xxvii. where's bree?

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xxvii.
¿dónde está bree?








Los días pasaron con mayor velocidad de la que Harry hubiera deseado. Cuando supo que la tercera prueba consistiría en un laberinto lleno de sorpresas y retos mágicos que tendrían que superar hasta llegar al final, se preguntó cuál sería la mejor forma de decírselo a Vega sin que ésta entrara en pánico.

Además del pequeño incidente que tuvo con Crouch y Krum. Después de buscar la ayuda de Dumbledore ante la conducta lunática del primero, a quien dejó bajo la vigilancia del campeón de Durmstrang, Harry había tenido que soportar la presencia de Snape, quien le había encontrado merodeando por los pasillos.

Encontrar a Krum inconsciente y afirmando que había sido atacado por Crouch dejó a Harry totalmente confundido y a Karkarov furioso. Tan furioso que Hagrid terminó por estamparle contra un árbol después de que acusara directamente a Dumbledore de haber planeado ir contra su campeón.

Después de aquella actuación, el director de Hogwarts había ordenado al guardabosques acompañar a Harry hasta su sala común y ninguno de ellos había tenido más motivo que obedecer.

Cuando vio a Brigid esperando en la entrada del colegio, con cara de susto y confusión, la suya propia solo aumentó.

—¿Bree? ¿Qué pasa? —preguntó, sin entender.

Ni ella misma parecía saberlo.

—N-no lo sé, estaba en la sala común y he sentido algo raro y... —Brigid negó con la cabeza, desconcertada. Su vista se desenfocó por un momento—. Por Merlín, creo que he caminado sonámbula.

Harry se apresuró a ir contra ella, casi temiendo que se desmayara o algo similar.

—Creo que deberías ir a la enfermería.

—Le acompañaremos —propuso Hagrid, que había estado de pésimo humor hasta segundos antes. En aquel momento, contemplaba a Brigid con cierta preocupación.

Pero ella negó.

—Es algo que me pasa a veces, solo ha sido... raro. Creo que es mejor si vuelvo a mi sala común.

—¿Estás segura? —preguntó Harry, en absoluto convencido.

—¿Pasa algo?

Los tres giraron la cabeza hacia la chica que acababa de llegar al vestíbulo. Harry la reconoció por haberla visto alguna vez junto a Vega: era Carla Valverde, una estudiante de Beauxbatons.

—Hola —saludó Harry, mirando a Hagrid, dubitativo.

Pero el guardabosques parecía ya haber decidido qué haría con Brigid y Harry. Le preguntó —por no decir que le ordenó— a Carla si llevaría a Brigid de regreso a su sala común. Él se encargaría de acompañar a Harry.

Tuvo que despedirse apresuradamente de Brigid, debido a las prisas que le metía el guardabosques. Ésta se despidió de él agitando la mano y aún con expresión de confusión.

Aquello intrigó a Harry durante unos días. Brigid le insistió en que solo era cosas que le pasaban a veces, pero eso no quitaba que le preocupara menos.

Sin embargo, como todos a su alrededor parecían estar empeñados en recordarle, no podía perder el tiempo en nada que no fuera en prepararse para la tercera prueba.

Los días que faltaban para ésta los contaba con el calendario que Prim había colgado en su dormitorio. Cada noche, iba tachando la fecha de aquel día. Las semanas parecían pasar demasiado rápido.

El 24 de junio llegó antes de que Harry siquiera pudiera aceptar que iba a entrar a aquel laberinto. Ver a sus amigos estresados a partes iguales por los exámenes y por cómo ayudarle no resultaba reconfortante.

En general, junio fue un mes bastante pésimo.

Sin embargo, sí que fue reconfortante el fuerte abrazo que recibió de tío Jason cuando éste fue, junto a Mary y Remus, a visitar a Harry junto al resto de las familias de los campeones.

—¿Así que trastornado y peligroso? —preguntó el hombre, no sin cierto desprecio en la voz—. ¿Así es como te llama ahora Skeeter?

El artículo había salido en el periódico aquella misma mañana. Harry se echó a reír.

—Obviamente. ¿Ninguno había notado antes que esos son los rasgos que más definen mi personalidad? —preguntó, con un destello pícaro en los ojos.

—Sí, siempre supe que deberíamos haberte internado en San Mungo cuando estuvimos a tiempo —respondió Mary, revolviéndole el pelo.

—¿Cómo están Maisie y Ellie? —quiso saber el chico al instante.

—De maravilla —dijo la madre, sonriendo ampliamente.

—Esperemos que sean algo más tranquilas que tú a su edad —añadió Remus, divertido—. ¿Quieres ir a dar una vuelta por los jardines? No hay mucho que hacer aquí.

