—. Apuesto a que él va a llevarle la bebida equivocada.

Prim rio un poco.

—Creo que debería pedirle perdón —dijo, haciendo una mueca—. Sería más fácil si me gustaran los chicos. Si me gustaran Harry o Ron, por ejemplo.

—Tú ya has dicho que no tiene nada de malo en que te gusten las chicas —recordó Brigid—. Piensa que podemos apreciar a las veelas de un modo que otras no pueden.

La rubia abrió mucho los ojos y, poco a poco, fue esbozando una sonrisa.

—¿Tú también? —preguntó, sorprendida—. ¡Pensaba que te gustaban los chicos!

Brigid tuvo que repasar mentalmente lo que había dicho para entender aquella reacción. Se sonrojó de nuevo, pero asintió.

—Me gustan los chicos —afirmó, tras pensar un momento—. Y también las chicas. En los Mundiales... Bueno, supongo que viste a las veelas.

—Para no verlas —rio Prim, sintiéndose más confiada que antes.

—¿Vas a hablar con Hermione, entonces?

Prim asintió, poniéndose en pie.

—Tendré que pedirle perdón, aunque aún no sé qué haré con eso de que me guste —suspiró. Le tendió la mano a Brigid para ayudarle a ponerse en pie—. Gracias por la charla, Bree.

Ella le abrazó y Brigid sonrió.

—No hay de qué. Suerte con Hermione.

Prim la miró y sonrió también.

—No es la primera vez que discutimos, no te preocupes —rio—. ¿Vienes adentro?

Brigid negó antes de siquiera pensar en ello.

—Prefiero quedarme aquí.

—Como veas. Te veo luego.

Prim se marchó y Brigid se quedó sola de nuevo, mirando a su alrededor sin saber dónde ir ni qué hacer. Se entretuvo observando los rosales conforme paseaba, examinando las esculturas y apartando un molesto bicho que se le había posado en el hombro. Brigid odiaba los insectos.

Se cruzó con una Slytherin del curso de Cedric y una alumna de Beauxbatons que hablaba tan rápido que Brigid no tenía claro si era francesa, española o italiana, a varias parejas que trataban de ocultarse buscando algo de intimidad y a una airada Madame Maxime que casi la arrolló al pasar junto a ella. Le pareció ver a Vega y Fleur hablando a lo lejos y a uno de los gemelos Weasley y tratando de escabullirse entre los arbustos con una rubia que debía ser Jessica Bones. Vio a Susan paseando con Michael Nott.

Y escuchó a alguien gritar su nombre. Cuando se giró, encontró a Harry casi corriendo hacia ella.

Él no pensaba decírselo, pero había estado buscándola casi todo ese tiempo. Había escuchado un par de conversaciones que, probablemente, no debería haber escuchado jamás junto a Ron, pero el principal motivo por el que estaba en aquel frío jardín era para encontrar a Brigid.

Ella había desaparecido sin dejar rastro y tras comportarse de manera demasiado extraña. Harry estaba acostumbrado a la gente rara. Él mismo se consideraba así. Pero Brigid nunca había sido así con él. Aquello le había dejado lleno de confusión. Ella prácticamente había salido corriendo sin darle explicaciones, sin mirarle siquiera a la cara. A Harry le había preocupado que algo malo le estuviera sucediendo.

Tío Jason le había visto ahí de pie como un pasmarote y se había acercado a preguntarle qué le pasaba. Cuando Harry le había explicado la situación, Jason le había mirado fijamente a los ojos, frunciendo levemente el ceño. ¿A qué esperas para ir a buscarla?, se leía en estos. Y Harry sabía que su tío tenía razón.

Había encontrado a Ron sentado y con expresión de aburrimiento, observando a Nova bailando con Neville. En cuanto le dijo de ir a buscar a Brigid, su amigo aceptó. Habían terminado por separarse porque Fred había llegado buscando con urgencia a su hermano menor y Ron no había tenido más remedio que acompañarle, dejando a Harry solo en su búsqueda.

El azabache había empezado a preguntarse si Brigid no se habría ido de regreso a su sala común cuando la vio paseando tranquilamente por los jardines. El alivio inundó su pecho, solo para ser sustituido rápidamente por aquella sensación que siempre sentía al verla.

Aún me pones nervioso cuando entras en la habitación.

Harry se había quedado observándola en silencio unos segundos. El vestido verde brillaba levemente bajo las tenues luces que iluminaban el sendero. El pelo se le había soltado un poco del recogido y algunos mechones caían sobre su rostro. Su expresión estaba en calma, los labios curvándose levemente en los extremos. Parecía estar mirando el rosal, pero sabía que en realidad no miraba nada realmente, sino que su mente estaba viajando lejos, quién sabía dónde.