Harry aceptó sin dudarlo. Al pasar al lado de Amos Diggory, éste se volvió hacia ellos.

—Conque estás aquí, ¿eh? —dijo, mirando a Harry de arriba abajo—. Apuesto a que no te sientes tan ufano ahora que Cedric te ha alcanzado en puntuación, ¿a que no?

Aquello desconcertó por completo al chico.

—¿Qué? —preguntó Harry.

—No le hagas caso —le dijo Cedric a Harry en voz baja, mirando con severidad a su padre—. Está enfadado desde que leyó el artículo de Rita Skeeter sobre el Torneo de los tres magos. Ya sabes, cuando te hizo aparecer como el único campeón de Hogwarts. Y, bueno, también por el de Brigid.

Harry miró a Amos Diggory con incredulidad.

—Pero no se preocupó por corregirla, ¿verdad? —comentó Amos Diggory, lo bastante alto para que Harry lo oyera mientras se dirigía a la puerta con sus tíos—. A pesar de todo le darás una lección, Cedric. Ya lo venciste una vez, ¿no?

—Pensé que a estas alturas ya sabrías que Rita Skeeter solo busca ganar lectores y causar problemas, Amos —comentó Jason, en tono severo—. En especial, cuando tu propia hija se vio envuelta en ello.

Dio la impresión de que el señor Diggory iba a decir algo hiriente, pero su mujer le puso una mano en el brazo, y él no hizo más que encogerse de hombros y apartarse.

—Ojalá poder volver a ser un adolescente maleducado y mandar a ese bobo a callar —masculló Jason, mientras abandonaban la sala.

—¿Callar a Amos Diggory? Tú sueñas, Jason —suspiró Remus.

Sin embargo, fuera de ese incidente, Harry pasó una mañana estupenda. Trató de olvidarse por completo durante un tiempo de la prueba a la que se enfrentaría aquella misma noche y a simplemente disfrutar de la compañía de Jason, Remus y Mary.

Afortunadamente, eso no le costó demasiado.


























A Harry le extrañó ver a Ron regresar a solas del examen de Historia de la Magia.

Sabía que Hermione y Prim estarían en la biblioteca, por algo que le habían dicho en el desayuno —Hermione parecía haber tenido una idea súbita tras leer el artículo de Rita Skeeter sobre él—, pero eso no explicaba la ausencia de Brigid.

—¿Dónde está Bree? —le preguntó a Ron, confundido.

—Creí que estaría contigo —respondió éste, frunciendo el ceño—. Terminó el examen pronto y le dieron permiso para irse. No le he visto desde entonces. Espera, le preguntaré a su hermano si sabe algo.

Pero Ron regresó poco después sin respuestas.

Aquello preocupó a Harry, incluso cuando podía no haber un motivo. Brigid podría simplemente haberse retrasado. Llegaría al Gran Comedor en seguida.

Sin embargo, no fue así. Harry se entretuvo comiendo junto a sus tíos, Vega, Nova, Jessica y Susan, pero no dejaba de observar de reojo a los Diggory, esperando a que Brigid apareciera.

No lo hizo.

Al final del almuerzo, vio a Vega ir junto a los Diggory, probablemente para saludar a los padres de Cedric. Estaba más que claro por el rostro de Amos que ella no le gustaba precisamente.

Al ver a su prima volver, Harry casi corrió hacia Cedric y sus padres. El otro campeón le miró con confusión.

—¿Sabes dónde está Bree, Cedric? —preguntó, hablando bastante rápido.

—Pensé que tú lo sabrías —admitió el chico.

—¿Por qué te importa siquiera? —intervino Amos, con expresión malhumorada—. Pensé que ella ya no se acercaría a ti después de lo sucedido.

—Bueno, no ha sido así —replicó Harry—. ¿Ni siquiera va a preguntarse dónde podría estar?

—Querrá llamar un poco la atención, no te preocupes por ello.

Harry se quedó de piedra al escuchar aquello.

—Nadie sabe dónde está su hija. ¿Cómo puede darle igual?

La señora Diggory le puso la mano en el brazo a su marido, con expresión pacificadora.

—Brigid siempre ha sido alguien que aprecia mucho su soledad, Harry. Solo no la has visto desde esta mañana. No por ello tiene que haberle pasado nada.

Harry se abstuvo cientos de réplicas y se limitó a asentir y regresar con su familia.

Él seguía convencido de que algo malo estaba pasando con Brigid. Harry pasó la tarde junto a Jason, Remus, Mary y Vega, tratando de apartar el pensamiento persistente de Brigid de su cabeza.

Entró al Gran Comedor para cenar esperando encontrarla allí y no había rastro de ella. Cuando le preguntó a Susan, dijo que no le había visto en ninguna clase.

Y Felicity no aparecía.

Comenzaba a ponerse nervioso de verdad, y no solo por la prueba. También por Brigid.

Apenas fue capaz de cenar algo, conforme el nudo en su estómago iba aprestándose más y más. Ella tenía que estar bien. Puede que solo estuviera en la biblioteca, buscando algún hechizo de última hora que pudiera ayudarle. Eso sería algo típico en Brigid.

Hubo más platos de lo habitual, pero Vega apenas comió. Cuando el techo encantado comenzó a pasar del azul a un morado oscuro, Dumbledore, en la mesa de los profesores, se puso en pie y se hizo el silencio. Brigid aún no había aparecido.

—Damas y caballeros, dentro de cinco minutos les pediré que vayamos todos hacia el campo de quidditch para presenciar la tercera y última prueba del Torneo de los tres magos. En cuanto a los campeones, les ruego que tengan la bondad de seguir ya al señor Bagman hasta el estadio.

Harry se levantó, sintiendo un nudo en el estómago. A lo largo de la mesa, todos los de Gryffindor lo aplaudieron. Rodeó ésta para ir hasta la de Hufflepuff, donde Vega, Jessica y Susan le abrazaron y le desearon buena suerte. Tras ello, fue a la de Slytherin. Nova se abalanzó sobre él y le abrazó con fuerza.

Harry hubiera deseado poder abrazar también a Brigid antes de marcharse.

Cedric también se puso en pie y su mesa estalló en aplausos. Vega le abrazó con fuerza antes de que se fuera. Luego, todos los campeones abandonaron el Gran Comedor entre fuertes aplausos.

—¿Qué tal te encuentras, Harry? —le preguntó Bagman, mientras bajaban la escalinata de piedra por la que se salía del castillo—. ¿Estás tranquilo?

—Estoy bien —masculló él, que lo que menos necesitaba en ese momento era la charla de Bagman.

Si alguien dijo algo más, Harry no lo escuchó. Estaba demasiado sumido en sus pensamientos: recordando hechizos, tratando de mantener la calma y obligándose a no pensar en Brigid.

Llegaron al campo de quidditch, que estaba totalmente irreconocible. Un seto de seis metros de altura lo bordeaba. Había un hueco justo delante de ellos: era la entrada al enorme laberinto. El camino que había dentro parecía oscuro y terrorífico.

Cinco minutos después, el aire se llenó de voces excitadas y del ruido de pisadas de cientos de alumnos que se dirigían a sus sitios. El cielo era de un azul intenso pero claro, y empezaban a aparecer las primeras estrellas. Hagrid, el profesor Moody, la profesora McGonagall y el profesor Flitwick llegaron al estadio y se aproximaron a Bagman y los campeones. Llevaban en el sombrero estrellas luminosas, grandes y rojas. Todos menos Hagrid, que las llevaba en la espalda de su chaleco de piel de topo.

—Estaremos haciendo una ronda por la parte exterior del laberinto —dijo la profesora McGonagall a los campeones—. Si tenéis dificultades y queréis que os rescaten, echad al aire chispas rojas, y uno de nosotros irá a salvaros, ¿entendido?

Los campeones asintieron con la cabeza.

—Pues entonces... ya podéis iros —les dijo Bagman con voz alegre a los cuatro que iban a hacer la ronda.

—Buena suerte, Harry —susurró Hagrid, y los cuatro se fueron en diferentes direcciones para situarse alrededor del laberinto.

Bagman se apuntó a la garganta con la varita, murmuró «¡Sonorus!», y su voz, amplificada por arte de magia, retumbó en las tribunas:

—¡Damas y caballeros, va a dar comienzo la tercera y última prueba del Torneo de los tres magos! Permítanme que les recuerde el estado de las puntuaciones: empatados en el primer puesto, con ochenta y cinco puntos cada uno... ¡el señor Cedric Diggory y el señor Harry Potter, ambos del colegio Hogwarts! —Los aplausos y vítores provocaron que algunos pájaros salieran revoloteando del bosque prohibido y se perdieran en el cielo cada vez más oscuro—. En segundo lugar, con ochenta puntos, ¡el señor Viktor Krum, del Instituto Durmstrang! —Más aplausos—. Y, en tercer lugar, ¡la señorita Fleur Delacour, de la Academia Beauxbatons!

Harry había dirigido la mirada a la tribuna donde su familia se sentaba. Con los ojos azules entrecerrados tras las gafas, tratando de asegurarse de que eran ellos a través de las brillantes luces, agitó la mano en su dirección. La que debía ser Vega le devolvió el saludo. Aquello iba a empezar de verdad.

—¡Entonces... cuando sople el silbato, entrarán Harry y Cedric! —dijo Bagman—. Tres... dos... uno...