Aquello sucedía con más frecuencia de la que Brigid debía notar, Harry estaba seguro. En ocasiones, después de haberle visto perderse en sus pensamientos, le veía parpadear un par de veces, con expresión de sorpresa. Se giraba hacia quien estuviera hablando y decía ¿Qué? y Harry tenía que hacer lo posible por no sonreír.

Brigid guardaba todo un mundo en su interior y Harry esperaba que, algún día, ella le dejara visitarlo.

Las mariposas cobran vida cuando estoy cerca de ti.

Harry interrumpió su hilo de pensamientos y echo a correr hacia ella. Brigid levantó la mirada, intrigada, al verle llegar. Su expresión soñadora desapareció, siendo sustituida por la misma sonrisa que esbozaba siempre al verle llegar.

—¿Dónde estabas, Bree? —dijo al llegar a su lado, jadeando un poco—. Llevo un buen rato buscándote. Has desaparecido.

—He estado con Prim un rato —respondió ella, avergonzada—. Siento haberme ido así, es solo... No sé, tenía que salir de allí.

—¿Moody tiene que ver con eso? —preguntó Harry, frunciendo el ceño—. Empezaste a actuar raro después de hablar con él, pensé...

—Nah, solo son tonterías mías —interrumpió ella. Harry le miró, interrogante—. ¿Quieres ir a bailar?

—Podemos dar un paseo si prefieres —propuso él, echando un vistazo a los jardines—. Solo si quieres.

Una y otra vez, la única verdad, todo se reduce a ti.

Ella sonrió de nuevo.

—Pensaba que antes te habías quedado con ganas de bailar.

Harry también sonrió.

—Eso es verdad. ¿Sabes que están tocando canciones muggles? Podríamos ir a ver.

Harry dudó antes de atreverse a tomar su mano. No porque le diera especial reparo, sino porque temía la reacción de Brigid.

Vio la sorpresa reflejada en su rostro, antes de verla sonreír de nuevo, más ampliamente incluso que antes.

A Harry le encantaba verla sonreír.

—¿Crees que podrán algo de Queen? —preguntó él distraídamente, mientras regresaban al Gran Comedor. Como si no estuvieran tomados de la mano—. Me dijiste que eran tus favoritos, ¿no?

—Ajá —asintió ella—. Aunque no me importaría si pusieran algo de Bowie. Puede que incluso de Whitney.

—Vayamos a ver.

Les recibieron en el Gran Comedor con Michael Jackson. Harry apostaría a que Prim era quien lo había pedido. Mirando a Brigid de reojo, le ofreció el brazo, como había visto hacer en películas.

—¿Me concede esta pieza, mademoiselle?

Ella rio.

—Ese ha sido un pésimo acento francés —dijo, tomando su brazo—. Que no te escuchen los de Beauxbatons.

A Harry no le hubiera importado menos si el propio Primer Ministro francés le estuviera escuchando en ese momento. Él y Brigid fueron hasta la pista, donde aún seguían bastantes parejas bailando. You Are Not Alone sonaba y Harry no pudo evitar pensar que la canción iba bien.

Recordó aquel primer encuentro de tormenta con Brigid, cuando ella había aparecido en el pasillo de madrugada y le había encontrado. Había visto a Felicity. Le había ayudado a él. Había tratado de encontrar una manera para que él pudiera jugar el partido de quidditch.

Le había ayudado mucho. Le había dicho que no estaba solo. Había sido la única persona que había visto lo que una tormenta significaba para él y se había quedado a su lado para hacerle compañía, para calmarle.

Brigid podía haberle agradado desde antes, pero aquello lo había cambiado todo.

Para él, ella siempre le recordaría que no había estado solo en aquel momento. Harry iba a hacer lo que pudiera para demostrarle que ella tampoco estaba sola.

Bailando bajo las tenues luces, como si fueran brillo de estrella, ninguno de los dos podía parar de sonreír. Con catorce, había mucho que no podían hacer. Pero ambos sabían que algo estaba pasando.

Harry escuchó la risa de Brigid cuando la canción cambió a una más rítmica y, a modo de broma, él le hizo dar una vuelta.

—¡Ten cuidado, vas a tirarme! —dijo, riendo.

—Podría recogerte después —respondió él, riendo a su vez.

Porque si el mundo entero estuviera mirando, todavía bailaría contigo.

Ambos estaban seguros de algo: aquella sería una noche que nunca olvidarían.




















de regalo de cumpleaños para bree y para mí <3

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