Dio un fuerte pitido, y Harry y Cedric penetraron rápidamente en el laberinto.

Los altísimos setos arrojaban en el camino sombras negras y, ya fuera a causa de su altura y su espesor, o porque estaban encantados, el bramido de la multitud se apagó en cuanto traspasaron la entrada. Harry se sentía casi corno si volviera a estar sumergido. Sacó la varita, susurró «¡Lumos!», y oyó a Cedric que hacía lo mismo detrás de él. Después de unos cincuenta metros, llegaron a una bifurcación. Se miraron el uno al otro.

—¿Dónde está Bree? —preguntó Harry, con rostro tenso.

Cedric apretó la mandíbula.

—No lo sé —admitió.

Harry inspiró. Muy bien. Habría que seguir con la prueba.

—Hasta luego —dijo Harry, y tiró por el de la izquierda, mientras Cedric cogía el de la derecha.


























El laberinto siempre quedó en la memoria de Harry como una confusa sucesión de eventos.

Después de enfrentarse a su boggart, escuchar el grito de quien debía ser Fleur, rescatar a Cedric de la tortura a la que Krum le estaba sometiendo y luego retomar el camino a solas, Harry solo deseaba terminar con aquello de una vez.

La esfinge frente a él tenía una adivinanza y ella sabía la respuesta gracias a las miles de formas que Vega había tratado de aprender para entretenerles a él y Nova en el orfanato cuando eran niños.

—¡La araña!

La esfinge pronunció más su sonrisa. Se levantó, extendió sus patas delanteras y se hizo a un lado para dejarlo pasar.

—¡Gracias! —dijo Harry y echó a correr.

Ya tenía que estar más cerca, tenía que estarlo... la varita le indicaba que iba bien encaminado. Si no encontraba nada demasiado horrible, podría...
Llegó a una bifurcación de caminos.

—¡Oriéntame! —le susurró a la varita, que giró y se paró apuntando al camino de la derecha. Giró corriendo por él, y vio luz delante.

La Copa de los tres magos brillaba sobre un pedestal a menos de cien metros de distancia. Harry acababa de echar a correr cuando una mancha oscura salió al camino, corriendo como una bala por delante de él.
Cedric iba a llegar primero. Corría hacia la copa tan rápido como podía, y Harry sabía que nunca podría alcanzarlo, porque Cedric era mucho más alto y tenía las piernas más largas...

Entonces Harry vio algo inmenso que asomaba por encima de un seto que había a su izquierda y que se movía velozmente por un camino que cruzaba el suyo. Iba tan rápido que Cedric estaba a punto de chocar contra aquello, y, con los ojos fijos en la copa, no lo había visto...

—¡Cedric! —gritó Harry—. ¡A tu izquierda!

Cedric miró justo a tiempo de esquivar la cosa y evitar chocar con ella, pero, en su apresuramiento, tropezó. La varita se le cayó de la mano, mientras la araña gigante entraba en el camino y se abalanzaba sobre él.

¡Desmaius! —volvió a gritar Harry.

El encantamiento dio de lleno en el gigantesco cuerpo, negro y peludo, pero fue como si le hubiera tirado una piedra: el bicho dio una sacudida, se balanceó un momento y luego corrió hacia Harry, en lugar de hacerlo hacia Cedric.

¡Desmaius! ¡Impedimenta! ¡Desmaius!

Pero no servía de nada: la araña era tan grande, o tan mágica, que los encantamientos no hacían más que provocaría. Antes de que estuviera sobre él, Harry sólo vio la imagen horrible de ocho patas negras brillantes y de pinzas afiladas como cuchillas.
Lo levantó en el aire con sus patas delanteras. Forcejeando como loco, Harry intentaba darle patadas: su pierna pegó en las pinzas del animal, y sintió de inmediato un dolor insoportable. Oyó que Cedric también gritaba «¡Desmaius!», pero sin más éxito que él.

¡Reducto!

Harry cayó al suelo desde una altura de cuatro metros, aplastándose la pierna herida y casi dejando escapar la varita. Ignorando el dolor, Harry trató de incorporarse y girarse hacia la persona que acababa de volatilizar a la araña.

Sabía que reconocería la voz en cualquier parte, pero no comprendía qué hacía Brigid en aquel laberinto.

—¿Bree? —preguntó Cedric, sin dar crédito.

Brigid apuntó a su hermano con su varita.

¡Crucio!

Y Cedric cayó desplomado en el suelo entre gritos de dolor, como minutos antes después de que Krum empleara la misma maldición contra él.

Harry, horrorizado, trató de ponerse en pie, sin éxito. Se miró la pierna: sangraba mucho; tenía la túnica manchada con una secreción viscosa de las pinzas. Trató de levantarse, pero la pierna le temblaba y se negaba a soportar el peso de su cuerpo. Se apoyó en el seto, falto de aire, y miró a su alrededor.

¡Expelliarmus! —gritó en dirección de Brigid.

La varita escapó de la mano de ésta. Brigid se giró hacia Harry, con expresión vacía.

—Bree, ¿qué estás...?

Pero ella parecía incapaz de escuchar. Se giró a recoger su varita, que había rodado a pocos metros de ella.

Harry, con un nudo en el estómago, le apuntó de nuevo con la varita.

¡Desmaius!

Y Brigid cayó como peso muerto en el suelo. Cedric se incorporó, entre jadeos.

—¿Qué acaba de pasar? —preguntó, sin dar crédito—. Ella...

Harry se había arrodillado, no sin cierto esfuerzo por la pierna herida, junto a Brigid. Hizo una mueca al ver que en la frente de la chica se había abierto una herida al golpearse contra una roca al caer. La sangre salía con abundancia.

Apuntó a Brigid con la varita, esperando que, fuera lo que fuera que iba a hacer, no saliera mal.

Finite Incantatem —murmuró.

Ignoraba si la maldición imperius podría acabar con aquel simple hechizo, pero algo debía intentar.

Cuando susurró Enervate y Brigid abrió los ojos, supo que no había funcionado.

Aquella mirada no era la de Brigid.

Surgito —probó, recordando uno de los tantos hechizos que había leído en la biblioteca.

Brigid parpadeó, pero continuó mirándole de la misma manera. Harry chasqueó la lengua, frustrado.

Cedric se había acercado a ellos lentamente.

Imperius —murmuró.

—Sí. ¿Existe algún contrahechizo?

—No —dijo Cedric, con pesadez—. O resistirse del control mental, lo que es prácticamente durante un largo tiempo, o que quien le hechizó la libere.

—¿Crees que si echamos chispas rojas vendrán a por ella? —preguntó Harry.

Brigid continuaba inmóvil, mirándole sin expresión alguna.

Entonces, parpadeó bruscamente y su mirada pasó a reflejar puro desconcierto.

—¿Harry? —preguntó, totalmente confundida—. ¿Qué...?

Cedric y Harry se miraron.

—Le han liberado —adivinó Harry—. ¿Por qué?

—No lo sé —admitió Cedric.

Harry advirtió en ese momento que Cedric estaba a muy poca distancia de la Copa de los tres magos, que brillaba tras él. Casi había olvidado por qué estaban en aquel laberinto. Miró a Brigid y asintió.

—Cógela —le dijo Harry sin aliento—. Vamos, cógela. Ya has llegado.

Pero Cedric no se movió. Se quedó allí, mirando a Harry. Luego se volvió para observarla. Harry vio la expresión de anhelo en su rostro, iluminado por el resplandor dorado de la Copa. Cedric volvió a mirar a Harry, que era incapaz de volver a levantarse. Brigid se incorporaba a su lado con lentitud, claramente desorientada.

—Yo le llevaré con los profesores. Cógela tú —insistíos Harry.

Cedric respiró hondo y dijo:

—Cógela tú. Tú mereces ganar: me has salvado la vida dos veces. Y has salvado a mi hermana.

—No es así el Torneo —replicó Harry—. Y yo no he salvado a tu hermana.

Imperius —murmuró Brigid en ese momento. Sus ojos se giraron hacia Harry, a quien observó con expresión de horror—. ¿He hecho algo? N-no recuerdo nada, había terminado el examen de Historia y...

—No ha pasado nada, Bree —se apresuró a decir Harry, tomándole de las manos.

Brigid inspiró con fuerza y observó su pierna herida. Se puso en pie y ayudó a Harry a hacer lo propio, dejando que él se apoyara en ella para mantener el equilibrio.

Cedric les observó en silencio.

—¿Estás bien, Bree?

Ella asintió lentamente.

—Vamos, Potter, cógela —añadió Cedric, en voz baja—. Yo me quedaré con Brigid.

—No —respondió Harry.

Estaba irritado: la pierna le dolía muchísimo, y tenía todo el cuerpo magullado por sus forcejeos con la araña. El único consuelo que encontraba era que Brigid estaba a su lado y era verdaderamente su Brigid, aunque le asustaba la idea de que alguien podría haberla puesto bajo la maldición imperius solo para liberarla en el momento más inesperado.

—El primero que llega a la Copa gana. Y el primero has sido tú. Te lo estoy diciendo: yo no puedo ganar ninguna competición con esta pierna.

Cedric se acercó un poco más a ellos, alejándose de la Copa y negando con la cabeza.

—No —dijo.

—¡Deja de hacer alardes de nobleza! —exclamó Harry irritado—. No tienes más que cogerla, y podremos salir de aquí.

Cedric observó cómo se agarraba a Brigid para mantenerse en pie. La mirada de ella iba de uno a otro, sin saber dónde meterse.

Harry suponía que seguía aún desorientada.

—Tú me dijiste lo de los dragones —recordó Cedric—. Yo habría caído en la primera prueba si no me lo hubieras dicho.

—A mí también me lo dijeron —espetó Harry, tratando de limpiarse con la túnica la sangre de la pierna—. Y luego tú me ayudaste con el huevo: estamos en paz.

—También a mí me ayudaron con el huevo.

—Seguimos estando en paz —repuso Harry, probando con cautela la pierna, que tembló violentamente al apoyar el peso sobre ella. Se había torcido el tobillo cuando la araña lo había dejado caer.

—Ten cuidado —murmuró Brigid, sujetándole con más fuerza.

—Te merecías más puntos en la segunda prueba —dijo Cedric tercamente—. Te rezagaste porque querías salvar a todos los rehenes. Es lo que tendría que haber hecho yo.

—¡Sólo yo fui lo bastante tonto para tomarme en serio la canción! —contestó Harry con amargura—. ¡Coge la Copa!

—No —contestó Cedric, dando unos pasos más hacia Harry.

Éste vio que Cedric era sincero. Quería renunciar a un tipo de gloria que la casa de Hufflepuff no había conquistado desde hacía siglos.

Fue la vez que Harry vio mayor parecido entre él y Brigid.

—Vamos, cógela tú —dijo Cedric. Era como si le costara todas sus fuerzas, pero había cruzado los brazos y su rostro no dejaba lugar a dudas: estaba decidido.

Harry miró alternativamente a Cedric, a Brigid y a la Copa. Por un instante esplendoroso, se vio saliendo del laberinto con ella. Se vio sujetando en alto la Copa de los tres magos, oyó el clamor de la multitud, vio las sonrisas de Vega y Nova, sintió el abrazo de Brigid... y luego la imagen se desvaneció y volvió a ver la expresión seria y firme de Cedric.

—Vamos los dos —propuso Harry—. Los tres, de hecho.

—¿Qué?

—La cogeremos los tres al mismo tiempo. Será la victoria de Hogwarts. Empataremos. Bree puede ser una campeona extraoficial.

Cedric observó a Harry. Descruzó los brazos.

—¿Es... estás seguro?

—Sí —afirmó Harry—. Sí... Nos hemos ayudado el uno al otro, ¿no? Los dos hemos llegado hasta aquí. Tenemos que cogerla juntos.

—No me parece mala idea —murmuró Brigid, observando primero a uno y luego al otro. Su voz sonaba algo débil.

Por un momento pareció que Cedric no daba crédito a sus oídos. Luego sonrió.

—Vega tenía razón, está claro. —Harry no sabía en qué tenía razón su prima, pero sonrió aún así—. Adelante, pues. Vamos.

Cogió a Harry del otro brazo, por debajo del hombro, y los dos hermanos Diggory lo ayudaron a ir hacia el pedestal en que descansaba la Copa. Al llegar, Harry y Cedric acercaron sendas manos a las relucientes asas.

Brigid, tras dudar un momento, acercó su mano a la de su hermano, aún sujetando con fuerza a Harry.

—A la de tres, ¿vale? —propuso Harry—. Uno... dos... tres...

Brigid, Cedric y él agarraron las asas de la Copa.

Al instante, Harry sintió una sacudida en el estómago. Sus pies despegaron del suelo. No podía aflojar la mano que sostenía la Copa de los tres magos: lo llevaba hacia delante, en un torbellino de viento y colores, y Brigid y Cedric iban a su lado.

Harry sintió que los pies daban contra el suelo. La pierna herida flaqueó, y cayó de bruces. Brigid soltó un grito ahogado y se dejó caer a su lado. La mano, por fin, soltó la Copa de los tres magos.

Ella le miró con las mejillas pálidas. La herida que tenía en la frente seguía sangrando, aunque no tanto como antes. Con manos temblorosas, Brigid trató de examinarle la pierna, pero Harry la apartó bruscamente. No quería que ella empezara a sentirse culpable en ese momento. Bastante mal aspecto tenía.

—¿Dónde estamos? —preguntó.

Cedric sacudió la cabeza. Se levantó, le tendió la mano a su hermana para que hiciera lo mismo y ella misma ayudó a Harry a ponerse en pie. Los tres miraron en torno.

Habían abandonado los terrenos de Hogwarts. Era evidente que habían viajado muchos kilómetros, porque ni siquiera se veían las montañas que rodeaban el castillo. Se hallaban en el cementerio oscuro y descuidado de una pequeña iglesia, cuya silueta se podía ver tras un tejo grande que tenían a la derecha. A la izquierda se alzaba una colina. En la ladera de aquella colina se distinguía apenas la silueta de una casa antigua y magnífica.

Cedric miró la Copa, a su hermana y luego a Harry.

—¿Te dijo alguien que la Copa fuera un traslador? —preguntó.

—Nadie —respondió Harry, mirando el cementerio. El silencio era total y algo inquietante—. ¿Será esto parte de la prueba?

—Ni idea —dijo Cedric. Parecía nervioso—. ¿No deberíamos sacar la varita?

—Sí —asintió Harry, contento de que Cedric se hubiera anticipado a sugerirlo.

—Yo he perdido la mía —dijo Brigid, con un hilo de voz.

Harry sintió un nudo en el estómago al notar que cada vez parecía más débil.

—Bree, detrás de nosotros —ordenó, adelantándose a Cedric.

Los dos sacaron las varitas y Brigid se colocó detrás de ambos, sin energía para discutir. Harry seguía observando a su alrededor, mientras se aseguraba de que Brigid estaba cerca. Tenía otra vez la extraña sensación de que los vigilaban.

—Alguien viene —dijo de pronto.

Escudriñando en la oscuridad, vislumbraron una figura que se acercaba caminando derecho hacia ellos por entre las tumbas. Harry no podía distinguirle la cara, pero, por la forma en que andaba y la postura de los brazos, pensó que llevaba algo en ellos. Quienquiera que fuera, era de pequeña estatura, y llevaba sobre la cabeza una capa con capucha que le ocultaba el rostro. La distancia entre ellos se acortaba a cada paso, permitiéndoles ver que lo que llevaba el encapuchado parecía un bebé... ¿o era simplemente una túnica arrebujada?

Harry bajó un poco la varita y echó una ojeada a Brigid. Seguía pálida, pero observaba atentamente la figura que se acercaba, cautelosa. Harry volvió a observar al que se acercaba, que al fin se detuvo junto a una enorme lápida vertical de mármol, a dos metros de ellos. Durante un segundo, Harry, Brigid, Cedric y el hombrecillo no hicieron otra cosa que mirarse.

Y entonces, sin previo aviso, la cicatriz empezó a dolerle. Fue un dolor más fuerte que ningún otro que hubiera sentido en toda su vida. Al llevarse las manos a la cara la varita se le resbaló de los dedos. Se le doblaron las rodillas. Cayó al suelo y se quedó sin poder ver nada, pensando que la cabeza le iba a estallar.

Escuchó a Brigid exclamar su nombre de inmediato. La sintió arrodillarse junto a él y ponerle la mano en el hombro. Incluso sin mirarla, podía imaginar perfectamente su rostro: las mejillas totalmente pálidas, los ojos celestes cargados de preocupación, mientras se mordía el labio con nerviosismo. Los mechones sueltos de pelo le caían sobre la cara y se los tuvo que apartar con nerviosismo, mientras sus manos temblaban. Harry notó que trataba de sujetarle para que no se derrumbara sobre el suelo.

Desde lo lejos, por encima de su cabeza, oyó una voz fría y aguda que decía:

—Mata a los otros.

Entonces escuchó un silbido y una segunda voz, que gritó al aire de la noche estas palabras:

¡Avada Kedavra!

A través de los párpados cerrados, Harry percibió el destello de un rayo de luz verde, y oyó que algo pesado caía al suelo, a su lado. El dolor de la cicatriz alcanzó tal intensidad que sintió arcadas, y luego empezó a disminuir. Aterrorizado por lo que vería, abrió los ojos escocidos.

Brigid no. Brigid no. No puede haber sido Brigid.

Cedric yacía a su lado, sobre la hierba, con las piernas y los brazos extendidos. Estaba muerto.

Brigid estaba junto a Harry, con el aspecto que debían tener todos aquellos que se habían enfrentado a la Medusa en los mitos griegos. Los ojos increíblemente abiertos, expresión de horror. Estaba mucho más blanca que antes.

¡Avada Kedavra! —repitió la voz.

Harry ni siquiera pensó. Saltó sobre Brigid, que parecía haberse quedado petrificada en el sitio, y ambos rodaron por el suelo, esquivando por centímetros el rayo de luz verde que habían lanzado hacia ella.

Brigid quedó debajo, con la mirada perdida y los ojos muy abiertos, las pupilas dilatadas. Harry distinguió muchas emociones en ellos. Terror era una de ellas. Dolor también. Pero sobretodo, aturdimiento e incredulidad. Respiraba superficialmente y su corazón latía a toda velocidad.

Harry temió que hubiera entrado en estado de shock. No sería tan raro en una situación como esa. Acababa de ver morir a su hermano. Pero no podían pararse, no en ese momento.

Tenía que sacarla de allí con vida. Era lo único que tenía seguro.

Se hizo a un lado y levantó la cabeza, mirando furiosamente al agresor.

—¡No te atrevas a tocarla! —gritó, sintiendo la rabia recorrer su pecho como fuego—. ¡No te acerques a ella!

Otra persona lo levantó y lo apartó de Brigid, que se incorporó a duras penas y lo observó, aterrada.

Tenía que sacarla de allí.

Harry cerró los ojos. Tenía que hacer algo con urgencia. A él no le importaba qué le pasara si conseguía sacarla de allí, pero solo pensar en Brigid tirada en el suelo junto a Cedric, con los ojos abiertos e inexpresivos y los brazos extendidos... No, Harry no podía ni pensar en eso.

Que se vaya, que desaparezca, rogó, que se vaya, por favor. Que la salven.

Él tenía que salvarla. Harry lo sabía. Mientras el encapuchado lo arrastraba lejos de ella, que quedaba en brazos de la otra figura, Harry se lo prometió a sí mismo. Brigid iba a salir de ese cementerio con vida. Él mismo se ocuparía de ello.

La furia estalló con fuerza en su pecho al ver que la persona que sujetaba a Brigid acariciaba la mejilla de la chica con gesto burlón. Ella pareció reaccionar y trató de apartarse, pero la sujetaba con demasiada fuerza.

Harry se sacudió entre los brazos de quien le sujetaba a él.

—¡Suéltala, no la toques! —bramó, la ira bullendo en su interior como fuego.

Aw, el pequeño Potter se ha enamorado —escuchó decir a una mujer, la que sujetaba a Brigid. Parecía casi estar riéndose de él—. ¿No es adorable?

—¡Cállate! —gritó Harry, enfurecido. A quien le sujetaba le estaba costando esfuerzo contenerle—. ¡Cállate y aléjate de ella, no te atrevas a acercarte a ella!

—No tengo que acercarme a ella para hacerle daño, ¿sabes? —preguntó la mujer, riendo y empujando a Brigid, que cayó al suelo con un débil grito—. La sangre que corre por sus venas está condenada. Obedecerá lo que yo le diga, como ha hecho para llevaros al otro chico y a ti hasta aquí.

—Basta, Maya —escuchó decir a una voz fría y aguda, la misma que había escuchado dar la orden de asesinar a Cedric—. Mátala y céntrate.

El corazón de Harry se detuvo. Gritó, pero no servía de nada. El hombrecillo de la capa había posado su lío de ropa y, con la varita encendida, arrastraba a Harry hacia la lápida de mármol, ocultándole la visión de Brigid. A la luz de la varita, Harry vio el nombre inscrito en la lápida antes de ser arrojado contra ella:

TOM RYDDLE

El hombre de la capa hizo aparecer por arte de magia unas cuerdas que sujetaron firmemente a Harry, atándolo a la lápida desde el cuello a los tobillos. Harry podía oír el sonido de una respiración rápida y superficial que provenía de dentro de la capucha.

Forcejeó, y el hombre lo golpeó: lo golpeó con una mano a la que le faltaba un dedo, y entonces Harry comprendió quién se ocultaba bajo la capucha: Colagusano.

—¡Tú! —dijo jadeando.

Pero Colagusano, que había terminado de sujetarlo, no contestó: estaba demasiado ocupado comprobando la firmeza de las cuerdas, y sus dedos temblaban incontrolablemente hurgando en los nudos. La mujer, con impaciencia, dejó a Brigid donde estaba, ya que parecía aún incapaz de moverse, y apartó con brusquedad a Colagusano para hacerlo ella misma. Cuando estuvo seguro de que Harry había quedado tan firmemente atado a la lápida que no podía moverse ni un centímetro, Maya sacó de la capa una tira larga de tela negra y se la metió a Harry en la boca.

A continuación, se giró hacia Brigid. Harry la vio junto al cuerpo de Cedric, con la varita de su hermano en la mano. Tenía los ojos llenos de lágrimas, pero apuntaba al pecho de Colagusano con la mano temblándole violentamente.

Abrió la boca para decir algún hechizo, pero la mujer, que casi parecía decepcionada por aquella reacción, se le adelantó.

¡Avada Kedavra! —gritó.

Ni una pizca de duda o arrepentimiento se reflejó en su voz.

El rayo verde dio directo en el pecho de Brigid, que se desplomó en el suelo con un ruido sordo, junto al cuerpo de su hermano. Los brazos y piernas extendidos, los ojos azules abiertos e inexpresivos.

La visión que Harry tanto había temido se había hecho real ante sus ojos.




















maratón 3/5

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